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jueves, 12 de diciembre de 2024
martes, 10 de diciembre de 2024
lunes, 9 de diciembre de 2024
ULTIMAS PALABRAS DEL GENERAL CRISTERO JESUS DEGOLLADO GUÍZAR
Enfermo de cáncer y rodeado del cariño y atenciones de los suyos, el General Jesús Degollado Guízar, el último General jefe de los Cristeros, murió en agosto de 1957 en Guadalajara. Murió como un fiel soldado en su último acto de vasallaje ante su soberano, besando una imagen de Cristo Rey.
"Hoy viejo y enfermo, tengo la seguridad de que ha pesar de haber sido el hombre mas pecador, al llegar ante Dios, por su misericordia tendrá presentes aquellos sacrificios ofrecidos a Él, en atención a ellos me perdonará. Yo le ofrecí mi vida y mi honra. Él premió desde este mundo a su insignificante, pero fiel soldado."
sábado, 7 de diciembre de 2024
LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
viernes, 6 de diciembre de 2024
El Martirio de Anacleto González Flores
El 1º de abril de
1927, Anacleto González Flores, fue apresado con tres muchachos colaboradores suyos,
los hermanos Vargas: Ramón, Jorge y Florentino. “Si me buscan, dijo, aquí estoy;
pero dejen ir a los demás. Fue inútil su petición, y los cuatro, junto con Luis
Padilla Gómez, presidente local de la ACJM, fueron internados en un cuartel de
Guadalajara. Allá interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres
y datos de la Liga y de los Cristeros, así como el lugar donde se escondía el
valiente obispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada obtenían
de él, lo desnudaron, los suspendieron de los dedos pulgares, lo flagelaron y
le abrieron las plantas de los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les
dijo:
“Una sola cosa
diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de
Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no
morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el
martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el
triunfo de la Religión y de mi Patria”.
Atormentaron,
entonces, frente al él a los hermanos Vargas, y el protestó: ¡No se ensañen con
niños, si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!
Y a Luis Padilla
que pedía confesión, le dijo:
“No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino
de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu
misma sangre te purificará.”
Y antes de morir,
Anacleto se despidió del General Ferreira en éstos términos:
“Con Mucho gusto yo lo perdono mi General, pero le
advierto que vamos a encontrarnos luego juntos delante del tribunal de Dios. El
Juez que me va a juzgar, también lo juzgará a usted. Va a necesitar un buen
abogado. Si usted está de acuerdo, yo podría encargarme de eso”.
Entonces para
terminar con esto, por toda respuesta ordenó que le atravesaran el costado de
un bayonetazo, y como sangraba mucho, dispuso que le dispararan, pero los
soldados elegidos se negaron a hacerlo, y hubo que formar otro pelotón. Antes de
recibir catorce balas, don Anacleto aún alcanzó a decir: ¡Yo muero, pero Dios
no muere! Era casado y padre de dos hijos. Acto seguido fusilaron a Padilla y a
los hermanos Vargas.
jueves, 5 de diciembre de 2024
LOS CRISTEROS (LOS ARREGLOS)
Referente a los "arreglos" del gobierno masónico con los obispos Monseñor Ruiz Flores Arzobispo de Morelia, y Monseñor Pascual Díaz Barreto obispo de Tabasco: Uno de los responsables de la Liga Nacional le preguntó tiempo después de los "arreglos" al arzobispo Ruiz Flores, el cual contestó, ese tema es muy doloroso para mi, nos engañaron... luego el periodista le preguntó a un exjefe cristero ustedes también cayeron en el engaño? El contestó: no, de ningún modo; sabíamos que era una trampa, que el gobierno no respetaría los arreglos.
Le replicó, si sabían ustedes que era un engaño, que entregando las armas y dejando la clandestinidad, la muerte era segura. ¿Por que lo hicieron entonces? Contestó: porque lo mandaba la Iglesia, por fidelidad y obediencia a la Iglesia.
Nota. Renunciaron al triunfo y a lo único que tenían que era su voluntad de acabar con el gobierno, pero la Providencia por medio de la obediencia pedía dejar las armas e inmolarse como Nuestro Señor, como corderos ante sus enemigos. La Fidelidad y obediencia a Dios y a la Iglesia, nos mantiene por el camino estrecho que lleva al cielo.
lunes, 2 de diciembre de 2024
CAP 4. Excelencias y frutos del Santo Abandono
1. EXCELENCIA DEL SANTO ABANDONO
Lo que constituye la excelencia del Santo Abandono, es la
incompatible eficacia que posee para remover todos los
obstáculos que impiden la acción de la gracia, para hacer
practicar con perfección las más excelsas virtudes, y para
establecer el reinado absoluto de Dios sobre nuestra voluntad.
Evidentemente, la conformidad que viene de la esperanza, y
más aún, la resignación que nace del temor, no se elevan a
iguales alturas; tienen, sin embargo, su valor. Mas aquí
hablamos de la conformidad perfecta, confiada y filial que
produce el santo amor.
Es ésta ante todo necesaria, y de un valor incomparable
para obviar los obstáculos. Un día después de Maitines, el
bienaventurado Susón fue arrebatado en éxtasis y parecióle
ver un apuesto joven que descendía del cielo a la tierra y le
decía: «Tú has frecuentado durante mucho tiempo las
escuelas primarias, en ellas te has ejercitado lo suficiente y ya
estás maduro. Ven conmigo, que voy a conducirte a la escuela
mayor que existe.-¿Y cuál es esta tan deseable escuela? Es
aquella en que se enseña la ciencia de un perfecto abandono
de si mismo; es decir, en la que se enseña al hombre a
renunciarse de tal suerte que, sean cualesquiera las
circunstancias en que el divino beneplácito se manifieste, se aplique
tan sólo a permanecer siempre el mismo y tranquilo,
renunciándose en la medida que permita la debilidad
humana.» Hacía ya varios años que el bienaventurado se
ejercitaba en la virtud como un valeroso asceta; infligía a su
cuerpo un martirio cuyo sólo relato nos estremece; llegada era
ya la época de los éxtasis, Dios, sin embargo, le llamó a una
escuela más elevada, ¿tenía de ello necesidad? Vuelto en sí
después de la visión, permanecía silencioso y pensaba en lo
que se le acaba de decir: «Examínate interiormente, concluyó,
y podrás observar que aún tienes mucho espíritu propio, verás
que con todas las mortificaciones que haces, no llegas todavía
a soportar la contradicción exterior. Te pareces a una liebre
oculta en un matorral, que al ruido de una hoja se espanta. Tú
también te espantas de las penas que te sobrevienen,
palideces a la vista de tus contradicciones, huyes cuando
temes sucumbir, cuando debieras presentarte te escondes, te
consideras feliz cuando eres alabado, y cuando te reprenden
te entristeces. No hay duda que necesitas ir a una escuela
superior.» He aquí, pues, un alma que marchaba
decididamente por el camino de la santidad; no obstante,
quedaba aún no poco de humano en ella, más de lo que podía
suponer. ¡Cuántas otras, que no la igualan en méritos, tendrán
como ella necesidad de que un ángel venga a mostrarles el
mal y a enseñarles a aplicar el remedio!
Sabemos en principio que el mal consiste en buscarse
desordenadamente a sí mismos, y por consiguiente, en el
orgullo y la sensualidad que resumen sus tan variadas formas.
Mas, en realidad, estamos muy lejos de conocernos, y con
frecuencia este mundo de pasiones, de debilidades, de
perversas tendencias que bulle en nosotros, permanecería
cubierto con un espeso velo y no llamaría nuestra atención, si
la Providencia no viniera a abrirnos los ojos en tiempo
oportuno por medio de una saludable humillación, o mediante
unas pruebas sabiamente apropiadas. Entonces descórrese el
velo, y comenzarnos a ver lo que se nos ocultaba hasta este
día, y que otros por desgracia habían tal vez tenido con
sobrada frecuencia ocasión de comprobar. Mas nos acontece
que, una vez conocido el mal, no sabemos remediarlo.
Nos inclinamos a perdonamos, empero la Providencia no tendrá esta
cruel indulgencia. «Hasta ahora dice el ángel al
bienaventurado Susón- eres tú quien te azotabas por tus
propias manos, cesabas cuando querías, y tenias compasión
de ti mismo. Al presente quiero librarte de ti mismo y
entregarte, sin que nadie te defienda, en manos de extraños
que te azotarán. -No lo harán sino en la medida que yo se lo
permita, mas te parecerán despiadados. Asistirás al
desmoronamiento de tu reputación, estarás expuesto al
desprecio de algunos hombres ciegos, y sufrirás más de esta
parte que por las heridas hechas en otro tiempo con tus
instrumentos de penitencia.»
En otro tiempo hallábamos compensaciones y la
Providencia nos las va a quitar. Veamos lo que aconteció al
beato Susón: Tenía consolaciones humanas, y el ángel le dice:
«Cuando te entregabas a tus ejercicios de mortificación eras
grande, eras admirado, ahora serás abatido, serás
aniquilado.» Gozaba sobre todo de las consolaciones divinas,
y el ángel añadió: «Hasta ahora sólo has sido un niño mimado,
has nadado en la dulzura celestial, como nada el pez en el
mar. En adelante quiero retirarte todo esto, quiero que seas
privado de ello y que sufras con esta privación, que seas
abandonado de Dios y de los hombres.»
No siempre damos los golpes donde debiéramos; mas la
Providencia, que ve con más exactitud, ataca al mal en su
raíz. El beato Susón tenía un carácter muy afectuoso, y no
parecía preocuparse de ello. «Aunque acabas de imponerte
una cruel tortura, díjole el ángel, aún te queda por divina
permisión un natural tierno y amante; te acontecerá que allí
donde pensabas encontrar un amor particular y la fidelidad,
sólo hallarás infidelidad, grandes sufrimientos y grandes
penas. Serán tan numerosas tus pruebas que los hombres
que te aman, por poco que sea, se compadecerán de ti.»
Nuestro mal es sobre todo el orgullo. Ahora bien, «para
infligirnos algún castigo por ello -dice el Padre Piny-
¿búscanse de ordinario las ocasiones de humillación y de
desprecio? ¿No se cree hacer bastante condenándose a dar
alguna limosna, o a practicar austeridades que mortifican el
cuerpo y no el orgullo del espíritu? Dios, que se propone no
tan sólo castigar, sino más aún curar, obra mucho más sabiamente.
Hácenos expiar este pecado por lo que es más
contrario a nuestra presunción y a nuestra vanidad, por los
desprecios, las humillaciones, las repugnancias, las
confusiones, y desde luego por la penitencia más penosa para
nuestra naturaleza soberbia, y la más opuesta a nuestras
inclinaciones.»
Finalmente, el gran mal es el juicio propio y la voluntad
propia; no hay pecado ni imperfección que no venga de esta
fuente emponzoñada. ¿Cuántos son los que saben
remontarse hasta este principio de todo desorden? Con
sobrada frecuencia, ¿no es el juicio propio quien tiene la
pretensión de asignar el remedio, y la propia voluntad la que
vela sobre su aplicación, cuando por el contrario, es el propio
juicio y la voluntad propia lo que debiéramos de sacrificar sin
misericordia y por encima de todo? La Providencia vendrá a
corregir estos errores o esta debilidad. « ¡Ah!, mostradme,
Señor, de antemano mis penas para que las conozca», decía
el beato Susón; y Dios le responde: «No, es preferible que no
sepas nada.» En efecto, quiere mantenernos en una
disposición constante para doblegar nuestro juicio e inmolar
nuestra voluntad. Va, pues, a ocultarnos cuidadosamente sus
intenciones, y muy frecuentemente irá contra nuestras
previsiones y nuestras ideas; se opondrá directamente a
nuestros gustos y a nuestras repugnancias. Si queremos
prestar un poco de atención, observaremos que nunca Dios
obra al azar: como verdadero Salvador, a la manera de
médico tan enérgico como sabio y discreto, lleva el fuego y el
hierro ora aquí, ora allá, por todas partes donde su ojo práctico
vea faltas que expiar, defectos que corregir, un punto débil que
fortificar. A pesar de los lamentos de la naturaleza, continuará
El haciéndolo con misericordioso rigor por todo el tiempo que
juzgue oportuno, para acabar de curarnos y para colmarnos
de sus bienes. «La voluntad propia -dice el Padre Piny-, lo que
hay de más tierno y querido en el hombre, pónese así en
tortura y en el estado más violento, pues se le obliga a sufrir lo
que no querría y lo contrario de lo que querría.» Quiere Dios
vencerla y disciplinarla, y he aquí la razón de que ciertas
almas se hallen «reducidas a ser casi de continuo lo que no
hubieran querido ser, ora en las profundas tinieblas durante la
oración en lugar de las luces que eran de su gusto, pero que
iban a servir para alimentar su propia voluntad; ora en las
tristezas e inoportunos fastidios, en castigo de las alegrías
inmoderadas que en otro tiempo habían ellas gustado, o del
apego que tenían a estos estados de satisfacción; ora en las
incertidumbres, y los escrúpulos originados de la precipitación,
a fin de que mueran a sí mismas, aceptando la divina voluntad
sobre ellas, a pesar de sus temores e incertidumbres».
El Santo Abandono será, pues, el que acabará de purificar
y de despegar nuestra alma. El cumplimiento fiel de los
deberes diarios, para los religiosos la exacta observancia de
nuestros votos y de nuestras Reglas, con nuestras prácticas
libres de virtud, habían causado al hombre viejo derrotas
sobre derrotas, heridas sobre heridas. Con todo, aún viviría de
no venir el Santo Abandono a darle, por decirlo así, el golpe de
gracia y arrojarlo en el sepulcro. Sin duda, que la obediencia
antes que todo continúa siendo necesaria, pues si ésta se
debilitase, la naturaleza recobraría sus fuerzas y no tardaría
en hacer desaparecer al Santo Abandono.
Mas éste viene a unir su acción poderosa a la de la
obediencia, además de que responde a nuestras necesidades
personales, llevando así nuestra penitencia a su última
perfección.
Otro tanto hace con la fe confiada y el amor divino.
Es él quien hace que nuestra fe en la Providencia, nuestra
confianza en Dios sean plenamente prácticas universales,
haciéndolas pasar de la convicción del espíritu al afecto del
corazón, y aplicándolas alternativamente a las más diversas
situaciones. Sin él correrían riesgo de quedarse siempre
incompletas, porque hay cosas que apenas se aprenden sin
haber pasado repetidas veces por la prueba. Jesucristo ha
dicho: « ¡Bienaventurados los pobres! ¡Bienaventurados los
que padecen! ¡Bienaventurados los que se mortifican!
¡ Bienaventurados los que son perseguidos, calumniados y
maldecidos por los hombres!» ¿Tienen esta fe absoluta y
práctica las personas que no pueden soportar la pobreza, el
sufrimiento y la persecución? «Preciso es declarar, o que no
creen en el Evangelio, o que sólo creen a medias. Por el
contrario, aquél cree todo cuanto encierra el Evangelio, que mira como una ventaja y como favor divino en este mundo el
ser pobre, estar enfermo, ser despreciado, humillado y
perseguido por los hombres». La advertencia es de San
Alfonso.
Esta fe confiada y total encuéntrase elevada a su más alto
grado, dice el Padre Piny, «por el abandono de todo cuanto
somos y de todos nuestros intereses al beneplácito divino.
¿No es tener una fe bien firme en la justicia, en la santidad de
Dios, el que nos baste en todo cuanto nos suceda, un simple
recuerdo de que tal es su voluntad, para que al momento
digamos Amén a todas sus determinaciones? No es posible
tener mayor fe en la bondad y el amor de Dios, que el recibir
igualmente de su mano las cruces y las alegrías, el mal y el
bien; y en la firme persuasión de que es un Dios que hace
bien todo lo que hace, bendecir su nombre como otro Job,
tanto desde el polvo como desde el trono, así cuando nos
colma de honores y consolaciones como cuando nos cubre de
llagas y humillaciones. No hay mayor ni más viva fe que la de
creer que Dios dirige siempre admirablemente nuestros
asuntos, cuando parece destruirnos y aniquilarnos, cuando
desbarata nuestros mejores planes, cuando nos expone a la
calumnia, cuando oscurece todas nuestras luces en la oración,
cuando hace agotarse todas nuestras sensibilidades y
nuestros fervores por las arideces y sequedades, destruye
nuestra salud por las enfermedades y flaquezas, y nos pone
en la impotencia de obrar. Conservar en todos estos estados
la más firme confianza, aceptarlos a ciegas, ¿no es ejercitar la
fe más viva en el poder soberano y en la infinita bondad de
Dios?» Maravillosa fue la fe de Abraham en la terrible prueba
que todos sabemos. «No menos admirable es la fe del alma
que va por el camino del abandono a El, a fin de aniquilar su
propia voluntad.» Destruye nuestro apego a las alegrías por
medio de la tristeza, a la estima por las humillaciones y
desprecios, a los gustos y a las sensibilidades por las arideces
y las sequedades, a las luces en la oración por las
oscuridades y las tinieblas; trabaja en destruir la precipitación
inmoderada por conseguir la perfección mediante dolorosos
fracasos, la excesiva actividad por las impotencias a que nos
reduce, la propia voluntad hasta en el negocio de la salvación por las
incertidumbres en que nos coloca acerca del particular.
Si hay un camino en que se ejercite una fe viva, una confianza
a toda prueba, «es sin duda, el del abandono a la divina
voluntad, pues en él se cree lo que parece menos creíble: a
saber, que Dios realiza nuestros negocios destruyéndolos, que
nos formará aniquilándonos, que nos iluminará cegándonos,
que nos unirá a El más íntimamente dejándonos en la
angustia; en una palabra, que nos perfeccionará destruyendo
nuestras inclinaciones y nuestra voluntad.»
Así, pues, la práctica del Santo Abandono supone una fe
viva, una confianza sólida, a las que desenvuelve
admirablemente, elevándolas a su más alto grado.
Otro tanto sucede con el amor divino. El santo
acrecentamiento, ante todo, mediante un despego perfecto.
«Cuando un corazón está lleno de tierra -dice San Alfonso- el
amor de Dios no encuentra en él lugar; y cuanto más
permanezca pegado a la tierra, menos reinará en él el amor
divino, porque Jesucristo quiere poseer todo nuestro corazón y
no toleraría ningún otro rival. En fin, el amor de Dios es un
amable ladrón que nos despoja de todas las cosas terrenas.»
Preciso es, pues, darlo todo para tenerlo todo. Da totum pro
toto, dice Tomás de Kempis. Este completo desasimiento tan
necesario y tan laborioso, no sólo habíanlo comenzado la
humildad, la obediencia y el renunciamiento, sino que lo
llevaban bastante adelantado, y por otra parte, no cejarán en
su empeño. Sin embargo, según dejamos indicado, tiene
necesidad de que el Santo Abandono venga a sumar su
acción a la suya, para que el desasimiento llegue a su
perfección. El Santo Abandono es quien termina de hacer el
vacío en nuestra alma, invadiéndole proporcionalmente el
amor divino, y si no encuentra obstáculo, la llena, la gobierna,
la transforma, reina en ella como dueño.
El Santo Abandono no sólo prepara los caminos al amor
divino, sino que «es él mismo el acto más perfecto de amor de
Dios que un alma pueda producir, y vale más que mil ayunos y
disciplinas. Porque quien da sus bienes por medio de la
limosna, su sangre con los azotes, su alimento con el ayuno,
da una parte de lo que tiene; el que da a Dios su voluntad se
da a sí mismo y da todo, de suerte que puede decir: Señor, soy pobre, mas os doy todo cuando puedo; después que os he
dado mi voluntad, nada me queda que ofreceros.» Así habla
San Alfonso.
Es también el amor más puro y más desinteresado.
Numerosas son las almas que de buen grado permanecen con
Jesús hasta el partir del pan; muy raras las que le siguen
hasta las inmolaciones del Calvario. Fácil es amar a Dios
cuando se da entre las dulzuras, los ardores y los transportes.
Es más digno olvidarse de sí mismo y darse todo a Dios, hasta
el punto de poner su satisfacción en la de Dios, hacer de la
voluntad de Dios la suya propia, cuando precisamente aquélla
se propone sin la menor duda conducirnos en pos de Jesús
crucificado. «Esta es dice el Padre Piny- la manera más noble,
más perfecta y más pura de amar. Si se puede medir el amor
que nosotros tenemos a Dios por la grandeza de los sacrificios
que estamos dispuestos a hacer por El, ¿qué amor puede ser
más puro y más grande que el de las almas que abandonan al
divino beneplácito no tan sólo sus bienes temporales, su
reputación, su salud y su vida, sino hasta el interior de su alma
y su eternidad, para no querer en todo esto sino el orden y la
voluntad de Dios? ¿No pudiera decirse que su amor está
enteramente libre de todo propio interés, puesto que ellas se
ponen en este estado de víctimas, consintiendo en que Dios
las destruya en cualquier momento, y que haga un sacrificio
continuo de la voluntad de ellas a la suya?»
Pudiéramos añadir que un alma, ejercitándose en el Santo
Abandono, se forma al propio tiempo de la manera más
acabada en todas las virtudes, pues encuentra a cada paso
ocasión de practicar tanto la humildad como la obediencia, la
paciencia o la pobreza, etc., y que el Santo Abandono eleva
unas y otras a su más alta perfección. Pruébalo profusamente
el Padre Piny; y para abreviar remitimos al lector a su precioso
opúsculo, bastándonos decir con San Francisco de Sales: «El
abandono es la virtud de las virtudes; es la flor y nata de la
caridad, el perfume de la humildad, el mérito, así parece, de la
paciencia, y el fruto de la perseverancia; grande es esta virtud
y la única digna de ser practicada por los hijos más queridos
de Dios.»
Mas si el abandono perfecciona las virtudes, perfecciona también la
unión del alma con Dios. Esta unión es aquí abajo
la unión del espíritu por la fe, la unión del corazón por el amor;
es más que nada la unión de la voluntad por la conformidad
con la voluntad divina. Es necesario que la obediencia la
comience y no deje jamás de continuarla; empero corresponde
al Santo Abandono terminarla. En efecto, dice el Padre Piny,
¿puede darse unión más completa con Dios, «que dejarle
hacer, aceptando todo lo que El hace, y consintiendo
amorosamente en todas las destrucciones que le plazca hacer
en nosotros y de nosotros? Es querer todo lo que Dios quiere,
no querer sino lo que El quiere», y como El lo quiere: «es
tener uniformidad con la voluntad de Dios, es estar
transformado en la divina voluntad, es estar unido a todo lo
que hay en Dios de más íntimo, quiero decir, su corazón, a su
beneplácito, a sus decretos impenetrables, a sus juicios que,
aunque ocultos, son siempre equitativos y justos». ¿Qué unión
con Dios puede haber más estrecha e inseparable? «En este
sendero, ¿qué podría, en efecto, separar al alma de Dios? No
será ni la pobreza, ni las persecuciones, ni la vida, ni la
muerte, ni los acontecimientos sean cuales fueren, puesto
que, no queriendo nada fuera de la voluntad de Dios y
aceptándola en todo sin detenerse en consideraciones, halla
siempre cuanto desea en todo lo que la sucede, viendo en ello
el cumplimiento del divino beneplácito.»
Ved, pues, lo que ante todo hace recomendable al Santo
Abandono; nada como él une nuestra voluntad a la de Dios; y
como esta divina voluntad es la regla y la medida de todas las
perfecciones, hasta el punto que nuestras voluntades no
participan de la perfección y de la santidad sino por su
conformidad con la de Dios, síguese que se llegará a ser tanto
más virtuoso y santo, cuanto mayor fuere la conformidad con
esta adorable voluntad. Mejor dicho, santo y perfecto es quien
ha llegado a ver en todas las cosas la mano y el beneplácito
de Dios, y no tiene jamás otra regla que esa voluntad. Cuando
se ha llegado a esto, ¿qué resta por hacer para ser aún más
santo y más perfecto? Conformar cada vez mejor nuestra
voluntad a la de Dios, y según la enérgica expresión de San
Alfonso, «uniformarla» a la de Dios, hasta el punto que «de
dos voluntades no hagamos -por decirlo así-, sino una; que no
queramos sino lo que Dios quiere, y permanezca sola su
voluntad y no la nuestra. Aquí está la cumbre de la perfección,
y a ella debemos aspirar de continuo. La Santísima Virgen no
ha sido la más perfecta entre todos los santos, sino por haber
estado más perfectamente unida a la voluntad de Dios».
Si queremos, pues, escalar las cumbres de la vida interior,
no hay mejor sendero que el del Santo Abandono; ningún otro
sabría conducirnos tan pronto ni tan lejos. ¡No permita Dios
que consintamos en rebajar la humildad, la obediencia y el
renunciamiento! Estas virtudes fundamentales son, junto con
la oración, el camino siempre necesario y seguro, fuera del
cual se busca en vano la virtud sólida y el abandono de buena
ley. Sigámosle con fidelidad hasta nuestro postrer momento.
Mas cuando hubiéramos llegado por este camino a la
conformidad perfecta, amorosa y filial, entonces habremos
dado con el camino de la santidad.