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sábado, 27 de febrero de 2021

Hablaremos de los deberes mutuos de los esposos y de los propios del varón y de la mujer. (Manual de Teología Moral)

 


Los esposos

Hablaremos de los deberes mutuos de los esposos y de los propios del varón y de la mujer.

1. Deberes mutuos. Además de los deberes de justicia relativos a la administración de los bienes, de los que ya hemos hablado en su lugar correspondiente (n.622-623), y de los relativos al débito conyugal y a la mutua fidelidad, que examinaremos al hablar del sacramento del matrimonio (en el segundo volumen de la obra), existen tres deberes fundamentales que obligan a los cónyuges por derecho natural y divino: amor, ayuda y cohabitación.

a) Amor. Ha de ser muy sincero e intenso, porque, así como por el vinculo matrimonial se han hecho corporalmente una sola carne (Mt 19,5), deben constituir espiritualmente un solo corazón.

Por eso San Pablo exhorta repetidas veces en sus epístolas a este mutuo amor de los cónyuges entre sí. He aquí algunos textos hermosísimos:

«Vosotros los maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga, como Cristo a la Iglesia» (Ef 5,25-29).

«Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a sí mismo, y la mujer reverencie a su marido» (E f 5,33). «Las mujeres estén sometidas a los maridos, como conviene, en el Señor. Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis duros con ellas» (Col 3,18).

Este amor no ha de ser solamente afectivo o sentimental, sino también efectivo y práctico. En cuanto afectivo, no debe fundarse en la simple belleza corporal, que se marchita muy pronto; ni en los medios de fortuna, posición social, etc., que nada añaden a las cualidades personales, sino en las dotes permanentes del alma, principalmente en la virtud y en la nobleza del corazón. Y en cuanto efectivo, ha de traducirse en la mutua ayuda en las necesidades, en sobrellevar recíprocamente las cargas, en evitar el propio egoísmo, las palabras injuriosas, los altercados domésticos, la dureza en el trato y, sobre todo, los celos infundados, que son la ruina de la paz conyugal.

b) Ayuda. La mutua ayuda y consuelo de los cónyuges es uno de los fines del matrimonio, dispuesto y ordenado por el mismo Dios cuando dijo en el paraíso terrenal: No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él (Gén 2,18). Y aunque es falsísimo como ha declarado la Iglesia repetidas veces  — que el matrimonio sea el estado más perfecto a que el hombre puede aspirar, como si se tratara de un complemento fisiológico y psicológico exigido por su propia naturaleza humana y constitución orgánica, no cabe duda que, a menos de sublimar ambas cosas al servicio de una vocación más alta (sacerdotal, religiosa, virginidad en el mundo),que siempre será patrimonio de unos pocos, el hombre encuentra en el matrimonio el complemento natural que exige la sociedad familiar en orden a la generación de los hijos y mutuo auxilio de los cónyuges.

c) Cohabitación, o sea, convivencia en una misma casa, mesa y lecho o habitación, como requiere la educación de los hijos y la mutua ayuda de los cónyuges. Por eso el mismo Cristo confirmó en el Evangelio la fórmula de la Antigua Ley: Dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Mt 19,5; cf. Gén 2,24; E f 5,31). Lo mismo declara la legislación eclesiástica (en. 1151) y la civil (CH 66-70).

Aplicaciones. Pecan gravemente los cónyuges que, sin suficiente motivo, dejan solo al otro cónyuge por largo tiempo, y sobre todo si interrumpen definitivamente la vida común, a no ser con gravísima causa, reconocida generalmente por la autoridad eclesiástica. Lo mismo que si, por su conducta desordenada, malos tratos, etcétera, representan una carga insoportable para el otro cónyuge.

2. Deberes especiales del esposo. Como quiera que el esposo es por derecho natural y divino el cabera y jefe de la familia (Gén 3,16; 1 Cor 11,9; Col 3,18), le corresponde gobernar a la mujer, aunque siempre en calidad de compañera, no de esclava. Y así debe:

a) Proporcionarle el debido sus sustento, vestido y habitación según su estado o condición social, sufragándolo de los bienes comunes o incluso d e los propios del marido si la mujer carece de otros bienes.

b) Prestarle ayuda y protección para que pueda desempeñar cristianamente sus funciones de esposa, madre y dueña del hogar.

c) Corregir la caritativamente si delinque, con el fin de enmendarla y evitar el escándalo. Pero sin recurrir jamás a los golpes o malos tratos ni a los insultos soeces o frases duras, que a ningún resultado práctico conducen y perturban terriblemente la paz y tranquilidad del hogar.

Aplicaciones. Peca gravemente el marido que trata con dureza a su mujer, como si fuera una esclava, o la obliga a trabajos impropios de su condición y sexo, o la dirige insultos graves (v.gr., meretriz, adúltera, etc.), o le impide el cumplimiento de sus deberes religiosos (gravísimo pecado), o el ejercicio de la piedad para con sus familiares, o la caridad para con los pobres, etc.

3. Deberes especiales de la esposa. Debe, ante todo, obedecer y reverenciar a su marido, según el mandato del Apóstol (Co! 3,18), como jefe y cabeza de la familia. Ha de llevar el cuidado de la casa en la forma que corresponde a la mujer y administrar los gastos diarios con prudencia y sabiduría, sin excederse en lujos superfluos ni quedarse por debajo de lo que corresponda a su estado y condición social.

Ha de procurar contentar en todo a su marido (aunque sin atentar jamás a la ley de Dios) para que se encuentre a gusto en su hogar y no vaya a buscar en otra parte lo que le falta en su propia casa.

Accidentalmente estaría obligada la esposa a alimentar a su marido con sus bienes propios si por enfermedad u otro motivo razonable fuera incapaz de procurarse el sustento por sí mismo. Pero no debe la esposa tomar el mando y gobierno de la casa, a no ser en casos muy excepcionales, v.gr., para evitar la ruina de la familia por los vicios y despilfarras del marido.

Aplicaciones. Peca gravemente la mujer si con riñas o insultos excita a su marido a la ira o la blasfemia; si quiere gobernar la casa con desprecio de su marido; si le desobedece gravemente, a no ser que el marido se exceda en sus atribuciones o le pida alguna cosa inmoral; si es negligente en la administración y cuidado de la casa, de suerte que se sigan graves perturbaciones a la familia; si se entrega a diversiones y pasatiempos mundanos con grave descuido de sus obligaciones de esposa y madre; si exaspera a su marido con su afán de lujo o con sus gastos excesivos; si es frívola y mundana y le gusta llamar la atención a personas ajenas a la familia, con desdoro de su marido, ctc.



viernes, 26 de febrero de 2021

EL SANTO ABANDONO (4. CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE BENEPLÁCITO)

 


Al reservar el nombre de obediencia para indicar el

cumplimiento de la voluntad significada, y el de la conformidad

para indicar la sumisión al beneplácito divino, hemos creído

seguir el uso más generalizado; con todo, preciso es

reconocer que reina una gran divergencia sobre este punto.

San Alfonso en particular expresa frecuentemente las dos

cosas bajo el nombre de conformidad. Será, pues, necesario

atender al contexto para ver en qué sentido toman los autores

estos términos.


Como todas las demás virtudes, la conformidad con la

Providencia, o la sumisión al beneplácito de Dios, abarca

muchos grados de perfección, ora se mire la acción más o

menos generosa de la voluntad, ora se considere el motivo

más o menos elevado de esta adhesión.

1º Tomando por base de esta clasificación la generosidad

con que adaptamos nuestro querer al de Dios, el P. Rodríguez

reduce estos grados a tres:


«El primero es cuando las cosas de pena que suceden, el

hombre no las desea ni las ama, antes las huye, pero quiere

sufrirías antes que hacer cosa alguna de pecado por huirías.

Este es el grado más ínfimo y de precepto; de manera que

aunque un hombre sienta pena, dolor y tristeza con los males

que le suceden, y aunque gima cuando está enfermo y dé

gritos con la vehemencia de los dolores, y aunque llore por la

muerte de los parientes, puede con todo eso tener esta

conformidad con la voluntad de Dios.


»El segundo grado es cuando el hombre, aunque no desea los males que le suceden, ni los elige, pero después de

venidos los acepta de buena gana por ser aquélla la voluntad

y el beneplácito de Dios: de manera que añade este grado al

primero, tener alguna buena voluntad y algún amor a la pena

por Dios, y el quererla sufrir no solamente mientras está de

precepto obligado a sufrirla, sino también mientras el sufrirla

fuera más agradable a Dios. El primer grado lleva las cosas

con paciencia; este segundo añade el llevarlas con prontitud y

facilidad.


»El tercero es cuando el siervo de Dios, por el grande amor

que tiene al Señor, no solamente sufre y acepta de buena

gana las penas y trabajos que le envía, sino los desea y se

alegra mucho con ellos, por ser aquélla la voluntad de Dios».

Así es como los Apóstoles se regocijaban de haber sido

juzgados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús, y

San Pablo rebosaba de gozo en medio de sus tribulaciones.

¿Nos será permitido observar que el amor de donde

procede el segundo grado puede muy bien ser el amor de

esperanza, y que la diferencia entre este segundo grado y el

tercero tal vez estuviera declarada mejor de otro modo?

Esta clasificación es comúnmente admitida, de suerte que

aun variando los detalles, según los autores, el fondo es el

mismo. La encontramos ya en nuestro Padre San Bernardo, y

hasta nos parece que nadie ha estado tan acertado como él,

ni en precisar los grados ni en señalar los motivos. Recuerda

las tres vías clásicas de los principiantes, de los proficientes y

de los perfectos, asignándoles por móviles respectivos, el

temor, la esperanza y el amor; y luego añade: «El principiante,

impulsado por el temor, sufre la cruz de Cristo con paciencia;

el proficiente, impulsado por la esperanza, la lleva con gusto;

el que está consumado en la caridad la abraza ya con amor».

2º Atendiendo al motivo de nuestra conformidad con el

beneplácito de Dios, distinguiremos la que proviene de puro

amor, y la que procede de cualquier otra causa sobrenatural.

En opinión de San Bernardo, a los principiantes que no

poseen por lo general sino la simple resignación, esta

conformidad les viene del temor; los proficientes, en cambio,

llevan la cruz con gusto, y su conformidad es más elevada que

la anterior y tiene por causante la esperanza; los perfectos abrazan la cruz con ardor, y esta perfecta conformidad es el

fruto del amor divino.


Entiéndase fácilmente que el temor basta para producir la

simple resignación; mas para que la sumisión crezca en

generosidad, para que suba hasta el gozo menester es

suponer un desasimiento más completo, una fe más viva, una

confianza en Dios más firme. Con todo no es necesariamente

hija del puro amor, ya que a tales alturas puede muy bien

elevarnos el deseo de los bienes eternos. Un alma ansiosa del

cielo tendrá por gran dicha las pequeñas pruebas y aun las

grandes tribulaciones, según se hallare de penetrada por las

seductoras promesas del Apóstol. «No son de comparar los

sufrimientos de la vida presente con la futura gloria que se ha

de manifestar en nosotros. Nuestras tribulaciones tan breves y

ligeras nos producen el eterno peso de una sublime e

incomparable gloria».


Hay, en fin, la conformidad por puro amor, que es en sí la

más perfecta, porque nada hay tan elevado, delicado,

generoso y perseverante como el amor sobrenatural. Ahora

bien, puesto que la caridad es para todos un mandamiento, no

hay al parecer, un solo fiel que no pueda emitir, al menos de

cuando en cuando, actos de conformidad por amor, actos que

él producirá mejor y con más gusto, conforme fuere creciendo

en caridad. Y aun día vendrá cuando, viviendo principalmente

por puro amor, también por puro amor se conforme con las

disposiciones de la Providencia, por lo menos de una manera

habitual. Mas también, así como el alma adelantada puede

elevarse de continuo en el amor santo, así igualmente podrá

crecer sin cesar en la conformidad que nace del amor.


Esto supuesto, ¿qué lugar ocupa el Santo Abandono entre

los mencionados grados de espiritual conformidad?

Indudablemente, el más encumbrado, y eso ya se mire a la

generosidad de la sumisión, ya al móvil de la misma.

Si se atiende a la generosidad, el Santo Abandono sólo

parece hallarse satisfecho en el grado superior; no así el

primer grado, es decir, en resignación, que no sube tan alto, y

que basta para la simple vida cristiana, pero no para la vida

perfecta, eso fuera de que no implica el total desasimiento y la

total entrega de la voluntad que es inherente al abandono; y lo mismo se diga de lo que hemos llamado segundo grado, que

con ser más generoso que el anterior aún carece del completo

desapego, sin el cual no podría el alma mostrarse indiferente a

todo y poner enteramente su voluntad en manos de la

Providencia.


Si se considera el motivo determinante, el abandono es

una conformidad por amor, con particulares matices que le

dan un carácter acentuado de confianza filial y de total

donación. En una palabra, y como se verá mejor más

adelante, es la cumbre del amor y de la conformidad.

No sólo no quisiéramos restar méritos a la simple

resignación, como tampoco a la conformidad que no nace del

puro amor; al contrario, nos felicitaríamos de hacer resaltar su

valor e importancia. Pero nuestro designio es tratar

explícitamente tan sólo del Santo Abandono, y así

comenzaremos a describirle de manera clara y minuciosa

según la doctrina de San Francisco de Sales; esperando, sin

embargo, que las almas menos adelantadas en la conformidad

podrán seguir con provecho el desarrollo de nuestro trabajo, y,

habida la conveniente proporción, aplicarse muchas cosas.



SERMON R.P. RAFAEL OSB: Jueves de la primera semana de Cuaresma

 


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miércoles, 17 de febrero de 2021

"ECLESIOVACANTISMO" ESTRAVAGANTE NEOLOGISMO DE MONS. WILLIAMSON Y SU FALSA RESISTENCIA





NdB: Mediante citas de mons. Lefebvre se puede constatar que no hay confusión, la iglesia oficial es la iglesia conciliar, esa iglesia no es la Iglesia Católica.  La verdadera línea de la resistencia a la Neo FSSPX consiste en seguir las enseñanzas de mons. Lefebvre y no innovaciones ni ambiguedades. ("eclesiovacantismo")

Monseñor Lefebvre dijo: "Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada jerarquía, puede obligarnos a abandonar o disminuir nuestra Fe católica, claramente expresada y profesada por el Magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos." En la verdadera FSSPX nunca se ha negado la autoridad del sumo pontífice, no se le obedece porque sostiene y promueve la herejía modernista. El católico tiene el deber de resistir las enseñanzas de falsas doctrinas aún enseñadas por el soberano Pontífice. "Pero aunque nosotros mismos (dice San Pablo) o un ángel del Cielo os anunciase otro Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas 1, 8)."

Continúa  Mons Lefebvre: "La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la Reforma." El rechazo catégorico, significa no aceptar NADA de la reforma. No significa aceptar algo "bueno" en lo malo y por eso «bueno» ponerse en riesgo de beber el veneno completo.




IGLESIA CATOLICA E IGLESIA CONCILIAR 
R.P PIVERT

Todo el problema de la crisis de la Tradición yace en el desconocimiento del modernismo y en el temor de cisma, el temor de afirmar la existencia de una iglesia conciliar o de una secta conciliar en la Iglesia. En cuanto al conocimiento del modernismo, no podemos tratarlo aquí, es suficiente proporcionarles esta cita de San Pío X en su EncíclicaPascendisobre el modernismo: “Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas”. Por lo demás, estamos obligados a dirigir a nuestros lectores a los numerosos estudios sobre el tema.
En cuanto a la iglesia conciliar, creemos necesario recordar la clara enseñanza de Monseñor Lefebvre. Comenzaremos dando la célebre declaración del 21 de noviembre de 1974, después de la cual daremos los textos que la completan y la precisan.
Declaración del 21 de noviembre de 1974.
Nos adherimos de todo corazón, con toda el alma a la Roma católica, guardiana de la Fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa Fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.
En cambio, nos negamos (como nos hemos negado siempre) a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante, que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II, y después del Concilio, en todas la reformas que de él surgieron.
En efecto, todas esas reformas han contribuido y siguen contribuyendo a la destrucción de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, a la aniquilación del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza surgida del liberalismo y del protestantismo condenados repetidas veces por el Magisterio de la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada jerarquía, puede obligarnos a abandonar o disminuir nuestra Fe católica, claramente expresada y profesada por el Magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.
"Pero aunque nosotros mismos (dice San Pablo) o un ángel del Cielo os anunciase otro Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas 1, 8).
¿No es eso lo que hoy en día nos repite el Santo Padre? Y si manifestase cierta contradicción en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces optamos por lo que siempre se ha enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.
No se puede modificar profundamente la "lex orandi" sin modificar la "lex credendi". A Misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, iglesia carismática, pentecostalista, cosas todas contrarias a la ortodoxia y al Magisterio de siempre.
Esta reforma, por haber surgido del liberalismo, del modernismo, está completamente emponzoñada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, aún cuando todos sus actos no sean formalmente heréticos. Resulta, pues, imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta reforma y someterse a ella, de cualquier manera que sea.
La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la Reforma.
Por eso, sin rebeliones, sin amarguras, sin resentimientos, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal a la luz del Magisterio de siempre, persuadidos de que podemos rendir mejor servicio a la Santa Iglesia Católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones futuras.
Por eso nos atenemos firmemente a todo lo que fue creído y practicado, en la Fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre y a todo lo que codificado en los libros publicados antes de la influencia modernista del Concilio, a la espera de que la luz verdadera de la Tradición disipe las tinieblas que obscurecen el cielo de la Roma Eterna.
Al obrar así, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de que permanecemos fieles a la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los "fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto". AMEN.
Fin del texto integral de la Declaración del 21 de Noviembre de 1974.


La iglesia conciliar no es católica.
Son ellos que hacen otra iglesia. Ellos siguen siendo lo que son, ellos siguen siendo modernistas, siguen apegados al concilio. Como el concilio es Pentecostés… El cardenal nos lo ha recordado no sé cuántas veces: ¡No hay más que una Iglesia!... No es necesario hacer una Iglesia paralela! Entonces esta iglesia, evidentemente, es la iglesia del concilio. Entonces si se les habla de la Tradición: ¡Pero si el concilio es la tradición ahora. Usted debe sumarse a la tradición de la Iglesia de hoy, no a la que pasó. Ella pasó, ella pasó! ¡Súmese a la iglesia de hoy!
Entonces son ellos que hacen una iglesia paralela, no nosotros.
(Conferencia en Ecône, 9 de junio de 1988).
Por lo tanto la situación es extremadamente grave, pues parece que la realización del ideal masónico se ha cumplido por la misma Roma, por el Papa y los cardenales. Los masones siempre han deseado esto y ellos lo consiguen ya no por ellos sino por los mismos hombres de Iglesia. (Ecône, retiro sacerdotal, septiembre de 1986)
La iglesia conciliar es cismática.
Todos aquellos que cooperan a la aplicación de esta alteración, los que aceptan y se adhieren a esta nueva iglesia conciliar como la designó Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirigió en nombre del Santo Padre, el 25 de junio pasado, entran en cisma. (Declaración al Figaro del 4 de agosto de 1976 e Itinéraires)
Roma está en la apostasía
Es necesario resistir, absolutamente aguantar, resistir hacia y contra todo. Y entonces, ahora, llego a lo que sin duda les interesa más; pero yo digo: Roma ha perdido la fe, queridos amigos. Roma está en la apostasía.  ¡No estoy hablando palabras vacías! ¡Esa es la verdad! ¡Roma está en la apostasía! Ya no podemos tener confianza en esa gente. ¡Ellos abandonaron la Iglesia! ¡Ellos abandonaron la Iglesia! Es cierto, cierto. No podemos entendernos. Es eso, les aseguro, es la sítesis. No podemos seguir a esa gente. Verdaderamente  nos enfrentamos a gente que ya no tiene el espíritu católico, que ya no tienen el espíritu católico. Es la abominación, verdaderamente la abominación.
Podemos decir que estas personas que ocupan Roma actualmente son anticristos. No debemos preocuparnos de las reacciones de esas gentes, nosotros no estamos ante gente honesta. (Conferencia a los sacerdotes, Ecône, 4 de septiembre de 1987).
Esta selección de textos nos ilumina con una claridad resplandeciente acerca de la Revolución doctrinal inaugurada oficialmente en la Iglesia durante el Concilio y continuada hasta nuestros días de tal forma que no podemos dejar de pensar en el “Trono de la Iniquidad” pronosticado por León XIII o a la pérdida de la Fe por Roma profetizado por Nuestra Señora de la Salette.
La adhesión y difusión por parte de las autoridades Romanas de los errores masónicos, condenados tantas veces por sus predecesores, es un gran misterio de iniquidad que arruina, desde sus fundamentos la Fe Católica.
Esta dura y penosa realidad nos obliga, en conciencia, a organizar nosotros mismos la defensa y protección de nuestra Fe Católica. El hecho de ocupar la sede de la autoridad, no es ya, por desgracia, una garantía de la ortodoxia de la fe de aquellos que las ocupan. El mismo Papa difunde, desde entonces, sin descanso, los principios de una falsa religión, que da como resultado una apostasía general.
El restaurador de la Cristiandad es el sacerdote que ofrece el verdadero sacrificio, que administra los verdaderos sacramentos, que enseña el verdadero catecismo en su misión de pastor vigilante por la salvación de las almas.
Es alrededor de estos verdaderos sacerdotes fieles donde los cristianos deben agruparse y organizar toda la vida cristiana.
Todo espíritu de animadversión hacia los sacerdotes que merecen total confianza disminuye la solidez y firmeza de la resistencia contra los destructores de la Fe.
San Juan finaliza su Apocalipsis con este llamamiento: “Veni Domine Jesu”. Ven Señor Jesús, mostraos por fin, sobre las nubes del Cielo, manifestad vuestra Omnipotencia, ¡que vuestro Reino sea universal y eterno! (Presentación del primer número de la Documentación sobre la Revolución en la Iglesia 4 de marzo de 1991, último texto de Monseñor Lefebvre).


La verdadera Iglesia son los fieles de la Tradición
Entonces, nosotros que tenemos la dicha de comprender estas cosas, que tenemos la dicha de creer en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en su realeza, debemos proclamarlo en nuestras familias, en todas partes donde estemos. Debemos reunirnos en todas partes donde haya grupos de cristianos que todavía creen en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en su realeza, y que tienen el amor en su corazón, el amor que la Santísima Virgen tiene por su Hijo Jesús. Pues bien, aquellos que tienen este amor, son ellos que son la Iglesia. Son ellos. No son los que destruyen el reino de Nuestro Señor. ¡Esto hay que decirlo abiertamente!
Somos nosotros quienes somos la Iglesia católica. Son ellos los que se separan de la Iglesia católica. No somos nosotros los que hacemos cisma. Nosotros queremos el reinado de Nuestro Señor. Nosotros queremos que se le proclame. ¡Estamos dispuestos a seguirlos! Que nuestros pastores digan en todas partes: Nosotros no queremos más que a un Dios, Nuestro Señor Jesucristo. Solo tenemos un Rey: Nuestro Señor Jesucristo. ¡Entonces les seguiremos! (Homilía en Ecône, 28 de agosto de 1976).
No somos nosotros, sino los modernistas quienes salen de la Iglesia.  En cuanto a decir “salir de la Iglesia VISIBLE”, es equivocarse asimilando Iglesia oficial a la Iglesia visible.
Nosotros pertenecemos bien a la Iglesia visible, a la sociedad de fieles bajo la autoridad del Papa, ya que no rechazamos la autoridad del Papa, sino lo que él hace. Reconocemos bien al Papa, a su autoridad, pero cuando se sirve de ella para hacer lo contrario de aquello para lo cual se le ha dado, está claro que no se puede seguirlo.
¿Salir, por lo tanto, de la Iglesia oficial? En cierta medida, ¡sí!, evidentemente. (…)
Si nos alejamos de esta gente, es absolutamente de la misma manera que con las personas que tienen el SIDA. No se tiene deseo de atraparlo. Ahora bien, tienen el SIDA espiritual, enfermedades contagiosas. Si se quiere guardar la salud, es necesario no ir con ellos. (Retiro Sacerdotal Ecône, 9 de septiembre de 1988)
Yo creo que nosotros estamos en la Iglesia, y que nosotros somos los que estamos en la Iglesia y que nosotros somos los verdaderos hijos de la Iglesia, y que los otros no lo son. Ellos no lo son parque el liberalismo no es hijo de la Iglesia, el liberalismo está contra la iglesia, el liberalismo es la destrucción de la Iglesia, en este sentido ellos no pueden decirse hijos de la Iglesia. Nosotros podemos decirnos hijos de la Iglesia porque continuamos la doctrina de la Iglesia, nosotros mantenemos toda la verdad de la Iglesia, integralmente, tal como la Iglesia la enseñó siempre (Conferencia en Ecône, 21 de diciembre de 1984).
¿De qué Iglesia hablamos?
Lo que es importante es permanecer en la Iglesia… en la Iglesia, es decir, en la fe católica de siempre y en el verdadero sacerdocio, y en la verdadera misa, y en los verdaderos sacramentos, en el catecismo de siempre con la Biblia de siempre. Esto es lo que nos interesa. Es esto lo que es la Iglesia. Ser reconocidos públicamente es secundario. (Conferencia en Ecône, 21 de diciembre de 1984).
Entonces no temamos estar de alguna forma al margen de la iglesia oficial. Nosotros somos miembros de la Iglesia católica y romana. Incluso si aquellos que ocupan las sedes episcopales actualmente nos crean como fuera de la Iglesia. ¡Absolutamente no! Nosotros somos las piedras vivas de la Iglesia católica. Son ellos que se alejan de la Iglesia católica y que ya no predican la verdadera doctrina de la Iglesia. (Sermón de Pascua, 19 de abril de 1987).
Dónde está la Iglesia visible
Pienso que ustedes, que están ahora en el Ministerio y que quisieron conservar la Tradición, tienen la voluntad de ser sacerdotes como siempre, como lo fueron los santos sacerdotes de antes, todos los santos párrocos y los santos sacerdotes que nosotros mismos pudimos conocer en las parroquias. Ustedes continúan y representan de verdad la Iglesia, la Iglesia Católica. Creo que es necesario convencerse de esto: ustedes representan de verdad la Iglesia Católica.
No que no haya Iglesia fuera de nosotros; no se trata de eso. Pero este último tiempo, se nos ha dicho que era necesario que la Tradición entrase en la Iglesia visible. Pienso que se comete allí un error muy, muy grave.
¿Dónde es la Iglesia visible? La Iglesia visible se reconoce por las señales que siempre ha dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica.
Les pregunto: ¿dónde están las verdaderas notas de la Iglesia? ¿Están más en la Iglesia oficial (no se trata de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia oficial) o en nosotros, en lo que representamos, lo que somos?
Queda claro que somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la Iglesia oficial.
Un obispo cree en esto, el otro no; la fe es distinta, sus catecismos abominables contienen herejías. ¿Dónde está la unidad de la fe en Roma?  ¿Dónde está la unidad de la fe en el mundo? Está en nosotros, quienes la conservamos.
La unidad de la fe realizada en el mundo entero es la catolicidad. Ahora bien, esta unidad de la fe en todo el mundo no existe ya, no hay pues más de catolicidad prácticamente.
Habrá pronto tantas Iglesias Católicas como obispos y diócesis. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar, de predicar, de hacer su catecismo. No hay más catolicidad.
¿La apostolicidad? Rompieron con el pasado. Si hicieron algo bien, es eso. No quieren saber más del pasado antes del Concilio Vaticano II. Vean el Motu Proprio del Papa que nos condena, dice bien: “la Tradición viva, esto es Vaticano II”. No es necesario referirse a antes del Vaticano II, eso no significa nada. La Iglesia lleva la Tradición con ella de siglo en siglo. Lo que pasó, pasó, desapareció. Toda la Tradición se encuentra en la Iglesia de hoy. ¿Cuál es esta Tradición? ¿A que está vinculada? ¿Cómo está vinculada con el pasado?
Es lo que les permite decir lo contrario de lo que se dijo antes, pretendiendo, al mismo tiempo, guardar por sí solos la Tradición. Es lo que nos pide el Papa: someternos a la Tradición viva. Tendríamos un mal concepto de la Tradición, porque para ellos es viva y, en consecuencia, evolutiva. Pero, es el error modernista: el santo Papa Pío X, en la encíclica “Pascendi”, condena estos términos de “tradición viva”, de “Iglesia viva”, de “fe viva”, etc., en el sentido que los modernistas lo entienden, es decir, de la evolución que depende de las circunstancias históricas. La verdad de la Revelación, la explicación de la Revelación, dependerían de las circunstancias históricas.
La apostolicidad: nosotros estamos unidos a los Apóstoles por la autoridad. Mi sacerdocio me viene de los Apóstoles; vuestro sacerdocio les viene de los Apóstoles. Somos los hijos de los que nos dieron el episcopado. Mi episcopado desciende del santo Papa Pío V y por él nos remontamos a los Apóstoles. En cuanto a la apostolicidad de la fe, creemos la misma fe que los Apóstoles. No cambiamos nada y no queremos cambiar nada.
Y luego, la santidad. No vamos a hacernos cumplidos o alabanzas. Si no queremos considerarnos a nosotros mismos, consideremos a los otros y consideremos los frutos de nuestro apostolado, los frutos de las vocaciones, de nuestras religiosas, de los religiosos y también en las familias cristianas. De buenas y santas familias cristianas que germinan gracias a vuestro apostolado. Es un hecho, nadie lo niega. Incluso nuestros visitantes progresistas de Roma constataron bien la buena calidad de nuestro trabajo. Cuando Mgr Perl decía a las hermanas de Saint Pré y a las hermanas de Fanjeaux que es sobre bases como esas que será necesario reconstruir la Iglesia, no es, a pesar de todo, un pequeño cumplido.
Todo eso pone de manifiesto que somos nosotros quienes tenemos las notas de la Iglesia visible. Si hay aún una visibilidad de la Iglesia hoy, es gracias a ustedes. Estas señales no se encuentran ya en los otros. No hay ya en ellos la unidad de la fe; ahora bien es la fe la que es la base de toda visibilidad de la Iglesia.
La catolicidad, es la fe una en el espacio. La apostolicidad, es la fe una en el tiempo. La santidad, es el fruto de la fe, que se concreta en las almas por la gracia del Buen Dios, por la gracia de los Sacramentos. Es totalmente falso considerarnos como si no formáramos parte de la Iglesia visible. Es increíble.
Es la Iglesia oficial la que nos rechaza; pero no somos nosotros quienes rechazamos la Iglesia, bien lejos de eso. Al contrario, siempre estamos unidos a la Iglesia Romana e incluso al Papa por supuesto, al sucesor de Pedro.
Pienso que es necesario que tengamos esta convicción para no caer en los errores que están extendiéndose ahora. (Retiro Sacerdotal en Ecône, 9 de septiembre de 1988).
Estas son cosas que son fáciles de decir. Meterse al interior de la Iglesia ¿qué quiere decir? Y por principio, ¿de qué Iglesia hablamos? Si es de la Iglesia conciliar, haría falta que nosotros, que hemos luchado contra ella durante veinte años porque queremos a la Iglesia católica, entremos es esta iglesia conciliar supuestamente para volverla católica. Es una ilusión total. No son los inferiores que hacen los superiores, sino los superiores que hacen a los inferiores”.
Fideliter. ¿No teme que a la larga y cuando Dios le haya llamado a Sí, poco a poco la separación se acentúe y que se tenga la impre­sión de una Iglesia paralela a lo que algunos llaman la “Iglesia vi­sible”?
Monseñor. Esta historia de la Iglesia visible de Dom Gérard y M. Madiran es infantil. Es increíble que se pueda hablar de Iglesia visible para designar a la Iglesia conciliar por oposición a la Iglesia católica que intentamos representar y continuar. Yo no digo que somos la Iglesia católica. No lo he dicho nunca. Nadie puede reprocharme de haber querido nunca considerarme un papa. Pero representamos verdaderamente a la Iglesia católica tal como era en todo tiempo puesto que continuamos lo que ella siempre ha hecho. Somos nosotros quienes poseen las notas de la Iglesia visible: la unidad, catolicidad, apostolicidad, santidad. Es esto lo que constituye la Iglesia visible. (Monseñor Lefebvre, Fideliter n°70, julio-agosto de 1989).
Nosotros no tenemos la misma religión


Entrevista con el cardenal Seper, tal y como la contó a los seminaristas:
-¡Escuchen! Nosotros no tenemos ya la misma religión, vean, no tenemos la misma religión, eso no es posible. Porque si hay algo que hemos buscado toda la vida, es el reino social de Nuestro Señor Jesucristo. Ciertamente que la perfección es imposible, incluso nosotros no somos perfectos. Entonces, si la perfección es imposible, nosotros no hay que buscarla, entonces es el fin de todo, es el fin de la Iglesia. ¿De qué sirve la Iglesia? No, es imposible, yo no puedo someterme a estas cosas, es absolutamente imposible.
-Entonces él dijo: Pero usted sabe, es grave, usted no puede permanecer en una situación así, usted comprende, la Santa Sede está muy inquieta.
-¡Oh, eso me da igual! Yo no cambiaré, no cambiaré de posición, yo no puedo cambiar, mi fe me lo prohíbe. Entonces me fui. (Conferencia en Ecône el 20 de agosto de 1976).
Entonces nosotros no somos de esa religión. No aceptamos esta nueva religión.
Nosotros somos de la religión de siempre, somos de la religión católica, no somos de esta religión universal como la llaman hoy en día. Ya no es la religión católica. Nosotros no somos de esa religión liberal, modernista, que tiene su culto, sus sacerdotes, su fe, sus catecismos, su biblia, su biblia ecuménica. Nosotros no la aceptamos. No aceptamos la biblia ecuménica. No hay una biblia ecuménica. Existe la Biblia de Dios, la Biblia del Espíritu Santo, que fue escrita bajo la in­fluencia del Espíritu Santo. Es la palabra de Dios. No tenemos derecho a mezclarla con la palabra de los hombres. No hay bi­blia ecuménica que pueda existir. Hay sólo una palabra, la palabra del Santo Espíritu. No aceptamos los catecismos que ya no afirman nuestro Credo. Y así con lo demás. No podemos aceptar esas cosas. Es contrario a nuestra fe.  Lo lamentamos infinitamente. (Sermón en Ecône, 29 de junio de 1976)
Nosotros debemos separarnos
La voluntad del Vaticano II de querer integrar en la Iglesia a los no-católicos sin exigirles conversión, es una voluntad adúltera y escandalosa. El Secretariado para la Unidad de los cristianos, por medio de concesiones mutuas –diálogo- conduce a la destrucción de la fe católica, a la destrucción del sacerdocio católico, a la eliminación del poder de Pedro y de los obispos; se elimina el espíritu misionero de los apóstoles, de los mártires, de los santos. Mientras este Secretariado conserve el falso ecumenismo como orientación, y mientras las autoridades romanas y eclesiásticas lo continúen aprobando, se puede decir que siguen en ruptura abierta y oficial con todo el pasado de la Iglesia y con su Magisterio oficial. Por eso todo sacerdote que quiere permanecer católico tiene el estricto deber de separarse de esta iglesia conciliar, mientras ella no recupere la tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica.
La Fraternidad San Pio X y el papa.
“Que se nos comprenda bien, nosotros no estamos contra el papa en tanto él representa todos los valores de la sede apostólica que son inmutables de la sede de Pedro, sino contra el papa que es un modernista que no cree en su infabilidad, que hace el ecumenismo. Evidentemente nosotros estamos contra la iglesia conciliar que es prácticamente cismática, incluso si ellos no lo aceptan. En la práctica, es una iglesia virtualmente excomulgada, porque es una iglesia modernista (Monseñor Lefebvre, Fideliter n° 70, pág. 8).

domingo, 14 de febrero de 2021

PECADOS CONTRA EL HONOR DEL PROJIMO (LA CONTUMELIA)

 



Como hemos indicado más arriba, los principales son tres: la contumelia, la burla y la maldición. Vamos a examinarlos brevemente.

A) La contumelia

Expondremos su noción, malicia y obligación de repararla. Al final diremos dos palabras sobre el perdón de las injurias.

 1. Noción . Se entiende por contumelia la injusta lesión del honor causada al prójimo en su misma presencia. Ésta presencia puede ser física o moral (v.gr., su imagen o representante).

Se distingue de la detracción, murmuración o calumnia en que éstas atentan contra la fama del prójimo ausente, mientras que la contumelia lesiona el honor del prójimo presente.

La contumelia — llamada también insulto o injuria al prójimo — puede ser verbal o real, según se haga con palabras o con signos equivalentes (v.gr., por gestos despectivos, una bofetada, rompiendo su estatua o fotografía, etc.). Suele provenir de la ira (11-11,72,4).

 2. Malicia. Vamos a precisarla en la siguiente

Conclusión: La contumelia es, de suyo, pecado mortal contra la justicia; pero a veces puede no pasar de pecado venial.

1. Consta claramente la injusticia grave: a) Por la Sagrada Escritura . He aquí algunos textos inequívocos:

«Todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere ‘raca’ será reo ante el sanedrín, y el que le dijere ‘loco’ será reo de la gehenna de fuego» (Mt 5,22).

San Pablo incluye a «los ultrajadores» entre los pecadores a quienes Dios entregó a su «reprobo sentir», y dice de ellos que son «dignos de muerte» (Rom 1,28-32).

b) Por la razón teológica. Todo hombre tiene derecho estricto a su propio honor, que es un bien más excelente que las mismas riquezas. Luego, así como el que roba el dinero ajeno comete una injusticia, con mayor motivo incurre en ella el que viola el honor del prójimo.

La contumelia con frecuencia lleva anejas otras malicias, además de la injusticia. Y así, quebranta la piedad si injuria a los padres; la religión, si es contra Dios o sus ministros, etc. A veces produce escándalo, disensiones, etc., contra la caridad fraterna.

2. Sin embargo, la contumelia puede ser simplemente pecado venial:

a) Por imperfección del acto, o sea por falta de la suficiente advertencia o consentimiento.

b) Por parvedad de materia (v.gr., una ligera burla o palabra malsonante).

c) Por falta de intención de injuriar gravemente (v.gr., cuando se dice en broma o no muy en serio: «eres un asno»).

d) Por la condición del que habla o escucha (v.gr., entre verduleras o gentes de baja educación no suelen considerarse injurias graves los insultos o frases soeces que se intercambian con frecuencia). Tampoco suelen ser graves las injurias de los padres a los hijos, de los maestros a sus discípulos, etc., que tienen por objeto su corrección o enmienda.

819. 3. Obligación de repararla. Como injusticia que es, la contumelia induce obligación de reparar el honor ultrajado, de manera semejante a lo que ya hemos dicho al hablar de la detracción.

Nótese que, cuando la injuria fue pública (v.gr., en presencia de testigos, por la prensa, etc.), debe repararse en la misma forma, ya que de otro modo no quedaría restablecida la igualdad que reclama la justicia entre la ofensa y su reparación.

La simple petición de perdón constituye suficiente reparación de cualquier dase de injuria o contumelia.


viernes, 12 de febrero de 2021

¿COMO SE COMPUSO EL CREDO? (Sor María de Jesús de Agreda)

 


“SI QUEREMOS SER SALVOS,  TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE CREER LAS VERDADES DEL CREDO”

 

  “La prudentísima Madre de la Sabiduría juzgó que convenía reducir a una breve suma todos los misterios divinos que los Apóstoles habían de predicar y los fieles creer y sirviesen como de columnas inmutables para levantar sobre ellas el edificio espiritual de esta nueva Iglesia del Evangelio. Presentó sus deseos al mismo Señor que se los daba y por más de cuarenta días perseveró en esta oración con ayunos, postraciones y otros ejercicios. María Santísima fue medianera entre ellos y su Hijo Santísimo para que la Iglesia recibiese esta nueva ley escrita en los corazones reducida a los artículos de la Fe, que  no se mudarán ni faltarán en ella porque son verdades divinas e indefectibles.

   … para responder  a estas peticiones de la Madre, descendió de los cielos personalmente su Hijo Santísimo Cristo nuestro Salvador y manifestándosele con inmensa gloria le habló y dijo:

   Madre mía y paloma  mía, descansad en vuestras ansias afectuosas y saciad con mi presencia y vista la viva sed que tenéis de mi gloria y aumento de mi Iglesia. Yo soy el que puedo y quiero dárselos, y vos Madre mía, la que podéis obligarme y nada negaré  a vuestras peticiones y deseos.

   … despidióse Cristo nuestro bien de su beatísima Madre y se volvió a la diestra de su Eterno Padre. Y luego inspiró en el corazón de su Vicario San Pedro y los demás que ordenasen todos el Símbolo de la fe universal de la Iglesia. Ayunaron diez días continuos y perseveraron en la oración. Se juntaron los doce Apóstoles en presencia de la gran Madre y Maestra de todos,  y San Pedro dijo:

   Para que todos prediquemos una misma doctrina y los fieles la crean, porque la Santa Fe ha de ser una como es uno el bautismo, conviene que ahora todos juntos y congregados en el Señor determinemos las verdades y misterios que a todos los creyentes se les han de proponer expresamente, para que todos sin diferencia los crean en todas las naciones del mundo.

   Promesa es infalible de nuestro Salvador que donde se congregaran dos o tres en su nombre estará en medio de ellos, y en esta palabra esperamos con firmeza que nos asistirá ahora su divino Espíritu para que en su nombre entendamos y declaremos con decreto invariable los artículos que ha de recibir la Iglesia Santa, para fundarse en ellos hasta el fin del mundo, pues ha de permanecer hasta entonces.

   Luego el mismo Santo celebró una Santa Misa y comulgó a María Santísima y a los otros Apóstoles, y acabada se postraron en tierra, orando e invocando al divino Espíritu, y lo mismo hizo María Santísima. Y habiendo orado algún espacio de tiempo se oyó un tronido como cuando el Espíritu Santo vino la primera vez sobre todos los fieles que estaban congregados y al punto fue lleno de luz y resplandor admirable el cenáculo donde estaban y todos fueron ilustrados y llenos del Espíritu Santo. Y luego María Santísima les pidió que cada uno pronunciase y declarase un misterio, o lo que el Espíritu divino le administraba. Comenzó San Pedro y prosiguieron todos en esta forma:


San Pedro: Creo en Dios Padre, Todopoderoso Creador del cielo y de la tierra.

San Andrés: Y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor.

Santiago el Mayor: Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de María Virgen.

San Juan: Padeció debajo del poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado.

Santo Tomás: Bajó a los infiernos, resucitó al tercero día de entre los muertos.

Santiago el Menor: Subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso.

San Felipe: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

San Bartolomé: Creo en el Espíritu Santo.

San Mateo: La santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos.

San Simón: El perdón de los pecados.

San (Judas) Tadeo: la resurrección de la carne.

San Matías: La vida perdurable. Amén.

Este Símbolo, que vulgarmente llamamos el Credo, ordenaron los Apóstoles después del martirio de San Esteban y antes que se cumpliera el año de la muerte de nuestro  Salvador. Y después la Santa Iglesia, para convencer la herejía de Arrio  (que niega la Divinidad de Jesús) y otros herejes en los concilios que contra ellos hizo, explicó más los misterios que contiene el Símbolo de los Apóstoles y compuso el Símbolo o Credo que se canta en la Santa Misa. Pero en sustancia, entrambos son una misma cosa y contiene los doce artículos que nos propone la doctrina cristiana para catequizarnos en la fe, con la cual tenemos la obligación de creerlos para ser salvos.

   Y al punto que los Apóstoles acabaron de pronunciar todos este Símbolo, el Espíritu Santo lo aprobó con una voz que se oyó en medio de todos y dijo: Bien habéis determinado. Y luego la gran Reina y Señora de los cielos dio gracias al Muy Alto con todos los Apóstoles…”    

Del Libro Mística Ciudad de Dios

Por la Venerable Sor María de Jesús de Agreda


miércoles, 10 de febrero de 2021

HUMANUM GENUS SOBRE LA MASONERÍA Y OTRAS SECTAS Carta Encíclica del Papa León XIII

 


NdB: Los infiltrados, de las sectas masónicas u otras, en el clero de la Iglesia Católica son el principal mal desde hace mas de 200 años, al igual que hace 130 años en tiempo del papa León XIII, hoy siguen actuando, con gran descaro y liberalidad. Nada mas fuerte que la condena de los papas a los que pertenecen a estas sectas y persiguen a Nuestro Señor Jesucristo y a su Sacrosanta religión.

HUMANUM GENUS»

SOBRE LA MASONERÍA Y OTRAS SECTAS

Carta Encíclica
del Papa León XIII
promulgada el 20 de abril de1884

 


Amonestaciones de los Romanos Pontífices 
Confirmación de los hechos 
Organización "secreta" 
Naturalismo "doctrina" 
Contra la Sede Apostólica 
Negación de los principios fundamentales 
Consecuencias políticas 
Errores y peligros 
Remedios doctrinales 
Organizaciones prácticas 
Educación de la juventud

 


El humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad.
El uno es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo, a la cual quien quisiere estar adherido de corazón y según conviene para la salvación, necesita servir a Dios y a su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad; el otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, rehusan obedecer a la ley divina y eterna, y obran sin cesar o como si Dios no existiera o positivamente contra Dios. Agudamente conoció y describió Agustín estos dos reinos a modo de dos ciudades contrarias en sus leyes y deseos, compendiando con sutil brevedad la causa eficiente de una y otra en estas palabras: Dos amores edificaron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial[1].
 
LA MASONERÍA
2. En el decurso de los siglos, las dos ciudades han luchado, la una contra la otra, con armas tan distintas como los métodos, aunque no siempre con igual ímpetu y ardor. En nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia, bajo la guía y auxilio de la sociedad que llaman de los Masones, por doquier dilatada y firmemente constituida. Sin disimular ya sus intentos, con la mayor audacia se revuelven contra la majestad de Dios, maquinan abiertamente y en público la ruina de la Santa Iglesia, y esto con el propósito de despojar, si pudiesen, enteramente a los pueblos cristianos de los beneficios conquistados por Jesucristo, nuestro Salvador.

Llorando Nos estos males, y movido Nuestro ánimo por la caridad, Nos sentimos impelidos a clamar con frecuencia ante el Señor: He aquí que tus enemigos vocearon; y levantaron la cabeza los que te odian. Contra tu pueblo determinaron malos consejos, discurrieron contra tus santos. Venid, dijeron, y hagámoslos desaparecer de entre las gentes[2].

3. En tan inminente riesgo, en medio de tan atroz y porfiada guerra contra el nombre cristiano, es Nuestro deber indicar el peligro, señalar los adversarios, resistir cuanto podamos a sus malas artes y consejos, para que no perezcan eternamente aquellos cuya salvación Nos está confiada, y no sólo permanezca firme y entero el reino de Jesucristo que Nos hemos obligado a defender, sino que se dilate con nuevos aumentos por todo el orbe.

Amonestaciones de los Romanos Pontífices

4. Los Romanos Pontífices Nuestros antecesores, velando solícitos por la salvación del pueblo cristiano, conocieron muy pronto quién era y qué quería este capital enemigo, apenas asomaba entre las tinieblas de su oculta conjuración; y como tocando a batalla les amonestaron con previsión a príncipes y pueblos que no se dejaran coger en las malas artes y asechanzas preparadas para engañarlos.

Dióse el primer aviso del peligro el año 1738 por el papa Clemente XII[3] cuya Constitución confirmó y renovó Benedicto XIV[4]. Pío VII[5] siguió las huellas de ambos, y León XII, incluyendo en la Constitución apostólica Quo graviora[6] lo decretado en esta materia por los anteriores, lo ratificó y confirmó para siempre. Pío VIII[7], Gregorio XVI[8] y Pío IX[9], por cierto repetidas veces, hablaron en el mismo sentido.

5. Y, en efecto, puesta en claro la naturaleza e intento de la secta masónica por indicios manifiestos, por procesos instruidos, por la publicación de sus leyes, ritos y revistas, allegándose a ello muchas veces las declaraciones mismas de los cómplices, esta Sede Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la secta masónica, constituida contra todo derecho y conveniencia, era no menos perniciosa al Estado que a la religión cristiana, y amenazando con las más graves penas que la Iglesia puede emplear contra los delincuentes, prohibió terminantemente a todos inscribirse en esta sociedad.

Llenos de ira con esto sus secuaces, juzgando evadir o debilitar a lo menos, parte con el desprecio, parte con las calumnias, la fuerza de aquellas censuras, culparon a los Sumos Pontífices que las decretaron de haberlo hecho injustamente o de haberse excedido en el modo. Así procuraron eludir el peso y autoridad de las Constituciones apostólicas de Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII y Pío IX; aunque no faltaron en aquella misma sociedad quienes confesasen, aun a pesar suyo, que lo hecho por los Romanos Pontífices, conforme a la doctrina y disciplina de la Iglesia, era según derecho. En lo cual varios príncipes y jefes de Gobierno se hallaron muy de acuerdo con los Papas, cuidando, ya de acusar a la sociedad masónica ante la Silla Apostólica, ya de condenarla por sí mismos, promulgando leyes a este propósito, como en Holanda, Austria, Suiza, España, Baviera, Saboya y en algunas otras partes de Italia.

Confirmación de los hechos

6. Pero lo que sobre todo importa es ver comprobada por los sucesos la previsión de Nuestros Antecesores. En efecto, no siempre ni en todas partes lograron el deseado éxito sus cuidados próvidos y paternales; y esto, o por el fingimiento y astucia de los afiliados a esta iniquidad, o por la inconsiderada ligereza de aquellos, a quienes más interesaba haber vigilado con diligencia en este negocio. Así que en espacio de siglo y medio la secta de los Masones ha logrado unos aumentos mucho mayores de cuanto podía esperarse, e infiltrándose con tanta audacia como dolo en todas las clases sociales ha llegado a tener tanto poder que parece haberse hecho casi dueña de los Estados. De tan rápido y terrible progreso se ha seguido en la Iglesia, en la potestad de los príncipes y en la salud pública la ruina prevista muy de atrás por Nuestros Antecesores; y se ha llegado a punto de temer grandemente para lo venidero, no ciertamente por la Iglesia, cuyo fundamento es bastante firme para que pueda ser socavado por esfuerzo humano, sino por aquellas mismas naciones en que logran influencia grande la secta de que hablamos u otras semejantes que se le agregan como auxiliares y satélites.

7. Por estas causas, apenas subimos al gobierno de la Iglesia, vimos y experimentamos cuánto convenía resistir en lo posible a mal tan grave, interponiendo para ello Nuestra autoridad.

En efecto, aprovechando repetidas veces la ocasión que se presentaba, hemos expuesto algunos de los más importantes puntos de doctrina en que parecía haber influido en gran manera la perversidad de los errores masónicos. Así, en Nuestra carta encíclica Quod apostoli muneris emprendimos demostrar con razones convincentes las enormidades de los socialistas y comunistas; después, en otra, Arcanum, cuidamos de defender y explicar la verdadera y genuina noción de la sociedad doméstica, que tiene su fuente y origen en el matrimonio; además, en la que comienza Diuturnum, propusimos la forma de la potestad política moderada según los principios de sabiduría cristiana, tan maravillosamente acorde con la naturaleza misma de las cosas y la salud de los pueblos y príncipes. Ahora, a ejemplo de Nuestros Predecesores, hemos resuelto ocuparnos expresamente de la misma sociedad masónica, de toda su doctrina, así como de sus planes y manera de pensar y de obrar, a fin de que así llegue a conocerse, con la mayor claridad posible, su maliciosa naturaleza, y pueda evitarse el contagio de peste tan funesta.

Organización "secreta"

8. Hay varias sectas que, si bien diferentes en nombre, ritos, forma y origen, unidas entre sí por cierta comunión de propósitos y afinidad entre sus opiniones capitales, concuerdan de hecho con la secta masónica, especie de centro de donde todas salen y adonde vuelven. Estas, aunque aparenten no querer en manera alguna ocultarse en las tinieblas, y tengan sus juntas a vista de todos, y publiquen sus periódicos, con todo, bien miradas, son un género de sociedades secretas, cuyos usos conservan. Pues muchas cosas hay en ellas a manera de arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con muy exquisita diligencia, no sólo a los extraños, sino a muchos de sus mismos adeptos, como son los planes íntimos y verdaderos, así como los jefes supremos de cada logia, las reuniones más reducidas y secretas, sus deliberaciones, por qué vía y con qué medios se han de llevar a cabo. A esto se dirige la múltiple diversidad de derechos, obligaciones y cargos que hay entre los socios, la distinción establecida de órdenes y grados y la severidad de la disciplina por que se rigen. Tienen que prometer los iniciados, y aun de ordinarios se obligan a jurar solemnemente, no descubrir nunca ni de modo alguno sus compañeros, sus signos, sus doctrinas. Con estas mentidas apariencias y arte constante de fingimiento, procuran los Masones con todo empeño, como en otro tiempo los maniqueos, ocultarse y no tener otros testigos que los suyos. Celebran reuniones muy ocultas, simulando sociedades eruditas de literatos y sabios, hablan continuamente de su entusiasmo por la civilización, y de su amor hacia los más humildes: dicen que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil. Aunque fueran verdaderos tales propósitos, no todo está en ellos. Además, deben los afiliados dar palabra y seguridad de ciega y absoluta obediencia a sus jefes y maestros, estar preparados a obedecerles a la menor señal e indicación; y de no hacerlo así, a no rehusar los más duros castigos ni la misma muerte. Y, en efecto, cuando se ha juzgado que algunos han traicionado al secreto o han desobedecido las órdenes, no es raro darles muerte con tal audacia y destreza, que el asesino burla muy a menudo las pesquisas de la policía y el castigo de la justicia.

Ahora bien: esto de fingir y querer esconderse, de sujetar a los hombres como a esclavos con fortísimo lazo y sin causa bastante conocida, de valerse para toda maldad de hombres sujetos al capricho de otro, de armar a los asesinos procurándoles la impunidad de sus crímenes, es una monstruosidad que la misma naturaleza rechaza; y, por lo tanto, la razón y la misma verdad evidentemente demuestran que la sociedad de que hablamos pugna con la justicia y la probidad naturales.

9. Singularmente, cuando hay otros argumentos, por cierto clarísimos, que ponen de manifiesto esta falta de probidad natural. Porque, por grande astucia que tengan los hombres para ocultarse, por grande que sea su costumbre de mentir, es imposible que no aparezca de algún modo en los efectos la naturaleza de la causa. No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo dar buenos frutos[10]. Y los frutos de la secta masónica son, además de dañosos, muy amargos. Porque de los certísimos indicios antes mencionados resulta claro el último y principal de sus intentos, a saber: destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo.

10. Cuanto hemos dicho y diremos, debe entenderse de la secta masónica en sí misma y en cuanto abraza otras con ella unidas y confederadas, pero no de cada uno de sus secuaces. Puede haberlos, en efecto, y no pocos, que, si bien no dejan de tener culpa por haberse comprometido con semejantes sociedades, con todo no participan por sí mismos en sus crímenes e ignoran sus últimas intenciones. Del mismo modo, aun entre las otras asociaciones unidas con la masonería, algunas tal vez no aprobarán ciertas conclusiones extremas que sería lógico abrazar como dimanadas de principios comunes, si no causara horror su misma torpe fealdad. Algunas también, por circunstancias de tiempo y lugar, no se atreven a hacer tanto como ellas mismas quisieran y suelen hacer las otras; pero no por eso se han de tener por ajenas a la confederación masónica, pues ésta no tanto ha de juzgarse por sus hechos y las cosas que lleva a cabo, cuanto por el conjunto de los principios que profesa.

Naturalismo "doctrina"

11. Ahora bien: es principio capital de los que siguen el naturalismo, como lo declara su mismo nombre, que la naturaleza y razón humana ha de ser en todo maestra y soberana absoluta; y, sentado esto, descuidan los deberes para con Dios o tienen de ellos conceptos vagos y erróneos. Niegan, en efecto, toda divina revelación; no admiten dogma religioso ni verdad alguna que la razón humana no pueda comprender, ni maestro a quien precisamente deba creerse por la autoridad de su oficio. Y como, en verdad, es oficio propio de la Iglesia católica, y que a ella sola pertenece, el guardar enteramente y defender en su incorrupta pureza el depósito de las doctrinas reveladas por Dios, la autoridad del magisterio y los demás medios sobrenaturales para la salvación, de aquí el haberse vuelto contra ella toda la saña y el ahínco todo de estos enemigos.

12. Véase ahora el proceder de la secta masónica en lo tocante a la religión, singularmente donde tiene mayor libertad para obrar, y júzguese si es o no verdad que todo su empeño está en llevar a cabo las teorías de los naturalistas. Mucho tiempo ha que trabaja tenazmente para anular en la sociedad toda influencia del magisterio y autoridad de la Iglesia; por esto proclaman y defienden doquier el principio de que "Iglesia y Estado deben estar por completo separados" y así excluyen de las leyes y administración del Estado el muy saludable influjo de la religión católica, de donde se sigue que los Estados se han de constituir haciendo caso omiso de las enseñanzas y preceptos de la Iglesia.

Ni les basta con prescindir de tan buena guía como la Iglesia, sino que la agravan con persecuciones y ofensas. Se llega, en efecto, a combatir impunemente de palabra, por escrito y en la enseñanza, los mismos fundamentos de la religión católica; se pisotean los derechos de la Iglesia; no se respetan las prerrogativas con que Dios la dotó; se reduce casi a nada su libertad de acción, y esto con leyes en apariencia no muy violentas, pero en realidad expresamente hechas y acomodadas para atarle las manos. Vemos, además, al Clero oprimido con leyes excepcionales y graves, para que cada día vaya disminuyendo en número y le falten las cosas más necesarias; los restos de los bienes de la Iglesia, sujetos a todo género de trabas y gravámenes y enteramente puestos al arbitrio y juicio del Estado; las Ordenes religiosas, suprimidas y dispersas.

Contra la Sede Apostólica

13. Pero donde, sobre todo, se extrema la rabia de los enemigos es contra la Sede Apostólica y el Romano Pontífice. Quitósele primero con fingidos pretextos el reino temporal, baluarte de su independencia y de sus derechos; en seguida se le redujo a situación inicua, a la par que intolerable, por las dificultades que de todas partes se le oponen; hasta que, por fin, se ha llegado a punto de que los fautores de las sectas proclamen abiertamente lo que en oculto maquinaron largo tiempo, a saber, que se ha de suprimir la sagrada potestad del Pontífice y destruir por entero el Pontificado, instituido por derecho divino. Aunque faltaran otros testimonios, consta suficientemente lo dicho por el de los sectarios, muchos de los cuales, tanto en otras diversas ocasiones como últimamente, han declarado que el propósito de los Masones es perseguir cuanto puedan a los católicos con una enemistad implacable, y no descansar hasta lograr que sea destruido todo cuanto los Sumos Pontífices han establecido en materia de religión o por causa de ella.

Y si no se obliga a los adeptos a abjurar expresamente la fe católica, tan lejos está esto de oponerse a los intentos masónicos, que antes bien sirve a ellos. Primero, porque éste es el camino de engañar fácilmente a los sencillos e incautos y de atraer a muchos más; y después, porque, abriendo los brazos a cualesquiera y de cualquier religión, consiguen persuadir de hecho el grande error de estos tiempos, a saber, el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos; conducta muy a propósito para arruinar toda religión, singularmente la católica, a la que, por ser la única verdadera, no sin suma injuria se la iguala con las demás.

Negación de los principios fundamentales

14. Pero más lejos van los naturalistas, porque, lanzados audazmente por las sendas del error en las cosas de mayor momento, caen despeñados en lo profundo, sea por la flaqueza humana, sea por un justo juicio de Dios, que castiga su soberbia. Así es que en ellos pierden su certeza y fijeza aun las verdades que se conocen por luz natural de la razón, como son la existencia de Dios, la espiritualidad e inmortalidad del alma humana.

Y la secta de los Masones da en estos mismos escollos del error con no menos precipitado curso. Porque, si bien confiesan, en general, que Dios existe, ellos mismos testifican no estar impresa esta verdad en la mente de cada uno con firme asentimiento y estable juicio. Ni disimulan tampoco ser entre ellos esta cuestión de Dios causa y fuente abundantísima de discordia; y aun es notorio que últimamente hubo entre ellos, por esta misma cuestión, no leve contienda. De hecho la secta concede a los suyos libertad absoluta de defender que Dios existe o que no existe; y con la misma facilidad se recibe a los que resueltamente defienden la negativa, como a los que opinan que existe Dios, pero sienten de El perversamente, como suelen los panteístas; lo cual no es otra cosa que acabar con la verdadera noción de la naturaleza divina, conservando de ella no se sabe qué absurdas apariencias. Destruido o debilitado este principal fundamento, síguese que han de quedar vacilantes otras verdades conocidas por la luz natural: por ejemplo, que todo existe por la libre voluntad de Dios creador; que su providencia rige el mundo; que las almas no mueren; que a esta vida ha de suceder otra sempiterna.

15. Destruidos estos principios, que son como la base del orden natural, importantísimo para la conducta racional y práctica de la vida, fácilmente aparece cuáles han de ser las costumbres públicas y privadas. Nada decimos de las virtudes sobrenaturales, que nadie puede alcanzar ni ejercitar sin especial gracia y don de Dios, de las cuales por fuerza no ha de quedar vestigio en los que desprecian por desconocidas la redención del género humano, la gracia divina, los sacramentos, la felicidad que se ha de alcanzar en el cielo.

Hablamos de las obligaciones que se deducen de la probidad natural. Un Dios creador del mundo y su próvido gobernador; una ley eterna que manda conservar el orden natural y veda el perturbarlo; un fin último del hombre y mucho más excelso que todas las cosas humanas y más allá de esta morada terrestre; éstos son los principios y fuente de toda honestidad y justicia; y, suprimidos éstos, como suelen hacerlo naturalistas y masones, falta inmediatamente todo fundamento y defensa a la ciencia de lo justo y de lo injusto. Y, en efecto, la única educación que a los Masones agrada, y con la que, según ellos, se ha de educar a la juventud, es la que llama laica, independiente, libre; es decir, que excluya toda idea religiosa. Pero cuán escasa sea ésta, cuán falta de firmeza y a merced del soplo de las pasiones, bien lo manifiestan los dolorosos frutos que ya se ven en parte; en dondequiera que esta educación ha comenzado a reinar más libremente, una vez suprimida la educación cristiana, prontamente se han visto desaparecer las buenas y sanas costumbres, tomar cuerpo las opiniones más monstruosas y subir de todo punto la audacia en los crímenes. Públicamente se lamenta y deplora todo esto, y aun lo reconocen, aunque no querrían, no pocos que se ven forzados a ello por la evidencia de la verdad.

16. Además, como la naturaleza humana quedó inficionada con la mancha del primer pecado, y por lo tanto más propensa al vicio que a la virtud, requiérese absolutamente para obrar bien sujetar los movimientos obcecados del ánimo y hacer que los apetitos obedezcan a la razón. Y para que en este combate conserve siempre su señorío la razón vencedora, se necesita muy a menudo despreciar todas las cosas humanas y pasar grandísimas molestias y trabajos. Pero los naturalistas y masones, que ninguna fe dan a las verdades reveladas por Dios, niegan que pecara nuestro primer padre, y estiman, por tanto, al libre albedrío en nada amenguado en sus fuerzas ni inclinado al mal[11]. Antes, por lo contrario, exagerando las fuerzas y excelencia de la naturaleza, y poniendo en ésta únicamente el principio y norma de la justicia, ni aun pensar pueden que para calmar sus ímpetus y regir sus apetitos se necesite una asidua pelea y constancia suma. De aquí vemos ofrecerse públicamente tantos estímulos a los apetitos del hombre: periódicos y revistas, sin moderación ni vergüenza alguna; obras dramáticas, licenciosas en alto grado; asuntos ara las artes, sacados con proterva de los principios de ese que llaman realismo; ingeniosos inventos para una vida muelle y muy regalada; rebuscados, en suma, toda suerte de halagos sensuales, a los cuales cierre los ojos la virtud adormecida. En lo cual obran perversamente, pero son en ello muy consecuentes consigo mismos, quienes quitan toda esperanza de los bienes celestiales, y ponen vilmente en cosas perecederas toda la felicidad, como si la fijaran en la tierra. Lo referido puede confirmar una cosa más extraña de decirse que de creerse. Porque, como apenas hay tan rendidos servidores de esos hombres sagaces y astutos como los que tienen el ánimo enervado y quebrantado por la tiranía de las pasiones, hubo en la secta masónica quien dijo públicamente y propuso que ha de procurarse con persuasión y maña que la multitud se sacie con la innumerable licencia de los vicios, en la seguridad que así la tendrán sujeta a su arbitrio para poder atreverse a todo en lo futuro.

17. Por lo que toca a la vida doméstica, he aquí casi toda la doctrina de los naturalistas. El matrimonio es un mero contrato: puede justamente rescindirse a voluntad de los contratantes; la autoridad civil tiene poder sobre el vínculo matrimonial. En el educar los hijos nada hay que enseñarles como cierto y determinado en punto de religión; al llegar a la adolescencia, corre a cuenta de cada cual escoger lo que guste. Esto mismo piensan los Masones; no solamente lo piensan, sino que se empeñan, hace ya mucho, en reducirlo a costumbre y práctica. En muchos Estados, aun en los llamados católicos, está establecido que fuera del matrimonio civil no hay unión legítima; en otros, la ley permite el divorcio; en otros se trabaja para que cuanto antes sea permitido. Así, apresuradamente se corre a cambiar la naturaleza del matrimonio en unión inestable y pasajera, que la pasión haga o deshaga a su antojo.

También tiene puesta la mira, con suma conspiración de voluntades, la secta de los Masones en arrebatar para sí la educación de los jóvenes. Ven cuán fácilmente pueden amoldar a su capricho esta edad tierna y flexible y torcerla hacia donde quieran, y nada más oportuno para lograr que se forme así para la sociedad una generación de ciudadanos tal cual ellos se la forjan. Por tanto, en punto de educación y enseñanza de los niños, nada dejan al magisterio y vigilancia de los ministros de la Iglesia, habiendo llegado ya a conseguir que en varios lugares toda la educación de los jóvenes esté en manos de laicos, de suerte que, al formar sus corazones, nada se les diga de los grandes y santísimos deberes que ligan al hombre con Dios.

Consecuencias políticas

18. Vienen en seguida los principios de la ciencia política. En este género dogmatizan los naturalistas que los hombres todos tienen iguales derechos y son de igual condición en todo; que todos son libres por naturaleza; que ninguno tiene derecho para mandar a otro, y el pretender que los hombres obedezcan a cualquier autoridad que no venga de ellos mismos es propiamente hacerles violencia. Todo está, pues, en manos del pueblo libre; la autoridad existe por mandato o concesión del pueblo; tanto que, mudada la voluntad popular, es lícito destronar a los príncipes aun por la fuerza. La fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está o en la multitud o en el Gobierno de la nación, organizado, por supuesto, según los nuevos principios. Conviene, además, que el Estado sea ateo; no hay razón para anteponer una a otra entre las varias religiones, pues todas deben ser igualmente consideradas.

19. Y que todo esto agrade a los Masones del mismo modo, y quieran ellos constituir las naciones según este modelo, es cosa tan conocida que no necesita demostrarse. Con todas sus fuerzas e intereses lo están maquinando así hace mucho tiempo, y con esto dejan expedito el camino a no pocos más audaces que se inclinan a peores opiniones, pues proyectan la igualdad y comunidad de toda la riqueza, borrando así del Estado toda diferencia de clases y fortunas.

Errores y peligros

20. De lo que sumariamente hemos referido aparece bastante claro que sea y por dónde va la secta de los Masones. Sus principales dogmas discrepan tanto y tan claramente de la razón, que nada puede ser más perverso. Querer acabar con la religión y la Iglesia, fundada y conservada perennemente por el mismo Dios, y resucitar después de dieciocho siglos las costumbres y doctrinas gentílicas, es necedad insigne y muy audaz impiedad. Ni es menos horrible o más llevadero el rechazar los beneficios que con tanta bondad alcanzó Jesucristo, no sólo a cada hombre en particular, sino también en cuanto viven unidos en la familia o en la sociedad civil, beneficios señaladísimos hasta según el juicio y testimonio de los mismos enemigos. En tan feroz e insensato propósito parece reconocerse el mismo implacable odio o sed de venganza en que arde Satanás contra Jesucristo.

Así como el otro vehemente empeño de los Masones, el de destruir los principales fundamentos de lo justo y lo honesto, y animar así a los que, a imitación del animal, quisiera fuera lícito cuanto agrada, no es otra cosa que empujar el género humano ignominiosa y vergonzosamente a su extrema ruina.

21. Aumentan el mal los peligros que amenazan a la sociedad doméstica y civil. Porque, como otras veces lo hemos expuesto, hay en el matrimonio, según el común y casi universal sentir de todos los pueblos y siglos, algo de sagrado y religioso: veda, además, la ley divina que pueda disolverse. Pero si esto se permitiera, si el matrimonio se hace profano, necesariamente ha de seguirse en la familia la discordia y la confusión, cayendo de su dignidad la mujer y quedando incierta la prole tanto sobre sus bienes como sobre su propia vida.

22. Pues el no cuidar oficialmente para nada de la religión, y en la administración y ordenación de la cosa pública no tener cuenta ninguna de Dios, como si no existiese, es atrevimiento inaudito aun entre los mismos gentiles, en cuyo corazón y en cuyo entendimiento tan grabada estuvo no sólo la creencia en los dioses, sino la necesidad de un culto público, que reputaban más fácil encontrar una ciudad sin suelo que sin Dios.

De hecho la sociedad humana a que nos sentimos naturalmente inclinados fue constituida por Dios, autor de la naturaleza; y de El emana, como de principio y fuente, la naturaleza y perenne abundancia de los bienes innumerables en que la sociedad abunda. Así, pues, como la misma naturaleza enseña a cada uno en particular a dar piadosa y santamente culto a Dios por tener de El la vida y los bienes que la acompañan, así, y por idéntica causa, incumbe este mismo deber a pueblos y Estados. Y los que quisieran a la sociedad civil libre de todo deber religioso, claro está que obran no sólo injusta, sino ignorante y absurdamente.

Si, pues, los hombres por voluntad de Dios nacen ordenados a la sociedad civil, y a ésta es tan indispensable el vínculo de la autoridad que, quitando éste, por necesidad se disuelve aquélla, síguese que el mismo que creó la sociedad creó la autoridad. De aquí se ve que quien está revestido de ella, sea quien fuere, es ministro de Dios, y, por tanto, según lo piden el fin y la naturaleza de la sociedad humana, es tan puesto en razón el obedecer a la potestad legítima cuando manda lo justo, como obedecer a la autoridad de Dios, que todo lo gobierna; y nada tan falso como el pretender que corresponda por completo a la masa del pueblo el negar la obediencia cuando le agrade. Todos los hombres son, ciertamente, iguales: nadie duda de ello, si se consideran bien la comunidad igual de origen y naturaleza, el fin último cuya consecuencia se ha señalado a cada uno, y finalmente los derechos y deberes que de ellos nacen necesariamente.

23. Mas como no pueden ser iguales las capacidades de los hombres, y distan mucho uno de otro por razón de las fuerzas corporales o del espíritu, y son tantas las diferencias de costumbres, voluntades y temperamentos, nada más repugnante a la razón que el pretender abarcarlo y confundirlo todo y llevar a las leyes de la vida civil tan rigurosa igualdad. Así como la perfecta constitución del cuerpo humano resulta de la juntura y composición de miembros diversos, que, diferentes en forma y funciones, atados y puestos en sus propios lugares, constituyen un organismo hermoso a la vista, vigoroso y apto para bien funcionar, así en la humana sociedad son casi infinitas las diferencias de los individuos que la forman; y si todos fueran iguales y cada uno se rigiera a su arbitrio, nada habría más deforme que semejante sociedad; mientras que si todos, en distinto grado de dignidad, oficios y aptitudes, armoniosamente conspiran al bien común, retratarán la imagen de una ciudad bien constituida y según pide la naturaleza.

24. Además, de los turbulentos errores, que ya llevamos enumerados, han de temerse los mayores peligros para los Estados. Porque, quitado el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, menospreciada la autoridad de los príncipes, consentida y legitimada la manía de las revoluciones, sueltas con la mayor licencia las pasiones populares, sin otro freno que el castigo, ha de seguirse necesariamente el trastorno y la ruina de todas las cosas. Y aun precisamente esta ruina y trastorno, es lo que a conciencia maquinan y expresamente proclaman unidas las masas de comunistas y socialistas, a cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los Masones, pues favorece en gran manera sus planes y conviene con ellas en los principales dogmas. Y si de hecho no llegan inmediatamente y en todas partes a las últimas consecuencias, no se atribuya a sus doctrinas ni a su voluntad, sino a la eficacia de la religión divina, que no puede extinguirse, y a la parte más sana de los hombres, que, rechazando la servidumbre de las sociedades secretas, resisten con valor a sus locos conatos.

25. ¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos y conocieran la semilla y principio de los males que nos oprimen y los peligros que nos amenazan! Tenemos que habérnoslas con un enemigo astuto y doloso que, halagando los oídos de pueblos y príncipes, ha cautivado a unos y otros con blandura de palabras y adulaciones.

Al insinuarse entre los príncipes fingiendo amistad, pusieron la mira los Masones en lograrlos como socios y colaboradores poderosos para oprimir a la religión católica; y para estimularles más con insistente calumnia acusaron a la Iglesia de que, envidiosa, disputaba a los príncipes su potestad y prerrogativas reales. Lograda por tales artes la audacia y la seguridad, comenzaron a intervenir con gran influencia en el régimen de las naciones, estando dispuestos -por lo demás- a sacudir los fundamentos de los imperios y a perseguir, calumniar y destronar a los príncipes, siempre que ellos no se mostrasen inclinados a gobernar a gusto de la secta.

No de otro modo engañaron, adulándolos, a los pueblos. Voceando libertad y prosperidad pública, haciendo ver que por culpa de la Iglesia y de los monarcas, no había salido ya la multitud de su inicua servidumbre y de su miseria, engañaron al pueblo, y, despertada en él la sed de novedades, le incitaron a combatir contra ambas potestades. Pero ventajas tan esperadas están más en el deseo que en la realidad, y antes bien, más oprimida la plebe, se ve forzada a carecer en gran parte de las mismas cosas en que esperaba el consuelo de su miseria, las cuales hubiera podido hallar con facilidad y abundancia en la sociedad cristianamente constituida. Y éste es el castigo de su soberbia, que suelen encontrar cuantos se vuelven contra el orden de la Providencia divina: que tropiezan con una suerte desoladora y mísera allí mismo donde, temerarios, la esperaban próspera y abundante según sus deseos.

26. La Iglesia, en cambio, como que manda obedecer primero y sobre todo a Dios, Soberano Señor de todas las cosas, no podría, sin injuria y falsedad, ser tenida por enemiga de la potestad civil, usurpadora de algún derecho de los príncipes; antes bien, quiere se de al poder civil, por dictamen y obligación de conciencia, cuanto de derecho se le debe; y el hacer dimanar de Dios mismo, conforme hace la Iglesia, el derecho de mandar, da gran incremento a la dignidad del poder civil y no leve apoyo para captarse el respeto y benevolencia de los ciudadanos. Amiga de la paz, la misma Iglesia fomenta la concordia, abraza a todos con maternal cariño y, ocupada únicamente en ayudar a los hombres, enseña que conviene unir la justicia con la clemencia, el mando con la equidad, las leyes con la moderación; que no ha de violarse el derecho de nadie; que se ha de servir al orden y tranquilidad pública y aliviar cuanto se pueda pública y privadamente la necesidad de los menesterosos. Pero por esto piensan, para servirnos de las palabras mismas de San Agustín[12], o quieren que se piense no ser la doctrina de Cristo provechosa para la sociedad, porque no quieren que el Estado se asiente sobre la solidez de las virtudes, sino sobre la impunidad de los vicios. Conocido bien todo esto, sería insigne prueba de sensatez política y empresa conforme a lo que exige la salud pública que príncipes y pueblos se unieran, no con los Masones para destruir la Iglesia, sino con la Iglesia para quebrantar los ímpetus de los Masones.

Remedios doctrinales

27. Sea como quiera, ante un mal tan grave y ya tan extendido, lo que a Nos toca, Venerables Hermanos, es aplicarnos con toda el alma a la busca de remedios.

Y porque sabemos que la mejor y más firme esperanza de remedio está puesta en la virtud de la religión divina, tanto más odiada por los Masones cuanto más temida, juzgamos ser lo principal el servirnos contra el común enemigo de esta virtud tan saludable. Así que todo lo que decretaron los Romanos Pontífices, Nuestros Antecesores, para impedir las tentativas y los esfuerzos de la secta masónica, y todo cuanto sancionaron para alejar a los hombres de semejantes sociedades o sacarlos de ellas, todas y cada una de estas cosas las damos por ratificadas y las confirmamos con Nuestra autoridad apostólica. Y confiadísimos en la buena voluntad de los cristianos, rogamos y suplicamos a cada uno en particular por su eterna salvación que estimen deber sagrado de conciencia el no apartarse un punto de lo que en esto tiene ordenado la Silla Apostólica.

28. Y a vosotros, Venerables Hermanos, os pedimos y rogamos con la mayor instancia que, uniendo vuestros esfuerzos a los Nuestros, procuréis con todo ahínco extirpar esta asquerosa peste que va serpeando por todas las venas de la sociedad. A vosotros toca defender la gloria de Dios y la salvación de los prójimos: ante tales fines en el combate, no ha de faltaros ni el valor ni la fuerza.

29. Vuestra prudencia os dictará el modo mejor de vencer los obstáculos y las dificultades que se alzarán; pero como es propio de la autoridad de nuestro ministerio el indicaros Nos mismo algún plan razonable, pensad que en primer lugar se ha de procurar arrancar a los Masones su máscara, para que sean conocidos tales cuales son, que los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados con este fin, las malas artes de semejantes sociedades para halagar y atraer, la perversidad de sus opiniones y lo criminal de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo prohibieron Nuestros Antecesores. Que a ninguno engañe aquella honestidad fingida; puede, en efecto, parecer a algunos que nada piden los Masones abiertamente contrario a la religión y buenas costumbres; pero como toda la razón de ser y causa de la secta estriba en el vicio y en la maldad, claro es que no es lícito unirse a ellos ni ayudarles en modo alguno.

30. Además, conviene con frecuentes sermones y exhortaciones inducir a las muchedumbres a que se instruyan con todo esmero en lo tocante a la religión, y para esto recomendamos mucho que en escritos y sermones oportunos se explanen los principales y santísimos dogmas que encierran toda la filosofía cristiana. Con lo cual se llega a sanar los entendimientos por medio de la instrucción y a fortalecerlos así contra las múltiples formas del error como contra los varios modos con que se presentan atractivos los vicios en esa tan grande libertad de publicaciones y curiosidad tan grande de saber.

Grande obra, sin duda; pero en ella será vuestro primer auxiliar y colaborador de vuestros trabajos el Clero, si con vuestro esfuerzo lográis que salga bien pertrechado en virtudes y en ciencia. Mas empresa tan sana e importante reclama también en su auxilio el celo activo de los seglares, que juntan en uno el amor de la religión y de la Patria con la probidad y el saber. Aunadas las fuerzas de una y otra clase, trabajad, Venerables Hermanos, para que todos los hombres conozcan bien y amen a la Iglesia; porque cuanto mayor fuere este conocimiento y este amor, tanto mayor será así la repugnancia con que se mire a las sociedades secretas como el empeño en rehuirlas.

Organizaciones prácticas

31. Y aprovechando esta oportunidad, renovamos ahora justamente Nuestro deseo, ya repetido, de que se propague y se fomente con toda diligencia la Orden Tercera de San Francisco, cuyas reglas con lenidad prudente hemos suavizado hace muy poco tiempo. El único fin que le dio su autor es el de traer los hombres a la imitación de Jesucristo, al amor de su Iglesia, al ejercicio de toda virtud cristiana; mucho ha de valer, por tanto, para extinguir el contagio de estas perversísimas sociedades. Y así, que cada día aumente más esta santa Congregación; pues, además de otros muchos frutos, puede esperarse de ella el insigne de que vuelvan los corazones a la libertad, fraternidad e igualdad, no como absurdamente las conciben los masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el humano linaje y las siguió San Francisco: esto es, la libertad de los hijos de Dios, por la cual nos veamos libres de la servidumbre de Satanás y de las pasiones, nuestros perversísimos tiranos; la fraternidad que dimana de ser Dios nuestros Creador y Padre común de todos; la igualdad que, teniendo por fundamento la caridad y la justicia, no borra toda diferencia entre los hombres, sino que con la variedad de condiciones, deberes e inclinaciones forma aquel admirable y armonioso concierto que aun la misma naturaleza pide para el bien y la dignidad de la vida civil.

32. Viene, en tercer lugar, una institución sabiamente establecida por nuestros mayores e interrumpida por el transcurso del tiempo, que puede valer ahora como ejemplar y forma para lograr instituciones semejantes.

Hablamos de los gremios y cofradías de trabajadores con que éstos, al amparo de la religión, defendían juntamente sus intereses y, a la par, las buenas costumbres.

Y si con el uso y experiencia de largo tiempo vieron nuestros mayores la utilidad de estas asociaciones, tal vez la experimentaremos mejor nosotros por ser especialmente aptas para invalidar el poder de las sectas. Los que conllevan la pobreza con el trabajo de sus manos, fuera de ser dignísimos, en primer término, de caridad y consuelo, están más expuestos a las seducciones de los malvados, que todo lo invaden con fraudes y engaños. Débeseles, por ello, ayudar con la mayor benignidad posible y atraer a sociedades honestas, no sea que los arrastren a las infames. En consecuencia, para salud del pueblo, tenemos vehementes deseos de ver restablecidas en todas partes, según piden los tiempos, estas corporaciones bajo los auspicios y patrocinio de los Obispos. Y no es pequeño Nuestro gozo al verlas ya establecidas en diversos lugares en que también se han fundado sociedades protectoras, siendo propósito de unas y otras ayudar a la clase honrada de los proletarios, socorrer y custodiar sus hijos y sus familias, fomentando en ellas, con la integridad de las buenas costumbres, el amor a la piedad y el conocimiento de la religión.

33. Y en este punto no dejaremos de mencionar la Sociedad llamada de San Vicente de Paúl, tan benemérita de las clases pobres y tan insigne públicamente en su ejemplaridad. Bien conocidas son su actuación y sus aspiraciones; se emplea en adelantarse espontáneamente al auxilio de los menesterosos y de los que sufren, y esto con admirable sagacidad y modestia; pues, cuanto menos quiere mostrarse, tanto es mejor para ejercer la caridad cristiana y más oportuna para consuelo de las miserias.

Educación de la juventud

34. En cuarto lugar, y para obtener más fácilmente lo que intentamos, con el mayor encarecimiento encomendamos a vuestro celo y a vuestros desvelos la juventud, esperanza de la sociedad.

Poned en su educación vuestro principal cuidado, y nunca, por más que hiciereis, creáis haber hecho bastante en el preservar a la adolescencia de aquellas escuelas y aquellos maestros, en los que pueda temerse el aliento pestilente de las sectas. Exhortad a los padres, a los directores espirituales, a los párrocos para que insistan, al enseñar la doctrina cristiana, en avisar oportunamente a sus hijos y alumnos sobre la perversidad de estas sociedades, y a que aprendan desde luego a precaverse de las fraudulentas y varias artes que sus propagadores suelen emplear para enredar a los hombres. Y aun no harían mal, los que preparan a los niños para recibir bien la primera Comunión, en persuadirles que se propongan y se comprometan a no ligarse nunca con sociedad alguna sin decirlo antes a sus padres o sin consultarlo con su confesor o con su párroco.

35. Bien conocemos que todos nuestros comunes trabajos no bastarán a arrancar estas perniciosas semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la viña no favorece benigno nuestros esfuerzos.

Necesario es, por lo tanto, implorar con vehemente anhelo e instancia su poderoso auxilio, como y cuanto lo piden la extrema necesidad de las circunstancias y la grandeza del peligro. Levántase insolente y orgullosa por sus triunfos la secta de los Masones, ni parece poner ya límites a su pertinacia. Préstanse mutuo auxilio sus sectarios, todos unidos en nefando contubernio y por comunes ocultos designios, y unos a otros se animan para todo malvado atrevimiento. Tan fiero asalto pide igual defensa, es a saber, que todos los buenos se unan en amplísima coalición de obras y oraciones. Les pedimos, pues, por un lado que, estrechando las filas, firmes y a una, resistan contra los ímpetus cada día más violentos de los sectarios; por otro, que levanten a Dios las manos y le supliquen con grandes gemidos, para alcanzar que florezca con nuevo vigor la religión cristiana; que goce la Iglesia de la necesaria libertad; que vuelvan a la buena senda los descarriados; y que, al fin, abran paso a la verdad los errores y los vicios a la virtud.

36. Como intercesora y abogada tengamos a la Virgen María Madre de Dios, para que, pues ya en su misma Concepción purísima venció a Satanás, sea Ella quien se muestre poderosa contra las nefandas sectas, en las que claramente se ve revivir la soberbia contumaz del demonio junto con una indómita perfidia y simulación. Acudamos también al príncipe de los Angeles buenos, San Miguel, el debelador de los enemigos infernales; y a San José, esposo de la Virgen santísima, así como a San Pedro y San Pablo, Apóstoles grandes, sembradores e invictos defensores de la fe cristiana, en cuyo patrocinio confiamos, así como en la perseverante oración de todos, para que el Señor acuda oportuno y benigno en auxilio del género humano que se encuentra lanzado a peligros tantos. Sea prueba de los dones celestiales y de Nuestra benevolencia la Bendición Apostólica, que de todo corazón os damos en el Señor, a vosotros, Venerables Hermanos, al Clero y a todo el pueblo confiado a vuestra vigilancia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de abril de 1884, año séptimo de Nuestro Pontificado.

 

[1] De civ. Dei. 14, 17. 
[2] Ps. 82, 2-4. 
[3] Const. In eminenti 24 april. 1738. 
[4] Const. Providas 18 mai. 1751. 
[5] Const. Ecclesiam a Iesu Christo 12 sept. 1821. 
[6] Const. 13 mart. 1825. 
[7] Enc. Traditi 21 mai. 1829. 
[8] Enc. Mirari 15 aug. 1832. 
[9] Enc. Qui pluribus 9 nov. 1846. -Aloc. Multiplices inter 25 sept. 1865, etcétera. 
[10] Mat. 7, 18. 
[11] Conc. Trid. sess. 6 de iustif. c. 1. 
[12] Ep. 137 (al. 3) Ad Volusianum c. 5 n. 20.