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miércoles, 12 de marzo de 2025

CAP. 4 FRUTOS DEL SANTO ABANDONO (Articulo 3º)

 


Artículo 3º.- Constancia y sinceridad de ánimo


La veleidad de espíritu y la inconstancia de la voluntad

llenan el mundo para su vergüenza y desolación. San

Francisco de Sales hace remontar el mal a esta única fuente:

es que la mayor parte se dejan conducir por sus pasiones. No

querrían hallar alguna dificultad, ninguna contradicción,

ninguna pena; siendo así que, por el contrario, la inconstancia

e inestabilidad caracterizan los sucesos de esta vida mortal.


De ahí procede que tan pronto estoy alegre porque todo me

sucede según mi voluntad, y tan pronto estoy triste porque me

ha sobrevenido una contradicción no esperada. Hoy que

disfrutáis de consolaciones en la oración os halláis animados y

del todo resueltos a servir a Dios, pero mañana tendréis

sequedad, os hallaréis lánguidos y abatidos. Al presente

queréis una cosa, más tarde desearéis otra distinta. Tal

persona os agrada hoy, mañana os costará el soportarla. Soy

todo fuego para una obra de celo, ya por el encanto de su

novedad, o ya por el buen resultado que obtengo; mas

sobrevienen las contradicciones, los fracasos, la monotonía, y

al instante pierdo los ánimos. ¿No es esto natural, cuando se

deja uno guiar por sus inclinaciones, pasiones y afectos? Si la

razón y la fe no las regulan y dominan, ¿qué ha de suceder,

«sino una continua vicisitud, inconstancia, variedad, cambio,

capricho, que tan pronto nos hará fervientes, como cobardes y

perezosos? Estaremos tranquilos una hora, y después

inquietos dos días». Mas, añade el amable doctor, «no

hagamos como los que lloran cuando les falta la consolación y

no cesan de cantar cuando les es devuelta; en lo cual se

parecen a los monos que están siempre tristes en tiempo

sombrío y no cesan de hacer piruetas cuando hace bueno».


Compáralos San Alfonso a la veleta, porque «cambian sin

cesar con el viento de las cosas de este mundo; están

contentos y alegres en la prosperidad, impacientes y tristes en

la adversidad; jamás llegan a la perfección y llevan una vida

desdichada».

Mas, a medida que se avanza en la santa indiferencia y el

abandono, despréndese uno de todas las cosas, y sólo a Dios

busca en adelante. Pónese toda la confianza en este Padre

que está en los Cielos, y se habitúa a rendirle una sumisión

pronta y fiel. No se quiere ver las personas y los

acontecimientos sino en Dios y en su voluntad tan sabia y

santificante, y por el hecho mismo, cesa uno de estar a

merced de sus pasiones tan mudables y de ser llevado a

merced del viento como una paja al menor soplo de la

tempestad. Se llega a ser firme en las ideas, estable en las

resoluciones, perseverante en las empresas, siempre el

mismo en la calma y en la serenidad. Un hombre de tal índole,

dice San Alfonso, «no se engríe por sus éxitos, no se abate

por sus desgracias, bien persuadido de que todo viene de

Dios. Teniendo a la voluntad de Dios por regla única de sus

deseos, no hace sino lo que Dios quiere, y no quiere sino lo

que Dios hace... Acepta con perfecta conformidad de voluntad

todas las disposiciones de la Providencia, sin considerar si

satisfacen o contrarían sus tendencias. Los amigos de San

Vicente de Paúl decían de él durante su vida: el Señor Vicente

es siempre Vicente, entendiendo por esto que en todas las

circunstancias, favorables o adversas, el santo parecía

siempre en la misma calma, siempre igual a si mismo; porque,

habiéndose abandonado por completo en manos de Dios,

vivía sin ningún temor, y no deseaba otra cosa sino el

beneplácito del Señor».


«Esta santísima igualdad de ánimo es la que os deseo

-decía San Francisco de Sales a sus hijas. No quiero decir

igualdad de gustos ni de inclinaciones, sino igualdad de

ánimo, pues no hago caso alguno ni deseo que vosotras le

hagáis de los alborotos que promueve la parte inferior de

nuestra alma. Pero es necesario mantenerse siempre firmes y

resueltos en la parte superior de nuestro espíritu, en una

continua igualdad, así en las cosas adversas como en las

prósperas, en la desolación como en las consolaciones, en las

sequedades como en las ternuras. Gimen las palomas de la

misma manera que se regocijan: nunca cantan sino la misma

tonada. Vedlas posarse sobre la rama llorando la pérdida de sus

pequeñuelos, y vedlas también cuando están enteramente

consoladas: no cambian de tono, sino que sus arrullos son lo

mismo tanto para manifestar su alegría como su dolor. Job nos

ofrece un ejemplo en esta materia, pues cantó en un mismo

tono todos los cánticos que compuso. Cuando Dios le

multiplicaba sus bienes y le enviaba a pedir de boca cuanto

hubiera podido desear en esta vida, ¿qué decía él, sino

bendito sea el nombre de Dios? Este era su cántico de amor

en toda ocasión. Reducido a una extrema aflicción se expresa

en el mismo tono que en su cántico de regocijo. El Señor, dice,

me había dado hijos y bienes, y el Señor me los ha quitado,

¡bendito sea su santo nombre! ¡ Sea siempre bendito el

nombre del Señor! Ojalá podamos también nosotros tomar en

todas las ocasiones, los bienes y los males, las consolaciones

y las aflicciones de mano del Señor cantando siempre el

dulcísimo cántico: bendito sea el nombre de Dios, con la

tonada de una continua igualdad.»


Esta igualdad tan suave y deseable la poseía San

Francisco de Sales en toda su plenitud; y Santa Juana de

Chantal nos va a enseñar en dónde la había él encontrado:

«Su método -dice- consistía en mantenerse muy humilde, muy

pequeño, muy abatido delante de Dios, con una singular

reverencia y confianza como niño amante. Creo yo que en sus

postreros años no quería, no amaba y no veía sino a Dios en

todas las cosas; por lo mismo podía observársele absorto en

Dios, y declaraba que nada había ya en el mundo que pudiera

darle contento sino Dios. De esta tan perfecta unión procedía

su general y universal indiferencia que de ordinario se notaba

en él. Y en verdad, yo no leo esos capítulos que tratan esa

materia en el libro IX del Amor divino, sin que vea con toda

claridad que practicaba lo que enseñaba, según las ocasiones.


Este documento tan poco conocido, y sin embargo, tan

excelente: nada pedir, nada desear y nada rehusar, que

practicó con tanta fidelidad hasta el fin de su vida, no podía

proceder sino de un alma del todo indiferente y muerta a sí

misma. Su igualdad de ánimo era incomparable, porque,

¿quién le ha visto jamás cambiar de actitud en los diversos

acontecimientos? No es que dejara él de experimentar vivos

sentimientos, sobre todo cuando era Dios ofendido y oprimido el

prójimo. Veíasele en estas ocasiones callarse y 

reconcentrarse en si mismo con Dios; y allí moraba en

silencio, no dejando por esto de trabajar, para remediar con

presteza el mal sucedido; pues El era el refugio, la ayuda y el

apoyo de todos.» ¡Dichosas las almas que poseen esta

constante igualdad! ¡Qué bien se vive con ellas!