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jueves, 11 de junio de 2015

De la devoción al Sagrado Corazón de Jesús



De la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Por el R. P. Grou

   El Corazón de Jesús es su mismo interior. Nada hay en el hombre tan íntimo como el corazón. Por el corazón somos buenos o malos, agradamos o desagradamos a Dios. El Corazón de Jesús son sus virtudes, su amor hacia Su Padre y hacia nosotros, su dulzura, su humildad.

Ser sólidamente devoto de este Corazón adorable, es penetrar en Él con la ayuda de la meditación o de la oración, para conocer sus inclinaciones, los objetos que tuvo presentes, los principios que le  hacían obrar, las virtudes que practicó, es concebir con respecto a este Divino Corazón los sentimientos de amor y de reconocimiento que de nuestra parte merece, de dolor por todos los disgustos que le hemos ocasionado, y de lo que le hemos hecho sufrir, de aquel deseo sincero y eficaz de contentarle, y de nada descuidar para complacerle, expiando y reparando nuestras faltas pasadas.  Es por fin aplicarnos a imitarle, pensando, hablando, obrando como Él, por los mismos principios y para los mismos fines que Él, de manera que nos le parezcamos en lo interior y en lo exterior.

   Es imposible que si alguno la mira y la practica de la  manera que acabo de decir no se vuelva interior, porque la vida interior no tiene otro objeto de reflexión, de contemplación, de afecto y de imitación que Jesucristo. Dad vuestro corazón a Jesús, dejádselo a sus inspiraciones y a su gracia; Él os descubrirá todos sus secretos, Él os comunicará el amor de que está inflamado, y con el amor todas las virtudes que le acompañan. Dando a Él nuestro propio corazón, es como se gana el suyo. Jesús os ha dado Su Corazón, y con esto tiene un derecho sobre el vuestro. Negándoselo, perdéis el derecho que sobre el suyo tenéis, le cerráis para vosotros mismos, y ya no sois dignos de entrar en Él.

   Me diréis que vosotros estáis ya en la costumbre de dar vuestro Corazón a Jesús, y que no por esto estáis más en posesión del suyo; que no por esto sois más recogidos, más dispuestos a la oración, más interiores. No me es difícil creeros. Mas, ¿De qué modo dais vuestro Corazón a Jesús? De boca solamente, por una especie de hábito, recitando alguna fórmula que halláis en un libro. Es preciso que vuestro mismo corazón sea quien se dé con toda la rectitud, sinceridad y generosidad de que es capaz; que renuncie a poseerse y a gobernarse por sí propio, que se abandone a discreción de Jesús para que haga de él lo que tenga por conveniente y que se vea que esta entrega no es  fingida. Y ¿Qué efectos han de ser estos? No volvérselo a tomar, instigados por el amor propio, o abandonándoos a la sensibilidad, a vuestra propia satisfacción y a todas vuestras naturales inclinaciones; mostrarse atento y fiel a la gracia, que en todas ocasiones os inspirará el morir a vosotros mismos para que viva en nosotros Jesucristo. Aceptar con agrado todas las pequeñas mortificaciones, contrariedades y humillaciones que os vengan de parte de las criaturas; apartaros de lo que pueda disipar vuestro espíritu, extinguir en vosotros todo atractivo, hasta el de la presencia de Dios y de la oración.  He aquí sin duda a todo lo que os obliga la entrega de vuestro corazón. ¿Y es esto lo que practicáis?


   Sois devoto, decís, del Corazón de Jesús. Esto es, que el pensar en tan dulce Corazón produzca en vos buenos movimientos y santas afecciones, os haga derramar algunas lágrimas, os llene de gustos y de consuelos sensibles. Nada más propio en efecto que el Corazón de Jesús para mover semejantes sentimientos. Pero vos no aspiráis más que a esto. Aquí os limitáis, sin advertir que esto no es amar el Corazón de Jesús, sino amaros a vos mismo.  Id al verdadero objeto de esta devoción; reformar vuestro propio corazón sobre el de Jesús. Copiad las virtudes cuyo modelo os presenta; imitad su dulzura, su humildad, su paciencia, su caridad. Ruégale sin cesar que os ayude a adquirirlas. Esto es honrar verdaderamente el Corazón de Jesús, y tomar el camino de una devoción sólida e interior.