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Quienes tengan impuesto el Escapulario del Carmen y lo vistan (lo lleven consigo), se hacen acreedores de LA PROMESA DE LA SALVACIÓN ETERNA y también de especial protección en esta vida, todo ello por intercesión de María Santísima.
Las condiciones son:
a) Que dicho Escapulario sea de tela
b) Que sea impuesto por un sacerdote con la fórmula o palabras del Ritual. La fórmula de imposición debe ser la antigua, la cual se encuentra en los libros Rituales y en los Breviarios anteriores al Concilio Vaticano II.
c) Que se utilice constantemente, incluso para dormir. Por sentido común: uno puede quitárselo unos momentos para ducharse
d) El tema de los enfermos graves en los Hospitales: Muy frecuentemente uno ve que en los Hospitales, los enfermos o los familiares de los enfermos atan el Escapulario al borde o barandilla de la cama, mas ello no debe ser así: El Escapulario debe estar en el cuerpo de la persona. Puesto que los médicos no permiten que haya nada sobre el pecho, después de haber sido impuesto, se puede atar en el tobillo del enfermo, y pedir a las enfermeras que por favor lo respeten y no lo quiten.
e) La imposición que hace un sacerdote en las condiciones descritas vale para toda la vida. De modo tal que si el Escapulario se extraviase o se rompiera, simplemente habría que comprar otro de tela y ponérselo directamente (no es necesaria ninguna nueva bendición).
f)La condición mas importante para alcanzar las promesas es ser fiel devoto de la Santísima Virgen María
A continuación las palabras de imposición del Escapulario del Carmen del Ritual Romano de la Iglesia Católica:
"Señor Nuestro Jesucristo, Salvador del género humano, este hábito, el cual por tu amor y el amor de tu Madre, la Virgen María del Monte Carmelo, tu siervo devotamente va a llevar, santifícalo con tu diestra, para que intercediendo tu misma Madre, defendido del maligno enemigo (del diablo), persevere en tu gracia hasta la muerte."
La oración de imposición pide no sólo la Salvación Eterna, sino también protección en esta vida:
"Recibe este hábito bendito, rogando a la Santísima Virgen, que por sus méritos lo lleves sin mancha (sin pecado), y que Ella te defienda a ti de todo mal (adversidad), y que te lleve a la Vida Eterna. Amén."
Y la bendición final es para ser protegido contra el diablo en el momento final de la muerte y para llegar a la Salvación Eterna:
"Te bendiga el Creador del cielo y de la tierra, Dios omnipotente, el cual se ha dignado admitirte en la Confraternidad de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, a la cual pedimos que en la hora de tu muerte, aplaste la cabeza de la antigua serpiente (del diablo), y consigas finalmente la palma y la corona de la herencia sempiterna (la Salvación)."
Supongamos ahora que Dios nos abre el camino de la
contemplación. Esta tiene una gran variedad de senderos, y
Dios se reserva elegimos el nuestro.
La contemplación será siempre una oración de simple
mirada amorosa a Dios y a las cosas de Dios. Su esencia toda
entera se cifra en estas dos palabras: mirar y amar. Hay, sin embargo,
en ella una época de transición, durante la cual, ora
se medita, ora se contempla. Existe también la contemplación
activa y la pasiva: en la primera diríase que el alma ha dejado
el discurso y simplificado sus afectos por su libre elección; en
la segunda se da cuenta con evidencia de que la luz y el amor
no provienen de sus esfuerzos, sino que los recibe, y es Dios
quien los derrama. Los distribuye empero el Señor como
quiere: dará más luz que amor, y la oración será querúbica;
infundirá más amor que luz, y la oración será seráfica.
Destinará a unos cuantos a contemplar sus divinos atributos, o
la adorable Trinidad; a la mayor parte a contemplar la santa
Humanidad, Jesús Niño, la Pasión, el Sagrado Corazón de
Jesús, el Santísimo Sacramento, etc. Dios es el Dueño, y a El
le pertenece señalar a cada alma su misión y su servicio. A
veces la acción mística producirá un silencio admirativo y lleno
de amor, a veces palabras de ternura o impetuosos
transportes. Tan pronto derramará la luz a torrentes como con
medida, y aun gota a gota, conforme a las disposiciones del
alma, y según se proponga Dios abrasaría o purificarla. En
una palabra, por múltiples razones la contemplación revestirá
formas diversas y cambios frecuentes, que exigirán de nuestra
parte una abnegación de todos los días y un filial abandono.
Detengámonos a contemplar más de cerca una de las más
duras variaciones, o sea, que la contemplación sea a veces
sabrosa, y que ordinariamente sea árida o sin gran
consolación.
Para mejor inteligencia de esta doctrina, notemos con el P.
le Gaudier, «que hay actos esenciales a la contemplación, a
saber: en la inteligencia, una simple mirada cesando todo
discurso; en la voluntad, el amor de amistad, el más excelente
de todos, fuente, forma y fin de la contemplación. Mas hay en
ella otros actos que, por decirlo así, la completan, como la
admiración, la devoción unida a una inefable delectación».
Indudablemente, estos últimos actos perfeccionan la oración
mística, aportando a ella cierto esplendor de belleza, una más
suave dulzura, y hasta un suplemento de fuerza. Pero aun
prescindiendo de todo esto, la contemplación conserva sus
elementos esenciales, y como Dios nos gobierna con tanta
sabiduría como amor, sírvese así de la contemplación sabrosa, como
de la contemplación árida y purificadora, según
el efecto de gracia que quiere producir en nosotros.
¿Propónese despegar al alma de la tierra y atraerla
fuertemente a sí? Derramará entonces la luz y el amor a
torrentes, y el alma, sumergida en Dios, cuya presencia y
acción siente deliciosamente, inflamada de los santos ardores
de la unión de amor, un Dios tan grande y tan santo para con
su vil criatura, quédase en silencio y contempla con profunda
mirada, en que se dibujan el asombro, la alegría, el amor que
la cautivan; goza de Dios en una unión rebosante de paz y de
dulzura cual otro San Juan descansando sobre el pecho de su
adorable Maestro. Ama con todo su corazón sin manifestar su
amor, pues es el silencio el que habla más alto todavía, y su
alma se revela toda entera por el fuego de sus ojos, por sus
lágrimas, su actitud, las disposiciones de su corazón, la
inmovilidad, consecuencia de su recogimiento. O bien, si el
movimiento de la gracia la atrae, expansiónase en amorosos
coloquios, en efusiones de ternura sin violencia ni arrebatos, y
en la más deliciosa intimidad. A veces el amor y la alegría
llegan a tal exceso, que el alma no puede contenerlos; loca
entonces de amor y de dicha, en una santa embriaguez de
Dios, estalla en piadosos transportes, se abandona a los
entusiasmos de su ternura, a la impetuosidad de su corazón;
se desborda en verdaderas olas de ardorosos sentimientos,
de palabras delirantes, de santas locuras, pero siempre trata
de ocultar el secreto del Rey a cualquier mirada indiscreta.
Porque Dios no se baja una sola vez y como de paso a
nuestra pequeñez y nos eleva a sus divinas privanzas, sino
que repetidas veces y largo tiempo toma a esta alma en sus
brazos, la acaricia sentada sobre sus rodillas, la estrecha
contra su corazón como al hijo de su amor.
¿Tiene necesidad esta alma de muchos argumentos para
convencerse de que ama y es aún más amada, y de que Dios
es infinitamente bueno y quiere para ella todo lo bueno? ¿No
ha comprendido la ternura de esos abrazos? Ahora conoce
por una dulce experiencia el corazón de su Padre tan tierno,
de su Esposo adorado, y a El se confía sin dificultad y sin
esfuerzo; le abandona todo cuanto tiene de más querido: su
vida, su muerte y su eternidad; le suplica se apodere de su corazón y
de su voluntad para que los guarde y los gobierne
para siempre. ¡Qué no haría ella entonces! Es el tiempo del
sol resplandeciente y de las ricas mieses. Cuide el alma de
seguir con docilidad la acción de Dios en la oración, de
pagarle en justo retorno con el acrecentamiento de su
fidelidad, de no rehusarle nada de cuanto le pida, pues éste es
para ella el momento de vencerse con menos dificultad y con
más energía; el sacrificio se la hace fácil y hasta hay en él un
verdadero encanto. No olvide buscar más al Dios de las
consolaciones que las consolaciones de Dios, y de hundirse
en el sentimiento de su miseria a medida que Dios la eleva por
su misericordia. En el tiempo de la prosperidad prepárese para
la adversidad, porque no siempre la contemplación producirá
esta viva admiración que suspende el espíritu en el estupor, ni
el fuego de amor que hace que la voluntad salga de si misma,
ni tampoco el gozo que invade el alma y los sentidos. Rara
vez alcanzará la acción mística este máximum de intensidad,
siendo lo más ordinario que se mantenga mediana o débil; y
entonces la oración se desenvolverá en un estado que ni es la
consolación ni la sequedad, o quizá también en una monótona
y desoladora aridez.
¿Por qué estas incesantes variaciones? Porque aún no
está el alma enteramente purificada, ni bastante desprendida
de los sentidos. Necesita despegarse más por completo de
todas las cosas, y que por ende llegue a estar menos sujeta a
sus operaciones sensibles, lo cual llegará a conseguir por la
práctica de la mortificación cristiana, pero es necesario que
Dios ponga en ello su mano poderosa. Hácelo por medio de
los ardores de la consolación sabrosa, y aun esto no es
suficiente. Bajo el torrente de luz y de amor, ¿seríanos posible
descubrir nuestra miseria y nuestra pobreza? Quizá el orgullo
y la necesidad de regocijarse encontrarán allí su más delicioso
bocado, y el hombre viejo no acabaría de morir. Mas Dios va a
reducirla por la dieta, y hasta si es necesario por el hambre.
Retírala a esta alma tan querida sus acostumbradas
meditaciones, la abundancia de pensamientos, la variedad de
afectos, la dulzura de las divinas caricias; y dale en cambio
algún tanto de contemplación, pero una contemplación árida y
purificadora, en la que derrama la luz y el amor gota a gota con
desesperante parsimonia. Derrama lo suficiente para que
el alma se vuelva a Dios, le busque y sólo cerca de El halle
reposo, pero no lo bastante para que pueda hallarle en un
delicioso sentimiento. Es una verdadera contemplación
mística, mas se realiza en una búsqueda ansiosa, una
dolorosa necesidad, un hambre insaciable. De cuando en
cuando, déjase Dios entrever, y el alma gusta al momento los
santos ardores y los goces de la contemplación sabrosa. Bien
pronto, y quizá por largo tiempo, la vuelve a poner en esta
monótona y desoladora noche de los sentidos, en que la
sumerge hasta la saciedad; y, a fin de que acabe de morir a sí
misma, la reserva la noche del espíritu, mucho más penosa
todavía.
¿Podrá el alma quejarse? No por cierto. Es una gracia
austera y crucificadora, y ¡cuán necesaria, a juzgar por la
conducta ordinaria de la Providencia! Esfuércese el alma por
comprender las miras de Dios y conformarse a ellas con
generosidad y confianza, pues este desdén no es sino
aparente. Abandonada en el vacío del espíritu, en la sequedad
del corazón, y con frecuencia en la tentación, obligada a
palpar con sus propias manos su impotencia y su miseria,
tórnase pequeña a sus propios ojos, y concluirá por hacerse
humilde y sumisa ante Dios y ante los hombres. Privada de
continuo de las dulzuras a las que habíase aficionado con
exceso, aprende a pasarse sin ellas, para servir al buen
Maestro con desinterés: el amor divino se eleva sobre el amor
propio y las virtudes aumentan, produciéndose de esta misma
aridez un aumento de fuerza, de mérito y de esplendor,
porque, cuando Dios oculta su amor y no muestra sino sus
rigores, es cuando se cree, se espera, se ama, se obedece y
se abandona. Hay, pues, en esto una mina de oro que explotar
para la purificación del alma y el progreso de las virtudes, con
tal de que se persevere animoso en la oración y no se deje
uno desconcertar por la prueba.
En una palabra, la contemplación árida y la contemplación
sabrosa tiene cada cual su misión providencial, y procuran al
alma fiel preciosas ventajas: la una tiene por fin directo
hacemos morir a nosotros mismos, y la otra hacernos vivir en
Dios; una posee maravillosa virtud para extinguir el amor divino. Sin
embargo, la falta de esfuerzo puede ser para la
primera un obstáculo, y para la segunda la falta de humildad y
de abnegación. ¿Cuál nos es más necesaria? ¿Haremos buen
o mal uso de una y otra? Es cierto que somos libres de tener
un deseo y de manifestárselo filialmente a Dios; mas,
expuestos como estamos a engañarnos en cosa de tanta
monta y que depende del beneplácito divino, ¿no es más
prudente poner la elección en manos de Dios, y estar
dispuestos a cumplir nuestro deber, aceptando de antemano
su decisión, sea cual fuere?
Los santos mismos no han andado todos por los mismos
caminos de oración, pero todos sí han practicado este
abandono filial, y seguido dócilmente la acción de la gracia.
Escuchemos a Santa Juana de Chantal hablando de su
bienaventurado Padre: «Díjome una vez que él no tenía
cuenta de si se hallaba en la consolación o en la desolación; y
que, cuando el Señor le daba buenos sentimientos, recibíalos
con sencillez, pero que no pensaba en ellos si no se los daba.
Mas es cierto que de ordinario disfrutaba de grandes dulzuras
interiores, como su semblante lo manifestaba. Ha tiempo que
me dijo que no tenía gustos sensibles en la oración, y que
todo lo que obraba Dios en él hacíalo por claridades y
sentimientos insensibles que difundía en la parte intelectual de
su alma, sin que la inferior tomara parte en ello. Recibíalo
sencillamente con profundísima humildad y reverenda, pues
su divisa era permanecer muy humilde, pequeño y abatido en
presencia de su Dios, y lleno de singular reverencia y
confianza como un hijo de amor. « Santa Juana de Chantal
tenía una oración pasiva de sencilla entrega a Dios, de total
abandono, y consistía en un "fiat voluntas tua" sin interrupción.
En ella permanecía en simple vista de su Dios y de su nada,
abandonada por completo al divino beneplácito, y sin cuidarse
lo más mínimo de hacer actos de entendimiento ni de
voluntad», como actos metódicos, discursivos o sensibles.
«Era el Señor quien se cuidaba de despertar en su alma los
sentimientos que necesitaba, y allí la iluminaba perfectamente
para todo, y mil veces mejor que ella lo hubiera podido hacer
por sus propios discursos e imaginaciones.» Sin embargo,
sufría en ese estado tan sencillo y pasivo, a causa de su natural
ardiente y por la novedad del camino, convirtiéndosele
todo en dificultad y motivo de inquietud. Mas su
bienaventurado Padre la tranquilizaba enseñándola: «que la
quietud en que la voluntad obra impulsada por una simple
aquiescencia al divino beneplácito, es una quietud
sobremanera excelente, por lo mismo que está exenta de toda
especie de interés». Y porque la Santa siguiese sin temor el
movimiento de la gracia, «contentándose con no tener otra
satisfacción que la de carecer de toda alegría por amor y por
agradar a Dios, anímala con la tan conocida parábola: Si un
escultor hubiese colocado en la galería de un príncipe una
estatua, que estuviese dotada de entendimiento, y supiese
hablar y discurrir, y se la preguntara: Dime, hermosa estatua,
¿por qué estás en este lugar?, respondería: porque mi dueño
me ha colocado aquí. Y si se replicase: Pero, ¿qué haces ahí
sin hacer nada?, diría: porque mi dueño quiere que me esté
aquí inmóvil. Y si de nuevo se la instase diciendo: pero, ¿de
qué te sirve estar de ese modo?, y además, ¿de qué provecho
sirves? ¡Oh, Dios mío!, respondería; no estoy aquí para mi
servicio, sino para servir y obedecer a la voluntad de mi
dueño. - Mas tú no le ves. - No, respondería ella, pero él sí me
ve y gusta de que esté donde él me ha puesto. - Y ¿no te
gustaría tener movimiento para acercarte más a él? - No, a
pesar de que me lo mandase. - Entonces no deseas nada. -
No, porque yo estoy donde mi dueño me ha colocado, y su
voluntad es el único contentamiento de mi ser. - ¡Qué buena
oración, hija mía, es conservarse en la voluntad de Dios y en
su beneplácito!» Con todo, «en este estado pasivo, Santa
Juana de Chantal no dejaba de obrar en ciertos momentos, en
que Dios retiraba su operación o la excitaba a ello; mas sus
actos eran siempre cortos, humildes y amorosos». Esta
dirección era prudentísima, y muy provechosa esta ocupación,
«ya que después de uno o dos años en esta oración pasiva,
viose inmediatamente a la Madre Chantal con luces para ella
hasta entonces desconocidas, con sentimientos de una
profundidad admirable acerca de Dios de ella misma, de las
criaturas; con un ardor de celo, un abandono en la divina
voluntad, con un desprecio de las cosas de acá abajo, con no
sé qué sed de humillaciones que a todos maravillaba».
Dijo un día Nuestro Señor a Santa Margarita María: «Sabe,
hija mía, que la oración de sumisión y de sacrificio me es más
agradable que la contemplación.» Y esta digna hija de Santa
Juana de Chantal «acostumbraba a decir que las penas
interiores recibidas con amor, eran a modo de un fuego que va
consumiendo insensiblemente al alma y a todo cuanto en ella
desagrada al divino Esposo. Las almas que tienen experiencia
de ello declaran que en esas penas hicieron grades progresos
sin darse cuenta; de suerte que si fuese libre la elección de la
consolación o del sufrimiento, el alma fiel no había de titubear,
sino abrazarse con la cruz de nuestro divino Maestro, aun
cuando no nos proporcionara otra ventaja que hacemos
conformes a nuestro Esposo crucificado».
Santa Teresa del Niño Jesús hablando de su retiro para la
profesión dice: «En lugar de gozar de consuelo, la aridez más
completa fue mi patrimonio, Jesús dormía como de ordinario
en mi pequeña navecilla... Por lo visto, no va a despertarse
hasta el gran retiro de la eternidad; mas esto, lejos de
causarme pena, me causaba sumo placer. Debía yo atribuir mi
sequedad a mi poco fervor y fidelidad, debía sentirme
desolada por dormir con harta frecuencia durante mis
oraciones y acciones de gracias. Pues bien, no por eso me
entregué al desaliento, pues pensé más bien que los niños
tanto complacen a sus padres cuando duermen como cuando
están despiertos.»
Es su confianza y humildad infantil la que le daba tanta
tranquilidad. Empleaba, sin embargo, con toda fidelidad los
medios para hacer bien su oración, que llegó a ser continua.
Después refiere la prueba terrible por la que la hizo Dios
pasar: « ¡Debía yo pareceros inundada de consolaciones, una
niña para la cual el velo de la fe se hubiera casi rasgado! Sin
embargo, no es un velo, sino un muro que se eleva hasta los
cielos y cubre el firmamento estrellado. Cuando canto la dicha
del cielo, no experimento en ello gozo alguno, sino que
simplemente canto lo que deseo creer... No me ha enviado el
Señor esta pesada cruz sino en el momento en que podía
llevarla; en otra época estoy persuadida de que me hubiera
hundido en el desaliento. Ahora sólo me produce una cosa:
quitarme todo sentimiento de satisfacción natural en mi aspiración a
la patria celeste.»
Lo que acabamos de decir se aplica a la contemplación
oscura y general. Hay otra que es distinta y particular, y tiene
su ejercicio especialmente en las visiones, revelaciones,
palabras interiores, etc. En ella sobre todo, es donde se ha de
practicar la santa indiferencia llegando hasta desear que Dios
nos conduzca por otro camino.
Semejantes favores no suponen la santidad: Balaam
profetizó, Saúl profetizó, Judas profetizó y hasta hizo milagros.
Niños hubo que tuvieron visiones, por ejemplo en la Saleta, en
Lourdes, en Pontmain, y por el contrario muchos santos no
parece hayan sido favorecidos con gracias semejantes. En
nuestros tiempos las ha prodigado a Gemma Galgani y a
muchos otros, mientras que Santa Teresa del Niño Jesús, Sor
Isabel de la Trinidad, Sor Celina de la Presentación no han
recibido ninguna o casi ninguna. No son, pues, estas gracias
la santidad, ni señal de santidad, por lo que con razón afirma
Santa Teresa que, «por recibir muchas mercedes de éstas, no
se merece más gloria... en lo que es más merecer, no nos lo
quita el Señor, pues está en nuestras manos; y así hay
muchas personas santas que jamás supieron qué cosa es
recibir una de aquestas mercedes, y otras que las reciben que
no lo son»
No constituyen, por consiguiente, el medio necesario para
llegar a la perfección. Sin embargo, Santa Teresa, que fue
colmada de ellas, hace el más entusiasta elogio de su
bienhechora eficacia. «Estos dones, dice, hay que tenerlos en
grande estima. Apenas he tenido visiones que no me hayan
dejado más virtud, y una sola palabra de estas que
acostumbro a oír, una visión, un recogimiento que apenas sí
dura un Avemaría, pone mi alma en una paz perfecta,
devuelve hasta la salud a mi cuerpo, llena de luz mi
entendimiento y me restituye la fuerza y los deseos que tengo
de ordinario. Acuérdome de lo que era, sé que iba por un
camino de perdición, y veo que en poco tiempo de tal modo
me han trocado estos divinos favores, que apenas
reconózcome a mí misma.»
Haríase, pues, mal en rechazar todas las gracias de este
género intencionadamente y por sistema; y en la suposición de que el
Espíritu Santo quisiera conducirnos por este camino
a la santidad, sería cerrarle el camino.
Mas si hay favores que son buenos y excelentes porque
vienen de Dios, hay fenómenos análogos que serían nocivos,
pues pudieran ser una artimaña del demonio o un juego de la
imaginación. En ésta, más que en ninguna otra materia, son
fáciles las ilusiones, y aun los mismos santos no han sabido
preservarse de ellas; como aconteció a Santa Catalina de
Bolonia, la cual, en los comienzos de su vida religiosa, se dejó
engañar durante cinco años por una aparición del demonio en
figura de Jesús crucificado, o de la Santísima Virgen; -hay que
confesar, sin embargo, que ella había dado lugar a semejantes
sucesos por su presunción-. Adviértenos Santa Teresa que,
cuando se tiene la osadía de desear favores de esta
naturaleza, «se vive ya engañado, o en inminente peligro de
serlo, porque el menor resquicio abierto basta al demonio para
tendernos mil lazos, y porque un deseo violento arrastra
consigo a la imaginación, figurándose ver y oír lo que ni se ve
ni se oye». Por el contrario, «con tal que un alma no quiera
dejarse engañar y ande en humildad y sencillez, no creo, dice
la Santa, que esta alma pueda ser engañada». En este caso
más que en ningún otro conviene orar, reflexionar, consultar y
seguir todas las leyes de una severa prudencia.
¿Quién ignora la insistencia con que San Juan de la Cruz
previene a sus lectores a desconfiar de sus visiones,
revelaciones y palabras interiores, a resistirías, a
desprenderse de ellas? Santa Teresa, por su parte, expresa
un sentimiento más moderado: « Siempre hay motivo para
temer en semejantes cosas, hasta asegurarse que proceden
del espíritu de Dios; por esto digo que en los principios,
siempre es lo más acertado combatirlas. Si es Dios quien
obra, esta humildad del alma en rechazar sus favores, no hará
sino disponerla para mejor recibirlos, y aumentarán a medida
que ella los ponga a prueba. Conviene, empero, guardarse de
molestar e inquietar demasiado a estas personas». Hablando
de las apariciones de Nuestro Señor, añade:
«Jamás le pidáis ni jamás deseéis que os conduzca por tal
camino, que es bueno, sin duda, y debéis respetarlo mucho y
tenerlo en gran estimación, pero conviene no desearlo ni pedirlo.»
Completa la Santa su pensamiento invitando al alma
al santo abandono: «Se ignora, dice, si hallarán pérdidas allí
donde se creía hallar ventajas. Existe una extraña temeridad
en querer elegirse por sí mismo un camino sin saber si es el
más seguro, en lugar de abandonarse a la conducta de
Nuestro Señor que nos conoce mejor que nos podamos
conocer a nosotros mismos, para que nos lleve por la senda
que nos conviene y que su santa voluntad se haga así en
todas las cosas.» Prudente reserva, pues, y filial abandono;
esta conclusión de Santa Teresa será la nuestra, pues no hay
otra mejor que se armonice con el precepto del Espíritu Santo.
«No desprecies la profecía; examinad todas las cosas y
conservad lo que es bueno».
No hay que olvidar por lo demás, que lo esencial no es que
nuestra oración sea activa o pasiva, que nuestra
contemplación sea sabrosa o árida, oscura o clara, sino que
nuestra oración nos produzca abundancia de frutos de
abnegación, humildad y obediencia, y que nos haga crecer en
todas las virtudes especialmente en el amor, en la confianza y
en el santo abandono. Precisamente estas vicisitudes de que
ahora nos ocupamos son muy propias para tornar al alma
flexible y dócil en las manos de Dios, sin perder por eso el
tesoro de la humildad.
"Hemos de pedir constantemente a Dios horror al pecado, saber huir las ocasiones de pecado, y no perder nunca de vista que los condenados, si arden y lloran en el infierno es porque no se arrepintieron de sus culpas en este mundo, ni quisieron dejar el pecado. No por grandes que sean los sacrificios a que nos vemos obligados, nunca han de ser capaces de detenernos. Tenemos la necesidad absoluta de luchar, de sufrir, de gemir en este mundo, si queremos tener el honor de ir a cantar a Dios sus alabanzas por toda la eternidad."
EL SANTO CURA DE ARS
Queridos amigos, hoy es la gran fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María. Esta fiesta es muy grande porque podemos decir que es una de las más humildes de todo el año ya que encontramos todos los elementos espirituales necesarios para convertirse en una persona santa y pelear las batallas en estos momentos de apostasía diabólica. Esta fiesta es precisamente para ayudarnos a conseguir los dones necesarios para hacerlo. Para entrar en contexto , ella recibió un llamado del Arcángel San Gabriel el cual decía que su prima Santa Isabel estaba esperando un bebé, (quien fue San Juan Bautista) y que tenía ya 6 meses de embarazo. Así que tan pronto que supo la noticia, le pidió a San José que la llevara a la Judea para ver a su prima Santa Isabel y ayudarla con las dificultades que pudieran tener con ese proceso. Cuando entró a la casa de Zacarías, el niño de 6 meses de Isabel saltó de alegría en el vientre de su madre. En ese momento, Nuestro Señor a través de la Santísima Virgen María santificó a San Juan Bautista que en ese momento se llenó completamente de gracias santificantes equivalentes al Bautismo. Nosotros sabemos qué gran santo San Juan Bautista es.
La lección que les quiero dar para el día de hoy es la siguiente: Nuestra Señora es nuestra Madre. Nos fue presentada el día que Nuestro Señor murió en la cruz, ella se nos presentó como madre, nos ofreció ayuda para protegernos, para estar con nosotros. Por lo mismo ella está siempre con nosotros acompañándonos como lo haría una amorosa madre con sus hijos. Eso significa que nosotros tenemos que vivir en la presencia de la Santísima Virgen María. Tenemos que considerar su visitación como madre como algo constante y que sucede minuto tras minuto y segundo tras segundo. Por esta razón, Nuestro Señor quiso que nos comportáramos como sus hijos. A su lado no podemos pensar en otra cosa ni querer otra cosa. Esto es lo que tenemos que hacer en este mundo: vivir en la presencia de la Santísima Virgen María como una buena madre. Tiene todo el poder de Dios y la misión de Dios de cuidarnos y darnos todo lo que necesitemos. Ella cuida de nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestras necesidades, nuestros pensamientos, nuestras palabras. Ella también se encarga de cuidarnos de nuestra salud, futuro y en la batalla contra las tentaciones del demonio. Ella está ahí siempre de hecho. Todo lo que tenemos que hacer es practicar nuestra Consagración a la Santísima Virgen María. Así que les digo, que es todo lo que necesitamos hacer. Créanme cuando les digo que salvarse es muy fácil porque Dios nos dio a la Santísima Virgen María. Nunca antes fue tan fácil la salvación que ahora que la tenemos a ella. Ustedes pueden pensar sobre qué tan complicada es la sociedad ahorita. Es porque no vivimos en su presencia. Al contrario, vivimos en la presencia de las tentaciones, el mal, las personas, el mundo y el demonio. Por eso nos deprimimos, por eso no descansamos, por eso no tenemos esperanza ni paz ni alegría. ¿Por qué? Porque no vivimos en su presencia. Es por eso. Nuestra fe es derrotada por el demonio y el mundo porque faltamos a eso. La Santísima Virgen María alumbra nuestra fe en todo momento. Insisto, así como lo dijo San Luis de Montfort, todo lo que tenemos que hacer es, primero vivir en su presencia. Para ver a María en cada suceso divino, en cada cruz, en cada alegría y en cada persona; para ver que nos quiere dar algo. Por ejemplo si tenemos problemas de salud, tenemos que ver en dicha enfermedad a la Santísima Virgen María cargando nuestra cruz. Nosotros sólo tenemos que decir: “Santísima Madre, no permitas que me aleje de ti. Eres todo lo que tengo y todo lo que me dio Dios, y confío en ti. Sé que tengo que sufrir, pero también sé que tú cargas mi cruz y es el único consuelo que necesito.” El estrés, la tristeza o el enojo no deberían de existir en un católico. El primer paso es siempre vivir en su presencia. Como lo dice San Luis de Montfort, vivir con María. Es eso. Y vivir, repito, como un niño chiquito. Como ya sabrán, un niñito depende de su madre para cualquier cosa. Y cuánto más chico sea, más dependiente es de su madre. Dios quiere que nosotros seamos como niños en el vientre de nuestra Santísima Virgen María. Nuestra Señora de Guadalupe se apareció a nosotros con un niño en el vientre esperando para nacer. Como un ejemplo para todos nosotros siendo ella la emperatriz de América, que nosotros tenemos que depender de María hasta para respirar, caminar, pararse. Todo lo que haga ella, hacerlo nosotros. Y si vivimos con la Santísima Virgen María, no se tendría ninguna preocupación en lo absoluto. Ella derrotó al demonio, ella es inmaculada, ella es la Reina y la Madre de Dios. Si ustedes ven, este elemento de gran fe es todo lo que tenemos que hacer. Aún si estamos en gran peligro o persecución, nosotros sabemos que María está ahí con nosotros sufriendo. Por eso estuvo al pie de la cruz, dándonos a luz en todos los dolores que representó la cruz para ella. Créanme que es la doctrina más bella. Cada vez que sufrimos es María sufriendo por nosotros. Esa es la razón por la cual debemos propagar la doctrina de la Virgen de la Soledad, porque en su Soledad tuvo su mayor dolor por estar en la cruz viendo a su Hijo morir; también vio los pecados que cometimos y los que íbamos a cometer sin el consuelo de ver a Nuestro Señor vivo, físicamente hablando. Como ella está presente en Misa todos los días, ella revive todos los dolores que sufrió Cristo en su pasión y muerte. Lo medita y lo piensa todo los días junto con nosotros. Ella tuvo que estar presente en el momento en el que murió Nuestro Señor, y por esa razón ella está presente cuando cometemos un pecado. Ella recibe las ofensas y las puñaladas al corazón. Si somos dependientes, ella pagará con sus lágrimas y sufrimiento nuestros pecados. Y si estamos sufriendo, por ejemplo, cuestiones de salud, no tengan duda que ella ofrecerá su sufrimiento y estrés por nosotros. Ella está ahí siempre, los niños nunca están solos. Nuestra Señora está siempre para nosotros. Desde mi punto de vista, esta es la fiesta más bella en la devoción a María. Tenemos que vivir con María, en María, como los bebés, para María. Esto significa que no buscamos consuelo en cosas del mundo, porque nuestro tesoro es María y lo hacemos por ella, sin importar como busquen las otras personas sus propios consuelos y lo que piensen de nosotros. Porque ella sufre por mi, ella me acompaña en mis méritos, en mis fracasos, en mis alegrías y en mis dolores. Teniendo a María a tu lado nada está perdido. Es vivir por María y no por nosotros. Es precisamente la humildad que Dios quiere de nosotros. No importa lo mucho que suframos, el futuro que nos depare, porque lo hacemos por María y no por nosotros. Es el mejor remedio contra el humanismo. Por eso debemos vivir en su presencia. Y después de eso, vivir a través de María. Esto significa que no queremos hacer algo, creer algo o tomar una decisión sin su consentimiento. Básicamente pedirle por su consejo y sabiduría en todo momento. Por ejemplo, antes de hablarnos, le pedimos a María: “Por favor, Santísima Virgen María, inspírame y dime que le tengo que decir a esta persona”. En todo momento porque tenemos que vivir a través de María. Por ejemplo entre mi hermana y yo debe de estar María. Si quiero pensar o decirle algo a mi hermana, debo de hacerlo con María, preguntándole que le diré, cómo se lo diré, si sufriré al decirlo. Ella lo resolverá. Esta es la razón por la cual tenemos que concentrar todo nuestro esfuerzo, nuestra mente y corazones en María, en cada minuto y segundo. Esta es la más alta sabiduría que existe, es el vehículo para llegar a Dios: la Visitación de la Santísima Virgen María.
Que nuestro Señor nos ayude a entender esto, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
“Los buques que nada llevan, dice San Crisóstomo, no temen a los piratas; los que los temen, son los que van cargados de oro, de plata y de piedras preciosas: he aquí por qué el demonio no se decide fácilmente a perseguir al pecador, sino antes bien al justo, que posee grandes riquezas, es decir, muchas virtudes y méritos.
El ladrón no ataca al mendigo, sino al rico. El demonio, que es el ladrón de los ladrones, deja, por decirlo así, descansar al pecador, porque todo lo ha saqueado en él, el cuerpo y el alma, el espíritu y el corazón, el tiempo y la eternidad; pero trata de robar y de asesinar al hombre cargado con el tesoro de las virtudes.
El justo es una presa que el demonio mira como muy deliciosa. Alimentándose constantemente de pecadores, Satanás encuentra soso su alimento que es siempre el mismo; le repugna, lo desprecia y lo arroja. Pero codicia al justo, que no le pertenece, y del cual no ha podido alimentarse todavía; lo devora con el deseo, y le persigue tenazmente”
Tesoros de Cornelio Á Lápide
"Vino a pagar una deuda que no debía, porque nosotros teníamos una deuda que no podíamos pagar". San Agustín
“Las Iglesias llorarán con un gran llanto, porque no se ofrece ya la oblación ni el incienso, ni el culto agradable a Dios.
Los edificios sagrados de las iglesias serán tugurios; y el precioso Cuerpo y Sangre de Cristo no podrá ser expuesto en aquellos días; la Liturgia será extinguida; el canto de los salmos (gregoriano) cesará; la lectura de la Sagrada Escritura no se oirá más. Habrá sobre los hombres oscuridad, y duelo sobre duelo y aflicción sobre aflicción."
“Entonces, la Iglesia se dispersará, será impulsada a ir al desierto, y será por un tiempo, como era en el principio, invisible, oculta en las catacumbas, las cuevas, las montañas, los escondrijos; Durante un tiempo será barrida, por así decirlo, de la faz de la tierra."
Esta santa Religiosa, que vivió en el siglo XVII, fué objeto de frecuentes y extraordinarias manifestaciones del adorabilísimo Corazón de Jesús. Pertenecía a una honrada familia de la magistratura, de Borgoña.
Después de una juventud inocentísima y probada por todo género de trabajos, entró en 1671 en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial a la edad de veintitrés años, y en él murió santamente en 1690.
Cuatro siglos antes Santa Gertrudis, abadesa benedictina de Heldelfs en Alemania, nos anunciaba la devoción al sagrado Corazón de Jesús como el gran remedio opuesto por Nuestro Señor a la decrepitud del mundo; pero Dios al parecer tenía predestinada a la beata Margarita María para ser el apóstol del culto al sagrado Corazón, y a ella efectivamente se debió, de un modo especial, con la aprobación de la Santa Sede, su propagación en la Iglesia. «A Margarita María (dice en efecto Pio IX en el decreto de beatificación) se dignó elegir el Señor para establecer y difundir entre los hombres un culto tan piadoso, saludable y legítimo.»
Y la eligió por medio de admirables y milagrosas revelaciones que la Iglesia ha aprobado y que respiran el más puro amor de Dios. Corría el año 1673. Hacía solamente dos que Margarita había abrazado el estado religioso, y era ya de una santidad consumada, brillando por su humildad, su caridad y toda suerte de virtudes. Un día, orando delante del Santísimo Sacramento, gozosa porque sus muchos quehaceres le permitían dedicar más tiempo que de costumbre a tan santa ocupación, se sintió tan poderosamente poseída de la presencia de Dios, que perdió el sentimiento de sí misma y de todo lo que la rodeaba. «Me abandoné, dice, a ese divino Espíritu, entregando mi corazón a la fuerza de su amor.
«Mi soberano dueño me hizo reposar largo tiempo sobre, su divino pecho, donde me descubrió las maravillas de su amor y los secretos inefables de su sagrado Corazón. Me abrió por primera vez aquel divino Corazón de una manera tan real y sensible, que no me dejó lugar á ninguna duda tocante a la verdad de esta gracia. * Jesús me dijo: — «Mi divino Corazón está tan lleno de amor a los hombres, y a tí en particular, hija mía, que no pudiendo ya contener las llamas de su ardiente caridad, es preciso que las derrame por tu medio y que se manifieste a ellos para enriquecerlos con los tesoros que encierra. Te descubro el « precio de estos tesoros, que contienen las gracias de santificación y salvación necesarias para sacar al mundo del abismo de la perdición. A pesar de tu indignidad é ignorancia, te he escogido para el cumplimiento de este gran designio, para que sea más manifiesto que soy yo quien lo hago todo.
«Dicho esto, el Señor me pidió mi corazón. Yo le supliqué que lo tomara, y así lo hizo; y, poniéndolo junto á su Corazón adorable, me lo mostró como un átomo que se consumía en aquel horno encendido. Luego retirándolo de allí, como una ardiente llama en forma de corazón, volvió á ponerlo en su primer sido, diciéndome:
«Hé aquí, amada mía, una preciosa prenda de mi amor; he encerrado en tu costado una centellica de las más vivas llamas de este amor, «para que te sirva de corazón y te consuma hasta el último momento de tu vida. Sus ardores no se extinguirían jamás. Y para dejarte una señal de que la gracia que acabo de hacerte no es una ilusió, y que debe ser el fundamento de las demás « que seguirán, aunque haya cerrado la llaga de tu costado, sin embargo siempre sentirás allí dolor.
« Hasta hoy sólo te has llamado sierva mía; desde ahora te doy el nombre de Discípula muy amada de mi « sagrado Corazón!» «Tan señalado favor, añade, la beata Margarita, duró muchísimo tiempo. Yo no sabía si estaba en «el cielo ó en la tierra. Durante muchos días permanecí como embriagada, y de tal manera encendida y tan fuera de mí, que no podía pronunciar una sola palabra. No podía dormir, porque esta llaga, cuyo dolor me es precioso, me causaba tan vivos ardores qué me consumía y me hacía arder viva. Sentíame tan llena de Dios, que no podía expresarlo á mi Superior como hubiera querido, á pesar de la pena y confusión que siento en decir semejantes favores.
«Desde aquel día, cada primer viernes de mes, el sagrado Corazón de mi Jesús se me representaba como un sol brillante cuyos ardorosos rayos caían a plomo sobre mi corazón; y entonces me sentía abrasada de un fuego tan vivo que me parecía iba a reducirme a cenizas. «En aquellos momentos particularmente era cuando mi divino Maestro me instruía y descubría los secretos de su adorable Corazón.».
¡También nosotros, Jesús, Señor y Salvador nuestro, a pesar de nuestra indignidad y de nuestras miserias, ó más bien a causa de las mismas, queremos estar expuestos a los benéficos rayos de vuestro Santísimo Corazón; queremos que esas llamas divinas consuman nuestra tibieza, y que nos purifiquen de todos nuestros pecados! ¡Oh Jesús, rocío del cielo, llama de amor y manantial de la gracia! abrasad, purificad y poseed todo mi corazón! ¡Oh divino Amor! creced y reinad en mí; multiplicaos y reinad en toda la tierra como en el Paraíso de los Bienaventurados!
EL SAGRADO CORAZON DE JESUS
Monseñor Segur
Imaginad, si podéis, toda la caridad, todos los amorosos afectos habidos y por haber en todos los corazones que la omnipotente mano de Dios ha formado y puede formar; imaginadlos unidos y como condensados en un corazón bastante capaz para abarcarlos á todos; decidme, ¿no formaría esto un foco de amor verdaderamente incomprensible? Pues bien (y es de fe) esto no sería nada, por decirlo así, en comparación del amor infinito en que arde el Hijo eterno de Dios por nosotros, por cada uno de nosotros, en su sagrado Corazón, y por consiguiente en el Santísimo Sacramento del altar.
Así, pues, cuando comulgamos tenemos la dicha de recibir en nuestro cuerpo y en nuestra alma al divino Jesús con el tesoro infinito de su Corazón y de su amor. Entra en nosotros todo abrasado, y ¿Qué quiere sino abrasarnos también con el fuego sagrado en que arde? «Fuego vine á poner en la tierra, dice, ¿y qué quiero sino que arda?»
Para corresponder más fácilmente á este deseo del Corazón de Jesús, entiéndase que el fuego de que habla, es un fuego, que purifica, que ilumina, que santifica, que transforma, que deifica: el fuego de su santo amor.
Es un fuego que. purifica. Cuando tenemos la dicha de comulgar dignamente, las sagradas llamas del Corazón de Jesús purifican nuestra alma hasta de sus menores manchas. Como el oro en el crisol, nuestra alma se derrite de amor en el Corazón de Jesús, y las mil pajitas imperceptibles que alteraban su pureza son devoradas por el fuego del divino amor. La sagrada Comunión ha sido instituida, dice el Concilio de Trento, «para preservarnos de los pecados mortales, y para librarnos de nuestras faltas cotidianas. Estas faltas veniales que se ocultan á la humana fragilidad, lejos de apartarnos de la Comunión frecuente, deben por el contrario excitarnos más á ella, como la enfermedad nos hace desear el médico y el remedio. L a sagrada Comunión es el remedio -directo que el Médico celestial nos ofrece para purificarnos, para desembarazarnos de nuestros pecados veniales; y en este Sacramento el fuego del amor es el que obra esta saludable purificación.
En segundo lugar, el fuego del Corazón eucarístico de Jesús ilumina. En la Eucaristía Jesús es como el sol, que da luz al mismo tiempo que calienta. La Comunión es un foco de amor que ilumina, que fortifica, que aumenta los esplendores de la fe, que disipa en nuestra alma las ilusiones y las tinieblas con que el infierno trata sin cesar de oscurecerla, y que nos hace entrar cada vez más en la admirable luz de Jesucristo, en las espléndidas realidades de la fe. Al comulgar, sobre todo, es cuando debemos decir con toda confianza á Jesús: «Señor, aumentad nuestra fe> Y Él nos abrirá con amor los tesoros de luz celestial de que es sol y foco su divino Corazón.
En tercer lugar, el fuego del amor de Dios santifica. No sin fundamento el acto de recibir el sacramento de la Eucaristía, es llamado en la Iglesia «la sagrada Comunión, la santísima Comunión.» Ella nos santifica, es decir, nos desprende de la tierra uniéndonos más y más al Rey de los cielos. Hace que viva y crezca en nosotros Jesucristo, el Santo de los Santos; y alimenta en nosotros todas las virtudes que constituyen la santidad cristiana. El amor de Jesús en la Eucaristía es el verdadero alimento de los imperfectos que desean alcanzar la perfección, de los pecadores penitentes que resuelven enmendarse y ser fieles siempre más, de los débiles que quieren hacerse fuertes. ¡Oh santísimo Cuerpo! ¡oh santísimo Corazón de mi Dios haced que reporte de mis Comuniones todos los frutos de santidad que vuestro amor ha depositado ellas.
El fuego del Corazón de Jesús en la santa Comunión es también un fuego que transforma. Así coma el fu-ego material transforma el oro; la plata, los metales más duros, y de sólidos los vuelve líquidos, de groseros y ásperos los convierte en sutiles, puros y brillantes; así también el fuego del santo amor de Jesucristo hace que nuestras Comuniones obren insensiblemente en nosotros una transformación maravillosa, como que de mundanos nos hacen cristianos y espirituales; de negligentes, tibios y disipados que éramos antes de frecuentar el sacramento del Amor, nos transforman poco á poco en hombres recogidos, fervorosos, llenos de celo; cambian nuestros gustos y la dirección de nuestra vida, nos vuelven mansos y humildes de corazón, castos, amantes de nuestros hermanos hasta el sacrificio; en una palabra, concluyen por transformarnos en otros tantos Cristos; y á fuerza de alimentarnos con la Bondad, la Pureza, la Santidad, que no son otra cosa que Jesucristo mismo, nos hacen llegar á ser buenos, puros y santos de un modo sobrenatural.
Finalmente, el fuego del sagrado Corazón de Jesús que abrasa nuestras almas cuando recibimos á Jesucristo en la Comunión, es un fuego que deifica. Sí, la gracia y él amor de Dios llegan hasta el punto de hacernos partícipes de su naturaleza divina, como El mismo lo declara: Divinos consortes naturae. Y aunque la gracia comienza ya esta deificación en el Bautismo, debe comprenderse, no obstante, que sin la santa Comunión no podría desarrollarse, ni aún subsistir; como la vida que recibimos al nacer no podría desarrollarse ni subsistir sin el alimento que la nutre de continuo.
«Sois dioses é hijos del Excelso,» nos dice el Señor: ¿es sorprendente que dioses, que hijos de Dios se alimenten con la carne y la sangre del Unigénito de Dios, que reside real y verdaderamente en la Eucaristía bajo las apariencias de pan? ¡Y todos estos prodigios, Salvador mío, no reconocen otra causa que vuestro adorable amor! todos manan de una fuente única, que es vuestro sagrado Corazón, presente y encendido en medio de vuestra celeste humanidad, y contenido juntamente con ella en el gran Sacramento del altar. ¡Oh! haced que me abrase, que se abrasen también todos vuestros sacerdotes, todos vuestros fieles, hombres y mujeres, niños y ancianos, ricos y pobres, todos sin excepción, en vivas ansias de recibiros en este Sacramento de amor! Hacednos comprender á todos que comulgar es amaros; que comulgar c o d frecuencia y bien dispuestos es amaros perfectamente. ¡Gloria y amor al Corazón de Jesús en el santísimo Sacramento del altar!
EL SAGRADO CORAZÒN DE JESÙS por Monseñor Segur
El sagrado Corazón de Jesús reside en medio de nosotros en la tierra, al mismo tiempo que en el cielo. Inseparable de la santísima y adorabilísima humanidad de Jesucristo, de la cual es como el centro y la vida, este divino Corazón, tan amante y tan amado, reside en cada una de nuestras iglesias bajo los velos eucarísticos, como es de fe. A menudo olvidamos la realidad de esta viva presencia de Nuestro Seños en la tierra.
En teoría todos creemos en ella (sin esto seríamos herejes), pero no todos en la práctica; y esta es quizá la causa principal de esa tibieza, de esas mil y mil faltas que somos los primeros en lamentar. No tenemos, al menos en la medida que seria necesario, el espíritu de fe en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Lo mismo sucede relativamente á su sagrado Corazón. Le miramos muchas veces como una especie de abstracción celestial, bellísima contemplada de lejos, pero inaccesible. Si tuviésemos una fe más viva, le veríamos presente en el altar en medio del sagrado pecho de Jesús, y entonces ¡cuántas gracias esta fe viva atraería sobre nuestras almas! Desde el fondo de su tabernáculo Jesucristo nos aguarda, nos llama: como á la beata Margarita María, nos muestra y á la vez nos abre su Corazón abrasado de amor: «¡Mirad, nos dice, ved aquí el Corazón que tanto ha amado á los hombres, y de los cuales en pago de mi amor no recibo más que ingratitudes ' y ultrajes!»
El altar es, en efecto, el trono del divino amor, como el tribunal de la Penitencia es el trono . de la divina misericordia. De lo alto de este el Corazón de Jesús se entreabre para perdonar y purificar: de lo alto de aquel se da sustancialmente, se abre para amar, para fortificar, para santificar. En el altar el sacerdote de Jesús tiene en sus manos consagradas el Cuerpo y el Corazón del Hijo de Dios, y en el santo cáliz contempla y bebe la misma Sangre que partiendo del sagrado Corazón vivificaba la carne del Verbo humanado. Y como la En caristia es por excelencia el misterio del amor, puede decirse que el sacerdote católico es verdaderamente el consagrante, el depositario y el dispensador del sagrado Corazón de Jesús. Cuando comulga en la santa misa, recibe en su interior este divino Corazón y esta Sangre adorable. Le recibe, y le recibimos también nosotros cuando comulgamos, con todas sus llamas, con todos sus ardores. ¡Foco vivísimo de amor es la Comunión, donde se come y bebe el Amor eterno, Jesucristo, su carne, su Corazón y su Sangre gloriosos! Lo que el amor de nuestro Salvador hace en el misterio de la Eucaristía presenta un cúmulo tal de prodigios, que en vez de hablar de ellos, siéntese uno inclinado, por respeto, á callar y adorar. Todo lo que de esto se puede decir es nada. .
San Bernardo llama á este gran sacramento (el amor de los amores, amor amorum.) Ciertamente, el amor, sólo el amor impulsa á Nuestro Señor á encerrarse bajo esa humilde apariencia, despojado de todo esplendor, y á morar así en esta tierra de miserias, de lodo y de impurezas, expuesto á mil y mil ultrajes, y esto hace diez y nueve siglos, y hasta el fin de los tiempos, hasta su segundo advenimiento. E l amor es el que obliga á Jesús á vivir en medio de nosotros para cubrirnos á los ojos de su Padre celestial, como la gallina cubre y protege con sus alas á sus polluelos.
Allí, sobre el altar, su divino Corazón, supliendo á la flaqueza de su Iglesia militante, hace subir incesantemente al cielo adoraciones, alabanzas, acciones de gracias, súplicas y oraciones dignas en un todo de la majestad divina. «Siempre vivo para interceder por nosotros,»1 ama por nosotros y nos obtiene gracias. Nos bendice con incesantes bendiciones, según la bella expresión de San Pedro: «Dios os ha enviado á su Hijo para bendeciros.»2 E l amor, si, el amor le ha hecho resumir en el santísimo Sacramento todos sus misterios de misericordia y ternura,3 pues allí está, bajo los velos eucarísticos, como Criador y Señor eterno de los Ángeles y de los hombres, del cielo y de la tierra, santificador de todos los elegidos, Santo de los Santos, Cabeza y Soberano pontífice de la Iglesia, Rey de los Patriarcas y Profetas, Salvador y Redentor. Allí está con la gracia del misterio de la Encarnación, con su largo sacrificio de treinta y tres años, con todas sus palabras y todos sus milagros; allí con todo lo que ha obrado en el alma santa de su Madre, en su Iglesia y en todos sus elegidos; allí, en fin, con todo el mundo de la gracia y todo el mundo de la gloria, de. que es principio, centro y vida. ¡Qué océano de amor encierra la Eucaristía!
¡Y todo este misterio de los misterios, este Amor de los amores, no es en el fondo otra cosa que vuestro sagrado Corazón, oh dulcísimo Jesús! Y nosotros ingratos correspondemos á este prodigio de bondad olvidándole en el silencio de sus Tabernáculos, y mostrándonos con él más fríos, más duros, y más insensibles que el mármol de los altares!
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS por Monseñor Segur
Mensaje de gran actualidad aun en estos tiempos.
El sacramento de la penitencia puede llamarse maravilla del Corazón de Jesús. En este, más que en los otros Sacramentos, abre el Salvador á todos los hombres ese divino Corazón que tanto les ha; amado. En este Sacramento brilla de un modo especialísimo la omnipotencia de su misericordia y bondad, todos los días y en toda la tierra, con prodigios de todo género.
La beata Margarita María veía al sagrado Corazón con sus llamas, su cruz y su corona de espinas, como en un trono resplandeciente de gloria. ¿No es este trono una hermosa figura del tribunal de la Penitencia, en el que la gloria de Dios no resplandece menos en milagros de misericordia que en el Sacramento del altar en prodigios de amor y santidad? ¿Cuál es,, en efecto, en la tierra la gloria por excelencia de Dios sino la conversión de los pobres pecadores, la resurrección y la salvación de las almas?
Desde lo alto de este trono de compasión y de paciencia divinas, de inefables misericordias y de perdón inextinguible, el Corazón de Jesús, vivo y palpitante en el corazón de sus sacerdotes, arde de amor por los pobres pecadores y devora ávidamente sus pecados en sus divinas llamas. De allí irradia la esperanza; allí derrama á torrentes la sangre de la redención.
La sangre de Jesús, la sangre del Corazón de Jesús, es como el alma de este gran Sacramento. Este es un compuesto de celestial santidad que purifica, de ternura que alivia y consuela, de compasión que conmueve y ablanda los corazones, de ardores sagrados que abrasan, y en fin, y sobre todo, de amorosa caridad. Esto es la Confesión, esa Confesión que tanto espanta á los que no tienen la dicha de «creer en el amor que nos tiene Dios.»
Un día, después de confesarse, escribía Santa Catalina de Sena estas palabras llenas de profundidad: «He ido á la Sangre de Cristo: Ivi ad sanguinem Christi.-a Ir á la Sangre de Jesús ¿no es ir á su Corazón, es decir, á la fuente y al foco de su amor? ¡Y hay hombres, hay cristianos que temen acercarse á este Sacramento! ¡Oh Sangre divina, Sar.gre de amor y de infinita misericordia! á tí vengo, precisamente porque soy pecador. Por mí fluyes; á mí me aguardas, como el padre del hijo pródigo aguardaba á su pobre hijo, ¡Sí, iré á tí, oh Sangre purificadora y santificante! ¡iré á tí con corazón contrito y humillado, pero lleno de confianza! ¡Qué gozo poseer este rico ' tesoro de la Confesión! ¡Y con cuánta verdad es la Esposa de Jesucristo esta misericordiosa Iglesia católica, que posee el trono de la misericordia del Corazón de Jesús!
Bien podemos decir sin reparo que el sacramento de la Penitencia es el triunfo del sagrado Corazón de Jesús. En él aparece mucho más misericordioso todavía que en el sacramento del Bautismo; pues en éste (al menos en el Bautismo de los niños,) la gracia del perdón no borra más que una mancha de la cual el pecador no es personalmente responsable; mientras en el de la Penitencia esta misma gracia se dilata, se extiende todavía más, y no conoce otros límites que los qne le impone la mala voluntad de esos infelices sin juicio llamados pecadores impenitentes. Es de fe que en la Confesión el sacerdote puede perdonarlo todo, absolutamente todo, sin excepción; y la Iglesia quiere que el sacerdote lo perdone todo, cuando el pecador da verdaderas señales de arrepentimiento. ¡Oh misericordia del Salvador! Ni para esto ofrecen obstáculo las recaídas, siempre que provengan de la fragilidad humana; pues Jesús llama al perdón á los débiles como á los fuertes, á los pobres como á los ricos, á todos los que tienen buena voluntad. Después del altar, que es el trono del santo amor, en ninguna parte es más grande ni más admirable el sacerdote católico que en el confesonario, trono de la divina misericordia.
Las llamas con que allí arde el sagrado Corazón no sólo aniquilan nuestros pecados, sino que además apagan las llamas eternas del. infierno que por ellos merecíamos; y aún, si nuestra contrición es perfecta, la Iglesia nos enseña que las llamas del Corazón misericordioso de Jesús apagan también el fuego del purgatorio.
Con sus amorosas llamas el Corazón de Jesús abrasa, dilata y derrite á la vez el Corazón del confesor, llenándolo de caridad y de dulzura, y el corazón del penitente, llenándolo de contrición, purificándolo hasta en sus menores escondrijos é inundándolo de felicidad y de alegría.
Y todo esto es el fruto de la cruz y de la corona de espinas; el fruto de la Pasión de Jesucristo, cuyos méritos infinitos se nos aplican en el sacramento de la Penitencia.
Dadme, pues, mi buen Salvador, que ame como ,debo este maravilloso Sacramento, y que á él recurra á menudo con vivísimos deseos de aprovecharme de las santas efusiones de vuestra sangre. Haced que me confiese siempre bien, que sea muy sincero en la manifestación de mis pecados, muy leal con mi conciencia, que huelle el orgullo y los respetos humanos, y que reciba siempre la absolución con las santas disposiciones que vuestro Corazón comunica á los corazones fieles, y que en ellos quiere que resplandezcan.
EL SAGRADO CORAZÒN DE JESÙS por Monseñor Segur
PECADO CONTRA EL PRIMER MANDAMIENTO
NO PODEMOS CAMBIAR NUESTRA FE
¿Qué no les tocó ver a los Católicos en 1960?
1.- El Sagrario no está visible, no se encuentra en el centro del altar ni en el Santuario;
2.- Altar en des uso, desaparecido o reemplazado por una mesa;
3.- Silla para un ser humano al frente y al centro, en el lugar de Nuestro Señor en el Tabernáculo;
4.- Ausencia del comulgatorio, la gente está de pie para recibir la Comunión;
5.- Bancas sin reclinatorios;
6.- Mujeres sin velo;
7.- Mujeres vistiendo pantalones, shorts o ropa inmodesta;
8.- Hombres en jeans y camisetas;
9.- Mujeres por acólitos;
10.- Fieles conversando en grupo como si fuera un mercado o un bazar;
11.- Sacerdote oficiando Misa de frente a las personas dando la espalda a donde Nuestro Señor debería estar;
12.- Las oraciones de la Misa en cualquier otro idioma menos en latín;
13.- Laicos haciendo las lecturas de la Misa;
14.- Laicos llevando vino y hostias (desde la parte trasera de la Iglesia en el Ofertorio);
15.- Fieles recibiendo la Comunión en la mano;
16.- Laicos distribuyendo la Sagrada Comunión, tocando la Hostia consagrada o el cáliz (Ministros Extraordinarios de la Eucaristía);
17.- Cambios en las oraciones de la Misa;
18.- Guitarras u otros instrumentos reemplazaron el órgano;
19.- Música moderna reemplazó los himnos solemnes tradicionales;
20.- Saludos de mano después de la Consagración, además de aplausos durante la Misa;
21.- Ministros protestantes, judíos rabinos, o miembros de algún otro credo falso dando el sermón y predicando en Misa;
22.- Celulares sonando o gente hablando por el celular dentro de la Iglesia y durante la Misa;
23.- Cumplir la obligación de Misa dominical el sábado por la tarde;
24.- Carencia o disminución de la devoción a la Santísima Virgen María, tratándola de manera similar a los Protestantes, como si Ella no fuera importante o especial, solo otra mujer.
¿Cambiaron las cosas? “Entonces se verá más claro”.
Refiriéndose al Tercer Secreto de Fátima:
“Entonces [después de 1960] se verá más claro”
-Nuestra Señora de Fátima a Sor Lucía
Fuente: Fátima Center