Dar clic para capítulo 1 Florilegio de mártires
Antecedentes de la guerra civil española
Muchos se han preguntado sobre las causas del odio y de las persecuciones del año 1936; mas aún que se quiera buscar la raíz a partir de un siglo antes y atrubuirlo al desarrollo de la masonería, a los gobiernos laicistas, al obrerismo revolucionario, bien creo que todo lo sucedido, los asesinatos, las torturas inauditas, el invento de las checas o tribunales populares, quemas de iglesias y conventos, son una obra diabólica, pues todo fue inspirado por Satanás “el enemigo que siembra el mal” (Mt. 13,28), “el enemigo oculto que trabaja ocultamente, como dijera Pío XII, y sabe ser violento y astuto y es instigador de todo mal”. Y como dijo también Pablo VI, “El demonio es el múmero uno, el tentador por excelencia… el perturbador…”
Y Pio XI fue bien explícito: “Diríase que una
preparacíon satánica ha vuelto encender y más viva en la vecina España aquella
llama de odio y de más feroz persecución abiertamente confesada, como reservada
a la Iglesia y a la religión católica…” (14-9-1936)
El demonio, pues, se valió de hombres
ignorantes y malvados que fueron instrumentos del mal, para sembrar las calumnias,
propagandas laicas y anticlericiales, la pornografía, la prensa marxista que
llegó a blasfemar de lo más santo.
A partir de 1931
Con
la implantación de la república en este año de 1931, las nuevas Cortes
Constituyentes con su gobierno socialista y anticlerical, elaboraron una
Constitución prácticamente anticatólica, y de tal manera fue juzgada por Don
Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la República, que dijo: “Se hizo una
Constitución que invitaba a la guerra civil desde lo dogmático a lo orgánico…”.
En esta Constitución se empezaba diciendo que
el Estado no tiene religión oficial, y seguía diciendo que se extinguiría el
presupuesto del clero, y se prohibía a las Ordenes Religiosas ejercer la
industria y enseñanza, que sus bienes podrían ser nacionalizados, la enseñanza
sería laica, etc…
El cardenal Dn. Pedro Segura, arzobispo de
Toledo y primado de España en una carta pastoral advertía: “Cuando el orden
social está en peligro, cuando los derechos de la religión están amenazados es
deber imprescindible de todos unirnos para defenderla y salvarla” (B.O 18 abril
1931).
Más tarde, el 11 de mayo empezó la primera gran
quema de Conventos, llegándose a quemar casi un centerar de templos y casas
religiosas en tres días de barbarie popular con permisión del gobierno.
A los periódicos de orientación católica se les
prohibía dar la versión justa de los hechos, mientras que la prensa opuesta
levantaba calumnias y se les permitió falsas interpretaciones y algunas tan
pintorescas como éstas: que aquellos incendios habían sido maquinados por
católicos antirrepublianos para desprestigiar el régimen; que los frailes
habían disparado contra los obreros; que en los Conventos había arsenales de
armas…
En 1932 se publicó una ley de disolución de la
Compañía de Jesús, y poco después se dictó la ley del divorcio y la
secularización de los cementerios… y así se iba pisoteando las creencias
cristianas…
En 1933, la noche de la Imaculada, arden en
Zaragoza 10 iglesias y conventos…, y pocos días después otras seis iglesias en
Granada… y continuos desórdenes…
Entonces el Cardenal Gomá, ante tanto
sectarismo y leyes anticatólicas, publicó un enérgico documento pastoral
titulado “Horas graves” en el que decía: “...hoy los tentáculos del poder
estatal han llegado a todas partes y han podido penetrarlo todo, obedeciendo
rápidamente al pensamiento único que le informa de anonadar a la Iglesia, que
se ha visto aprisionada en una red de disposiciones legales” y hostiles…
Igualmente los obispos en una pastoral
colectiva analizaron la sectaria obra legislativa de la República en la que
hablaron del duro e inmediato trato que se le daba a la Iglesia de España…
Siguieron propagadas ateas y anticatólicas y
esto hizo que surgiera un conflicto manifiesto entre la legislación republicana
y la conciencia de los católicos españoles que transcendió nuestras fronteras…
Poco días más tarde Pio XI en la Encíclica
“Dilectissma nobis” habló de los atropellos legales permitidos gradualmente por
el gobierno de Madrid y con el fin de educar las nuevas generaciones con un
espíritu abiertamente anticristiano…
En 1934 estalla la revolución de Austrias, bien
preparada con su “ejercito rojo”, y durante ella fueron incendiadas numerosas
iglesias, quedando destruida en gran parte la catedral de Oviedo… y fueron
numerosos los templos arrasados por las mismas fechas en León, Galicia,
Cataluña y Valencia…
En 1935 ardieron nuevas iglesias y conventos.
En Zaragoza fueron quemados pasos de Semana Santa y en otros pueblos
aragoneses, y también hubo imágenes destrozados y sepulturas violadas en
Castellón y Andalucía…
La guerra civil española
En
1936 continuaron las quemas de iglesias y casas religiosas en casi toda España,
y hubo atropellos de personas, crímenes y propagandas antirreligiosas y
persecutorias, sembradoras de constante desconcierto y animosidades de unos
contra otros.
Todo esto movió un levantamiento militar que
empezó el 18 de julio con base en África al mando del general Francisco Franco,
que más tarde sería nombrado el Generalísmo de los ejércitos, y al mismo tiempo
se fue levantando el pueblo por tierras de Castilla la Vieja, León, Navarra,
Aragón, Galicia y otras provincias más, las que quedaron bajo la llamada
zona nacional.
Por no alargar este trabajo, que desearía que
fuese breve, se enfrentaron la zonal nacional, y la que estaba bajo el
régimen repúblicano (socialista y comunista), que se llamó zona roja, y
así se entabló la guerra civil, que duró casi tres años hasta el 1°. de abril
de 1939, día de triunfo definitivo bajo las armas de Franco.
Durante este tiempo el suelo español fue
escenario sangriento de una lucha tenaz, en la que palmo a palmo se fueron
ganando todos los pueblos de la nación hasta quedar unificados bajo la
verdadera bandera nacional.
Por mi parte diré que a los pocos días de estallar la guerra, como fueran muchos voluntarios al frente de batalla con el fruto “por Dios y por España” y pidieran sacerdotes o capellanes militares, entonces me decidí también a incorporarme a ellos, y advertiré que a la medida que íbamos tomando pueblos ví iglesias quemadas o convertidas en cuadras y garajes o destinadas a almacenes… Se habían profanado y a sus sacerdotes los habían asesinado.
Al estallar la revolución, es cierto que hubo
algunas muertes que son de lamentar en la zona nacional, pero su número fue muy
corto e insignificante con relación a los de la zona roja donde por el odio a
la religión quedaron profanados todos los templos, se asesinaron a obispos y
millares de sacerdotes, como ya dije, y hubo muchos y verdaderos martirios.
En los diez primeros días de la revolución se
produjo, en Barcelona solamente, el asesinato de 197 sacerdotes, y en
proporción en otras provincias bajo el dominio rojo…
José Diaz, secretario general de la II
Internacional en un mitín celebrado en Valencia el 5 de marzo de 1937 dijo: “En
las provincias en que gobernamos, la Iglesia no existe, España ha sobrepasado
en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy
aniquilada” (Carreras. L.o.c.p.62)
Breve historia de mártires españoles
Después del resumen precedente que he hecho sin
bajar a detalle, y sólo para que se vean las circunstancias en que se
realizaron los casos de muertes ejemplares, que voy a describir, diré que mis
intención es destacar solamente unos pocos aquellos en que está comprobada la
muerte por la confesión de la fe católica.
Fr. Justo Pérez de Urbel en su obra “Los
mártires de la Iglesia”, dice: “Cuando realmente se intente la historia
exhaustiva, completa y rigurosa de los mártires españoles en la Cruzada, se ha
de ver ciertamente que el 90 por 100 de los que sacrificaron su vida lo fue en
virtud de sus creencias religiosas. El nueve, en virtud de sus creencias
políticas. El resto, simplemente por la saña ciega de sus verdugos…
Algunos datos hemos podido reunir, pues las
referencias acerca de nuestro tema se hallan en extremo fragmentadas, de
nuestra afirmación anterior.
Las cifras que siguen considérese, pues, como
aproximadas. En Andalucía, el 75 por 100 de los crímenes cometidos lo fueron on
olor de martirio cristiano, es decir, por testimoniar a Jesucristo. En Asturias
– ¿quién recuerda estremecido el sacrificio de los mártires de Turón? –, el 80.
En Levante, el 60 o el 64. Y así podríamos ir señalando las restantes partes de
España”.
Según iremos viendo, los que se mantenían
firmes en la fe sufrieron las torturas más variadas y refinadas, y bien podemos
decir que mucho interrogatorios, no menos que la actitud valiente de los
héroes, nos transportaron a los tiempos de las persecuciones romanas, quedando manifiesto
en sus enemigos y perseguidores el odio a Dios, a Cristo y a su Iglesia.
Muchísimos fueron los asesinados especialente al comienzo de la revolución, y hubo de todas las clases: obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes, viejos, solteros y casados, hombres y mujeres, y continuaron en los años siguientes, y de entre todos estos hubo algunas muertes que nos hablan claramente de verdaderos martirios, como los calificó Pio XI, y de una verdadera cruzada nacional en defensa de los derechos de Dios y de su Iglesia.
Veamos ahora unos cuantos ejemplos entre los muchísimos existentes, y que pueden verse comprobados y de ellos nos hablan diversos martirologios escritos, especialmente los libros referidos en el prólogo.
Testimonio olvidado
Es bueno reconocer como Fr. Antonio de Lugo que
“se cuentan por millares los jóvenes que ofrendaron sus vidas, a sabiendas que
morían en defensa de su fe y de la fe de su pueblo. Los jóvenes hoy, en su
mayoría, apenas conocen la epopeya de tantos mártires.
El intento de estos trabajos es hacer un buen
servicio a la juventud actual. No llega fácilmente a todos lo que hay publicado
sobre el particular, aun siendo bastante. Es lamentable que páginas tan bellas
de la historia de la Iglesia y de España, escritas con sangre de mártires,
queden sepultadas en el más reprobable de los olvidos.
De tantísimos casos iremos escogiendo algunos
cuyo valor histórico está perfectamente comprobado, y que, además, sean motivo
de edificación para los lectores. De ello puede resultar fortalecida nuestra
fe, nuestro amor a Dios, a Cristo y a su Iglesia, y nos ayudará a dar gracias
al Señor, dador de todo bien”.
Empezaré por poner relieve el testimonio de una juventud heórica:
continuará..