Petición: No se
haga, Dios mío, mi voluntad, sino la tuya.
En el principio del mundo dijo Dios: “Hágase la luz”. Y así lo dijo de todas las cosas. Y todas
oyeron y cumplieron su voluntad.
En el huerto de los Olivos, dijo Cristo: “Hágase tu voluntad, no la
mía”.
El primer fiat fue un acto de imperio de la voluntad divina,
inmensamente glorioso. El segundo fue un acto de sometimiento de la voluntad
humana de Cristo a la de su Eterno Padre; acto penosísimo y más glorioso para
Dios, porque crear el mundo no le costó nada, pero salvar al mundo costó a
Cristo la vida.
La mayoría de los hombres no cumplen la voluntad de Dios, porque es
costosa a la naturaleza.
Por eso hemos de pedir a Dios: Hágase tu voluntad siempre. Es decir,
queremos hacer tu voluntad siempre, pero no podemos hacerla sin que tú nos des
el poder de hacerla.
No es imperfección sentir repugnancia a hacer la voluntad divina, cuando
hacerla es costoso a la naturaleza, como no lo fue en Cristo.
Antes es más meritorio; cuando la voluntad está pronta a cumplir lo que
Dios ordena.
Si yo, Señor, quiero la salud y Tú quieres la enfermedad, hágase tu
voluntad.
Si yo quiero gozar y Tú quieres que sufra, yo también quiero sufrir.
Hágase tu voluntad, porque hacerla es mi deber, y es justa, sabia, santa
y amable.
Haga yo tu voluntad, para que haciéndola me santifique.
Y hágala en lo fácil y en lo difícil, para que haciéndola en todo
adquiera pronto una gran santidad.
Pruébame, Señor, aunque no quiera, porque la tribulación es el gran
crisol de la virtud.
Los ángeles la hacen prontamente; nosotros queremos hacerla también.
Los ángeles la hacen alegremente; nosotros queremos hacerla también.
Los ángeles la hacen perfectamente, nosotros queremos hacerla también.
Los ángeles la hacen siempre; nosotros queremos hacerla también.
En el cielo, los santos son felices haciendo la voluntad de Dios; en la
tierra, los hombres que la hacen son felices también; hagámosla, no por eso, sino
por deber, por gratitud, por amor.
Dios mío y Padre mío, ¡cuántas veces en mi vida no he hecho tu voluntad!
No la hice cuando quebranté tus mandamientos.
No la hice cuando rechacé tus inspiraciones.
No la hice cuando desobedecí a mis superiores.
No la hice cuando me exigiste sacrificios costosos.
Dios y Padre mío, qué ciego estuve no viendo que haciendo tu santa
voluntad:
Está mi santidad, y por hacerla fue santa la Santísima Virgen María y
todos los santos.
Está mi felicidad, que es obra tuya, y no la das sino a los que te aman,
guardando tus mandamientos.
Está mi deber de hijo, que te debo cuanto soy, la vida natural y la
sobrenatural.
Está mi necesidad, porque o haré tu voluntad queriendo o habré de
hacerla por la pena.
Señor, Dios nuestro, no nos abandones a nuestros propios y malos deseos,
y haz que por la abundancia de tus gracias, queramos todos los hombres cumplir
tus mandatos con amor filial.
Hágase tu voluntad, aunque sea contra nuestra voluntad. Hágase, hágase.
Ignacianas
Angel Anaya S.J.