Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la salud que dio Cristo a la suegra de San Pedro
Salió Cristo de la Sinagoga y entró en casa de San Pedro, cuya suegra
estaba enferma; intercedieron por ella los discípulos a Cristo, el cual mandó a
la calentura que la dejase, y quedó tan sana que se levantó y los sirvió a la
mesa. Corrió la voz del milagro y le llevaron al Salvador los enfermos y
endemoniados de la ciudad, y dióles salud a todos.
Punto I.- Considera cómo habiendo Cristo enseñado su celestial doctrina
a la Sinagoga y no habiéndola recibido, la dejó como a dura e ingrata a sus
beneficios, y vino a la casa de San Pedro, que es la Iglesia, y dio la salud a
todos los enfermos que hubo en ella. Mira y atiene cuántas mercedes te ha hecho
el Señor, y cuántas voces te ha dado, y cuánta luz de doctrina, y cuán mal te
has aprovechado de ella, retornándole ofensas por beneficios, como aquella
ingrata Sinagoga, y teme no te castigue como a ella, dejándote olvidado, y se
pase a la casa de los pobres agradecidos, como San Pedro, y les haga las
mercedes que tenía prevenidas para ti. Clama y gime tus ofensas pasadas, y pide
al Señor que no te deje ni olvide, sino que te espere a penitencia,
ofreciéndole la enmienda en lo que te resta de vida.
Punto II.- Considera cómo aunque
Cristo vio a la suegra de San Pedro enferma con ardientes calenturas, no se
movió a sanarla hasta que se lo rogaron sus discípulos, a cuya instancia le dio
tan perfecta salud, que se halló fuerte y convalecida, y esto no porque le
faltase voluntad al Salvador de sanarla, sino porque quiso que tuviesen parte
en esta obra de piedad sus discípulos, y para que supiéramos que, aunque conoce
nuestras necesidades, espera los ruegos
y las oraciones de los buenos para sacarnos de ellas; de lo cual has de sacar
dos cosas: la primera es rogar siempre al Señor por las necesidades de tus
prójimos, para que los socorra y remedie; la segunda, valerte de sus
intercesiones en las tuyas para que tenga piedad de ti y te saque de ellas,
confiando que como sanó a esta mujer de la enfermedad que padecía por los
ruegos de sus discípulos, también se compadecerá de ti por los ruegos de sus
siervos, y te hará mercedes.
Punto III.- Considera cómo luego sin dilación, hallándose sana esta
mujer, se levantó y sirvió a la mesa a Cristo y a sus discípulos, mostrando su
agradecimiento, empleando la salud que Dios le había dado en su santo servicio.
Para esto te la da a ti, y los talentos que de su mano has recibido. Mira con
atención si los empleas en el servicio
de Dios o del mundo, y en buscar tus comodidades, intereses y adelantamientos y
las vanidades del siglo; vuelve sobre ti y atiende a tu obligación, y ofrécete
a tu Dios, dedicándote todo a su servicio con verdadero afecto de servirle.
Punto IV.- Considera cómo no se limitó la caridad del Salvador a la
suegra de San Pedro, sino que se alargó a todos los pobres enfermos y
endemoniados de la ciudad; y aprende a no limitar la tuya a sólo los amigos,
parientes y conocidos, sino extenderla a todos, y en especial a los más pobres
y desamparados; y, conociendo tu necesidad y las dolencias de tu alma,
suplícale al Señor que venga a tu pobre casa, y que te sane de ellas , como
sanó a la suegra de San Pedro.