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viernes, 6 de diciembre de 2024

El Martirio de Anacleto González Flores

 



El 1º de abril de 1927, Anacleto González Flores, fue apresado con tres muchachos colaboradores suyos, los hermanos Vargas: Ramón, Jorge y Florentino. “Si me buscan, dijo, aquí estoy; pero dejen ir a los demás. Fue inútil su petición, y los cuatro, junto con Luis Padilla Gómez, presidente local de la ACJM, fueron internados en un cuartel de Guadalajara. Allá interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres y datos de la Liga y de los Cristeros, así como el lugar donde se escondía el valiente obispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada obtenían de él, lo desnudaron, los suspendieron de los dedos pulgares, lo flagelaron y le abrieron las plantas de los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les dijo:

“Una sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria”.

Atormentaron, entonces, frente al él a los hermanos Vargas, y el protestó: ¡No se ensañen con niños, si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!

Y a Luis Padilla que pedía confesión, le dijo:

“No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu misma sangre te purificará.”

Y antes de morir, Anacleto se despidió del General Ferreira en éstos términos:

“Con Mucho gusto yo lo perdono mi General, pero le advierto que vamos a encontrarnos luego juntos delante del tribunal de Dios. El Juez que me va a juzgar, también lo juzgará a usted. Va a necesitar un buen abogado. Si usted está de acuerdo, yo podría encargarme de eso”.

Entonces para terminar con esto, por toda respuesta ordenó que le atravesaran el costado de un bayonetazo, y como sangraba mucho, dispuso que le dispararan, pero los soldados elegidos se negaron a hacerlo, y hubo que formar otro pelotón. Antes de recibir catorce balas, don Anacleto aún alcanzó a decir: ¡Yo muero, pero Dios no muere! Era casado y padre de dos hijos. Acto seguido fusilaron a Padilla y a los hermanos Vargas.