PARTE
II: DECLARACIÓN DOCTRINAL DEL 15 DE ABRIL DE 2012
I.
Circunstancias que rodean la declaración.
Antes de
movernos al análisis de la Declaración Doctrinal (DD), dada al Cardenal Levada
por Mons. Fellay el 15 de Abril de 2012, recordemos eventos que precedieron
inmediatamente a su composición:
-
16 de Marzo de 2012, el Cardenal Levada
respondió vía correspondencia a Mons. Fellay, rechazando su Preámbulo Doctrinal
(DP2).
-
15 de Abril de 2012, Mons. Fellay manda su
Declaración Doctrinal (DD).
-
13 de Junio de 2012, la Declaración Doctrinal
(DD) fue rechazada por Roma, que presentó un nuevo Preámbulo Doctrinal
(DP3).
1.
Carta del Cardenal Levada fechada 16 de Marzo
2012.
En esta carta,
el Cardenal Levada le expresó a Mons. Fellay su “tristeza” al enterarse de su “rechazo de aceptar el texto del Preámbulo
(del 14 de Septiembre de 2011) que le fue
dado (por él).”
El Cardenal
comenzó por rechazar lo que llamaba “soluciones
alternativas”, propuestas por la Sociedad, eso es el Preámbulo Doctrinal
(DP2), con fecha del 30 de Noviembre de 2011, que fue escrito enteramente por
la Sociedad.
Después, él
afirmó que estas soluciones no eran “suficientes
para resolver los problemas doctrinales que están en la raíz de la ruptura con
la Santa Sede y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, porque éstas no señalan
directamente los asuntos controversiales, en relación a las enseñanzas
del Vaticano II y el Magisterio Papal que le sucedió.”
Citó a
Benedicto XVI, al momento de levantar las “excomuniones” en el 2009, quien
reprochó a la Sociedad diciendo “ustedes
no pueden congelar la autoridad magisterial” en el periodo previo al
Concilio Vaticano II, que, además, “contiene
toda la historia doctrinal de la Iglesia.”
Particularmente,
él hizo referencia al párrafo III del Preámbulo Doctrinal, sobre “la unidad del
Magisterio,” que, de acuerdo a él, excluye toda oposición entre el
presente y el Magisterio precedente, porque pensando de otra manera “significa
poner objetivamente el juicio de uno sobre el Magisterio en sí.”
Luego, el
Cardenal se vuelve amenazante:
“El rechazar el Preámbulo Doctrinal,
aprobado expresamente por el Santo Padre, es negar de facto la fidelidad al
Romano Pontífice y al Magisterio de la Iglesia presente (cf. nn. I y II del
Preámbulo Doctrinal); esto involucra una ruptura de comunión con el
Romano Pontífice y las consecuencias canónicas que sobrevienen, de acuerdo a
los cánones 751 y 1364 del Código de Derecho Canónico.”
En otras
palabras, el Cardenal amenaza en declarar a la Sociedad como “cismática” y de
infligirle una nueva excomunión si Mons. Fellay no regresa al Preámbulo
presentado por Roma.
Finalmente, él
invita a Mons. Fellay a “considerar las
serias consecuencias de la posición que (él) ha tomado, si decide hacerla
definitiva,” a “reconsiderar” su
rechazo del Preámbulo Doctrinal (DP1) y le dio de un mes para dar su
respuesta definitiva.
A decir
verdad, el Cardenal Levada tiene razón en pedirle a Mons. Fellay de dar su
opinión sobre los “puntos controversiales” del Concilio y el Magisterio
post-conciliar, que fueron la causa de la “ruptura” entre la Sociedad y Roma.
De hecho,
estos problemas no fueron mencionados en el DP2 de Mons. Fellay.
2.
La reacción de Monseñor Fellay a la Carta del
Cardenal Levada.
A partir de
ese momento, Mons. Fellay fue partido entre negarse a ir más lejos y el deseo
de ser reconocido por Roma.
a.
Un optimismo sin fundamento: ¡Roma ha cambiado!
Mons. Fellay
demostró un dichoso optimismo, que apareció en su Editorial de Cor Unum no. 101 en Marzo de 2012, que
merece un examen detallado. Él empieza con una retrospectiva de los eventos de
los últimos años, que deberían disuadir toda confianza en Roma.
Sobre las discusiones
doctrinales de 2009-2011, él está algo desilusionado:
“La ausencia de evaluación por parte de Roma
sobre las discusiones doctrinales…las discusiones han terminado, es cierto, algo
abruptamente.”
Y sobre los
contenidos de las mismas discusiones, él reconoció que un acuerdo doctrinal con
Roma es imposible:
“Nuestros expertos han demostrado bien que
el conflicto existente entre, por un lado, la enseñanza de la Iglesia antes del
Concilio y, por el otro, el del Concilio Vaticano II y sus consecuencias.”
Luego, él
menciona las nuevas proposiciones de Roma (15 de Septiembre de 2011) y
las respuestas de la Sociedad:
“Entonces, hemos recibido la propuesta
(Preámbulo Doctrinal 1) que intentó hacernos entrar en el esquema de la hermenéutica
de la continuidad… la primera vez, el 1 de Diciembre, y una segunda vez el
12 de Enero; le comunicamos a Roma el hecho de que es imposible para
nosotros firmar un documento que contenga tales ambigüedades.”
No obstante,
Mons. Fellay parece no ser capaz de entender lo que Roma quiere en práctica:
“La propuesta hecha por esa misma
Congregación: el reconocer a la Sociedad concediéndole un estado canónico de
prelatura personal, a condición de que firmemos un documento ambiguo,
del que ya hablamos en la última publicación de Cor Unum (no.100). Esto es sorprendente, en
la medida que las discusiones manifestaron un profundo desacuerdo en
casi todos los puntos que fueron tratados.”
“Esto es sorprendente”: Mons. Fellay
tiene problemas viendo que si Roma accedió con la Sociedad de exponer sus
posiciones durante las discusiones, pero no más, es porque ellos simplemente
están esperando una nueva fase, para nuevas negociaciones con un
Preámbulo Doctrinal listo para ser firmado en vista de un estatuto jurídico.
Luego Mons.
Fellay expuso un falso argumento (un sofisma) en el que él reveló su
nueva estrategia hacia Roma.
Después de
haberle reafirmado a todos que él está manteniendo la Fe (que es) primera y suprema,” declaró que “la situación de la Iglesia puede obligarnos a realizar actos de
prudencia en relación y correspondencia con la situación concreta.” En
otras palabras, si la “situación
concreta” cambia en Roma, nosotros debemos cambiar nuestra actitud
hacia Roma (Cor Unum, Marzo 2012).
Él mencionó
que, en relación a las futuras negociaciones con Roma, el Capítulo de 2006
dijo:
“El Capítulo de 2006 estableció una clara
línea de conducta en materia concerniente a nuestra situación con respecto a
Roma. Le damos prioridad a la fe, sin buscar para nuestra parte una solución
práctica antes de resolver la cuestión doctrinal” (Cor Unum, Marzo 2012).
Lo que aquí es
impactante, es que él llama la condición sine qua non del Capítulo de 2006 una
simple “línea de conducta,” no un
principio, así eventualmente modificable de acuerdo a las circunstancias. Y él
hará exactamente lo contrario a lo que decidió el Capítulo de 2006— ¡él iba a
buscar una “solución práctica antes de resolver la cuestión doctrinal”!
Pero a fin de
convencer a la SSPX de que debemos cambiar nuestra percepción hacia Roma, él
intenta mostrar que la “situación concreta” en Roma ha cambiado para bien
cuando se refiere a “una observación
histórica concerniente a la situación presente de la Iglesia” (Con Unum, Marzo 2012).
Entonces, él
hace un paralelo entre el año 2006 (por el Capítulo) y el año 2011 para
intentar demostrar que ha habido un cambio en Roma, que demanda un
cambio también en nosotros.
Él ofrece como
“prueba” de este cambio algunos “hechos,”
de los que él mismo no parece estar convencido al usar expresiones como siendo
“no muy visible,” “tímido,” “frustrado,” “colocado bajo el
celemín,” “incluso a través de su
aplicación hay algo que deja a desear,” etc.
Él habla de “dos movimientos opuestos, desiguales (en
Roma),” que de hecho es sólo una batalla entre los conservadores y los
extremistas, pero remarca que todas estas personas son conciliares.
Él es sensible
al halago de sus “nuevos amigos en Roma,”
y dice que “obispos jóvenes, algunos de
los cuales clara, pero discretamente, nos expresan su simpatía… ¡Puede ser que
en Roma estas cosas son más manifiestas! ¡Ahora tenemos contactos amistosos en
los Dicasterios más importantes, y también en el séquito del Papa!”
Si le creemos,
esta descripción lleva a pensar erróneamente que la Iglesia Conciliar está
muriendo, desintegrándose. Incluso, afirma que “el movimiento (de restauración) no puede ser detenido.”
Y, para
coronar sus ilusiones, va tan lejos como para afirmar que “la Divina Providencia se está expresando a través de la realidad de
los eventos,” (sic) eso es, que ¡él considera que la Providencia está
detrás de estos pequeños eventos, no del todo convincente, de que Roma se está
convirtiendo! Como siempre, él invoca un tipo de “sobrenaturalismo,” que
manifiesta sólo sus propias ilusiones.
Así, llega a
su conclusión:
“Si esto es cierto, y estoy convencido de
ello, esto requiere que tomemos una nueva posición con respecto a la Iglesia
oficial. Está en el contexto que nos preguntemos a nosotros mismos sobre el
reconocimiento de la Sociedad por la Iglesia oficial. Nuestros nuevos amigos en
Roma declaran que el impacto de tal reconocimiento sería extremadamente poderoso
sobre toda la Iglesia, como una confirmación de la importancia de la Tradición
para Ella.”
Luego, para
calmar las filas de los que se oponen a un acuerdo, él afirma
tranquilizadoramente:
“Sin embargo, tal realización concreta
requiere dos puntos absolutamente necesarios a fin de asegurar nuestra
supervivencia: El primero es que a la Sociedad no le sean demandadas
concesiones que afecten la fe y lo que sigue a ella (liturgia, sacramentos,
moralidad, disciplina). El segundo es que la libertad real y autonomía de
acción le sean concedidas a la Sociedad, y que estas libertades le permitan
vivir y desarrollarse en circunstancias concretas… Las circunstancias concretas
nos mostrarán cuando el tiempo llegue de “dar el paso” hacia la Iglesia
oficial. Hoy en día, a pesar de la obertura Romana del 14 de Septiembre,
y por las condiciones que han sido establecidas, esto todavía parece
imposible.”
Pero es obvio él
es más bien optimista:
“Cuando el Buen Señor lo quiera, ese momento
vendrá. Pero no podemos descartar la posibilidad de que se alcanzará una
resolución rápida, porque el Papa parece estar poniendo todo su peso en este
asunto.”
Nótese que
cuando Mons. Fellay habla de tener “una
nueva posición en relación con la Iglesia oficial,” ¿qué es lo que él
quiere decir sino que está listo para cambiar la posición de la
Sociedad?
Él está
satisfecho con sólo pedir dos condiciones para asegurar nuestra
“supervivencia,” no más: (1) ninguna concesión doctrinal de nuestra parte, y
(2) la libertad de vivir y crecer. Uno se pregunta qué pasó con nuestra crítica
de los errores conciliares.
Posteriormente,
veremos que incluso esas dos condiciones no pueden ser satisfechas, porque
Mons. Fellay, en su Declaración Doctrinal, hará concesiones doctrinales
mayores, y que “la libertad de acción” de la que soñó sería seriamente
comprometida por la aceptación del nuevo Código.
Después, él
repite que las “condiciones favorables” serán dadas a fin de responderle
favorablemente a Roma:
“Si hubo un cambio en la situación de
la Iglesia con respecto a la Tradición, entonces se necesitará una modificación
correspondiente de la conclusión (buscar un acuerdo), sin algún cambio, en absoluto, de nuestros principios… Ahora no hay
duda que desde el 2006 hemos presenciado un progreso en la Iglesia, un importante
y extremadamente interesante progreso, aunque todavía no es muy visible.”
La frase “si hubo un cambio,” es ambigua… porque
podría significar ya sea que este cambio aún es esperado o ya ha sucedido.
Pero después
de haber visto la enumeración, de Mons. Fellay, de los “cambios positivos” que
han ocurrido, uno no puede evitar concluir que, para él, el “cambio” esperado
de Roma ya ha sucedido.
¿Cuál es este
“cambio”? Para Mons. Fellay, es sólo un cambio en la actitud que tiene Roma
hacia nosotros; y no un cambio de Roma en sí.
Ciertamente,
la Roma actual puede tener un cambio de “actitud” hacia la Sociedad, pero este
cambio es puramente político y diplomático, no doctrinal, y su objetivo
sigue siendo el llevarnos a aceptar las reformas conciliares.
Mons. Fellay
no puede mencionar de cualquier cambio doctrinal importante en Roma porque
nadie le creería. Aquí yace la diferencia fundamental entre Mons. Fellay y el
Capítulo General de 2006: ¿qué tipo de cambio tenemos que esperar de
Roma antes de trabajar en un acuerdo práctico: un cambio de actitud hacia
nosotros, o un cambio doctrinal de Roma?
Entonces está
claro que para Mons. Fellay el cambio doctrinal esperado de Roma no puede
esperarse ahora y debe ser puesto de lado; quizá resuelto luego… pero ciertamente
sólo después de un acuerdo práctico.
b.
El dilema de hacer una buena elección.
Mons. Fellay
ahora se encuentra frente al dilema de tener que escoger entre, por un lado, de
mantener su rechazo al Preámbulo de Roma, y por el otro, de la opción
sobre continuar con las negociaciones, y presentar un nuevo documento
doctrinal a Roma, pero el Cardenal Levada le pidió mantener la sustancia de las
ideas contenidas en el Preámbulo Romano del 14 de Septiembre de 2011.
A este punto, el
romper con las negociaciones requeriría de Mons. Fellay nada menos que un
acto heroico, tal vez difícil de hacer, pero todavía posible.[1]
Uno pensaría
que si Mons. Fellay nos pidió rezar para la protección de un “grave peligro,”
fue porque él estaba listo de rechazar el Preámbulo Doctrinal Romano y
consecuentemente juzgo que la Sociedad podría exponerse a posibles sanciones.
Al menos, esa es la impresión que uno tendría en ese momento.
Entonces, ¿qué
es lo que podía hacer Mons. Fellay?
Él tiene dos
opciones:
-
Si confirma su rechazo del Preámbulo
Doctrinal Roman, él podría ser confrontado con posibles “sanciones” de Roma
modernista, como el Cardenal Levada amenazó.
-
Si él “revisara su copia,” al presentar un
documento nuevo y suficientemente ambiguo, que podría agradar a Roma y a su
propia gente al mismo tiempo, entonces el reconocimiento canónico estaría a
sólo un paso de distancia.
Pero una cosa
era cierta, la decisión final de Mons. Fellay dependería de sus más profundas motivaciones.
(a)
La opción de rechazar.
Si elige la primera
opción, a saber la de rechazar el Preámbulo presentado por Roma,
sería porque él consideraba que cualquier concesión doctrinal es imposible.
Después de
todo, actuar de esta manera sólo confirmaría las serias críticas que expresó
contra el Preámbulo Romano en su segunda carta, del 12 de Enero de 2012, donde
él expuso, punto por punto, los serios problemas doctrinales del documento.
Actuar de otra manera sería contradecirse a sí mismo. Así, no haría cualquier
compromiso doctrinal y salvaría la unidad de la Sociedad y de la Tradición.
Verdaderamente,
esta negativa expondría a la Sociedad a nuevas “excomuniones” y a ser declarada
“cismática”… Pero Mons. Fellay no debería preocuparse sobre nuevas
“condenaciones” por Roma modernista, puesto que sólo serían aparentes por su
invalidez.
Aquí está lo
que Mons. Lefebvre pensó sobre las “sanciones” que venían de Roma modernista,
al expresarse en la conferencia de prensa antes de las consagraciones de 1988:
“El Osservatore Romano publicará la excomunión, evidentemente una
declaración de “cisma.” ¿Qué significa todo esto? ¿Excomunión por quién? Por
Roma modernista, por una Roma que sin duda ya no tiene la fe Católica. (…)
Entonces estamos (vamos a ser) excomulgados
por Modernistas, por personas que han sido condenados por papas anteriores.
Entonces, ¿qué es lo que pueden hacer realmente? Somos condenados por hombres
que están condenados, y que serán públicamente condenados. Eso nos deja indiferentes.
Evidentemente, eso no tiene valor. Una declaración de cisma; ¿cisma con
qué? ¿Con el Papa que es sucesor de Pedro? No; cisma con el Papa modernista,
sí, cisma con las ideas que el Papa esparce, sobre todo, con las ideas
Revolucionarias, las ideas modernas, sí. Estamos en cisma con ellas.” (Monseñor
Lefebvre, Conferencia de prensa, Ecône, 15 de Junio de 1988)
En 2012 Roma
continuó siendo ocupada por modernistas y liberales, como en 1988, y Mons.
Fellay quería que “creyéramos lo increíble,” a saber que la situación cambió
para bien. De hecho, después veremos que no es Roma la que ha cambiado, sino el
mismo Mons. Fellay el que ha cambiado.
Porque las
apuestas ahí están realmente: lo que Roma prometió con estas negociaciones, al
final del acuerdo práctico es la “zanahoria”, pero el “palo” es ahora la
amenaza de nuevas sanciones si la Sociedad no acepta el Preámbulo Doctrinal.
Entonces, si
Mons. Fellay continúa en la misma, vieja, posición doctrinal, eso es, la
posición de Mons. Lefebvre que solía ser, al menos, de alguna manera su propia
posición (al menos en las conclusiones) de Enero de 2012; la Sociedad sería
asegurada de continuar defendiendo la Tradición y la lucha contra los errores
conciliares con verdadera libertad.
(b)
La opción de continuar.
Si Mons.
Fellay regresa al proceso de reconocimiento canónico, por la misma razón, él
acepta establecerse a sí mismo como un solicitante: estaría apelando por
un favor de Roma. Así, él estaría en una posición inferior en relación con sus
interlocutores y, consecuentemente, tarde o temprano, sucumbiría a las demandas
de Roma modernista; ¡no las suyas! [2]
Esta
segunda opción, de continuar, implica que el Superior General debe
presentar a Roma, necesariamente, un nuevo documento doctrinal.
De hecho, si
él quería obtener la muy deseada regularización canónica a cualquier precio,
debió proceder como el Cardenal Levada le pidió, eso es, aceptando la sustancia
del Preámbulo Roma del 14 de Septiembre de 2011, un documento que él ya había
rechazado.
Desde que
oficialmente declaró que el documento de Roma, de 2011, era inaceptable, por el
momento, él ya no podía abierta y honestamente tomarlo de nuevo.
Por lo tanto
la única solución que complacería a Roma, sería la de rescribir la misma cosa,
pero de una manera disfrazada y ambigua, para que todos, i.e. Roma y los
miembros de la Sociedad, queden satisfechos. En otras palabras, él tendría que
rescribir una nueva declaración doctrinal, pero conteniendo los principios
erróneos del Preámbulo de 14 de Septiembre de 2011, que sería reformulado de
una manera que lo haría aparecerse más tradicional.
¿Sabía o no
Mons. Fellay que Roma modernista demandaría algunas concesiones doctrinales
de él, si esperaba un reconocimiento canónico de ellos? Es difícil creer que
Mons. Fellay no previó esto. Especialmente porque no hubo un acuerdo doctrinal
al final de las discusiones doctrinales con Roma. Claramente, para Roma, estas
discusiones no tuvieron otro final más que el de “aclarar las posiciones
respectivas y sus motivaciones,” (Cf. Nota Preliminar) y nada más.
De hecho, Roma
esperó por el final de las discusiones doctrinales para introducir las demandas
doctrinales. Tarde o temprano, era inevitable que las autoridades Romanas
pedirían las concesiones doctrinales de la Sociedad. [3]
Pero, acaso, ¿tiene Mons. Fellay, como Roma, puntos
doctrinales no-negociables? ¿Qué es más importante para él: un reconocimiento
canónico o la fidelidad a la doctrina?
(c)
La decisión está hecha: ¡Continuemos!
Sabemos cómo
fue tomada la decisión final por Mons. Fellay:
- Puso de lado su Preámbulo Doctrinal (DP2),
fechado el 30 de Noviembre de 2011;
- Presentó a Roma su Declaración Doctrinal (DD),
fechada el 15 de Abril de 2012, que fue sólo una ligeramente modificada y
“edición revisada” del Preámbulo Romano del 14 de Septiembre de 2011. [4]
Debemos tener
en cuenta que la primer reacción pública de Roma hacia la Declaración Doctrinal
de Mons. Fellay fue bastante favorable.
De hecho, el
Padre Lombardi, cabeza de la Oficina de Prensa del Vaticano, comentó en Radio
Vaticano, el 18 de Abril de 2012, lo siguiente:
“Según testigos que lo han leído, esta
respuesta es muy diferente de la anterior… Se puede decir que ellos dieron un
paso hacia adelante, eso decir que la nueva respuesta es muy alentadora.”
Nótese que el
Padre Lombardi, ciertamente había visto la Declaración de Mons. Fellay, y eso
quiere decir que su testimonio tiene un carácter oficial, que menciona tres
veces su opinión positiva del documento.
Así, dos
elementos oficialmente motivaron la decisión de Mons. Fellay para dar una
respuesta favorable a Roma, presentando su Declaración Doctrinal con fecha del
15 de Abril de 2012:
-
Un elemento “positivo”: Mons. Fellay
afirma (equivocadamente) que hay “un cambio en la situación de la Iglesia con
respecto a la Tradición.” Este es precisamente el primer argumento que usa para
justificar la solicitud de un reconocimiento canónico por Roma y la
continuación de las discusiones en este sentido. Básicamente: si Roma ha
“cambiado,” ¡también nosotros debemos cambiar! La Sociedad debe poner en
práctica la “nueva posición hacia
la Iglesia oficial.”
-
Un elemento “negativo”: el miedo de las posibles
sanciones por Roma. Este es un ejemplo de una típica manipulación. Mons. Fellay
dramatiza la situación y exagera el peligro de las sanciones de Roma para
justificar su elección. (Luego regresaremos a esto)
Nos debemos
cuestionar la seriedad de estas razones oficiales dadas por Mons. Fellay para
seguir adelante hacia un acuerdo con Roma.
La
muy-nombrada “mejoría” de la situación en Roma es claramente inexistente. Así como el miedo de las sanciones de Roma:
desde 1988 ellas no tuvieron efecto en la Sociedad. ¿Debemos temer por
sanciones que no nos importan?
Por lo tanto,
las razones de Menzingen para comprometerse son falsas.
Una cosa es
segura: Mons. Fellay quiere, a cualquier precio, hacer un acuerdo práctico con
Roma y está tratando de justificarlo de cualquier forma que él pueda, sin
tacto. Para él, a pesar de sus negaciones, está claro que de ahora en adelante,
el acuerdo práctico precede a la defensa de la fe. Eso explica por qué
él haría serias concesiones doctrinales en su Declaración Doctrinal del 15 de
Abril de 2012.
Como
consecuencia, la Sociedad pagará un costo muy alto por la decisión que
ha tomado Mons. Fellay de presentar su Declaración Doctrinal.
II. La
Declaración Doctrinal del 15 de Abril 2012 (DD) de Monseñor Fellay.
A.
Análisis de la Declaración en general.
Poco menos de
un mes después de recibir la carta amenazante del Cardenal Levad, Mons. Fellay,
el 15 de Abril de 2012, presentó a Roma su Declaración Doctrinal (DD). [5]
Es muy
importante darse cuenta que este nuevo documento, a diferencia del Preámbulo
Doctrinal del 30 de Noviembre de 2011 (DP2), ya no fue enteramente concebido
por Mons. Fellay ni reemplazante del Preámbulo Romano.
Mons. Fellay,
frente al rechazo de Roma del PD2, sólo decidió tomar de nuevo el
Preámbulo Doctrinal Romano (DP1), modificándolo ligeramente.
Sin embargo,
Mons. Fellay permanece como el verdadero autor de la Declaración
Doctrinal del 15 de Abril de 2012, aun cuando su composición fue enteramente
inspirada por el inaceptable Preámbulo Romano de 2011.
Él comenzó por
darle un nuevo nombre: “Declaración Doctrinal.” Pero, no nos engañemos:
¡éste representa aproximadamente el 95% del Preámbulo del Cardenal Levada
del 14 de Septiembre de 2011! [6]
Además,
debería observarse que, contraria a las recientes explicaciones de Mons.
Fellay, que buscan minimizar el impacto de su Declaración; la elección del
título “Declaración” le da una mayor importancia y un mejor carácter
definitivo al documento, a diferencia del término “Preámbulo,” que implica
la apertura a otros textos que vendrán
después.
1.
Nota Introductoria de Monseñor Fellay en Cor Unum No. 104.
La revista Cor Unum (n0. 104, Marzo 2013) publicó
una nota introductoria por Mons. Fellay en la que intenta explicarle a los
miembros de la Sociedad el “contexto” en el que él escribió la Declaración
Doctrinal del 15 de Abril de 2012.
Comenzó con
recordar la negativa del Cardenal Levada (una carta del 16 de Marzo de 2012) a
su Preámbulo Doctrinal (DP2), presentado el 30 de Noviembre de 2011; como
reemplazo del Preámbulo Doctrinal Romano (DP1) del 14 de Septiembre de 2011.
Está claro que
para el Cardenal Levada, el rechazo por la Sociedad del Preámbulo Doctrinal
(aprobado por Benedicto XVI), fue “el
equivalente a una ruptura de comunión con el Romano Pontífice, que podría
llevar a sanciones canónicas por incurrir en cisma.”
¿Por qué Mons.
Fellay no refutó el argumento erróneo del Cardenal? ¿Se sintió “culpable” de
rechazar el Preámbulo Romano?
Sin embargo,
es fácil responder al argumento del Cardenal. Si la Sociedad rechazó el
Preámbulo Romano, fue por serias razones doctrinales. Mons. Fellay no
puede volverse atrás y aceptarlo ahora sin contradecirse a sí mismo y
cometiendo un grave error, no importa el riesgo de las amenazas de Roma. El
estar “en comunión” con el Preámbulo de Benedicto XVI sería equivalente a no
estar en comunión con los Papas anteriores al Vaticano II, o con la Iglesia
Católica.
Luego, también
en el mismo texto de Cor Unum, Mons.
Fellay intenta parecer “firme” cuando declara que fue por un “principio de fe”
el que guio sus relaciones con Roma. Él añadió, “siempre hemos descartado sopesando los pros y contras de este principio
en miras de obtener… un reconocimiento canónico” y que “ningún acuerdo práctico podría ser aceptado
a menos que encuentre las condiciones sine qua non que varias veces hemos expresado, ya sea en las diferentes posiciones
que hemos tomado o en la segunda respuesta la Congregación de la Doctrina de la
Fe (12 de Enero de 2011).”
Para él, es
muy fácil afirmar esto ahora, pero creer lo que dice Mons. Fellay… debemos juzgarlo
por sus acciones, y no por sus palabras. Quizá las condiciones sine qua non han sido escritas en varias
ocasiones, pero la Declaración Doctrinal de Mons. Fellay, como podemos ver, va
a ignorar estas condiciones.
Y, ¿qué fue lo
que hizo sobre la condición sine qua non,
declarada en el Capítulo General del 2006, que demandaba evitar cualquier “meramente imposible acuerdo práctico”?
El Capítulo 2006 también declaró, citando al Arzobispo Lefebvre, que “el día que la Tradición va a recobrar sus
derechos (de Roma), ‘la reconciliación ya no será un problema, y la Iglesia
encontrará de nuevo juventud.’ (Arzobispo Lefebvre).”
Como podemos
ver, Mons. Fellay descartó, en un trazo de su pluma, esta condición importante
al etiquetarla de “impráctica.”
Según él, el
Cardenal Levada acusó a la Sociedad de rechazar “todos los actos del Magisterio desde 1962,” una acusación que Mons.
Fellay considera “falsa.” (sic) [7]
Más adelante,
Mons. Fellay habla de su “línea de
demarcación (ligne de crête)” a través de la cual, él dice, quiere evitar
las posiciones extremas de compromiso con Roma, y sedevacantismo, porque uno no
quiere ser “ni herético o cismático.”
Luego, él
quería minimizar el impacto de la Declaración al decir que “aun cuando el documento dado en Abril (2012) ha sido aceptado (por Roma), eso solo no puede ser suficiente para
llegar a una regularización canónica… Este contexto nos muestra que la
Declaración Doctrinal no clama ser la máxima expresión de nuestra manera de
pensar sobre el Concilio y el Magisterio actual,” y que con la Declaración
él sólo quería completar las reuniones doctrinales de 2010-2011 en un punto en
particular: “la acusación de cisma.”
Ya hemos visto
que Monseñor Lefebvre pensó sobre las supuestas acusaciones de “cisma”, traídas
a nosotros por Roma modernista, pero uno puede decir que Mons. Fellay está
realmente afectado por esta falsa acusación, porque parece tomarla muy en
serio… ¿Realmente cree en lo que es solamente cisma “aparente”?
Más tarde, él
explica que estos “ejemplos de nuestra
sumisión a la autoridad magisterial en sí” no excluyen su “oposición a los muchos actos que realiza
actualmente.” Veremos después, en el análisis de la Declaración, que la
explicación poco realista de Mons. Fellay no se sostiene.
Él se pone a
la defensiva contra algunos ataques en la Sociedad, cuando declara que “nuestro pensamiento no fue entendido en este
sentido por algunos miembros eminentes de la Sociedad, quienes vieron en él una
ambigüedad, o bien, un alineamiento con la tesis de la hermenéutica
de la continuidad.”
Si cualquiera
toma literalmente estas palabras, debe creer que estos “miembros eminentes” en
la Sociedad son ignorantes en temas teológicos… El hecho es que nunca antes se
habían visto en la Sociedad a tantos sacerdotes y fieles seriamente
opuestos al Superior General por sus
malas acciones. ¿No es esto una prueba, que detrás de su reacción, más que una
simple malinterpretación, es un problema doctrinal real con el Superior
General?
El Superior
General de la Sociedad está tratando de convencer a los sacerdotes de que la
negación de Roma de su Declaración, el 13 de Junio de 2012, es una prueba de
que su documento no fue “una alineación
con la tesis de la hermenéutica de la continuidad.” Pero él “olvidó”
mencionar que su Declaración fue originalmente aprobada por Roma, desde Abril
de 2012 a principios de Junio de 2012; y que el acuerdo práctico estuvo a punto
de ser firmado el 13 de Junio de 2012, cuando de último minuto, algunos eventos
cambiaron la mente del Papa. (Después, vamos a tratar el tema de la “negación”
de Roma).
Luego, Mons.
Fellay trató de desviar la atención al hablar de los reordenamientos,
modificaciones y adiciones en la nueva Declaración Romana que le fue presentada
el 13 de Junio de 2012, mientras que lo que importaba era el análisis de su
propia Declaración, la del 15 de Abril de 2012, para poder ver si
correspondía o no con la posición constante de la Sociedad.
(Vamos a
responder a la falsedad de su declaración al final de la PARTE DOS).
Finalmente,
Mons. Fellay concluyó revelando “exclusivamente” que le informó a Monseñor Di
Noia, el 28 de Agosto de 2012, que él “retiraba” su propuesta de Abril de 2012,
“que ya no puede servir como base para
trabajar en el futuro.”
¿Cuál es el
punto de decirlo ahora, cuando, según él, la Declaración había sido “rechazada”
por Roma?
E
independientemente del hecho de que fue rechazada como base para trabajar,
Mons. Fellay debe responder por sus contenidos. Él debe explicarle a
todos cómo pudo presentar tal documento heterodoxo en representación de la ¡posición
doctrinal de la Sociedad!
Él concluye,
en su Nota introductoria de Cor Unum, diciendo
que solo los documentos siguientes representan la posición de la Sociedad:
- Las dos cartas enviadas a Roma el 30 de
Noviembre y el 12 de Enero de 2012;
- La declaración del Capítulo General, fechada el
14 de Julio de 2012;
-
Las Seis Condiciones requeridas previamente a
cualquier reconocimiento canónico de Roma; votadas por el Capítulo General
2012.
(Después analizaremos
esta declaración de Mons. Fellay)
2.
La ambigüedad de la Declaración Doctrinal.
Uno tiene el
derecho de hacer dos preguntas relativas a la decisión de Mons. Fellay presente
en la Declaración Doctrinal:
A.)
¿Por qué Mons. Fellay abandonó el
Preámbulo Doctrinal del 30 de Noviembre de 2011 (DP2), que fue un poco
tambaleante, pero correcta en sus conclusiones; y lo reemplazó con la
Declaración Doctrinal (DD) del 15 de Abril de 2012, que fue mucho peor y llena
de ambigüedades?
B.)
¿Podría el Preámbulo Doctrinal del Cardenal
Levada (DP1) ser modificado al punto de hacerlo “aceptable” en la Declaración
Doctrinal de Mons. Fellay del 15 de Abril de 2012?
De las
respuestas a estas dos preguntas y el análisis detallado de la Declaración
Doctrinal se pondrá en evidencia una traición grave de nuestras
posiciones doctrinales y evidencia de nuestro deber de condenar los errores
modernistas.
a.)
Para responder a la primera pregunta, no
podemos sino notar que el abandono de Mons. Fellay de su Preámbulo del 30 de
Noviembre de 2011 (DP2) muestra una concesión grave en cara de los enemigos de
la Tradición.
El
DP2, a pesar de que contenía dos omisiones y una inaceptable referencia a Lumen gentium, estaba mayormente basado
en documentos tradicionales. En él, Mons. Fellay quería tomar la
iniciativa, de cambiar de estrategia y pasar de ser el acusado al acusador
de los innovadores en Roma.
Pero
después, en su DD, Mons. Fellay cambió completamente su posición:
prefirió seguir otro camino, el camino del compromiso y concesión.
Simplemente
regresó al Preámbulo Romano de Septiembre 2011, propuesto por el Cardenal
Levada, y trataría de modificarlo.
Así
es como Mons. Fellay explica su estrategia—tan llena de ambigüedad y
equivocación, más digno de un político que de un hombre de la Iglesia—cuando
habla de su Declaración Doctrinal:
“En relación a la respuesta que envié a Roma
justo después del Domingo Quasimodo el 17 de Abril (2012)… hay (en este
documento) expresiones o declaraciones que están muy en la línea de demarcación
(Fr.: la ligne de crête) que si estás mal-dispuesto o usas gafas oscuras o
rosas, vas a verlo así o asá… Pero, si uno quiere leerlo de la manera
incorrecta (Fr.: de travers),[8] va a tener éxito en entenderlo erróneamente.”
(Nouvelles de Chrétienté, no. 135)
¡Estamos
muy lejos del lenguaje claro de Nuestro Señor, del Catolicismo y de nuestro
Fundador!
En
otras palabras, si Mons. Fellay afirma que toda su Declaración puede ser
entendida “erróneamente,” con “gafas oscuros,” es porque su documento es
considerado ambiguo. Y él confirma su ambigüedad cuando dice, “si uno
quiere leerlo de la manera incorrecta, va a tener éxito en entenderlo
erróneamente.”
Acaso,
¿las Escrituras no nos dicen: “Sea
vuestro lenguaje “sí,” “sí”: “no,” “no”: y todo lo que esté sobre esto, es del
mal.” (Mat. 5:37) y también, “Os
biligne detesto— Odio… una boca con doble lengua.” (Prov. 8:13) ? Dios odia
el doble discurso, la ambigüedad, el doble sentido. Porque la ambigüedad es
precisamente eso: una expresión que tiene dos interpretaciones, una buena y una
mala. Por lo tanto, un texto ambiguo es inaceptable, porque uno no tiene
el derecho de favorecer el error al otorgarle una doble interpretación. Y lo
que es peor, la ambigüedad aquí es intencional, por la voluntad de su
autor.
Esta
ambigüedad es de lo más condenable cuando es una pregunta sobre la doctrina
Católica, que siempre es intransigente. ¿Cómo se puede querer la ambigüedad
cuando se trata de asuntos relacionados con la Fe y la salvación de las almas?
Porque estos asuntos implican serias consecuencias, uno no puede permitir a sí
mismo ofrecer un texto lleno de doble sentido.
Es
por eso que la Iglesia condena gravemente, no sólo las expresiones abiertas que
son erróneas, como las herejías; sino también expresiones ambiguas, como
“cerca de la herejía,” “favoreciendo la herejía,” u “oliendo a herejía,” así
como las condenadas por el Sínodo de
Pistoia (1786).
¿Podremos
alguna vez imaginar los documentos del Magisterio Tradicional llenos de
ambigüedades? [9]
Esta
ambigüedad es de lo más condenable cuando ahí hay una obligación grave de hacer
una profesión de nuestra fe, como es precisamente el caso con la “Declaración
Doctrinal” de Mons. Fellay. ¿Implicó o no en “declarar” nuestra fe y no
escondiéndola o favoreciendo el error?
b.)
Para responder a la segunda pregunta, es
evidente que el Preámbulo Doctrinal del Cardenal Levada, del 14 de Septiembre
de 2011 (DP1), no puede ser modificado al punto de hacerlo “aceptable.”[10]
La
principal razón que nos lleva a pensar que el Preámbulo Doctrinal Romano (DP1)
no puede ser modificado es que ¡el mismo Mons. Fellay lo piensa!
Si
este Preámbulo fuera “cambiable,” ¿por qué la Sociedad no lo hizo el 30 de
Noviembre de 2011 o el 12 de Enero de 2012, cuando le respondieron a Roma?
¿No
dijo Mons. Fellay que rechazaba este Preámbulo en su carta del 30 de Noviembre
de 2011?
Él
lo refutó PUNTO POR PUNTO en su carta del 12 de Enero de 2012, en la
cual él decía que su aceptación hubiera representado una “ambigüedad dañina y sembraba confusión” porque sería “imponernos las novedades de las que ya
se han indicado nuestras las dificultades,
renuencia y oposición y a las que nuestras objeciones todavía permanecen.”
A
menos que uno no tome en cuenta el principio de no-contradicción, por el cual
una declaración y su contrario no pueden ser verdaderos al mismo tiempo, Mons.
Fellay se contradice a sí mismo y pierde su credibilidad si acepta la mayoría
del documento que él mismo ha refutado, punto por punto, usando sólidos
argumentos.
¿A
cuál “Mons. Fellay” debemos creer? ¿Al de Noviembre 2011 y Enero 2012 con su
DP1, o al de Abril 2012 con su DD?
Alguno
podría objetar que Mons. Fellay ha removido los elementos dañinos en el
Preámbulo Doctrinal Romano (DP1), por lo que se ha transformado en su
Declaración Doctrinal, que sería aceptable a Roma y a la Sociedad al mismo
tiempo.
Luego,
responderemos a ese cargo en detalle, mostrando, punto por punto, que Mons.
Fellay no ha modificado sustancialmente el Preámbulo Romano en su
Declaración; sólo le hizo cambios menores.
Nuestra
segunda razón para pensar que el Preámbulo Doctrinal (DP1) no es
enmendable es que fue escrito por nuestros enemigos en Roma. Sus autores
neo-Modernistas claramente querían llevar a la Sociedad, a través de la
ambigüedad y astucia, a aceptar las reformas conciliares vía la “hermenéutica
de la continuidad.”
Su
lenguaje solamente es más “refinado” que en otros documentos presentados a la
Sociedad en el pasado, para poder seducir mejor; pero todo el veneno
neo-modernista realmente está ahí.
Es
difícil de creer que Mons. Fellay no vio el veneno acechando en el Preámbulo
Romano, que después usó para construir su DD. No solamente es inteligente, pero
si tomáramos en cuenta su formación teológica en Ecône y su experiencia
adquirida estudiando los errores modernos, él no podría ignorar este problema.
Por
eso, la falta imperdonable de Mons. Fellay es que él cree que puede
“transformar” el Preámbulo Romano en su propia Declaración sin cambiar la
“sustancia” de la anterior, como el Cardenal Levada le pidió.
La
prueba a posteriori de que su
Declaración no fue buena es que creó una reacción de oposición nunca
antes vista en el mundo Tradicional, ¡la cual no fue el caso del Preámbulo
Doctrinal del 30 de Noviembre de 2011 (DP2)! Si Mons. Fellay clama que el
“árbol,” viz. Su DD, fue bueno, ¿por qué éste produjo tales “frutos” violentos
de oposición en sus propias filas?
Monseñor
Fellay y sus consejeros tuvieron dificultad en “tomar la temperatura” de esta
oposición interna a la Declaración Doctrinal, porque nunca entendieron que esta
reacción vino de la Tradición, no de “sesgo,” sino de la negación de muchos a
adherirse a este texto que “olía” a Modernismo. Menzingen negó reconocer que su
contenido fue inaceptable en conciencia para muchos.
Y
todavía, a pesar de los “estratégicos” pasos atrás, Mons. Fellay persiste en
decir que no hay nada malo con el contenido de su Declaración, pero él afirma
que decidió “retirarla”, pero no “retractarla,” y sólo por la reacción negativa
que recibió del mundo Tradicional.
3.
Razones invocadas por Monseñor Fellay para
justificar esta Declaración.
Ignorando lo
que hay en la conciencia de alguien, no podemos saber con certeza cuáles fueron
las motivaciones internas de Mons. Fellay al momento de escribir su inaceptable
Declaración Doctrinal. Pero podemos hacer un estudio de las razones
oficiales que él dio en explicación de justificarla. También podemos
encontrar algo de aclaración a través de las acciones públicas del
Superior General de la Sociedad.
En la Nota
introductoria, presentando su Declaración Doctrinal en Cor Unum no. 104, Mons. Fellay adelantó dos razones para
justificar su decisión de reemplazar el DP2 del 30 de Noviembre de 2011 con una
totalmente ambigua y equívoca Declaración, con el fin de complacer a Roma:
-
El miedo de posibles sanciones de Roma, y
-
El deseo de unirse a la Iglesia oficial.
a.)
El temor de posibles sanciones de Roma.
Ya hemos
hablado de la amenaza, que dio el Cardenal Levada en su carta del 16 de Marzo
2012, de posibles “sanciones” viniendo de Roma si la Sociedad no regresaba al
Preámbulo Romano del 14 de Septiembre de 2011.
Si juzgamos
por la reacción de Mons. Fellay a esta amenaza, no podemos evitar ver que ¡esta
intimidación de Roma modernista funcionó! Miedo, especialmente cuando es
“inminente,” a veces hace que los hombres cedan…[11]
¿Por qué Mons.
Fellay y sus asistentes tuvieron tanto miedo de enfrentar estas posibles
“sanciones” de Roma?
Quizá, es
debido al hecho de que desde el levantamiento de las “excomuniones,” en 2009,
Mons. Fellay empezó a sentirse más en la “legalidad” de la Iglesia, y se
“aterró” ante la idea de encontrarse de nuevo “condenado” por Roma. Mons.
Fellay quería mucho ser reconocido por la Iglesia oficial que no pudo soportar
que su “reconciliación” fuera puesta en peligro por nuevas sanciones.
A diferencia
del Arzobispo Lefebvre, quien fue indiferente a la “excomunión” de Roma en
1988, Mons. Fellay le da mucha importancia al “ser condenado” por Roma en 2012.
Si su
empedernido “legalismo” lleva a que Mons. Fellay se sienta “culpable” de
encontrarse en los bordes de la Iglesia oficial, con mayor razón quiso evitar
ser oficialmente “condenado” una vez más por la misma Iglesia.
¿Consideró que
las posibles nuevas “sanciones” iban a ser válidas si rechazaba regresar al
Preámbulo Romano? Él debe creerlo, a juzgar por sus declaraciones
tomadas de la Nota introductoria de su Declaración Doctrinal en Cor Unum no. 104:
El Cardenal Levada agrega que nuestra
negación del Preámbulo Doctrinal aprobado por Benedicto XVI es equivalente a
una ruptura de comunión con el Romano Pontífice, que implica las sanciones
canónicas incurridas por cisma… No fue un sustituto (la DD) de nuestra posición
doctrinal como se ha establecido durante dos años de discusiones doctrinales;
sólo pretendía añadir a ellas un punto particular: la acusación de cisma.
En cualquier
caso, su mano derecha, el Padre Pfluger es más explícito en este sentimiento de
“culpabilidad” de la Sociedad por la falta de reconocimiento por parte de la
Iglesia conciliar.
De nuestra parte, también sufrimos de un
defecto: el hecho de nuestra irregularidad canónica. No es sólo el
estatus de la Iglesia post-conciliar que es imperfecta, también es la nuestra…
No se puede negar la obligación de tomar parte activa para superar la crisis. Y
este combate empieza con nosotros, al desear el superar nuestro anormal
estatus canónico (DICI no. 262: 16 de Octubre de 2012, entrevista con Kirchline Unschau).
Estos
sentimientos de culpabilidad están lejos del excelente análisis hecho por el
Padre Regis de Cacqueray (Superior del Distrito de Francia) sobre las
“amenazas” de Roma:
Consecuentemente, uno entiende que esta
comedia interminable (de Roma) va a terminar por dejarnos indiferentes y por
desacreditar ante nuestros ojos aquellos que usan con mucha facilidad la
zanahoria y el palo… el ser excomulgados, luego “desexcomulgados,” el ser amenazados
otra vez con ser excomulgados, uno termina por apenas impresionarse de estos
giros de eventos dramáticos y todas estas volteretas. ¡Tenemos muchas razones
para considerar estos injustos castigos como nulos y vacíos! Han sido
desacreditados a nuestros ojos. Primero, vemos en la memoria de 1988. Es la
excomunión la que recompensó el singular servicio hecho por Mons. Marcel Lefebvre
a la Santa Iglesia, al proveerle de cuatro excelentes obispos Católicos,
gracias a los cuales se está fortaleciendo la transmisión del sacerdocio
Católico. En esa ocasión indicamos cómo, a través del misterio de la iniquidad,
los mejores siervos de la Iglesia se encuentran maltratados. (Fideliter, no.
208, Julio-Agosto 2012)
Aquí está lo
que dijo el Arzobispo Lefebvre sobre la Iglesia conciliar, el 29 de Junio de
1976 en Ecône:
La Iglesia afirma que tales errores
(libertad de conciencia, etc.) son al mismo tiempo cismáticos y heréticos.
Esta Iglesia Conciliar es, por lo tanto, no Católica. En la medida que el Papa,
los obispos, sacerdotes o fieles se adhieran a esta nueva Iglesia, se separan
de la Iglesia Católica.
Es muy triste
decir que Mons. Fellay, en lugar de escoger la intransigencia de la fe y la
eventualidad de la aparente pero vacías “condenaciones,” él prefiere buscar por
una “legalidad” visible y termina por entregarse al miedo. Y lo que es más
serio es que al responderle “favorablemente” a Roma, como vamos a ver, cede en
preguntas fundamentales de doctrina.
Todo esto
traiciona en él una falta de convicción en nuestra posición doctrinal,
porque él acepta “bajo condición” en su Declaración Doctrinal, los tres pilares
de la “Iglesia conciliar”: ¡el Concilio Vaticano II, la nueva Misa y el nuevo
Código de Derecho Canónico!
b.)
Una falsa noción sobre la naturaleza de la Iglesia.
Si Mons.
Fellay acepta responderle favorablemente a Roma con su Declaración Doctrinal,
es porque hay una razón “doctrinal” detrás de esta decisión: para él, la
iglesia conciliar es la Iglesia Católica—¡es el mismo Cuerpo Místico de
Cristo!
Este es un
tema extremadamente vasto que merecería una refutación más larga, pero aquí
satisfará para presentar brevemente este falso razonamiento y luego refutarlo.
El problema es
que Mons. Fellay identifica a los hombres de iglesia, los palacios, las
iglesias, las ceremonias externas de la “iglesia conciliar” con la Iglesia
Católica… A veces llama a la “iglesia conciliar” (una expresión que ya no usa)
la Iglesia “concreta”, la Iglesia “real.”
Estas
expresiones de Mons. Fellay no son del todo teológicas, y lo que es mayor,
significan nada, ¡porque podríamos decir que todas las falsas iglesias son
“concretas” o “reales”! [12]
La expresión
“iglesia conciliar,” concebida por el Cardenal Benelli en su carta al Arzobispo
Lefebvre del 25 de Junio de 1976, traiciona el proyecto modernista y masónico
de crear una verdadera “nueva iglesia” que no es la Iglesia Católica.
¿Ha olvidado
Mons. Fellay cuáles son las marcas teológicas de la Iglesia que identifican la
Iglesia Católica y no sólo las ceremonias externas?
Mons. Fellay
afirmó de manera explícita, el 16 de Febrero de 2009, en una conferencia en el
Seminario Sto. Curé d’Ars en Flavigny, Francia:
La identificación entre la Iglesia oficial y
la Iglesia modernista es un error porque estamos hablando de una
realidad concreta.
El Arzobispo
Lefebvre tuvo una posición muy diferente en Ecône durante una conferencia dada
a sacerdotes el 9 de Septiembre de 1988:
La iglesia visible es reconocida por las
marcas que siempre le han dado visibilidad: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Yo pregunto: ¿Dónde están las verdaderas marcas de la Iglesia? ¿Están más
evidentes en la Iglesia oficial (esta no es la Iglesia visible; es la Iglesia
oficial) o en nosotros, lo que representamos, lo que somos? Claramente somos
los que preservan la unidad de la Fe, que ha desaparecido de la Iglesia
oficial. Estos signos ya no pueden ser encontrados en los otros… No
somos nosotros los que dejamos la Iglesia, sino los modernistas. El decir
“dejar la Iglesia visible,” es incorrecto el identificar la Iglesia oficial
con la Iglesia visible. Nosotros pertenecemos a la Iglesia visible, a la
sociedad de fieles bajo la autoridad del Papa, porque no rechazamos la
autoridad del Papa, sino lo que hace…Por lo tanto, ¿es necesario dejar la
Iglesia oficial? Hasta cierto punto, sí, obviamente.
Somos nosotros los que somos la Iglesia
visible… Son los otros los que ya no son parte de ella. (Entrevista en Le Choc, no. 6, Paris, Francia, 1989)
Por eso, si
seguimos la “lógica” de Mons. Fellay, si la “iglesia conciliar” y la Iglesia
Católica son “idénticas,” debemos buscar la “reconciliación” con la Roma
actual; debemos unírnosle.
Mons. Fellay incluso
dio a esta “reconciliación” dos motivos: uno “dogmático” (es la verdadera Iglesia)
y otro moral (de conciencia). De otra manera, según él, si no nos re-unimos a
la iglesia oficial estaríamos cometiendo un grave pecado.
B.
Análisis de la Declaración Doctrinal en
Particular:
1.
El texto de la Declaración Doctrinal.
Para poder
hacer una comparación rápida entre la Declaración Doctrinal del 15 de Abril
2012 (DD) y el Preámbulo Doctrinal Romano del 14 de Septiembre 2011 (DP1),
vamos a subrayar el texto añadido por Mons. Fellay.
También,
después vamos a señalar lo que Mons. Fellay quitó del Preámbulo
Doctrinal Romano del cual, debemos recordar, él hizo su Declaración.
He aquí al texto
integral de la Declaración Doctrinal como fue presentada a Roma por Mons.
Fellay el 15 de Abril 2012:
I.
Prometemos
ser siempre fieles a la Iglesia Católica y al Romano Pontífice, su Pastor
Supremo, Vicario de Cristo, sucesor de Pedro y cabeza del Cuerpo Episcopal.
II.
Declaramos
aceptar las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en materia de fe y moral,
dando a cada afirmación doctrinal el grado de adhesión requerido, de acuerdo a
la enseñanza contenida en el no. 25 de la Constitución Dogmática Lumen gentium
del Concilio Vaticano II. (Cf. también la nueva fórmula de Profesión de Fe y el
Juramente de Fidelidad al Asumir un Oficio a ser ejercido en Nombre de la
Iglesia, 1989: cf. CIC cánones 749; 750 §1 y §2: 752: CCEO cánones 597: 598 §1
y §2; 599).
III.
En
particular:
1.
Declaramos
aceptar la doctrina sobre el Romano Pontífice y el Colegio de Obispos, con su
cabeza, el Papa, enseñado por la Constitución Dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II, capítulo III
(De constitutione hierarchica Ecclesiae et in specie de Episcopatu), como es explicado e interpretado por la
Nota explicativa praevia del mismo
capítulo.
2.
Reconocemos
la autoridad del Magisterio, al cual únicamente se le ha confiado la tarea de
interpretar auténticamente la Palabra de Dios, sea escrita o transmitida, (Cf.
Pío XII, Carta Encíclica Humani Generis, Denz. 3886.) en fidelidad a la
Tradición, recordando que “El Espíritu Santo no fue prometido a los
sucesores de Pedro para que pudieran, por su revelación, dar a conocer una
nueva doctrina, sino para que con su asistencia, ellos puedan guardar
religiosamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los apóstoles,
i.e., el depósito de la fe.” (Vaticano I. Constitución Dogmática Pastor
Aeternus, Denz. 3070)
3.
Tradición
es la transmisión viviente de la Revelación “usque ad nos” (Concilio de Trento.
Denz. 1501: “Esta verdad e instrucción [que] están contenidas en los libros
escritos y en las tradiciones no escritas, que han sido recibidas de los
apóstoles de la boca de Cristo En Persona, o de los mismos apóstoles, al
dictado del Espíritu Santo, han llegado incluso a nosotros.”) y la Iglesia en
su doctrina, vida, y culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones todo
lo que Ella es y todo lo que Ella cree. La Tradición progresa en la Iglesia con
la asistencia del Espíritu Santo, (Cf. Concilio Vaticano II. Constitución
Dogmática Dei Verbum, 8 y 10; Denz. 4209-4210.) no por una innovación
contraria (Cf. Concilio Vaticano I. Constitución Dogmática Dei Filius. Denz.
3020: “Por lo tanto, también, el entendimiento de sus sagrados dogmas debe ser
perpetuamente retenido, lo que la Santa Madre Iglesia una vez declaró; y nunca
debe haber recesión de ese significado bajo un nombre especioso de un
entendimiento más profundo. Por lo tanto que el entendimiento, el conocimiento
y sabiduría de los individuos como de todos, de un hombre como de toda la
Iglesia, crezcan y progresen fuertemente con el paso de las eras y los siglos:
pero que sea solamente en su propio género, a decir en el mismo dogma con el
mismo sentido y el mismo significado.” (San Vicente de Lerins. Commonitorio.
23.3 [n.28]) pero para una mejor comprensión del depositum Fidei. (Cf. Vaticano
I. Constitución Dogmática Dei Filius. Denz. 3011; Juramento Antimodernista, no.
4; Pío XII. Carta Encíclica Humani Generis. Denz. 3886: Concilio Vaticano II.
Constitución Dogmática Dei Verbum. 10. Denz. 4213)
4.
Toda
la Tradición de la fe Católica debe ser el criterio y guía para la comprensión
de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que a su vez aclara el Concilio, es
decir, se profundiza y se hace más explícito con el tiempo— algunos aspectos de
la vida y doctrina de la Iglesia que están implícitamente presentes o aún no
formulados conceptualmente. (Como por ejemplo: la enseñanza sobre la sacramentalidad
del episcopado en Lumen gentium, 21)
5.
Los
enunciados del Concilio Vaticano II y el subsecuente Magisterio papal relativos
a la relación de la Iglesia Católica y las confesiones no-Católicas Cristianas,
y también, del deber cívico de religión y el derecho a la libertad religiosa,
cuya formulación es difícil de reconciliar con los enunciados doctrinales
precedentes del Magisterio; deben ser entendidos a la luz de una toda e
ininterrumpida Tradición, de una manera consistente con las verdades
previamente enseñadas por el Magisterio de la Iglesia, sin aceptar alguna
interpretación de estos enunciados que pueda llevar a la presentación de la
doctrina Católica como opuesta o que rompe con la Tradición y con ese
Magisterio.
6. Por esta razón es legítimo promover, a
través de una discusión legítima, el estudio y explicación teológica de las
expresiones o formulaciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio
subsecuente, si parecen irreconciliables con el Magisterio previo de la
Iglesia. (Encontramos un paralelo en la historia con el Decreto de los
Armenios, en el Concilio de Florencia, en el cual la presentación o los
instrumentos se indicaron como la materia del Sacramento de Santas Órdenes. Sin
embargo, aun después de ese Decreto, teólogos discutieron legítimamente la
exactitud de tal afirmación. Finalmente, la pregunta fue resuelta de otra
manera por el Papa Pío XII.)
7. Declaramos reconocer la validez del
Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos cuando son celebrados con la
intención de hacer lo que la Iglesia hace de acuerdo a los ritos indicados en
las típicas ediciones del Misal Romano y de los Rituales de Sacramentos
legítimamente promulgados por los Papas Paulo VI y Juan Pablo II.
8.
Siguiendo
el criterio enunciado arriba (III, 5), así como el canon 21 del Código,
prometemos respetar la disciplina común de la Iglesia y las leyes eclesiásticas,
especialmente de aquellas contenidas en el Código de Derecho Canónico,
promulgado por el Papa Juan Pablo II (1983) y en los Códigos Canónicos de las
Iglesias Orientales, promulgados por el mismo Pontífice (1990), sin ningún
prejuicio a la disciplina por conceder a la Fraternidad Sacerdotal San Pío
X por una ley en particular.
__________________________________________
2.
Supresiones y adiciones en la Declaración
Doctrinal de Monseñor Fellay (DD).
a.
Supresiones comparadas con el Preámbulo
Doctrinal (DP1) propuestas por Roma.
En su
Declaración Doctrinal (DD), Mons. Fellay quitó sólo un pasaje y una nota, del
Párrafo III, no. 2, del Preámbulo Doctrinal del Cardenal Levada (DP1):
—
el texto: como el Catecismo de la Iglesia Católica lo muestra (cf. nn. 813-822;
2104-2109).
—
la nota al final del párrafo tomada de la carta
de Paulo VI Cum Jam, fechada el 21 de
Septiembre de 1966, en AAS 58 (1966) 879, en la cual el Papa pidió por ver la
doctrina del Concilio Vaticano II en continuidad con el Magisterio precedente.
Aparte de eso,
¡el resto del texto del Preámbulo del Cardenal Levada se mantuvo!
El hecho de
que ciertos pasajes fueron movidos y reacomodados por Mons. Fellay nos da la
falsa impresión de que los dos documentos difieren sustancialmente.
b.
Adiciones en comparación con el Preámbulo
Doctrinal del 14 de Septiembre 2011 (DP1) propuestas por Roma.
Las adiciones
son como sigue:
—
En III.2 acerca de la autoridad del
Magisterio, Mons. Fellay añadió: “recordando
que “El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que
pudieran, por su revelación, dar a conocer una nueva doctrina, pero para que
con su asistencia, ellos puedan guardar religiosamente y exponer fielmente la
revelación transmitida por los apóstoles, i.e., el depósito de la fe.” (Vaticano
I. Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Dz. 3070)”
—
En III.3, acerca de la transmisión de la
Tradición, Mons. Fellay añadió a la oración “La Tradición progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu
Santo”: “no por alguna innovación
contraria, pero para una mejor comprensión del depositum Fidei,” esto lo
hizo con notas.
—
En III.6, Mons. Fellay añadió una nota
refiriéndose al Concilio de Florencia con respecto al Sacramento de Santas
Órdenes.
Uno puede
darse cuenta sin dificultad que el solo pasaje eliminado y las tres adiciones
mencionadas, hechas por Mons. Fellay, no cambiaron la SUSTANCIA del
Preámbulo inicialmente propuesto por Roma.
En esto, Mons.
Fellay consintió con lo que el Cardenal Levada le pidió en su carta acompañada
del Preámbulo Doctrinal:
“La Congregación sigue dispuesta a
considerar solicitudes de aclaración o sugerencias para mejorar la calidad de
estos textos, sin prejuicio de su sustancia.”
Este hecho
verificable contradice lo que Mons. Fellay y sus defensores han estado
diciendo, que la Declaración Doctrinal fue “sustancialmente diferente” del
Preámbulo Romano.
Vamos a probar
esta contradicción con un análisis punto-por-punto de la Declaración.
3.
Análisis interno de la Declaración Doctrinal
del 15 de Abril 2012.
Ahora, vamos a
proceder con la examinación detallada del texto de la Declaración
Doctrinal de Mons. Fellay del 15 de Abril 2012 (DD).
En cada punto,
para poder mostrar la flagrante contradicción entre “Fellay1” y “Fellay2,”
añadiremos las críticas que el mismo Mons. Fellay hizo (el 30 de
Noviembre de 2011 y el 12 de Enero 2012) sobre el Preámbulo Romano inicial
(DP1), mientras que mantuvo gran parte de éste en su DD.
A.)
Párrafo I, habla de la fidelidad a la Iglesia y
al Papa:
“Prometemos ser siempre fieles a la Iglesia
Católica y al Romano Pontífice, su Pastor Supremo, Vicario de Cristo, sucesor
de Pedro y cabeza del Cuerpo Episcopal.”
Los párrafos I
y II de la Declaración son muy importantes porque definen, a decir, los principios
doctrinales de la Declaración, mientras que en el párrafo III encontramos
la aplicación práctica de estos principios.
Este texto no
representa un problema en sí mismo, eso es, en tiempos normales.
Luego
responderemos, en las Respuestas a objeciones, a aquellos que tratan de
justificar la DD al decir que ciertos pasajes, como este, pueden ser
encontrados en el acuerdo firmado y retractado por Monseñor Lefebvre en 1988.
Primero,
¿puede uno hablar de ser “fiel a la
Iglesia y al Papa” sin restricción, distinción o precisión alguna?
Por el
contrario, como vemos en el texto, éste dice que esa fidelidad es prometida “siempre” a los Papas. Uno no puede
prometer fidelidad a personas o instituciones en lo abstracto sino bajo
términos definidos. Y aquí está una pregunta de promesa a ser siempre fieles a
un “papa conciliar” quien, a pesar de ser la cabeza de la Iglesia Católica, es
también de facto la cabeza de la
“iglesia conciliar.” En otras palabras, uno no puede prometer ser fiel a
personas que no son fieles en sí a la Iglesia Católica y sus predecesores.
La razón de
hacer esta condición restrictiva es el hecho de que esta profesión de fidelidad
se sitúa en un contexto muy concreto: la crisis de la Iglesia en 2012, y
aquellos que son responsables de esta crisis son las mismas autoridades a las
que Mons. Fellay promete someterse.
Arzobispo
Lefebvre expresó esta distinción entre el Papa, como verdadero sucesor
de los Apóstoles, y también como cabeza de la línea de una neo-modernista y
neo-protestante iglesia; así como escribió en su famosa Declaración del 21 de
Noviembre de 1974:
“Nos aferramos, con todo nuestro corazón y nuestra
alma, a Roma Católica, Guardiana de la fe Católica y de las tradiciones necesarias
para preservar su fe; a Roma Eterna, Maestra de sabiduría y verdad. Por el otro
lado, nos negamos, y siempre nos hemos negado, a seguir a la Roma de
tendencias neo-Modernistas y neo-Protestantes, que son claramente evidentes
en el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que
emitieron de él.”
Mons. Lefebvre
también expresó la misma distinción al principio de su carta a futuros obispos
en 1987, al decir que:
“la Silla de Pedro y las posiciones en
Roma están siendo ocupadas por anticristos.”
Es difícil de
ver a la Sociedad San Pío X haciendo esta promesa de fidelidad a una autoridad
“en sí,” ¡cuando de hecho estamos lidiando con autoridades que están trabajando
para destruir lo que queremos construir!
Finalmente, el
término “siempre” en esta fórmula
está fuera de lugar y es excesiva porque nuestra fidelidad a los papas actuales
está condicionada por su fidelidad a Dios, a sus predecesores (Papas), y
a la Iglesia de todos los tiempos.
Mons. Fellay
debió haber añadido esta condición de nuestra obediencia a los Papas
post-conciliares.
De hecho,
¿cómo uno puede prometer ser “siempre” fieles a papas que habitualmente se
apartan de su fidelidad a Dios, sus predecesores y a la Iglesia de todos los
tiempos?
Por eso, Mons.
Fellay es ambiguo en su Párrafo I, porque falla en hacer la distinción
necesaria entre el Papa como cabeza visible de la Iglesia Católica y como
cabeza de la “iglesia conciliar.”
B.)
El Párrafo II habla de la sumisión a las
enseñanzas del Magisterio, según la doctrina conciliar del número 25 de Lumen gentium.
“Declaramos aceptar las enseñanzas del
Magisterio de la Iglesia en materia de fe y moral, dando a cada afirmación
doctrinal el grado de adhesión requerido, de acuerdo a la enseñanza contenida
en el no. 25 de la Constitución Dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano
II. (Cf. también la nueva fórmula de Profesión de Fe y el Juramente de
Fidelidad al Asumir un Oficio a ser ejercido en Nombre de la Iglesia, 1989: cf.
CIC cánones 749; 750 §1 y §2: 752: CCEO cánones 597: 598 §1 y §2; 599).”
Este texto
presenta dos problemas:
-
Primero, el texto en sí.
-
Segundo, la nota al final de la página, en
relación a la aceptación de Profesión de Fe y el Juramento de Fidelidad de
1989, así como las citas del nuevo Código de Derecho Canónico.
a.)
No. 25 de Lumen
gentium.
Algunos
justifican la apelación al pasaje del no. 25 de Lumen gentium, porque fue usada por Mons. Lefebvre en el Protocolo
de acuerdo de 1988. (Cf. Objeciones)
Por sí mismo,
el solo texto del no. 25 de Lumen gentium
no presenta ningún problema, porque, en su mayoría, está basado en pasajes de
los Concilios de Trento y Vaticano I. Pero en contexto, permanece, sin embargo,
un texto que debe ser rechazado porque facilita el camino hacia la doctrinal
conciliar.
El reproche
hecho contra este texto de Lumen gentium
está bien puesto por el Padre Álvaro Calderón, un profesor de la SSPX en el
seminario de Argentina, en su La Lámpara
Bajo del Celemín:
“¿Podemos, al menos, rescatar este texto? Ciertamente
no, puesto que en el capítulo precedente de este mismo documento la oficina
jerárquica está subordinada al sensus fidei, que obliga (a uno) a comprender la doctrina del no. 25 de una manera muy
diferente de lo que fue enseñado por el Vaticano I.”
Pero este
texto también trae un problema muy serio en su aplicación práctica. Durante
tiempos normales en la Iglesia, es perfectamente aceptable (es incluso un
deber) someternos a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. Pero con la
situación actual anormal en la Iglesia, donde los papas post-conciliares ya no
enseñan la sana doctrina, este principio ya no se puede aplicar porque eso
sería someterse al “magisterio conciliar y post-conciliar” y, ¡por lo tanto
sería como darles un “cheque en blanco”!
Además, eso es
precisamente lo que será solicitado en el Párrafo III.
b.)
La nueva Profesión de Fe y el Juramento de
Fidelidad de 1989.
No está de más
recordar la importancia y seriedad de hacer una profesión de Fe y un juramento
de fidelidad. Estos dos actos públicos, a menudo hechos con gran solemnidad, a
veces antes del Sacramento Bendito, cargan con obligaciones graves en
conciencia, bajo pena de pecado mortal, porque uno toma a Dios, no sólo a un
hombre, como testigo de lo que se está diciendo.
Como estas
afirmaciones son expresiones públicas de nuestra Fe y nuestra obediencia a las
autoridades legítimas de la Iglesia, ellas no pueden involucrar ambigüedad o
equivocación porque estas afirmaciones como su objeto último es, ya sea la
Verdad de Dios (en quien reside el motivo de nuestra fe), o nuestra obediencia
debida a los hombres porque comparten de la Autoridad de Dios.
Habiendo dicho
eso, empezaremos con recordar que esta nueva “Profesión de Fe” reemplazó la
Profesión de Fe del Concilio de Trento o Pío IV.
Uno debe
recordar que Mons. Fellay, en su Preámbulo Doctrinal del 30 de Noviembre de
2011 (DP2), escogió la Profesión de Fe de Trento. ¡Aquí, en su Declaración
Doctrinal, hizo lo opuesto al aceptar la nueva Profesión de Fe (de 1989)!
¿Qué se dice
en esta nueva profesión de Fe de 1989?
El texto
introductorio a esta nueva Profesión indica el sentido que darle:
Por lo tanto se hizo necesario preparar
textos adecuados para el propósito de actualizarlos en cuanto a estilo y
contenidos para traerlos más en línea con las enseñanzas del Concilio
Vaticano II y de los documentos subsecuentes.
Pero sobre
todo, es en el último párrafo donde la nueva Profesión muestra el
problema:
Además, me adhiero a la sumisión religiosa
de voluntad e intelecto a las enseñanzas que enuncien ya sea el Papa o el Colegio
de Obispos cuando ejercen su Magisterio auténtico, aun cuando no
pretendan proclamar estas enseñanzas con un acto definitivo.
Este último texto
plantea un problema en su aplicación concreta a la crisis de la Iglesia
que estamos viviendo.
Las
autoridades conciliares, al ser incapaces de probar que los documentos del
Vaticano II pertenecen al inefable Magisterio de la Iglesia, en su lugar, intentan
apelar al “auténtico Magisterio” que, ellos dicen, demanda un consentimiento interno
de la voluntad y el intelecto.
Es verdad que
en tiempos normales la Iglesia siempre ha pedido a los fieles adherirse al
auténtico Magisterio porque también le debemos sumisión interna, en cuanto a lo
que no se enseña infaliblemente por la Iglesia, sino por obligación de
conciencia.
Pero, hoy en
día, la “Iglesia conciliar” abusa de su poder al apelar a esta “sumisión” de su
autoridad con el claro propósito de imponer todas las enseñanzas conciliares y
post-conciliares, argumentando que el Vaticano II pertenece al “auténtico
Magisterio,” aun cuando hay una grave ruptura con el Tradicional y
auténtico Magisterio.
Por eso, ¡aceptar
nuestra “sumisión” a esta nueva Profesión de Fe es equivalente a dar un “cheque
en blanco” a los destructores de la Iglesia!
¡Cómo puede
continuar la Sociedad oponiéndose a las reformas conciliares si Mons. Fellay
acepta, por medio de esta nueva Profesión, una sumisión al “magisterio actual,”
que no tiene un objetivo sino el de “ponerse más en línea con las enseñanzas
del Vaticano II”!
Por otro lado,
Monseñor Lefebvre condenó expresamente, varias veces, esta nueva Profesión de
Fe, cuyo autor no es otro sino el Cardenal Ratzinger:
La nueva Profesión de Fe que fue escrita por
el Cardenal Ratzinger contiene explícitamente la aceptación del Concilio y sus
consecuencias… ¿Cómo podemos aceptarla? (Le Bourget, 19 Nov. 1989).
Los errores y reformas del Concilio
permanecen como norma oficial consagradas por la Profesión de Fe del Cardenal
Ratzinger de Marzo de 1989. (Spiritual Journey, p.10-11)
Eso es lo que crea el conflicto para
nosotros porque, por ejemplo, al mismo tiempo que Roma da la autorización de
decir la Misa de todos los tiempos a la Fraternidad de San Pedro o a la Abadía
de Barroux y otros grupos, ellos piden a los sacerdotes jóvenes de firmar la profesión
de fe por la vual deben aceptar el espíritu del Concilio. Es una
contradicción. (Friedrichshafen. 29 Abril 1990)
Es un acto muy grave. Porque pide a todos
los que se han reincorporado, o a los que podrían, a hacer una profesión de
fe en los documentos del Concilio y las reformas post-conciliares. Para
nosotros es imposible. (Fideliter, no. 79, Enero 1991, p.4)
Esta fórmula [de la profesión de fe] así
como es, es peligrosa. Esto demuestra muy bien el espíritu de estas personas
con quienes es imposible concordar. (Fideliter, no. 70, Junio 1989, p.16;
no. 73, p.12 y no. 76, p.11)
Por eso,
aceptar esta nueva Profesión de Fe y querer permanecer fieles a la Tradición,
como Mons. Lefebvre dijo, es una contradicción, porque la Profesión supone la
aceptación del Concilio y sus reformas.
¡Además, Mons.
Fellay, en la Nota junto con el texto citado, también acepta el “Juramento de
Fidelidad” de 1989, que, a su vez, ha reemplazado oficialmente, en la Iglesia
conciliar, el Juramento Anti-Modernista!
Uno debe
recordar que en su DP2 del 30 de Noviembre 2011, Monseñor Fellay había escogido
el Juramento Anti-Modernista en lugar del Juramento de Fidelidad de 1989… ¡pero
en Abril 2012 de nuevo hizo volte-face!
Así, si Mons.
Fellay puso de lado el Juramento Anti-modernista, que es una de nuestras
mejores armas contra los neo-modernistas, para aceptar el nuevo Juramento de
Fidelidad de 1989, que favorece precisamente los errores modernistas, eso
representa un considerable paso atrás en la resistencia de la Sociedad contra
los errores modernos.
Recuerden lo
que Mons. Fellay escribió en su “Carta a Amigos y Benefactores,” del 24 de
Enero de 2009, donde cita su propia carta al Cardenal Castrillón Hoyos después
del levantamiento de las “excomuniones”:
Estamos listos para escribir el Credo con
nuestra sangre, para firmar el juramento anti-modernista, la profesión de fe de
Pío IV; aceptamos y hacemos nuestros todos los concilios hasta e
incluyendo Vaticano II, del que expresamos nuestras reservas.
Desafortunadamente,
esta no es la primera vez que Mons. Fellay ha tenido puntos contradictorios.
A veces él piensa tradicionalmente, a veces acepta fórmulas de la iglesia
conciliar y, lo que es aún más ambiguo, a veces acepta ambos en el mismo
documento.
Además, en la
misma Nota al párrafo II, encontramos citas a los cánones 749 y 750 del Nuevo
Código de Derecho Canónico, que tratan con el magisterio y la adhesión a su
enseñanza, ya sea infalible o auténtico.
Ya hemos
expuesto el hecho de que las autoridades actuales consideran las enseñanzas
conciliares y post-conciliares como parte del “auténtico magisterio” de la
Iglesia. Así, en práctica, la Sociedad ya no podría ser capaz de atacarla. Por
eso ya no hay nada más para ellos que la posibilidad de aceptarlas, al
principio tácitamente, después más y más explícitamente, como las comunidades
congregadas a Roma Modernista han hecho, una después de la otra desde 1988. El
Monasterio Benedictino de Le Barroux, en Francia, es un buen ejemplo de esta
evolución.
Por eso,
cuando uno ve las graves concesiones hechas por Mons. Fellay en el
párrafo II, uno tiene el derecho de preguntar: ¿dónde están la firmeza doctrinal
y la prudencia sobrenatural que tenemos el derecho de esperar del Superior
General de la Sociedad?
¿Dónde están
esos muy llamados “estados de gracia” que él y sus defensores han invocado
cuando demandan la sumisión de los miembros de la Sociedad?
Pero, se
pone peor. Si Mons. Fellay aceptó en el párrafo II la pregunta del principio
de sumisión al “magisterio” actual, él va a aceptar en el párrafo III las aplicaciones
prácticas de estos mismos falsos principios.
C.
Párrafo III
es indiscutiblemente la peor parte de todo el documento.
Este párrafo
III, el más largo de la Declaración Doctrinal, trata las aplicaciones prácticas
concernientes a las preguntas controversiales del ejercicio de autoridad del
papa y obispos, y, en particular, de la autoridad de Magisterio conciliar y
post-conciliar en relación con la Tradición.
Fue a este compromiso
al que los teólogos del Cardenal Levada querían traer a Mons. Fellay,
porque este párrafo trata precisamente de los puntos más controversiales entre
la Sociedad y Roma conciliar.
Unos pocos
meses antes de la DD, Mons Fellay había resaltado en su carta, del 12 de Enero
de 2012, la perfidia del párrafo III del Preámbulo Romano:
El punto que está causando la mayor
dificultad es el párrafo III… este párrafo III del Preámbulo quisiera
obligarnos a aceptar todos los puntos difíciles.
Así que Mons.
Fellay era muy consciente del grave peligro que este párrafo presentaba. Si era
muy peligroso, debió haber sido totalmente rechazado.
A primera
vista, uno tiene la falsa impresión de que Mons. Fellay ha “transformado”
radicalmente el párrafo III del Cardenal Levada en una nueva forma, con
afirmaciones tradicionales. Pero, eso es sólo en apariencia…
De hecho,
cuando uno compara el párrafo III de Mons. Fellay con el texto del Cardenal
Levada en DP1, uno se da cuenta de que sólo hay unos pocos cambios y que
estos cambios no son de real importancia.
Monseñor
Fellay dividió el párrafo III en siete puntos añadiendo una pregunta separada a
la nueva Misa y los nuevos sacramentos.
Ahora,
dejémonos examinar en detalle los diferentes puntos de este párrafo III.
o
No. 1: La Autoridad del Papa y los Obispos.
Mons.
Fellay aquí copió, palabra por palabra, lo que había en el DP1 Romano:
Declaramos aceptar la doctrina sobre el
Romano Pontífice y el Colegio de Obispos, con su cabeza, el Papa, enseñado por
la Constitución Dogmática Lumen gentium
del Concilio Vaticano II, capítulo III (De constitutione hierarchica
Ecclesiae et in specie de Episcopatu),
como es explicado e interpretado por la Nota explicativa praevia del mismo capítulo.
Ya hemos
comentado arriba sobre los problemas que presenta el no. 25 de Lumen gentium que hace parte del
capítulo III, el cual contiene inclusive los números 18-29.
El número 25
de Lumen gentium pide la adhesión al
magisterio ordinario de los obispos, que es en sí consistente con el espíritu
del Vaticano I (1870), pero imposible de aceptar hoy en día en
consecuencia de la crisis actual en la Iglesia, con todos los obispos
corrompidos con el espíritu conciliar. En contraste, en el segundo pasaje del
capítulo III, hay una contradicción verdadera entre la falsa noción de la
colegialidad y la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la autoridad de la
Iglesia.
Lo que es muy
grave aquí es que Mons. Fellay acepta que la doctrina en tan importante punto
como lo es la autoridad del Papa y los obispos, puede tener como referencia al
mismo tiempo al Vaticano I y al Vaticano II. Este hecho no hace su
documento “mejo,” sino al contrario, lo hace más peligroso, al esparcir
confusión, puesto que estos documentos están abiertamente en contradicción.
De hecho, ¡este texto causa confusión porque uno no sabe si la doctrina del
Romano Pontífice y los obispos de la cual él habla viene del Vaticano I o del
Vaticano II!
Por lo tanto,
en caso de desacuerdo entre estos dos textos, será la enseñanza del Vaticano II
la que será retenida, porque es la autoridad Conciliar actual la que ejerce el
Magisterio “viviente.”
Si hay un
punto sobre el cual el Vaticano II rompió con la Tradición es precisamente el
de la nueva noción “democrática” de la autoridad en la Iglesia, el error de
“colegialidad.”[13]
La aplicación
más grave de colegialidad del Concilio Vaticano II es el establecimiento de dos
poderes supremos en la Iglesia: una del Papa solo, y el otro del Papa con
su “colegio” de obispos, y esta es una manera ordinaria y permanente,
pero no extraordinaria, como lo es en el caso durante los concilios ecuménicos.
Así, la
doctrina del capítulo III de Lumen
gentium, aquí mencionada, claramente contradice la enseñanza
tradicional en relación a la suprema autoridad en la Iglesia.
La Nota praevia, que fue añadida a Lumen gentium para intentar aclarar la
cuestión sobre la autoridad suprema de la Iglesia en un sentido más tradicional
y para reafirmar a los obispos conservadores del Concilio, ya no tiene efecto
alguno hoy en día, porque ya no es mencionada en el nuevo Código de Derecho
Canónico, como el Arzobispo Lefebvre señaló:
En el nuevo Código de Derecho Canónico, hay
dos supremos poderes en la Iglesia: está el poder del papa, quien tiene el
supremo poder; y luego el del papa con los obispos… Esto nunca se ha visto en
la Iglesia… Ahí está para limitar el poder del papa. Luego, la nota explicativa
[nota praevia] del Concilio, prácticamente, no toma en cuenta el nuevo Código
de Derecho Canónico (Conferencia Espiritual en Écône, 100ª, 20 Mayo 1983).
Por lo tanto,
el nuevo Código sólo se presta en “lenguaje canónico” al error de la
colegialidad enseñado por Lumen gentium.
Aquí yace, en el capítulo III de Lumen
gentium, al nivel más alto de la Iglesia, el error conciliar de la
colegialidad; ¡y Mons. Fellay lo acepta, aunque está abiertamente en oposición
a la doctrina de Pastor aeternus del
Concilio Vaticano I!
Sin embargo,
aquí está lo que el mismo Mons. Fellay dijo sobre este punto en su carta
al Cardenal Levada del 12 de Enero de 2012, pocos meses antes de su DD:
“Nos tropezamos con… colegialidad, de quien
el ‘subjectum quoque’ permanece como un término ambiguo, aun cuando fue
aclarado por la Nota praevia (LG22).”
Así, tres
meses antes (de la DD), Monseñor Fellay reconoció que aún con la Nota praevia, el pasaje no. 25 de Lumen gentium sobre colegialidad era
inaceptable, porque es ambiguo, y ¡ahora en su DD la encuentra aceptable!
¡Este es un
nuevo ejemplo de “Fellay1” contra “Fellay2”!
o
No. 2: La Autoridad del Magisterio de la Iglesia
En
particular, en el rol de interpretación del Depósito de la Revelación (Sagradas
Escrituras y Tradición):
Reconocemos la autoridad del Magisterio, al
cual únicamente se le ha confiado la tarea de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios, sea escrita o transmitida, (Cf. Pío XII, Carta Encíclica
Humani Generis, Denz. 3886.) en fidelidad a la Tradición, recordando que “El
Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que pudieran, por
su revelación, dar a conocer una nueva doctrina, sino para que con su
asistencia, ellos puedan guardar religiosamente y exponer fielmente la
revelación transmitida por los apóstoles, i.e., el depósito de la fe.” (VATICANO
I. Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Denz. 3070)
La primera
parte, tomada del DP1, es tradicional y hace referencia a la encíclica Humani generis de Pío XII. Luego, Mons.
Fellay añade (“recordando que…”) una muy conocida cita de Pastor aeternus del Vaticano I en los límites del Magisterio
de la Iglesia, que nos recuerda que esta autoridad docente no puede enseñar
“una nueva doctrina.”
Debemos notar
que en el Preámbulo Doctrinal (DP3) del 13 de Junio de 2012, presentado a Roma,
el Cardenal Levada aceptó esta cita de Pastor
aeternus en relación a la promesa de que la Sede Apostólica permanecerá “irreprochable por ningún error.” (Denz.
1836)
Este texto no
presenta un problema doctrinal en sí porque apela a dos textos tradicionales.
Pero de todos
modos, sigue siendo una peligrosa ambigüedad. Al aceptar esta autoridad
magisterial, a pesar de las limitaciones mencionadas de Pastor aeternus, bajo las circunstancias actuales es equivalente a
aceptar dejar en manos del “magisterio” actual la interpretación de las
Sagradas Escrituras y la Tradición. Este texto implica que la SSPX tiene
confianza en el actual “magisterio” y que estamos listos para sometérnosle. Así,
esta afirmación deja una puerta abierta a las novedades conciliares que el
nuevo “magisterio” quisiera imponernos, con la falsa afirmación de que están
“en continuidad” con el Magisterio Tradicional de la Iglesia.
¿Qué vemos de
este “magisterio” desde el Vaticano II? ¿Podemos decir que desde ese concilio,
las Sagradas Escrituras y la Tradición han sido interpretados correctamente?
¿Podemos esperar que esto va a cambiar bajo las circunstancias actuales?
¡Ciertamente
no! La evidencia nos muestra que no sucederá y que esto seguirá mientras el
“magisterio” actual continúe con el mismo camino erróneo desde el Vaticano II.
o
No. 3: El “Progreso” de la Tradición:
En
particular, en ser “la transmisión viviente de la Revelación” para nosotros:
Tradición es la transmisión viviente de la
Revelación “usque ad nos” [1] y la Iglesia en su doctrina, vida, y culto,
perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que Ella es y todo lo que
Ella cree. La Tradición progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu
Santo, [2] no por una innovación contraria [3] pero para una mejor
comprensión del depositum Fidei [4].
[1] CONCILIO DE TRENTO. Denz. 1501: “Esta
verdad e instrucción [que] están contenidas en los libros escritos y en las
tradiciones no escritas, que han sido recibidas de los apóstoles de la boca de
Cristo En Persona, o de los mismos apóstoles, al dictado del Espíritu Santo, han
llegado incluso a nosotros.”
[2] Cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución
Dogmática Dei Verbum, 8 y 10; Denz. 4209-4210.
[3] Cf. VATICANO I. Constitución Dogmática
Dei Filius. Denz. 3020: “Por lo tanto, también, el entendimiento de sus
sagrados dogmas debe ser perpetuamente retenido, lo que la Santa Madre Iglesia
una vez declaró; y nunca debe haber recesión de ese significado bajo un nombre
especioso de un entendimiento más profundo. Por lo tanto que el entendimiento,
el conocimiento y sabiduría de los individuos como de todos, de un hombre como
de toda la Iglesia, crezcan y progresen fuertemente con el paso de las eras y
los siglos: pero que sea solamente en su propio género, a decir en el mismo
dogma con el mismo sentido y el mismo significado.” (SAN VICENTE DE LERINS.
Commonitorio. 23.3 [n.28])
[4] Cf. VATICANO I. Constitución Dogmática
Dei Filius. Denz. 3011; Juramento Antimodernista, no. 4; Pío XII. Carta
Encíclica Humani Generis. Denz. 3886: CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática
Dei Verbum. 10. Denz. 4213
____________
Una vez más,
encontramos ambigüedad porque dos textos opuestos son puestos lado a
lado. El primer texto es del Concilio de Trento, al menos por lo que concierne
a la Tradición al ser transmitida “a
nosotros,” pero la palabra “viviente”
fue añadida por Roma en el DP1 del 2011. El otro texto es del Vaticano II,
enseñando que “la Tradición progresa
en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo.”
Monseñor
Fellay tomó prestado este texto del DP1, pero añadió, “no por una innovación contraria pero para una mejor comprensión del
depositum Fidei.” Esta adición fue
aceptada por Roma en su respuesta del 13 de Junio de 2012, pero Roma añadió “bajo la supervisión del Magisterio, ‘cuya
autoridad es ejercida en el nombre de Jesucristo.’” (Die verbum, 10.)
Aquí hay dos
problemas: (1) la noción errónea Modernista de una Tradición “viviente” que “progresa,” y (2) el hecho
de que, en última instancia, es el Magisterio actual (post-Conciliar) el
“testigo” autorizado por esta transmisión.
(1)
Las nociones de una transmisión “viviente” de la Revelación y Tradición
por el dogma del “progreso” son típicos graves errores Modernistas.
Aquí
está lo que dijo el Papa San Pío X en Pascendi, al citar a los mismos
Modernistas:
Dogma no sólo puede desenvolverse y cambiar,
sino que debe; tal es la tesis fundamental de los modernistas, que, por otra
parte, fluye de sus principios. Pues tienen por una doctrina de las más
capitales en su sistema y que infieren del principio de la inmanencia vital,
que las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no
meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la
vida misma del sentimiento religioso. (no.
11)
La adición de
Mons. Fellay señalando que el progreso de la Tradición excluye toda “innovación contraria” no hizo al texto
“ortodoxo” por dos razones:
—
Primero, porque esta adición es inefectiva,
como lo veremos en (2) porque en última instancia será el Magisterio actual
post-Conciliar el que decide si las doctrinas conciliares o post-conciliares
representan una “innovación contraria” o no.
—
Luego, porque Roma aceptó esta adición en su
respuesta del 13 de Junio de 2012, aun cuando ellos tienen la noción Modernista
de la evolución y progreso del dogma.
(2)
Así, nada puede prevenir al “magisterio” actual
(cuya autoridad es aceptada por Mons. Fellay, cf. no. 2) de declarar, de
acuerdo a la “hermenéutica de la continuidad,” que las doctrinas conciliares,
e.g. libertad religiosa, representan un progreso homogéneo en relación a la
Tradición.
Es
por eso que, sin un claro rechazo de los errores conciliares, es imposible y
extremadamente imprudente el reconocer a
priori la autoridad de su “magisterio.”
Pero,
volvamos a citar a “Fellay1” contra “Fellay2,” quien se contradice a sí mismo
una vez más. En su carta del 12 de Enero 2012, sobre el progreso homogéneo de
la Tradición, dijo lo siguiente:
Es la práctica del magisterio, cuando
promulga alguna innovación, para probar su continuidad con la Tradición, como
cuando proclama un nuevo dogma. Ahora, el problema aquí no es tanto la doctrina
como la escritura: algunos de los textos del Concilio Vaticano II y de sus
reformas subsecuentes no son consistentes con esta doctrina.
La
contradicción entre estas dos posiciones de Mons. Fellay es flagrante,
porque en Enero de 2012 él profesaba la doctrina Católica, ¡pero en Abril
profesaba la doctrina conciliar!
Entonces,
¿quién es el verdadero “Mons. Fellay”? Sin duda alguna, es el de la DD, porque
es su más reciente posición, por lo tanto, la última (porque Mons. no ha
condenado la DD desde que la firmó. Al contrario, la presentó felizmente en la
nota explicativa de Cor unum no.
104).
o
No. 4: El Criterio de Interpretación de los
textos entre Tradición y Concilio Vaticano II en general.
Toda la Tradición de la fe Católica debe ser
el criterio y guía para la comprensión de las enseñanzas del Concilio Vaticano
II, que a su vez aclara el Concilio, es decir, se profundiza y se hace más explícito
con el tiempo— algunos aspectos de la vida y doctrina de la Iglesia que están
implícitamente presentes o aún no formulados conceptualmente.
Mons. Fellay
ha tomado este texto del Preámbulo, que le fue presentado por Roma, sin hacerle
una modificación, y pone aparte una nota que añadió en relación a la
sacramentalidad del episcopado como lo enseñó el Vaticano II. En la respuesta
del 13 de Junio de 2012, Roma no tuvo objeción alguna a este texto.
Lo que aquí
está en juego es muy grande: ¿cómo podemos comprender esta afirmación
dicienco que la “totalidad” de la
Tradición es el criterio de interpretación para el Concilio Vaticano II?
Y viceversa,
¿es cierto que el mismo Concilio Vaticano II “profundiza y explica” lo que no ha sido contenido implícitamente en
la Tradición?
¡Entonces aquí
está un problema sobre “el concilio a la luz de la Tradición,” así como “la
Tradición a la luz del concilio”!
En este cuarto
párrafo de la Declaración Doctrinal, este problema es tratado en general, esto
es, como una pregunta de principio concerniente a esta doble relación. En el
siguiente párrafo (el quinto) será más específicamente sobre las doctrinas
enseñadas por el concilio.
Ahora,
analicemos en detalle el párrafo cuatro.
La primera
parte del texto (La Tradición como criterio para interpretar el Vaticano
II) sería verdadera si uno la entendiera desde un punto de vista tradicional,
eso es, la Tradición juzgando las enseñanzas equívocas del Concilio Vaticano II
y condenándolas. Pero el texto es ambiguo, porque no es lo que los autores
conciliares pretendieron decir en este pasaje. En efecto, Mons. Fellay tomó
prestadas estas líneas del Preámbulo Romano.
Para empezar:
¿por qué hablar de “toda la Tradición”?
Esta no es una expresión teológica tradicional, porque nos llevaría a
entender que no sólo aplica a la Tradición antes del Vaticano II, sino también durante
y después del concilio, para entenderla estos días.
Ahora aparece
claro por qué Benedicto XVI, en su decreto del levantamiento de “excomuniones”
en 2009 a los obispos de la SSPX declaró que el Concilio Vaticano II: “contiene toda la historia doctrinal
de la Iglesia.”
Porque, como
podemos ver en el párrafo no. 3, de acuerdo al concepto Modernista, “la
Tradición” es “viviente” y en continuo “progreso;” no paró antes del Vaticano
II, por eso continúa progresando hoy en día.
Por lo tanto,
hablar que el Vaticano II pertenece a “toda
la Tradición,” es sólo una manera disfrazada de aceptar la “hermenéutica de
la continuidad.”
Aquí se puede
ver que Mons. Fellay volvió a contradecirse. En su letra del 12 de Enero
2012 a Roma, rechazando el Preámbulo, él dijo que había un problema con la
“aplicación de este principio [el criterio para interpretar el Concilio
Vaticano II] a las novedad del Concilio que están claramente en ruptura o
discontinuidad con el Magisterio de todos los tiempos,” pero desde el 15 de
Abril 2012 ha declarado implícitamente en su DD que las novedades del Concilio
son parte de “toda la Tradición.”
La segunda
parte es abiertamente falsa y perniciosa. ¿Cómo puede Mons. Fellay
declarar que el Concilio Vaticano II es la “luz
que ilumina la vida y doctrina de la Iglesia,” aun cuando a través de 50
años el concilio ha sido la fuente de la destrucción del estado de gracia en
muchas almas, por sus serias contradicciones con la doctrina de la Iglesia?
El concilio
ataca en este punto dos marcas visibles de la Iglesia Católica: la santidad y
unidad de la fe.
¡Las doctrinas
del Vaticano II son una nube oscura de modernismo y liberalismo que ocultan la
luz de la Tradición Católica!
Además, no
podemos decir que el concilio “profundiza
y explica” los conceptos de la Iglesia “implícitamente
presentes.”
Los tres
principales errores del Concilio: libertad religiosa, colegialidad y ecumenismo
no están contenidos en las Sagradas Escrituras ni en la Tradición. ¡Más bien
encuentran su inspiración en la Revolución Francesa con el triple slogan de
“libertad, igualdad y fraternidad”! Esto fue admitido explícitamente por el
Cardenal Suenens, que llamó al Concilio “el 1789 de la Iglesia.”
Si estudiamos
de cerca los esquemas Modernistas discutidos durante el Vaticano II, nos damos
cuenta que tienen una completa falta de soporte en el Magisterio Tradicional.
El Cardenal
Ratzinger, en su libro “Los Principios de
la Teología Católica” dijo, en relación a Gaudium et spes:
“Es suficiente decir que el texto sirve como
un contra-syllabus y, como tal, representa, por la parte de la Iglesia,
un intento de una reconciliación oficial con la nueva era inaugurada en
1789 [por la Revolución Francesa]” (Ignatius
Press, 1987, pp. 381-2)
o
No. 5: El Criterio de Interpretación de los
textos entre Tradición y Concilio Vaticano II
sobre Ecumenismo y Libertad Religiosa.
Los enunciados del Concilio Vaticano II y el
subsecuente Magisterio papal relativos a la relación de la Iglesia Católica y
las confesiones no-Católicas Cristianas, y también, del deber cívico de
religión y el derecho a la libertad religiosa, cuya formulación es difícil de
reconciliar con los enunciados doctrinales precedentes del Magisterio; deben
ser entendidos a la luz de una toda e ininterrumpida Tradición, de una manera
consistente con las verdades previamente enseñadas por el Magisterio de la
Iglesia, sin aceptar alguna interpretación de estos enunciados que pueda llevar
a la presentación de la doctrina Católica como opuesta o que rompe con la
Tradición y con ese Magisterio.
Aquí estamos
frente la peor parte del peor párrafo de la Declaración Doctrinal,
porque hace graves concesiones doctrinales a dos grandes errores
conciliares: ecumenismo y libertad religiosa.
El texto de
Mons. Fellay es tomado, casi en su totalidad, del no. 3 del Preámbulo Romano
del 14 de Septiembre 2011, con la excepción de que añadió la expresión “cuya formulación es difícil de reconciliar”
en lugar de “parece ser cierto.”
Mons. Fellay,
así, acepta un texto escrito por neo-modernistas, que tienen sólo una
intención, claramente diferente a la nuestra: integrar los documentos
conciliares a la Tradición, a través de la “hermenéutica de la continuidad.”
En la versión
corregida de Roma, del 13 de Junio 2012, el Cardenal Levada restableció el
texto original del 2011. El párrafo no. 5 es la consecuencia lógica de
las concesiones hechas en el párrafo no. 4, ¡donde Mons. Fellay aceptó “la
Tradición a la luz del Concilio”!
En otras
palabras, si Mons. Fellay aceptó en el párrafo 4 de la DD que el concilio
expone doctrinas aún no formuladas por la Iglesia, el párrafo no. 5 es sólo su
aplicación explícita: ¡ecumenismo y libertad religiosa!
Lo que es
completamente inaceptable en este párrafo no. 5 es que se sólo se trata de
errores conciliares muy graves como el ecumenismo y libertad religiosa; la
colegialidad habiendo sido aceptada en el párrafo no. 1.
Primero,
remarcamos que Mons. Fellay habla sólo de la “formulación” de las doctrinas conciliares de ecumenismo y libertad
religiosa, y no con las doctrinas en sí, que son erróneas. Al decir eso él
sugiere que sería suficiente “aclararlas” o “formularlas” diferentemente, y de
esta manera serían aceptables.
Luego, la
expresión para aceptar la interpretación del concilio y el Magisterio posterior
“a la luz de la Tradición,”
admitiendo que fue usada por Mons. Lefebvre, no es un buen argumento. Aquí está
cómo este tema fue explicado en Marzo-Abril 2002 ejemplar no. 73 de Nouvelles de Chrétienté [una publicación
de la SSPX] (p.4):
Algunos
objetan que el mismo Arzobispo Lefebvre dijo esa frase, “Yo acepto el Concilio, interpretado a la luz de la Tradición.” Es
cierto que el Arzobispo Lefebvre expresó eso frente al papa Juan Pablo II en
Octubre de 1978. Primeramente, no fue él quien lo concibió, sino el Cardenal
Ratzinger. Sin embargo, nótese que él no regresó a él subsecuentemente ni
estuvo en el Protocolo del 5 de Mayo de 1988.
En efecto,
Mons. Lefebvre reportó que no tenía el mismo significado para nosotros que para
Roma modernista. La respuesta dada por el Cardenal Ratzinger a la “Dubia” sobre
libertad religiosa así como a las entrevistas que tuvo Mons. Lefebvre con el
Cardenal ya mencionado, antes de las consagraciones de 1988, lo probaron a
fondo:
“Sólo hay una Iglesia; es la Iglesia del
Vaticano II. El Vaticano II representa la Tradición.” (Palabras del
Cardenal Ratzinger como las citó el Arzobispo Lefebvre en su conferencia de
prensa el 15 de Junio 1988).
Pero es peligroso
citar a Juan Pablo II y querer adoptar sus palabras en esta área, “este fue el
criterio usado por el Papa Juan Pablo II cuando habló de una ‘doctrina integral del Concilio,’ eso
significa, como él lo explicó, que ‘la
doctrina debe ser entendida a la luz de la Sagrada Tradición y traída de vuelta
al Magisterio constante de la Sagrada Iglesia.’” (Juan Pablo II, discurso
en la Primera Junta Plenaria del Sagrado Colegio de Cardenales, 5 Noviembre
1979).
[“Aclaraciones
sobre los Padres de Campos en Su Reconocimiento por la Santa Sede—18 Enero
2002” en laportelatine.org]
Entonces Mons.
Fellay aceptó en 2012 lo que Nouvelles de
Chrétienté, en 200, consideró que era peligroso. Reconocer al Vaticano II
“a la luz de la Tradición” es un argumento ambiguo, relativo, subjetivo
y utilizado para convencer a los representantes con mentalidad tradicional a
aceptar el Concilio Vaticano II, aun cuando su doctrina y la interpretación de
sus palabras son enteramente diferentes para Roma conciliar.
Así, es un argumento
peligroso (el tomar prestada la expresión citada en Nouvelles de Chrétienté no. 73), porque “aceptar” estas
afirmaciones “a la luz de la Tradición” no significan la misma cosa para Roma
que para nosotros.
Monseñor
Williamson hace el punto sobre el Párrafo no. 5:
“La primera parte aquí [debe ser
entendidas, etc.] es perfectamente
verdadera, mientras signifique que cualquier novedad Conciliar ‘difícil de
reconciliar’ será rechazada llanamente si contradice objetivamente las
enseñanzas previas de la Iglesia.” (Comentarios Eleison. No. 300, 13 Abril
2013)
Así, esta
primera parte nos lleva a entender que una contradicción puede ser posible
entre el Concilio y la Tradición, pero en la segunda parte, veremos que han
excluido precisamente esta posibilidad.
Por eso, el
veneno es más evidente en la segunda parte, que empieza con las palabras “sin aceptar.”
De nuevo, aquí
están las excelentes observaciones que hizo Mons. Williamson sobre este texto:
“Pero [la primera parte] se contradice directamente… cuando
dice que ninguna novedad Conciliar puede ser “interpretada” estando [opuesta
a o] en ruptura con la Tradición.” (Comentarios Eleison No. 300, 13 Abril
2013).
Por las
palabras “sin aceptar interpretación
alguna, etc.” Mons. Fellay hace explícito en una manera modernista lo que
él quiere decir con “debe ser entendidas,
etc.” Él prohíbe rechazar cualquier cosa del Concilio siendo una ruptura
con la Tradición. Entonces él valida, implícita pero muy claramente, la
hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI.
Uno podría
resumir para refutar esta mayor concesión de Mons. Fellay a la libertad
religiosa, al recordar la importancia de la lucha que llevó a Mons. Lefebvre
contra este error durante y después del Concilio. Fue en contra de este error
en particular que escribió el libro “Le
destronaron”, sobre Cristo Rey; un libro escrito exclusivamente para
refutar precisamente este error del Concilio: ¡libertad religiosa!
¿Y sobre ecumenismo?
Con la DD de Mons. Fellay estamos muy lejos de la firmeza del excelente estudio
hecho por la Sociedad en 2004, titulado “Del
Ecumenismo a la Apostasía Silenciosa.”
Uno puede ver
muy bien que, de nuevo, el liberal “Fellay2” ha prevalecido sobre el
tradicional “Fellay1.”
o
No. 6: La Oportunidad de las Declaraciones
Doctrinales.
Este
punto trata las expresiones controversiales del Concilio Vaticano II y el
Magisterio post-conciliar:
Por esta razón es legítimo promover, a
través de una discusión legítima, el estudio y explicación teológica de las
expresiones o formulaciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio
subsecuente, si parecen irreconciliables con el Magisterio previo de la
Iglesia.
Nótese que
Mons. Fellay usó dos veces el término “legítimo(a).”
¿Por qué no usó la palabra “necesario(a)” en lugar de la más débil expresión de
“legítimo(a)”? Porque la primera implica un deber de las dos partes, mientras
que la segunda implica sólo conveniencia u oportunidad para las
discusiones que sólo serán concedidas si Roma lo desea.
Recordemos que
Roma Modernista, desde 1988, siempre ha prometido tener “discusiones legítimas”
con todos los que volvieron a Roma, pero no se han establecido
discusiones formales entre estas comunidades y Roma.
De cualquier
forma, las discusiones no arriesgan ir muy lejos, porque Roma sólo acepta
discusión sobre puntos insignificantes, siempre dejando intocables la
“ortodoxia” del concilio y el “magisterio post-conciliar.” Entonces, ¿qué
esperanza hay ahí de “discusiones legítimas”?
El texto
confirma sus ambigüedades a través del uso de palabras como “expresiones o formulaciones,” que
implican que lo que está mal en las fórmulas del Vaticano II no es su contenido
y corazón de doctrina, sino la sola manera en la que se expresan. Entonces, es,
al final, una dificultad “accidental” que no cuestiona en absoluto la doctrina
conciliar en sí.
Mons. Fellay
escribió lo siguiente el 12 de Enero 2012, cuando rechazó el DP1: “El problema [doctrinal] no habiendo sido resuelto, el querer ir más
allá sería construir en una equivocación” y también, “¿qué queda de la libertad legítima para discutir algunos puntos del
concilio concedidos en la Nota preliminar? Nos parece que ellos ya no nos dejan
espacio para discusión.” Ahora parece que todo ha sido “resuelto,” que de
que Mons. puede continuar, usando sus palabras anteriores, a “construir en la equivocación” y abriendo
un camino “para discusión.”
La nota de
Mons. Fellay que se refiere al Concilio de Florencia, insertada en el párrafo
no. 6, revela en él una falta de contacto con la realidad si espera obtener
algo de cualquier nueva e hipotética discusión doctrinal con Roma, aun cuando
han demostrado en 2011 que un acuerdo doctrinal era imposible. Mucho
más, una vez que la Sociedad regrese al “pliegue conciliar,” las autoridades ya
no estarán interesadas en continuar con el “debate”, al menos en los puntos
esenciales.
o
No. 7: Sobre la “Validez” y la “Legitimidad” de la Nueva Misa y los
Nuevos Sacramentos
Declaramos reconocer la validez del
Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos cuando son celebrados con la
intención de hacer lo que la Iglesia hace de acuerdo a los ritos indicados en
las típicas ediciones del Misal Romano y de los Rituales de Sacramentos legítimamente
promulgados por los Papas Paulo VI y Juan Pablo II.
Este párrafo
fue tomado casi palabra por palabra del Protocolo de Monseñor Lefebvre de 1988,
excepto por la mención de que la nueva Misa y los nuevos sacramentos
fueron “legítimamente promulgados.”
En este pasaje
de la Declaración Doctrinal de Mons. Fellay, hay una grave concesión a
los más destructivos instrumentos contra la piedad Católica— ¡los nuevos ritos!
Recordemos lo
que Mons. Fellay dijo sobre la misma pregunta crucial respecto a la nueva Misa,
sólo cinco meses antes, el 30 de Noviembre 2011, en la Preliminar de su DP2:
Sobre el tema de la [nueva] Misa, reconocemos que el Espíritu Santo
puede tomar legítimamente parte en estos ritos, pero “el Novus Ordo representa, como un todo y en sus detalles,
una salida sorprendente de la teología Católica de la Misa como fue formulada
en la Sesión XXII del Concilio de Trento. Los “cánones” del rito fijados
definitivamente en ese tiempo proveyeron una insuperable barrera para cualquier
herejía directamente en contra de la integridad del Misterio.” (“Breve
Examen Crítico al Nuevo Orden de la Misa” por el Cardenal Alfredo Ottaviani) Reconocemos la validez sacramental de ella,
pero ahí vemos un mal por sus deficiencias que largamente se explican a
sí mismas en el desastre litúrgico.
Esto fue
ortodoxo, pero la contradicción entre lo que escribió Mons. Fellay en ese
entonces y lo escrito en la DD del 15 de Abril 2012 es flagrante.
¿Qué hemos de
pensar sobre la validez y legitimidad de la nueva Misa y los nuevos
sacramentos?
Monseñor
Lefebvre siempre concedió que las condiciones esenciales para la integridad de
los sacramentos siendo satisfechas es posible que la nueva Misa y los nuevos
sacramentos son válidos en general, aunque sobre una base de caso a caso
cada vez hay más nuevos ritos inválidos.
Pero es otra
cosa admitir que esos ritos son legítimos, porque al afirmar, como Mons.
Fellay, que fueron “legítimamente
promulgados,” ¡es equivalente a aceptar que estos ritos son “buenos”!
Aquí está lo
que Monseñor Lefebvre dijo sobre el problema de la legitimidad de la nueva
Misa:
No estamos diciendo que la nueva Misa es
herética o inválida, pero negamos decir que es legítima o que es
perfectamente ortodoxa. (Communicantes,
Agosto 1985)
Desde que
muchos estudios teológicos excelentes han sido escritos demostrando las serias
deficiencias de los nuevos ritos, no nos molestaremos en repetirlos aquí.
Para nosotros es
suficiente examinar este problema de la “legitimidad” de los nuevos ritos,
porque, recientemente, Mons. Fellay y sus defensores han estado tratando de
jugar con palabras al decir que para afirmar que estos ritos fueron
“legítimamente” promulgados no es implicar que son “lícitos, legales.”
A menos que
uno caiga en el Nominalismo y piense que las palabras no tienen significados
precisos, empezaremos por citar la definición de “legitimidad” dada en The Oxford English Dictionary: “Legitimacy:
Conformity to rule or principle; lawfulness.” [“Legitimidad: Conforme con la
norma o principio; legalidad”]
Por lo tanto,
si la legitimidad es la calidad de lo que está conforme con la ley, entonces
una cosa es también “legal” cuando está en conformidad con la ley. En otras
palabras, las expresiones legitimidad, legal y lícita son sinónimos.
Si nos vamos
al lenguaje canónico, como es el caso aquí, vemos que no hay diferencia entre
los significados de “legítimo” y “lícito,” porque la “licitud” de un acto
sacramental está basada en la “legitimidad” de la ley litúrgica que la
promulga. Así, una vez admitido, como Mons. Fellay ha hecho, que los nuevos
ritos fueron “legítimamente promulgados,” de este modo se implica que las leyes
que las “promulgaron” son buenas, ¡porque en el Derecho Canónico para que una
ley sea legítima debe ser buena! Y si su promulgación es “legítima,” nada
previene su celebración de ser lícita como buena.
En ese caso,
uno puede preguntarle verdaderamente a Mons. Fellay: si la “promulgación” de
las leyes estableciendo los nuevos ritos es legítima, por lo tanto buena, ¿por
qué él no celebra la nueva Misa o dispensa los nuevos sacramentos?
De hecho,
sobre el tema de la licitud de los nuevos ritos, Mons. Fellay se ha atrapado
por una concesión mayor que hizo a Roma— ¡al aceptar el nuevo Código de Derecho
Canónico! Siendo ese el caso, él es forzado a ser “lógico” consigo mismo. Sería
“ilógico” aceptar el nuevo Código y luego negar reconocer como legítima la
promulgación de los nuevos ritos que son legitimados en el nuevo código.
Todas las
comunidades Tradicionales que se han vuelto a unir a Roma Modernista han
pasado por ese camino… comenzaron por
reconocer la “legitimidad” de la promulgación de los nuevos ritos, luego sus
superiores no vacilaron en concelebrar la nueva Misa con el Papa, como Dom
Gérard, Monseñor Rifan, el Padre Wach, y otros que lo han hecho públicamente.
Entonces,
¿cuándo va a concelebrar el nuevo rito Mons. Fellay con el Papa, si él le pide
hacerlo?
o
No. 8: La aceptación del Nuevo Código de Derecho
Canónico.
Siguiendo el criterio enunciado arriba (III,
5), así como el canon 21 del Código, prometemos respetar la disciplina común de
la Iglesia y las leyes eclesiásticas, especialmente de aquellas contenidas en
el Código de Derecho Canónico, promulgado por el Papa Juan Pablo II (1983) y en
los Códigos Canónicos de las Iglesias Orientales, promulgados por el mismo
Pontífice (1990), sin ningún prejuicio a la disciplina por conceder a la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X por una
ley en particular.
Como siempre,
Mons. Fellay toma prestado casi todas las palabras del DP1 Romano, excepto
cuando añadió al principio, “Siguiendo el
criterio enunciado arriba (III, 5), así como el canon 21 del Código.”
¿Acaso esta
adición “neutraliza” el texto que sigue?
Pensamos que
no, ¡porque ya hemos mostrado que el punto III.5 es la peor parte del peor
párrafo!
Aquí está lo
que dice el Canon (lo que Mons. Fellay cita a su favor) del nuevo Código
(1983):
En caso de duda, la revocación de una ley
previa no es supuesta; más bien, leyes posteriores estarán relacionadas con
anteriores y, en la medida de lo posible, armonizadas con ellas.
En otras
palabras, en casos de duda sobre la revocación de una ley del antiguo Código
(1917), el nuevo Código (1983) debe “relacionar” o “armonizar” ambas leyes. [14]
Es una
esperanza vana el pensar que Monseñor Fellay, al aceptar el nuevo Código,
obtendrá la posibilidad de guardar ciertas leyes del antiguo Código.
La primera
razón es que el nuevo Código dice:
Canon 6 §1 Cuando el presente Código entre
en vigor, los siguientes son derogados:
1. El Código de Derecho Canónico promulgado en
1917;
2. Otras leyes, ya sean universales o
particulares, que son contrarias a las disposiciones de este Código, a menos
que se disponga expresamente otra cosa con respecto a leyes particulares.
Así, uno puede
ver claramente que en §1.1, el antiguo Código es explícitamente derogado,
eso es, suprimido.
¿Podría Mons.
Fellay, gracias a §1.2, obtener varias dispensaciones o exenciones en relación
a, por ejemplo, las órdenes menores, o el subdiaconado, o algunas leyes
disciplinarias?
Quizá, pero
estas exenciones no compensan su aceptación a las muchas disposiciones
del nuevo Código que están gravemente en contra de la Fe y las prácticas
tradicionales de la Iglesia (como lo mencionó Mons. Lefebvre).
Más
concretamente, en caso de un conflicto entre dos leyes, la última palabra
vendrá de Roma conciliar prefiriendo la nueva ley.
¿Está soñando
Mons. Fellay que la Sociedad podrá ser capaz de continuar usando el antiguo y
el nuevo Código “en paralelo”? La realidad es que el nuevo Código no es un buen
instrumento para guardar la Tradición, puesto que ha sido hecho precisamente
para implementar las doctrinas conciliares. ¿Aquellos que se han vuelto a unir
a Roma pudieron obtener el favor de usar el Código de 1917? ¡Jamás!
De nuevo, ahí
está un “revés” de Mons. Fellay: cambia de opinión en un punto importante.
Lo siguiente
es lo que él previamente dijo sobre el nuevo Código en la Nota Preliminar a
Roma en el DP2 del 30 de Nov. 2011:
…encontrando en el Derecho Canónico de 1983
las mismas ambigüedades que hay en el Concilio, expresamos nuestras reservas y
pedimos por el poder de permanecer con el Derecho Canónico de 1917, con las
adaptaciones disciplinarias que vienen con él.
En otra carta
a Roma, del 12 de Enero 2012, con información adicional, Mons. Fellay de nuevo
fue muy crítico en el asunto del nuevo Código:
“El Código de Derecho Canónico promulgado en
1983 que, en la medida que toma las novedades del Concilio, presenta las mismas
dificultades” como los errores conciliares y la nueva Misa.
En estos dos
textos Mons. Fellay mantuvo la invariablemente firme posición de la Sociedad
respecto al nuevo Código desde 1983: nos quedamos con el antiguo Código de
1917. Pero, ahora, con la DD, ¡cambió totalmente de opinión! Ya no
es un problema de “ambigüedades” o “reservas” en relación al nuevo Código.
Para adoptar
la nueva estrategia de Mons. Fellay sólo nos queda pedir por “migajas” de
nuestros enemigos con algunas dispensas, pero tragando todo el veneno del nuevo
Código.
Ahora vemos
por qué, en conciencia, no podemos aceptar el nuevo Código, aun con las
“restricciones” propuestas por Mons. Fellay.
Mons. Fellay
no está ignorando la nocividad del nuevo Código, porque no sólo lo ha
estudiado, sino que ha visto, como todos, sus efectos dañinos.
El nuevo
Código pone en lenguaje “legal” todos los errores conciliares. Sería una
contradicción afirmar que uno rechaza el Concilio y al mismo tiempo acepta la
“legislación” que pone en marcha los errores conciliares. En este sentido, el
nuevo Código es más peligroso que el Concilio en sí.
Esto es lo que
Mons. Lefebvre dijo, numerosas veces, sobre la perversidad del nuevo Cóodigo:
“Entonces, ¿qué se supone que debemos de
pensar sobre esto? Bueno, es que este [nuevo] derecho canónico es inaceptable.”
(Conferencia Espiritual dada en Ecône, 99B, 14 Marzo 1983)
“El nuevo código ya no pide a una pareja
Protestante/Católica casada a firmar el compromiso de bautizar a los niños
Católicamente. Es una grave violación de la fe, una grave violación de la fe…
En el nuevo código de derecho canónico, hay dos poderes supremos de la Iglesia:
está el poder del Papa, quien tiene el poder supremo; y luego, el del papa con
los obispos… Esto nunca se ha visto en la Iglesia… Ahí está para limitar el
poder del papa. Luego, la nota explicativa del Concilio, prácticamente, no
tiene efecto bajo el nuevo Código de Derecho Canónico.” (Conferencia Espiritual
dada en Ecône, 100A, 20 Mayo 1983)
“La Constitución Apostólica introduciendo el
nuevo Derecho Canónico dice explícitamente en la página xi de la edición
Vaticana: ‘El trabajo, a decir el Código, está en perfecto acuerdo con la
naturaleza de la Iglesia, especialmente como ha sido propuesto el Concilio
Vaticano II. Además, este nuevo Código puede ser concebido como un esfuerzo de
exponer esta doctrina, i.e., Eclesiología conciliar, en lenguaje canónico.’… Es
la autoridad del Papa y de los Obispos la que va a sufrir; la distinción entre
el clero y la laicidad también disminuirán; el absoluto y necesario carácter de
la fe Católica también se verán extenuados por al provecho de la herejía y
cisma; y las realidades fundamentales del pecado y la gracia serán desgastadas.”
(Carta a Amigos y Benefactores, no. 24, Marzo 1983)
“Sin embargo, cuando uno lee este nuevo
Código de Derecho Canónico descubre un enteramente nuevo concepto de la Iglesia…
Esta es la definición de la Iglesia (Canon 204): ‘los fieles son aquellos
quienes, en la medida en que se incorporan en Cristo por el bautismo, se
constituyen como el pueblo de Dios, y que por esta razón, habiendo sido
hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo, están llamados a ejercer la misión que Dios le ha confiado a la Iglesia
lograr en el mundo’… Ya no hay clero alguno. ¿Qué pasa, entonces, con el
clero?... Es consecuentemente fácil entender que esta es la ruina del
sacerdocio y la laicización de la Iglesia… Esto es precisamente lo que Lutero y
los protestantes hicieron, laicizar el sacerdocio. Es consecuentemente muy
grave… Saben que el nuevo Código de Derecho Canónico [Canon 844] permite a un
sacerdote darle la Comunión a un protestante. Es lo que ellos llaman
hospitalidad Eucarística. Estos son protestantes que permanecen protestantes y
no se convierten. Esto está directamente opuesto a la Fe.” (Conferencia en
Turín, 24 Marzo 1984)
“Encontramos esta doctrina ya sugerida en el
documento del Concilio, Lumen gentium, según la cual el Colegio de los Obispos,
junto con el Papa, ejerce el poder supremo en la Iglesia de manera habitual y
constante.” (Carta Abierta a los
Católicos Perplejos, Angelus Press, 1985, ch. 12)
“Nuestro llanto de alarma se hizo aún más
urgente por los errores en el nuevo Código de Derecho Canónico, por no decir
sus herejías…” (Carta Abierta a los
Católicos Perplejos, Angelus Press, 1985, ch. 21)
Por lo tanto,
al aceptar el nuevo Código de Derecho Canónico, Mons. Fellay acepta
implícitamente todos sus errores y desvíos en relación a:
—
el concepto Protestante definido como “el Pueblo
de Dios”:
—
dos supremos poderes universales en la Iglesia;
—
colegialidad en todos los niveles;
—
laicización de la Iglesia;
—
prácticas ecuménicas, en particular la
“hospitalidad Eucarística”;
—
nuevas causas de nulidad de matrimonios;
—
nuevas regulaciones al contraer matrimonio;
—
fácil concesión de nulidad en Tribunales
Matrimoniales;
—
supresión de la Orden Mayor del Subdiaconado,
las órdenes menores y tonsura;
—
nuevas “canonizaciones”;
—
leyes disciplinares más laxas;
—
etc., etc.
Así, la
aceptación de Mons. Fellay de sumisión al nuevo Código de Derecho Canónico será
el más grande obstáculo práctico para la Sociedad si quiere continuar
cumpliendo su función de preservar la Tradición y la pelea contra los errores
conciliares.
CONCLUSIÓN DE LA PARTE
DOS
Después de
haber analizado los contenidos de la Declaración Doctrinal, estamos
estupefactos al observar que Mons. Fellay, a través de su documento, acepta
oficialmente todo lo que hemos estado peleando en contra: el Concilio, la
nueva Misa y el nuevo Código de Derecho Canónico.
Aquí está el
resumen de los diferentes puntos sobre los cuales él ha cedido:
En el párrafo
I, él promete fidelidad a “la iglesia conciliar,” y al papa, cabeza de esta
misma “iglesia.”
En el párrafo
II, él acepta someterse a las enseñanzas del “magisterio” conciliar y
post-conciliar, de acuerdo con la doctrina del no. 25 de Lumen gentium.
En el párrafo
III, él acepta todos los puntos mayores de controversia:
—
la autoridad colegial del papa y los obispos;
—
la autoridad del “magisterio” y la “iglesia
conciliar”;
—
el “progreso” de la Tradición de acuerdo a los
neo-modernistas;
—
el criterio de interpretación entre la Tradición
y los textos del Concilio Vaticano II en general, i.e. la “hermenéutica de la
continuidad”;
—
la “hermenéutica de la continuidad” como
criterio de interpretación entre la Tradición y los textos del Concilio sobre
ecumenismo y libertad religiosa;
—
posponer las discusiones doctrinales;
—
aceptar la “validez” y la “legitimidad” de la
nueva Misa y los nuevos sacramentos; y
—
aceptación del nuevo Código de Derecho Canónico
(1983).
¡Monseñor
Fellay renunció a todos los puntos que Roma quería de él! ¡Todo vale!
Verdaderamente,
podemos ver que Monseñor Fellay ha hecho todo lo posible para satisfacer las
demandas del Cardenal Levada, quien en su carta del 16 de Marzo 2012 lo invitó
a “considerar las serias consecuencias de
la posición que ha tomado, si decide hacerla definitiva,” y a “reconsiderar su posición.”
Así, Mons.
Fellay confirma su “nueva posición
respecto a la Iglesia oficial” tal como lo escribió en Cor Unum no. 101 de Marzo 2012.
Por medio de
la DD vemos un grave compromiso doctrinal y todos los bastiones de la Tradición
están cayendo… Esto es traición por el que, en primer lugar, se suponía tenía
que defenderla.
No es sorpresa
que tal documento ha causado y sigue causando reacciones fuertes entre aquellos
quienes no quieren comprometerse con Roma modernista.
Veremos en la
PARTE TRES las que han sido las consecuencias inmediatas y a largo plazo de la
Declaración Doctrinal del 15 de Abril de 2012.
Luego, antes
de concluir, responderemos a las objeciones de aquellos que defienden la
Declaración y las acciones de Monseñor Fellay.
[1]
Recordamos que en este momento crucial, Mons. Fellay pidió a la Sociedad rezar
para ser protegidos de un “grave peligro.”
[2] Si
comparamos la situación de Mons. Fellay de 2012 con la de Mons. Lefebvre de
1988, podemos ver que Mons. Lefebvre estaba en una posición superior durante
sus negociaciones con Roma, por su amenaza de consagrar a un obispo, que hizo
mover al Papa y al Cardenal Ratzinger.
[3]
Observemos que siempre ha sido fácil para Roma conceder un reconocimiento
canónico de la Sociedad, (que no les costaría mucho…) siendo que la Sociedad
aceptaría el Concilio y sus reformas, que no son negociables.
[4]
Veremos que Mons. Fellay, en este nuevo documento, hizo serias concesiones
concernientes a la fe Católica. Veremos que este texto, aceptado inicialmente
por Roma, fue la base para preparar la firma del acuerdo con Mons. Fellay el 13
de Junio de 2012. Sin embargo, el acuerdo no fue firmado de último minuto por
razones que luego analizaremos.
[5]
Observemos que esta Declaración fue acompañada de ninguna explicación
adicional. Uno supondría que fue porque la DD apareció suficientemente “clara”
a su autor y que no necesitaba de ninguna aclaración… Está fechada el 15 de
Abril, pero fue enviada a Roma el 17 de Abril.
[6]
Mons. Fellay dijo en su nota introductoria de este documento en Cor Unum no. 104, que la elección de “el título ‘Declaración Doctrinal’ fue prestado de Mons. Lefebvre en
1988, en vista que no quisimos tomar de nuevo el título ‘Preámbulo Doctrinal,’
del cual rechazamos sus contenidos en nuestra respuesta del 12 de Enero.” Francamente,
estas dos declaraciones tienen muy poco en común… porque su contenido es
totalmente diferente. (Cf. respuestas a objeciones).
[7] A
decir verdad, es difícil encontrar un solo documento del “magisterio” conciliar
o post-conciliar que sea totalmente ortodoxo y en el cual uno no pueda tener
reservas…
¡Humanae vitae
es quizá el único! Uno quisiera saber lo que Mons. Fellay piensa al respecto.
[8] La
palabra francesa “de travers” puede
ser traducida al inglés como: de manera
incorrecta, torcido, ladeado, de lado. ¿No es ambigüedad la
definición precisa que favorece a una malinterpretación?
[9] El
mismo principio puede ser aplicado a la Nueva Misa: sus autores la diseñaron
precisamente para que fuera ambigua, para que así pudiera tener el
significado de una cena Protestante. Por el otro lado, esto sería inimaginable
con la Misa Tradicional, que no contiene esta ambigüedad y que sólo puede tener
un significado Católico. También, es cierto con ciertos documentos del Vaticano
II, que son malvados e inaceptables por su ambigüedad.
[10]
Este error es similar al que se refiere a los documentos del Concilio Vaticano
II, del cual algunos dicen que puede ser suficiente el “corregirlos” para
hacerlos “aceptables.” El sentido común nos muestra que la mayoría de los
documentos conciliares están tan corruptos que uno no puede corregirlos y
hacerlos “buenos.” Simplemente deben ser rechazados.
[11]
¿Podemos excusar a Mons. Fellay por haber actuado de tal manera, desechando sus
convicciones por el miedo a sanciones?
El miedo no siempre excusa la responsabilidad moral,
especialmente cuando se trata de la profesión pública de fe, como fue el
caso aquí, de lo contrario, ¡nunca habría mártires!
[12]
¡Estas expresiones de Mons. Fellay sobre la Iglesia no son del todo teológicas, y además de que no significan nada,
porque también podríamos afirmar que las falsas “iglesias” son “concretas” o
“reales”…!
[13]
La Iglesia siempre enseñó tradicionalmente que la autoridad del Papa es monárquica, y la jerarquía de la
Iglesia es “piramidal,” con el Papa a la punta, debajo los obispos, luego los
sacerdotes, etc… El Vaticano II, al contrario, inspirado por una democracia moderna, permite el poder
“consultativo y deliberativo” de gobierno en todos los niveles de la Iglesia,
disminuyendo o destruyendo la autoridad personal del Papa para toda la Iglesia,
los obispos en sus diócesis e incluso la de los sacerdotes en sus parroquias.
[14]
Una “exención” es la revocación
parcial de una ley, pero una “derogación” es la total revocación o abolición de
una ley. Aquí Mons. Fellay está pidiendo a Roma por el primero, no por el segundo.