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lunes, 18 de septiembre de 2017

SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO: S.S PIO XII



Carta Encíclica
“INGRUENTIUM MALORUM”
de nuestro Santísimo Señor por la Divina Providencia
PAPA PÍO XII a los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios de Lugar en Paz y Comunión con la Sede Apostólica sobre el Rezo del Santo Rosario
durante el mes de octubre, principalmente.
(15 de septiembre de 1951)

Venerables hermanos, salud y bendición apostólica.

1. Desde que fuimos elevados a la suprema cátedra de Pedro, por designio de la divina Providencia, a la vista de los males inminentes, no hemos cesado nunca de confiar al valiosísimo patrocinio de la Madre de Dios los destinos de la familia humana, y a este fin, como bien sabéis, hemos escrito a menudo cartas de exhortación. Conocéis bien, ¡oh venerables hermanos!, con cuánto celo y con cuánta espontaneidad y concordia ha respondido el pueblo cristiano por todas partes a nuestras sugerencias. Lo han atestiguado repetidas veces granciosos espectáculos de fe y de amor hacia la augusta Reina del cielo y, sobre todo, aquella manifestación de universal alegría que en el último año nuestros propios ojos pudieron contemplar en cierto modo, cuando en la plaza de San Pedro, circundados por una inmensa multitud de fieles, proclamamos solemnemente la Asunción de María Virgen al cielo.

2. Si bien el recuerdo de estas cosas nos es grato y nos consuela con firme esperanza en la divina misericordia, al presente, sin embargo, no faltan motivos de profunda tristeza que solicitan y angustian nuestro ánimo paternal.

Tristes condiciones de los tiempos presentes
3. Conocéis, en efecto, venerables hermanos, las tristes condiciones de nuestros tiempos. La unión fraternal de las naciones, rota desde tanto tiempo, no la vemos aún restablecida en todas partes, pero por todos lados vemos los espíritus trastornados por el odio y la rivalidad, e incluso se cierne sobre los pueblos la amenaza de nuevos y sangrientos conflictos. A esto se suma aquella violentísima tempestad de persecuciones que ya desde largo tiempo azota con crueldad a la Iglesia, privada de libertad en no pocas partes de la tierra, afligiéndola durísimamente con calumnias y angustias de todo género, haciendo correr también a veces la sangre de los mártires.

4. ¡A Cuáles y cuántas insidias vemos sometidos los ánimos de muchos de nuestros hijos en aquellas regiones para que rechacen la fe de sus padres y se aparten miserablemente de la unidad con esta Sede Apostólica! Ni, finalmente, en modo alguno podemos pasar en silencio un nuevo crimen respecto al cual deseamos vivamente reclamar no sólo vuestra atención, sino también la de todo el clero, la de cada uno de los padres y la de la misma autoridad pública; nos
referimos a aquellos perversos designios de la impiedad contra la cándida inocencia de los niños. Ni siquiera la edad inocente ha sido perdonada, sino que se osa arrancar también, con gesto temerario, las flores más bellas del místico jardín de la Iglesia, que constituyen la esperanza de la religión y de la sociedad.

Si se medita sobre esto, no debe suscitar gran sorpresa el hecho de que por todas partes los pueblos giman bajo el peso del divino castigo y vivan con la pesadilla de calamidades todavía mayores.
Alzad los corazones a la Madre de Dios

5. Sin embargo, la consideración de una situación tan cargada de peligros no debe abatir vuestro ánimo, venerables hermanos, sino que, acordándoos, por el contrario, de aquella divina enseñanza: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Lc 11, 9), con la mayor confianza proponeos alzar espontáneamente vuestros corazones hacia la Madre de Dios, donde siempre ha
buscado refugio el pueblo cristiano en la hora del peligro, ya que Ella «ha sido constituida causa de salvación para todo el género humano».

6. Por ello esperamos con alegre expectación y reanimada esperanza el retorno del mes de octubre, durante el cual acostumbran acudir los fieles con mayor frecuencia a la iglesia para elevar sus súplicas a María por medio del santo rosario. Preces que este año, venerables hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, cual lo requieren las necesidades crecientes. Nos es bien conocida, en efecto, su poderosa eficacia para obtener la ayuda maternal de la Virgen; la cual, aunque pueda conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo estimamos que el santo rosario es el medio más conveniente y eficaz, como lo recomiendan su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la oración
dominical y el saludo angélico, que forman como las flores de que está compuesta esta mística corona?

Asociándose, además, a la oración vocal la meditación de los sagrados misterios se obtiene otra grandísima ventaja, a saber: que todos, incluso los más sencillos y los menos instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para alimentar y custodiar la propia fe. Y en verdad que con la meditación frecuente de los misterios el espíritu insensiblemente absorbe la virtud que allí se encierra, se inflama extraordinariamente con la esperanza de los bienes inmortales y se espolea con fortaleza y suavidad para seguir las huellas del mismo Cristo y de su Madre. La misma recitación de fórmulas idénticas, tantas veces repetidas, lejos de hacer la oración estéril y enojosa, posee una admirable virtud para infundir confianza en el que reza y hacer dulce violencia al corazón materno de María.

Excelencias del Santo Rosario
7. Trabajad, pues, con especial solicitud, venerables hermanos, para que los fieles puedan cumplir este oficio con la mayor diligencia con ocasión del próximo mes de octubre, y el santo rosario sea por ellos muy convenientemente estimado y profusamente practicado. Por vuestra labor el pueblo cristiano podrá comprender su excelencia, su valor y su saludable eficacia.

8. Empero, es sobre todo en el seno de las familias donde Nos deseamos que la costumbre del santo rosario sea difundida por todas partes, religiosamente custodiada y cada vez más desarrollada. Inútil es, desde luego, tratar de llevar remedio a los destinos vacilantes de la vida civil si la sociedad doméstica,
principio y fundamento de la unión humana, no es «reincorporada» a las normas del Evangelio. Nos afirmamos que el rezo del santo rosario en la familia es un medio grandemente eficaz para conseguir un fin tan arduo. ¡Qué espectáculo de placidez y tan sumamente grato a Dios cuando, a la caída de la tarde, el hogar
cristiano resuena con el frecuente eco de las alabanzas en honor de la augusta Reina del cielo! Entonces el rosario, recitado en común, une ante la imagen de la Virgen, con admirable concordia, los corazones de padres e hijos que retornan del trabajo diario; además, los une piadosamente con los ausentes y con los difuntos, y, por fin, liga a todos más estrechamente con el suavísimo vínculo del
amor a la Virgen Santísima, la cual, como Madre amantísima entre sus hijos, se hallará presente, concediendo con abundancia los bienes de la unidad y de la paz domésticas.

Entonces el hogar de la familia cristiana, semejante al de Nazaret, se convertirá en una terrenal morada de santidad y casi un templo, donde el santo rosario no sólo será la rogativa particular que todos los días se eleva hacia el Cielo en olor de suavidad, sino que constituirá también una escuela eficacísima de vida cristiana. En efecto: la consideración de los divinos misterios de la Redención
enseñará a los mayores a vivir enfrentados cotidianamente con el fúlgido ejemplo de jesús y de María, a recabarles consuelo en la adversidad y a dirigirse hacia aquellos tesoros celestiales «que no roban los ladrones ni roe la polilla»

(Lc 12, 33); llevará, además, a conocimiento de los pequeños las principales verdades de la fe, consiguiendo que en sus almas inocentes florezca como espontáneamente el amor hacia el benignísimo Redentor, cuando, al ver arrodillarse a sus padres ante la majestad de Dios, desde su más tierna edad, aprenderán cuán grande es el valor de la oración recitada en común. Sólo con la oración se afrontarán los peligros

9. No dudemos, por consiguiente, en afirmar de nuevo en público cuán grande es la esperanza por Nos depositada en el santo rosario para curar los males que afligen nuestro tiempo. No con la fuerza, ni con las armas, ni con la potencia humana, sino con la ayuda divina obtenida por medio de esta oración, como David con su bondad, la Iglesia podrá afrontar impávida al enemigo infernal,
repitiendo contra él las palabras del adolescente pastor: «Tú vienesa mí con la espada, con la lanza y con el escudo; pero yo voy a ti en el nombre del Señor de los ejércitos..., y toda esta multitud conocerá que el Señor no salva con la espada ni con la lanza» (1 Re 17, 44, 49).

10. Por esta razón, ¡oh venerables hermanos!, deseamos vivamente que todos los fieles, siguiendo vuestro ejemplo y vuestra exhortación, correspondan solícitos a nuestra paternal indicación, unidos sus corazones y sus voces con igual ardor de caridad. Si aumentan los males y los asaltos de los malvados, debe crecer igualmente el celo de todos los buenos y hacerse siempre más
vigoroso; esfuérzanse éstos por obtener de nuestra amantísima Madre, especialmente por medio del santo rosario, el que cuanto antes brillen tiempos mejores para la Iglesia y para la sociedad.

11. Roguemos todos que la poderosísima Madre de Dios, movida por las plegarias de tantos hijos suyos, nos obtenga de su Unigénito el que aquellos que se han desviado miserablemente del sendero de la verdad y de la virtud, vuelvan a él con renovado ánimo; el que felizmente se aplaquen los odios y las rivalidades que son fuente de discordia y de toda clase de desventuras; el que la paz, aquella paz verdadera, justa y genuina, vuelva a resplandecer sobre los individuos, sobre las familias, sobre los pueblos y sobre las naciones; el que, finalmente, asegurados como es justo los derechos de la Iglesia, aquel benéfico influjo derivado de ella, penetrando sin obstáculos en el corazón de los hombres, entre las clases sociales y en la entraña misma de la vida pública, aúne con fraternal alianza a la familia de los pueblos y la conduzca a aquella prosperidad
que regule, defienda y coordine los derechos y los deberes de todos, sin perjudicar a nadie, siendo cada día mayor por la recíproca y común colaboración.

Pensad en los desgraciados
12. Tampoco os olvidéis, venerables hermanos y dilectos hijos, mientras entretejéis nuevas flores orando con el rosario mariano; no os olvidéis, repetimos, de aquellos que languidecen desgraciados en las prisiones, en las cárceles, en los campos de concentración. Entre ellos se encuentran también, como sabéis, obispos expulsados de sus sedes únicamente por haber defendido con heroísmo los sacrosantos derechos de Dios y de la Iglesia; se encuentran
hijos, padres y madres de familia, arrancados de los hogares domésticos, que pasan su vida infeliz por ignotas tierras y bajo ignotos cielos. Como Nos envolvemos con un afecto singular a todas estas gentes, así también vosotros, animados de aquella caridad fraterna que emana de la religión cristiana, unid junto a la nuestra vuestras preces ante el altar de la Virgen Madre de Dios y
recomendadlos a su corazón maternal. Ella, sin duda alguna, con dulzura exquisita, aliviará sus sufrimientos, reavivando en los corazones la esperanza del premio eterno y no dejará de acelerar, como firmemente confiamos, el final de tantos dolores.

13. No dudando que vosotros, ¡oh venerables hermanos!, con el celo ardiente que os es acostumbrado, llevaréis a conocimiento de vuestro clero y de vuestro pueblo, en la manera que os parezca más oportuna, esta nuestra paternal exhortación, y asimismo, teniendo por cierto que nuestros hijos diseminados por todas partes sobre la tierra, responderán de buen grado a este nuestro llamamiento, concedemos con cordial efusión nuestra bendición apostólica,
testimonio de nuestra gratitud y augurio de celestiales gracias, a cada uno de vosotros, en particular a aquellos que durante el mes de octubre especialmente reciten con devoción el santo rosario.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 del mes de septiembre, fiesta de los Siete Dolores de la bienaventurada Virgen María, el año 1951, decimotercero de nuestro pontificado.
Pius PP XII.