“Rezo cada día para que pueda morir antes de perder la cabeza. Me encantaría irme ya, porque si me contradijera dirían: “¡Ya está! ¡Dijo que se había equivocado!” y se aprovecharían de ello”.
Miraba con atención el crucifijo que le habían traído para el pequeño altar montado en su habitación:
-“Me ayuda a aguantar el sufrimiento”.
“He terminado mi trabajo, ya no puedo más; sólo me queda rezar y sufrir”.
Uno de los médicos le confió al Padre Denis Puga: “¡Que bondad! La bondad divina se refleja en su rostro. Le pedí a Monseñor que rezara por mí”.
Ese médico no era católico.
“Un día se mostrará la verdad. No sé cuándo, sólo Dios lo sabe, pero se mostrará”.
Una sonrisa… una mirada al Crucificado … ésas fueron las últimas “palabras” de Monseñor Lefebvre.
El Superior General cerró los ojos del Padre tan amado. Era el Lunes Santo, 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen, día en que el cielo le sonrió a la tierra y en que la esperanza renació en las almas, día de la Encarnación del Hijo de Dios y de la ordenación sacerdotal de Jesucristo, Sumo Sacerdote. Ese mismo día fue juzgada el alma de Marcel Lefebvre…
“Cuando me presente delante de mi Juez –había dicho en Lille quince años antes-, no quiero que pueda decirme: “Tú también has dejado que destruyeran la Iglesia”.
Por eso, ese 25 de marzo de 1991, cuando Dios le preguntó: “¿Qué has hecho de tu gracia sacerdotal, de tu gracia episcopal?”, ¿qué otra cosa le pudo responder el antiguo combatiente de la fe, el Obispo restaurador del sacerdocio católico?
“Señor –habrá dicho-, mira, he transmitido todo lo que podía transmitir: la fe católica, el sacerdocio católico y también el episcopado católico; Tú me diste todo eso, todo eso es lo que yo he comunicado, para que la Iglesia continúe.
“He transmitido lo que recibí”.
Monseñor Marcel Lefebvrre
La Biografía