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martes, 17 de marzo de 2015

Teología surrealista del Concilio Vaticano II



En la ambigüedad del Vaticano II rondan dos posiciones contrarias. Dos cartas contradictorias que se exhiben convenientemente según las circunstancias, presentando una tesis y una antítesis en busca de una síntesis. Posiciones que se reflejan en el extraño sínodo actual sobre la familia convocado por Francisco donde él mismo, en vez de condenar las herejías con energía imponiendo su autoridad y la de la misma Doctrina ya prescrita por Nuestro Señor, se hace cómplice de sus cardenales herejes no excomulgándolos sino dándoles juego.

 Así, los teólogos modernos se dividen en dos grupos. El primero, celebra abierta y jubilosamente el llamado “1789 de la Iglesia”, la revolución del antisyllabus, la destrucción de la teología medieval considerando la Iglesia anterior al Vaticano II retrógrada o fundamentalista; este espécimen teológico anda suelto haciendo lo suyo por todos los amplios ámbitos de la Iglesia  destruyendo dogmas, comunidades religiosas y liturgias sin que haya autoridad católica que le ponga freno. Es que, además, las jerarquías modernas derogaron en la práctica el Santo Oficio y dejaron sin oficio al “Index librorum prohibitorum”.

El segundo grupo guarda añoranza por la Iglesia católica queriéndole construir puentes con el Vaticano II. Emplea argumentos sentimentales. Intenta demostrar que el Vaticano II no hizo ruptura con la Doctrina católica; por ejemplo, hace increíbles esfuerzos por demostrar lo absurdo: que la condenación de la libertad religiosa es igual a la aceptación y enseñanza de la misma; que el dogma “Extra Ecclesiam nulla salus” (“fuera de la Iglesia no hay salvación”) “evolucionó” haciéndose igual de esta enseñanza: “La fraternidad universal exige eliminar toda discriminación”; todas las religiones pueden salvar al hombre teniendo ellas el mismo Dios, o destellos de Él. Quieren conciliar también la condenación de la separación del Estado y la Iglesia haciéndola igual a lo contrario o a su aceptación, es decir, a la necesidad de una justa separación de los poderes”. También, que la condenación de los Derechos humanos es igual a su aceptación y promoción.

En fin, todo esto es inaceptable para un hombre cuerdo o medianamente cuerdo. Sin embargo, a este candoroso intento de llamar indistintamente blanco al negro, bien al mal, verdad al error, lo llaman muchos y muchos sin ningún pudor intelectual Hermenéutica de la continuidad para tapar las vergüenzas y contriciones de la ruptura. El mundo está loco. Irremediablemente loco y lo estará hasta la esperada llegada de Cristo. Esta teología es tan onírica como aventurera, incursiona en el terreno del surrealismo y, si no estuviera cerca la Parusía pasaría a la historia con el nombre de “teología surrealista”. Ciertamente encanta, fascina a muchos como las coloridas pinturas de Miró, Dalí o Masson que plasman un mundo absurdo, ilógico, donde la razón no puede dominar al subconsciente, donde la existencia de "otra realidad" se recrea en el llamado pensamiento libre.

Parecerá que esto es una exageración o una burla, pero imaginemos, por ejemplo, la representación de la teología sobre el infierno de Juan Pablo II, un infierno inmaterial que sólo es un estado del alma, sin llamas de fuego, sin rechinar de dientes, sin espacio, ni materia, ni dolores carnales como los descritos en el Evangelio por Nuestro Señor.

Para entenderlo, no podríamos recurrir a la representación de la teología clásica sobre el infierno como la de Dante en su Divina Comedia; tampoco, a las imágenes conmovedoras mostradas por la santísima Virgen María a los pastorcillos de Fátima, un infierno espantoso, un mar de fuego, nubes de humo, brasas trasparentes y negras “entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor”. No, nada de eso. La teología y el arte tradicional están derogados. Tendríamos entonces que apelar al surrealismo fantástico.

Por una parte, el infierno como un mero estado del alma pues, «El infierno no es un lugar físico entre las nubes. Tampoco es un lugar, sino la situación del alma apartada de Dios» (Juan Pablo II).  Por ello, la teología de ruptura asegura que el fuego descrito en los Evangelios es metafórico.

Por otra parte, tendríamos que ubicar metafóricamente en alguna parte los cuerpos de los condenados resucitados el día del Juicio Final. ¿En dónde?

-Quizá Miró, Dalí o Masson nos ofrezcan una creativa solución pictórica para plasmar sobre el mismo lienzo teológico imaginativo de Juan Pablo II estas dos realidades esquizofrénicas, separadas: por una parte, el alma sin Dios sufriendo en su infierno incorpóreo, etéreo y, por otra, el cuerpo resucitado de los condenados, repelidos del infierno de Juan Pablo II, en un jardín sensual lleno de placeres, mujeres y vino.

 Y así en este mundo esquizofrénico de la teología surrealista, de la hermenéutica de la continuidad, encontramos el verdadero milagro de este singular santo del Vaticano II, Juan Pablo II: el de conciliar sus extravagantes enseñanzas con las de Nuestro Señor Jesucristo, o el igualar el evangelio del hombre con el Evangelio de Dios.  


"Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y tíralo; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.” (San Mateo 5,29) 

RZ