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¡Adelante católicos cristeros contrarrevolucionarios!
Quienes tengan impuesto el Escapulario del Carmen y lo vistan (lo lleven consigo), se hacen acreedores de LA PROMESA DE LA SALVACIÓN ETERNA y también de especial protección en esta vida, todo ello por intercesión de María Santísima.
Las condiciones son:
a) Que dicho Escapulario sea de tela
b) Que sea impuesto por un sacerdote con la fórmula o palabras del Ritual. La fórmula de imposición debe ser la antigua, la cual se encuentra en los libros Rituales y en los Breviarios anteriores al Concilio Vaticano II.
c) Que se utilice constantemente, incluso para dormir. Por sentido común: uno puede quitárselo unos momentos para ducharse
d) El tema de los enfermos graves en los Hospitales: Muy frecuentemente uno ve que en los Hospitales, los enfermos o los familiares de los enfermos atan el Escapulario al borde o barandilla de la cama, mas ello no debe ser así: El Escapulario debe estar en el cuerpo de la persona. Puesto que los médicos no permiten que haya nada sobre el pecho, después de haber sido impuesto, se puede atar en el tobillo del enfermo, y pedir a las enfermeras que por favor lo respeten y no lo quiten.
e) La imposición que hace un sacerdote en las condiciones descritas vale para toda la vida. De modo tal que si el Escapulario se extraviase o se rompiera, simplemente habría que comprar otro de tela y ponérselo directamente (no es necesaria ninguna nueva bendición).
f)La condición mas importante para alcanzar las promesas es ser fiel devoto de la Santísima Virgen María
A continuación las palabras de imposición del Escapulario del Carmen del Ritual Romano de la Iglesia Católica:
"Señor Nuestro Jesucristo, Salvador del género humano, este hábito, el cual por tu amor y el amor de tu Madre, la Virgen María del Monte Carmelo, tu siervo devotamente va a llevar, santifícalo con tu diestra, para que intercediendo tu misma Madre, defendido del maligno enemigo (del diablo), persevere en tu gracia hasta la muerte."
La oración de imposición pide no sólo la Salvación Eterna, sino también protección en esta vida:
"Recibe este hábito bendito, rogando a la Santísima Virgen, que por sus méritos lo lleves sin mancha (sin pecado), y que Ella te defienda a ti de todo mal (adversidad), y que te lleve a la Vida Eterna. Amén."
Y la bendición final es para ser protegido contra el diablo en el momento final de la muerte y para llegar a la Salvación Eterna:
"Te bendiga el Creador del cielo y de la tierra, Dios omnipotente, el cual se ha dignado admitirte en la Confraternidad de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, a la cual pedimos que en la hora de tu muerte, aplaste la cabeza de la antigua serpiente (del diablo), y consigas finalmente la palma y la corona de la herencia sempiterna (la Salvación)."
Supongamos ahora que Dios nos abre el camino de la
contemplación. Esta tiene una gran variedad de senderos, y
Dios se reserva elegimos el nuestro.
La contemplación será siempre una oración de simple
mirada amorosa a Dios y a las cosas de Dios. Su esencia toda
entera se cifra en estas dos palabras: mirar y amar. Hay, sin embargo,
en ella una época de transición, durante la cual, ora
se medita, ora se contempla. Existe también la contemplación
activa y la pasiva: en la primera diríase que el alma ha dejado
el discurso y simplificado sus afectos por su libre elección; en
la segunda se da cuenta con evidencia de que la luz y el amor
no provienen de sus esfuerzos, sino que los recibe, y es Dios
quien los derrama. Los distribuye empero el Señor como
quiere: dará más luz que amor, y la oración será querúbica;
infundirá más amor que luz, y la oración será seráfica.
Destinará a unos cuantos a contemplar sus divinos atributos, o
la adorable Trinidad; a la mayor parte a contemplar la santa
Humanidad, Jesús Niño, la Pasión, el Sagrado Corazón de
Jesús, el Santísimo Sacramento, etc. Dios es el Dueño, y a El
le pertenece señalar a cada alma su misión y su servicio. A
veces la acción mística producirá un silencio admirativo y lleno
de amor, a veces palabras de ternura o impetuosos
transportes. Tan pronto derramará la luz a torrentes como con
medida, y aun gota a gota, conforme a las disposiciones del
alma, y según se proponga Dios abrasaría o purificarla. En
una palabra, por múltiples razones la contemplación revestirá
formas diversas y cambios frecuentes, que exigirán de nuestra
parte una abnegación de todos los días y un filial abandono.
Detengámonos a contemplar más de cerca una de las más
duras variaciones, o sea, que la contemplación sea a veces
sabrosa, y que ordinariamente sea árida o sin gran
consolación.
Para mejor inteligencia de esta doctrina, notemos con el P.
le Gaudier, «que hay actos esenciales a la contemplación, a
saber: en la inteligencia, una simple mirada cesando todo
discurso; en la voluntad, el amor de amistad, el más excelente
de todos, fuente, forma y fin de la contemplación. Mas hay en
ella otros actos que, por decirlo así, la completan, como la
admiración, la devoción unida a una inefable delectación».
Indudablemente, estos últimos actos perfeccionan la oración
mística, aportando a ella cierto esplendor de belleza, una más
suave dulzura, y hasta un suplemento de fuerza. Pero aun
prescindiendo de todo esto, la contemplación conserva sus
elementos esenciales, y como Dios nos gobierna con tanta
sabiduría como amor, sírvese así de la contemplación sabrosa, como
de la contemplación árida y purificadora, según
el efecto de gracia que quiere producir en nosotros.
¿Propónese despegar al alma de la tierra y atraerla
fuertemente a sí? Derramará entonces la luz y el amor a
torrentes, y el alma, sumergida en Dios, cuya presencia y
acción siente deliciosamente, inflamada de los santos ardores
de la unión de amor, un Dios tan grande y tan santo para con
su vil criatura, quédase en silencio y contempla con profunda
mirada, en que se dibujan el asombro, la alegría, el amor que
la cautivan; goza de Dios en una unión rebosante de paz y de
dulzura cual otro San Juan descansando sobre el pecho de su
adorable Maestro. Ama con todo su corazón sin manifestar su
amor, pues es el silencio el que habla más alto todavía, y su
alma se revela toda entera por el fuego de sus ojos, por sus
lágrimas, su actitud, las disposiciones de su corazón, la
inmovilidad, consecuencia de su recogimiento. O bien, si el
movimiento de la gracia la atrae, expansiónase en amorosos
coloquios, en efusiones de ternura sin violencia ni arrebatos, y
en la más deliciosa intimidad. A veces el amor y la alegría
llegan a tal exceso, que el alma no puede contenerlos; loca
entonces de amor y de dicha, en una santa embriaguez de
Dios, estalla en piadosos transportes, se abandona a los
entusiasmos de su ternura, a la impetuosidad de su corazón;
se desborda en verdaderas olas de ardorosos sentimientos,
de palabras delirantes, de santas locuras, pero siempre trata
de ocultar el secreto del Rey a cualquier mirada indiscreta.
Porque Dios no se baja una sola vez y como de paso a
nuestra pequeñez y nos eleva a sus divinas privanzas, sino
que repetidas veces y largo tiempo toma a esta alma en sus
brazos, la acaricia sentada sobre sus rodillas, la estrecha
contra su corazón como al hijo de su amor.
¿Tiene necesidad esta alma de muchos argumentos para
convencerse de que ama y es aún más amada, y de que Dios
es infinitamente bueno y quiere para ella todo lo bueno? ¿No
ha comprendido la ternura de esos abrazos? Ahora conoce
por una dulce experiencia el corazón de su Padre tan tierno,
de su Esposo adorado, y a El se confía sin dificultad y sin
esfuerzo; le abandona todo cuanto tiene de más querido: su
vida, su muerte y su eternidad; le suplica se apodere de su corazón y
de su voluntad para que los guarde y los gobierne
para siempre. ¡Qué no haría ella entonces! Es el tiempo del
sol resplandeciente y de las ricas mieses. Cuide el alma de
seguir con docilidad la acción de Dios en la oración, de
pagarle en justo retorno con el acrecentamiento de su
fidelidad, de no rehusarle nada de cuanto le pida, pues éste es
para ella el momento de vencerse con menos dificultad y con
más energía; el sacrificio se la hace fácil y hasta hay en él un
verdadero encanto. No olvide buscar más al Dios de las
consolaciones que las consolaciones de Dios, y de hundirse
en el sentimiento de su miseria a medida que Dios la eleva por
su misericordia. En el tiempo de la prosperidad prepárese para
la adversidad, porque no siempre la contemplación producirá
esta viva admiración que suspende el espíritu en el estupor, ni
el fuego de amor que hace que la voluntad salga de si misma,
ni tampoco el gozo que invade el alma y los sentidos. Rara
vez alcanzará la acción mística este máximum de intensidad,
siendo lo más ordinario que se mantenga mediana o débil; y
entonces la oración se desenvolverá en un estado que ni es la
consolación ni la sequedad, o quizá también en una monótona
y desoladora aridez.
¿Por qué estas incesantes variaciones? Porque aún no
está el alma enteramente purificada, ni bastante desprendida
de los sentidos. Necesita despegarse más por completo de
todas las cosas, y que por ende llegue a estar menos sujeta a
sus operaciones sensibles, lo cual llegará a conseguir por la
práctica de la mortificación cristiana, pero es necesario que
Dios ponga en ello su mano poderosa. Hácelo por medio de
los ardores de la consolación sabrosa, y aun esto no es
suficiente. Bajo el torrente de luz y de amor, ¿seríanos posible
descubrir nuestra miseria y nuestra pobreza? Quizá el orgullo
y la necesidad de regocijarse encontrarán allí su más delicioso
bocado, y el hombre viejo no acabaría de morir. Mas Dios va a
reducirla por la dieta, y hasta si es necesario por el hambre.
Retírala a esta alma tan querida sus acostumbradas
meditaciones, la abundancia de pensamientos, la variedad de
afectos, la dulzura de las divinas caricias; y dale en cambio
algún tanto de contemplación, pero una contemplación árida y
purificadora, en la que derrama la luz y el amor gota a gota con
desesperante parsimonia. Derrama lo suficiente para que
el alma se vuelva a Dios, le busque y sólo cerca de El halle
reposo, pero no lo bastante para que pueda hallarle en un
delicioso sentimiento. Es una verdadera contemplación
mística, mas se realiza en una búsqueda ansiosa, una
dolorosa necesidad, un hambre insaciable. De cuando en
cuando, déjase Dios entrever, y el alma gusta al momento los
santos ardores y los goces de la contemplación sabrosa. Bien
pronto, y quizá por largo tiempo, la vuelve a poner en esta
monótona y desoladora noche de los sentidos, en que la
sumerge hasta la saciedad; y, a fin de que acabe de morir a sí
misma, la reserva la noche del espíritu, mucho más penosa
todavía.
¿Podrá el alma quejarse? No por cierto. Es una gracia
austera y crucificadora, y ¡cuán necesaria, a juzgar por la
conducta ordinaria de la Providencia! Esfuércese el alma por
comprender las miras de Dios y conformarse a ellas con
generosidad y confianza, pues este desdén no es sino
aparente. Abandonada en el vacío del espíritu, en la sequedad
del corazón, y con frecuencia en la tentación, obligada a
palpar con sus propias manos su impotencia y su miseria,
tórnase pequeña a sus propios ojos, y concluirá por hacerse
humilde y sumisa ante Dios y ante los hombres. Privada de
continuo de las dulzuras a las que habíase aficionado con
exceso, aprende a pasarse sin ellas, para servir al buen
Maestro con desinterés: el amor divino se eleva sobre el amor
propio y las virtudes aumentan, produciéndose de esta misma
aridez un aumento de fuerza, de mérito y de esplendor,
porque, cuando Dios oculta su amor y no muestra sino sus
rigores, es cuando se cree, se espera, se ama, se obedece y
se abandona. Hay, pues, en esto una mina de oro que explotar
para la purificación del alma y el progreso de las virtudes, con
tal de que se persevere animoso en la oración y no se deje
uno desconcertar por la prueba.
En una palabra, la contemplación árida y la contemplación
sabrosa tiene cada cual su misión providencial, y procuran al
alma fiel preciosas ventajas: la una tiene por fin directo
hacemos morir a nosotros mismos, y la otra hacernos vivir en
Dios; una posee maravillosa virtud para extinguir el amor divino. Sin
embargo, la falta de esfuerzo puede ser para la
primera un obstáculo, y para la segunda la falta de humildad y
de abnegación. ¿Cuál nos es más necesaria? ¿Haremos buen
o mal uso de una y otra? Es cierto que somos libres de tener
un deseo y de manifestárselo filialmente a Dios; mas,
expuestos como estamos a engañarnos en cosa de tanta
monta y que depende del beneplácito divino, ¿no es más
prudente poner la elección en manos de Dios, y estar
dispuestos a cumplir nuestro deber, aceptando de antemano
su decisión, sea cual fuere?
Los santos mismos no han andado todos por los mismos
caminos de oración, pero todos sí han practicado este
abandono filial, y seguido dócilmente la acción de la gracia.
Escuchemos a Santa Juana de Chantal hablando de su
bienaventurado Padre: «Díjome una vez que él no tenía
cuenta de si se hallaba en la consolación o en la desolación; y
que, cuando el Señor le daba buenos sentimientos, recibíalos
con sencillez, pero que no pensaba en ellos si no se los daba.
Mas es cierto que de ordinario disfrutaba de grandes dulzuras
interiores, como su semblante lo manifestaba. Ha tiempo que
me dijo que no tenía gustos sensibles en la oración, y que
todo lo que obraba Dios en él hacíalo por claridades y
sentimientos insensibles que difundía en la parte intelectual de
su alma, sin que la inferior tomara parte en ello. Recibíalo
sencillamente con profundísima humildad y reverenda, pues
su divisa era permanecer muy humilde, pequeño y abatido en
presencia de su Dios, y lleno de singular reverencia y
confianza como un hijo de amor. « Santa Juana de Chantal
tenía una oración pasiva de sencilla entrega a Dios, de total
abandono, y consistía en un "fiat voluntas tua" sin interrupción.
En ella permanecía en simple vista de su Dios y de su nada,
abandonada por completo al divino beneplácito, y sin cuidarse
lo más mínimo de hacer actos de entendimiento ni de
voluntad», como actos metódicos, discursivos o sensibles.
«Era el Señor quien se cuidaba de despertar en su alma los
sentimientos que necesitaba, y allí la iluminaba perfectamente
para todo, y mil veces mejor que ella lo hubiera podido hacer
por sus propios discursos e imaginaciones.» Sin embargo,
sufría en ese estado tan sencillo y pasivo, a causa de su natural
ardiente y por la novedad del camino, convirtiéndosele
todo en dificultad y motivo de inquietud. Mas su
bienaventurado Padre la tranquilizaba enseñándola: «que la
quietud en que la voluntad obra impulsada por una simple
aquiescencia al divino beneplácito, es una quietud
sobremanera excelente, por lo mismo que está exenta de toda
especie de interés». Y porque la Santa siguiese sin temor el
movimiento de la gracia, «contentándose con no tener otra
satisfacción que la de carecer de toda alegría por amor y por
agradar a Dios, anímala con la tan conocida parábola: Si un
escultor hubiese colocado en la galería de un príncipe una
estatua, que estuviese dotada de entendimiento, y supiese
hablar y discurrir, y se la preguntara: Dime, hermosa estatua,
¿por qué estás en este lugar?, respondería: porque mi dueño
me ha colocado aquí. Y si se replicase: Pero, ¿qué haces ahí
sin hacer nada?, diría: porque mi dueño quiere que me esté
aquí inmóvil. Y si de nuevo se la instase diciendo: pero, ¿de
qué te sirve estar de ese modo?, y además, ¿de qué provecho
sirves? ¡Oh, Dios mío!, respondería; no estoy aquí para mi
servicio, sino para servir y obedecer a la voluntad de mi
dueño. - Mas tú no le ves. - No, respondería ella, pero él sí me
ve y gusta de que esté donde él me ha puesto. - Y ¿no te
gustaría tener movimiento para acercarte más a él? - No, a
pesar de que me lo mandase. - Entonces no deseas nada. -
No, porque yo estoy donde mi dueño me ha colocado, y su
voluntad es el único contentamiento de mi ser. - ¡Qué buena
oración, hija mía, es conservarse en la voluntad de Dios y en
su beneplácito!» Con todo, «en este estado pasivo, Santa
Juana de Chantal no dejaba de obrar en ciertos momentos, en
que Dios retiraba su operación o la excitaba a ello; mas sus
actos eran siempre cortos, humildes y amorosos». Esta
dirección era prudentísima, y muy provechosa esta ocupación,
«ya que después de uno o dos años en esta oración pasiva,
viose inmediatamente a la Madre Chantal con luces para ella
hasta entonces desconocidas, con sentimientos de una
profundidad admirable acerca de Dios de ella misma, de las
criaturas; con un ardor de celo, un abandono en la divina
voluntad, con un desprecio de las cosas de acá abajo, con no
sé qué sed de humillaciones que a todos maravillaba».
Dijo un día Nuestro Señor a Santa Margarita María: «Sabe,
hija mía, que la oración de sumisión y de sacrificio me es más
agradable que la contemplación.» Y esta digna hija de Santa
Juana de Chantal «acostumbraba a decir que las penas
interiores recibidas con amor, eran a modo de un fuego que va
consumiendo insensiblemente al alma y a todo cuanto en ella
desagrada al divino Esposo. Las almas que tienen experiencia
de ello declaran que en esas penas hicieron grades progresos
sin darse cuenta; de suerte que si fuese libre la elección de la
consolación o del sufrimiento, el alma fiel no había de titubear,
sino abrazarse con la cruz de nuestro divino Maestro, aun
cuando no nos proporcionara otra ventaja que hacemos
conformes a nuestro Esposo crucificado».
Santa Teresa del Niño Jesús hablando de su retiro para la
profesión dice: «En lugar de gozar de consuelo, la aridez más
completa fue mi patrimonio, Jesús dormía como de ordinario
en mi pequeña navecilla... Por lo visto, no va a despertarse
hasta el gran retiro de la eternidad; mas esto, lejos de
causarme pena, me causaba sumo placer. Debía yo atribuir mi
sequedad a mi poco fervor y fidelidad, debía sentirme
desolada por dormir con harta frecuencia durante mis
oraciones y acciones de gracias. Pues bien, no por eso me
entregué al desaliento, pues pensé más bien que los niños
tanto complacen a sus padres cuando duermen como cuando
están despiertos.»
Es su confianza y humildad infantil la que le daba tanta
tranquilidad. Empleaba, sin embargo, con toda fidelidad los
medios para hacer bien su oración, que llegó a ser continua.
Después refiere la prueba terrible por la que la hizo Dios
pasar: « ¡Debía yo pareceros inundada de consolaciones, una
niña para la cual el velo de la fe se hubiera casi rasgado! Sin
embargo, no es un velo, sino un muro que se eleva hasta los
cielos y cubre el firmamento estrellado. Cuando canto la dicha
del cielo, no experimento en ello gozo alguno, sino que
simplemente canto lo que deseo creer... No me ha enviado el
Señor esta pesada cruz sino en el momento en que podía
llevarla; en otra época estoy persuadida de que me hubiera
hundido en el desaliento. Ahora sólo me produce una cosa:
quitarme todo sentimiento de satisfacción natural en mi aspiración a
la patria celeste.»
Lo que acabamos de decir se aplica a la contemplación
oscura y general. Hay otra que es distinta y particular, y tiene
su ejercicio especialmente en las visiones, revelaciones,
palabras interiores, etc. En ella sobre todo, es donde se ha de
practicar la santa indiferencia llegando hasta desear que Dios
nos conduzca por otro camino.
Semejantes favores no suponen la santidad: Balaam
profetizó, Saúl profetizó, Judas profetizó y hasta hizo milagros.
Niños hubo que tuvieron visiones, por ejemplo en la Saleta, en
Lourdes, en Pontmain, y por el contrario muchos santos no
parece hayan sido favorecidos con gracias semejantes. En
nuestros tiempos las ha prodigado a Gemma Galgani y a
muchos otros, mientras que Santa Teresa del Niño Jesús, Sor
Isabel de la Trinidad, Sor Celina de la Presentación no han
recibido ninguna o casi ninguna. No son, pues, estas gracias
la santidad, ni señal de santidad, por lo que con razón afirma
Santa Teresa que, «por recibir muchas mercedes de éstas, no
se merece más gloria... en lo que es más merecer, no nos lo
quita el Señor, pues está en nuestras manos; y así hay
muchas personas santas que jamás supieron qué cosa es
recibir una de aquestas mercedes, y otras que las reciben que
no lo son»
No constituyen, por consiguiente, el medio necesario para
llegar a la perfección. Sin embargo, Santa Teresa, que fue
colmada de ellas, hace el más entusiasta elogio de su
bienhechora eficacia. «Estos dones, dice, hay que tenerlos en
grande estima. Apenas he tenido visiones que no me hayan
dejado más virtud, y una sola palabra de estas que
acostumbro a oír, una visión, un recogimiento que apenas sí
dura un Avemaría, pone mi alma en una paz perfecta,
devuelve hasta la salud a mi cuerpo, llena de luz mi
entendimiento y me restituye la fuerza y los deseos que tengo
de ordinario. Acuérdome de lo que era, sé que iba por un
camino de perdición, y veo que en poco tiempo de tal modo
me han trocado estos divinos favores, que apenas
reconózcome a mí misma.»
Haríase, pues, mal en rechazar todas las gracias de este
género intencionadamente y por sistema; y en la suposición de que el
Espíritu Santo quisiera conducirnos por este camino
a la santidad, sería cerrarle el camino.
Mas si hay favores que son buenos y excelentes porque
vienen de Dios, hay fenómenos análogos que serían nocivos,
pues pudieran ser una artimaña del demonio o un juego de la
imaginación. En ésta, más que en ninguna otra materia, son
fáciles las ilusiones, y aun los mismos santos no han sabido
preservarse de ellas; como aconteció a Santa Catalina de
Bolonia, la cual, en los comienzos de su vida religiosa, se dejó
engañar durante cinco años por una aparición del demonio en
figura de Jesús crucificado, o de la Santísima Virgen; -hay que
confesar, sin embargo, que ella había dado lugar a semejantes
sucesos por su presunción-. Adviértenos Santa Teresa que,
cuando se tiene la osadía de desear favores de esta
naturaleza, «se vive ya engañado, o en inminente peligro de
serlo, porque el menor resquicio abierto basta al demonio para
tendernos mil lazos, y porque un deseo violento arrastra
consigo a la imaginación, figurándose ver y oír lo que ni se ve
ni se oye». Por el contrario, «con tal que un alma no quiera
dejarse engañar y ande en humildad y sencillez, no creo, dice
la Santa, que esta alma pueda ser engañada». En este caso
más que en ningún otro conviene orar, reflexionar, consultar y
seguir todas las leyes de una severa prudencia.
¿Quién ignora la insistencia con que San Juan de la Cruz
previene a sus lectores a desconfiar de sus visiones,
revelaciones y palabras interiores, a resistirías, a
desprenderse de ellas? Santa Teresa, por su parte, expresa
un sentimiento más moderado: « Siempre hay motivo para
temer en semejantes cosas, hasta asegurarse que proceden
del espíritu de Dios; por esto digo que en los principios,
siempre es lo más acertado combatirlas. Si es Dios quien
obra, esta humildad del alma en rechazar sus favores, no hará
sino disponerla para mejor recibirlos, y aumentarán a medida
que ella los ponga a prueba. Conviene, empero, guardarse de
molestar e inquietar demasiado a estas personas». Hablando
de las apariciones de Nuestro Señor, añade:
«Jamás le pidáis ni jamás deseéis que os conduzca por tal
camino, que es bueno, sin duda, y debéis respetarlo mucho y
tenerlo en gran estimación, pero conviene no desearlo ni pedirlo.»
Completa la Santa su pensamiento invitando al alma
al santo abandono: «Se ignora, dice, si hallarán pérdidas allí
donde se creía hallar ventajas. Existe una extraña temeridad
en querer elegirse por sí mismo un camino sin saber si es el
más seguro, en lugar de abandonarse a la conducta de
Nuestro Señor que nos conoce mejor que nos podamos
conocer a nosotros mismos, para que nos lleve por la senda
que nos conviene y que su santa voluntad se haga así en
todas las cosas.» Prudente reserva, pues, y filial abandono;
esta conclusión de Santa Teresa será la nuestra, pues no hay
otra mejor que se armonice con el precepto del Espíritu Santo.
«No desprecies la profecía; examinad todas las cosas y
conservad lo que es bueno».
No hay que olvidar por lo demás, que lo esencial no es que
nuestra oración sea activa o pasiva, que nuestra
contemplación sea sabrosa o árida, oscura o clara, sino que
nuestra oración nos produzca abundancia de frutos de
abnegación, humildad y obediencia, y que nos haga crecer en
todas las virtudes especialmente en el amor, en la confianza y
en el santo abandono. Precisamente estas vicisitudes de que
ahora nos ocupamos son muy propias para tornar al alma
flexible y dócil en las manos de Dios, sin perder por eso el
tesoro de la humildad.
"Hemos de pedir constantemente a Dios horror al pecado, saber huir las ocasiones de pecado, y no perder nunca de vista que los condenados, si arden y lloran en el infierno es porque no se arrepintieron de sus culpas en este mundo, ni quisieron dejar el pecado. No por grandes que sean los sacrificios a que nos vemos obligados, nunca han de ser capaces de detenernos. Tenemos la necesidad absoluta de luchar, de sufrir, de gemir en este mundo, si queremos tener el honor de ir a cantar a Dios sus alabanzas por toda la eternidad."
EL SANTO CURA DE ARS
Queridos amigos, hoy es la gran fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María. Esta fiesta es muy grande porque podemos decir que es una de las más humildes de todo el año ya que encontramos todos los elementos espirituales necesarios para convertirse en una persona santa y pelear las batallas en estos momentos de apostasía diabólica. Esta fiesta es precisamente para ayudarnos a conseguir los dones necesarios para hacerlo. Para entrar en contexto , ella recibió un llamado del Arcángel San Gabriel el cual decía que su prima Santa Isabel estaba esperando un bebé, (quien fue San Juan Bautista) y que tenía ya 6 meses de embarazo. Así que tan pronto que supo la noticia, le pidió a San José que la llevara a la Judea para ver a su prima Santa Isabel y ayudarla con las dificultades que pudieran tener con ese proceso. Cuando entró a la casa de Zacarías, el niño de 6 meses de Isabel saltó de alegría en el vientre de su madre. En ese momento, Nuestro Señor a través de la Santísima Virgen María santificó a San Juan Bautista que en ese momento se llenó completamente de gracias santificantes equivalentes al Bautismo. Nosotros sabemos qué gran santo San Juan Bautista es.
La lección que les quiero dar para el día de hoy es la siguiente: Nuestra Señora es nuestra Madre. Nos fue presentada el día que Nuestro Señor murió en la cruz, ella se nos presentó como madre, nos ofreció ayuda para protegernos, para estar con nosotros. Por lo mismo ella está siempre con nosotros acompañándonos como lo haría una amorosa madre con sus hijos. Eso significa que nosotros tenemos que vivir en la presencia de la Santísima Virgen María. Tenemos que considerar su visitación como madre como algo constante y que sucede minuto tras minuto y segundo tras segundo. Por esta razón, Nuestro Señor quiso que nos comportáramos como sus hijos. A su lado no podemos pensar en otra cosa ni querer otra cosa. Esto es lo que tenemos que hacer en este mundo: vivir en la presencia de la Santísima Virgen María como una buena madre. Tiene todo el poder de Dios y la misión de Dios de cuidarnos y darnos todo lo que necesitemos. Ella cuida de nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestras necesidades, nuestros pensamientos, nuestras palabras. Ella también se encarga de cuidarnos de nuestra salud, futuro y en la batalla contra las tentaciones del demonio. Ella está ahí siempre de hecho. Todo lo que tenemos que hacer es practicar nuestra Consagración a la Santísima Virgen María. Así que les digo, que es todo lo que necesitamos hacer. Créanme cuando les digo que salvarse es muy fácil porque Dios nos dio a la Santísima Virgen María. Nunca antes fue tan fácil la salvación que ahora que la tenemos a ella. Ustedes pueden pensar sobre qué tan complicada es la sociedad ahorita. Es porque no vivimos en su presencia. Al contrario, vivimos en la presencia de las tentaciones, el mal, las personas, el mundo y el demonio. Por eso nos deprimimos, por eso no descansamos, por eso no tenemos esperanza ni paz ni alegría. ¿Por qué? Porque no vivimos en su presencia. Es por eso. Nuestra fe es derrotada por el demonio y el mundo porque faltamos a eso. La Santísima Virgen María alumbra nuestra fe en todo momento. Insisto, así como lo dijo San Luis de Montfort, todo lo que tenemos que hacer es, primero vivir en su presencia. Para ver a María en cada suceso divino, en cada cruz, en cada alegría y en cada persona; para ver que nos quiere dar algo. Por ejemplo si tenemos problemas de salud, tenemos que ver en dicha enfermedad a la Santísima Virgen María cargando nuestra cruz. Nosotros sólo tenemos que decir: “Santísima Madre, no permitas que me aleje de ti. Eres todo lo que tengo y todo lo que me dio Dios, y confío en ti. Sé que tengo que sufrir, pero también sé que tú cargas mi cruz y es el único consuelo que necesito.” El estrés, la tristeza o el enojo no deberían de existir en un católico. El primer paso es siempre vivir en su presencia. Como lo dice San Luis de Montfort, vivir con María. Es eso. Y vivir, repito, como un niño chiquito. Como ya sabrán, un niñito depende de su madre para cualquier cosa. Y cuánto más chico sea, más dependiente es de su madre. Dios quiere que nosotros seamos como niños en el vientre de nuestra Santísima Virgen María. Nuestra Señora de Guadalupe se apareció a nosotros con un niño en el vientre esperando para nacer. Como un ejemplo para todos nosotros siendo ella la emperatriz de América, que nosotros tenemos que depender de María hasta para respirar, caminar, pararse. Todo lo que haga ella, hacerlo nosotros. Y si vivimos con la Santísima Virgen María, no se tendría ninguna preocupación en lo absoluto. Ella derrotó al demonio, ella es inmaculada, ella es la Reina y la Madre de Dios. Si ustedes ven, este elemento de gran fe es todo lo que tenemos que hacer. Aún si estamos en gran peligro o persecución, nosotros sabemos que María está ahí con nosotros sufriendo. Por eso estuvo al pie de la cruz, dándonos a luz en todos los dolores que representó la cruz para ella. Créanme que es la doctrina más bella. Cada vez que sufrimos es María sufriendo por nosotros. Esa es la razón por la cual debemos propagar la doctrina de la Virgen de la Soledad, porque en su Soledad tuvo su mayor dolor por estar en la cruz viendo a su Hijo morir; también vio los pecados que cometimos y los que íbamos a cometer sin el consuelo de ver a Nuestro Señor vivo, físicamente hablando. Como ella está presente en Misa todos los días, ella revive todos los dolores que sufrió Cristo en su pasión y muerte. Lo medita y lo piensa todo los días junto con nosotros. Ella tuvo que estar presente en el momento en el que murió Nuestro Señor, y por esa razón ella está presente cuando cometemos un pecado. Ella recibe las ofensas y las puñaladas al corazón. Si somos dependientes, ella pagará con sus lágrimas y sufrimiento nuestros pecados. Y si estamos sufriendo, por ejemplo, cuestiones de salud, no tengan duda que ella ofrecerá su sufrimiento y estrés por nosotros. Ella está ahí siempre, los niños nunca están solos. Nuestra Señora está siempre para nosotros. Desde mi punto de vista, esta es la fiesta más bella en la devoción a María. Tenemos que vivir con María, en María, como los bebés, para María. Esto significa que no buscamos consuelo en cosas del mundo, porque nuestro tesoro es María y lo hacemos por ella, sin importar como busquen las otras personas sus propios consuelos y lo que piensen de nosotros. Porque ella sufre por mi, ella me acompaña en mis méritos, en mis fracasos, en mis alegrías y en mis dolores. Teniendo a María a tu lado nada está perdido. Es vivir por María y no por nosotros. Es precisamente la humildad que Dios quiere de nosotros. No importa lo mucho que suframos, el futuro que nos depare, porque lo hacemos por María y no por nosotros. Es el mejor remedio contra el humanismo. Por eso debemos vivir en su presencia. Y después de eso, vivir a través de María. Esto significa que no queremos hacer algo, creer algo o tomar una decisión sin su consentimiento. Básicamente pedirle por su consejo y sabiduría en todo momento. Por ejemplo, antes de hablarnos, le pedimos a María: “Por favor, Santísima Virgen María, inspírame y dime que le tengo que decir a esta persona”. En todo momento porque tenemos que vivir a través de María. Por ejemplo entre mi hermana y yo debe de estar María. Si quiero pensar o decirle algo a mi hermana, debo de hacerlo con María, preguntándole que le diré, cómo se lo diré, si sufriré al decirlo. Ella lo resolverá. Esta es la razón por la cual tenemos que concentrar todo nuestro esfuerzo, nuestra mente y corazones en María, en cada minuto y segundo. Esta es la más alta sabiduría que existe, es el vehículo para llegar a Dios: la Visitación de la Santísima Virgen María.
Que nuestro Señor nos ayude a entender esto, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
“Los buques que nada llevan, dice San Crisóstomo, no temen a los piratas; los que los temen, son los que van cargados de oro, de plata y de piedras preciosas: he aquí por qué el demonio no se decide fácilmente a perseguir al pecador, sino antes bien al justo, que posee grandes riquezas, es decir, muchas virtudes y méritos.
El ladrón no ataca al mendigo, sino al rico. El demonio, que es el ladrón de los ladrones, deja, por decirlo así, descansar al pecador, porque todo lo ha saqueado en él, el cuerpo y el alma, el espíritu y el corazón, el tiempo y la eternidad; pero trata de robar y de asesinar al hombre cargado con el tesoro de las virtudes.
El justo es una presa que el demonio mira como muy deliciosa. Alimentándose constantemente de pecadores, Satanás encuentra soso su alimento que es siempre el mismo; le repugna, lo desprecia y lo arroja. Pero codicia al justo, que no le pertenece, y del cual no ha podido alimentarse todavía; lo devora con el deseo, y le persigue tenazmente”
Tesoros de Cornelio Á Lápide