Hace Jesucristo magnífica relación de sus atributos y virtudes, invitando al pecador con su misericordia, y amenazándole con su eterna justicia.
REVELACIÓN 24
Yo soy, dice Jesucristo a la santa, el Dios de todas las cosas, cuya voz oyó Moisés en la zarza, Juan en el Jordán, y Pedro en el monte. Yo clamo, oh hombre, a ti con misericordia, yo que con lágrimas clamé por ti en la cruz. Aplica tus oídos y óyeme, abre tus ojos y mírame; mírame, que yo que te hablo soy poderosísimo y fortísimo, sapientísimo y virtuosísimo, justísimo y piadosísimo, y además hermosísimo sobre todas las cosas. Mira y examina mi poder en la ley antigua, y lo encontrarás maravilloso y digno de ser tenido en la creación de todas las criaturas.
Encontrarás también mi fortaleza con los reyes y príncipes rebeldes: mi sabiduría igualmente en la creación y dignidad del rostro humano, y en la sabiduría de los profetas.
Examina además mi incomparable virtud, y la encontrarás en haber dado la ley y libertad a mi pueblo. Mira mi justicia en el primer ángel y en el primer hombre, mírala en el diluvio, mírala en la destrucción de varias ciudades y pueblos. Mira también mi piedad en tolerar y sufrir a mis enemigos, mírala igualmente en las amonestaciones hechas por medio de los profetas. Mira, por último, y considera mi hermosura por la hermosura y obras de los elementos y por la glorificación de Moisés, y medita entonces cuán dignamente me eliges y debes amarme.
Mira, además, que soy el mismo que hablaba en la nueva ley, poderosísimo y pobrísimo: poderosísimo en haberme adorado los reyes y anunciado una estrella; y pobrísimo, porque estaba envuelto en unos pañales y reclinado en un pesebre. Mírame también sapientísimo y tenido por muy necio: sapientísimo, a quien no pueden responder sus adversarios; y muy necio, porque era reconvenido como mentiroso y juzgado como reo. Mírame virtuosísimo y vilísimo; virtuosísimo, en sanar los enfermos y expulsar los demonios, y vilísimo, en la flagelación de todos los miembros.
Mírame justísimo, y reputado por injustísimo: justísimo, en la institución de la verdad y de la justicia; y considerado como injustísimo, cuando fuí condenado a una infame muerte. Mírame asimismo piadosísimo, y tratado sin compasión: piadosísimo, en redimir y perdonar los pecados; y tratado con compasión, porque en la cruz tuve por compañeros unos ladrones. Mírame finalmente hermosísimo en el monte, y feísimo en la cruz, porque no tenía forma ni belleza.
Mírame y considera, que yo que por ti padecía, te estoy hablando ahora. Mírame no con los ojos de la carne, sino del corazón, mira lo que te di, lo que de ti exijo y lo que me has de dar. Te di un alma sin manchas, devuélvemela sin mancha. Padecí por ti, para que me siguieras. Te enseñé a que vivieses según mi ley, no según tu voluntad: oye todavía mi voz con la que clamé a ti en mi vida: Haced penitencia. Oye mi voz con que clamé a ti en la cruz: Tengo sed de ti.
Oye ahora en más alta voz, que si no hicieres penitencia, te llegará el formidable ¡ay!; pero ¡qué ay! Tu carne se secará, tu alma se deshará de pavor, se consumirá toda la médula, se destruirá tu fortaleza, desaparecerá la hermosura, aborrecerás la vida y querrás huir; pero no encontrarás adónde. Acógete, pues, pronto al asilo de mi humildad, no sea que llegue ese formidable ¡ay! que amenaza, y que está amenazando, a fin de que huyas de él si de corazón creyeres; mas si no, los hechos probarán las palabras. Pero indaga de los sabios lo que yo había prometido; aunque por paciencia no lo omitiré, y espero sufridamente el fruto de esa misma paciencia.