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martes, 22 de octubre de 2024

SOBRE LA INFANCIA Y VIDA OCULTA DE JESUS (Revelaciones a Santa Brígida)

 


Cuenta la Virgen María a santa Brígida de un modo muy tierno la infancia y la vida oculta de

Jesús. Es revelación muy propia para excitar en el alma el dulce amor del Salvador.

Revelación 43


Te he hablado de mis dolores, le dice la Virgen a la Santa, pero no fué el menor que tuve cuando llevaba a mi Hijo huyendo para Egipto, cuando supe la matanza de los Inocentes, y el ángel nos anunció que Herodes perseguía a mi Hijo; pues aunque sabía lo que acerca de El estaba escrito, con todo, a causa del mucho amor que le tenía, padecía yo dolor y suma angustia.


Mas ahora podrás preguntarme qué hizo mi Hijo en todo aquel tiempo de su vida antes de su Pasión. A esto te respondo que, según dice el Evangelio, estaba sometido a sus padres, y se condujo como los demás niños hasta que llegó a la mayor edad, aunque en su juventud no dejó de haber maravillas. Pero como en el Evangelio están puestas las señales de su Divinidad y Humanidad, las cuales pueden edificarte a ti y a los demás, no te es necesario saber cómo las criaturas sirvieron a su Creador; cómo enmudecieron los ídolos, y muchísimos cayeron por tierra a su llegada a Egipto; cómo los magos anunciaron que mi Hijo sería la señal de grandes acontecimientos futuros; cómo también le sirvieron los ángeles, y cómo ni aun la menor inmundicia hubo nunca en su cuerpo ni en sus cabellos.


Cuando llegó a mayor edad, estaba continuamente orando, y obedeciéndonos a nosotros; nos acompañaba a las fiestas que había en Jerusalén y a otros parajes, donde su presencia y trato causaba tanto agrado y admiración, que muchos afligidos decían: Vamos a ver al Hijo de María, para quedar consolados.


Cuando creció en edad y en sabiduría, de la que desde un principio estaba lleno, se ocupaba en trabajos manuales, siempre decorosos, y separadamente nos decía palabras de consuelo y sobre la divinidad, de tal manera que de continuo estábamos llenos de indecible gozo. Y cuando estábamos llenos de temores por la pobreza y los trabajos, nunca nos hizo oro ni plata, sino que nos exhortaba a la paciencia, y de un modo admirable nos libramos de los envidiosos. Tuvimos todo lo necesario, unas veces por compasión de las almas caritativas, y otras por nuestro trabajo, de suerte que nos alcanzaba para nuestra sola sustentación, y no para lo superfluo, porque ninguna otra cosa buscábamos más que servir a Dios.


Más adelante, con los amigos que llegaban, hablaba también en casa familiarmente sobre la ley, sus significaciones y figuras, y aun en público disputaba con los sabios, de manera que se admiraban y decían: El hijo de José enseña a los maestros; algún espíritu superior habla por sus labios. Como en cierto tiempo estuviese yo pensando acerca de su Pasión y me viese muy triste, me dijo: ¿No crees, Madre, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? ¿Padeciste acaso lesión cuando entré en tus entrañas o sufriste dolores cuando salí? ¿Por qué te afliges? La voluntad de mi Padre es que yo padezca la muerte, y mi voluntad es la misma de mi Padre. No puede padecer lo que del Padre tengo, pero padecerá la carne que tomé de ti, para que sea redimida la carne de los demás y se salven las almas.


Era tan obediente que, cuando por casualidad le decía José: Haz esto o aquello, lo hacía al punto, porque ocultaba de tal manera el poder de su divinidad, que solamente podíamos saberlo yo y a veces José, porque con mucha frecuencia veíamos una admirable luz que lo rodeaba, oíamos las voces de los ángeles que cantaban junto a él, y vimos también que espíritus inmundos que no pudieron ser echados por exorcistas aprobados en nuestra ley, salieron con sólo ver a mi Hijo.

Cuida, hija, de tener todo esto siempre en tu memoria, y da muchas gracias a Dios porque por tu medio ha querido dar a conocer su infancia a otros.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Espantoso juicio y eterna condenación del alma de un noble, que murió de repente sentado a la mesa.

 


Espantoso juicio y eterna condenación del alma de un noble, que murió de repente sentado a la

mesa.

Libro 6 Revelación 19

Vió santa Brígida gran muchedumbre de la corte celestial, a la que habló Dios y dijo: Esa alma que ahí veis no es mía, porque de la llaga de mi costado y de mi corazón no se compadeció más, que si hubiera visto traspasado el escudo de su enemigo; de las llagas de mis manos hizo tanto caso, como si se rompiera un lienzo endeble; y las llagas de mis pies las miró con tanta indiferencia, como si viera partir una manzana madura.

Enseguida dijo el Señor al alma de aquel condenado. Durante tu vida preguntabas muchas veces por qué siendo yo Dios, morí corporalmente. Mas ahora te pregunto, ¿por qué has muerto tú, miserable alma? Porque no te amé, respondió. Y el Señor le dijo: Tú fuiste para mí como el hijo abortivo, cuya madre padece por él tanto dolor como por el que salió vivo de su vientre.

Igualmente, yo te redimí a tanta costa y con tanta amargura como a cualquiera de mis santos, aunque no te cuidaste de ello. Pero así como el hijo abortivo no participa de la dulzura de los pechos de la madre, ni del consuelo de sus palabras, ni del calor de su regazo, de la misma manera, no tendrás tú jamás la inefable dulzura de mis escogidos, porque te agradó más tu propia dulzura. Jamás oirás en provecho tuyo mis palabras, porque te agradaban las palabras del mundo y las tuyas, y te eran amargas las palabras de mis labios. Jamás sentirás mi bondad ni mi amor, porque eras fría como el hielo para todo bien. Ve, pues, al lugar en que suelen arrojarse los abortivos donde vivirás en tu muerte eternamente; porque no quisiste vivir en mi luz y en mi vida.

Después dijo Dios a sus cortesanos: Amigos míos, si todas las estrellas y planetas se volviesen lenguas y todos los santos me lo rogasen, no tendría misericordia de ese hombre, que por justicia debe ser condenado.

Esta miserable alma fué semejante a tres clases de hombres. En primer lugar, a los que en mi predicación me seguían por malicia, a fin de hallar ocasión de acusarme y de venderme por mis palabras y hechos. Vieron estos hombres mis buenas obras y los milagros que nadie podía hacer sino Dios; oyeron mi sabiduría, y reconocieron como loable mi vida, y sin embargo, por esto mismo tenían envidia de mí, y me detestaban; ¿y por qué? Porque mis obras eran buenas y las suyas malas, y porque no toleré sus pecados, sino que los reprendía con severidad.

Igualmente, esta alma me seguía con su cuerpo, pero no por amor de Dios, sino sólo por bien parecer de los hombres; oía mis obras y las veía con sus propios ojos, y con esto mismo se irritaba; oía mis mandamientos, y burlábase de ellos; sentía la eficacia de mi bondad, y no la creía; veía a mis amigos adelantando en el bien y teníales envidia. ¿Y por qué? Porque eran contra su malicia mis palabras y las de mis escogidos, contra sus deleites mis mandamientos y consejos, y contra su voluntad mi amor y mi obediencia. Con todo, decíale su conciencia, que yo debía ser honrado sobre todas las cosas; y por la hermosura de los astros conocía que yo era el Creador de todas las cosas; por los frutos de la tierra y por el orden de las demás cosas sabía que yo era su Dios; y a pesar de saberlo, irritábase con mis palabras, porque reprendía yo sus malas obras.

Fué semejante, en segundo lugar, a los que me dieron la muerte, los cuales se dijeron unos a otros: Matémosle decididamente, que de positivo no resucitará. Yo anuncié a mis discípulos que resucitaría al tercero día; pero mis enemigos, los amadores del mundo, no creían que yo resucitaría como justicia, porque me veían como un mero hombre, y no vieron mi divinidad oculta. Por consiguiente, pecaban con confianza, y casi tuvieron alguna excusa, porque si hubiesen sabido quién era yo, nunca me habrían muerto. Así, también, lo pensó esta alma y dijo:

Hago lo que quiero, le daré la muerte decididamente con mi voluntad y con mis obras que me deleitan: ¿qué perjuicio se me sigue de esto, ni por qué he de abstenerme? No resucitará para juzgar, ni juzgará según las obras de los hombres; pues si juzgara tan rigurosamente, no habría redimido al hombre; y si tuviera tanto odio al pecado, no sufriría con tanta paciencia a los pecadores.

Fue semejante, por último, a los que custodiaban mi sepulcro, quienes se armaron y pusieron centinelas, para que no resucitase yo, y decían: Custodiemos con cuidado a fin de que no resucite, no sea que tengamos que servirle. Lo mismo hacía esta alma: armóse con la dureza del pecado, custodiaba cuidadosamente el sepulcro, esto es, se guardaba con empeño de la conversación de mis escogidos, en quienes descansó, y esforzábase porque ni mis palabras ni sus consejos llegasen a él, y decía para sí: Me guardaré de ellos para no oír sus palabras, no sea que estimulado por algunos pensamientos de Dios, principie a dejar el deleite que he comenzado, y no sea que oiga lo que desagrada a mi voluntad. Y de este modo, por malicia se apartó de aquellos a quienes debiera haberse unido por amor.

Declaración

Fue este un hombre noble, enemigo de todo lo bueno, el cual blasfemando de los santos y de Dios mientras comía, al estornudar, se quedó muerto sin sacramentos, y vieron presentarse en juicio su alma, a la que dijo ej Juez: Has hablado como has querido y has hecho en todo tu voluntad; por consiguiente, ahora debes callar y oír. Aunque todo lo sé, respóndeme para que esta lo oiga. ¿No oíste, por ventura, lo que yo dije: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta? ¿Por qué, pues, no te volviste a mí, cuando pudiste? Lo oí, respondió el alma, pero no hice caso. Y le volvió a decir el Juez: ¿No dije, por ventura: Id, malditos, al fuego eterno, y venid a mí, benditos?

¿Por qué no te dabas prisa para recibir la bendición? Y respondió el alma: Lo oí, pero no lo creía. Y dijo otra vez el Juez: ¿No oíste que yo, Dios, soy justo, eterno y terrible Juez? ¿por qué no temiste mi juicio futuro? Y contestó el alma: Lo oí, pero me amé a mí mismo, y cerré los oídos para no oír nada de ese juicio, y tapé mi corazón para no pensar en tales cosas. Por consiguiente, dijo el Juez, es justo que la aflicción y la angustia te abran el entendimiento, porque no quisiste entender mientras pudiste. 

Entonces el alma, arrojada del tribunal, dando espantosos aullidos, exclamó: ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡qué pago! ¿Pero cuándo será el fin? Y al punto se oyó una voz que dijo: Como el mismo principio de todas las cosas no tiene fin, así tampoco tendrá tu penar fin alguno.

viernes, 11 de octubre de 2024

SOBRE LA SOBERBIA (Revelaciones a Santa Brígida)

 


Jesucristo precave a santa Brígida del vicio de la soberbia. 

REVELACIÓN 81 

No te turbes con la soberbia de los mundanos, dice Jesucristo, pues pasará muy pronto. Hay un insecto llamado mariposa, que tiene grandes alas y poco cuerpo; es de varios colores y vuela alto a causa de su poco peso, pero así que se remonta por el aire, como tiene poca fuerza en el cuerpo, cae muy pronto en lo más inmediato, sean piedras o leños. Estas mariposas significan los soberbios, los cuales tienen grandes alas y poco cuerpo porque su ánimo se hincha con la soberbia, como un pejello lleno de viento; creen que todo lo tienen por sus méritos, prefiérense a los demás, júzganse más dignos que los otros, y si pudieran extenderían su nombre por todo el mundo. Pero como su vida es breve y como un momento, cuando menos lo piensan, se hallan en poder de la muerte. Los soberbios tienen también varios colores como la mariposa, porque se ensoberbecen, ora de la hermosura corporal, ora de sus riquezas, ya de su talento, ya de su linaje, y después cada cosa de estas varían su posición; pero cuando mueren, no son más que tierra, y cuanto a más alto grado hayan subido, más peligrosa es su caida y muerte. Guárdate, pues, de la soberbia, esposa mía, porque Dios aparta de los soberbios su cara, y mi gracia no entra en el alma donde ella habita.  

miércoles, 9 de octubre de 2024

REVELACIONES DE SANTA BRIGIDA: Paciencia admirable de Dios, pero cómo amenaza también a los que desprecian su ley y los anatemas de la Iglesia.

 



REVELACIÓN 75 LIBRO 4

Cuando el traidor de Judas se llegó a mi Hijo, le dice la Virgen a santa Brígida, inclinóse mi Hijo y lo besó, pues Judas era pequeño de cuerpo, y le dijo: Amigo, ¿a qué has venido? y al punto se arrojaron sobre mi Hijo sus enemigos, y unos le tiraban de los cabellos y otros le escupían. Luego le dijo Jesucristo a la Santa: Yo soy considerado como un gusano que está muerto por el invierno, y todos los que pasan le escupen y lo pisotean. Así lo hicieron conmigo tal día como hoy los judíos, porque me tuvieron por el más vil y más indigno de todos; así también obran los cristianos, cuando me desprecian, y tienen por vanidad todo cuanto hice y sufrí por amor de ellos. Me pisotean, cuando temen y veneran más a un hombre que a mí, que soy su Dios; cuando no temen mi justicia, y disponen a su arbitrio el tiempo y manera de mi misericordia. Me dan golpes en los dientes, cuando conociendo mis mandamientos y mi Pasión, dicen: Hagamos ahora nuestro gusto, y no por eso dejaremos de ir al cielo; porque si Dios quisiera perdernos y castigarnos eternamente, no nos habría creado ni redimido con tan amarga muerte. Por tanto, sentirán el rigor de mi justicia, porque así como no dejo de remunerar ninguna obra buena, por pequeña que sea, tampoco dejaré sin castigo cualquier pecado, por mínimo que sea. Me menosprecian también y me pisotean, cuando no respetan las sentencias de la Iglesia o excomuniones; y así como los excomulgados públicamente son separados del trato con los demás, del mismo modo serán estos separados de mí, porque una excomunión que se sabe y no se teme, sino que se menosprecia, hace más daño que la espada corporal. Por consiguiente, yo , que soy tenido por un gusano, quiero revivir ahora con mi rigurosa justicia, y vendré tan terrible, que al verme dirán a los montes: Caed sobre nosotros y libradnos de la ira de Dios.

lunes, 7 de octubre de 2024

EL SANTO ABANDONO (CAP. 15 DOS EJEMPLOS MEMORABLES)

 


Antes de cerrar este estudio sobre el abandono en las penas interiores, citaremos dos ejemplos memorables, propios especialmente para instruirnos y animarnos. Por ellos veremos cómo trata Dios a las almas grandes y el modo como ellas santifican sus pruebas.

 «Hacia el fin de 1604 viose Santa Juana de Chantal asediada de horribles tentaciones contra la fe, de dudas acerca de los misterios más adorables, y en particular sobre la divinidad de la Iglesia. Si por un momento disminuían esas tentaciones, era para dar lugar a oscuridades, a impotencias, a grandes sequedades, a una ausencia absoluta de gusto y de sentimiento en la práctica de la virtud. En vano se entregaba a la oración; su espíritu tan vivo en todas las cosas, quedaba en las tinieblas. Se aplicaba a amar a Dios, y le parecía que su corazón era de mármol. El solo nombre de Dios la volvía tibia e indiferente; de todo lo cual resultaban desolaciones imposibles de describir. » Duró tan penoso estado más de cuarenta años, pero en los nueve últimos se redobló su intensidad y se transformó en una «terrible agonía que no cesó sino un mes antes de su muerte. Entonces fue su alma abandonada a tantas y tan crueles penas interiores, que ella misma no se conocía. No osaba ni bajar los ojos a su interior, ni elevarlos a Dios. Su alma se le representaba manchada de pecados, colmada de negra ingratitud, desfigurada y horrible a la vista. Cuando mayores cosas hacía por Dios, cuanto su perfección brillaba más a los ojos del mundo, más desnuda se veía también de todas las virtudes y despojada de todo mérito. A excepción de los pensamientos de impureza, de que nunca fue asaltada, no hubo idea perversa de que su espíritu no estuviera invadido, ni acciones detestables que no se presentasen a su mente.

Las dudas acerca de los más adorables misterios, las blasfemias contra los atributos más misericordiosos de Dios, los juicios más abominables sobre el prójimo se disputaban su imaginación; por lo que al hablar de sus penas gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Durante la noche oíasela suspirar como a un enfermo en agonía, y durante el día se olvidaba de tomar el sustento necesario. Y lo más horrible era que, en medio de estas tentaciones, le parecía que Dios la había abandonado, que no la miraba, que no se cuidaba de ella.

Tendíale ella los brazos, mas como se hace en la oscuridad a un amigo desaparecido para siempre. O más bien, Dios estaba para ella más que ausente, era su enemigo, la rechazaba. En vano para calmar su espanto trataba de representársele bajo las imágenes de pastor, de esposo o de amigo; en seguida vedle aparecer como juez irritado, como señor despreciado y que pide venganza. Poco a poco se le convirtieron en una carga todos los ejercicios referentes a Dios. Poníase del todo temblorosa cuando era preciso acudir a la oración, sobre todo a la Comunión, en donde la idea de sus crímenes y la de la santidad de Dios atravesaban su alma cual dos agudas espadas». Era una altísima contemplación, terriblemente purificadora. «Hasta entonces había conservado todas sus luces, siquiera para la dirección de los demás. Mas no fue así en lo sucesivo, pues este ministerio se convirtió para ella en una fuente de espantosas tentaciones. No podía oír hablar de una pena sin que fuese para ella un sufrimiento, ni oír nombrar un pecado sin imaginarse que lo cometía. 

«¡Espectáculo digno de eterna meditación! continúa su historiador. -¡Ved a esta mujer fuerte, a esta robusta y poderosa inteligencia, vedla anonadada, abatida, incapaz de dirigirse, obligada a andar a tientas en este camino de la vida espiritual que tan conocido le era para los otros, en el que no veía claro para sí misma! Así es como la reduce Dios a la gran humildad, así es como conserva en ella a esos grandes santos que admiramos en la historia, que resucitan los muertos, que anuncian el porvenir, y acerca de los cuales nos preguntamos a veces temblando, qué hacen para ser humildes. En tanto que se los lleva en triunfo y se les besa los pies, Dios los humilla en el secreto de su alma; les inflige afrentosas bofetadas, y les hace sufrir en el fondo del corazón una agonía que los vuelve insensibles a todos los honores del mundo.» 

Estaba, pues, Santa Juana de Cantal reducida a tal extremo que nada en el mundo era capaz de darle un pequeño alivio, sino el pensamiento de la muerte. «Hace ya cuarenta y un años que las tentaciones me aplastan, decía un día. ¿He de perder por eso el ánimo? No, yo quiero esperar en Dios, aunque El me matara y aniquilara para siempre.» Y añadía estas humildes y magníficas palabras: «Mi alma era un hierro tan enmohecido por los pecados, que ha sido necesario este fuego de la divina justicia para sacarle un poco de brillo.»

 «En este estado de desamparo -dice San Alfonso- su regla única de conducta era mirar a su Dios y dejarle obrar. Conservaba siempre sereno el semblante, aparecía dulce en su conversación, y tenía de continuo fija su mirada en Dios, reposando en el seno de su adorable voluntad. San Francisco de Sales, su director, que conocía cuán agradable era esta alma a los ojos de Dios, comparábala a un músico sordo que, cantando primorosamente, no pudiera recibir de ello placer alguno, y a ella misma la escribía de la siguiente manera: "Es necesario manifestar una invencible fidelidad hacia el Señor, sirviéndole puramente por amor a su voluntad, no solamente sin gusto, sino en medio de tristezas y de temores." Más tarde la Madre Chantal dábale este consejo tan prudente y varonil: "No habléis jamás de vuestras penas ni con Dios ni con vos mismo. No hagáis examen alguno de ellas; mirad a Dios, y si podéis hablarle, sea de El mismo." Otras almas necesitarán hablar de esas penas a Dios en la oración, a su ministro en la dirección; pero qué hermoso es "desapropiar las almas de sí mismas, enseñarlas a no mirarse tanto a si mismas y a ver más a Dios; a ocuparse mucho de El, y muy poco de sí mismas; a ahogar así las penas interiores, como se ahoga un incendio cercenando su alimento"». 

Y San Alfonso añade: «De esta manera se llega a la santidad. En el edificio espiritual, los santos son las piedras escogidas, que labradas a cincel, es decir, por medio de las tentaciones, temores, tinieblas y otras penas interiores y exteriores, llegan a ser aptos para coronar los muros de la celestial Jerusalén, o para ocupar los más elevados tronos en el reino del paraíso.» 

San Alfonso se expresaba así por experiencia. « Por Dios lo había dejado todo, había crucificado su carne, había afrontado las fatigas de un duro apostolado, había sufrido con paciencia crueles persecuciones, hasta la afrenta de ser arrojado de su Congregación. Mil veces había desgarrado todo esto su corazón; restábale, sin embargo, el tesoro que nadie le podía robar; restábale su Dios, el amigo que había consolado sus dolores, y que con frecuencia habíale atraído a sí con dulces arrobamientos. Con Jesús ya no se encontraba aislado, y la celda se le convertía en paraíso. »

Pero de pronto, este paraíso desapareció, y Dios, el sol de su alma, cesó de derramar en ella su luz. Una noche más espantosa que la de la tumba envolvió al pobre solitario. Velase abandonado de todos, abandonado de Dios y al borde del infierno; y si volvía los ojos a su vida pasada, no encontraba sino pecados. Todos sus trabajos, todas sus buenas obras no eran sino frutos maleados que inspiraban horror a Dios. Su conciencia atormentada desde la mañana a la noche por los escrúpulos, era juguete de todas las ilusiones, como que convertía en pecados graves sus acciones más sencillas y aun las más santas. El, el gran moralista que había dado su dictamen y con tan perfecto discernimiento sobre todos los casos de conciencia, que había dirigido miles de cristianos en los caminos de la perfección, que había confortado a los pecadores hablándoles de las infinitas misericordias de Dios, y que había consolado tantas veces a las almas presas de la inquietud, caminaba ahora a tientas, y como ciego temblaba bordeando abismos, incapaz de dar un paso sin la ayuda de brazo ajeno. »

En este estado de inquietud y desolación, no se atrevía a comulgar. Su amor a Jesucristo arrastrábale hacia el altar, y el temor le impedía abrir su boca para recibir la sagrada hostia», hasta que la palabra de su director o de su superior le hubo tranquilizado. «En lo más recio de estas angustias recurría al consuelo que procura la oración, mas le parecía que entre él y Dios se levantaba un muro infranqueable. Creciendo entonces de continuo la oscuridad, apoderábase de él el sentimiento de que el Corazón de Dios, le estaba cerrado, y el Paraíso perdido para él. En estos momentos de indecible angustia miraba al Crucifijo arrasados en lágrimas los ojos, dirigíase a la Santísima Virgen y pedía misericordia: "¡No, Jesús mío, no permitáis que yo sea condenado! Señor, no me arrojéis al infierno, porque en el infierno no se os puede amar. Castigadme como lo merezco mas no me arrojéis de vuestra presencia.» 

«A los escrúpulos que le hacían la vida insoportable vinieron pronto a unirse, para abrumarle, las más espantosas tentaciones contra todas las verdades. En su espíritu surgían dudas contra todas las verdades del Credo, y como su conciencia oscurecida no distinguía entre el sentimiento y el consentimiento, parecíale que la fe se extinguía en su alma.» Entonces asíase, por decirlo así, a la verdad, y multiplicaba los actos de fe, exclamando con ardor: «Creo, Señor, si, yo creo; quiero vivir y morir hijo de la Iglesia.» 

Había el demonio recibido el poder de molestarle, y de él usaba para suscitar tempestades de tentaciones y desolaciones, para darle asaltos furiosos, para inventar pérfidos artificios. Púsolo todo en juego a fin de inspirar al santo un sentimiento de orgullo a causa de sus escritos. «Impotente para excitar el orgullo, emprendió la tarea de despertar en su víctima la concupiscencia de la carne, y perder por la impureza a este ángel de inocencia, que desde la infancia hasta la extrema vejez había conservado sin mancha la vestidura bautismal.» Alfonso experimentó por espacio de más de un año los terribles efectos del poder de Satanás sobre la imaginación y los sentidos. «Tengo ochenta y ocho años, decía un día, y siento en mí el ardor de la juventud.» Tan violentos llegaban a veces a ser los asaltos, que prorrumpía en gemidos, y golpeaba con el pie la tierra exclamando: « ¡Jesús mío, haced que muera antes que ofenderos! ¡Oh María, si no venís en mi ayuda, me volveré más criminal que Judas!» Llamaba entonces en su socorro a sus directores y a su superior, pues en este terrible huracán que duró dieciocho meses, «su único aliento era la obediencia». Incapaz de juzgar por sí mismo, aceptaba ciegamente las decisiones de su director o de cualquier otro sacerdote, a pesar de los sentimientos que experimentaba, y las contrarias razones que le sugería el demonio. «Mi cabeza -decía- no quiere obedecer.» Muchas veces se le oía exclamar: «Señor, haced que sepa vencerme y someterme; no, no quiero contradecir, no quiero seguir mi parecer.» De este modo la obediencia triunfaba de todas las tentaciones. 

«Si se pregunta por qué permite el Señor que sus mejores amigos sean sometidos a pruebas tan dolorosas, la cruz nos explica este misterio. Es preciso que los santos, miembros vivos de Jesucristo, terminen en ellos su dolorosa Pasión. Cuando las humillaciones y los sufrimientos los han depurado y transfigurado, Dios los saca del purgatorio en que los tenía encerrados, las tinieblas ceden su puesto a la luz, sobreabunda la alegría allí donde abundaba la aflicción, y pronto vemos con admiración un extático o un taumaturgo en el hombre que parecía abandonado de Dios. Tal sucedió por lo menos a San Alfonso después de esta cruel persecución y prueba, y aun en medio de sus más amargas tribulaciones. Sus éxtasis y sus raptos fueron más frecuentes que nunca.» Dios no conduce a todas las almas por estos mismos caminos; al menos estas penas interiores, generosamente soportadas, traerán siempre un inmenso acrecentamiento de la vida espiritual.

viernes, 4 de octubre de 2024

SAN FRANCISCO DE ASIS

 


San Francisco de Asís.

Nació en esa ciudad en 1181.

Joven alegre y fastuoso, pronto abandonó todas las cosas para desposarse con la dama Pobreza.

Junto con Santo Domingo de Guzmán renovó el cristianismo de su tiempo, tan decaído, con sus predicaciones, con sus heroicos ejemplos y con sus tres ramas de la Orden Franciscana: los Frailes Menores, las Clarisas y los Terciarios, los cuales casi convirtieron los países latinos en un inmenso convento.

A San Francisco se le ha llamado el retrato mas vivo de Jesucristo.

Murió en 1228 y fue canonizado, dos años después por Gregorio IX.

Sus hijos llenan el mundo con el perfume de sus virtudes y la luz de su saber, y de ellos es en gran parte la evangelización de América, donde su hábito es tan popular.

MEDITACIÓN

SOBRE SAN FRANCISCO

I. El amor divino consumió todos los lazos que ataban a San Francisco en la tierra y le hizo abandonar la casa paterna, las riquezas y los placeres. Toda su vida vivió él en este desasimiento; por esto debes tú comenzar a darte a Dios. Es imposible que ames a Dios y al mundo. ¡Ah! los placeres y los honores de la tierra no merecen ocupar tu corazón; déjalos antes que ellos te dejen a ti.


II. Ese mismo amor que separó a San Francisco de los bienes de la tierra, lo unió estrechamente a su Dios y le hizo encontrar en esta unión una inalterable felicidad. De este modo solía decir: “¡Dios mío y mi todo! en Ti es donde encuentro todo lo que necesito”. ¡Alma mía, tratemos de gustar el placer que existe en estar unido a Él; en vano hemos buscado descansar en las creaturas; vayamos a Dios, pero hagámoslo dándonos a Él sin reserva, sin demora y para siempre!

III. El amor, por último, transformó a San Francisco en Jesucristo mismo, por decirlo así, cuando un serafín imprimió en su cuerpo las sagradas llagas del Salvador. No recibió esta gracia sino después de haberse hecho, por una mortificación continua, viva imagen de Jesús crucificado. Como este gran santo, lleva tú constantemente en tus miembros la mortificación de Jesucristo. Mira al Salvador clavado en la cruz: he ahí el verdadero modelo de predestinados. Para llegar a ser semejante a Él, es preciso que la mortificación imprima en tu cuerpo sus adorables estigmas. Llevan en sí las llagas de Cristo quienes mortifican y afligen el cuerpo (San Jerónimo).

ORACIÓN

Oh Dios, que, por los méritos de San Francisco dais sin cesar nuevos hijos a vuestra Iglesia, concedednos la gracia de despreciar, siguiendo su ejemplo, los bienes terrenales y poner nuestra dicha en la posesión de los dones celestiales.

Por J. C. N. S.

jueves, 3 de octubre de 2024

PROFECÍAS DE LA BEATA ANA C. EMMERICK

 



"Vi una gran procesión de obispos. Sus pensamientos y su estado me fueron revelados a través de imágenes que brotaban de sus bocas. Sus errores hacia la religión me eran mostrados… Eran casi todos los obispos del mundo, pero sólo un pequeño número estaban perfectamente atinados."


"Luego vi que todo lo concerniente al protestantismo se elevaba, y que la religión católica caía en completa decadencia. La mayoría de los sacerdotes eran seducidos por el falso conocimiento de jóvenes maestros y todos ellos contribuían al trabajo de destrucción de la iglesia."


UNA NUEVA, EXTRAÑA Y EXTRAVAGANTE IGLESIA. 


"Vi que cierta cantidad de pastores aceptaban ideas que eran peligrosas para la iglesia. Construían una gran, extraña y extravagante iglesia. Cualquiera era aceptado a fin de unirse y tener iguales derechos: evangelistas, católicos, sectas de cualquier descripción. Tal iba a ser la nueva iglesia. Pero allí, en la extraña gran iglesia, todo el trabajo estaba hecho mecánicamente, acorde a reglas establecidas y formuladas. Todo estaba hecho acorde a la razón humana… vi toda clase de gente, cosas, doctrinas y opiniones. Había cierto orgullo, presunción y violencia, y parecían tener éxito. No vi ni un solo Ángel, ni un solo Santo ayudando en esa labor… pero Dios tenía otros designios. Vi de nuevo la nueva y despareja iglesia que ellos trataban de construir… no había nada Santo en ella. Había gente amasando pan en una cripta, bajo esa iglesia; pero no se recibiría el Cuerpo de Nuestro Señor, solamente sería pan. Aquellos que estaban en el error, involuntariamente, y los que piadosamente y ardientemente esperaban por el Cuerpo de Jesús, serían consolados, pero no por su comunión. Entonces Jesús me dijo: “Esto es una Babel”."

LA VERDADERA IGLESIA ES PERSEGUIDA.  

"En el mundo entero la gente buena y devota, especialmente los sacerdotes, eran perseguidos, oprimidos… Todas las comunidades católicas eran oprimidas, perseguidas, confinadas y quitadas de su libertad. Vi muchas Iglesias cerradas, gran miseria y guerra y derramamiento de sangre. Un salvaje populacho se manifestaba violentamente. Pero no duraría mucho. … Sólo el Santuario y el Altar quedarán en pie, los demoledores entrarán en la iglesia con la bestia [falso profeta] del Apocalipsis."  

EL TRIUNFO DE LA VERDADERA IGLESIA DE JESÚS. 

"Vi otro movimiento guiado por Dios: eran cristianos humildes, llenos de Amor a Dios, sumisos y enteramente a la voluntad de Dios. Los Ángeles y Santos les ayudaban, les llevaban de la mano y les custodiaban. Todas sus acciones eran encaminadas a la Gloria de Dios y la santidad de sus vidas. Dios era querido y adorado. Sus rostros eran alegres, felices y confiados, porque Dios estaba con ellos… Jesús y su Santísima Madre habitan entre su pueblo… Vi una mujer de noble porte que caminaba despacio, lo cual me hizo pensar que estaba encinta. Al verla, los enemigos se aterrorizaron, y la bestia no pudo dar un solo paso adelante. Alargó su cuello como si fuera a devorarla, pero la Mujer se postró ante el Altar, con su cabeza tocando el piso. La bestia huyó volando hacia el mar y los enemigos fueron abandonados en una gran confusión. A gran distancia, una gran legión se aproximaba, a cuyo frente venía un hombre montado sobre un caballo blanco… Todos los enemigos se dispersaron…Inmediatamente la iglesia fue reconstruida y fue más magnífica que nunca antes. Cuando hubo terminado el combate, sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente. María, que extendía sobre ella su manto. En la Iglesia hubo actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una Santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del señor."

miércoles, 2 de octubre de 2024

DESCRIPCION DE LOS SUFRIMIENTOS DE SU DIVINO HIJO (Revelaciones a Santa Brigida)

 


Refiere la Virgen María a santa Brígida de un modo muy patético la Pasión de su divino Hijo, y descríbele también la hermosura de su sagrada Humanidad.


REVELACIÓN 52


Al acercarse la Pasión de mi Hijo, brotáronle las lágrimas y comenzó a sudar con el temor de ella; luego se apartó de mi vista, y no volví a verlo, hasta que lo sacaron para azotarlo. Entonces lo llevaron con tales empellones y lo derribaban por el suelo con tanta crueldad, que al herirle en la cabeza de un modo horroroso, los dientes chocaban unos con otros; y en el cuello y en las mejillas le daban tan fuertes golpes que el sonido llegaba hasta mí. Por mandato del lictor se despojó él mismo de sus vestidos, y abrazó con gusto la columna. Atáronle a ella fuertemente, y con instrumentos sembrados de púas y aguijones, principiaron a darle azotes, no arrancándole la carne, sino surcándole todo el cuerpo.

Así, pues, yo al primer golpe, como si me lo hubieran dado en el corazón, quedé privada de sentido; y volviendo en mí después, vi su cuerpo, que estuvo del todo desnudo mientras lo azotaban, todo hecho una pura llaga. Entonces, uno de los que allí estaban, dijo a los verdugos:

¿Queréis matar a este hombre sin que lo juzguen, y hacer vuestra la causa de su muerte? Y al decir esto cortó la soga con que lo tenían atado. Luego que mi Hijo se separó de la columna, fué a buscar sus vestidos, mas apenas si le dieron lugar para ello, y mientras lo llevaban a empellones, iba poniéndose la túnica. Sus pisadas al separarse de la columna, quedaban marcadas con sangre, de modo que por ella podía yo conocer todos sus pasos; limpióse con la túnica el rostro, que le estaba manando sangre.

Sentenciado a muerte, le pusieron la cruz a cuestas, pero en el camino tomaron otro que le ayudase. Al llegar al paraje de la crucificción, tenían a punto el martillo y cuatro clavos agudos. Mandáronle que se desnudase, y se despojó de sus vestidos, poniéndose antes un pedazo de lienzo con que cubrirse parte del cuerpo, el cual lo recibió con mucho consuelo para atárselo por encima de los muslos.

La cruz estaba preparada, y sus brazos estaban colocados muy en alto, de suerte que el nudo o junta de ella venía a dar en las espaldas, sin dejar sitio alguno en donde poder apoyar la cabeza.

La tabla del título estaba clavada en ambos brazos, y sobresalía por encima de la cabeza.

Mandáronle poner de espaldas sobre la cruz, y después de tendido en ella pidiéronle la mano, alargando primero la derecha, y después no llegando la otra al sitio que en el otro extremo ya estaba señalado, se la estiraron con gran fuerza, y lo mismo hicieron con los pies, que por haberse recogido no llegaban a los agujeros. Pusieron el uno sobre el otro, como si estuvieran sueltos de sus ligaduras, y los atravesaron con dos clavos, fijándolos al tronco de la cruz por en medio de un hueso, como habían hecho con las manos.

Al primer martillazo, quedé por el dolor enajenada de mí y sin sentido; y al volver en sí, vi crucificado a mi Hijo, y oí a los que estaban allí cerca, que decían: ¿Qué ha hecho éste? ¿Ha sido ladrón, salteador o mentiroso? Y otros respondieron que era mentiroso. Entonces le pusieron otra vez en la cabeza la corona de espinas, apretándosela tanto, que bajó hasta la mitad de la frente, y por su cara, cabellos, ojos y barba, comenzaron a correr arroyos de sangre con las heridas de las espinas, de suerte que todo lo veía yo cubierto de sangre, y no pudo verme aunque estaba yo cerca de la cruz, hasta que apretó los párpados para separar de ellos un poco la sangre.

Así que me hubo encomendado a su discípulo, alzó la cabeza y dió una voz salida de lo íntimo de su pecho, y con los ojos llorosos, fijos en el cielo, dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis desamparado? La cual voz jamás pude olvidar hasta que subí al cielo, porque la dijo, más compadeciéndose de mí que por lo que él padecía. Luego en todos los puntos de su cuerpo que se podían divisar sin sangre, se esparció un color mortal. Los dientes se le apretaron fuertemente, las costillas podían contársele; el vientre, completamente escuálido, estaba pegado al espinazo, y las narices afiladas, y estando su corazón para romperse, se estremeció todo su cuerpo y su barba se inclinó sobre el pecho.

Viéndole ya muerto, caí sin sentido. Quedó con la boca abierta, de modo que podían verse los dientes, la lengua y la sangre que dentro tenía; los ojos le quedaron medio cerrados, vueltos al suelo; el cuerpo, ya cadáver, estaba colgado y como desprendiéndose de la cruz; inclinadas hacia un lado las rodillas, apartábanse hacia otro lado los pies girando sobre los clavos. En este espacio de tiempo varios de los circunstantes insultándome decían: María, ya murió tu Hijo. Otros que sentían mejor, me consolaban diciendo: Señora, la pena de vuestro Hijo ya se terminó para su eterna gloria.

Poco después le abrieron el costado, y el hierro de la lanza salió teñido en sangre roja y encendida, echándose de ver que había sido traspasado su corazón; pero ¡ay! que aquella lanzada penetró también el mío, y fué maravilla que no se me rompiese. Cuando todos se fueron del lado de la cruz, yo no pude apartarme, y me consolé porque pude tocar su cuerpo cuando le bajaron de la cruz, y pude también recibirlo en mi regazo, mirar sus llagas y limpiarle su sangre. Con mis dedos le cerré la boca y le arreglé los ojos. Pero sus yertos brazos no pude doblarlos para que descansaran sobre el pecho, sino sobre el vientre. Las rodillas tampoco pudieron extenderse, sino que quedaron dobladas como habían estado en la cruz.

Mi Hijo, continuó la Virgen santísima, no puedes verlo como está en el cielo, pero te voy a decir cómo era su cuerpo cuando estaba en el mundo. Era tan hermoso, que nadie le miraba a la cara sin quedarse consolado, aunque estuviese muy afligido por el dolor; pues los justos, con sólo verlo, recibían consuelo espiritual, y aun los malos mientras lo miraban se olvidaban de todas las tristezas del mundo. Era esto en tal grado, que los que se veían acongojados por alguna aflicción, solían decir: Vamos a ver el Hijo de María, para que al menos durante ese tiempo estemos consolados.

A los veinte años de edad ya tenía todo el cuerpo y fortaleza de un varón perfecto. Era de buena y proporcionada estatura, no de muchas carnes, aunque bastante desarrollado en sus músculos.

Sus cabellos, cejas y barba eran de un castaño dorado; era su venerable barba como de un palmo de larga, su frente no la tenía salida ni hundida, sino recta; las narices proporcionadas, ni pequeñas ni demasiado grandes; los ojos tan puros y cristalinos, que hasta sus enemigos se deleitaban en mirarlos; los labios no gruesos y de un sonrosado claro; el mento o barba no salía hacía fuera, ni era prolongado en demasía, sino agraciado y de hermosa proporción; las mejillas estaban moderadamente llenas; su color era blanco con mezcla de sonrosado claro; su estatura era derecha, y en todo su cuerpo no había mancha ni fealdad alguna, como pudieron atestiguarlo los que lo vieron del todo desnudo, y lo azotaron atado a la columna. Jamás tuvo en su cuerpo ni en su cabeza insecto alguno, ni otra alguna suciedad, porque era la limpieza misma.

viernes, 27 de septiembre de 2024

REVELACIONES A SANTA BRÍGIDA: Preciosa muerte de los justos, y cuánto les importa ser atribulados en esta vida.

 


REVELACIÓN 35 LIBRO 4 

No temas, hija, dice Jesucristo, que no morirá esa enferma por quien ruegas, porque sus obras me son agradables. Murió la enferma, y volvió a decir a la Santa Jesucristo: Hija, te dije la verdad, porque no ha muerto, y su gloria es grande; pues la separación del cuerpo y del alma de los justos es solamente un sueño, porque van a despertar a la vida eterna; pero debe llamarse muerte, cuando el alma separada del cuerpo, pasa a la muerte eterna. Muchos hay que no considerando el porvenir, desean morir con muerte tranquila. Pero ¿qué es la muerte cristiana, sino morir del modo que yo he muerto; esto es, inocente, por mi voluntad y con paciencia? ¿Por ventura, quedé yo deshonrado, porque mi muerte fué ignominiosa y dura? ¿O han de ser tenidos por necios mis amigos, porque sufrieron afrentas? ¿O fué esta disposición del acaso o del curso de las estrellas? No, por cierto; sino que yo y mis escogidos padecimos trabajos, para enseñar con palabras y obras que era penoso el camino del cielo, y para que continuamente se pensase cuánta purificación necesitan los malos, si los escogidos e inocentes padecieron tales tribulaciones. Ten, pues, entendido, que muere afrentosa y malamente, el que habiendo pasado una vida disoluta, fallece con propósito de seguir pecando; el que siendo dichoso según el mundo, desea vivir más tiempo, y no da gracias a Dios por lo mucho que le debe. Pero el que ama a Dios de todo corazón, y es atribulado inocentemente despreciando la muerte, o es afligido con una larga y penosa enfermedad, éste vive y muere felizmente; porque la muerte dura disminuye el pecado y su pena, y aumenta la corona. Con este motivo te recuerdo dos que a juicio de los hombres murieron con muerte afrentosa y dura, los cuales no se hubieran salvado, si por mi gran misericordia no hubiesen tenido semejante muerte; pero consiguieron la gloria, porque Dios no castiga dos veces a los contritos de corazón. Por tanto, no deben contristarse los amigos de Dios, si son afligidos temporalmente o si tienen una muerte penosa; porque es mucha dicha llorar de presente y ser afligido en el mundo, para no tener más riguroso purgatorio, de donde no habrá medio de escapar hasta que todo se pague, ni tiempo para hacer buenas obras.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Doctrina de la Virgen María sobre la utilidad de las tribulaciones, a ejemplo de su divino Hijo.

REVELACIÓN 47 LIBRO 4

Mi hijo, dice la Virgen a santa Brígida, es como aquel pobre labrador que no teniendo buey ni jumento, acarrea desde el monte la leña y otras cosas que le son necesarias encima de sus hombros, y entre la leña que traía, venían unas varas que servían para castigar a un hijo suyo desobediente, y para calentar a los fríos. De la misma manera mi Hijo, siendo Señor y Creador de todas las cosas, se hizo muy pobre, para enriquecerlos a todos, no con riquezas perecederas sino eternas, y llevando sobre sus hombros el gravísimo peso de la cruz, purgó y borró con su sangre los pecados de todos.

Pero entre otras cosas que hizo, escogió varones virtuosos, por medio de los cuales, y con la cooperación del Espíritu Santo, se encendiesen en amor de Dios los corazones de muchos, y se manifestase el camino de la verdad. Eligió también varas, que son los amigos y seguidores del mundo, por medio de los cuales son castigados los hijos y amigos de Dios, para su enseñanza y purificación, y para que sean más cautos y reciban mayor corona.

Sirven igualmente las varas para estimular a los hijos fríos, y Dios también se anima con el calor de ellos: porque cuando los mundanos afligen a los amigos de Dios y a los que solamente aman a Dios por temor de la pena, los que han sido atribulados se convierten con mayor fervor a Dios, considerando la vanidad del mundo; y el Señor compadeciéndose de su tribulación les envía su amor y consuelo.

Mas ¿qué se hará con las varas después de castigados los hijos? Se arrojarán al fuego, para que se quemen; porque Dios no desprecia a su pueblo, cuando lo entrega en manos de los impíos; sino que como el padre enseña al hijo, así para coronar a los suyos, se vale Dios de la malicia de los impíos.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

NOCIONES DE HISTORIA DE ESPAÑA (EDAD MEDIA: Reyes privativos de León)

 


Reyes privativos de León

P. ¿Qué reyes hubo en León en el siglo XII? 

R. Dos: Fernando II y Alfonso IX. 

P. ¿Cómo heredó Fernando II el reino de León y Galicia? 

R. Por la muerte de su padre Alfonso VII, que dividió sus estados, como queda explicado en el reinado de este rey. Fernando II hizo guerra a los moros de Portugal, y se apoderó de algunas plazas, entre ella de Cáceres. Murió el año 1218. 

P. ¿Quién heredó la corona de León después de su muerte? 

R. Su hijo Alfonso IX; quiso hacer armas contra su tío Alfonso VIII de Castilla, mientras éste se hallaba empeñado contra los moros; pero hicieron alianza casando Alfonso IX de León con su prima D. Berenguela, hija del rey de Castilla, de cuyo matrimonio nació Fernando III el Santo. D. Alfonso de León murió el año 1230, dejando la herencia de su reino a sus hijas D. Sancha y D. Dulce, habidas en su primer matrimonio con D. Teresa de Portugal, y desheredando a su hijo Fernando III, rey de Castilla. 

P. ¿Qué reyes de Castilla y de León hubo en el siglo XIII? 

R. Tres: Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio y Sancho IV el Bravo. Pueden contarse como reyes de Castilla a Enrique I, que murió siendo niño, y Doña Berenguela, que cedió el trono a su hijo Fernando III en el acto de ser proclamada reina.

Unión definitiva de León y Castilla. 

P. ¿Cómo se volvieron a unir las coronas de Castilla y de León? 

R. Fernando III heredó a su madre doña Berenguela la corona de Castilla, como queda explicado en el reinado de Enrique I, y la de León y Galicia de su padre Alfonso IX; pues aunque éste le desheredó, fueron reconocidos sus derechos, y Fernando III quedó legítimo rey de los estados de su padre, y así quedaron unidos León y Castilla. 

P. ¿Cómo gobernó sus estados Fernando III? 

R. Aunque tuvo la necesidad de hacer uso de las armas para poner paz sus estados, lo consiguió fácilmente, y antes de aventurarse en nuevas empresas, dedicó su actividad en honor de la religión, mandando edificar la catedral de Burgos, una de las obras de arquitectura más acabada, cuya primera piedra colocó D. Fernando y su Mujer D. Beatriz. Satisfecho de su gloriosa empresa, hizo su primera excursión contra los infieles, venciéndolos en cuantas batallas dio y conquistando Baeza, Andújar, Córdoba, Jaén, Úbeda, Sevilla, Cádiz, Jerez, Medina. Sidonia y otras ciudades. 

P. ¿Qué otras empresas se deben a San Fernando? 

R. Hizo feudatarios suyos a los reyes de Granada, quienes le ayudaron con sus armas, y por no hacerles guerra, resolvió pasar al África; pero no pudo realizar sus propósitos, pues andaba enfermo de hidropesía, y murió muy cristianamente el año 1252. Este mismo rey creó el Consejo de Castilla, fundó la universidad de Salamanca y edificó la catedral de Toledo. 

P. ¿Qué me dice V. del reinado de Alfonso X el Sabio? 

R. Era hijo de Fernando III, y fué rey noble y valiente, pero más aficionado a las letras que a las armas, y sus negocios se enredaron de tal modo, que, a pesar de su bondad, se enajenó las voluntades de muchos. Fue elegido emperador de Alemania, cuya dignidad no pudo ocupar por no haber confirmado el Papa su elección, a pesar de que consumió mucho dinero en sus pretensiones, oprimiendo a sus pueblos con onerosos tributos, y yendo en persona a defender sus derechos. Todo esto dio por resultado el alzamiento de los moros de Murcia y Granada, y el disgusto del pueblo, instigado por los nobles revoltosos: D. Alfonso contuvo a los moros y ofreció atender a las cosas de España. 

P. ¿Qué otros sucesos ocurrieron durante su reinado? 

R. D. Fernando de la Cerda, hijo mayor de Alfonso X , murió y dejó dos hijos; pero fue nombrado sucesor de la corona el segundo hijo de D. Alfonso, llamado Sancho; éste temió no alcanzar la corona que le disputaban los hijos de su hermano D. Fernando, y se rebeló contra su padre ayudado de los descontentos. Alfonso X desheredó á D. Sancho, mas antes de morir se reconcilió con él y le perdonó. Fué llamado el Sabio por sus grandes conocimientos en filosofía, astronomía y legisprudencia. Murió en Sevilla el año 1284.

P. ¿Qué recuerdos dejó el reinado de Sancho IV el Bravo? 

R. Su impaciencia le hizo rebelarse contra su buen padre, lo cual no le perdona la historia, aunque su padre le perdonó; fué un rey valeroso y bueno, pero desgraciado; su reinado es una cadena compuesta de conspiraciones y guerras civiles, aunque contra todos pudo el fogoso monarca. Se defendió de los reyes de Aragón y Francia, que protegían los derechos de los infantes de la Cerda; muchos nobles se sublevaron, y D. Lope de Haro, su cuñado y señor de Vizcaya, llegó á amenazarle con su daga, por cuyo desacato fue muerto; las adversidades, que tuvo muchas, no hicieron nunca flaquear su ánimo resuelto. Venció al rey de Marruecos, tomándole la plaza de Tarifa, y arrojó a sus tropas de España. 

P. ¿Qué otros hechos notables ocurrieron en el reinado de Sancho IV? 

R. Tenía el rey un hermano llamado don Juan, de ideas perversas, y siempre le hizo cuanto daño pudo; este D. Juan propuso al de Marruecos reconquistar la plaza de Tarifa si ponía a sus órdenes un pequeño ejército. Aceptó el moro y fueron sobre Tarifa, de cuya plaza era gobernador D. Alonso Pérez de Guzmán. D . Juan hizo preso a un niño, hijo de Guzmán, y propuso a éste que le entregara la plaza ó que mataría a aquel inocente. Guzmán, desde la muralla de Tarifa y con ánimo resuelto, llamó traidor al infante don Juan y arrojó su puñal para que mataran a su hijo único, prefiriendo este sacrificio á ser traidor á su patria y á su rey; desde aquel día fué llamado el Bueno. D. Sancho murió en Toledo el año 1295.

P. ¿Qué reyes de Castilla y de León hubo en el siglo XIV? 

R. Cinco: Fernando lV el Emplazado, Alfonso XI el Justiciero, Pedro I el Cruel, Enrique II el de las Mercedes y Juan I. 

P. ¿Qué se refiere del reinado de Fernando IV? 

R. Tenía nueve años cuando murió su padre Sancho IV , y vivió en su menor edad bajo la tutela de su madre doña María de Molina, quien no se dejó abatir de sus muchos enemigos, defendiendo á su hijo con valeroso esfuerzo contra los infantes de la Cerda, que estaban apoyados por Aragón, Francia y Portugal, y contra el infante D. Juan, el asesino de Tarifa. Llegado el rey á la mayor edad, se mostró muy ingrato con su virtuosa madre, y hecha la paz con los infantes de la Cerda mediante algunas rentas que les cedió, se propuso conquistar la plaza de Algeciras, lo que no pudo conseguir, tomando en cambio a Gibraltar, que estaba mal defendido. 

P. ¿Qué más ocurrió en el reinado de Fernando IV?  

R. Fué asesinado su favorito Benavides, y como el rey sospechó que le podían haber matado unos viajeros que caminaban cerca de donde ocurrió el suceso, los mandó arrojar atados desde la peña de Martos, sin formarles causa ni oír los defender su inocencia; estos viajeros eran hermanos, se llamaban los Carbajales y protestaron a voces de su inocencia emplazando al rey ante la justicia divina. A los treinta días después murió el rey el año 1312, y por esta razón se le llama el Emplazado. 

P. ¿Quién fue el sucesor de Fernando IV el Emplazado? 

R. Alfonso X I el Justiciero tenía un año cuando murió su padre Fernando IV, y su minoría fue una calamidad para España: infinidad de nobles se disputaron la tutela del niño, yendo á Ávila, donde se criaba, para apoderarse de él, a lo que se negaron los caballeros que le guardaban hasta que las Cortes decidieran. A la edad de catorce años se encargó del gobierno, mostrándose muy ofendido con los que abusaron de sus pocos años, y haciendo justicias ejemplares sin pararse en la calidad de la persona que le había ofendido: luego persiguió encarnizadamente el bandolerismo que se había desarrollado en España 

P . ¿Qué hizo Alfonso XI después de poner orden en su reino? 

R. Puso gran empeño por tomar Gibraltar, que nuevamente había caído en poder de los moros, lo cual dio lugar a una nueva invasión de árabes, que, unidos al rey de Granada, pusieron sitio a Tarifa. D. Alfonso hizo alianza con su suegro el rey de Portugal, y se fue á buscar al enemigo, encontrándose ambos ejércitos a orillas del río Salado, donde riñeron una batalla colosal, en la que murieron muchos millares de infieles, y el resto se volvió al África aquella misma noche, consiguiendo Alfonso XI una victoria completa. Puso sitio a la plaza de Algeciras, y la tomó después de veinte meses de cerco y de muchos y muy reñidos combates; de nuevo intentó rescatar a Gibraltar, pero se declaró la peste en su ejército, y murió contagiado el año 1350. 

P. ¿Quién fué el sucesor de Alfonso XI el Justiciero? 

R. Su hijo Pedro I, a quien apellidaron algunos el Cruel, porque, según dicen, era hombre que se complacía en hacer lo que él llamaba justicia: por fútiles motivos, cuando no obedecía sólo á su capricho, mandaba matar lo mismo a nobles que a plebeyos: mató á su hermano D. Fadrique, consintió en la muerte de doña Leonor de Guzmán, madre de sus hermanos, á los cuales desterró, persiguió a su misma madre y otras atrocidades; pero hay que advertir que todo esto lo refirieron sus émulos y enemigos, amigos de D. Enrique. 

P . ¿Quién protestó contra su crueldad? 

R. Su hermano D. Enrique, conde de Trastamara, quien, ayudado por los reyes de Aragón, Navarra y Francia, se hizo proclamar rey en Calahorra, yendo contra D. Pedro, que huyó de Burgos a Sevilla: así estuvieron en guerra, hasta que fue vencido D. Pedro, y obligado a encerrarse en el castillo de Montiel. Conociendo al rey que no tenía fuerzas para abrirse paso, trató de huir, y al efecto procuró ganar a Beltrán Duguesclín, capitán francés, ofreciéndole buena recompensa, y convinieron en que D. Pedro fuera de noche a la tienda del francés, quien se ofreció a ponerlo a salvo: así lo hizo D. Pedro, y al entrar en la tienda se encontró frente a su hermano D. Enrique, con quien luchó á brazo partido; pero poniéndose de parte de éste Duguesclín, fué asesinado D . Pedro por su hermano el año 1369. 

P. ¿Cómo juzga la historia a Enrique II? 

R. Era hijo natural de Alfonso XI y le disputaron la corona el rey de Portugal, como nieto de Sancho IV, y el duque de Lancaster, de Inglaterra, como casado que estaba con una hija natural de D. Pedro el Cruel: unos y otros fueron vencidos por D. Enrique, que luego se dedicó á labrar la felicidad de su reino. Fue tan noble, que borró la mala impresión de haber muerto á su hermano, y tan generoso que le apellidaron el de las Mercedes. Murió el año 1379. 

P. ¿Quién fue el sucesor de Enrique II? 

R. Su hijo Juan I, que hizo alianza con los franceses por consejo de su padre, que aun después de muerto quería corresponder con cuantos le ayudaron: Francia o Inglaterra se pusieron en guerra, y D. Juan, fiel a su aliado, le mandó un ejército a su favor. Resentido el inglés por esta acción, se propuso de nuevo hacer valer sus derechos a la corona de Castilla, y se vino hacia España el duque de Lancaster, con intento de desembarcar en Portugal, cuya nación protegía sus planes. 

P. ¿Qué hizo Juan I para destruir sus proyectos? 

R. Le salió al encuentro con una escuadra, venció á la inglesa, tomándole veinte galeras; luego los dejó huir libremente, y desembarcaron sin dificultad en Lisboa; fué á buscarlos el rey, y se prepararon para dar una batalla, pero hubo convenio; ajustaron las bodas de doña Beatriz y D. Enrique, hijos de los reyes de Portugal y Castilla, y al inglés le devolvieron las veinte galeras apresadas. Murió el rey de Portugal, y en virtud de estas bodas, defendió D. Juan los derechas de su hijo a aquel reino; pero fué vencido en la batalla de Aljubarrota, donde hubiese muerto a no valerle D. Pedro González de Mendoza, que le dió su caballo, dejándose matar por libertar a su rey. 

P . ¿Qué hizo el duque de Lancaster en vista de esta derrota? 

R. Renovó sus pretensiones a la corona de Castilla; y aunque D. Juan hubiera podido destruirle, no quiso verter sangre, y casó á su hijo D. Enrique con Doña Catalina, hija del duque; desde aquella fecha se da el título de príncipe de Asturias al heredero de la corona de España. Así quedó en paz Castilla, y el rey pudo dedicarse a fomentar la riqueza de su reino. Yendo a paseo se cayó del caballo y murió en el acto el año 1390. 

P. ¿Qué reyes de Castilla y de León hubo en el siglo XV? 

R. Cuatro: Enrique III el Doliente, Juan II, Enrique IV el Impotente y D.a Isabel I la Católica. 

P. ¿Qué sabe V. del reinado de Enrique III el Doliente? 

R. Tenía once años cuando murió su padre Juan I y parecía más niño por su débil complexión. Tanto abusaron los nobles durante su minoría, que llegó a faltar en su palacio lo más preciso para la vida, y se cuenta que llegó a empeñar su gabán para comer; como las pasiones no se satisfacen nunca, andaban además en guerras civiles unos con otros, hasta que el rey fue declarado mayor de edad en unas Cortes celebradas en Burgos. 

P. ¿Qué hizo entonces D. Enrique? 

R. Aunque joven y enfermizo, era grande de espíritu y virtudes; empezó por llamar a su palacio á todos los grandes, y así que estuvieron reunidos, se presentó á ellos con sus soldados y el verdugo; no esperaban tal determinación de un rey tan mozo, y así fueron descuidados; mas temiendo con razón la justicia del rey, imploraron su clemencia de rodillas; D. Enrique los perdonó, pero los tuvo presos hasta que le devolvieron los pueblos y rentas que le habían usurpado. Así aseguró la paz de su reino, y luego se propuso arrojar de España a los musulmanes, pero sus continuos padecimientos físicos se lo impidieron. Murió en Toledo el año 1406. 

P. ¿Quién fué el sucesor de Enrique III el Doliente? 

R. Su hijo D. Juan II, que tenía poco más de un año cuando murió su padre. Los grandes, queriendo vengar la humillación que les hizo sufrir Enrique III, quisieron hacer rey a don Fernando el de Antequera, hermano de don Enrique y tío del rey; pero D. Fernando no lo aceptó; muy al contrario, se encargó del gobierno y desbarató los planes de los sediciosos; se fue contra los moros, los venció muchas veces y tomó a viva fuerza la plaza de Antequera. D. Fernando dejó la regencia de Castilla para ocupar el trono de Aragón. 

P. ¿Qué hizo Juan II cuando fue declarado mayor de edad? 

R. Entregó la dirección de los negocios a su favorito D. Álvaro de Luna, el cual trató con tanta altanería á la nobleza, que le odiaba de muerte, y obligó al rey a que le desterrara. Al poco tiempo volvió D. Alvaro al lado del rey y venció á los nobles en la batalla de Olmedo; la inconstancia ó debilidad del rey, le enajenaron de nuevo la voluntad, y fué entregado a los tribunales, que le sentenciaron a morir decapitado en publico cadalso. Don Juan murió al año siguiente en Valladolid el 1454. 

P. ¿Qué memoria dejó el reinado de Enrique IV? 

R. Era hijo de D. Juan II, y, a imitación de su padre, dio muestras de debilidad, y desentendiéndose de la administración de su reino, se dedicaba á la caza y otras diversiones, dejando los asuntos del gobierno á su favorito don Juan Pacheco, que lo hizo bastante mal, malquistando a los nobles con el rey, hasta el extremo de que éstos se reunieron en Ávila, y vistiendo de rey a un muñeco, le despojaron de las insignias reales, y proclamaron rey á su hermano D. Alfonso, que no pudo reinar porque murió. Proclamaron entonces a su hermana Doña Isabel; pero ésta se negó a aceptar la corona de Castilla en vida de su hermano, y les aconsejó que obedecieran y defendieran al verdadero rey, que era D. Enrique. Murió en Madrid el año 1474. (35) 

lunes, 23 de septiembre de 2024

Los pecados contra el Espíritu Santo

 


Teología Moral para seglares. Fr Royo Marín OP

En el Evangelio se nos habla de ciertos pecados contra el Espíritu

Santo, que no serán perdonados en este mundo ni en el otro (cf. Mt 12,31-32; Mc 3,28-30; Lc 12,10). 


¿Qué clase de pecados son ésos?

268. 1. Noción.  Los pecados contra el Espíritu Santo son aquellos que se cometen con refinada malicia y desprecio formal de los dones sobrenaturales que nos retraerían directamente del pecado. Se llaman contra el Espíritu Santo porque son como blasfemias contra esa divina persona, a la cual se le atribuye nuestra santificación.


Cristo calificó de blasfemia contra el Espíritu Santo la calumnia de los fariseos de que obraba sus milagros por virtud de Belcebú (Mt 12,24-32). Era un pecado de refinadísima malicia, contra la misma luz, que trataba de destruir en su raíz los motivos de credibilidad en el Mesías.


269. 2. Número y descripción. En realidad, los pecados contra el Espíritu Santo no pueden reducirse a un número fijo y determinado. Todos aquellos que reúnan las características que acabamos de señalar, pueden ser calificados como pecados contra el Espíritu Santo. Pero los grandes teólogos medievales suelen enumerar los seis más importantes, que recogemos a continuación:


1.° La desesperación, entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.


2.° La presunción, que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.


3.La impugnación de la verdad conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.


4.° La envidia del provecho espiritual del prójimo. Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de tos pecados y santificación de tas almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.


5.° La obstinación en el pecado, rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de tas personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act 7,51).


6.° La impenitencia deliberada, por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte — decía un infeliz apóstata— pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».


270. 3. ¿Son absolutamente irremisibles? En el Evangelio se nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo «no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt 12,32). Pero hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay ni puede haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia infinita de Dios si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo. Pero, como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras permanezca en esas disposiciones, se le perdone su pecado. Lo cual no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a no perdonarle aunque se arrepienta, sino que de hecho el pecador no querrá arrepentirse y morirá obstinado en su pecado. La conversión y vuelta a Dios de uno de estos hombres satánicos no es absolutamente imposible, pero sería en el orden sobrenatural un milagro tan grande como en el orden natural la resurrección de un muerto.

jueves, 12 de septiembre de 2024

MAGNIFICAS ALABANZAS A LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA (Revelaciones de Santa Brígida)

 


Magníficas y muy tiernas alabanzas que santa Brígida da a la Virgen María, y contestación de la

Señora, con grandes promesas que hace a sus devotos.


REVELACIÓN 17

Oh dulcísima María, hermosura nueva nunca vista, hermosura preciosísima, ven en mi ayuda, para que desaparezca mi fealdad y se encienda mi amor para con Dios. Tu hermosura, Señora, a quien la considera le hace tres bienes: despeja la memoria para que entren con suavidad las palabras de Dios, hace que las retenga después de oídas y que las comunique fervorosamente a los prójimos. También al corazón le da otros tres bienes tu hermosura; porque le quita el gravísimo peso de la pereza, cuando se considera tu amor a Dios y tu humildad; envía lágrimas a los ojos, cuando se contempla tu pobreza y tu paciencia; y comunica para siempre al corazón un fervor de dulzura, cuando sinceramente se recuerda la memoria de tu piedad.

Verdaderamente eres, Señora, hermosura excelentísima, hermosura ardientemente deseada; pues fuiste dada para auxilio de los enfermos, para consuelo de los atribulados y para intercesora de todos. Y así, todos cuantos oyeren que habías de nacer y los que saben que naciste, muy bien pueden clamar diciendo: Ven, hermosura esplendorosísima, y alumbra nuestras tinieblas; ven, hermosura preciosísima, y quita nuestra afrenta; ven, hermosura suavísima, y templa nuestra amargura; ven, hermosura poderosísima, y acaba con nuestro cautiverio; ven, hermosura honestísima, y borra nuestra fealdad. Bendita y ensalzada sea tal y tan grande hermosura, que desearon ver todos los Patriarcas, a la cual alabaron los Profetas y con la que se alegran todos los escogidos.

Bendito sea Dios que es toda mi hermosura, respondió la Virgen, el cual puso en tus labios semejantes palabras. En pago de ellas te digo, que aquella hermosura sin principio, eterna y sin igual, que me hizo y me crió, te confortará a ti; aquella hermosura venerabilísima y nueva, que renueva todas las cosas, la cual estuvo en mí y nació de mí, te enseñará cosas maravillosas; aquella hermosura ardientemente deseada, que todo lo recrea y alegra, inflamará con su amor tu alma. Confía, pues, en Dios, que cuando alcanzares a ver la hermosura del cielo, te causará confusión y vergüenza la hermosura de la tierra, y la tendrás por escoria y por vileza.

Enseguida dijo el Hijo de Dios a su Madre: Bendita seas, Madre mía. Tú eres semejante a un artífice muy primoroso en su arte, que hace una preciosa joya, y viéndola le dan el parabién, y uno le ofrece oro para que la acabe y otro piedras preciosas para que la adorne. Así tú, querida Madre, das auxilio a todo el que intenta llegar hasta Dios, y a nadie dejas sin consuelo. Con justicia pueden llamarte sangre de mi corazón; porque como con la sangre se vivifican y robustecen todos los miembros del cuerpo, del mismo modo, por medio de ti se vivifican los hombres de la caída del pecado, y se hacen de más provecho para con Dios.


martes, 10 de septiembre de 2024

EL SANTO ABANDONO. CAP 14 (Artículo 4º.- El «dejar hacer a Dios» en las vías místicas)

 


«Dejar hacer a Dios», es una expresión muy en boga en la actualidad. Es una parte verdadera, mas no ha de tomarse a la letra, so pena de abrir la puerta al semiquietismo. Al exponer la noción del Santo Abandono, hemos mostrado con profusión de detalle que no excluye ni la previsión ni los esfuerzos personales; no es, pues, un puro «dejar hacer a Dios». Esto que es verdadero en el camino ordinario, lo es no menos en el místico. El uno es activo, y pasivo el otro; la acción divina será, pues, diferente; con todo, la fórmula «dejar hacer a Dios» no responde a todos nuestros deberes, ni en uno, ni en otro. 

En la vía ordinaria la acción divina adáptase a nuestros procedimientos naturales, déjanos la libre elección y dirección de nuestras acciones, y se pone, por decirlo así, a nuestro servicio, ¡que tan maravillosa es la condescendencia de nuestro Padre celestial! No hablemos, por de pronto, sino de la oración y tomemos como ejemplo la meditación. Como se trata de ejecutar una obra sobrenatural, es de toda necesidad que la gracia nos prevenga y ayude; ella ha de presidir todas nuestras acciones, y ninguna se hará sin su intervención. Déjanos, empero, determinar libremente el tiempo, el lugar, la manera y materia de nuestra oración; asimismo nos permite conducirla a nuestro gusto, es decir, que podemos según nos plazca, elegir nuestras consideraciones y nuestros afectos, asignarles su lugar, la extensión, la variedad que queramos, fijar nuestras resoluciones conforme a nuestras preferencias. Dios trabaja en nosotros y con nosotros, mas se acomoda a nuestro modo humano de obrar, y permanece oculto. Es verdad que dispondrá de nosotros según su beneplácito, y como consecuencia estaremos en la sequedad o en la consolación, en la calma o en el combate, en la paz o en las penas interiores. Aquí tiene lugar el «dejar hacer a Dios», quedando empero un campo dilatado a nuestra libre actividad. 

Muy otras son las condiciones al tratarse de las vías místicas. Tomemos como ejemplo la quietud. Dios, al obrar mediante los dones del Espíritu Santo, no se oculta tanto, y por lo regular hace sentir su presencia y su acción. Interviene conforme a su beneplácito, en el coro, en la lectura, en el trabajo, en el tiempo y lugar que juzga oportuno, y no siempre cuando nosotros le esperamos. No se acomoda ya a nuestros procedimientos naturales, y en cierto modo nos impone los suyos. Toma, cuando le place, la iniciativa y dirección de nuestra oración; liga la imaginación, la memoria y el entendimiento para impedir las dilatadas consideraciones, los afectos metódicos y discursivos, variados y complicados, para llevarlos poco a poco a una sencilla atención amorosa. Produce El mismo la luz y el amor, y los derrama a torrentes, como con medida, o gota a gota; los refuerza y los disminuye a su arbitrio. Propone a su consideración sus divinos atributos, la Pasión, la infancia de Nuestro Señor u otra materia que a El le place. Provoca en nosotros un silencio admirativo, transportes amorosos, suaves coloquios, o bien nos reduce a la penosa aridez de un desierto sin fin. No está en nuestro poder hacerle reforzar o modificar su acción, retenerle o hacerle volver contra su voluntad cuando El se quiere retirar. Es el dueño y bien a las claras lo demuestra, mas su intervención será siempre la obra de su amor misericordioso y de su exquisita sabiduría. 

A pesar de esto nos deja, en general, la facilidad de hacer nuestras lecturas piadosas, y aun de hallar abundantes consideraciones para servicio de nuestros hermanos. Si se exceptúa la impotencia para meditar que puede llegar a ser total, la influencia mística no liga aquí enteramente las potencias. Podemos siempre recibirla o rechazarla, aceptar el asunto de la oración que ella nos ofrece o tomar otro, atenernos a los actos que nos brinda, o añadir a ellos cuanto queramos, como afectos, peticiones, etcétera. En una palabra, es la quietud una mezcla de pasivo y de activo, o, como dice Santa Teresa, «lo natural se encuentra allí mezclado a lo sobrenatural»; y por lo mismo tendrán cabida simultáneamente el «dejar hacer a Dios» y nuestra actividad personal. 

La pasividad será mucho más acentuada en la unión plena y el éxtasis. En la primera no hay apenas trabajo alguno, y ninguno en el segundo, cuando están en su punto culminante. Mas cuando se ha llegado a esta edad de la vida espiritual, la oración está muy lejos de lograr siempre este máximum de intensidad; por otra parte, crece y disminuye durante un mismo ejercicio, y permanecerá, pues, la mayor parte del tiempo en la simple quietud o en las purificaciones pasivas. En suma, es muy raro que la contemplación sea completamente pasiva, y en consecuencia, siempre habrá lugar para el «dejar hacer a Dios», y muy comúnmente para nuestra actividad personal con su más y su menos. Siendo empero la acción divina la principal, es preciso que la nuestra le esté subordinada, que se armonice y refunda en ella. 

Este «dejar hacer a Dios», inútil creo decirlo, no es el estado pasivo de un campo que recibe con la misma indiferencia el rocío del cielo o los rayos del sol. Es la actitud de un alma inteligente y libre que, apreciando el beneplácito divino, se presenta toda entera para recibirlo y no perder nada de él. No se limita a dar su consentimiento, a no oponer resistencia, a no hacer nada que sea un obstáculo; presenta su espíritu, su corazón, su voluntad para entregarse toda a la gracia. En consecuencia, por todo el tiempo que se haga sentir la influencia mística, vela el alma para rechazar las distracciones y, si está en su mano, las ocupaciones incompatibles con la oración; evita el buscar y aun aceptar largas consideraciones, afectos variados y complicados: cosas todas más a propósito para ahogar esta pequeña llama que para avivarla. Recibe, sin embargo, la acción divina con reverencia y sumisión, con reconocimiento y confianza, y a ella se adapta de la manera que puede. La acepta tal como le es ofrecida, débil o fuerte, silenciosa o suplicante sin buscar otra materia. Si en lo que recibe cree encontrar ocupación suficiente, limitase a contemplar a Dios en un silencio amoroso, o a excitar piadosos afectos, en conformidad con el movimiento de la gracia. Si esta ocupación es escasa, trata de reforzarla con algunos piadosos afectos, conforme a la acción divina. En una palabra, pónese con una amorosa reverencia a disposición de la gracia. Cuando ha dejado de hacerse sentir la influencia mística, el alma se entrega a la oración por determinación propia conforme a sus deseos, por los procedimientos que le han dado mejor resultado. Suple entonces lo que no pudo hacer en la oración pasiva, y se aplica a las piadosas lecturas, y produce los afectos y peticiones que convienen. Insistía mucho sobre este punto San Francisco de Sales en la dirección que daba a Santa Juana de Chantal y a sus hijas. Después de la oración, aplicase el alma a hacerle producir todos sus frutos y a mantenerse, mediante la mortificación interior, en el fervor y la pureza que la dispongan a nuevas gracias, si a Dios place concedérselas. 

Cuando la sumerge una y otra vez hasta la saciedad en las purificaciones pasivas, parécela a esta pobre alma hallarse abandonada del cielo, pero nada está perdido sino para el hombre viejo. El alma está en manos de Dios, ¿a qué fin resistir? El es todopoderoso y el mejor medio de abreviar la prueba es someterse sin queja y sin recriminaciones ni inquietudes. Lejos de mantenernos puramente pasivos, confiemos en Dios, nuestro mejor Amigo, nuestro Padre infinitamente sabio y bueno; démosle, mientras quiera, nuestras manos y nuestros pies y dejémosle crucificarnos a su placer. No huyamos de El cuando la oración se nos vuelve enojosa, sino que vayamos a ella como de costumbre y cumplamos con ánimo nuestro deber. No pongamos causa alguna voluntaria de sequedad, y tengamos delante de Dios una actitud humilde, arrepentida, sumisa y llena de confianza, de suerte que este doloroso estado produzca realmente en nosotros cuanto puede producir en humildad, renuncia y santo abandono, y de este modo habremos hecho negocio de gran ganancia. 

Tal es la conducta que Santa Juana de Chantal observaba y hacia seguir a sus hijas. «En estado pasivo no dejaba de obrar en los momentos en que Dios le retiraba su operación o la excitaba a ello; sus actos, empero, eran siempre cortos, humildes y amorosos.» «Si, hija mía, decía ella, cuando Dios lo quiere y me lo manifiesta por el movimiento de la gracia, hago algunos actos interiores, o pronuncio algunas palabras exteriores, sobre todo cuando he de rechazar las tentaciones. Dios no permite sea tan temeraria que presuma no tener jamás necesidad de hacer acto alguno, y creo que los que dicen que nunca los hacen no lo entienden. Creo que también nuestra hermana Ana María Rosset los hace sin darse cuenta; por lo menos yo se los hago hacer exteriores.» Cuidaba, pues, la santa, añade su historiador, «de no hacer nada sino por impulso de la gracia, a la cual vivía por completo sumisa y obediente, ora la invitase Dios a obrar, ora la dejase como abandonada a sí misma, retirándola su operación». Pasaba así de un estado a otro, alternativamente activo o pasivo, a gusto de Dios: notable vicisitud en la vida de esta gran santa, y que tendía, dice Bossuet, «a hacerla difícil bajo la mano de Dios y a hacer que no cesase de acomodarse al estado en que la ponía, de donde resultaban las virtudes, las sumisiones y resignaciones admirables que se destacan en su vida». «Este extraordinario estado que la Santa sólo al principio había experimentado en la oración, no tardó en saborearlo en la Santa Misa, la Comunión, durante el oficio divino, y con frecuencia durante todo el curso del día. No era ello a veces sino un relámpago durante el cual permanecía en silencio cerrados los ojos, unida a Dios por una simple mirada. Otras veces se prolongaba este estado horas enteras, mas sin hacerle perder su libertad de espíritu, ni su libertad de acción.» 

Esta última reflexión nos lleva a decir que del mismo modo que pueden las almas ser movidas por influjo divino en la oración, pueden serlo también en la acción. Hemos hablado largamente de la oración, porque, a nuestro juicio, allí es sobre todo donde se ejerce la influencia mística, y lo que hemos dicho hará conocer mejor lo que será esta influencia y cómo hemos de corresponder a ella, cuando se deja sentir en otra parte. 

En el camino ordinario, la gracia permanece secreta, hasta para el mismo que la recibe. Déjanos la iniciativa, la elección en las cosas libres, la deliberación, la determinación, la ejecución. En realidad, no hay duda que todo procede del Espíritu Santo, no siendo posible nada sobrenatural sin que El nos sugiera el pensamiento y nos ayude a quererlo y a ejecutarlo. Pero El se oculta y se adapta a nuestros procedimientos naturales, de suerte que todo parece venir de nuestros esfuerzos. La fe es la que nos enseña que nuestra voluntad tuvo que ser ayudada con una gracia secreta y sostenida en determinados momentos por los dones del Espíritu Santo. 

Por el contrario, tanto en la acción mística como en la oración mística también, déjase sentir la acción de Dios y llega a ser, por decirlo así, manifiesta. Aquí ya no se limita a seguir nuestros procedimientos humanos; hállase el alma de repente iluminada y puesta en movimiento, como por un instinto divino, una inspiración particular, una moción especial. Por repentina, por dulce e imperiosa que sea la acción divina, no suprime el ejercicio del libre albedrío, se la consiente con toda el alma, y con gusto se reúnen todas las energías para corresponder a ella. Por eso pudo decir Bossuet: «Tanto más obramos cuanto somos más empujados, más movidos, más animados del Espíritu Santo; este acto por el cual nos entregamos a la acción que El ejecuta en nosotros, nos pone, para así expresarnos, por completo en acción para Dios.» 

Mas bajo otro punto de vista somos tanto menos activos cuanto nuestro estado es más pasivo, y se siente sin poder dudarlo que un poder superior ha tomado la iniciativa, ha hecho la elección del acto, reemplazando la deliberación por un instinto divino y compelido en seguida a la ejecución. Cuando un alma es frecuentemente favorecida con estas influencias místicas, suele decirse que está bajo la dirección del Espíritu Santo. 

¿Puede estarlo siempre y en todas las cosas? San Juan de la Cruz lo juzga así de la Santísima Virgen, y casi exclusivamente de Ella: «Elevada -dice- desde el principio a este altísimo estado -en que es Dios mismo quien dirige las potencias hacia los actos conformes al querer divino-, no tuvo jamás la gloriosa Madre de Dios en el espíritu el recuerdo de criatura alguna capaz de distraerla de Dios y dirigirla en su modo de obrar. Todos sus movimientos fueron siempre producidos por el Espíritu Santo... Por más que sea difícil hallar un alma enteramente conducida por el Señor y enriquecida con la perpetua unión, durante la cual las potencias están divinamente ocupadas, sin embargo, hállanse con bastante frecuencia algunas que son movidas por El en sus acciones y no se mueven por sí mismas.» Bossuet es del mismo parecer cuando dice: «Estos estados imaginarios de nuestros falsos místicos, en que las almas son siempre divinamente movidas por las extraordinarias impresiones de que hablamos, no son conocidos ni del Padre Juan de la Cruz, ni de la Madre Santa Teresa. Por mi parte añado que ni los Ángeles, ni las Catalinas de Sena y de Génova, los Ávilas, los Alcántaras, ni otras almas de la más pura y alta contemplación, jamás han creído ser siempre pasivos, sino a intervalos; y con frecuencia dejados a si mismos han obrado de la manera ordinaria. Otro tanto se manifestaba en la Madre Chantal, una de las personas más experimentadas en esta vía.» ¿Hay o hubo algún corto número de almas escogidas movidas por Dios de esta manera a cada instante? Bossuet «deja la resolución al juicio de Dios y, sin reconocer la existencia de estados semejantes, tan sólo dice que, en la práctica, nada hay tan peligroso ni tan sujeto a ilusión como guiar las almas cual si éstas hubiesen llegado a ellos, y que en todo caso la perfección del cristianismo no consiste en estas prevenciones.» 

A propósito de estos estados pasivos señala Bossuet dos extremos opuestos: el de los quietistas, que hacen a esta pasividad perpetua, muy común y necesaria al menos para la perfección, y el que consiste en tomar por ilusiones sospechosas todos «estos estados en los que almas escogidas reciben pasivamente impresiones divinas tan altas y tan desconocidas, que apenas podemos darnos cuenta de su admirable simplicidad». 

En consecuencia, por todo el tiempo que sintamos en nosotros la acción de Dios, la hemos de seguir con docilidad llena de confianza; cuando aquélla cesa es preciso tornar a los medios ordinarios de huir del pecado, de practicar la virtud, de cumplir los deberes diarios. Y, como el camino nos está ya claramente indicado y la gracia jamás falta a la oración y fidelidad, no hay para qué esperar que Dios nos declare de nuevo su voluntad o nos impela a la acción por una moción especial. O mejor aún, «no es permitido que un cristiano, dice Bossuet- bajo pretexto de oración pasiva u otra extraordinaria, espere en la dirección de la vida, así en lo que mira a lo espiritual como a lo temporal, que nos determine a cada acción por vía e inspiración particular; al contrario, induce a tentar a Dios, a la ilusión y a la negligencia». 

Mas, en estas materias tan delicadas, hay que temer las ilusiones. Se ha de someter nuestra vida mística a un examen serio, según las reglas del discernimiento de los espíritus. Si de ellas resulta una más perfecta observancia de nuestros votos y nuestras Reglas, obediencia a nuestros superiores, vivir en paz con nuestros hermanos, combatir las tentaciones, santificar las pruebas, no se puede sospechar ni de su origen ni del uso que de ellas se hace. Aun en este caso, es necesario imitar a Santa Teresa: «Lo que con mayor ahínco deseó siempre fue adquirir las virtudes; y esto mismo es lo que más dejó encomendado a sus religiosas, acostumbrando decirles que el alma más humilde y más mortificada sería también la más espiritual.» 

Como es tan difícil ser buen juez en propia causa, será de todo punto necesario recurrir a un director experimentado. Por otra parte, ha establecido la Providencia que los hombres sean gobernados por otros hombres. Nuestro Señor aparecióse a Saulo y le envió a Ananías. Santa Teresa, Santa Juana de Chantal, Santa Margarita María tenían el espíritu muy esclarecido y el juicio muy recto y no dejaban, sin embargo, de recurrir a su director, o según el caso, a sus superiores. Hablando Santa Teresa de sí misma, dice «que jamás reguló su conducta por lo que se le había inspirado en la oración, y cuando sus confesores la decían que obrase de otra manera, los obedecía sin la menor repugnancia y les daba cuenta de cuanto le sucedía... Decíala nuestro Señor entonces que hacia bien en obedecer, y que El manifestaría la verdad». Con todo, mostróse irritado contra los que la impedían hacer oración. De igual modo decía Nuestro Señor a Santa Margarita María: «En adelante acomodaré mis gracias al espíritu de la Regla, a la voluntad de tu Superiora, y a tu debilidad, y ten por sospechoso todo lo que pudiera desviarte de su exacto cumplimiento. Deseo que la prefieras a todo lo demás, aun la voluntad de tus superioras a la mía. Cuando ellas te prohíban lo que yo te hubiera ordenado, déjalas hacer, que yo sabré hallar todos los medios de hacer triunfar mis designios por caminos opuestos y contrarios... » Mostró en lo sucesivo los terribles golpes que sabe descargar para echar por tierra las oposiciones. Porque quiere «que se prueben los espíritus para ver si son de Dios»; mas, una vez habidas las suficientes pruebas, no admite que se entre en lucha con El.