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sábado, 20 de febrero de 2016

El más perfecto homenaje a Dios:TOMADO DEL LIBRO EL INTERIOR DE JESÚS Y DE MARÍA




Por el R.P. Grou
1859

   Desde el principio de su vida pública el Salvador se atrajo la envidia y el odio de los fariseos, de los sacerdotes, que no podían sufrir su doctrina, y aún menos su conducta en la cual hallaban su condenación. No tardaron en formar el designio de hacerle morir; y si más presto no lo ejecutaron, fue porque no había llegado la hora.

   Dios había previsto desde la eternidad aquella malicia y ceguedad de los judíos, y en consecuencia de esta previsión tenía ya ordenado todo cuanto debía sufrir su Hijo para su gloria y para la salud del género humano, que había hecho anunciar por medio de sus profetas. Menester fue que Dios os le entregase, y conociendo de antemano las intenciones perversas, había resuelto permitirlo así, porque sabía cuán grande bien debía sacar de tan grande crimen.

   Los judíos no tenían otra mira que la de satisfacer su envidia y su furor, sin penetrar en las miras profundas de Dios, que se servía de sus pasiones como de un instrumento para cumplir sus propios designios. No es pues de admirar que Jesucristo dijese a los judíos que le prendieron: Esta es vuestra hora, y la hora del poder de las tinieblas. Hasta ahora no habéis puesto la mano sobre mí, aunque tan fácil os era hacerlo, porque no había llegado aún el momento señalado por mi Padre. Ha llegado ya: obrad libremente contra mí, de concierto con los espíritus infernales; mi Padre os lo permite. Ni tampoco debe sorprenderos que respondiese a Pilatos, cuando este hacía valer el poder que tenía de crucificarlo o volverlo a enviar absuelto: No tuvierais sobre mí ningún poder, si no lo hubieseis recibido de lo alto. En el ejercicio de vuestra autoridad no veo sino la de mi Padre, y a ella me someto. Ni que dijese a los discípulos de Emaús: ¿No era necesario que el Cristo sufriese todo esto? ¿Y por qué era necesario? Porque su Padre le había preparado este cáliz, que Él estaba resuelto a apurar hasta las heces.


   Era de la mayor importancia el fijar bien este punto que es una de las principales claves de la Escritura, sin la cual no pudiera tenerse de ella una plena inteligencia, y la cual nos descubre y desenvuelve toda la serie de los designios de Dios sobre Jesucristo. Nada sucedió por acaso; todo fue previsto, todo concertado. Era preciso que  Él fuese el mártir de la verdad y de la caridad; que sellase con su Sangre la religión que venía a establecer; que el más insigne beneficio fuese pagado con la más negra ingratitud, y que con esto se levantase a un soberano grado de excelencia que sin esta circunstancia no hubiera tenido. Decretado estaba en los consejos de Dios que el Hombre Dios le daría la más grande gloria que pudiese darle, y para esto era necesario que su Pasión fuese lo que fue en la reunión de todas sus circunstancias, un desencadenamiento de la rabia de los demonios y de las pasiones humanas, un conjunto de sufrimientos y de humillaciones excesivas, una traición, una negación, un abandono de la parte de sus apóstoles, y sobre todo un abandono interior de parte de su Padre, que descargaba sobre Él como sobre el mayor de los criminales, todo el rigor de su justicia.  

Así un deicidio, crimen el más enorme que pudiese cometerse, dio lugar a los actos de la más sublime virtud, y al más perfecto homenaje que la majestad divina hubiese podido jamás recibir. (continuará)