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viernes, 7 de octubre de 2016

MEDITACION: Injurias a Jesucristo y escupen en su sagrado rostro



  ¿Qué furia te arrebata? ¿Qué cólera te enciende? ¿Qué rabia te mueve Caifás de romper tus vestiduras? ¿Qué te hace olvidar tu dignidad, y la prohibición de Dios promulgada por Moisés, prohibiendo que el sumo sacerdote rasgue sus vestiduras? ¿Qué te ha dicho este hombre de nuevo? ¿Qué blasfemias ha dicho? ¿No sabías de cierto, que públicamente decía y predicaba, que era Cristo, Hijo de Dios? ¿Los soldados, los fariseos y gobernadores que enviaste a prenderle,  no te dijeron, cuando les preguntaste por qué no le habían preso, que jamás habían oído hablar a hombre como él? ¿Cuando resucitó a Lázaro, Marta no publicó en bien altas voces, que era el Hijo de Dios? ¿Los milagros que obró no te lo confirmaron; pues a los leprosos, a los paralíticos y a los enfermos dio salud; a los sordos oídos, a los ciegos vista, y a los muertos vida? ¿Podéis dudar que sea este hombre el verdadero Hijo de Dios? ¿Eres más incrédulo que los mismos demonios, los cuales vinieron a su presencia, dando aullidos, y diciendo: ¿qué es lo que hay entre nosotros? ¿Y tú, Jesús, Hijo de Dios, has venido antes de tiempo a atormentarnos?  ¿Y si no puedes dudar que es Hijo de Dios, cómo no despedazas tus vestiduras de sentimiento y dolor de verle así maltratado, y  no de rabia, de furor y de envidia que tienes por condenarle a muerte? Y pues sabes y has profetizado que conviene que muera por todo el pueblo, remítele a juez seglar, y no consientas que blasfemen contra Él, que hagan burla, que le abofeteen, ni le escupan en el rostro.

  ¡A dónde estás tú, cristiano, a dónde están tus ojos , a dónde tus oídos, que no ves a Jesucristo cubierto de salivas, afrentas e injurias?  ¿Qué no oyes los escarnios, las ignominias y oprobios que dicen a tu Dios? El sufrir los tormentos es propio de hombres de valor y sangre; no quejarse en el castigo, llevar con paciencia los trabajos, no temer la muerte, son acciones de magnanimidad de ánimo; pero padecer tantas injurias, sufrir que escupan en el rostro, no parece que hay corazón que lo pueda tolerar; sin embargo, mira a tu Dios, que es la fuerza, la virtud,  y la misma valentía, que los lleva y sufre por ti. Si alguno te es causa de pérdida en tus bienes, podrá ser que lo disimules; pero si te tocase en la honra y la reputación, perderás la vida por defenderla; y Dios que te crio y dio la honra que tienes, sufre tantas injurias, tantas infamias y tantas afrentas por ti. ¡Ay cristiano! Qué piensas hacer cuanto te sientes de cualquier palabra ligera, y quieres tomar satisfacción del que te picó en la honra? ¿No haces injuria a Jesucristo? ¿No le escupes en el rostro como a un hombre pusilánime y flojo, que sufrió que los pontífices le desmintiesen, siendo Él Sumo Pontífice? Que los jueces le ultrajasen, ¿siendo Él soberano Juez? Que los criados le abofeteasen, ¿siendo Él Señor y Maestro de todos? ¿Qué los villanos le escupiesen en el rostro, siendo Él la misma pureza? Ves aquí al Dios todopoderoso; Hijo del gran Dios, que puede confundir a cuantos le ultrajan; el Dios fuerte, y el Dios valeroso, que sufre por ti mil indignidades, mil vilezas y mil injurias? ¿Qué eres tú, oh miserable criatura? ¿Qué eres tú más que Él?  Oh, ¿qué eres en comparación suya para estar tan ensoberbecido, que no consientas que nadie te mire a la cara, ni te hable palabra que no sea  muy cortésmente? ¿Quieres en muriendo morir eternamente, y estar siempre en afrenta, en confusión y en horror, y perder el verdadero honor, desahogo y luz de la gloria del cielo?  Dices que eres de muy alto linaje, de muy esclarecida sangre para sufrir una injuria, una afrenta; y Jesucristo sufrió una infinidad por ti.

  Piensa, cristiano, piensa en lo que ves, piensa en Jesucristo, de quien se burlan, a quien abofetean y llaman blasfemo, sufre por su amor a los que te ofendieren, y mira que nadie te puede ofender más que tú a ti mismo, porque tú ofendes más tu alma queriéndote vengar de tu enemigo, porque cogiéndote la muerte en estado de venganza, lo uno pierdes el fruto adquirido por la paciencia de tu Salvador, y lo otro tu alma: porque te condenas al infierno perpetuamente sin esperanza de poderte librar de las más crueles penas que se pueden imaginar en afrentas e ignominias, y de miedo que tienes que tu honor no se pierda por el poco tiempo que tuvieres de vida, pues en comparación de la futura es un soplo, entregas tu alma a los demonios, de entre cuyas garras será casi imposible el sacarla.

  Imita a tu Salvador, no busques la venganza, déjasela a tu Dios, que hace que caiga la afrenta y el mal sobre quien la procura. Ten paciencia, y Dios humillará al que se levantare contra ti, y le volverá sin honra. No digas volveré mal por mal, espera en el Señor, que Él te hará justicia. No digas, yo haré a mi prójimo como él hiciere a mí, y le volveré el fruto tan desazonado como me lo prestó; porque Dios se vengará del que se quisiere vengar, y volverá la venganza sobre él, y no tendrá jamás remisión de sus pecados, por cuya causa Jesucristo vino al mundo, y sufrió ser mofado, y que los judíos le escupiesen en su Sagrado rostro.

  ¡Oh qué bajeza! ¡Oh qué inmundicia y desacato! ¿Qué hombres tan asquerosos y viles, que no se atrevieran a escupir en presencia de sus amos, y pensarían hacer agravio a un hombre escupir delante de él , se atrevan a escupir, y escupan el hermoso rostro de Dios, escupan en la cara de nuestro Salvador, en la cual está estampada la verdadera semejanza de su Padre, en la cual reluce la hermosura de los cielos, y se ven los retratos de todas las criaturas, por donde habemos conocido a Dios, que los Patriarcas y Profetas deseaban, y David pedía le mostrasen, que Siméon vio con tanta alegría, y habiéndola visto quedó asombrado, la que los ángeles contemplan, y los bienaventurados adoran?

  ¡Oh Adán! ¡Oh hijos de Adán! ¡Cuán asquerosos estábais, pues ha sido menester para purificaros tantas salivas e inmundicias, destiladas en el alambique de profunda humildad de Jesucristo, y lavaros el rostro lleno de dobleces, de presunción y arrogancia! ¿Tendréis corazón para mancharle segunda vez, y amancillarle de nuevo con el pecado, pues que ha costado tanto a vuestro Dios el limpiarle? Mirad la hermosura de la luz eterna, el espejo sin mancha, y la imagen de la verdad y bondad divina tan cubierta de salivas que apenas se puede conocer. Mirad la luz del mundo, que se ofreció a los que la quisiesen recibir, para que no quedasen en las tinieblas, cubierta de salivas, como de una muy espesa nube. ¡Ah corazón! ¿Es posible que no te partas de dolor?  ¡Ah ojos míos! ¿Cómo no derramáis en gran abundancia lágrimas?

  ¿Es posible, dulce Jesús mío, que convenga que por mis detestables y feos pecados sufras tantas afrentas e ignominias? ¡Cuán malo soy en haberle maltratado, y mucho peor en haberle ensuciado después de estar ya limpio! …

Del libro meditaciones devotísimas
De la seráfica virgen
SANTA CATARINA DE SENA