Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la mujer adúltera
Trajeron a Cristo los escribas una mujer adúltera para que la juzgase,
inclinóse y escribió en la tierra, y levantándose dijo: el que se hallare sin
pecado la apedree; fueron unos tras otros y quedó la mujer sola, a quien dijo
Cristo: ya se han ido los que te acusaban;
vete tú también y no peques más.
Punto I.- Pon los ojos en esta mujer condenada por adúltera a ser
apedreada de todo el pueblo, el cual se había convocado con los escribas y
fariseos para ejecutar la sentencia. Considera la aflicción de su corazón,
hallándose tan cercana a muerte tan penosa y afrentosa, la vergüenza con que
estaría en medio de tanta gente, las lágrimas que correrían de sus ojos, y cuánto
diera por no haber pecado, y el temblor de su alma esperando el remate de aquel
juicio en que le iba vivir o morir acerbamente. Mira como en espejo lo que pasa
al pecador en el tribunal de Cristo, y lo que te pasará a ti cuando te llame a
juicio, y cuál estarás en medio de aquel senado, y las congojas de tu corazón
temiendo el suceso de la sentencia, y cuánto quisieras no haber pecado, pues
por deleite tan vil y momentáneo te hallarás a pique de morir con acerbísimos
tormentos eternamente; y pide a Dios que te tenga de su mano para no caer en
pecado.
Punto II.- Considera a Cristo escribiendo en la tierra, según San
Agustín, a los que la acusaban, porque no eran dignos de ser escritos en el
cielo, sino en la tierra; y aprende a no acusar a tus prójimos ni perseguir a
los miserables si cayeren en pecado, sino antes compadecerte de ellos y rogar e
interceder para que sean perdonados y no castigados, como lo hicieron estos,
para que tu nombre no sea escrito como el suyo en la tierra, sino como el de
los apóstoles en el cielo.
Punto III.- Les dice Cristo que
la apedree el que se hallare sin pecado, enseñando, como dice San Gregorio, que
primero debemos juzgarnos a nosotros mismos que a nuestros prójimos, y meter la
mano en nuestras conciencias para purificarlas de pecado, que condenemos a
otros. Pon la mano en tu pecho y escudriña tu conciencia cuando vieres u oyeres
algún defecto de tu prójimo, y no le juzgues ni condenes hasta juzgarte a ti
mismo y purificarte de toda culpa. ¡Oh Señor! Dadme gracia para que mire
siempre por la honra de mis prójimos y nunca los condene, más antes sus caídas
me sirvan de ocasión para purificar mi alma de todo pecado.
Punto IV.- Considera la prudencia
con que Cristo libró de las manos de aquellos lobos carniceros a esta pobre
mujer, y cómo se fueron y la dejaron sola, pero mejor acompañada con el
Salvador, quien la absolvió de su pecado, y la amonestó a no pecar, mostrando
en lo primero su mansedumbre y en lo segundo su rectitud y verdad, como dice
San Agustín. Mira cómo Dios es suave, benigno y misericordioso, también es
recto y justiciero y ama la verdad. Ponte, pues, en el lugar de esta mujer, y
oye como dichas a ti estas palabras: yo
no te condeno; pero vete y no peques más. Esta merced te hace el Salvador,
y esto te amonesta; medita despacio su sentencia y mira cómo la has de cumplir.