Sermón Angélico, Capítulo 20
Como según el tenor del santo Evangelio hemos aprendido que a cada cual se le medirá con la misma medida con que a los demás midiere, parece imposible que con la razón humana pueda nadie comprender con cuántos honores ha debido ser venerada por todos en los palacios celestiales la que mientras vivió en este mundo misericordiosamente, hizo a muchísimos innumerables y fecundos bienes. Créese, por consiguiente, que fué justo, que cuando su santísimo Hijo quiso sacar de esta vida a la Virgen, estuviesen dispuestos para acrecentar el honor de la Señora todos aquellos que por medio de la misma habían adquirido la perfección de su voluntad.
Por lo cual, como el Creador de todas las cosas, siendo medianera la misma Señora, hizo su total beneplácito en el mundo; así también complacióse en ensalzarla en sumo honor con los ángeles en el cielo. Y por consiguiente, al punto de ser separada del cuerpo el alma de la Virgen, la sublimó el mismo Dios maravillosamente sobre todos los cielos, dióle el dominio sobre todo el mundo y la hizo para siempre Señora de los ángeles; los que hiciéronse al momento tan obedientes a la Virgen, que preferirían padecer todas las penas del infierno, antes que oponerse en lo más leve a los mandatos de la Señora.
También sobre los espíritus malignos hizo Dios a la Virgen tan poderosa, que siempre que acometieren a algún hombre y éste implorare por amor el auxilio de la Virgen, al instante huyesen despavoridos a una mera indicación de la Señora, queriendo se le multipliquen sus penas y miserias, más bien que ver dominar sobre ellos de ese modo el poder de la misma Virgen.
Y como esta Señora fué la criatura más humilde entre todos los ángeles y hombres, por esto mismo fué la más sublimada y más hermosa de todas, y la más semejante a Dios sobre todas ellas.
Por lo que ha de advertirse, que al modo que el oro se considera más digno que los otros metales, así los ángeles y las almas son más dignas que las demás criaturas. Luego así como el oro no puede adquirir forma alguna sin la acción del fuego, y aplicado éste, adquiriere diversas formas según el intento del artífice; igualmente el alma de la santísima Virgen no hubiera podido llegar a ser más hermosa que las otras almas y que los ángeles, si su excelentísima voluntad, que se compara con el ingenioso artífice, no la hubiese preparado tan eficazmente en el ardentísimo fuego del Espíritu Santo, para que sus obras apareciesen ante el Creador las mas gratas de todas.
Y así como el oro, a pesar de formar obras bellas, no se ve claramente el mérito del artífice, cuando estas obras se hallan en una habitación obscura, sino al ponerlas en la claridad del sol es cuando se nota bien la belleza de esos artefactos, así también las dignísimas obras de esta gloriosa Virgen, que hermosamente adornaban su preciosísima alma, no pudieron verse bien mientras esta alma se hallaba escondida en el retiro de su perecedero cuerpo, sino que hasta que llegó la misma alma al resplandor del verdadero sol, que es la misma divinidad. Ensalzaba finalmente con magníficas alabanzas a la santísima Virgen toda la corte celestial, porque su voluntad había adornado su alma de manera, que su hermosura excedía a la de todas las criaturas, por lo cual aparecía muy semejante al mismo Creador.
A esta gloriosa alma había sido, pues, destinado desde la eternidad un asiento de gloria muy próximo a la Santísima Trinidad. Porque así como Dios Padre estaba en el Hijo, y el Hijo en el Padre, y el Espíritu Santo en ambos, cuando el Hijo después de tomar carne humana en el vientre de su Madre, descansaba con la divinidad y humanidad, quedando totalmente indivisa la unión de la Santísima Trinidad, y conservada inviolablemente la virginidad de la Madre; así también dispuso el mismo Dios para el alma de la Santísima Virgen una mansión próxima al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, a fin de que fuese participante de todos los bienes que pudiera conceder Dios.
Tampoco puede comprender ningún corazón humano cuánta alegría comunicó Dios a su compañía en el cielo, cuando salió de este miserable mundo su amadísima Madre, según verdaderamente conocerán todos los que deseen con amor la patria celestial, cuando contemplaren cara a cara al mismo Dios. También los ángeles glorificaban a Dios, felicitando al alma de la Virgen, pues por la muerte del cuerpo de Jesús se completó su compañía, y por la venida de la Santísima Virgen al cielo se acrecentó su alegría y gozo.
Por último, alegrábanse por la llegada de la Virgen al cielo Adán y Eva, juntamente con los Patriarcas y Profetas, y toda la cohorte sacada de las cárceles de los infiernos, y los demás venidos a la gloria después de la muerte de Jesucristo, dando alabanzas y honor a Dios, que en tanta sublimidad ensalzaba a la Señora, por haber parido santa y gloriosamente al Redentor y Señor de todos.
Veneraban también a la Virgen con su humilde obsequio, enalteciendo su venerable cuerpo con toda la alabanza y gloria que podían los Apóstoles y todos los amigos que se hallaron presentes a los dignísimos funerales de la Virgen, cuando su amadísimo Hijo llevaba consigo al cielo la gloriosa alma de esta Señora. Y en efecto: debe indudablemente creerse, que así como los amigos de Dios dieron sepultura al cadáver de la santísima Virgen, así también el mismo Dios, su amadísimo Hijo, llevó venerablemente a la vida eterna el cuerpo vivo de María y su bendita alma.