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lunes, 11 de agosto de 2014

ILUSIONES ACERCA DE LA ORACIÓN: Don Vital Lehodey

  

 Ilusión de pretender llegar a ser hombre de oración con una conciencia sin delicadeza, con un espíritu sin recogimiento, con un corazón cautivo y con una voluntad rebelde.

   Ilusión de los que, ocupados en empleos absorbentes, pretenden pasar sin transición alguna del tumulto de los negocios al reposo de la oración; por punto general, es preciso tomarse un poco de tiempo para desentenderse de toda preocupación, ponerse en calma  y encontrar a Dios.

   Ilusión, a lo menos para el que comienza, de no preparar los puntos  ni leerlos antes detenidamente, so pretexto de que durante la oración no faltará luz ni libro; son estas precauciones que se necesitan en la infancia de la vida espiritual, bien que nos creemos siempre bastantes crecidos para  no tomarlas.

   Ilusión de querer entrar de lleno en el cuerpo de la oración sin ponernos antes con ahínco en la presencia de Dios.

   Ilusión de abandonar enseguida el asunto preparado de antemano, no para obedecer al espíritu de Dios, que sopla donde quiere, sino por capricho e inconstancia.

   Ilusión de querer abandonar demasiado pronto el método de  oración o dejarse esclavizar por él. El método no es la perfección, ni la misma oración; es un instrumento de que nos servimos mientras  nos aprovecha y que dejamos a un lado cuando ya no es útil, mucho más si llega a ser pernicioso. Ahora bien; en los principios el método es casi indispensable, se es todavía niño para caminar sin andadores. Más adelante,  no servirá de tanto; el Espíritu Santo tiene su comunicación especial y nadie le obliga a someter sus inspiraciones a nuestro método. Al llegar a la oración de sencillez o a la contemplación mística el método resulta una verdadera traba.

   Ilusión de darse demasiado a las consideraciones. La oración viene a ser entonces un simple estudio especulativo, un mero trabajo del espíritu en que se descuida lo principal que son los afectos, las peticiones y los propósitos; con lo cual este ejercicio resulta estéril y de ningún provecho.

   Ilusión de dar poco tiempo a las consideraciones entregándose desde luego y exclusivamente a los afectos. De este modo nos exponemos a no tener nunca convicciones razonables y profundas, a menos de suplirlas con lecturas serias.  Y sin convicciones ¿cuánto durarán los afectos? Demos pues a la meditación el tiempo conveniente; más al principio, menos al ir adelantando, no debiendo dejarla sino cuando se esté suficientemente preparado a la oración de sencillez.

   Ilusión de abandonar demasiado pronto, una vez hallada, la devoción y los actos que nos la han proporcionado, so pretexto de ser fieles a nuestro método. “Debe el alma detenerse todo el tiempo que dure este afectuoso sentimiento, aunque ocupe toda la meditación; pues, siendo la devoción el fin de este santo ejercicio, sería un error muy grande buscar con incierta esperanza lo que ciertamente hemos encontrado”. (San Pedro  Alcántara)

   Ilusión de orar sólo un corto y determinado espacio de tiempo en el día, sin pensar más en ello después; sin duda que en esos momentos la oración ha producido parte de su afecto, iluminando el espíritu y haciendo formar afectos y peticiones que tienen su valor, pero este piadoso ejercicio no da todo el fruto sino cuando se termina con una resolución firme y precisa, conforme a nuestras necesidades y que se recuerda con frecuencia para ponerla en práctica. La oración que a esto no llega es como el remedio que no se aplica, o como el instrumento que no se toca, o como la espada que no se saca de la vaina.

   Ilusión de tomar el escrúpulo por delicadeza de conciencia y las fútiles divagaciones por una buena oración. Es el escrúpulo por el contrario uno de los más grandes obstáculos para la unión divina; ya porque impide la calma del espíritu y la atención a Dios, ya porque estrecha el corazón con la tristeza, ahoga la confianza y el amor, paraliza la voluntad y hace huir de Dios. Por otra parte, ¿qué oración puede haber en un corazón agitado por los escrúpulos? En lugar de adorar, se examina; en vez de dar gracias, profundiza su interior, no pide perdón, se escudriña; no solicita gracia alguna, pasa el tiempo en discutir consigo mismo. No ha orado pues; ha estado demasiado ocupado en sí, para poder hablar con Dios; si lo ha hecho, ha sido sin confianza, sin dilatar el corazón; el miedo ha desterrado la intimidad de la oración, las ansiedades mataron la calma y la paz. El escrúpulo no es arrepentimiento, sino turbación; no es delicadeza de conciencia, sino una falsificación miserable. Fuerza es expulsarlo y arrojarlo, evitando el meditar en verdades que aumentan un temor harto desarrollado, escogiendo meditaciones propias para aumentar la confianza, dejando los exámenes ansiosos, minuciosos y turbadores, y sobre todo obedeciendo ciegamente al superior o director.

(Del libro Los Caminos de la Oración Mental)