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viernes, 28 de marzo de 2014

REFLEXIONES SOBRE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

LA MUERTE EN LA CRUZ



Es el suplicio de la cruz uno de los más espantosos que inventó el ingenio del hombre para vengar la justicia ultrajada. La palabra griega “stauros”, lo mismo que la latina “crux, significa un palo, estaca o poste plantado en tierra, el cual podía ser sustituído por un árbol. El uso que de él se hacía para castigar a los criminales era diferente.  En el Génesis dice José que dentro de tres días el Rey mandara quitarle la cabeza y colgar su cuerpo de un árbol para ser pasto de las aves (40-19), Josué hizo colgar de un  árbol al rey de Hai, dejándolo allí hasta la tarde (8-19). Lo mismo hizo con los cinco reyes después de darles muerte (10-26), y antes de él lo mismo hizo Moisés con los príncipes prevaricadores  de Baal-Fogor (Num. 25,4). Tal es la pena que establece el Deuteronomio para los reos de muerte.

Parece que fueron los fenicios los que agravaron esta pena, colgando vivos a los reos y dejándolos así  hasta que muriesen en medio de sus dolores y fuesen luego devorados  por las aves y las fieras. 

Durante el asedio de Tiro por Alejandro, este castigó con esta pena a 2000 tirios. Los griegos no la aplicaban sino en casos como ese; en cambio, la emplearon desde antiguo los romanos. Era el suplicio de los delitos que el derecho consideraba como mas graves: la sedición, el vandalismo, la piratería, la deslealtad de los siervos para con sus amos, la traición, etc. 
Los ciudadanos romanos estaban exentos de esta pena, y Cicerón pondera la crueldad de Verres en haberla aplicado en Sicilia a individuos que gozaban de ser ciudadanos romanos. 

En las provincias romanas se aplicaba esta pena con más frecuencia que en Roma, Flavio Josefo nos cuenta los millares de judíos que la sufrieron en las sediciones  que precedieron  a la guerra del 70 y durante esta guerra. En las ciudades, la salida de estas aparecían cubiertas de postes derechos preparados para la ocurrencia de la crucifixión. Así la vista de los condenados debía ser escarmiento a los demás. 

Cuando uno era condenado a este suplicio, empezaban por administrarle la pena dura de la flagelación, que a Jesús Pilato, porque ya antes de la sentencia se la había mandado dar para calmar la furia de los judíos (Luc. 23,22). Luego de azotado, le cargaban el travesaño de la cruz sobre los hombros y, dándole más azotes, entre la algarabía de las turbas, que se gozaban de estos espectáculos, era conducido el reo al lugar del suplicio, precedidos del heraldo que llevaba con el nombre del reo y el delito por el cual había sido condenado.

 De aquí que toma Jesús la imagen de tomar la cruz y seguirle (Mat. 10,38), llegado allí, se le desnudaba, dejando sus vestidos a los cuatro soldados encargados de la ejecución. El poste, clavado en tierra, tenía en la parte baja el subpedaneum, un taco de madera  que servía de apoyo a los pies. A media altura otro, sobre el cual el reo venía a quedar a horcajadas. Todo esto para ayudar a sostener el cuerpo del pobre reo, a quien la gravedad inclinaría hacia el suelo. 

Los textos históricos de que disponemos no están claros sobre el modo como los soldados levantaban en alto al reo para clavarle con cuatro gruesos clavos, dos en las manos y dos en los pies. Sobre la cabeza colocaban el cartel con el nombre del reo y la causa de su condenación. Parece que entre los judíos, que no gustaban tanto del desnudo como los griegos y romanos, se consentía cubrir con un paño las partes naturales. Así mismo se administraba al condenado una bebida de vino con mirra, a modo de anestésico, para que no sintiera tanto los dolores. De este modo, enclavado en la cruz, quedaba el pobre reo, guardado por los soldados hasta que moría, y su agonía podía prolongarse varios días. Por eso Pilatos se admiro de que Jesús hubiera muerto tan pronto. 

Ya muerto, era abandonado en la cruz para que las fieras y las aves de rapiña lo consumiesen, a no ser que el juez hubiera concedido a la familia o amigos del reo para que le diesen sepultura. Cuando por algún motivo se quería que los reos acabasen más pronto., se les quebraban las piernas, con lo que se desangraban en seguida y acababan su triste vida. También esto debía ser usual en Judea, a causa del precepto del Deuteronomio (21,23)

Era este suplicio no solo terrible por los dolores y la duración, sino también sumamente afrentoso, ya que no se aplicaba sino a los grandes criminales y a las personas de baja condición. Por lo cual San Pablo que conocía bien esto, dice de Jesús que “se humilló, hecho obediente, hasta la muerte, y muerte de Cruz”. (Phil. 2,8) Y en la epístola a los Hebreos se dice que “soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia” (12,2) De aquí nació el juicio que judíos y gentiles formaban del Evangelio, que les ofrecía como objeto de fé y de adoración un Dios crucificado. Era esto para los griegos una locura, y un escándalo para los judíos ((1 Cor. 1,23) San Pablo dice a los judaizantes que se aferraban  a la circuncisión y a la ley para tener que soportar el escándalo de la cruz de Cristo (Gal.5,11; c.12).

 Este escándalo debía ser también el que inclinaba a muchos herejes al docetismo y a decir que la crucifixión había sido solo aparente,  o que Simón de Cirene había ocupado en la cruz el lugar de Jesús.

Santo Tomas tenía especial devoción por la pasión de Jesucristo, y el Señor le había concedido una inteligencia grande de sus misterios, que él gustaba de explicar, sea al pueblo en sus sermones,  sea a los doctos en sus comentarios del Nuevo Testamento, he aquí sus propias palabras sobre el tema que estamos tratando:

“Por muchos motivos fue convenientísimo que Cristo padeciera muerte de cruz;
Primero, para ejemplo de virtud, pues dice San Agustín. “La sabiduría de Dios tomó la naturaleza humana para ejemplo de vida recta. Pertenece a esta recta vida el no temer  a lo que no es de temer. Hay hombres que, si bien no temen la muerte, pero se espantan ante cierto género de muerte. Pues, para que ningún género de muerte infundiera temor a los hombre que llevaban una vida buena la muerte de cruz de aquel Hombre, pues nada había entre todos los géneros de muerte mas execrable y horrendo  que este género de muerte”.

Segundo porque este género de muerte era el más conveniente para satisfacer  por el pecado del primer hombre, que consintió en comer del fruto prohibido por el mandato de Dios. Por esto fue conveniente que Cristo, para satisfacer por aquel pecado, tolerase ser clavado en el madero, según las palabras del Salmo: “Lo que no arrebate lo tuve que pagar”. Por donde dice San Agustín en un sermón de la pasión: “Despreció Adán el precepto tomando la fruta del árbol, pero cuanto Adán perdió, Cristo lo encontró en la Cruz”.

Tercero, porque al decir de San Crisóstomo, “en un alto madero padeció y no bajo un techo, para que el aire mismo fuera purificado. Pero la tierra recibía también semejante beneficio al ser purificada por la sangre que corría del costado”. Y sobre las palabras de San Juan: “Es preciso que sea levantado el Hijo del hombre”. Dice: “Al oír ser levantado, entiende ser colgado en alto, para que santificase el aire quien había santificado la tierra caminando por ella”.

Cuarto, porque muriendo en la cruz nos prepara la subida al cielo, según dice San Crisóstomo. Porque esto dice el mismo Salvador: “Si yo fuese levantado de la tierra, todo lo atraeré a mi”.

Quinto, porque así convenía a la universal salvación de todo el mundo. Por donde San Gregorio dice que “la figura de la cruz desde un centro único irradia a los cuatro extremos, significando la virtud y la providencia  de Aquel que en ella pendía de la cruz, extendida las manos, para atraer con la una al pueblo de la ley antigua y con la otra a los gentiles”.

Sexto, porque con este género de muerte se designan diversas virtudes. Y así dice San Agustín: “No en vano eligió tal género de muerte, para mostrarse, como dice el Apóstol, maestro de la latitud, y de la altura, y de la longitud, y de la profundidad. Pues la latitud, en aquel patíbulo, es el travesaño que se fija en la parte superior, y significa las buenas obras porque en él se extienden las manos. La longitud, en aquel trozo que se prolonga hasta la tierra, y en ella esta, en cierto modo, firme, es decir, persiste, persevera lo que se atribuye  a la longanimidad. La alteza se halla en aquella parte que desde el centro se prolonga hacia arriba, hacia la cabeza del crucificado, y significa la suprema expectación de los que viven en la esperanza. Aquella parte que se oculta bajo la tierra y esta fija en ella, de donde todo lo demás se levanta, significa la profundidad de la gracia gratuita”. Y como dice San Agustín: “el madero en el que están fijos los miembros del paciente es también la cátedra del maestro que enseña”.

Séptimo, porque este género de muerte responde a muchas figuras. Pues como dice San Agustín, del diluvio de muchas aguas libró el arca lignea al género humano; al retirarse de Egipto el pueblo de Dios, dividió Moisés con la vara el mar y, echando por tierra el poder del Faraón, rescató al pueblo de Dios; el mismo Moisés echo un leño en el agua y de amarga la volvió dulce; con la vara de madera hizo brotar de la roca espiritual la onda saludable; y para que Amelec fuera vencido, Moisés extendió las manos enfrente de la vara; y la ley de Dios es depositada en un arca de madera, para que por todas estas figuras, como por ciertos grados, vengamos al madero de la cruz.