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domingo, 30 de agosto de 2015

Del Vicio de la Ingratitud y su Castigo Por el P. Alonso de Andrade





   Punto I.- Considera cómo estos nueve leprosos desagradecidos a la salud que recibieron de la mano del Señor, eran israelitas descendientes de Abraham y del pueblo escogido de Dios, y criados en la luz de su Fe y santos preceptos; y el agradecido era samaritano y como extraño de aquel pueblo, y ninguno se movió a seguirle y acompañarle para cosa tan debida a la merced recibida del Señor. Pondera cómo los más obligados son los más desagradecidos, y llora el olvido que tienen los hijos de Adán de las mercedes y beneficios de Dios, y cuántas ingratitudes sufre cada día de los hombres. Pondera la grandeza de este vicio, que crece y se aumenta al paso que crecen los beneficios; y cómo en Dios nunca cesan, ni en los hombres las ofensas, así cada día crece y se aumenta su  malicia. Pon la mano en tu pecho y mira si entras en el número de los muchos que son desagradecidos a Dios, y pídele con lágrimas que te tenga de Su mano y no te permita caer en tan grande pecado, y que te de gracia para serle agradecido eternamente.

   Punto II.- Pondera la dureza de los ingratos, que como ponzoñosos escorpiones sacan veneno del buen manjar que reciben, y como ciegos no miran la merced que les hacen; y cómo todas  las criaturas les persuaden con su ejemplo a ser agradecidos a Dios, pues todas le alaban y bendicen continuamente por las mercedes que les hace. Llora su obstinación, y pide a Dios que les dé luz y gracia para servirle, y a ti para no seguir sus pisadas, sino las de los agradecidos a sus mercedes y beneficios.

   Punto III.- Considera cómo los nueve ingratos eran de mejor sangre que el publicano agradecido, pero de peores costumbres, y que les valió poco descender de buenos, no siendo uno de ellos; y al publicano no le obstó ser de padres más bajos y menos nobles para ser agradecido y preferido a lo nueve en el tribunal de Cristo, quien pesa el valor de cada uno según sus merecimientos y no según los de sus padres. Pondera que no está la gracia en descender de buenos, sino en parecerse a ellos, y que muchos de bajo linaje son preferidos a los muy altos por su virtud y agradecimiento. ¡Oh qué diferentemente juzga Dios que los hombres! ¡Oh qué engañosas son las alabanzas del mundo y qué verdaderas son las de Dios! Considera cuán presto se pasará esta farsa, y luego quedarán todos iguales y recibirán el premio conforme a sus merecimientos. Por tanto, sé agradecido a Dios, sírvele de veras y espera de Su mano el galardón.

   Punto IV.- Mira a Cristo a la entrada del castillo en compañía de sus discípulos y al publicano puesto a sus pies; y mira el sentimiento que muestra el Redentor en su rostro, y oye aquellas palabras que salen de Su boca tan sentidas: ¿no fueron diez los que alcanzaron salud? ¿Y los nueve dónde están? No ignoraba a dónde estaban, pero preguntaba por ellos, como si lo ignorara; porque desconoce por suyos a los ingratos, y los da por ajenos de su gracia y por lo tanto de su Reino. Crió Dios a Adán y lo enriqueció con infinitas gracias, y él fue tan desagradecido, que en lugar de gracias le tornó ofensas, y luego se oyó la voz de Dios que preguntaba por él, como si lo ignorara: ¿A dónde estás Adán? Porque la ingratitud le hizo desconocido y ajeno de la amistad de Dios, el cual le privó de su gracia y desterró del paraíso y le condenó a un número sin número de miserias.  ¡Oh alma mía! Mírate en este espejo, y reconoce lo terrible de este vicio por la de su pena y castigo, y no caigas en él, para que no te diga Dios como a las vírgenes imprudentes, que no te conoce y te dé con la puerta en la cara, privándote de su gracia y del paraíso de Su Gloria. Clama al Redentor y dile que tenga misericordia de ti, como la tuvo de estos, y que te cure de la lepra de tus culpas y te reciba en el gremio de los suyos para servirle eternamente.