Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
Punto I.- Considera cómo Cristo vino por obediencia del Padre, y acabada
la obra de la redención, vuelve por la obediencia al mismo Padre suyo que le
envió; donde te enseña la que debes tener a tus mayores, y cómo cosas tan
grandes y del servicio de Dios y bien de las almas no conviene intentarlas sino
por la obediencia del que está en lugar de Dios, y que todas se deben empezar
por Él, y acabadas referirlas a Él. Toma esta lección para todas tus acciones,
y pídele al Señor que te de gracia para servirle con ellas, referirlas todas a
su gloria y honra.
Punto II.- Considera cómo se entristecieron los discípulos, oyendo a Cristo
que partía y se ausentaba de ellos; porque como el árbol que está arraigado en
la tierra padece dificultad de arrancarle, así también el amor de Cristo, que
había arraigado en los corazones de los discípulos, causó gran sentimiento en
ellos. Pon la mano en tu pecho, y reconoce si sientes las ausencias que hace de
ti, y si te entristeces porque te deja seco y sin devoción, y llora lo poco que
le amas, y la tibieza de tu corazón en servirle, y mira cuán arraigado estás en
los bienes caducos de la tierra, pues tanto sientes la pérdida de la hacienda,
el menoscabo de la honra, de la salud y de la comodidad; pues por un pequeño
interés revuelves el mundo y te airas y alteras; limpia tu corazón de estos
afectos terrenos, y ponlo en sólo Dios y en las cosas del Cielo.
Punto III.- Considera la benignidad con que el Salvador consoló a sus
discípulos, diciéndoles cómo iba a su Padre para enviarles al Espíritu Santo, y
que todo había de redundar en bien suyo; robe tu corazón tan grande bondad, y
gózate de tener tal Maestro, tan santo, tan benigno, tan piadoso, tan amoroso y
tan bienhechor de los suyos; pídele que no te deje desconsolado con su
ausencia, sino que te consuele y esfuerce, enviándote al Espíritu Santo,
consolador, como le ofreció a sus Apóstoles.
Punto IV.- Considera aquellas últimas palabras con que se despidió de
ellos: muchas cosas tengo que deciros;
pero no podéis llevarlas ahora; cuando venga el Espíritu Santo, os las dirá
todas. Mira la prudencia y benignidad del Salvador, que no quiso cargarlos
de preceptos, sino atendiendo a su capacidad les dio los convenientes para
aquel tiempo, reservando los demás para después, cuando hubiesen recibido la
abundante gracia del Espíritu Santo, porque es su yugo suave, y leve la carga
de su ley y proporcionada con las fuerzas de los hombres; no digas que es
pesada, pues tan suavemente la mide con
nuestra posibilidad. El mundo carga a sus amadores sin piedad ni medida de
cargas intolerables con que los destruye, fatiga y rinde sus fuerzas y salud;
pero Dios nos carga siempre menos de lo que podemos llevar, y pone el hombro
para aliviarnos y suavizar nuestro trabajo. Dale muchas gracias por ello, y
anímate a llevar el suave yugo de su ley, y enséñate a no cargar a tus prójimos
de leyes y mandatos pesados desiguales a sus fuerzas.