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viernes, 26 de septiembre de 2014

SERMON DEL PADRE DAVID HEWKO: DESPLEGAR LA BANDERA CATÓLICA






DESPLEGAR LA BANDERA CATÓLICA
(R.P. DAVID HEWKO)

Ya han pasado más de dos años de la Declaración Doctrinal (15 de abril de 2012) que puso en peligro puntos principales de la doctrina, firmados por el obispo Fellay  y enviados a Roma con las esperanzas de un acuerdo.

A partir de la reciente reunión del obispo Fellay en 21 de septiembre 2014  (según lo informado por Della Sala Stampa de la Prensa del Vaticano) es manifiestamente evidente que la "plena reconciliación" o acuerdo se establece decididamente, la única pregunta es cuando?

El padre Valan Raja Kumar, Fraternidad San Pío X-MC, lo dijo simplemente: “La Fraternidad San Pío X murió hace dos años (2012); ahora (2014) se está discutiendo el lugar y la hora del entierro”.

¡La tradición Católica se tambalea en su caída! La traición de los superiores de la FSSPX a Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Rey, se ha consumado. La evidencia es clara. Se trata de un hecho establecido. Vestido en términos de "prudencia", "negociaciones prácticas" "reconocimiento unilateral de la tolerancia", etc., el hecho es obvio para todos los que tienen ojos para ver, la vieja FSSPX está esencialmente terminada.

Como un llamamiento a todos los sacerdotes de la Sociedad de San Pío X y todos sus los fieles, son  las palabras resonantes del Arzobispo Lefebvre: ¿Han olvidado tan pronto? ¿El combate por la Tradición católica se ha derrumbado a la nueva versión de "Tradi-ecumenismo" con las posiciones católicas liberales tales como San Pedro, Ecclesia Dei, Una Voce?

¿Los sacerdotes de la FSSPX han decidido intercambiar sus guantes de boxeo por zapatillas de ballet; decidido intercambiar la "espada del espíritu" por las "fábulas" del catolicismo liberal; la defensa de la verdad de Cristo Rey por la "libertad religiosa dentro de la Iglesia Conciliar"? (cf. 1 ª Condición de acuerdo con Roma, 2012).

¿Qué pasó con las enseñanzas de Mons. Lefebvre?:  "A mí me parece, mis queridos hermanos, que estoy oyendo las voces de todos estos Papas - desde Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII - decirnos: “Por favor, os rogamos, ¿qué vas a hacer con nuestras enseñanzas, con nuestra predicación, con la fe católica? ¿Vas a abandonarla? ¿Vas a dejar que desaparezca de la tierra? Por favor, por favor, siga manteniendo este tesoro que le hemos dado! no abandones a los fieles, no abandonar la Iglesia [Católica] Continuar la Iglesia [Católica]!

De hecho, desde el Concilio Vaticano II, lo que los papas condenamos en el pasado las autoridades presentes lo han abrazado lo profesan! ¿Cómo es posible? Los hemos condenado: el liberalismo, el comunismo, el socialismo, el modernismo, Sillonismo”.  "Todos los errores que nosotros [los papas] hemos condenado ahora se profesan, aprobadas y apoyadas por las autoridades de la [Conciliar] Iglesia. ¿Es esto posible? A menos que hagas algo para continuar con esta Tradición de la Iglesia que nosotros los papas le hemos dado usted, todo ello desaparecerá. Se perderán almas!” (ABP. Lefebvre, Consagración Sermón, 30 de junio de 1988).

De hecho, todo lo católico tradicional se "inundaría" y "se convertiría en nada" (ABP. Lefebvre) cuando la Tradición se ponga a sí misma bajo estas autoridades modernistas.

¿Cuánto tiempo permanecerán en silencio los guardianes (es decir, sacerdotes de la FSSPX)  mientras  los superiores de la FSSPX someten el rebaño de nuestro Señor a los lobos? La obediencia a dicha cooperación es un pecado grave! Esta es la última hora para salir de esta trampa y alejarse de la Iglesia conciliar. Este es el momento de desplegar la bandera católica y proclamar la Verdad contra esta era apóstata!

"La verdad no necesita ningún disfraz," dijo San Pío X, "nuestra bandera debe ser desplegada, sólo siendo directo y abierto podemos hacer un poco de bien, rechazados sin duda por nuestros enemigos, pero respetados por ellos." (San Pío X, 20 de octubre 1912 Carta al P. Ciceri).

Mantengamos en alto la gran declaración de 1974 que no pretende disculpar Vaticano II o "aceptar el 95% de ella", o "simplemente desear su corrección." NO! NO! NO! "Incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos", dijo el arzobispo sobre el Concilio Vaticano II, "se trata de la herejía y los resultados en la herejía!" (cf. 1974 Declaración).

"Esta lucha entre la Iglesia Católica y los liberales y el Modernismo es la lucha por el Vaticano II. Es tan simple como eso!, Y las consecuencias son de largo alcance. "Cuanto más se analizan los documentos del Concilio Vaticano II, y cuanto más se analiza su interpretación por las autoridades de la Iglesia, más se da cuenta de que lo que está en juego no son meramente superficiales errores, algunos errores, el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad , un cierto liberalismo, sino más bien una perversión mayor de la mente, una filosofía completamente nueva basada en la filosofía moderna, el subjetivismo”. (Mons Lefebvre, Econe Dirección 6 de septiembre de 1990, siete meses antes de su muerte).

A los sacerdotes de la FSSPX: estemos firmes en nuestra posición con las palabras claras de Mons. Lefebvre que suenan como una trompeta en el campo de batalla de la Doctrina. “La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la Doctrina Católica es el categórico rechazo de la aceptación de las reformas”. (Declaración de 1974).
¿Pero qué tan cerca deberemos permanecer cerca de Roma? “ Es una obligación estricta de cada sacerdote que quiera permanecer católico, separarse por ellos mismos de la Iglesia Conciliar por tanto tiempo sea necesario, mientras ellos no redescubran a la Tradición de la Iglesia y a la Fe Católica.

Esta posición fue abandonada por el obispo Fellay y por todos aquellos que siguen el camino de la operación suicida. Ellos ya no prestan atención a la advertencia urgente: "Es peligroso ponerse en manos de los Obispos conciliares  y Roma modernista; es el mayor peligro que amenaza a nuestro pueblo!" (ABP. Lefebvre, fideliter, julio-agosto de 1989). [véase 5ª condición].

En la Carta de D. Tomás de Aquino, OSB, de Junio de 2014, repite el énfasis de Mons. Lefebvre que el corazón de la lucha de la Tradición católica no es en primer lugar la misa, sino el Reinado de Cristo!  "Es este punto, donde se encuentra nuestra oposición y la razón por la que no hay posibilidad de un acuerdo. La cuestión no es tanto acerca de la Misa, porque la Misa es sólo una consecuencia del hecho de que querían acercarse al protestantismo , y por lo tanto el cambio de la adoración, los sacramentos, catecismo, etc

"La verdadera, la oposición fundamental es contra el Reino de Nuestro Señor Jesucristo!" Oportet Illum regnare! 'San Pablo nos dice Nuestro Señor vino a reinar. Ellos [Roma modernista] dicen: ¡No!' Nosotros decimos: '¡Sí!' con todas sus consecuencias! "(ABP. Lefebvre, fideliter No. 70, 1993).

Dom Bruno, OSB, explica la historia de la caída y el acuerdo del monasterio benedictino de Le Barroux (cf. El Recusant, la edición # 19 de agosto de 2014), …mientras que un puñado de sacerdotes pensaron en quedarse y “luchar desde dentro”, estos sacerdotes y monjes se pusieron en manos de la dirección liberal mediante un acuerdo con Roma modernista y juraron que nunca dirían la Nueva Misa. Finalmente, lo hicieron debido a la presión, la "unidad" se colocó por encima de la Verdad, "personalidades" de superiores se pusieron por encima de los principios inmutables , y todos ellos cayeron al nuevo liberalismo y Nueva Misa!

"Eso era lo que el P. De Blignières también hizo. Él ha cambiado por completo. Él, que había escrito un volumen entero de condena a la Libertad Religiosa,  ahora escribe a favor de la libertad religiosa! Eso no es serio. No se puede confiar más en los hombres así, que no han entendido nada de la cuestión doctrinal ". (Mons Lefebvre, Fideliter, No. 79, 1991).

Por último, por favor, lea la reciente Carta de Don Rafael, OSB de 15 de septiembre de 2014. Ahí cita a Mons. De Castro Mayer donde insiste que …la virtud de la fe, es el fundamento de toda la vida sobrenatural, tiene que ser inflexible, cualquier tolerancia para el error abre la puerta a todo error y herejía!
  También cita el gran Cardenal Pie de Poitiers diciendo:. "Las batallas se ganan o se pierden en el plano doctrinal, el error de los católicos franceses era esperar y ver cuáles serían las consecuencias de la Revolución Francesa, antes de reaccionar, antes de luchar contra estos errores".  Así que ahora, es criminal esperar hasta que el acuerdo práctico entre la FSSPX y la Iglesia Conciliar esté "plenamente reconciliado", es criminal esperar para levantarse en contra de esta tolerancia de falsas doctrinas.

Se trata de poner el acuerdo práctico por encima de Cristo Rey, por encima de Su Divinidad, por encima de su honor, su doctrina, su Iglesia Católica!

Este es el corazón de toda la crisis: Nuestro Señor Jesucristo es DIOS. Cristo es Rey. "Todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: y éste es el Anticristo." (Jn 4:3). El  ConcilioVaticano II no confiesa la divinidad y realeza de Nuestro Señor Jesucristo en sus propios documentos!  Por lo tanto, el Vaticano II es el espíritu del Anticristo.

Ahora bien:

La Declaración Doctrinal (15 de abril de 2012).
La Declaración Capítulo General (14 de julio de 2012).
Las seis condiciones para el acuerdo (17 de julio de 2012).
Carta  de Mons. Fellay y 2 asistentes a los 3 Obispos (14 de abril de 2012).
La Entrevista CNS (11 de mayo de 2012).
La Entrevista DICI (8 de junio de 2012).
La Entrevista La Liberte (11 de mayo, 2001).
El Encuentro con el cardenal Muller (21 de septiembre de 2014).
La expulsión de Mons. Williamson y numerosos sacerdotes, los silencios y transferencias punitivas desde 2012.

Todo lo anterior demuestra que los líderes de la FSSPX están ahora dispuestos a aceptar el Concilio Vaticano II "a la luz de la Tradición", la Nueva Misa como "legítimamente promulgada," la herejía de la Libertad Religiosa del Concilio en lo "limitado, muy limitado" y “conciliables con el Magisterio”, el Nuevo Código, la nueva profesión de fe (1989), todos los cuales constituyen las 30 monedas de plata para el acuerdo con modernista Roma. Acuerdo o ningún acuerdo, estas concesiones revocan a Nuestro Señor Jesucristo. Las 30 piezas fueron pagadas y nunca rechazadas.

Sólo queda una opción para cualquier sacerdote católico tradicional:

Es de oponerse abiertamente a este Modernismo y Operación Suicida de la reconciliación con la Iglesia Conciliar.


Por último, tenemos el modelo que tenemos ante nosotros, y cómo debemos actuar:


"Si mi trabajo es de Dios, El lo guardará y usará para el bien de su Iglesia. Nuestro Señor nos ha prometido, las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

"Por esto es que persisto, y si usted desea saber la verdadera razón de mi insistencia, es esta: en la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: ¿Qué has hecho con tu episcopado? ¿Qué has hecho con tu gracia episcopal y sacerdotal? No quiero oír de sus labios las terribles palabras: "Usted ha ayudado a destruir a la Iglesia junto con el resto de ellos". (Mons. Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos, p. 163).

¡Oh Inmaculado Corazón de María. Vencedora de todas las herejías. Reza por nosotros!





jueves, 25 de septiembre de 2014

PRESENCIA DE SATAN EN EL MUNDO MODERNO 2a Parte: Monseñor Cristiani



En la antigüedad
No podría decirse que los cristianos de los primeros tiempos tuvieran obsesión por la acción de los demonios. Podríamos citar textos de San Pablo y de San Pedro que permanecen siempre actuales y que deben ser considerados por nosotros como la expresión de la:

 Estricta realidad. Tenemos que luchar contra el Demonio. La vida moral no es más que una lucha. Hay otra cosa más que la carne y la sangre. El Dragón se halla constantemente en acción. San Juan en el Apocalipsis ha dicho todo cuanto había que decir sobre las vicisitudes de la historia cristiana. Pero es indudable que el Dragón interpreta en ella un papel de primer plano. Los períodos de persecución tan abundantes en la historia de la Iglesia son eminentemente diabólicos. No cabe duda, por otra parte, que los primeros cristianos consideraban diabólico al culto rendido a los ídolos bajo el paganismo. Los dioses paganos, para ellos, eran demonios.

Al hablar de todo esto, sin embargo, no se dirá que los Padres de la Iglesia hayan exagerado jamás. Un San Agustín ha visto muy bien las dos Ciudades. Las ha descrito con lucidez, con fuerza, con toda la amplitud de visión de un genio espiritual.

A veces lo consideramos pesimista. Pero es por una razón muy distinta de la teología demonológica. No relaciona solamente con el demonio todo lo que hay de tenebroso en las acciones de los hombres. Nosotros tenemos en ello nuestra parte. Él es quien afirma por el contrario —volveremos a hablar de esto— que "ese perro está encadenado". El Diablo no puede nada contra nosotros sin nosotros. De nuestro consentimiento es de donde extrae su fuerza y de nuestra resistencia es de donde procede su debilidad.

Las historias más demoníacas llegadas hasta nosotros desde las profundidades de la antigüedad cristiana son las de los Padres del desierto. Un San Antonio ha luchado frente a frente con el demonio.
Los ermitaños de la Tebaida y los monjes de todo origen y de toda época han tenido que pelear con Satán. San Martín de Tours, en nuestro país, sabía bastante de esto. Sin embargo, podemos atravesar rápidamente la Edad Media, podemos hojear los infolios de los grandes teólogos escolásticos sin enloquecernos con evocaciones demonológicas. Los autores que han hecho un estudio especial de la literatura medieval que se refiere a la posesión demoníaca o la brujería, opinan que los más grandes maestros —Alberto el Grande, Tomás de Aquino, Duns Scot — se inclinaban antes bien a rechazar los pretendidos prodigios de las brujas. En el siglo xv todavía, Gerson y Gabriel Biel, el último de los nominalistas, disentían porque el primero afirmaba y el segundo negaba el poder de los demonios sobre el mundo terrestre.

Un viraje peligroso
Se estaba en esto cuando apareció, en 1486 una obra destinada a tener una enorme repercusión, que iba a orientar todo un siglo hacia las exageraciones más manifiestas y más deplorables. Se trata del Malleus maleficarum — El martillo de las brujas —de dos dominicanos alemanes: Jacques Sprenger y Henri Institoris

El primero profesor en la Universidad de Colonia, el segundo inquisidor en Alemania del Norte. La obra se propagó en forma prodigiosa. Se conocen 2 8 ediciones en los siglos XV y XVI. Fué el manual de la cacería de las brujas, y dio el impulso a toda una literatura demonológica.

No terminaríamos nunca de citar los títulos publicados para uso de los inquisidores o los confesores en el siglo XVI y en los cuales sólo se habla de brujería o de pactos con el Diablo. El siglo XVII, en sus comienzos, vio pulular este género de obras. Se hablaba en ellos de la "posesión" con detalles rechazantes, de monstruos, vampiros, diablillos caseros, espíritus familiares, etc. En 1603, un autor, Jourdain Guibelet, pública un "Discurso filosófico", cuyo título "anzuelo" sólo recubre un tratado de íncubos y súcubos, es decir, de relaciones carnales con los demonios.

La bibliografía de Yves de Plessis, que sólo comprende las obras francesas sobre la acción demoníaca, contiene alrededor de dos mil títulos, más o menos. La opinión general tiende, a la sazón, a ver al demonio en todas las enfermedades que atacan al cuerpo humano.

Emile Brouette en el Satán de los Estudios carmelitano (pág. 363), transcribe estas líneas del ilustre Ambroise Paré, autor de esta frase citada con tanta frecuencia: "¡Yo lo curé, Dios lo sanó!". "Diré
con Hipócrates, padre y autor de la medicina, que en las enfermedades hay algo de divino de lo cual el hombre no sabría dar razón . . . Hay brujas, magos, envenenadores, seres maléficos, malvados, astutos, tramposos, que construyen su destino mediante el pacto que han concertado con los demonios — que son sus esclavos y vasallos — quizá por medios sutiles, diábolicos y desconocidos, corrompiendo el cuerpo, el entendimiento, la vida y la salud de los hombres y otras criaturas."

Imaginaciones malsanas
Podemos decir que en el siglo xvi va a producirse una orgía de imaginaciones malsanas desde el punto de vista demonológico. Se verá al diablo por todas partes. Se inventarán, del principio al fin, infestaciones diabólicas. La polémica anticatólica del protestantismo naciente estará dominada por el satanismo. La llamada Reforma protestante ha hecho causa común desde el principio con la obsesión demoníaca. Si bien la persecución de las brujas y los brujos había empezado mucho antes de Lutero y Calvino, éstos no sólo se abstuvieron de hacer algo para detenerla, sino que se apoyaron sobre la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento para autorizarla y promoverla.
"Lutero, Melancton, Calvino, escribe Brouette, creían en el satanismo, y sus discípulos, predicadores fanáticos, no hicieron sino agravar la credulidad natural de los pueblos convertidos al nuevo Evangelio." 

El mismo autor proporciona cifras increíbles sobre el número de procesos por brujería. Es cierto que las da "bajo la reserva más grande y con beneficio de inventario". "N. Van Werveke —nos dice — estima en 30.000 el número de procesos presentados ante los tribunales del ducado de Luxemburgo. L. Raiponce (Ensayo sobre la brujería, pág. 64) calcula para Alemania, Bélgica y Francia, la cifra más moderada de 50.000 ejecuciones. A. Louandre (La brujería,pág. 124) escribe que en el siglo xvi durante 15 años, en Lorena, en 1515, 900 brujos fueron enviados al suplicio, 5 00 en Ginebra en tres meses; 1.000 en la diócesis de Come, en un año. En Estrasburgo, según J. Frangais, en tres años se habrían encendido 2 5 hogueras por causa de la brujería. De acuerdo con G. Save (La brujería en Saint- Dié), el total de procedimientos antisatánicos para el distrito nombrado se eleva a 230, de 1530 a 1629. Para toda la Lorena, C. E. Dumont (Justicia criminal de los ducados de Lorena, pág. 48 del  tomo II) estima que hubo 740 procesos de 1 5 53 a 1669." Un catálogo completo de los procesos por brujería sería, no cabe duda, una obra de largo aliento.

Contrariamente a la opinión corriente, acreditada por los mejores historiadores, no es en las postrimerías del siglo xvi que culmina el furor de la represión antisatánica. Los accesos de esta represión son raros en el siglo xiv; más abundantes ya en el siglo xv, los procedimientos proliferan desde 153 0, es decir, en la primera mitad del siglo xvi. Esta primera mitad del siglo será, en realidad, casi tan sangrienta como la segunda, es decir la de 1580 a 1620, que fué la más feroz.

Nos parece que no cometemos un grande error al atribuir en su mayor parte a Lutero y al protestantismo, la profusión de literatura demonológicos que se manifiesta después de 153 0. Era ésta la opinión de monseñor Janssen en su gran historia de La civilización en Alemania l."Vimos entonces, escribe, desarrollarse una literatura satánica muy variada y muy importante. En Alemania es casi exclusivamente de origen protestante y concuerda en todo sentido con la enseñanza de Lutero y su imperio."

Lutero y el Diablo
No cabe duda que en todo el conjunto de su doctrina Lutero atribuye al Demonio una acción mucho más importante que la que se le acordaba antes. Pretendía tener pruebas personales de esta. Lutero, había visto a Satán, naturalmente. Y lo afirmaba a todo el que quería oírlo.

"Satán, escribía, se presenta con frecuencia bajo un disfraz: lo he visto con mis ojos bajo la forma de un cerdo, de un manojo de paja en llamas, etc." Contaba a su amigo Myconius que en la Wartburg, en 1521, el diablo había ido a buscarlo con la intención de matarlo y que lo había encontrado a menudo en el jardín bajo la forma de un jabalí negro. En Coburgo, en 153 0, lo había reconocido una noche en una estrella.
"Se pasea conmigo en el dormitorio — escribe —, y encarga a los demonios que me vigilen; son demonios inquisidores." Relata en detalle sus conversaciones con el Diablo. Cita casos "muy verídicos" de atentados satánicos que le eran contados por sus amigos. En Sessen tres sirvientes habían sido raptados por el demonio; en la Marche, Satán había extrangulado a un posadero y llevado por los aires a un lansquenete; en Mühlberg, un flautista ebrio había corrido la misma suerte; en Eisenach, otro flautista había sido raptado por  el diablo, por más que el pastor Justus Menius y varios otros ministros vigilaron constantemente para cuidar las puertas y ventanas de la casa donde se encontraba. El cadáver del primer flautista había sido hallado en un arroyo y el del segundo en un bosquecillo de avellanos. 

Y Lutero da testimonio de estos hechos con una especie de solemnidad: "No son —dice— cuentos en el aire, inventados para inspirar miedo, sino hechos reales, verdaderamente aterradores y no chiquilinadas como lo pretenden muchos que quieren pasar por sabios." Dice también: "Los diablos vencidos, humillados y golpeados se convierten en duendes y en diablillos caseros, porque hay demonios degenerados y me inclino a creer que los monos no son otra cosa."

Esta última conjetura le agrada porque insiste: "Las serpientes y los monos están sometidos al demonio más que los otros animales.
Satán está dentro de ellos: los posee y se sirve de ellos para engañar a los hombres y hacerles mucho daño. Los demonios viven en muchos países, pero más particularmente en Prusia. También los hay en gran número en Laponia; demonios y magos. En Suiza, no lejos de Lucerna, sobre una altísima montaña existe un lago que se llama «el estanque de Pilatos»; allí el Diablo se libra de toda suerte de actos infames. En mi país, en una elevada montaña llamada Polsterberg, montaña de los duendes, hay un estanque; cuando se arroja dentro de él una piedra se desata en seguida una tormenta y todos los alrededores son devastados. Este estanque se halla lleno de demonios: Satán los tiene prisioneros allí. . . “1

Pero no era solamente en sus cartas privadas o sus charlas durante las comidas que Lutero hablaba así. La demonología ocupaba un lugar muy grande en su doctrina misma. En 1520, cuando todavía no estaba completamente separado de la tradición católica, había declarado que era un pecado contra el primer mandamiento atribuir al demonio o a los malvados los fracasos en las empresas o las desgracias del destino. Pero más tarde veía los designios del demonio por todas partes. En su Gran Catecismo, que data de 1529 y contiene las ideas que le son más caras, enseña expresamente que son los demonios quienes suscitan las querellas, los asesinatos, las sediciones, las guerras, lo cual puede, como lo diremos más adelante, sostenerse, pero ¡que sea él también la causa de los truenos, las tormentas, la piedra que destruye la cosecha, y que mata los animales y reparte veneno en el aire! ¡Qué hubiera dicho de los automóviles cuyas exhalaciones infectan nuestras ciudades!

"El Demonio — escribe — amenaza sin cesar la vida de los cristianos; satisface su ira haciendo llover sobre ellos toda clase de males y de calamidades. De ahí que tantos desgraciados mueran, los unos estrangulados, los otros atacados de demencia; él es quien arroja a los niños a los ríos, él es quien prepara las caídas mortales."

De acuerdo con Lutero los poderes del Demonio son inmensos:
"El Diablo — dice — es tan poderoso que con una hoja de árbol puede ocasionarnos la muerte. Posee más drogas, más redomas llenas de veneno que todos los boticarios del universo. El Diablo amenaza la vida humana con medios que le son propios, él es quien envenena el aire."
Y no son éstos textos aislados y raros en las obras de Lutero.

Encontramos en sus escritos las aseveraciones más increíbles. No duda, por ejemplo, que Satán abusa algunas veces de las niñas, que éstas quedan embarazadas por su acción y que los niños nacidos de esta unión atroz son hijos del Diablo y que no tienen alma. No son más que un "montón" de carne, según él, y nos da esta razón perentoria: "El Diablo puede hacer un cuerpo pero no sabría crear un espíritu: ¡Satán es, pues, el alma de sus criaturas!" Y nos da esta conclusión dogmática: "¿No es horrible y aterrador pensar que Satán pueda torturar de este modo a los seres y que tenga el poder de engendrar hijos?" 

Después de Lutero

No es menester señalar que tales afirmaciones, tan repetidas, tan impresionantes y que provenían de un hombre como él, no se perdieron para las iglesias protestantes y para los escritores luteranos. 

En casi todos los sermones de los ministros luteranos el diablo desempeña un papel de primer orden. La literatura popular se halla invadida por una multitud de demonios.

Un polemista católico alemán, Jean Ñas, se indignaba ante esta proliferación de libros satánicos.

"En el espacio de pocos años —escribió en 1588 — se han publicado
y propagado cantidades de libros sobre el demonio, libros escritos en nombre del demonio, impresos en nombre del demonio, comprados y leídos ávidamente en nombre del demonio: ¡se les hace muchísimo caso y sus autores son célebres entre los pretendidos servidores del Verbo! "Antaño — añade — los cristianos devotos prohibían a sus hijos que nombraran al espíritu del mal y hasta que lo designaran por alguno de sus horribles apodos; estaba prohibido jurar por el demonio, de acuerdo con estas palabras de Salomón: «Cuando el pecador maldice en nombre del demonio, maldice su propia alma». Pero ahora se predica sobre el diablo, se escribe en nombre del diablo y esto pasa por justo y laudable. Puedo muy bien deciros la razón: es porque el abuelo de nuestros «evangélicos», el «santo patriarca» Martín Lutero, dio el primer ejemplo."

En 1595, un "superintendente", es decir un obispo luterano, Andrés Celichius, quiso llenar una laguna publicando un tratado completo sobre la Posesión diabólica. Y en los siguientes términos declaró que consideraba indispensable su libro: "Casi por doquier, cerca de nosotros tanto como lejos, el número de poseídos es tan considerable que uno se sorprende y se aflige y tal vez sea ésa la verdadera llaga por la cual nuestro Egipto y todo el mundo caduco que lo habita está condenado a morir."

En su país, Mecklemburgo, estimaba que el número de "poseídos" que sembraba por todas partes el miedo y el terror se elevaba por lo menos a treinta.

"Las criaturas frágiles y débiles — escribió —, las mujeres y las niñas se perturban enormemente por todo lo que están obligadas a oír y ver. Muchas han renunciado a la fe y a la caridad, puesto que han oído los consejos de los demonios, lo cual constituye una práctica anticristiana e idólatra. . ." Y describe largamente los estragos de la demonología en su época.

Pero detengamos aquí estos lamentables recuerdos. En nuestros tiempos actuales tales exageraciones no son, indudablemente, posibles ya. Es hora de buscar los síntomas de la presencia de Satán en nuestro mundo moderno y pasamos por lo tanto, inmediatamente, a nuestro siglo XIX francés.
¿Podemos aún citar seriamente "diabluras" en una época tan próxima a la nuestra? Trataremos de contestar esta pregunta mediante certidumbres, evitando toda exageración.

Continuará..


Unfurl the Catholic Banner! Open Letter To SSPX Priest Re: Father Hewko

martes, 23 de septiembre de 2014

DOMINGO 15 DESPUÉS DE PENTECOSTÉS: R. P. Hugo Ruiz Vallejo

II EXISTENCIA DE LOS ANGELES MALOS (Tratado de los ángeles)




CONTINUACIÓN SOBRE EL TRATADO DE LOS ÁNGELES con comentarios del R.P. ArturoVargas


Los lugares bíblicos ya citados prueban abundantemente la existencia de los ángeles malos o demonios. Es verdad que en los libros más antiguos de la Biblia, no se hace expresa mención de los ángeles malos, y que los demonios son más mencionados y mejor conocidos después de la cautividad.

Los exégetas católicos creen que Moisés no menciona expresamente y en términos propios a los ángeles malos para evitar la idolatría, pues si hubiese hablado de ellos como un poder frente al poder de Dios, los hebreos los habrían adorado, como hacían todos los pueblos vecinos, cuya religión consistía en su mayor parte en magias y encantamientos, llegando a las peores aberraciones y extravagancias.

Más bien, Moisés primero (Ex. 22,18; Lev. 20,16; Deut. 18,1-11) y los demás autores sagrados después, repiten siempre con insistencia la prohibición del culto a los ídolos, haciendo resaltar que Yahvé es el único y verdadero Dios y que los dioses que adoran las gentes son mentira y vanidad. Nota: [Para mayor información sobre el tema consúltense los textos abundantes que hacen a este propósito, citados en el volumen 1 de esta edición de la Suma (p. 355-357), y léase la cruda sátira que hace Esdrás contra el culto de los ídolos que se lee en el último capítulo del libro de Baruc, en el que se contiene la carta de Jeremías a los que habían sido llevados cautivos a Babilonia.]

En el Nuevo Testamento es San Pablo el que con admirable y gráfica concisión dice: ¿Que digo, pues? ¿Qué las carnes sacrificadas a los ídolos son algo? Antes bien, digo que a los que sacrifican los gentiles, a los demonios  y no a Dios los sacrifican. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. ( 1 Cor.10, 19-21) Nota: [Con que claridad sin doblez ni ambigüedades se expresa el Apóstol de las gentes con respecto a la doctrina que enseñaba la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo y, como buenos y fieles apóstoles del divino Maestro trasmitieron a la posteridad católica y con el agravante muy importante de dejarlo en el depósito divino de nuestra fe. Quizá porque conocían que: “Vendrían tiempos en que los hombres, como el pueblo de Israel, darían oídos sordos a la doctrina enseñada por ellos y se convertirían a las fabulas” y o que es aún peor, cederían al deseo descontrolado y fanático, por no decir otra cosa, al culto del hombre como comprobamos hoy en día para,  de esta manera preparar el terreno al anticristo.]

La existencia de los ángeles malos está afirmada en los libros sagrados en los casos siguientes:

A)   Bajo la forma de serpiente tienta a los primeros padres

Nota: [No creo necesario dar la cita de este hecho relatado en el Génesis más bien invito a los que esto leen se tomen la molestia de acudir a este libro sagrado. Moisés hace mención  de cierto poder maléfico del espíritu malo; pues como observa el Padre Lagrange: “La serpiente del paraíso, en la tentación de nuestros primeros padres, por su manera de obrar demuestra, sin duda, la existencia de un ser superior, espiritual e invisible, al cual más tarde se llamara demonio, que ha tomado que ha tomado ese animal y que obra por el incitando al mal). No hay duda- Nacar Colunga- de que bajo estas imágenes de subido realismo el autor mira al espíritu diabólico” (Nota a este pasaje en la versión española de la Biblia, ed. La BAC).]

B)    La guerra entre el demonio y el hombre

La enemistad entre el demonio y los hombres es perpetua, y es el diablo el que con sus ángeles aparece continuamente maquinando siempre contra el hombre, para hacerle caer en pecado por medio de tentaciones y tribulaciones.

El es el que, cara a cara con Dios, en Job prueba la paciencia de este: “Vino también entre ellos (los hijos de Dios) Satán; el que tienta a David pues dice; “Alzóse Satán contra Israel e incitó a David a hacer el censo de Israel) (1. Par. 21, 1); y también el que se aparece a Zacarías junto al sumo sacerdote, acusándole. También el da muerte a los siete maridos de Sara y es ahuyentado por el joven Tobías siguiendo el consejo del arcángel Rafael (Libro de Tobías). Finalmente del demonio dice el libro de la Sabiduría: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo".

En el Evangelio, según las enseñanzas de Jesús, el diablo es el maligno que en la parábola del sembrador arrebata del corazón de los hombres la palabra de Dios que en ellos se había sembrado y en la parábola de la cizaña , que son los hijos del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo” ( Mat. 13., 13, 38-39), de quien Cristo dice: “Simón, Simón, Satanás os busca para echaros como trigo” (Luc, 22, 31), y de quien el mismo Pedro dice mas tarde a Ananías: “¿Por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo?” (Act. 5,3).

Tiene sus doctrinas perversas, a las que el Apóstol llama espíritus del error y enseñanzas del demonio, con las cuales, como dios de este mundo, ciega las inteligencias de los hombres para que no brille en ellos la luz del Evangelio. Nota:[Hoy más que en otros tiempos, esta luz del Evangelio ya no da su luz porque esta fuente ha sido “cegada” por quienes debían difundirlas integras y sin adulteraciones e interpretaciones erróneas que causan más confusión al alma sencilla más que tranquilidad y paz.] 

Doctrinas que propala mediante falsos apóstoles y obreros engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Cor. 11, 13-14) Nota: [Hoy en día cuantos son en verdad los falsos apóstoles y aun más los obreros de los que se desconoce el número exacto de los unos y de los otros. Como falsos obreros son todas las sectas que pululan por todo Hispano-América que dicen tener a Cristo, pero ¿qué Cristo? Sin duda alguna del Anti Cristo y que cada día con falacia demoniaca engañan e incluso hacen apostatar a los verdaderos católicos que, al no verse defendidos por los auténticos pastores mal llamados apóstoles, terminan en las redes del demonio y pasan a ser sus fanáticos defensores y servidores muchos de ellos sin darse cuenta y además tienta a los infieles de incontinencia."]

Aludiendo al demonio que ejerce sobre los pecadores y para que los fieles de Éfeso estimen mejor lo que ahora son, les recuerda San Pablo lo que antes fueron:

“Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habéis vivido, bajo el príncipe de las potestades aéreas” ( Eph. 4, 27), de cuyos lazos se libran mediante el arrepentimiento y reconocimiento de la verdad.
Señalando las cualidades que ha de tener un obispo, dice el mismo San Pablo: No neófito, no sea que, hinchado, venga a incurrir en el espíritu del diablo. Nota: [Si eso es lo que pide San Pablo de los obispos, en nuestros tiempos, que podemos pensar o a que triste espectáculo acudimos cuando ellos mismos niegan su existencia?]

Conviene a sí mismo- continua el Apóstol- que tengan buena fama ante los de fuera porque no caigan en la infamia y en las redes del demonio” (1 Tim. 1,20) Nota: [Considero, espero equivocarme, que esta última parte está dirigida a los que reconociendo su existencia y no son “neófitos en la materia” están más expuestos a un engaño al que podríamos llamar SUGESTION del demonio bajo apariencia de bien para hablar en términos tomistas.]

Para los cuales advierte el santo comentando las tentaciones de Nuestro Señor Jesucristo nos dice en boca de San Gregorio: “La tentación del enemigo procede por vía de sugestión. Ahora bien una sugestión no se propone a todos de la misma manera, sino a cada uno según sus particulares aficiones. Por eso el diablo no tienta desde luego al hombre espiritual con pecados graves sino que empieza por los leves llevándole a los graves. El mismo San Gregorio en los “Moral XXXI” comentando las palabras: “y huele de lejos la batalla de las arengas de los jefes y el tumulto del ejército”, dice: “Muy bien se habla de las arengas de los jefes y del tumulto del ejército, porque los primeros vicios se filtran en la mente engañada bajo ciertas apariencias de razón; pero las innumerables que luego se siguen y arrastran al alma a todo género de locuras, confunden con un bestial clamoreo…”  (Tercia pars q. 11, a.4)  Hasta aquí Santo Tomás.

Nota: [Esta sugestión no la podemos dejar al margen de lo dicho por Santo Tomas en cuanto a lo que sucede con las autoridades de la Fraternidad fundada por Mons. Marcel Lefebvre, respecto a su obstinado afán de llevarla a la Roma modernista. Tal proceder no es acorde a la sana lógica del Angélico Doctor. Los famosos arreglos basado en lo dicho por el Doctor Angélico, (en mi opinión personal que en nada compromete al Padre Santiago Ramírez comentador de Santo tomas en la suma de la ed. La BAC), considero además de ser una falsa ilusión una utopía que no tiene necesariamente fundamento  lógico sólido,  ni teológico, aun más ni siquiera natural, entonces ¿qué es? Un sueño idílico que sigue premisas falsas. Es como si yo en el lugar de ellos, utilizando el fundamento natural, dijera: “Voy a convertir las aguas salobres del mar muerto en aguas dulces” o como si la multitud de los ríos que desembocan en el mar dijeran: ¡vamos a endulzar las aguas saladas de los mares”. Lo cual, como de todos es notorio, no ha sucedido nunca desde que el mar es lo que es, ni tampoco el río Jordán a endulzado las aguas del mar muerto desde que este surgió a raíz del castigo de Sodoma y Gomorra.]


¿Cómo se ha de conducir el hombre en esta lucha con el dominio para vencerlo?
El mismo Apóstol de las gentes advierte a los romanos; “Quiero que seáis prudentes para el bien, sencillos para el mal y el Dios de la paz aplastara pronto a Satán bajo vuestros pies” ( Rom. 16, 19-20) Y a los de Éfeso les dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del diablo… Embarazad en todo momento el escudo de la fe, con que podáis hacer inútiles los encendidos dardos del maligno” Eph. 6, 11.16) El apóstol Santiago ordena: “Someteos, pues a Dios y resistíos al diablo, y huirá de vosotros” (Jac. 4, 7) 

Lo mismo hace el Príncipe de los apóstoles San Pedro en (1 Petr. 1, 6…) así pues son ellos mismos los que nos suministran las armas para pelear sin desmayar contra este mal espíritu y, tras ellos todos los santos desde los padres de la Iglesia hasta el presente.

jueves, 18 de septiembre de 2014

EL MISTERIO DEL MAS ALLÁ: Antonio Royo Marín, O.P. (3a Parte)



3 EL MISTERIO DEL MAS ALLÁ

Pero si la muerte es ciertísima en su venida, es muy incierta e insegura en su hora y en sus circunstancias.

Podemos catalogar y dividir las distintas clases de muerte en cuatro fundamentales: muerte natural, prematura, violenta y repentina.
¿A qué llamamos muerte natural? A la que sobreviene por mera consunción y desgaste, sin enfermedad alguna que la produzca directamente. Se pregunta, a veces, la gente: “¿De qué ha muerto fulano de tal? No lo sabe nadie, ni siquiera el médico. ¿Cuántos años tenía? Noventa y dos”.

Señores, está claro: ha muerto de muerte natural, de senectud, de vejez. No se necesita nada más.

Pero, a veces, ocurre todo lo contrario. Es una muerte prematura. En la flor de la juventud, en la primavera de la vida... ¡Cuántos jóvenes se mueren! No ya por accidentes imprevistos –por un disparo casual, por un atropello de automóvil, etc.–, sino por simple enfermedad, en su cama, se mueren también los jóvenes. No con tanta frecuencia, pero se mueren también. En el Evangelio tenemos algunos casos: el hijo de la viuda de Naím y el de la hija de Jairo. En plena juventud, en la primavera de la vida, se les cortó el hilo de la existencia: muerte prematura. Las familias que hayan tenido que sufrir este rudo golpe, que llega a lo más íntimo del alma, levanten sus ojos al cielo y adoren los designios inescrutables de la providencia de Dios. Él sabe por qué lo llevó allá. Acaso para que su pureza y su candor no se agostaran algún día en el clima abrasador del mundo. Dios les reclamó para Sí, y allá arriba nos esperan llenos de radiante felicidad.

Otras veces sobreviene la muerte de una manera violenta. Un agente extrínseco, completamente imprevisto, nos arrebata la vida en el momento menos pensado. Y unos perecen atropellados por un camión; otros, ahogados en el mar; otros, fulminados por un rayo; otros, en un choque de trenes; otros, al estrellarse el avión en que viajaban; otros... No es posible enumerar todas las clases de muertes violentas que pueden arrebatarnos la existencia en el momento menos pensado. Un momento antes, llenos de salud y de vida, un momento después, cadáver. ¡A cuántos les ha ocurrido así!

La cuarta clase de muerte es la repentina. No es lo mismo muerte violenta que muerte repentina. Muerte violenta, como hemos dicho, es la producida por un agente extrínseco a nosotros, como cualquiera de esos que acabo de enumerar. Muerte repentina, por el contrario, es la que sobreviene por una causa intrínseca que llevamos ya dentro de nosotros mismos. Por ejemplo, una hemorragia cerebral, un aneurisma, un colapso cardíaco, una angina de pecho pueden producirnos una muerte inesperada e instantánea. Cuando menos lo esperamos: hablando, comiendo, paseando, podemos caer como fulminados por un rayo, He ahí la muerte repentina.

¿Cuál será la nuestra? Nadie puede contestar a esta pregunta. Para muchos de nosotros ya no es posible una muerte prematura. Ya no moriremos en plena juventud. Pero ¿cuál de las otras tres, la violenta, la repentina o la natural en plena vejez, será la nuestra? Nadie en absoluto nos lo podría decir, sino únicamente Dios. Estemos siempre preparados, porque aunque es ciertísimo que hemos de morir, es insegura la hora y las circunstancias de nuestra muerte.


Pero lo más serio del caso, señores, es que moriremos una sola vez. Lo dice la Sagrada Escritura y lo estamos viendo todos los días con nuestros ojos. Nadie muere más que una sola vez. Es cierto que ha habido alguna excepción en el mundo. Ha habido quienes han muerto dos veces. En el Evangelio, por ejemplo, tenemos tres casos, correspondientes a los tres muertos que resucitó Nuestro Señor Jesucristo. Santo Domingo de Guzmán, el glorioso fundador de la Orden a la que tengo la dicha de pertenecer, resucitó también tres muertos. San Vicente Ferrer y otros muchos Santos hicieron también este milagro estupendo. Pero estas excepciones milagrosas son tan raras, que no pueden tenerse en consideración ante la ley universal de la muerte única. Moriremos una sola vez. Y en esa muerte única se decidirán, irrevocablemente, nuestros destinos eternos. Nos lo jugamos todo a una sola carta. El que acierte esa sola vez, acertó para siempre; pero el que se equivoque esa sola vez, está perdido para toda la eternidad. Vale la pena pensarlo bien y tomar toda clase de medidas y precauciones para asegurarnos el acierto en esa única y suprema ocasión. Yo quisiera, señores, haceros reflexionar un poco en torno a la preparación para la muerte.

Podemos distinguir dos clases de preparación: una, remota, y otra, próxima.

Llamo yo preparación remota la de aquel que vive siempre en gracia de Dios. Al que tiene sus cuentas arregladas ante Dios, al que vive habitualmente en gracia, puede importarle muy poco cuáles sean las circunstancias y la hora de su muerte, porque en cualquier forma que se produzca tiene completamente asegurada la salvación eterna de su alma. Esta es la preparación remota.

Preparación próxima es la de aquel que tiene la dicha de recibir en los últimos momentos de su vida los Santos Sacramentos de la Iglesia: Penitencia, Eucaristía por Viático. Extremaunción, e, incluso, los demás auxilios espirituales: la bendición Papal, la indulgencia plenaria y la recomendación del alma. Esta es la preparación próxima.

Combinando y barajando estas dos clases de preparación podemos encontrar hasta cuatro tipos distintos de muerte: sin preparación próxima ni remota; con preparación remota, pero no próxima; con preparación próxima, pero no remota, y con las dos preparaciones.
Vamos a examinarlas una por una.


Primer tipo de muerte. – Sin preparación próxima ni remota, o sea, ausencia total de preparación. Es la muerte de los grandes impíos, de los grandes incrédulos, de los grandes enemigos de la Iglesia; la muerte de los que no se han contentado con ser malos, sino que además han sido apóstoles del mal, han sembrado semillas de pecado, han procurado arrastrar a la condenación al mayor número posible de almas.

Estos no han tenido preparación remota: han vivido siempre en pecado mortal. Y, por una consecuencia lógica y casi inevitable, suelen morir también sin preparación próxima, obstinados en su maldad. Porque, por lo general, señores, salvo raras excepciones, la muerte no es más que un eco de la vida. Tal como es la vida, así suele ser la muerte. Si el árbol está francamente inclinado hacia la derecha, o francamente inclinado hacia la izquierda, lo corriente y normal es que, al caer tronchado por el hacha, caiga, naturalmente, del lado a que está inclinado. Esta es la muerte sin preparación próxima ni remota. La de los grandes impíos, la de los grandes herejes, la de los grandes enemigos de la Iglesia.

Esta fue la muerte de Voltaire, el de las grandes carcajadas: “Ya estoy cansado de oír que a Cristo le bastaron doce hombres para fundar su Iglesia y conquistar el mundo. Voy a demostrar que basta uno solo para destruir la Iglesia de Cristo”.

¡Pobrecito! Él sí que quedó destruido.

Escuchad. Os voy a leer la declaración del médico Mr. Tronchin, protestante, que asistió en su última enfermedad al patriarca de los incrédulos. Va a decirnos él, personalmente, lo que vio:
“Poco tiempo antes de su muerte, Mr. Voltaire, en medio de furiosas agitaciones, gritaba furibundamente: Estoy abandonado de Dios y de los hombres. Se mordía los dedos, y echando mano a su vaso de noche, se lo bebió. Hubiera querido yo que todos los que han sido seducidos por sus libros hubieran sido testigos de aquella muerte. No era posible presenciar semejante espectáculo”.

La Marquesa de la Villete, en cuya casa murió Voltaire y que presenció sus últimos momentos, escribe textualmente:

“Nada más verdadero que cuanto Mr. Tronchin –el médico, cuya declaración acabo de leer– afirma sobre los últimos instantes de Voltaire. Lanzaba gritos desaforados, se revolvía, se le crispaban las manos, se laceraba con las uñas. Pocos minutos antes de expirar llamó al abate Gaultier. Varias veces quiso hicieran venir a un ministro de Jesucristo. Los amigos de Voltaire, que estaban en casa, se opusieron bajo el temor de que la presencia de un sacerdote que recibiera el postrer suspiro de su patriarca derrumbara la obra de su filosofía y disminuyera sus adeptos. Al acercarse el fatal momento, una redoblada desesperación se apoderó del moribundo. Gritaba que sentía una mano invisible que le arrastraba ante el tribunal de Dios. Invocaba con gritos espantosos a aquel Cristo que él había combatido durante toda su vida; maldecía a sus compañeros de impiedad; después, deprecaba o injuriaba al cielo una vez tras otra; finalmente, para calmar la ardiente sed que le devoraba, llevóse su vaso de noche a la boca. Lanzó un último grito y expiró entre la inmundicia y la sangre que le salía de la boca y de la nariz”.

Esta es la muerte sin preparación próxima ni remota. Y conste, señores, que yo no afirmo la condenación de Voltaire; yo no digo que esté en el infierno. La Iglesia no lo ha dicho jamás. No sabemos lo que pudo ocurrir un segundo antes de separarse el alma del cuerpo, cuando se había producido ya el fenómeno de la muerte aparente. Pero sabemos lo que pasó en los últimos momentos visibles de su vida, puesto que lo presenciaron los testigos que acabo de citar. Si está en el infierno o no, eso no lo podemos asegurar, puesto que la  Iglesia no lo ha dicho jamás. Pero, ¡qué terrible manera de comparecer ante Dios: sin preparación próxima ni remota!


Segunda manera de morir: con preparación próxima, pero no remota. ¿Qué significa esto? El que vive habitualmente en pecado mortal, no tiene preparación remota; pero, por la infinita misericordia de Dios, a veces ocurre que muere con preparación próxima. Uno que ha vivido en la impiedad, incluso que ha combatido a la Iglesia, puede ocurrir –y ocurre a veces, porque la misericordia de Dios es infinita– que a la hora de la muerte, cuando ve ante sus ojos el espantoso abismo en que se va a sumergir para toda la eternidad, movido por la divina gracia, se vuelve a Dios con un sincero y auténtico arrepentimiento que le vale la salvación eterna de su alma. Puede ocurrir y ha ocurrido de hecho muchas veces, por la infinita misericordia de Dios.

Pero ¡pobre del que confíe en eso para vivir mientras tanto tranquilamente en pecado! ¡Pobre de él! Ese tal trata de burlarse de Dios, y el apóstol San Pablo nos advierte expresamente que Deus non irridetur: de Dios nadie se ríe. El que ha vivido mal por irreflexión, atolondramiento o ligereza, puede ser que a la hora de la muerte Dios tenga compasión de él y le dé la gracia del arrepentimiento. Pero el que ha vivido mal, precisamente confiado y apoyado en la misericordia de Dios, confiado y apoyado en que a la hora de la muerte tendrá tiempo de arrepentirse y salvarse, y, mientras tanto, sigue pecando tranquilamente, ese trata de burlarse de Dios, y pagará bien cara su loca temeridad y su incalificable osadía.

Sean pocos o muchos los que se salvan, ese que trata de robar el cielo después de haberse reído de Dios, es indudable que será uno de los pocos o muchos que se condenen. ¡Ese se pierde para toda la eternidad!


Tercera manera de morir: con preparación remota, pero no próxima. No juguemos con fuego. Tengamos al menos la preparación remota, por si acaso Dios no nos concede la preparación próxima. Con la preparación remota, tenemos asegurada la salvación del alma; y para eso basta con que vivamos sencillamente en gracia de Dios. Si vivimos siempre en gracia de Dios, si en cualquier momento de nuestra vida tenemos bien ajustadas nuestras cuentas con Dios, si tenemos ese tesoro infinito que se llama la gracia santificante, nos puede importar muy poco la manera, el modo y las circunstancias de nuestra muerte. Es muy de desear –y hay que pedírselo con toda el alma a Dios– que nos conceda también la preparación próxima; pero, al menos, si tenemos la remota, lo tenemos asegurado todo.

Tomemos esta determinación, señores, en estos días de conferencias cuaresmales. Es preciso formar algún propósito concreto para toda nuestra vida, porque, de lo contrario, estas luces que ahora nos da Dios, no serían más que un castillo de fuegos artificiales, una llamada fugaz y transitoria. Es preciso que tomemos determinaciones para toda nuestra vida, señores. Y una de las más fundamentales tiene que ser ésta: en adelante no voy a cometer jamás la tremenda imprudencia de acostarme una sola noche en pecado mortal, porque puedo amanecer en el infierno.

Reflexionad un instante: ¿quién de vosotros se atrevería a acostarse una noche con una víbora venenosa en la cama? Hasta que no le aplastaseis la cabeza no podríais conciliar el sueño: es cosa clara y evidente. Y son legión los que tienen una víbora venenosa en su alma, los que viven habitualmente en pecado mortal con gravísimo peligro de hundirse para siempre en el abismo eterno, ¡y ríen, y gozan, y se divierten! Y por la noche se acuestan tranquilamente en pecado mortal y logran conciliar el sueño como si no les amenazara daño alguno. Señores, ¿es que son malos? Tal vez no. Puede que no lo sean en el fondo. Pero es indudable que son atolondrados, irreflexivos, inconscientes; es indudable que no piensan, que no se dan cuenta del tremendo peligro que pende sobre sus cabezas a manera de espada de Damocles. En el momento menos pensado puede rompérsele el hilo de la vida y se hunden para siempre en el abismo. Vivamos siempre en gracia de Dios y pidámosle al Señor nos conceda también la preparación próxima para la muerte.

Porque ésa es la cuarta manera de morir y la que hemos de procurar con todos los medios a nuestro alcance: con la doble preparación. Con la preparación remota del que ha vivido cristianamente, siempre en gracia de Dios, y con la preparación próxima del que a la hora de la muerte corona aquella vida cristiana con la recepción de los Santos Sacramentos y de los auxilios espirituales de la Iglesia: Penitencia, Eucaristía por Viático, Extremaunción, recomendación del alma, bendición papal.

Preparación próxima y preparación remota. Es la muere envidiable de los Santos, de la que dice la Sagrada Escritura que es preciosa delante del Señor: Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus.

Los Santos que han vivido intensamente estas ideas, no solamente no temían la muerte, sino que la llamaban y deseaban con toda su alma para volar al cielo. Porque la muerte cristiana, señores, tiene las siguientes sublimes características que la hacen infinitamente deseable y atractiva: morir en Cristo, morir con Cristo y morir como Cristo.


En primer lugar, morir en Cristo. ¿Qué significa morir en Cristo? Significa morir cristianamente, con la gracia santificante en nuestra alma, que nos da derecho a la herencia infinita del cielo.

¡Qué burla y qué sarcasmo, señores, cuando en los grandes cementerios de las modernas ciudades se ponen sobre las tumbas de los grandes impíos aquellos epitafios rimbombantes: “Aquí yace un gran guerrero, un gran artista, un gran literato, un gran emperador”! ¡Pero los ángeles de la guarda que están velando el sueño de los justos son los únicos que pueden leer el verdadero y auténtico epitafio de muchas de aquellas tumbas que el mundo venera: “Aquí yace un condenado para toda la eternidad”!

Ojalá que a cada uno de nosotros se nos pueda poner este sencillo epitafio, pero auténtico, que refleje la verdad: “Murió cristianamente, con la gracia de Dios en su corazón”. Y que se lleven los mundanos los mausoleos espléndidos, las flores que para nada sirven, los homenajes póstumos que nada remedian, las sesiones necrológicas, los ridículos “minutos de silencio...”, ¡que se lo lleven todo los mundanos! A nosotros nos basta con morir cristianamente: nada más.


¡Morir cristianamente! ¿Sabéis lo que eso significa?
En primer lugar, es el término del combate. En este mundo estamos librando todos una tremenda batalla –lo dice la Sagrada Escritura– contra los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Estamos librando un combate. Pero llega la hora de la muerte, y si tenemos la dicha de morir cristianamente, nos convertimos en el soldado que termina victorioso la batalla y se ciñe para siempre el laurel de la victoria. En el labrador, que después de haber regado tantas veces la tierra con el sudor de su frente, recoge los frutos de la espléndida y ubérrima cosecha. En el enfermo, que ve terminados para siempre sus sufrimientos y entra para siempre en la región de la salud y de la vida. ¡Qué bien lo sabe decir la Iglesia Católica cuando pronuncia sobre el cristiano que acaba de expirar aquella fórmula sublime: Requiescat in pace: “Descansa en paz”!

En segundo lugar, la muerte cristiana es la arribada al puerto de seguridad.

En este mundo no podemos estar seguros. Absolutamente nadie. Ni el Soberano Pontífice, ni los mismos Santos mientras vivían acá en la tierra: nadie puede estar seguro de que morirá cristianamente. Dice el Concilio de Trento que, a menos de una revelación especial de Dios, nadie puede saber con seguridad si se salvará o si se condenará; si recibirá de Dios el don sublime de la perseverancia final, o si lo dejará de recibir. No lo podemos saber. Es un interrogante angustioso que está suspendido sobre nuestras cabezas. Ni los Santos estaban seguros de sí mismos. Porque, aunque ahora seamos buenos, aunque estemos ahora en gracia de Dios, ¿qué será de nosotros dentro de diez años, dentro de veinte, y, sobre todo, a la hora de nuestra muerte? Es un misterio, no lo podemos saber.

¡Ah!, pero cuando se muere cristianamente, es el ruiseñor que rompe para siempre los hierros de su jaula y vuela jubiloso a la enramada. Es el náufrago, que después de haber luchado contra las olas embravecidas que amenazaban tragarle hasta el fondo del océano, salta por fin a las playas eternas. Es la caravana, que después de haber atravesado las arenas abrasadoras del desierto, llega por fin al risueño y fresco oasis. Es la nave que llega al puerto después de peligrosa travesía. Es emerger de la penumbra del valle y bañarse para siempre en océanos de clarísima luz en lo alto de la montaña. El alma del que muere cristianamente queda confirmada en gracia, ya no puede perder a Dios, ya tiene asegurada para siempre la felicidad eterna.

Por eso la muerte cristiana es la entrada en la vida verdadera. ¡Cuánta pobre gente equivocada, que ha vivido y respirado el ambiente del mundo y está completamente convencida de que esta vida es la vida verdadera, la que hay que conservar a todo trance! ¡Qué tremenda equivocación!

¡Esta vida no es la vida! Un filósofo pagano exclamaba con angustia: “Ningún sabio satisface – esta duda que me hiere–: ¿es el que muere el que nace –o es el que nace el que muere–?”

No sabía contestar esa pregunta porque carecía de las luces de la fe. Pero a su brillo deslumbrante, ¡qué fácil es contestar a ella!
Que se lo pregunten a San Pablo y les dirá: “Estoy deseando morir para unirme con Cristo”.

Pregúntenlo a Santa Teresa de Jesús y les contestará con sublime inspiración: “Aquella vida de arriba, que es la vida verdadera –hasta que esta vida muera–, no se alcanza estando viva...” O quizá de esta otra forma: “Vivo sin vivir en mí –y tan alta vida espero– que muero porque no muero”.
Que se lo digan a Santa Teresita de Lisieux, la Santa más grande de los tiempos modernos, en frase del inmortal Pontífice San Pío X. Cuando la angelical florecilla del Carmelo estaba para exhalar su último suspiro, el médico que la asistía le preguntó: “¿Está vuestra caridad resignada para morir?” Y la santita, abriendo desmesuradamente sus ojos, llena de asombro, le contestó: “¿Resignada para morir? Resignación se necesita para vivir, pero ¡para morir! Lo que tengo es una alegría inmensa”.

Los Santos, señores, tenían razón. No estaban locos. Veían, sencillamente, las cosas tal como son en realidad. La inmensa mayoría de los hombres no las ven así. No se dan cuenta de que están haciendo un viaje en ferrocarril y no se preocupan más que del vagón en el que están haciendo la travesía: el negocio, el porvenir humano, el aumento del capital. Todo eso que tendrán que dejar dentro de unos años, acaso dentro de unos cuantos días nada más. No se dan cuenta de que el ferrocarril de la vida va devorando kilómetros y más kilómetros, y en el momento en que menos lo esperen, el silbato estridente de la locomotora les dará la terrible noticia: estación de llegada. Y al instante, sin un momento de tregua, tendrán que apearse del ferrocarril de la vida y comparecer delante de Dios. Entonces caerán en la cuenta de que esta vida no es la vida. Ojalá lo adviertan antes de que su error no tenga ya remedio para toda la eternidad.


La segunda característica de la muerte cristiana es morir con Cristo. ¿Qué significa esto? Significa exhalar el último suspiro después de haber tenido la dicha inefable de recibir a Jesucristo Sacramentado en el corazón.

¡El Viático! ¡Qué consuelo tan inefable produce en el alma cristiana el simple recuerdo del Viático! La Eucaristía es un milagro de amor, de sublime belleza y poesía en cualquier momento de la vida. Pero la Eucaristía por Viático es el colmo de la dulzura, de la suavidad y de la misericordia de Dios. Poder recibir en el corazón a Jesucristo Sacramentado en calidad de Amigo y de Buen Pastor momentos antes de comparecer ante Él como Juez Supremo de vivos y muertos, es de una belleza y de una emoción indescriptibles. ¡Qué paz, qué dulzura tan inefable se apodera del pobre enfermo al abrazar en su corazón a su gran Amigo, que viene a darle la comida para el camino –que eso significa la palabra Viático– y ayudarle amorosamente en el supremo tránsito a la eternidad! Cuando desde lo íntimo de su alma, el pobre pecador le pide perdón a su Dios por última vez, antes de comparecer ante Él, sin duda alguna que Nuestro Señor Jesucristo, que vino a la tierra precisamente a salvar lo que había perecido (Mt, 18, 11) y en busca de los pobres pecadores (Mt 9, 13) le dará al agonizante la seguridad firmísima de que la sentencia que instantes después pronunciará sobre él será de salvación y de paz.

¡Y que una cosa tan bella y sublime como el Viático estremezca de espanto a la inmensa mayoría de los hombres, incluso entre los cristianos y devotos! Son innumerables los crímenes a que ha dado lugar tamaña insensatez y locura. ¡Cuántos desgraciados pecadores se han precipitado para siempre en el infierno porque su familia cometió el gravísimo crimen de dejarles morir sin Sacramentos por el estúpido y anticristiano pretexto de no asustarles! Este verdadero crimen es uno de los mayores pecados que se pueden cometer en este mundo, uno de los que con mayor fuerza claman venganza al cielo. ¡Ay de la familia que tenga sobre su conciencia este crimen monstruoso! El Viático no empeora al enfermo, sino, al contrario, le reanima y conforta, hasta físicamente, por redundancia natural de la paz inefable que proporciona a su alma. Pero, aún suponiendo que por el ambiente anticristiano que se respira por todas partes en el mundo de hoy, asustara un poco al enfermo la noticia de que tiene que recibir el Viático, ¿y qué? ¿No es mil veces preferible que vaya al cielo después de un pequeño o de un gran susto, antes que, sin susto alguno, descienda tranquilamente al infierno para toda la eternidad? ¡Y qué cosa tan evidente y sencilla no la vean tantísimos malos cristianos que cometen la increíble insensatez y el enorme crimen de dejar morir como un perro a uno de sus seres queridos! Gravísima responsabilidad la suya, y terrible la cuenta que tendrán que dar a Dios por la condenación eterna de aquella desventurada alma a la que no quisieron “asustar”.

Escarmentad todos en cabeza ajena. Advertid a vuestros familiares que os avisen inmediatamente al caer enfermos de gravedad. La recepción del Viático por los enfermos graves es un mandamiento de la Santa Madre Iglesia, que obliga a todos bajo pecado mortal, lo mismo que el de oír Misa los domingos o cumplir el precepto pascual. Y como la mejor providencia y precaución es la que uno toma sobre sí mismo, procurad vivir siempre en gracia de Dios y llamad a un sacerdote por vuestra propia cuenta –sin esperar el aviso de vuestros familiares– cuando caigáis enfermos de alguna consideración.


La tercera característica de la muerte cristiana es morir como Cristo. ¿Cómo murió Nuestro Señor Jesucristo? Mártir del cumplimiento de su deber. Había recibido de su Eterno Padre la misión de predicar el Evangelio a toda criatura y de morir en lo alto de una cruz para salvar a todo el género humano, y lo cumplió perfectamente, con maravillosa exactitud. Precisamente, cuando momentos antes de morir contempló en sintética mirada retrospectiva el conjunto de profecías del Antiguo Testamento que habían hablado de Él, vio que se habían cumplido todas al pie de la letra, hasta en sus más mínimos detalles. Y fue entonces cuando lanzó un grito de triunfo: ¡Consumatum est, todo está cumplido!

¡Qué dicha la nuestra, señores, si a la hora de la muerte podemos exclamar también: “He cumplido mi misión en este mundo, he cumplido la voluntad adorable de Dios”!

Cierto que no podremos decirlo del mismo modo que Nuestro Señor Jesucristo. Cierto que todos somos pecadores y hemos tenido, a lo largo de la vida, muchos momentos de debilidad y cobardía. Cierto que hemos ofendido a Dios y nos hemos apartado de sus divinos preceptos por seguir los antojos del mundo o el ímpetu de nuestras pasiones. Pero todo puede repararse por el arrepentimiento y la penitencia. Estamos a tiempo todavía.

¡Muchacho que me escuchas! Feliz de ti si a la hora de la muerte, acordándote de tus años mozos, puedes decir ante tu propia conciencia: “Lo cumplí. ¡Cuánto me costó resolver el problema de la pureza! Mi sangre joven me hervía en las venas, pero fui valiente y resistí. Invoqué a la Virgen, huí de los peligros, comulgué diariamente, ejercité mi voluntad, se lo pedí ardientemente a Dios... Y ahora muero tranquilo, ofreciéndole a Dios el lirio de mi pureza juvenil”.

¡Padre de familia! Me hago cargo perfectamente. Cuesta mucho el cumplimiento exacto de los deberes matrimoniales: aceptar todos los hijos que Dios mande, educarles cristianamente, guardar fidelidad inviolable al otro cónyuge, cumplir exactamente las obligaciones  del propio estado. Pero recuerda que estamos en este mundo como huéspedes y peregrinos, que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la que está por venir” (Hebr 13, 14) ¡Levanta tus ojos al cielo! Y, aunque te cueste ahora un sacrificio, cumple íntegramente con tu deber, para poder morir tranquilo cuando te llegue la hora suprema.

¡Comerciante, financiero, industrial, hombre de negocios! El dinero es una terrible tentación para la mayoría de los hombres. Pero acuérdate de que no podrás llevarte más allá del sepulcro un solo céntimo: lo tendrás que dejar todo del lado de acá. ¡Gana, si es preciso, la mitad o la tercera parte de lo que ganas ahora, pero gánalo honradamente! Que no tengas que lamentarlo a la hora de la muerte –cuando es tan difícil reparar el daño causado y restituir el dinero mal adquirido– y puedas decir, por el contrario: “me costó mucho, pero hice ese sacrificio; muero tranquilo; he cumplido con mi deber”.

Permitidme que os refiera un recuerdo personal, y termino. Tengo actualmente mi residencia habitual en el glorioso convento de San Esteban, de Salamanca. En la actualidad somos más de doscientos religiosos, la mayoría de ellos jóvenes estudiantes en nuestra Facultad de Teología que allí funciona. Pero en él está instalada también la enfermería general de la provincia dominicana de España. Allí vienen los padres ancianitos a esperar tranquilamente el fin de sus días, después de una vida consagrada enteramente al servicio de Dios y salvación de las almas. He visto morir a muchos de ellos. He presenciado, también, la muerte de religiosos jóvenes, que morían alegres en plena primavera de la vida porque se iban al cielo para siempre. Y os confieso, señores, que las emociones más hondas e intensas de mi vida religiosa son las que he experimentado junto al lecho de nuestros moribundos. ¡Cómo mueren los religiosos dominicos, señores! Supongo que en las otras Órdenes religiosas ocurrirá lo mismo, pero yo cuento lo que he visto y presenciado por mí mismo. Escuchad:

El religioso enfermo ha recibido ya, muy despacio, los Santos Sacramentos y demás auxilios de la Iglesia. Es impresionante, por su belleza y emoción, el espectáculo de toda la comunidad acompañando al Señor hasta la habitación del enfermo cuando se lo llevan por Viático. Pero llega mucho más al alma todavía la escena de sus últimos momentos. Cuando se acerca el momento supremo, la campana del convento llama a toda la comunidad con un toque a rebato característico, inconfundible. Acudimos todos a la enfermería, y el Padre Prior, revestido de sobrepelliz y estola, comienza a rezarle al enfermo la recomendación del alma, alternando con toda la comunidad. Y cuando se acerca por momentos el instante supremo, el cantor principal del convento entona la Salve Regina, que tiene en nuestra Orden una melodía suavísima. Y arrullado por las notas de la bellísima plegaria mariana que canta toda la comunidad..., con la paz de su alma pura reflejada en su rostro tranquilo, con una dulce sonrisa en sus labios, serenamente, plácidamente, como el que se entrega con naturalidad al sueño cotidiano, el religioso dominico se duerme ante nosotros a las cosas de la tierra para despertar en los brazos de la Virgen del Rosario entre los coros de los ángeles...

Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus: es preciosa delante del Señor la muerte de sus Santos.


¿Queréis morir todos así? Os acabo de dar las normas para conseguirlo. Preparación remota, viviendo siempre, siempre, en gracia de Dios, cumpliendo perfectamente los deberes de vuestro propio estado; y oración ferviente a Dios, por intercesión de María, la dulce Mediadora de todas las gracias, para que nos conceda también la preparación próxima: la dicha de recibir en nuestros últimos momentos los Santos Sacramentos de la Iglesia y de morir con serenidad y paz en el ósculo suavísimo del Señor. Que así sea.