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viernes, 23 de octubre de 2020

LOS SILENCIOS DE SAN JOSE (CAPITULO 18 Y 19)

 

(“Trente visites a Joseph le Silencieux”)
Padre Michel Gasnier, O,F

Capitulo 18

LA VIDA EN EGIPTO

“José permaneció en Egipto hasta la muerte de Herodes” (Mt 2, 15)

Mientras los Magos, de regreso al Oriente, evitaban pasar por Jerusalén, José huía hacia Occidente llevando consigo a María y al niño.

Muchos exegetas de la antigüedad se preguntaron por qué el ángel había señalado Egipto como lugar de refugio. Las razones místicas que dan son, sin duda, válidas, pero conviene no olvidar el hecho de que Egipto era el país más próximo y que bastaban algunos días de marcha para alcanzar sus fronteras; además, solía ser el refugio de aquellos infortunados que la persecución o el hambre arrojaban de Israel.

Al tomar el camino de Egipto, José se acordaría de aquel otro José —el cual, según los designios de Dios, lo había prefigurado sin saberlo— que, dieciocho siglos antes, tuvo que seguir la misma ruta cuando fue vendido por sus hermanos.

Se iba dejando detrás de él su hogar, su tranquilidad, sus útiles de trabajo, sin saber lo que encontraría allí ni cuánto tiempo duraría su exilio. Dios le había dicho como en otra ocasión le dijo a Abraham: Sal de tu país, de tu familia y de la casa de tu padre para el país que yo te mostraré...Y había partido obedeciendo a Dios para librar del furor de Herodes a Jesús y su Madre.

Ahora les mira angustiado, preguntándose cómo. podrán soportar este éxodo inhumano. Su prisa nos enseña a lo que hay que estar dispuesto para guardar a Jesús. Aguijonea y hostiga al asno que marcha con paso cansino, llevando a sus lomos a María, que protege y abriga con su manto al rey del mundo.

Si hiciéramos caso de los evangelios apócrifos, innumerables milagros se habrían multiplicado al paso de los fugitivos. Los ángeles les habrían acompañado con su protección invisible y hasta la misma naturaleza —animales y vegetales — les habría procurado ayuda y protección.

La realidad debió ser muy diferente. De hecho, sin la vigilancia de José, jamás Jesús habría estado más desamparado, más abandonado, más expuesto a todos los peligros.

Con toda seguridad tuvieron que pasar varias noches al raso. De día, evitarían atravesar pueblos y ciudades, mirando atrás con frecuencia para comprobar que nadie les perseguía. En las encrucijadas, se plantearían qué camino tomar, temiendo preguntar a alguien. Las gentes que encontraban en el camino los contemplaban con extrañeza, preguntándose por qué esos tres pobres seres viajaban así, sin escolta, camino de tierras deshabitadas e incultas.

Mientras allá lejos, en Jerusalén, Herodes daba órdenes sanguinarias para asesinar a los niños de Belén y abría así el cielo, sin quererlo, a una legión de inocentes a quienes los siglos venideros no dejarían de ofrendar coronas de lirios y rosas, ellos seguían caminando sin reposo, deteniéndose tan sólo para que María pudiese dar de mamar al Niño o para aliviar su sed y llenar su bota de agua en una fuente. Exhaustos, extenuados, con sus vestiduras rotas y los pies llagados por la larga marcha, llegarían a la frontera de Egipto. Sólo entonces cesó la opresión de su corazón, ,aunque para ser sustituida por la pena de entrar en un país que, tras haber perseguido a sus antepasados, se había convertido en sede de la impiedad y la idolatría. Allí se adoraba cualquier cosa: el sol, el cocodrilo, el buey... todo excepto al verdadero Dios.

Según ciertos relatos maravillosos, cuando atravesaron la frontera las estatuas de los ídolos cayeron de su pedestal y se rompieron en mil pedazos, leyenda que no tiene otro fundamento que una interpretación demasiado literal de un texto de Isaías: Ved  cómo Yahveh... llega a Egipto; ante él tiemblan todos los ídolos... (18, l).

Franqueada la frontera, les quedaban todavía seis largas jornadas de marcha para alcanzar el corazón del país. Atravesaron las aguas del Nilo, recordando que en ellas habían abrevado los rebaños de Jacob y flotado el canastillo en que fue depositado Moisés. Pronto verían aparecer en el horizonte la silueta de las prodigiosas pirámides, especialmente la de Kheops, en cuya construcción habían trabajado cien mil esclavos durante treinta años.

Algunos pintores han representado a María con el niño en sus brazos durmiendo entre las garras de la Esfinge. Si tal escena llegó a producirse, cuando José, antes de acostarse él mismo a, los pies del monstruo de piedra envuelto en una manta, contemplase su imagen, pensaría que el enigma que pesaba sobre el mundo desde el paraíso terrestre tenía su respuesta en el niño que dormía sobre el seno de su madre.

La tradición dice que la Sagrada Familia pasó algún tiempo en Heliópolis, donde había una importante colonia de judíos emigrados y donde Ptolomeo Filométer había permitido la construcción de un templo que casi rivalizaba con el de Jerusalén en riqueza, esplendor y veneración.

Esa misma tradición señala otros lugares en los que la Sagrada Familia vivió sucesivamente, lo que se explicaba por las dificultades de José para encontrar trabajo. Cuando se es pobre y extranjero, no se conoce el idioma del país, no se tienen herramientas propias, y para colmo, no se pueden dar más que vagas explicaciones sobre los motivos de la expatriación, ¡cuántas miradas recelosas y sonrisas insolentes hay que soportar!

Se reproducirían las mismas escenas que en Belén. En busca de un empleo, por humilde que fuese, iría a llamar en todas las puertas, preguntando tímidamente dónde podría encontrar trabajo. Soportaría todas las decepciones con el mismo temple resignado:  "No me importa pasar hambre —diría en su oración—, pero, Señor, no permitas que a mi esposa  le falte el pan ". Y, siguiendo vagas indicaciones, reanudaría su busca.

Con seguridad, conocería frecuentemente el paro forzoso, las prolongadas estancias junto al tajo. o en las plazas públicas, donde los patronos contrataban obreros para duros trabajos mal retribuidos a los que no estaba acostumbrado. Si bien, al regresar a casa, por la tarde, la ternura de María y las sonrisas de Jesús, al tomarle en sus brazos, le proporcionaban un consuelo y un estímulo inefables.

Es muy posible también que María, para ayudar a su esposo, tuviera que Ponerse a bordar y tejer con suS hábiles dedos. Y podemos imaginárnosla  apresurándose por las calles para llevar su labor acabada o recoger alguna otra, como todavía lo hacen hoy las humildes costureras.

Precarias, igualmente, debieron ser sus moradas sucesivas a lo largo de sus diversos desplazamientos por. aquellos lugares en que no había colonias judías para procurarles un refugio: chozas o cabañas de paja construidas tal vez por él mismo junto a un muro o una casa en ruinas. Otras veces tendrían que contentarse con un abrigo provisional bajo los arcos o las bóvedas de un monumento; incluso podemos pensar que algunas noches tendrían que compartir las condiciones de los que hoy en día llamamos vagabundos.

En Egipto conocieron, con toda seguridad, la soledad, la miseria, con su cortejo de males de todas clases. Los tomarían por galileos aventureros que se habían trasladado a Egipto con la esperanza falaz de encontrar allí una vida más fácil, y se encogerían de hombros ante tal candor. En cuanto a ellos, se guardarían muy mucho de desvelar las verdaderas causas de su exilio, y, para extremar la prudencia, procurarían no pronunciar jamás el nombre de Belén.

Pero María y José no protestaban jamás de su suerte y su pobreza. ¿Acaso el mismo Jesús no les había dado ejemplo en el misterio de su nacimiento ... ? Habían comprendido que había escogido voluntariamente venir a este mundo en un establo. Para darse ánimo, les bastaba con pensar que la vida de privaciones que rodeaba al Niño era conforme con sus designios y aceptaban alegremente prolongar el misterio de Belén...

 

Capitulo 19

EL REGRESO A NAZARET

“Levantándose, tomó al niño y a la madre y partió a la tierra de Israel” (Mt 2, 21)

El Evangelio de San Mateo sólo dedica unas palabras para hablamos de la estancia de la Sagrada Familia en Egipto. Allí permaneció —escribe— hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el ministerio del profeta, diciendo: "De Egipto llamé a mi hijo". No se puede imaginar mayor laconismo.

¿Cuánto tiempo duró su estancia? Sólo podemos hacer conjeturas. En este punto, las opiniones varían mucho. San Buenaventura llega a proponer siete años, mientras que algunos Padres de la Iglesia hablan de unos cuarenta meses. Los evangelios apócrifos, para dar tiempo a la realización de sus numerosos milagros, suponen que la estancia fue de tres años. Pero los exegetas tienen razones bastante serias para limitar el exilio a un tiempo no superior a uno o dos años .

Muerto ya Herodes  —leemos en San Mateo— el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y te dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño. Levantándose, tomó al niño y a la madre y partió para la tierra de Israel”.

Destaquemos, en primer lugar que, una vez más, es por intermedio de un ángel como Dios hace conocer a José Su Voluntad. «Los negocios secretos que este gran hombre tenía que tratar con el augusto senado de la adorable Trinidad —escribe San Leonardo de Puerto Mauricio— ponen constantemente en movimiento a los mensajeros celestes». Es, en efecto, la tercera vez que el Evangelio atribuye a José la visita de un ángel. Una cuarta, en el camino de vuelta, recibirá la misma embajada de manera análoga.

Puede uno preguntarse por qué San José recibió durante el sueño los avisos de Dios, mientras otros personajes, como Zacarías y los pastores de Belén, vieron a los ángeles en estado de vigilia y, cuando por otra parte, la Iglesia nos advierte que no conviene fiarse de los sueños para interpretar los designios de Dios. Suele responderse que los sueños que tuvo José se vieron acompañados del sentimiento seguro de que Dios se había servido de ese medio para manifestarse a él, y que, si Dios utilizó con José esa manera modesta y sin brillo de darle a conocer su voluntad, fue porque quería subrayar a nuestros ojos la viveza de su fe: le bastó el menor signo, el toque más secreto, para ponerse en movimiento. Era un servidor fiel, cuyo espíritu, en constante acecho de la gracia, esperaba manifestación de la voluntad divina. Su sumisión nos resulta más bella, más grande, por el hecho de que su mismo sueño se nos aparece como una especie de estado de vigilia durante el cual su lámpara permanece encendida en espera de la llegada del Maestro...

Cuando José recibió la indicación de que podía regresar a Palestina —pues el peligro había cesado—, se estremeció de alegría. Miró a Jesús con amor ' con un amor enriquecido por el temor que había tenido de perderle. Sin duda, tanto María como él habían sentido que su corazón se desgarraba al tener conocimiento de la matanza de los Inocentes. Habían sabido también que una terrible enfermedad hacía estragos en el cuerpo de Herodes, que una úlcera devoraba su carne, llenando todo su palacio de un olor insoportable. Los gusanos no esperaban a la muerte para cebarse en su cuerpo. El desgraciado había tratado de quitarse la vida, pero se lo habían impedido, y de buena o mala gana, acababa de sufrir el castigo de sus crímenes: había muerto a poco de ordenar que ejecutaran a su propio hijo, Antípater.

La alegría de José al saber que podían regresar a su patria no fue, sin embargo, completa. El ángel nada le había revelado sobre el lugar en que deberían establecerse y no sabía dónde ir. Se preguntaba también cómo encontraría su casa y su taller y lo que respondería cuando le preguntaran sobre su ausencia y los motivos de su exilio.

Deseoso como siempre de hacer la voluntad de Dios, apresuró los preparativos del viaje y abandonó enseguida la tierra de Egipto, donde había sufrido más por su atmósfera de idolatría que por las privaciones propias y de los suyos.

Antiguas tradiciones dicen que el regreso lo hicieron por vía marítima. Era, en efecto, el viaje más corto y menos caro, por lo que es probable que tomaran pasaje en un navío en algún puerto egipcio, quizás Alejandría, si hacemos caso de los relatos que corrieron durante mucho tiempo entre los coptos.

Durante la travesía, que duraría tres o cuatro días, José, consciente de sus responsabilidades, estaría atento a las conversaciones de los pasajeros, e incluso les preguntaría también sobre la situación del país. Desembarcarían en Ascalón, en Joppe o en Jammia. José pensó primero en volver a Belén, creyendo que así cumplía los designios de Dios y las profecías. Puede ser, incluso, que allí pensara encontrar más facilidades para ejercer su oficio... Aún hoy día, suelen ser los belenitas a quienes se busca con más frecuencia para los trabajos estacionales de la construcción.

Todavía dudó, al poner pie en tierra. Pero al llegar a la frontera de Palestina, se enteró de que Arquelao reinaba en Judea y temió establecerse en esa provincia. Digno hijo de su padre, acababa de mandar decapitar tres mil de sus súbditos en el mismo Templo. Pensó que era más seguro ir a Galilea que se encontraba bajo la jurisdicción de Herodes Antipas, el cual parecía mostrar intenciones pacíficas y benévolas. Un sueño confirmó a José en su resolución.

Si la palabra profética de Miqueas parecía poner a Belén en primera fila de las ciudades privilegiadas, otro oráculo designaba también a Nazaret. Para no fatigar al niño y a su madre, no avanzó a marchas forzadas como cuando huyeron. Viajaron en cortas etapas.

En Nazaret, encontró de nuevo a sus parientes y vecinos, que se asombrarían al verlos y les harían toda clase de preguntas embarazosas sobre los motivos de su ausencia. José las esquivaría a su manera, procurando no mentir y al mismo tiempo no decir nada que pudiera hacerles sospechar la verdad.

Encontraría su casa en un lamentable estado de abandono, pero no se entretendría en lamentarse, ni en invectivas contra los que la habían saqueado. Más bien los excusaría, alegando en descargo suyo que pensarían que sus dueños la habían abandonado.

Enseguida se puso a repararla. Tapó los agujeros de los muros, enjalbegó la fachada y se aplicó a recobrar su antigua clientela. Poco a poco, las herramientas volvieron a llenar su taller, y un letrero, encima de la puerta, anunciaría su oficio: José, carpintero.