El 1º de abril de
1927, Anacleto González Flores, fue apresado con tres muchachos colaboradores suyos,
los hermanos Vargas: Ramón, Jorge y Florentino. “Si me buscan, dijo, aquí estoy;
pero dejen ir a los demás. Fue inútil su petición, y los cuatro, junto con Luis
Padilla Gómez, presidente local de la ACJM, fueron internados en un cuartel de
Guadalajara. Allá interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres
y datos de la Liga y de los Cristeros, así como el lugar donde se escondía el
valiente obispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada obtenían
de él, lo desnudaron, los suspendieron de los dedos pulgares, lo flagelaron y
le abrieron las plantas de los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les
dijo:
“Una sola cosa
diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de
Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no
morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el
martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el
triunfo de la Religión y de mi Patria”.
Atormentaron,
entonces, frente al él a los hermanos Vargas, y el protestó: ¡No se ensañen con
niños, si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!
Y a Luis Padilla
que pedía confesión, le dijo:
“No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino
de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu
misma sangre te purificará.”
Y antes de morir,
Anacleto se despidió del General Ferreira en éstos términos:
“Con Mucho gusto yo lo perdono mi General, pero le
advierto que vamos a encontrarnos luego juntos delante del tribunal de Dios. El
Juez que me va a juzgar, también lo juzgará a usted. Va a necesitar un buen
abogado. Si usted está de acuerdo, yo podría encargarme de eso”.
Entonces para
terminar con esto, por toda respuesta ordenó que le atravesaran el costado de
un bayonetazo, y como sangraba mucho, dispuso que le dispararan, pero los
soldados elegidos se negaron a hacerlo, y hubo que formar otro pelotón. Antes de
recibir catorce balas, don Anacleto aún alcanzó a decir: ¡Yo muero, pero Dios
no muere! Era casado y padre de dos hijos. Acto seguido fusilaron a Padilla y a
los hermanos Vargas.