Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De cómo se apareció Cristo a los dos discípulos que iban a
Emaús
Punto I.- Mira con los ojos del
alma a los dos discípulos que iban a Emaús, tristes por la muerte del Señor;
desconsolados porque no habían experimentado su resurrección; y hablando por el
camino de la vida y pasión del Señor, y al mismo Cristo en hábito de caminante
que les iba a los alcances hasta juntarse con ellos, buscando como un buen
pastor las ovejas que andaban descarriadas de su rebaño. Pondera cuántas veces,
sin verlo ni conocerlo tú va Dios contigo y te busca, asiste, habla, consuela y
te cuenta los pasos para darte con ellos crecidísimo galardón. Aprende de su
piedad a tenerla con tus hermanos consolándolos en sus tristezas y aflicciones,
y de su vigilancia a tenerla con los que tienes a tu cargo, no perdonando
desvelo o trabajo por su bien; y gózate de tener un Señor tan bueno y amoroso
que el día de su mayor gloria no se olvidó de los suyos, antes tomó nuevos
disfraces para consolarlos, alegrarlos y darles parte de su resurrección, y
pídele que pues la dio a todos, no te deje a ti solo desconsolado, aunque no lo
merezca tu tibieza, sino que te de alguna parte del gozo que a todos reparte.
Punto II.- Considera las causas que hubo de parte de estos dos
discípulos para que Cristo los visitara y les declarara Su gloriosa
resurrección, que fueron la primera, la tristeza que tenían de la Pasión y
muerte del Salvador, y quien se compadece de Él, merece ser consolado, y tener
parte en la gloria de su resurrección; la segunda, que hablaban de su vida,
pasión, milagros y predicación, y la conversación santa de la vida y Pasión de
Cristo es reclamo para traerle a nuestra compañía. Medita tú continuamente en
la Pasión del Salvador y destierra de tus conversaciones todas las materias
seglares, tratando siempre de las espirituales y santas, para que merezcas su
visita y consolación.
Punto III.- Considera como, aunque sabía lo que hablaban, les pide que
se lo digan, descubriéndoles las llagas como sabio médico para curarlos de
ellas. ¡Oh, cuántas veces te quedas sin salud por no descubrir tus llagas al
confesor, que tiene el lugar de Dios! Oye cómo los reprende llamándolos
ignorantes y de poca fe, porque tan presto titubean en su resurrección, y pon
la mano en tu pecho y reconoce cuánto más merecías tú la represión que no
ellos, mira la humildad con que le oyen sin conocerle ni entender quién era, y
aprende a llevar con silencio y humildad las represiones de tus superiores y
padres espirituales. Oye también lo que dicen, que con sus palabras ardían sus
corazones en espíritu y devoción. ¡Oh, si Dios te hablase al corazón y te
encendiese en su amor! Habla tú a Dios si quieres que te hable Dios a ti y te
encienda en las llamas de su ardiente caridad.
Punto IV.- Contempla lo que pasa al llegar, cómo hace ademán el Señor de
que los quiere dejar, porque en la verdad quería entrañablemente no apartarse
de ellos. ¡Oh, cuánto nos ama este Señor! No te apartes tú de Dios, y Dios no
se apartará de ti. Hizo ademán de que se iba para probar el amor de sus
queridos y amados discípulos. Así se esconde de ti y disimula irse y dejarte
para que le ruegues y pidas que no te deje. Llámale, búscale, clama y dile que
se quede contigo y no te deje, que más quiere Él asistirte, que lo que tú
deseas. Sólo quiere hacer experiencia de tu amor. Mira cómo se rindió a la
primer palabra que le dijeron, y se sentó con ellos, y tomó el pan e sus manos,
y como le había tomado, partido y repartido en la última cena, con esta acción
se descubrió y le conocieron y adoraron, y desapareció de su presencia
dejándolos en un mar de alegría. ¡Oh Señor, si os dignases visitarnos! ¡Oh, si
vinieses a buscar esta oveja perdida, y quisieres darme las migajas que caen de
vuestra mesa! No miréis a mi indignidad, sino a vuestra infinita bondad, dadme
que yo os ame, crea y predique siempre, y una confianza firmísima en vuestras
promesas, y un rayo de vuestra luz para que os conozca y busque y desprecie
cuanto el mundo adora por vuestro amor.