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viernes, 18 de septiembre de 2020

LOS SILENCIOS DE SAN JOSE (CAPITULO 16 Y 17)

 

(“Trente visites a Joseph le Silencieux”)
Padre Michel Gasnier, O,F

Capitulo 16

LA PROFECÍA DE SIMEÓN

“Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de él” (Lc 2, 33)

Es de hacer notar que en las páginas  del Evangelio que cuentan la infancia de Jesús, José, lejos de pasar inadvertido, aparece siempre actuando de acuerdo con María. "José subió a Belén con María... Mientras ellos estaban allí... Los pastores encontraron a María y a José...  Ellos le llevaron a Jerusalén... Su padre y su madre estaban maravillados... Simeón los bendijo... Ellos volvieron a Galilea... Sus padres iban todos los años a Jerusalén... Ellos le encontraron en el Templo... Les estaba sujeto...”

No nos asombremos, pues, de verle, acompañando a su esposa cuando, cuarenta días después de aquella maravillosa noche, María se dirigió a Jerusalén con objeto de purificarse y de presentar al niño en el Templo, Ella no quería sustraerse a la Ley, aunque, evidentemente, hubiera podido creerse dispensada. ¿Acaso tenía necesidad de ser presentado a Dios, Aquel que era el mismo Dios? ¿Tenía ella necesidad de purificarse cuando su alumbramiento no había hecho más que aumentar el esplendor de su virginidad...?

José, sin embargo, se mostró de acuerdo con ella a fin de que todo lo que estaba prescrito en casos semejantes fuese exactamente observado hasta en el menor detalle.

Se pusieron, pues, en camino, con el corazón rebosante de alegría, pensando que iban a cumplir un acto de religiosa obediencia: no sospechaban que lo que consideraban un misterio de alegría iba a verse acompañado de un trágico anuncio de dolor.

Jesús, en brazos de María y escoltado por José, entró por primera vez en la ciudad que había de verte un día con la Cruz a cuestas camino del Calvario.

A las puertas del Templo, José compró dos tórtolas para la ofrenda, ya que carecía de recursos para comprar un cordero. Así pues, la humilde pareja quedó encuadrada en el grupo de los pobres y, por eso, nadie se fijó en ella cuando atravesaron la explanada.

Sin embargo, algo inesperado sucedió. Un anciano, inspirado por Dios, se destacó de entre la multitud allí apiñada, compuesta de mendigos, de peregrinos y de cambistas. Se llamaba Simeón y era —nos dice el Evangelio— un hombre justo y temeroso de Dios. Viva personificación de Israel, su única aspiración era ver al Mesías. Cuando descubrió a Jesús en brazos de su madre, el Espíritu Santo que habitaba en él le advirtió en secreto que ese niño era el esperado desde hacía siglos, el prometido de Dios. Aproximándose con respeto, pidió que le permitieran tomarle en sus brazos y luego, alzándole, bendijo a Dios y temblando de emoción, con el rostro iluminado con una especie de éxtasis, entonó un himno de victoria y de acción de gracias:

Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo

en paz, según tu palabra:

porque han visto mis ojos tu salud,

la que has preparado ante  la faz de todos  los pueblos,

luz para iluminación de las gentes

y gloria de tu pueblo, Israel.

El padre y la madre de Jesús —añade el Evangelio— estaban maravillados de las cosas que se decían de él. Y no es que las palabras que acaban de oír fuesen para ellos una revelación, sino que les admiraba constatar cómo la venida de su niño al mundo era saludada por tantos testigos inspirados.

Tras bendecir a Dios, se volvió a José y María, bendiciéndoles también como para animarles en la tarea que habrían de cumplir. ¿Sospechaba que en su persona bendecía a las dos criaturas que habrían de ocupar el primer rango en la escala de la santidad, a las que las generaciones futuras bendecirían con alabanza sin fin?

Simeón unió a José y a María en una misma bendición, ya que ambos habían contribuido, aunque en distinta medida, a la venida del Mesías. Mas he aquí que ahora se dirige sólo a María. A esta joven madre, que. acaba de serlo, no temerá hacer una aterradora predicción: Tu hijo ha venido al mundo para ruina y resurrección de muchos... Será un signo de contradicción. En cuanto a ti, una espada atravesará tu alma.

A José no le dijo nada que le atañera personalmente. El instinto profético de Simeón parecía excluirle del doloroso destino del Gólgota, ya que él no estaría presente. No obstante, su alma también se vería traspasada por una espada. Escucharía al anciano con el corazón angustiado. ¿Cómo no iba a escuchar con indecible dolor lo que acababa de decir sobre su hijo adoptivo y su querida esposa ... ? La predicción le golpeaba tanto más cruelmente cuanto que lo que acababa de oír era al mismo tiempo tan vago y tan preciso, que se podía temer cualquier cosa.

Así pues, Jesús tendría que sufrir contradicción: sería rechazado por una parte de la nación que esperaba desde hacia mucho tiempo a su liberador. Los hombres, por su causa, quedarían separados en dos campos opuestos; unos blasfemarían de él, los otros le adorarían; para unos sería causa de salvación, para otros de caída.

Las palabras que Simeón ha dirigido a su esposa también le causan pena: acaba de oír que está condenada a sufrir intensamente. ¡Cómo hubiera preferido José que hubiese sido a él a quien le anunciaran todo eso! Al fin y al cabo su función consistía en soportarlo todo. Pero su esposa, tan dulce, tan pura, tan santa... ¿Era posible que Dios la destinara al dolor? ¿Por qué el anciano no se lo había dicho a él?

Con todo, la profecía de Simeón le hiere en lo más profundo de su ser. Las palabras que ha oído se graban en su espíritu y empiezan a angustiarle. En adelante? no podrá mirar a su esposa y al Niño sin que enseguida se yerga ante sus ojos el pensamiento de los anunciados dolores. Esperando ver surgir la espada de la profecía, proseguía su camino con una llaga en el corazón que nunca se cerrará.

A pesar de todo, no se queja ni se irrita. Permanece fuerte y sumiso. Ha recibido la misión de poner al niño el nombre de Jesús-Salvador y comprende instintivamente que la salvación sólo puede operarse mediante el sufrimiento. Pronuncia, pues, un generoso fiat y se siente dispuesto a seguir al Mesías y a su Madre en su vía dolorosa. "Señor —dice—, aunque sea un pobre hombre, indigno de colaborar en tus designios redentores, si necesitas una víctima, piensa en mí y no en ellos".

María y José entran en el Templo. La ceremonia se desarrolla sin pompa ni aparato. José deposita sobre el altar las dos tórtolas, excusándose ante el sacerdote por no poder ofrecer nada mejor a causa de su pobreza, y el sacerdote recita sobre María la oración prescrita. Luego, José saca de su bolsa los cinco siclos de plata exigidos para rescatar a Aquel que ha venido a rescatar al mundo.

La ceremonia ha terminado. Rápidamente, el sacerdote se aleja sin saber que acaba de verse implicado en el momento más glorioso de la historia del Templo. Ignora que el niño que acaba de mirar con indiferencia es el Verbo encarnado que al entrar en este mundo ha dicho a su Padre celestial: He aquí que vengo para hacer Tu voluntad.

Después, los dos esposos parten de nuevo hacia Belén , donde José ha decidido establecer provisionalmente su morada, pero el camino de vuelta no es tan alegre como el de ¡da. Hablan poco. Las palabras proféticas de Simeón continúan angustiándoles.

María lleva en brazos al niño y le estrecha contra su corazón pensando en el destino trágico que le espera. José, por su parte, va adquiriendo una conciencia cada vez más viva de su vocación. Sabe que su papel va a ser importante y difícil: conservar, alimentar y proteger hasta el día de su sacrificio a Aquel que se ha hecho oblación para los hombres.

Por la noche, ya de vuelta a su humilde morada de Belén, antes de retirarse a descansar, se inclina sobre la cuna de Jesús y, recordando el Cántico de Simeón, interpreta sus palabras aplicándoselas a él mismo: "No dejes, Señor, partir todavía a tu siervo, pues este Niño que me has confiado me necesitará hasta el día de su manifestación, cuando revele a los hombres que es la salvación de los pueblos y la luz de las naciones...".

 

Capitulo 17

HACIA EL EXILIO

“Levántate, toma al nido y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2, 13)

El día de la Presentación, Simeón, mostrando a Jesús, había dicho: Este niño será signo de contradicción. José no tardaría en experimentar la verdad de esta profecía.

Sin duda había oído hablar de Herodes, cuya vida estaba llena de escándalos, de abominaciones y de atrocidades. Tras asesinar a su mujer y a tres de sus hijos, una embajada judía fue a ver a Augusto y le dijo que la situación de los muertos era preferible a la de los vivos perseguidos por el tirano. José, sin embargo, no podía siquiera imaginarse que su cólera y su sanguinaria envidia estaban a punto de volverse contra Jesús.

¿Cuánto tiempo transcurrió entre la Presentación en el Templo y la llegada de los Magos? La liturgia, obligada a concentrar los misterios, celebra los dos acontecimientos con un breve intervalo, aunque debieron de transcurrir varios meses; algunos exegetas incluso hablan de un año o más.

El Evangelio que nos cuenta la visita de los Magos a Belén no menciona la presencia de José. Tal vez había encontrado un empleo y se hallaba trabajando. Pero si no estaba presente cuando llegaron, es inimaginable que no fuera avisado enseguida por María y se apresurara a acudir.

Como no estaba autorizado para desvelar el misterio de Dios, no diría a los Magos que él no era el padre de ese niño. Seguramente se sentiría un tanto intimidado por esos señores orientales que se presentaban con tan brillante séquito; se mantendría, modesto, discreto, en un segundo plano, pero su corazón se vería inundado de alegría, al constatar que, avisados por la estrella que se desplazaba en el firmamento, los grandes y los sabios de la tierra que acababan de llegar de un lejano país venían a unirse con los pobres y los pastores en tomo al hijo de María.

Debió sentirse estrechamente compenetrado con la fe cándida y vigorosa de los Magos, con el valor y la calma que los había empujado, a una simple señal, a ponerse en ruta a través del desierto; y a preguntar, una vez llegados a Jerusalén, no si había nacido el rey de los judíos, sino dónde. No  parecían estar extrañados ni decepcionados por haber emprendido un viaje tal para encontrarse ante un pobre niño que no hablaba todavía. Lejos de sorprenderse por la debilidad aparente de ese rey, se postraron delante de él, radiantes.

Habían venido cargados de presentes, como es habitual entre los orientales cuando visitan a un superior. A los pies de la cuna de Jesús, José vio el oro de Ofir, el incienso de Arabia y la mirra de Etiopía. El oro, como homenaje a la realeza del niño, el incienso para proclamar su divinidad, la mirra para honrar su humanidad.

Al ver estos presentes simbólicos, José renovaría en su corazón la ofrenda de todo su ser. "Yo también —diría silenciosamente— te reconozco, Jesús mío, como rey. Toma el oro de mi amor y mi sumisión. Adoro tu divinidad: toma el incienso de mi fe. Proclamo que eres Salvador: recibe la mirra de mis brazos y de todas mis energías, hasta la misma muerte, para colaborar en tu obra de salvación"...

No se trataba de una simple ofrenda verbal. Había llegado para José el tiempo de obrar en consecuencia. Los Magos, en efecto, habían sido avisados sobrenaturalmente para que no volvieran a ver a Herodes y regresaron por otro camino. Y José por su parte, recibió una advertencia más grave: Un ángel del Señor—escribe San Mateo— se le apareció en sueños y le dijo: "Levántate, toma al Nido y a su Madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te diga, pues Herodes va a buscar al Niño para matarle ". Él, enseguida, se levantó, tomó al Niño y a su Madre durante la noche y partió hacia Egipto.

Leyendo este texto del Evangelio, que narra el suceso de la manera más sencilla, como siempre, da la impresión de que se trata de la cosa más simple, más natural. Sin embargo, ¡qué fe y qué grandeza se deja entrever en José!

Lejos de escandalizarse por la orden que acaba de recibir, no piensa más que en ejecutarla. Cualquier otra persona se hubiese visto turbada y desconcertada. No era para menos. ¡El hijo de Dios huyendo ante los hombres! ¿Acaso no habían anunciado las Escrituras que haría reinar la paz ... ? Pero nada más nacer, los hombres le persiguen... ¿Acaso no había dicho el ángel que se llamaría Jesús, pues sería Salvador? ¡Extraño Salvador que tiene que huir y exiliarse aprovechando las sombras de la noche! ¿Qué hace, pues, su Padre, en lo alto de los cielos ... ? «Un ángel llegó de pronto —escribe Bossuet — , como un mensajero asustando, de tal forma que el cielo parece estar alarmado y el terror haberse extendido por él antes de pasar a la tierra». El que es dueño del rayo y tiene a su disposición legiones de ángeles, ¿podrá menos que un miserable reyezuelo de la tierra, orgulloso de su ridículo ejército... ? ¡Qué incoherente parece todo esto!

Por otra parte, ¿no tenía derecho José a lamentarse diciendo que se le sacaba de su sitio sin poder prepararse? No se le daba tiempo para organizar esta huida a una tierra extraña, se le avisaba en el último momento y se le ordenaba, con desenvoltura, que permaneciera en ella hasta nuevo aviso...

José, sin embargo, no piensa ni dice nada de esto. Ha leído en Isaías (55, 9) una idea que hace suya: Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros mis pensamientos. Por otra parte, apoyando su fe en la de María, cuyas menores expresiones aportan a su espíritu luces tranquilizadoras, no se arroga el derecho de juzgar, de criticar y menos aún de censurar los designios adorables de Dios; no se queja de este niño incómodo, que, desde su más tierna infancia, acarrea la persecución. Después de todo  —se dice— esta orden de partida nocturna para escapar de Herodes no es más desconcertante que el hecho mismo de la Encarnación. ¿No forma parte acaso del mismo misterio?

Sin duda a Dios le sería fácil desbaratar los proyectos de Herodes, ya que es todopoderoso y guía a los astros por el cielo, pero ha venido a la tierra para abrazar nuestra condición humana; es preciso, por tanto, que sea semejante a nosotros en todo. No tiene por qué hacer milagros para sustraerse a las persecuciones, ya que la victoria que viene a ganar sobre nuestros pecados quiere realizarla mediante la humildad y el anonadamiento. Pero, por otra parte, no debe morir ni ser asesinado con los Inocentes, ya que no ha hecho más que comenzar su tarea. Es él, José, a quien Dios precisamente ha elegido para ponerse al servicio de María y del niño, esos dos seres a quien quiere más que a sí mismo. Si el ángel no le ha dicho que va a acompañarles, es que debe ser él quien los proteja. No se le ha llamado a desempeñar el papel de padre del Hijo de Dios sin tener que sacrificarse para cumplir esta tarea con toda su grandeza. Por eso, no tiene más que un deseo, una aspiración, una pasión: servir a los designios de Dios, a cualquier precio »

Así pues, se levanta sin tardanza, despierta a María y le cuenta el sueño que acaba de tener. María se precipita hacia la cuna en que Jesús duerme apaciblemente, como ajeno  —Él, el Dios omnisciente— a todo lo que se trama contra El. Le toma en sus brazos procurando no despertarle y luego, apresuradamente, recogen lo más necesario —la ropa del niño, mantas, algunos vestidos, un poco de comida—, y lo meten en un saco de tosca arpillera. José esconde en su cinturón el oro de los Magos y sus escasos ahorros; duda un momento preguntándose si debe llevar sus útiles de trabajo, pero al final renuncia pensando que su peso y su volumen retrasarían la marcha. Finalmente, va al establo, desata al asno —ajeno a la caminata que le aguarda— y, en el silencio de la noche, procurando tomar las sendas más apartadas, sin hacer ruido, huye, llevando con él su doble tesoro...

jueves, 10 de septiembre de 2020

Respuesta del Arzobispo Viganò al Sitio Catholic Family News (Con comentarios)

 

Estimado Mr. Kokx,

Leo con vivo interés su artículo “Preguntas para Viganò: Su Excelencia acierta sobre el Vaticano II, pero ¿qué piensa que debe hacer un católico ahora?” que fue publicado por el sitio Catholic Family News el 22 de Agosto (liga del artículo). Estoy contento de responder sus preguntas, que abordan asuntos de gran importancia para los fieles.

Preguntan: “¿Cómo se vería, en la opinión del Arzobispo Viganò, “separarse” de la Iglesia Conciliar?” Les respondo con otra pregunta: “¿Qué significa el separarse de la Iglesia Católica según los seguidores del Concilio?” Si bien está claro que no es posible ninguna mezcla con aquellos que proponen doctrinas adulteradas del manifiesto ideológico conciliar, se debe notar que el simple hecho de ser bautizados y el ser miembros vivos de la Iglesia de Cristo no implica adhesión al equipo conciliar; esto es cierto sobre todo para todos los simples fieles y también para los clérigos seculares y regulares que, por varias razones, sinceramente se consideran Católicos y reconocen la Jerarquía. (NdB: en este párrafo hay que hacer una distinción, es obligación de todo fiel y clérigo separarse de esta secta que solo en apariencias se dice Católica.  El catecismo de San Pio X reza lo siguiente sobre el verdadero cristiano: "Es aquel que esta bautizado, cree y profesa la doctrina cristiana y reconoce a los legítimos pastores de la Iglesia." Los modernistas no creen ni profesan la Doctrina cristiana íntegra y completa.")

En vez, lo que se necesita clarificar es la posición de quiénes, declarándose Católicos, abrazan las doctrinas heterodoxas que se han extendido a lo largo de estas décadas. con la conciencia que estas representan una ruptura con el Magisterio precedente. En este caso, es lícito dudar de su real adhesión a la Iglesia Católica, en la que, sin embargo, desempeñan roles oficiales que les confieren autoridad. Es una autoridad ilícitamente ejercida si su propósito es forzar a los fieles a aceptar la revolución impuesta desde el Concilio.

Una vez que este punto ha sido clarificado, es evidente que no son los fieles tradicionales -estos son, Católicos verdaderos, en palabras de San Pío X- los que deben abandonar la Iglesia en la que tienen el completo derecho de permanecer y de la cual sería desafortunado separarse; sino los modernistas que usurpan el nombre de Católicos, precisamente porque solo el elemento burocrático les permite no ser considerados a la par de una secta herética. (NdB: por esto mismo no se deben hacer alianzas ni concesiones doctrinales con los modernistas. Tal cual lo hace la nueva FSSPX y sus satélites "indultados";  los modernistas están fuera de la Iglesia por cambiar la Fe, en apariencia están  dentro porque conservan la Jerarquia de la Iglesia; poseen la jerarquía pero la usan de forma ilícita. Pues el ministerio se les ha dado para la salvación de las almas no para su perdición.)

Este reclamo suyo, sirve de hecho para prevenir que terminen entre los cientos de movimientos heréticos que a lo largo de los siglos se han creído capaces de reformar la Iglesia a su propio placer, prefiriendo su orgullo a humildemente guardar la enseñanza de Nuestro Señor. Pero, así como no es posible reclamar la ciudadanía en una patria en la que uno desconoce su idioma, ley, fe y tradición, por eso es imposible que quienes no comparten la fe, la moral, la liturgia y la disciplina de la Iglesia Católica puedan arrogarse el derecho a permanecer dentro de ella e incluso a ascender los niveles de la jerarquía. (NdB: con otras palabras Mons Viganò afirma que los modernistas están fuera de la Iglesia)

Por lo tanto, no caigamos en la tentación de abandonar -aunque con justificada indignación-la Iglesia Católica, con el pretexto de que ha sido invadida por herejes y fornicadores: son ellos los que deben ser expulsados del recinto sagrado, en una obra de purificación y penitencia que debe comenzar con cada uno de nosotros. (NdB: no se abandona la Iglesia si conservamos: estar Bautizados, creer y profesar íntegramente la Doctrina Cristiana y reconocer a sus pastores legítimos. De aquí se puede deducir quien está fuera, quien se pone fuera y quien permanece. Ej. Sedevacantistas se colocan fuera de la Iglesia por no reconocer la jerarquía de sus legítimos pastores.)

También es evidente que hay extensos casos en los que los fieles encuentran graves problemas para frecuentar su iglesia parroquial, así como cada vez son menos las iglesias donde se celebra la Santa Misa en el Rito Católico. Los horrores que han estado desenfrenados durante décadas en muchas de nuestras parroquias y santuarios hacen imposible incluso asistir a una “Eucaristía” sin ser perturbado y sin poner en riesgo la fe de uno, así como es muy difícil garantizar una educación católica, los Sacramento ser dignamente celebrados y una sólida guía espiritual para uno mismo y sus hijos. En estos casos, los laicos fieles tienen el derecho y el deber de encontrar sacerdotes, comunidades e institutos fieles al Magisterio perenne. Y que sepan cómo acompañar la loable celebración de la liturgia en el Antiguo Rito con apego a la sana doctrina y moral, sin ningún hundimiento en el frente del Concilio. (NdB: los fieles tienen más obligación que derecho de encontrar párrocos fieles a la Doctrina Católica de siempre. La pauta no debe ser únicamente el rito Católico, sino que se preserve la Fe, tal como lo recomendaba Mons Lefebvre.)

La situación ciertamente es más compleja para los clérigos, quienes dependen jerárquicamente de su obispo o superior religioso, pero que al mismo tiempo tienen el derecho de permanecer Católicos y ser capaces de celebrar de acuerdo al Rito Católico. (NdB: tanto los clérigos como los fieles tienen la obligación de obedecer a Dios antes que a los hombres. No hay atenuante para los clérigos, la obediencia al Superior está en orden a la Virtud de la Justicia; la fidelidad a Dios esta en orden a la virtud teologal de la Fe.)

Por un lado, los laicos tienen más libertad de movimiento para elegir la comunidad a la que acuden para la Misa, los sacramentos y la instrucción religiosa, pero menos autonomía por el hecho de que todavía tienen que depender de un sacerdote; por otro lado, los clérigos tienen menos libertad de movimiento, ya que están incardinados en una diócesis u orden y están sujetos a la autoridad eclesiástica, pero tienen más autonomía por el hecho de que pueden decidir legítimamente celebrar la Misa y administrar los sacramentos en el Rito Tridentino y predicar de acuerdo con la sana doctrina. El Motu Proprio Summorum Pontificum reafirmó que los fieles y sacerdotes tienen el derecho inalienable -que no puede ser negado- de aprovechar la liturgia que expresa más perfectamente su fe católica. Pero este derecho debe usarse hoy no solo y no tanto para preservar la forma extraordinaria del rito, sino para atestiguar la adhesión al depositum fidei que encuentra correspondencia perfecta solo en el Rito Antiguo.

Diariamente, recibo sentidas cartas sentidas de sacerdotes y religiosos que son marginados, transferidos o condenados al ostracismo por su fidelidad a la Iglesia: la tentación de encontrar un ubi consistam (un lugar para quedarse) lejos del clamor de los innovadores es fuerte, pero debemos tomar un ejemplo de las persecuciones que muchos santos han sufrido, incluido San Atanasio, quien nos ofrece un modelo de cómo comportarnos ante la herejía generalizada y la furia perseguidora. Como ha recordado muchas veces mi venerado hermano el obispo Athanasius Schneider, el arrianismo que afligió a la Iglesia en la época del Santo Doctor de Alejandría en Egipto estaba tan extendido entre los obispos que casi nos hace creer que la ortodoxia católica había desaparecido por completo. Pero fue gracias a la fidelidad y al testimonio heroico de los pocos obispos que se mantuvieron fieles que la Iglesia supo volver a levantarse. Sin este testimonio, el arrianismo no habría sido derrotado; sin nuestro testimonio hoy, el Modernismo y la apostasía globalista de este pontificado no serán derrotados.

Por lo tanto, no se trata de trabajar desde dentro o fuera de la Iglesia: los enólogos están llamados a trabajar en la Viña del Señor, y es allí donde deben permanecer incluso a costa de sus vidas; los pastores están llamados a pastorear el rebaño del Señor, a mantener a raya a los lobos hambrientos y a expulsar a los mercenarios que no se preocupan por la salvación de las ovejas y los corderos. (NdB: de nuevo hay que aclarar que la iglesia oficial, es la conciliar, no es la iglesia verdadera, ¿que tienen en común Dios y Belial?)

Esta obra oculta y muchas veces silenciosa ha sido realizada por la Fraternidad San Pío X, que merece un reconocimiento por no haber permitido que se apagara la llama de la Tradición en un momento en el que celebrar la Misa antigua se consideraba subversivo y motivo de excomunión. Sus sacerdotes han sido una saludable espina en el costado para una jerarquía que ha visto en ellos un punto de comparación inaceptable para los fieles, un reproche constante por la traición cometida contra el pueblo de Dios, una alternativa inadmisible al nuevo camino conciliar. Y si su fidelidad hizo inevitable la desobediencia al Papa con las consagraciones episcopales, gracias a ellas la Fraternidad pudo protegerse del furioso ataque de los Innovadores y por su misma existencia permitió la posibilidad de la liberalización del Rito Antiguo, que hasta entonces estaba prohibido. Su presencia también permitió que emergieran las contradicciones y errores de la secta conciliar, siempre guiñando a los herejes e idólatras, pero implacablemente rígida e intolerante hacia la Verdad Católica. (NdB: Mons Viganò se debe referir a la FSSPX que era fiel a los principios catolicos y a su fundador; desde hace años se ha cambiado a un rumbo distinto).

Considero al Arzobispo Lefebvre un confesor ejemplar de la fe, y creo que a estas alturas es evidente que su denuncia del Concilio y la apostasía modernista es más relevante que nunca. No hay que olvidar que la persecución a la que fue sometido Monseñor Lefebvre por la Santa Sede y el episcopado mundial sirvió sobre todo de disuasión para los católicos que se resistían a la revolución conciliar.

También estoy de acuerdo con la observación de Su Excelencia el Obispo Bernard Tissier de Mallerais sobre la copresencia de dos entidades en Roma: la Iglesia de Cristo ha sido ocupada y eclipsada por la estructura conciliar modernista, que se ha establecido en la misma jerarquía y utiliza la autoridad de sus ministros para prevalecer sobre la Esposa de Cristo y Nuestra Madre.

La Iglesia de Cristo- que no solo subsiste en la Iglesia Católica, pero que es exclusivamente la Iglesia Católica- sólo es oscurecida y eclipsada por una extraña y extravagante Iglesia establecida en Roma, según la visión de la Beata Ana Catalina Emmerich. (NdB: el término subsiste es un término modernista inoculado por Benedicto XVI, la Iglesia Catolica es la Iglesia de Cristo, la iglesia Conciliar es la contra-iglesia sincretista de orígenes masónicos tal cual lo denunció Mons Lefebvre).

 Coexiste, como el trigo con la cizaña, en la Curia romana, en las diócesis, en las parroquias. No podemos juzgar a nuestros pastores por sus intenciones, ni suponer que todos ellos sean corruptos en la fe y la moral; por el contrario, podemos esperar que muchos de ellos, hasta ahora intimidados y en silencio, entenderán, a medida que la confusión y la apostasía continúen extendiéndose, el engaño al que han sido sometidos y finalmente se sacudirán de su sueño. (NdB: los que resisten a la furia conciliar no juzgan intenciones, juzgan acciones evidentes en contra de la Fe. Cuando la fe está en peligro se tiene la obligación de defenderla públicamente).

Hay muchos laicos que están alzando la voz; otros seguirán necesariamente, junto con buenos sacerdotes, ciertamente presentes en cada diócesis. Este despertar de la Iglesia militante - me atrevería a llamarlo casi una resurrección - es necesario, urgente e inevitable: ningún hijo tolera que su madre sea ultrajada por los sirvientes, o que su padre sea tiranizado por los administradores de sus bienes. El Señor nos ofrece, en estas dolorosas situaciones, la posibilidad de ser sus aliados en esta santa batalla bajo su estandarte: el Rey vencedor del error y la muerte nos permite compartir el honor de la victoria triunfal y la recompensa eterna que se deriva de ella, después de haber perseverado y sufrido con él.

Pero para merecer la gloria inmortal del Cielo estamos llamados a redescubrir- en una época castrada y desprovista de valores como el honor, la fidelidad a la palabra y el heroísmo- un aspecto fundamental de la fe de todo bautizado: la vida cristiana es una milicia, y con el sacramento de la Confirmación estamos llamados a ser soldados de Cristo, bajo cuya insignia debemos luchar. 

Por supuesto, en la mayoría de los casos se trata esencialmente de una batalla espiritual,  pero a lo largo de la historia hemos visto con qué frecuencia, ante la violación de los derechos soberanos de Dios y la libertad de la Iglesia, también fue necesario tomar las armas: esto nos lo enseña la enérgica resistencia para repeler las invasiones islámicas en Lepanto y en las afueras de Viena, la persecución de los Cristeros en México, de los Católicos en España, y aún hoy por la cruel guerra contra los Cristianos en todo el mundo. Nunca como hoy podremos entender el odio teológico proveniente de los enemigos de Dios, inspirados por Satanás. 

El ataque a todo lo que recuerda la Cruz de Cristo- sobre la virtud, sobre lo bueno y lo bello, sobre la pureza-debe impulsarnos a levantarnos, en un acto de orgullo, para reclamar nuestro derecho no solo a no ser perseguidos por nuestros enemigos externos, sino también y sobre todo a tener pastores fuertes y valientes, santos y temerosos de Dios, que harán exactamente lo que sus predecesores han hecho durante siglos: predicar el Evangelio de Cristo, convertir personas y naciones, y expandir el Reino del Dios vivo y verdadero por todo el mundo.

Todos estamos llamados a hacer un acto de Fortaleza - virtud cardinal olvidada, que no por casualidad en griego recuerda la fuerza viril, ἀνδρεία - en saber cómo resistir a los modernistas: una resistencia que tiene sus raíces en la Caridad y la Verdad, que son atributos de Dios.

Si solo celebras la Misa Tridentina y predicas la sana doctrina sin ni siquiera mencionar el Concilio, ¿qué pueden hacerte ellos? Echarte de tus iglesias, tal vez, ¿y luego qué? Nadie puede impedirte nunca renovar el Santo Sacrificio, aunque sea en un altar improvisado en un sótano o un ático, como hicieron los sacerdotes refractarios durante la Revolución Francesa, o como sucede todavía hoy en China. Y si intentan distanciarte, resiste: el derecho canónico sirve para garantizar el gobierno de la Iglesia en la búsqueda de sus propósitos primordiales, no para demolerlo. Dejemos de temer que la culpa del cisma sea de quienes lo denuncian, y no, en cambio, de quienes lo llevan a cabo: ¡los que son cismáticos y herejes son los que hieren y crucifican el Cuerpo Místico de Cristo, no los que lo defienden denunciando a los verdugos!

Los laicos pueden esperar que sus ministros se comporten como tales, prefiriendo a aquellos que prueben que no están contaminados por los errores presentes. Si una Misa se convierte en ocasión de tortura para los fieles, si se ven obligados a asistir a sacrilegios o a sustentar herejías y divagaciones indignas de la Casa del Señor, es mil veces preferible acudir a una iglesia donde el sacerdote celebre dignamente el Santo Sacrificio, en el rito que nos da la Tradición, con predicación conforme a la sana doctrina. 

Cuando los párrocos y obispos se den cuenta de que el pueblo cristiano exige el Pan de la Fe, y no las piedras y los escorpiones de la neo-iglesia, dejarán de lado sus miedos y cumplirán con las legítimas peticiones de los fieles. Los otros, verdaderos mercenarios, se mostrarán por lo que son y podrán reunir a su alrededor solo a aquellos que comparten sus errores y perversiones. Se extinguirán por sí mismos: el Señor seca el pantano y hace que la tierra en la que crecen las zarzas se vuelva árida; extingue vocaciones en seminarios corruptos y en conventos rebeldes a la Regla.

Los fieles laicos tienen hoy una tarea sagrada: consolar a los buenos sacerdotes y a los buenos obispos, reuniéndose como ovejas en torno a sus pastores. Dales hospitalidad, ayúdalos, consuela en sus pruebas. Crea comunidad en la que no predomine la murmuración y la división, sino la caridad fraterna en el vínculo de la fe. Y como en el orden establecido por Dios - κόσμος - los sujetos deben obediencia a la autoridad y no pueden hacer otra cosa que resistirla cuando abusa de su poder, no se les imputará culpa alguna por la infidelidad de sus líderes, sobre quienes recae la gravísima responsabilidad por la forma en que ejercen el poder vicario que les ha sido dado.

No debemos rebelarnos, sino oponernos; no debemos complacernos con los errores de nuestros pastores, sino orar por ellos y amonestarlos respetuosamente; no debemos cuestionar su autoridad sino la forma en que la usan.

Estoy seguro, con una certeza que me viene de la fe, que el Señor no dejará de premiar nuestra fidelidad, después de habernos castigado por las faltas de los hombres de Iglesia, otorgándonos santos sacerdotes, santos obispos, santos cardenales, y sobre todo un Papa santo. Pero estos santos surgirán de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestras iglesias: familias, comunidades e iglesias en las que la gracia de Dios debe cultivarse con la oración constante, con la frecuencia de la Santa Misa y los sacramentos, con la ofrenda de sacrificios y penitencias que la Comunión de los Santos nos permite ofrecer a la Divina Majestad para expiar nuestros pecados y los de nuestros hermanos, incluidos los que ejercen la autoridad. Los laicos tienen un papel fundamental en esto, custodiando la Fe en sus familias, de tal manera que nuestros jóvenes, educados en el amor y en el temor de Dios, sean algún día padres y madres responsables, pero también dignos ministros del Señor, sus heraldos en las órdenes religiosas masculinas y femeninas, y sus apóstoles en la sociedad civil.

La cura para la rebelión es la obediencia. La cura para la herejía es la fidelidad a la enseñanza de la Tradición. La cura del cisma es la devoción filial por los Sagrados Pastores. La cura para la apostasía es el amor a Dios y a su Santísima Madre. La cura para el vicio es la práctica humilde de la virtud. La cura para la corrupción de la moral es vivir constantemente en la presencia de Dios. Pero la obediencia no puede pervertirse en un servilismo impasible; el respeto por la autoridad no puede pervertirse en la reverencia del tribunal. Y no olvidemos que si es deber de los laicos obedecer a sus pastores, es aún más grave deber de los pastores obedecer a Dios, usque ad effusionem sanguinis.

+ Carlo Maria Viganò, Archbishop

Septiembre 1, 2020

Traducido al Inglés por Giuseppe Pellegrino


lunes, 7 de septiembre de 2020

LOS SILENCIOS DE SAN JOSE (CAPITULO 14 Y 15)

 

(“Trente visites a Joseph le Silencieux”)
Padre Michel Gasnier, O,F

Capitulo 14

LA NOCHE TACHONADA DE ESTRELLAS

“Encontraron a María, a José, y al Nido acostado en un pesebre”  (Lc 2, 16)

Llegados al establo, José se dedicó a acondicionar en la medida de lo posible, el miserable refugio. Alumbró un candil y lo colgó de un clavo en la pared; barrió el suelo en un rincón y, con un poco de paja limpia, preparó a María una especie de lecho.

María le había dicho que creía que el Niño estaba a punto de nacer y José comprendió que Dios, que la había fecundado, debía ser el único testigo de un alumbramiento cuyo carácter maravilloso no podía imaginar. Así pues, salió para buscar no lejos de allí otro lugar abrigado bajo la roca, pero no pudo dormir: su corazón palpitaba de emoción. Pronto, un presentimiento le hizo comprender que ya podía volver al establo. Corrió hacia él, empujó la puerta carcomida y a la débil luz del candil pudo vislumbrar una escena grandiosa en su sencillez: El niño acababa de> nacer; su Madre, a falta de otra cosa, le había recostado sobre la paja de un pesebre y, de rodillas, con las manos juntas y los ojos bajos ante la cuna improvisada, parecía sumida en un éxtasis de adoración. Cerca también del niño, rumiaban dos animales como queriendo templar con su aliento el rigor de aquella noche invernal.

María, sin perder su integridad virginal y sin necesidad de ninguna ayuda, le había dado a luz milagrosamente: no había tenido que pagar los tributos a que ordinariamente se ven obligadas otras madres. Con sus propias manos, lo había envuelto en pañales y reclinado en el pesebre. Había nacido en plena noche, como haciendo eco a la palabra profética: El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande. Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz (Is 9, 2). Los días de invierno dejaban de ser cada vez más cortos, el sol iniciaba el regreso de su largo viaje.

María, al oír llegar a José, se volvió hacia él y le sonrió. Luego, tomando el cuerpo minúsculo del niño del fondo del estrecho pesebre, se lo entregó...

Imaginando esta escena, no se puede por menos de pensar en otra parecida que puso fin al paraíso terrenal: Eva ofreciendo a Adán el fruto prohibido. Ahora, en Belén, la segunda Eva entrega a José, y en su persona a todos los hombres que han de ser salvados, el fruto bendito de su vientre...

José aparece así como el primer beneficiario del nacimiento de Jesús. Por otra parte, el gesto de María, ofreciéndole antes que a nadie el niño, le designa a nuestra veneración como el primero en grandeza en el orden espiritual.

Hay que reconocer que los niños, al nacer, son más bien feos: una pequeña masa de carne enrojecida y llorosa que carece de la gracia encantadora que tendrán después. El hermano de todos los niños rescatados por El no sería una excepción. Con todo, José no duda en reconocer en él al Hijo de Dios, diciéndote a Maria, convencido, que es el niño más bello del mundo...

Tomando, pues, al niño en sus brazos, le apretó contra su pecho mientras se le saltaban las lágrimas de emoción. Luego, temiendo hacerle daño, sintiéndose indigno de tanto honor, se lo devolvió a María, y se entregaron ambos a una dulce vigilia de oración y contemplación. No se cansaban de mirar aquel frágil angelote de cuyos labios se escapaban débiles vagidos. No se diferencia en nada de los demás niños, a no ser que, en el terreno de la pobreza, nadie, al nacer, podía disputarle el primer puesto.

¿Era posible que ese niño fuese el Enviado de Dios, ese Mesías regio cuya gloria había cantado su antepasado el rey David? El Señor me ha dicho: Tú eres, mi Hijo, engendrado desde toda la eternidad. Pídeme y te daré las naciones en herencia y por dominio la tierra entera hasta sus últimos confines(Sal 2).

En aquel momento, la espera del Mesías era universal, pero nadie habría imaginado que su advenimiento pudiera ser tan humilde. Israel vivía bajo la opresión de la dominación romana. Por eso, los judíos pensaban que el liberador prometido por Dios vengaría el orgullo nacional: sería terrible y triunfante, rico y poderoso; pondría a Israel al frente de las naciones y le aseguraría la fuerza, la riqueza, la abundancia y la prosperidad. ¿Cómo, pues, creer en un Mesías que no tendría cetro ni corona, armas ni palacios, y cuyo nacimiento recordaba el de un vagabundo ... ? «En el estado en que le vio José —dice Bossuet—, me cuesta comprender cómo creyó tan fielmente en él».

Pero la fe de José es inexpugnable, no vacila ni conoce ningún cambio. Aparte de que su vida anterior de justicia, de pureza y rectitud ha sido una larga preparación para el reconocimiento del Mesías, todo lo que María le ha revelado ilumina el espectáculo que tiene ante sus ojos con una luz sobrenatural. Comprende que bajo aquella apariencia humilde se oculta una insondable riqueza. No duda en adorar a quien, prisionero en sus pañales, viene a liberar a los hombres, a quien, iluminado por la pálida luz de un candil en la tierra, habita en el cielo rodeado de una luz inaccesible.

Como María le ha enseñado en su Magnificat, exalta' la potencia y la inmensidad divinas en la misma medida en que se ocultan bajo una pequeñez desconcertante. Reconoce en el recién nacido, que no es capaz de expresarse más que mediante sonidos ininteligibles, la Sabiduría increada del Verbo que el Padre pronuncia en un eterno Hoy.

Su fe traspasa las apariencias y penetra hasta la divinidad. Sus labios se abren para pronunciar los títulos que el Ángel de la Anunciación ha enumerado: Hijo de David, Hijo del Altísimo, Aquel cuyo reino no tendrá fin, Hijo de Dios, Jesús-Salvador...

Este divino Niño que a guisa de palacio y de manto real se envuelve en pañales y nace en un establo, cuya única aureola son unas briznas de paja, baja del cielo para enseñar precisamente a los hombres que la verdadera grandeza no necesita brillantes escenarios, que se oculta bajo sencillas apariencias, y que la verdadera riqueza reside en el desprendimiento.

Si los habitantes de Belén no le han recibido en sus moradas, es porque quiere mendigar nuestro amor, no imponerlo. Si llora es porque quiere lavar con sus lágrimas nuestra alma.

José, probablemente, no comprende del todo estos misterios, pero le basta con presentirlos para emocionarse. Los adora en silencio, que es su primer cántico religioso. Pero al tiempo que adora, se afirma en él la conciencia del ministerio que deberá ejercer: Dios le ha confiado a Su Hijo para ponerle bajo su protección. ¡Con qué fervor responde a las exigencias de esta vocación!

Cuando contempla recostado en el pesebre al niño del que debe ser tutor, afluyen a su corazón sentimientos de fuerza y de calma; se llena de tanta emoción como si fuera de su misma sangre; tendrá para él entrañas de padre. Lo que no es por la naturaleza, lo será por la fuerza del amor. Sólo vivirá para él. Renueva a Dios la promesa de darle todos los instantes de su existencia, la fuerza de sus brazos, el sudor de su frente, la sangre de sus venas. Sólo le pide su gracia, para poder estar a la altura de su misión.

 

Capitulo 15

LAS PRIMERAS GOTAS DE SANGRE DEL SALVADOR

“Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al niño...  José le puso por nombre Jesús” (Lc 2, 21; Mt 1, 25)

Mientras que María y José, incansables, continuaban en contemplativa vigilia junto al Hijo de Dios encarnado, los Ángeles del Señor, no lejos de allí, en lo hondo de un valle, se aparecían a un grupo de pastores que cuidaban de sus, rebaños. Escuchad  la gran noticia—les dijeron— y alegraos: os ha nacido un Salvador. Le reconoceréis por estas serlas: está envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Las  primeras invitaciones que Dios hacía en la tierra para ir a visitar a su Hijo revestido de la naturaleza humana iban dirigidas a los más pequeños, a los humildes de recto corazón, a los que los Salinos llaman "los pobres de Yahveh": los privilegiados cuyo oficio les identificaba con el antepasado del Mesías, David, el rey-pastor; aquellos entre los cuales se colocaría también Aquel que un día habría de decir: Yo soy el Buen Pastor...

Los pastores respondieron inmediatamente a la invitación. No les fue difícil encontrar al recién nacido que el ángel les había descrito. Varias personas se encargarían de informarles. Les dirían que, efectivamente ' un hombre, al anochecer, había llamado a varias puertas pidiendo albergue para él y su joven esposa, la cual estaba a punto de dar a luz, pero que no habiendo logrado su propósito, les habían visto dirigirse hacia un establo horadado en la roca... Y allí, en efecto, los pastores encontraron a María y a José con el niño, como nos cuenta el Evangelio.

José les recibiría y les contaría en pocas palabras cómo se había visto obligado a buscar cobijo en tan miserable lugar; luego les llevaría hasta su esposa...

Cuando María, con expresión radiante, ejerciendo por primera vez ante los hombres su función de Madre de Dios y Mediadora, tomó en sus brazos al recién nacido para que lo vieran, José acercaría el candil al rostro del pequeño, e, instintivamente, los visitantes, se postrarían de rodillas.

A José, esta intervención de los pastores le parecería como una visita del mismo Dios. Su corazón se inundaría de emoción, pues planeaba sobre el establo un no se qué de grandioso entre tanta simplicidad. Luego, recibiría con gratitud los presentes de los pastores: leche, manteca, miel, lana, un corderillo tal vez... Finalmente, les preguntaría también si conocían alguna morada más decente en Belén. Y mientras los pastores volvían junto sus rebaños llenos de alegría, contando a todo el mundo lo que habían visto y oído, José se dirigía a Belén para inscribir al niño en el registro civil y visitar una casa vacía que le habían indicado, de cuyo emplazamiento habla la tradición. Allí, al parecer, debió vivir la Sagrada Familia luego de abandonar el establo.

También se informaría sobre la posibilidad de ganarse la vida en Belén, pues pudiendo trabajar, se habría avergonzado de  vivir de limosna. Además, la estación lluviosa y fría no hacía aconsejable regresar a Nazaret hasta que el niño fuese un poco mayor.

Es seguro que la Sagrada Familia permaneció en Belén hasta su huída a Egipto; incluso al volver del exilio, José pensé quedarse allí definitivamente. Tal vez creyera que así cumpliría mejor su misión, pues las Sagradas Escrituras designaban a Belén, la ciudad de David, como privilegiada entre todas.  Pensaría, pues, que allí, después de nacer, debía vivir el Mesías a fin de que los hombres le reconocieran.

Al cumplirse el octavo día a partir del nacimiento, era preciso, según la Ley, circuncidar al niño. Era un rito que Yahveh había prescrito a Abraham para que su sello quedase impreso en la carne del pueblo elegido en señal de perpetua alianza.

José hubiera podido pensar que como el recién nacido era Hijo de Dios, no tenía necesidad de someterse a ese rito, pero comprendía que no había llegado el momento de revelar su identidad. Si Dios había querido ocultar el misterio de su nacimiento bajo el velo del matrimonio, el sustraerse ostensiblemente a las leyes de Israel hubiese sido contradecir los designios de Dios.

Según la costumbre, convocaría a los parientes y amigos que habitaban en los alrededores, entre ellos, probablemente, Zacarías e Isabel, dando, con tal motivo, una pequeña fiesta familiar semejante a las que se celebran hoy con ocasión del bautismo.

A José correspondía —y no a un sacerdote, como el arte ha hecho suponer— el honor de imprimir en el cuerpo del niño el signo tradicional del pueblo de Dios. Al hacer la incisión, diría: "Bendito sea Yahveh, el Señor, que ha santificado a su bienamado desde el seno de su madre y grabado su Ley en nuestra carne. Marca a sus hijos con el signo de la Alianza para comunicarles las bendiciones de Abraham, nuestro padre". Y los asistentes responderían con el salmista: "Bienaventurado el que has escogido para hijo".

Al tiempo que José hacía la incisión, pronunciaría el nombre que el cielo, lo mismo que a María, le había ordenado imponerle. A María, el ángel de la Anunciación le había dicho: "Darás al hijo que alumbrarás el nombre de Jesús". Y a José: "María dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús". En este punto, pues, Dios había conferido a José un derecho igual al de María, afirmando así que la autoridad que tenía sobre el niño era la de un verdadero padre, pues se trataba, en este caso, de una función paternal.

No es necesario creer que José, al cortar la carne e imponer un nombre al niño tuviese una noción clara y precisa del valor simbólico de lo que hacía. Se contentaría, quizá, con deplorar el tener que hacerle sufrir, aunque actuase con espíritu religioso de plena obediencia a la Ley. Su corazón sufriría al oír llorar al niño y ver correr su sangre. Es a nosotros a ~ corresponde penetrar en el significado del rito realizado por José.

En el pueblo hebreo, el nombre tenía una importancia primordial: su significado provenía generalmente de las circunstancias del nacimiento del niño o del futuro que se le pronosticaba. En este caso, sin embargo, era Dios mismo quien había escogido para su Hijo el nombre que había de tener, dejando a José la gloria de imponérselo: se trataba de un nombre que era la expresión exacta de su misión de Salvador, nombre que figuraría un día en la inscripción clavada en la Cruz y de1cual nos dirá San Pablo que está por encima de todo nombre y que, al. pronunciarlo, toda rodilla debe doblarse en el cielo, en la tierra y en los infiernos; un nombre, en fin, que multitud de hombres habrían de repetir con alegría y lágrimas de amor hasta la consumación de los siglos.

El nombre de Jesús era bastante corriente en Israel. Otros lo habían tenido y lo tienen todavía. Había sido el de Josué, hijo de Nun, y el del hijo de Josadech, pero esas figuras anunciaban al que vendría a salvar no de la miseria, el cansancio o el exilio, sino del pecado y la muerte eterna. Sabiendo a ciencia cierta que el destino del niño verificaría el nombre que le iba a imponer —pues ese nombre estaba como inscrito en su carne le dijo por primera vez: le llamarás Jesús. Que es como si le hubiera dicho: "Serás el Salvador del mundo. Hacia ti tienden todas las esperanzas de salvación expresadas en las Escrituras".

Y como José era ministro de un Dios que quería que su Hijo viniese a la tierra bajo el signo del dolor, era preciso que la imposición del nombre estuviese acompañada de un comienzo de sufrimiento. Uniendo, pues, el gesto a la palabra, inauguró el misterio de la redención del mundo haciendo verter las primeras gotas de esa Sangre redentora que tendría todos sus efectos en la Pasión dolorosa. Hizo brotar de su fuente el río de salvación y de misericordia que ya nunca dejaría de correr en favor del mundo: el niño que lloraba y pataleaba al recibir su nombre iniciaba su oficio de Salvador.

Cuando terminó la ceremonia, los invitados se fueron y María se puso a curar la herida del niño. ¡Con qué entusiasmo pronunciaría José las dos sílabas del nombre que acababa de imponerle! ¡Cuántas maravillas y promesas descubriría en el nombre de Jesús...! Experimentaría a la letra lo que San Bernardo expresaría más tarde: que ese nombre es música para los oídos, miel para los labios, encanto para el corazón...

Cada vez que pronunciaba el nombre dé Jesús, se acordaba del misterio que encerraba y anunciaba en sus dos sílabas. Como María en la Anunciación, aceptaba todos los posibles sufrimientos que supondría para el niño su misión de Salvador, los cuales probablemente repercutirían en su corazón de padre, como ya lo acababa de experimentar.

martes, 1 de septiembre de 2020

Receta para los tiempos de crisis actuales

Amazon.com: Jesús rezando Tole de papel 3d Kit – 8 x 10: Arte, Manualidades  y Costura

Estimados hermanos en Jesucristo Nuestro Señor:

   La Divina Providencia nos ha elegido para vivir en estos  tiempos difíciles. Debemos preparar nuestras almas para fuertes acontecimientos que se avecinan (persecución religiosa, catástrofes naturales, enfermedades, muerte de seres queridos, falta de Sacramentos verdaderos, falta de sana doctrina... etc.
 ¿Qué tenemos que hacer? Nada nuevo. Hagamos lo que han hecho todos los santos a lo largo de la historia de la Cristiandad. Seamos hombres y mujeres de oración. ¡A mayores pruebas, mayores gracias!  Nuestro Señor Jesucristo nunca abandona a los hijos que le imploran su ayuda.

    Recordemos lo que nos dice San Buenaventura: “Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, sé hombre de oración. –Si quieres obtener el valor y las fuerzas necesarias para vencer las tentaciones del demonio, sé hombre de oración. –Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus inclinaciones y apetitos, sé hombre de oración. –Si quieres conocer las astucias de Satán y descubrir sus engaños, sé hombre de oración. –Si quieres vivir alegre y andar con facilidad por las sendas de la penitencia, sé hombre de oración. –Si quieres arrojar de tu alma las moscas importunas de los pensamientos y cuidados vanos, sé hombre de oración. –Si quieres llenar tu alma de la mejor devoción y tenerla siempre ocupada de buenos pensamientos y buenos deseos, sé hombre de oración. –Si quieres afirmarte y fortificarte en los caminos de Dios, sé hombre de oración. –Por último, si quieres arrancar de tu alma todos los vicios y plantar en ella todas las virtudes, sé hombre de oración. En la oración es donde se recibe la unión y la gracia del Espíritu Santo que nos lo enseña todo; digo más, si quieres elevarte a las alturas de la contemplación y gozar los dulces abrazos del Esposo, ejercítate en la oración. Ella es la senda por la cual llega el alma a contemplar y gustar las cosas celestiales.”
    San Pedro de Alcántara nos dice: “En la oración, el alma se purifica de sus pecados, se alimenta de la caridad, se afirma en la fe, se fortifica en la esperanza; el espíritu se ensancha, el corazón se purifica, la verdad aparece, la tentación se vence, la tristeza se disipa, los sentidos se renuevan, las fuerzas perdidas se recobran, la tibieza cesa, el orín de los vicios desaparece. De la oración salen como vivas centellas los deseos del cielo. En ella se descubren los secretos y Dios siempre está atento para escucharla…”.


(Tomado del libro Los Caminos de la Oración Mental por Don Vital Lehodey)

LA ENTREVISTA PROHIBIDA AL ARZOBISPO MARCEL LEFEBVRE

NOTA ORIGINAL DE UT QUIS FIDELES. Es muy triste y lamentable que la Fraternidad, desde la muerte de Mons. Lefebvre hasta nuestros días, haya seguido el camino contrario al de su fundador, pues ni remotamente se ve un retorno de la Roma modernista actual a la tradición bimilenaria de la Iglesia de siempre ni mucho menos una defensa firme de la fe de siempre. Una obstinación de los superiores de la congregación en tratar con esta Roma modernista que “excomulgó” al fundador no la podemos imputar a una ingenua ignorancia, sino a una complicidad culpable y deplorable dejando de lado su liberalismo recalcitrante fríamente premeditado plagado del globalismo tan hartamente promovido por la Roma moderna.

Mons. Lefebvre menciona lo siguiente cuando se le pregunta acerca de los Cardenales y Obispos que lo apoyan, pero que, pero por el momento desean permanecer en el anonimato. En esta posición están varios sacerdotes en la actual Fraternidad, no están de acuerdo en los procedimientos de sus superiores en relación a Roma, pero tienen miedo de perder una posición que piensan puede serles útil en un momento posterior. Y ¿cuando llegara ese momento posterior? ¡Qué paradoja tan espantosa! porque de la misma manera pensaron tanto Cardenales, como Obispos y sacerdotes, pero, una vez muertos, nada pudieron hacer para hacer volver a la tradición a la Roma actual que descaradamente es mucho mas modernista que antes. No se sinceramente que dirán a Nuestro Señor el día que se presenten ante Él? Mons. Marcel Lefebvre muchas veces nos llegó a decir: “No quiero que el día de mi juicio Nuestro Señor me diga: HAS CONTRIBUIDO A DESTRUIR MI IGLESIA” 
No tener en cuenta esa acusación de nuestro Salvador en ese momento crucial para nuestra salvación es verdaderamente TEMERARIO.

MONS. MARCEL LEFEBVRE
NOTA. Está entrevista al Arzobispo Marcel Lefebvre la hubiera publicado la revista Catholic Press en 1978 si la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos no hubiese amenazado a su editor con la excomunión.

Catholic Press: Vd. ha debatido y tomado parte en las deliberaciones del Concilio Vaticano II, ¿cierto?

Mons. Lefebvre: Sí.

Catholic Press: ¿No firmó ni aceptó las decisiones de este Concilio?

Mons. Lefebvre: No. En primer lugar, yo no he firmado todos los documentos del Vaticano II a causa de las dos últimas actas.
El primero, respecto a la “Religión y Libertad” (“La libertad religiosa”, que será publicado como «Dignitátis Humánæ») no lo firmé. Tampoco firmé el otro, el de “La Iglesia en el mundo contemporáneo”. Este segundo documento es, según mi opinión, el más inspirado por el modernismo y el liberalismo.

Catholic Press: ¿Vd. es conocido no solo por no firmar los documentos, sino por oponerse públicamente a ellos?

Mons. Lefebvre: Sì. En un libro que he publicado en Francia acuso al Concilio de errores sobre estas resoluciones, y he suministrado todos los documentos con los cuales ataco la posición del Concilio, principalmente las dos resoluciones sobre las cuestiones de la libertad religiosa y de “La Iglesia en el mundo contemporaneo” (Constitución Conciliar «Gaudium et Spes»). (Nota._ este libro lo tengo en mi poder no impreso sino escrito a mano y estoy trabajando para pasarlo a este tipo de letra.)

Catholic Press: ¿Por qué Vd. está contra estas deliberaciones?

Mons. Lefebvre: Porque estas dos decisiones son inspiradas por una ideología liberal tal cual la describieron los Papas de siempre, vale decir, una libertad religiosa entendida y promovida por los Masones, los humanistas, los modernistas y los liberales.

Catholic Press: ¿Qué objeta de ellos?

Mons. Lefebvre: Esta ideología dice que todas las culturas son iguales, todas las religiones son iguales, y que no existe una única fe verdadera Todo esto conduce al abuso y al error que es la libertad de pensamiento. Todos estos errores sobre la libertad, que han sido condenados en todos los siglos por todos los Papas, ahora han sido aceptados por el Concilio Vaticano II.

Catholic Press: ¿Quién puso estas decisiones particulares en el orden del día?

Mons. Lefebvre: Creo que fueron algunos de los cardenales, asistidos por peritos teólogos, que adhieren a las ideas liberales.
cardenal Agustín Bea

Catholic Press: ¿Quiénes, por ejemplo?

Mons. Lefebvre: El cardenal [Agustín] Bea (jesuita alemán), el cardenal [Leo] Suenens (de Bélgica), el cardenal [Josef] Frings de la Alemania, y el cardenal [Franz] König [de Austria]. Estos personajes ya se habían reunido y habían discutido estas resoluciones antes del Concilio, y su preciso objetivo era el de hacer un compromiso con el mundo secular, de introducir las ideas ilustradas y modernistas en la doctrina de la Iglesia.

Card. Leo Suenens
Card. König 

Catholic Press: ¿Quiénes eran los Cardenales estadounidenses que sostenían estas ideas y resoluciones?

Mons. Lefebvre: No recuerdo ahora sus nombres, pero no eran pocos. Aunque, una fuerza importante a favor de estas resoluciones fue el padre Murray.

Catholic Press: ¿Se refiere Vd. al padre John Courtney Murray
(jesuita)?

Mons. Lefebvre: Sí.

Catholic Press: ¿Qué rol desempeñó?

Mons. Lefebvre: Ha desarrollado un papel muy activo en el curso de todas las deliberaciones y en la redacción de estos documentos.

Catholic Press:¿Vd. le puso de presente al Papa[Pablo VI] sus preocupaciones e inquietudes sobre tales resoluciones?

Mons. Lefebvre:He hablado con el Papa. He hablado en el Concilio. Hice tres intervenciones públicas, dos de las cuales deposité en la secretaría. Por tanto había cinco intervenciones contra estas decisiones del Vaticano II. De hecho, la oposición dirigida contra estas decisiones fue tal que el Papa intentó establecer una comisión con el fin de conciliar las partes opuestas en el interior del Concilio. En dicha comisión debían hacer parte tres miembros, uno de los cuales era yo. Cuando los cardenales liberales vieron que mi nombre estaba en esta comisión, fueron a buscar al Santo Padre y le dijeron tajantemente que ni aceptarían esta comisión ni aceptarían mi presencia en ella. La presión sobre el Papa fue tal que renunció a la idea. Yo hice todo lo que estuvo en mi mano para detener estas decisiones, que juzgo contrarias y destructivas para la Fe Católica. El Concilio fue convocado legítimamente, pero fue con el propósito de difundir todas estas ideas.

Catholic Press: ¿Hubo otros cardenales que lo apoyaban a Vd.?
Mons. Lefebvre: Sí. Estaban el cardenal [Ernesto] Ruffini de Palermo, el cardenal [Giuseppe] Siri de Génova y el cardenal [Antonio] Caggiano de Buenos Aires.

Catholic Press: ¿Hubo obispos que lo apoyaban a Vd.?

Mons. Lefebvre: Sí. Muchos obispos sostuvieron mi posición.

Catholic Press: ¿Cuántos obispos?

Mons. Lefebvre: Fueron más de 250 obispos. Incluso ellos se habían constituido en un grupo con el fin de defender la verdadera Fe Católica (el Coetus Internationális Patrum).

Catholic Press: ¿Qué ha sido de todos ellos?

Mons. Lefebvre: Algunos han muerto; otros están dispersos por el mundo; muchos aún me apoyan en su corazón, pero tienen miedo de perder una posición que piensan puede serles útil en un momento posterior.

Catholic Press: ¿Alguno lo sigue apoyando hoy (1978)?

Mons. Lefebvre: Sí. Por ejemplo, el obispo Pintonello de la Italia, y el obispo De Castro Mayer del Brasil. Muchos otros obispos y cardenales a menudo me contactan para expresarme su apoyo, pero por el momento desean permanecer en el anonimato.

Mons. Antonio de Castro Mayer

Catholic Press: ¿Qué hay con los obispos que no son liberales, pero que se oponen a Vd. y lo critican?

Mons. Lefebvre: Su oposición es basada sobre una idea imprecisa sobre la obediencia al papa. Es, quizás, una obediencia en buena fe, que podría ser reconducible a la obediencia de los ultramontanos del siglo pasado, obediencia que entonces era buena porque los Papas eran buenos. Todavía hoy hay una obediencia ciega que tiene poco que ver con la práctica y la adhesión a la verdadera Fe Católica. En este momento es importante recordar a los Católicos de todo el mundo que la obediencia al papa no es una virtud primariaLa jerarquía de la virtud parte de las tres virtudes teologales de la Fe, Esperanza y Caridad, seguida de las cuatro virtudes cardinales de Justicia, Templanza, Prudencia y Fortaleza. La obediencia es un derivado de la virtud cardinal de la Justicia. Por tanto está muy lejos de ser clasificada como la primera en la jerarquía de las virtudes. Algunos obispos no quieren dar la menor impresión de desobedecer al Santo Padre. Yo entiendo cómo se sienten. Es claro que es muy displicente, si no muy doloroso. A mí ciertamente no me gusta estar en la oposición al Santo Padre, pero no tengo otra opción considerando qué viene para nosotros desde Roma en el presente, quien está en oposición a la Doctrina Católica y es inaceptable para los Católicos.

Catholic Press: ¿Sugiere que el Santo Padre acepta estas ideas particulares?

Mons. Lefebvre: Sí. Lo acepta. Pero no solo el Santo Padre. Es una tendencia general. Le he mencionado algunos cardenales involucrados en estas ideas. A más de un siglo, las sociedades secretas, Illuminatis, humanistas, modernistas y otros, de los cuales nosotros tenemos ahora todos los documentos y pruebas, se estaban preparando para un Concilio Vaticano en el cual habían infiltrado sus propias ideas para una iglesia humanista.

Catholic Press: ¿Cree que algunos cardenales podrían ser miembros de tales sociedades secretas?

Mons. Lefebvre: No es una cuestión muy importante, en este momento, si lo fueron o no. Lo que es importante y grave es que, para todos los efectos, ellos actuaron como si fuesen agentes o servidores de sociedades humanistas secretas.



SEGUNDA PARTE DE LA ENTREVISTA


PABLO VI Y JUAN PABLO II

Catholic Press: Según Vd., ¿estos cardenales han adherido deliberadamente a tales ideas o fueron inclinados a informaciones equivocadas o fueron engañados, o una combinación de todo esto?

Mons. Lefebvre: Yo pienso que las ideas humanistas y liberales se difundieron en todo el siglo XIX y XX. Estas ideas seculares fueron propagadas en todos lados, tanto en los gobiernos como en las iglesias. Estas ideas han penetrado en los seminarios y en toda la Iglesia, y hoy la Iglesia se despierta hallándose en una camisa de fuerza liberal. Esto es porque uno se encuentra la influencia liberal, que ha penetrado en todos los estratos de la vida secular en el curso de los últimos dos siglos, hasta dentro de la Iglesia. El Concilio Vaticano II fue planificado por los liberales; era un concilio liberal; el Papa es un liberal y aquellos que lo rodean son liberales.

Catholic Press: ¿Está diciendo que el Papa es un liberal?

Mons. Lefebvre: El Papa nunca ha negado que lo es.

Catholic Press: ¿Cuándo el Papa ha dicho que es un liberal?

Mons. Lefebvre: El Papa ha afirmado en muchas ocasiones que es favorable a las ideas modernistas, favorable a un compromiso con el mundo. Según sus mismas palabras, es necesario “levantar un puente entre la Iglesia y el mundo secular”. El Papa ha dicho que era necesario aceptar las ideas humanistas, que era necesario discutir tales ideas; que era necesario dialogar. En este momento es importante recordar que el diálogo es contrario a la doctrina de la Fe Católica. El diálogo presupone el encuentro de dos partes iguales y opuestas; por tanto, en ninguna manera podría tener nada que ver con la Fe Católica. Nosotros creímos y aceptamos nuestra fe como la única verdadera Fe en el mundo. Toda esta confusión lleva a compromisos que destruyen la doctrina de la Iglesia, para la desgracia de la humanidad y de la Iglesia misma.

Catholic Press: Vd. ha afirmado conocer la razón hodierna del declive de la frecuentación de la iglesia y de la falta de interés ante la Iglesia, que, en base a cuanto ha referido, Vd. atribuye a las decisiones del Vaticano II. ¿Es correcto?

Mons. Lefebvre: No diría que el Vaticano II habría prevenido lo que está sucediendo en la Iglesia actualmente. Las ideas modernistas lo han penetrado todo por mucho tiempo y esto no ha sido un bien para la Iglesia. Pero el hecho es que algunos miembros del clero han profesado tales ideas, vale decir, ideas de libertad adulterada, en esto caso, permisivismo. La idea que todas las verdades son iguales, todas las religiones son iguales, y por consecuencia todas las morales tienen igual dignidad, que toda consciencia es válida a su manera, que cualquiera puede juzgar teológicamente lo que puede hacer, todas estas son ideas humanistas de laxismo total sin alguna disciplina de pensamiento, que conducen a la posición de que cualquiera puede hacer lo que quiera. Todo esto es absolutamente contrario a nuestra Fe Católica.

Catholic Press: Vd. ha dicho que la mayor parte de estos consejeros teológicos y peritos fingen solamente representar la mayoría del pueblo, que en realidad el pueblo no está realmente representado por estos teólogos liberales. ¿Podría explicarlo?

Mons. Lefebvre: Por “mayoría del pueblo” entiendo todas las personas que trabajan honestamente para vivir. Quiero decir las personas con los pies sobre la tierra, las personas de buen sentido en contacto con el mundo real, el mundo venidero. Estas son la mayoría de las personas, que prefieren las tradiciones y el orden al caos. 
Este es un movimiento de todas estas personas en todo el mundo, que está lentamente coagulándose en oposición total a todos los cambios que han sido hechos en su nombre, en su religión. Estas personas de buena voluntad han estado tan traumatizadas por estos cambios dramáticos que ahora son reluctantes a frecuentar la iglesia. Cuando van a una iglesia modernista, ellos no encuentran lo sagrado, el carácter místico de la Iglesia, todo lo que es verdaderamente divino.Lo que conduce a Dios es divino y ellos no encuentran más a Dios en estas iglesias. ¿Por qué deberían ir a un lugar donde Dios está ausente? Los fieles perciben esto muy bien y los cardenales liberales y sus consultores han seriamente subvalorado la lealtad de la mayoría de los fieles a su verdadera Fe. ¿Cómo [alguien] se puede explicar que, ni bien abrimos una capilla o una iglesia tradicional, la gente viene de todos lados? Hemos solo levantado el lugar. 
Las Misas se realizan todo el día para hacer participar a todos los fieles. ¿Por qué? Porque ellos encuentran nuevamente eso que necesitan: lo sagrado, lo místico, el respeto por lo sagrado. Por ejemplo, Vd. pudiera ver esta escena en el aeropuerto: diversas personas yendo hacia los sacerdotes que habían ido allí a recibirme, y agitando sus manos, ¡y eran perfectos extraños! ¿Por qué? Porque cuando las personas encuentran un sacerdote, un verdadero sacerdote, un sacerdote que se comporta como sacerdote, que viste como un sacerdote, inmediatamente son atraídas por él y lo siguen. Esto sucede en los Estados Unidos, sucede en Europa y en todas partes del mundo. Gente en las calles que va a saludar a un sacerdote; vienen de la nada solo para congratularse con él y decirle cuán gozosos están de ver un real sacerdote, para decirle que están dichosos de que aún hay sacerdotes vienen de la nada solo para congratularse con él y decirle cuán gozosos están de ver un real sacerdote, para decirle que están dichosos de que aún hay sacerdotes. 

Catholic Press: ¿Está diciendo que el hábito y la túnica hacen la diferencia en la calidad del sacerdote?

Mons. Lefebvre: Las túnicas y los hábitos son, obviamente, solo un símbolo, pero es por lo que este símbolo representa que las personas son atraídas, no, obviamente, el símbolo mismo.

Catholic Press: ¿Por qué vosotros dais tanta importancia a los rituales de la “Misa Tridentina”?

Mons. Lefebvre: Nosotros ciertamente no insistimos sobre los rituales solo por los rituales, sino solamente como símbolos de nuestra fe. En tal contexto estamos convencidos que son importantes. Sin embargo, es la sustancia y no los ritos de la Misa Tridentina los que han sido removidos.

Catholic Press: ¿Podría ser más específico?

Mons. Lefebvre: Las nuevas oraciones del Ofertorio no expresan la noción católica del sacrificio. Ellas simplemente explican el concepto de una mera participación del pan y del vino. Por ejemplo, la Misa tridentina dirige a Dios la oración “Súscipe, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus, hanc immaculátam hóstiam, quam ego indígnus fámulus tuus óffero tibi Deo meo vivo et vero, pro innumerabílibus peccátis, et offensiónibus, et neglegéntiis meis” (“Recibe, oh Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, esta que va a ser Hostia inmaculada y que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias”). Dice la nueva Misa: “Ofrecemos este pan como el pan de vida”. No hay ninguna mención del sacrificio o de la víctima. Este texto es vago e impreciso, se presta a la ambigüedad y ha sido pensado para que fuese aceptable para los protestantes. Es, sin embargo, inaceptable para la verdadera Fe y la Doctrina Católica. La sustancia ha sido cambiada en favor de la acomodación y del compromiso.



Catholic Press: ¿Por qué le da tanta importancia a la Misa latina en lugar de la Misa en vernáculo aprobada por el Concilio Vaticano II?

Mons. Lefebvre: Por un lado, esta pregunta sobre el latín en la Misa es una cuestión secundaria, bajo algunos puntos de vista.
Pero por otro lado es una pregunta sumamente importante. Es importante porque es un modo de fijar el lenguaje de nuestra Fe, el dogma católico y la doctrina. Es un modo para no cambiar nuestra Fe, porque en las traducciones que afectan las palabras latinas, no se encuentran exactamente las verdades de nuestra Fe como han sido expresadas y encarnadas en el latín. Esto es ciertamente muy peligroso, porque poco a poco se puede perder la misma Fe. Estas traducciones no reflejan las palabras exactas de la Consagración. Estas palabras son cambiadas en el vernáculo.

Catholic Press: ¿Podría darme un ejemplo?

Mons. Lefebvre: Sí. Por ejemplo, en lengua vernácula se dice que la Preciosísima Sangre ha sido derramada “por todos”, cuando en el texto latino (incluso en la última versión latina revisada) se dice que la Preciosísima Sangre es “por muchos” y no “por todos”. Todos es ciertamente diferente a muchos. Esto es solo un pequeño ejemplo que demuestra las imprecisiones de las traducciones actuales.

Catholic Press: ¿Podría citar una traducción que contradiga efectivamente el dogma católico?

Mons. Lefebvre: Sí. Por ejemplo, en el texto latino la Virgen María es llamada “Semper Virgo”, “Siempre Virgen”. En todas las traducciones modernas la palabra “siempre” ha sido eliminada. Esto es muy grave, porque hay una grande diferencia entre “Virgen” y “Siempre Virgen”. Es muy peligroso admitir traducciones de este tipo. El latín es también importante para mantener la unidad de la Iglesia, porque cuando se viaja (y las personas viajan más y más al extranjero cada día), es importante para ellos encontrar el mismo eco que ellos han oído de un sacerdote en casa, sea en los Estados Unidos, Suramérica, Europa, o cualquiera otra parte del mundo. Ellos están en casa en cualquier iglesia (católica). Es su Misa Católica la que se está celebrando. Ellos han siembre escuchado las palabras latinas desde su infancia, sus padres antes de ellos, y sus abuelos antes de ellos. Se trata de un signo que identifica su Fe. Ahora, cuando vamos a una iglesia extranjera, ellos no entienden ni una sola palabra. Los extranjeros que vienen aquí no entienden ni una palabra. ¿Cuál es la ventaja de ir a una Misa en inglés, italiano o español si ninguno puede entender ni una palabra?

Catholic Press: ¡Pero la mayor parte de estas personas no entienden mucho menos el latín? ¿Cuál es la diferencia?

Mons. Lefebvre: La diferencia es que el latín de la Misa Católica siempre ha sido enseñado a través de la instrucción religiosa desde la infancia. Hay escritos varios libros sobre el tema. Ha sido enseñado en el transcurso de los siglos; no es difícil de recordar. El latín es una expresión exacta que ha sido familiar a generaciones de católicos. Cada vez que se encuentra el latín en una iglesia, inmediatamente se crea la atmósfera correcta para la adoración de Dios. Esa es la lengua distintiva de la Fe Católica, que une a todos los católicos del mundo a pesar de su lengua nacional. Ellos no están desorientados o confusos. Dicen: “Esta es la mía Misa, es la Misa de mis padres, es la Misa que hay que seguir, es la Misa de Nuestro Señor Jesucristo, es la Misa eterna e inmutable”. Por tanto, desde el punto de vista de la unidad, es un lazo simbólico muy importante; es un signo de identidad para todos los católicos. Pero se trata de algo de más profundo que un simple cambio de lengua. En el espíritu del ecumenismo, es una tentativa de crear un reacercamiento con los protestantes.

Catholic Press: ¿Qué pruebas tiene de esto?

Mons. Lefebvre: Es muy evidente, porque habían cinco protestantes (efectivamente seis ministros) que asistieron en la reforma de nuestra Liturgia. El Arzobispo de Cincinnati, que estaba presente durante estos trabajos, ha dicho que no solo estos cinco protestantes estaban presentes, sino también que ellos tomaron una parte muy activa en los debates y participaron directamente en la reforma de nuestra Liturgia.

Catholic Press: ¿Quiénes eran estos protestantes?

Mons. Lefebvre: Eran ministros protestantes representantes de distintas sectas protestantes (específicamente las iglesias Anglicana y Luterana, el Consejo Mundial de Iglesias y la Comunidad de Taizé), los cuales fueron llamados por Roma para participar en la reforma de nuestra Liturgia, lo que demuestra claramente que había una intención voluntaria en todo esto. Ellos eran el Dr. A. R. George, el canónigo (Ronald) Jasper, el Dr. (Massey) Sheperd, el Dr. (George) Smith, el Dr. (Frederick) Koneth y el hermano (Max) Thurian. Mons. Bugnini (el principal autor de la nueva Misa) no escondió este intento. Él lo expresó muy claramente. Dijo: “Nosotros haremos una Misa ecuménica, así como habíamos hecho una Biblia Ecuménica”. Todo esto es muy peligroso porque es nuestra Fe la que es atacada. Cuando un protestante celebra la misma Misa como la hacemos nosotros, él interpreta el texto en un modo diverso, porque su fe es diversa.
Consecuentemente, es una Misa ambigua. Es una Misa equívoca. No es más una Misa Católica.

Catholic Press: ¿A cuál Biblia ecuménica se está refiriendo?
Mons. Lefebvre: Hay una Biblia ecuménica hecha hace dos o tres años que ha sido reconocida por muchos obispos. Yo no sé si el Vaticano la había aprobado públicamente, pero ciertamente no le sorprendería, porque se usa en muchas diócesis. Por ejemplo, hace dos semanas el obispo de Friburgo, en Suiza, ha tenido pastores protestantes que han explicado esta Biblia ecuménica a todos los niños de las escuelas católicas. Estas lecciones eran las mismas para católicos y protestantes. ¿Qué tiene que ver esta Biblia ecuménica con la Palabra de Dios?. La Palabra de Dios no puede ser cambiada, todo esto conduce siempre más a confusión.

Cuando pienso que el arzobispo de Houston, Texas, no admite los niños católicos a la confirmación si no van con los padres a seguir un curso de instrucción de 15 días dictado por el rabino local y por el ministro protestante… Si los padres se rehúsan a enviar a sus niños a tales instrucciones, ellos (los niños) no pueden ser confirmados. Ellos deben exhibir un certificado firmado por el rabino y por el ministro protestante que ambos padres y los niños han asistido debidamente a la instrucción, y solo entonces (los niños) pueden ser confirmados por el obispo.

Estas son las absurdidades a las que se llega cuando se sigue la senda liberal. No solo ellos, sino que ahora se recurre también a budistas y musulmanes. Muchos obispos están sorprendidos cuando el representante papal fue recientemente recibido en manera vergonzosa por los musulmanes.
Estas son las absurdidades a las que se llega cuando se sigue la senda liberal.

Catholic Press: ¿Qué sucedió?

Mons. Lefebvre: No recuerdo todos los detalles específicos, pero este incidente sucedió en Trípoli, en Libia, donde el representante del Papa (Sergio Pignedoli, Presidente de la Secretaría para los no cristianos) ha querido orar con los musulmanes. Los musulmanes rechazaron esto y se fueron a otro lado a rezar a su manera, dejando al representante solo, no sabiendo qué hacer. Esto demuestra la ingenuidad de estos “católicos liberales” que piensan que es suficiente ir a hablar con estos musulmanes para inmediatamente aceptar de ellos un compromiso de la propia religión. El solo hecho de querer tener para tal fin una estrecha relación con los musulmanes atrae el desprecio de ellos hacia nosotros. Es una realidad que los musulmanes no cambiarán nada de la su religión; es absolutamente fuera de discusión. Si los católicos van a equiparar nuestra religión con la de ellos, ellos obtendrán solo confusión y desprecio de parte suya, que interpretan esto como un atentado de desacreditar a su religión y no preocuparse de nuestra religión. Ellos son de lejos más respetuosos con aquellos que dicen: “Soy un Católico; no puedo rezar contigo porque no tenemos las mismas creencias”. Esta persona es más respetada por los musulmanes en comparación a quien sostiene que todas las religiones son iguales, que todos creemos en lo mismo, que todos tenemos la misma fe. Ellos se sienten insultados por esto no puedo rezar contigo porque no tenemos las mismas creencias”.


Catholic Press: ¿Pero el Corán no contiene versos conmovedores de encomio hacia Jesús y María?

Mons. Lefebvre: El Islam acepta a Jesús como profeta y tiene un gran respeto por María, y esto pone ciertamente al Islam más cerca a nuestra religión que, por ejemplo, el Judaísmo, que es mucho más lejano a nosotros. El Islam ha nacido en el siglo VII y ha tomado ventajas, hasta cierto punto, de las enseñanzas cristianas de aquel tiempo. El Judaísmo, al contrario, es el heredero del aparato que ha crucificado a nuestro Dios, y los miembros de esta religión, que no se han convertido a Cristo, son los que están opuestos radicalmente a nuestro Dios Jesucristo.
Para ellos no es una cuestión cualquiera reconocer a Nuestro Señor. Sobre este punto ellos están en contraposición a la fundación y existencia de la verdadera Fe Católica. Con todo, no podemos estar a medias aguas. O Jesucristo es el Hijo de Dios y el Señor y Salvador, o no lo es. Se trata de un caso donde no se puede tener el mínimo compromiso sin destruir el fundamento mismo de la Fe Católica. Esto no vale solo para las religiones que son directamente contrarias a la divinidad de Jesucristo como Hijo de Dios, sino también para las religiones que, sin oponerse a Él, no Le reconocen como tal.

Catholic Press: ¿Por tanto Vd. es muy seguro y dogmático sobre este punto?

Mons. Lefebvre: Completamente dogmático. A modo de ejemplo, los musulmanes tienen un modo muy diverso del nuestro de concebir a Dios. Su concepción de Dios es muy materialista. No es posible decir que su Dios es el mismo Dios nuestro.

Catholic Press: ¿Pero Dios no es el mismo Dios para todas las personas del mundo?

Mons. Lefebvre: Sí, yo creo que Dios es el mismo Dios para el universo entero, según la Fe de la Iglesia Católica. Pero la concepción de Dios difiere notablemente de religión a religión.
Nuestra Fe Católica es la sola y única verdadera Fe. Si Vd. No adhiere plenamente a ella, no se puede profesar como católico.
Nuestra Fe no podemos comprometerla en modo alguno con el mundo. El Dios según los musulmanes dice: “Cuando entréis al Paraíso, seréis cien veces más rico de lo que sois ahora sobre la tierra. Esto vale también para el número de mujeres que tenéis aquí en la tierra”. Esta concepción de Dios está demasiado lejos de la de nuestro Dios y Salvador.

Catholic Press: ¿Por qué Vd. da más importancia al Papa San Pío V que al Papa Pablo VI? Después de todo ambos son Papas (sic). ¿No acepta la doctrina de la infalibilidad papal? ¿Piensa que esta doctrina valga más para el uno que para el otro?

Mons. Lefebvre: Constato por una parte que el Papa San Pío V ha querido comprometer su infalibilidad, porque ha usado todas las condiciones que todos los papas han usado tradicionalmente y generalmente cuando han querido manifestar su infalibilidad. Por otra parte, el Papa Pablo VI dice, él mismo, que no ha querido usar su infalibilidad.

Catholic Press: ¿Cuándo ha indicado esto?

Mons. Lefebvre: Él ha indicado esto al no comprometer su infalibilidad sobre cualquier cuestión de fe, contrariamente a cuanto han hecho todos los otros papas en toda la historia.
Ninguno de los decretos del Concilio Vaticano II fue publicado con el peso de la infalibilidad. Además, él nunca comprometió su infalibilidad en relación a la Misa. Cuando él (Pablo VI) decidió permitir que esta nueva Misa fuera impuesta fraudulentamente a los fieles, nunca empleó los términos que fueron utilizados por el Papa San Pío V. Yo no puedo comparar los dos actos promulgatorios porque son completamente diferentes entre sí.

Catholic Press: ¿El Papa Pablo VI ha dicho que no cree en la infalibilidad papal?

Mons. Lefebvre: No. En verdad nunca ha dicho esto categóricamente. Pero Pablo VI es un liberal y no cree en la fijeza de los dogmas. Él no cree que un dogma deba permanecer inmutado para siempre. Él está a por la evolución de éstos según los deseos de los hombres. Él está a por los cambios que tienen origen en las fuentes humanistas y modernistas, y es por esto que tiene tantos problemas para fijar una verdad para siempre. De hecho, es reacio para hacerlo tan personalmente y se pone muy mal cada vez que estos casos se presentan. Esta actitud refleja el espíritu modernista. El Papa (Pablo VI), hasta hoy, nunca ha comprometido su infalibilidad en materia de Fe y de Moral.

Catholic Press: ¿Ha afirmado el Papa mismo ser un liberal o modernista?

Mons. Lefebvre: Sí. El Papa ha manifestado esto en la misma naturaleza no dogmática del Concilio. También lo ha afirmado claramente en la su encíclica “Ecclésiam suam”. Él ha declarado que no quería que sus encíclicas definiesen las cuestiones, sino que deseaba que fuesen aceptadas como consejo y pudiesen llevar a un diálogo. En su Credo (el “Credo del pueblo de Dios”, promulgado a la clausura del Año de la Fe de 1968), dice que no quería empeñar su infalibilidad, lo que muestra claramente cuáles son sus enseñanzas.

Catholic Press: ¿Vd. piensa que esta evolución ante el diálogo le permite estar en desacuerdo con el Papa?

Mons. Lefebvre: Sí. Desde el punto de vista liberal ellos deberían, coherentemente, permitir este diálogo. Cuando el Papa no usa su infalibilidad en materia de Fe y de Moral, se está mucho más libre de discutir sus palabras y los sus actos. Desde mi punto de vista, yo estoy obligado a oponerme a esto que ha sucedido, porque subvierte las bimilenarias enseñanzas infalibles de los Papas. Sin embargo, yo no soy favorable a similares discusiones, porque no se puede seriamente discutir sobre la verdad de la Fe Católica. De ahí que esto es verdaderamente un diálogo inverso, al cual soy constreñido.