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jueves, 14 de noviembre de 2024

NUESTRO SEÑOR INVITA AL PECADOR A PENITENCIA (Revelaciones Celestiales a Santa Brigida)

 


Hace Jesucristo magnífica relación de sus atributos y virtudes, invitando al pecador con su misericordia, y amenazándole con su eterna justicia.

REVELACIÓN 24

Yo soy, dice Jesucristo a la santa, el Dios de todas las cosas, cuya voz oyó Moisés en la zarza, Juan en el Jordán, y Pedro en el monte. Yo clamo, oh hombre, a ti con misericordia, yo que con lágrimas clamé por ti en la cruz. Aplica tus oídos y óyeme, abre tus ojos y mírame; mírame, que yo que te hablo soy poderosísimo y fortísimo, sapientísimo y virtuosísimo, justísimo y piadosísimo, y además hermosísimo sobre todas las cosas. Mira y examina mi poder en la ley antigua, y lo encontrarás maravilloso y digno de ser tenido en la creación de todas las criaturas.

Encontrarás también mi fortaleza con los reyes y príncipes rebeldes: mi sabiduría igualmente en la creación y dignidad del rostro humano, y en la sabiduría de los profetas.

Examina además mi incomparable virtud, y la encontrarás en haber dado la ley y libertad a mi pueblo. Mira mi justicia en el primer ángel y en el primer hombre, mírala en el diluvio, mírala en la destrucción de varias ciudades y pueblos. Mira también mi piedad en tolerar y sufrir a mis enemigos, mírala igualmente en las amonestaciones hechas por medio de los profetas. Mira, por último, y considera mi hermosura por la hermosura y obras de los elementos y por la glorificación de Moisés, y medita entonces cuán dignamente me eliges y debes amarme.

Mira, además, que soy el mismo que hablaba en la nueva ley, poderosísimo y pobrísimo: poderosísimo en haberme adorado los reyes y anunciado una estrella; y pobrísimo, porque estaba envuelto en unos pañales y reclinado en un pesebre. Mírame también sapientísimo y tenido por muy necio: sapientísimo, a quien no pueden responder sus adversarios; y muy necio, porque era reconvenido como mentiroso y juzgado como reo. Mírame virtuosísimo y vilísimo; virtuosísimo, en sanar los enfermos y expulsar los demonios, y vilísimo, en la flagelación de todos los miembros.

Mírame justísimo, y reputado por injustísimo: justísimo, en la institución de la verdad y de la justicia; y considerado como injustísimo, cuando fuí condenado a una infame muerte. Mírame asimismo piadosísimo, y tratado sin compasión: piadosísimo, en redimir y perdonar los pecados; y tratado con compasión, porque en la cruz tuve por compañeros unos ladrones. Mírame finalmente hermosísimo en el monte, y feísimo en la cruz, porque no tenía forma ni belleza.

Mírame y considera, que yo que por ti padecía, te estoy hablando ahora. Mírame no con los ojos de la carne, sino del corazón, mira lo que te di, lo que de ti exijo y lo que me has de dar. Te di un alma sin manchas, devuélvemela sin mancha. Padecí por ti, para que me siguieras. Te enseñé a que vivieses según mi ley, no según tu voluntad: oye todavía mi voz con la que clamé a ti en mi vida: Haced penitencia. Oye mi voz con que clamé a ti en la cruz: Tengo sed de ti.

Oye ahora en más alta voz, que si no hicieres penitencia, te llegará el formidable ¡ay!; pero ¡qué ay! Tu carne se secará, tu alma se deshará de pavor, se consumirá toda la médula, se destruirá tu fortaleza, desaparecerá la hermosura, aborrecerás la vida y querrás huir; pero no encontrarás adónde. Acógete, pues, pronto al asilo de mi humildad, no sea que llegue ese formidable ¡ay! que amenaza, y que está amenazando, a fin de que huyas de él si de corazón creyeres; mas si no, los hechos probarán las palabras. Pero indaga de los sabios lo que yo había prometido; aunque por paciencia no lo omitiré, y espero sufridamente el fruto de esa misma paciencia.

martes, 5 de noviembre de 2024

FIESTA DE LAS SAGRADAS RELIQUIAS (5 de noviembre): REVELACION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 


Grandes elogios que Jesucristo nuestro Señor hace de las reliquias, y con cuánto respeto deben    venerarse.

REVELACIÓN 4

Hallábase velando en oración santa Brígida, y parecióle que su corazón estaba ardiendo en amor divino y lleno todo de un gozo espiritual, con el que su cuerpo casi estaba sin fuerza alguna.

Entonces oyó una voz que le decía: Yo soy el Creador y el Redentor de todos. Sabe, pues, que ese gozo que ahora sientes en tu alma es mi tesoro, pues como está escrito: El Espíritu inspira dondequiere. También oye mi voz, pero ignoras de dónde venga o adónde vaya. Este tesoro lo doy yo a mis amigos en muchos parajes, de muchas maneras, y con muchos bienes.

Pero quiero hablarte de otro tesoro, que todavía no está en los cielos, sino con vosotros en la tierra. Este tesoro son las reliquias y cuerpos de mis amigos, ora estén desechos, ora se conserven intactos, bien se hayan convertido en polvo y ceniza, bien no, pues de todas maneras son mi tesoro. Y podrás preguntarme, que según se dice en la Escritura: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón, cómo está mi corazón en ese tesoro, a saber, con las reliquias de los santos? A lo cual te respondo, que el sumo placer de mi corazón consiste en dar premios eternos, según su voluntad, fe y trabajo, a todos los que visiten los lugares de mis santos y honren sus reliquias, esto es, los que han sido glorificados con milagros y canonizados por los Sumos Pontífices. Y de esta suerte mi corazón está con mi tesoro.

Quiero, pues, que tengas por muy cierto que en este paraje hay un preciosísimo tesoro mío, que son las reliquias de mi apóstol santo Tomás, de las cuales, en ninguna parte existen tantas como en ese altar, donde se encuentran incorruptas y sin dividir; pues cuando fué destruída la ciudad en donde primeramente estuvo depositado el cuerpo de este apóstol mío, con mi permiso varios amigos míos trasladaron entonces este tesoro a esta ciudad de Ortona y lo pusieron en ese altar.

Mas ahora se halla aquí como oculto, porque los príncipes de este reino eran antes de llegar aquí el cuerpo del Apóstol, según aquello que está escrito: Tienen boca, y no hablarán; tienen ojos, y no verán; oídos, y no oíran; manos, y no palparán; pies, y no andarán.

¿Cómo semejantes hombres dispuestos de tal manera para conmigo, su Dios, podrían dar a ese tesoro la debida honra? Luego, cualquiera que me ama a mí y a mis amigos sobre todas las cosas, queriendo más morir que ofenderme en lo más leve, y teniendo deseo y autoridad de honrarme y de mandar a los demás, este, cualquiera que fuere, exaltará y honrará mi tesoro, a saber, las reliquias de este Apóstol mío, a quien escogí y preferí. Por tanto, debe decirse y predicarse por muy cierto, que así como están en Roma los cuerpos de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de la misma manera están en Ortona las reliquias de mi apóstol santo Tomás.



miércoles, 30 de octubre de 2024

AVISO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO A LA CRISTIANDAD

Entre las últimas palabras de todas las

revelaciones que se te han hecho, se ha de poner aquella común y universal revelación que te hice

en Nápoles, pues mi juicio se cumplirá sobre todas las gentes que, según se te ha manifestado no

vuelven a mí con humildad. 



Admirable visión en la que Jesucristo, en presencia de toda su corte, dirige la palabra a los pecadores de todo el mundo, estimulándolos con su divino ejemplo y Pasión, y amenazándolos con eternos suplicios, si no se convierten. Es muy notable.

REVELACIÓN 20

Vi un gran palacio, semejante al cielo sereno, en el cual estaba el ejército de la innumerable milicia celestial, como los átomos del sol, y resplandeciendo como los rayos de este astro.

Hallábase sentado en el maravilloso trono de este palacio un varón de incomprensible hermosura y Señor de inmenso poder, cuyos vestidos eran de admirable y de indecible claridad. Y delante del que se hallaba sentado en el trono, había una Virgen más brillante que el sol, a la cual todos aquellos individuos de la milicia celestial honraban y veneraban como Reina de los cielos.

Abriendo entonces su boca el que estaba sentado en el trono, dijo: Oid, vosotros todos, los enemigos míos que vivís en el mundo, pues no hablo a mis amigos que hacen mi voluntad. Oid, clérigos todos, arzobispos y obispos y cuantos hay de inferior grado en la Iglesia. Oid, religiosos, de cualquier orden que seáis. Oid, reyes y príncipes, y todos los jueces de la tierra y todos los vasallos. Oid, reinas y princesas, señoras y esclavas, y todos de cualquier condición y categoría que seáis, grandes y pequeños que habitáis la tierra, oid las palabras que ahora os hablo yo mismo que os crié.

Quéjome de que os habéis apartado de mí y habéis creído al demonio, enemigo mío; habéis quebrantado mis mandamientos y seguido la voluntad del demonio, y obedecéis sus inspiraciones, sin tener en cuenta que yo, Dios inmutable y eterno y creador vuestro, bajé de los cielos a las entrañas de la Virgen, tomé de ella carne y habité con vosotros. Por mí mismo os abrí el camino y manifesté la doctrina por medio de la cual iríais al cielo. Me desnudaron y azotaron, fuí coronado de espinas y tan cruelmente extendido, que casi se deshicieron todos los tendones y coyunturas de mi cuerpo. Oí todo linaje de oprobios, y por vuestra salvación padecí una muerte muy ignominiosa y amarguísimo dolor de corazón.

Nada de esto consideráis, enemigos míos, porque estáis alucinados. Y así, lleváis con engañosa suavidad el yugo y carga del demonio, y vivís en la ignorancia, ni sentís ese yugo hasta que viene el dolor con una carga interminable; ni os basta nada de esto, sino que es tanta vuestra soberbia, que si pudiérais subir sobre mí, lo haríais de buena gana; y es tanta la sensualidad de vuestra carne, que mejor quisiérais carecer de mí, que dejar vuestro desordenado deleite. Vuestra codicia es también tan insaciable como un saco horadado, porque nada hay que pueda satisfacerla.

Por consiguiente, juro por mi divinidad, que si morís en el estado en que ahora estáis, nunca veréis mi rostro, sino que por vuestra soberbia os sumergiréis tan profundamente en el infierno, que todos los demonios estarán sobre vosotros, afligiéndoos inconsolablemente: por vuestra lujuria seréis llenos del horrible veneno del demonio, o por vuestra codicia os llenaréis de dolores y angustias, y seréis participantes de todos los males que hay en el infierno.

Oh enemigos míos, abominables, degenerados y desagradecidos; sois a mis ojos como el gusano muerto en el invierno; haced, pues, lo que queráis y prosperad ahora. Pero yo me levantaré en el estío, y entonces callaréis y no os libraréis de mi mano. Mas con todo, oh enemigos, porque os redimí con mi sangre y nada busco sino vuestras almas, volveos todavía con humildad a mí, y con gusto os recibiré como a hijos. Sacudid de vosotros el pesado yugo del demonio y acordaos de mi amor, y veréis en vuestra conciencia que soy manso y suave de corazón.

Orando la Santa por los habitantes de la ciudad de Nápoles, Dios se queja de los muchos pecados con que le ofenden, los estimula a la enmienda y los amenaza. Léase con mucha reflexión.

REVELACIÓN 18

A una persona que se hallaba en vela orando, dice santa Brígida, y dedicada a la contemplación, mientras estaba en un arrobamiento de elevación mental, se le apareció Jesucristo y le dijo: Oye tú, a quien es dado oir y ver las cosas espirituales, observa con cuidado y retén en tu memoria lo que ahora oyeres y de mi parte has de anunciar a la gente.

No digas estas cosas por adquirirte honra o humana alabanza, ni tampoco las calles por temor de humano improperio y desprecio; pues lo que ahora has de oir no se te manifiesta por ti solamente, sino también por los ruegos de mis amigos; porque varios escogidos amigos míos de la ciudad de Nápoles me han estado rogando durante muchos años con todo su corazón, con súplicas y penitencias en favor de mis enemigos que habitan en la misma ciudad, para que les manifestase yo alguna gracia, por medio de la cual pudieran apartarse de sus corrupciones y pecados y restablecerse de un modo saludable. Movido yo por tales súplicas, te digo las siguientes palabras, y así oye con atención lo que te hablo.

Yo soy el Creador de todas las cosas y Señor, tanto de los demonios, como de todos los ángeles, y nadie se libertará de mi juicio. De tres maneras pecó contra mí el demonio: con la soberbia, con la envidia y con la arrogancia, esto es, con el amor de la propia voluntad. Fué tan soberbio, que quiso ser señor sobre mí, para que yo estuviese sometido a él. También me tenía tanta envidia, que si posible fuera, de buena gana me hubiera muerto, para ser él el Señor y sentarse en mi trono.

Y quiso también tanto su propio voluntad, que nada se cuidaba de la mía, con tal de que él pudiera hacer la suya; y por esto cayó del cielo, y de ángel fué hecho demonio en lo profundo del infierno. Viendo yo después su malicia y la gran envidia que al hombre tenía, manifesté mi voluntad y di mis mandamientos a los hombres, para que cumpliéndolos, pudieran complacerme y desagradar al demonio. Más adelante, por el amor que siempre tengo a los hombres, vine al mundo y tomé carne de la Virgen, les enseñé también por mí mismo con obras y palabras el camino de la salvación, y para manifestarles perfecta caridad y amor les abrí el cielo con mi propia sangre.

Pero ¿qué hacen ahora conmigo los hombres que son enemigos míos? Desprecian del todo mis preceptos, me arrojan de sus corazones como abominable veneno, me escupen también de su boca como cosa podrida, y detestan verme como a un leproso que huele muy mal; mas al demonio y a sus hechuras las abrazan con todo ahínco e imitan sus obras, introducen a aquel en sus corazones, y con gusto y alegría hacen la voluntad de ese mal éspíritu y siguen sus malignas inspiraciones.

De consiguiente, por justo juicio mío irán con el demonio al infierno eternamente y sin fin, y por la soberbia que tiene sufrirán confusión y eterna vergüenza, de tal suerte, que ángeles y demonios dirán de ellos: Hállanse llenos de confusión hasta lo sumo. Por la insaciable codicia que ellos tienen, cada demonio del infierno los llenará de su veneno mortífero, de manera que en sus almas no quedará vacío lugar alguno que no esté lleno de veneno diabólico. Y por la lujuria en que están ardiendo como animales estúpidos, nunca serán admitidos a ver mi rostro, sino que serán separados de mí y privados de su desordenado placer.

Tendrás entendido también, que aunque todos los pecados mortales son gravísimos, has de saber, sin embargo, que se cometen dos pecados que ahora te nombro, los cuales traen consigo otros pecados que todos parecen veniales; mas porque en intención encaminan a los mortales, y porque la gente se deleita en ellos con voluntad de perseverar aunque los lleven y envuelvan en los mortales, se hacen por tanto mortales en la intención, y en la ciudad de Nápoles comete la gente otros muchos pecados abominables que ahora no quiero nombrarte.

El primero de aquellos dos pecados es, que los rostros de la criatura humana racional son teñidos de diversos colores, con los cuales quedan pintados como las imágenes insensibles y las estatuas de los ídolos, y les parecen a los demás más hermosos de lo que yo les hice. El segundo pecado es, que con las deshonestas formas de vestidos que la gente usa, los cuerpos de hombres y mujeres se desfiguran de su natural estado, y esto lo hacen por soberbia y por parecer en sus cuerpos más lascivos y hermosos de lo que yo, Dios, los crié, y para que los que así los vean sean más pronto provocados e inflamados a la concupiscencia de la carne.

Ten, pues, como muy cierto, que cuantas veces embadurnan sus rostros con lo colores, otras tantas se les disminuye alguna infusión del Espíritu Santo, y otras tantas el demonio se aproxima más a ellos; y cuantas veces se adornan con vestidos indecorosos y deshonestas, otros tantas se disminuye el ornato del alma y se aumenta el poder del demonio.

Oh enemigos míos, que hacéis tales cosas y descaradamente cometéis otros pecados contrarios a mi voluntad, ¿por qué os habéis olvidado de mi Pasión, y no veis en vuestros corazones cómo estuve desnudo, atado a la columna y fuí azotado cruelmente con duros látigos? ¿Cómo estaba yo desnudo y daba voces en la cruz, cubierto de llagas y vestido con sangre? Y cuando os pintáis y desfiguráis vuestros rostros, ¿por qué no miráis mi rostro cómo estaba lleno de sangre? Ni tampoco miráis mis ojos cómo se oscurecieron y estaban cubiertos de sangre y lágrimas, y mis párpados de color lívido.

¿Por qué no miráis todavía mi boca, ni veis mis oídos y barba lo descoloridos que estaban y bañados en la misma sangre, ni miráis mis demás miembros atormentados cruelmente con diversas penas? ¿No veis tampoco cómo por vosotros, cárdeno y muerto estuve pendiente en la cruz, donde hecho la mofa y el oprobio de todos, sufrí los ultrajes, para que con semejante recuerdo y teniendo en él fija vuestra memoria, me amáseis a mí, vuestro Dios, y huyérais de esta suerte de los lazos del demonio, con que estáis horrorosamente atados?

Y puesto que todas esas cosas se hallan puestas en olvido y despreciadas en vuestros ojos y en vuestros corazones, hacéis como las mujeres inflames, que no aman sino el placer y bienestar de su carne y no los hijos. Así, también, lo hacéis vosotros; pues yo, Dios, vuestro Creador y Redentor, os visito a todos, tocando con mi gracia en vuestros corazones, porque a todos os amo.

Pero cuando en vuestro corazón sentís alguna compunción o algún llamamiento de inspiración, esto es, de mi Espíritu, o al oir mis palabras formáis algún buen propósito; al punto procuráis el aborto espiritual, excusáis vuestros pecados, os delectáis con ellos, y hasta queréis perseverar criminalmente en los mismos. Hacéis, por consiguiente, la voluntad del demonio, lo introducís en vuestros corazones, y de esta manera, con desprecio me expulsáis a mí; por lo cual estáis sin mí y yo no estoy con vosotros, y no estáis en mí sino en el demonio, porque obedecéis su voluntad y sugestiones.

Por tanto, según ya dije, daré mi sentencia, y antes mostraré mi misericordia. Esta misericordia mía es, que no hay ningún enemigo mío que sea tan gran pecador que se le niegue mi misericordia, si la pidiera con corazón puro y humilde. Así, pues, tres cosas deben hacer mis enemigos, si quisieren reconciliarse con mi gracia y amistad. Lo primero es, que se arrepientan y tengan contrición de todo corazón, por haberme ofendido a mí, su Creador y Redentor. Lo segundo es, una confesión pura, fervorosa y humilde que deben hacer ante un confesor, y enmendar así todos sus pecados, haciendo penitencia y satisfacción según el consejo y juicio del mismo confesor: entonces me acercaré yo a ellos, y el demonio se alejará. Lo tercero es, que después de practicadas las diligencias anteriores con devoción y perfecto amor de Dios reciban y tomen mi Cuerpo, teniendo propósito firme de no recaer en los anteriores pecados, sino de perseverar hasta el fin en el bien.

A todo el que de esta manera se enmendare, al punto le saldré al encuentro como el piadoso padre al hijo perdido, y lo recibiré en mi gracia con mejor gana de lo que él pudiera pensar y pedirme, y entonces yo estaré en él y él en mí, y vivirá conmigo y gozará eternamente.

Pero en cuanto a los que perseveraren en su pecados y malicia, indudablemente vendrá mi justicia sobre ellos; pues como hace el pescador al ver los peces jugando alegres y divertidos en el agua, que entonces echa al mar el anzuelo, y los va cogiendo uno a uno, no todos a la vez sino paulatinamente, y en seguida los mata, hasta acabar con todos; así haré yo con mis enemigos que perseveren en el pecado. Poco a poco los iré sacando de la vida mundanal de este siglo, en la que temporal y carnalmente se deleitan; y en la hora que menos crean y vivan en mayor deleite, entonces les arrancaré la vida, y los enviaré a la muerte eterna, donde nunca jamás verán mi rostro, porque prefirieron hacer y llevar a cabo su desordenada y corrompida voluntad, antes que cumplir la mía y mis mandamientos. Oído así todo esto, desapareció la visión.

martes, 22 de octubre de 2024

SOBRE LA INFANCIA Y VIDA OCULTA DE JESUS (Revelaciones a Santa Brígida)

 


Cuenta la Virgen María a santa Brígida de un modo muy tierno la infancia y la vida oculta de

Jesús. Es revelación muy propia para excitar en el alma el dulce amor del Salvador.

Revelación 43


Te he hablado de mis dolores, le dice la Virgen a la Santa, pero no fué el menor que tuve cuando llevaba a mi Hijo huyendo para Egipto, cuando supe la matanza de los Inocentes, y el ángel nos anunció que Herodes perseguía a mi Hijo; pues aunque sabía lo que acerca de El estaba escrito, con todo, a causa del mucho amor que le tenía, padecía yo dolor y suma angustia.


Mas ahora podrás preguntarme qué hizo mi Hijo en todo aquel tiempo de su vida antes de su Pasión. A esto te respondo que, según dice el Evangelio, estaba sometido a sus padres, y se condujo como los demás niños hasta que llegó a la mayor edad, aunque en su juventud no dejó de haber maravillas. Pero como en el Evangelio están puestas las señales de su Divinidad y Humanidad, las cuales pueden edificarte a ti y a los demás, no te es necesario saber cómo las criaturas sirvieron a su Creador; cómo enmudecieron los ídolos, y muchísimos cayeron por tierra a su llegada a Egipto; cómo los magos anunciaron que mi Hijo sería la señal de grandes acontecimientos futuros; cómo también le sirvieron los ángeles, y cómo ni aun la menor inmundicia hubo nunca en su cuerpo ni en sus cabellos.


Cuando llegó a mayor edad, estaba continuamente orando, y obedeciéndonos a nosotros; nos acompañaba a las fiestas que había en Jerusalén y a otros parajes, donde su presencia y trato causaba tanto agrado y admiración, que muchos afligidos decían: Vamos a ver al Hijo de María, para quedar consolados.


Cuando creció en edad y en sabiduría, de la que desde un principio estaba lleno, se ocupaba en trabajos manuales, siempre decorosos, y separadamente nos decía palabras de consuelo y sobre la divinidad, de tal manera que de continuo estábamos llenos de indecible gozo. Y cuando estábamos llenos de temores por la pobreza y los trabajos, nunca nos hizo oro ni plata, sino que nos exhortaba a la paciencia, y de un modo admirable nos libramos de los envidiosos. Tuvimos todo lo necesario, unas veces por compasión de las almas caritativas, y otras por nuestro trabajo, de suerte que nos alcanzaba para nuestra sola sustentación, y no para lo superfluo, porque ninguna otra cosa buscábamos más que servir a Dios.


Más adelante, con los amigos que llegaban, hablaba también en casa familiarmente sobre la ley, sus significaciones y figuras, y aun en público disputaba con los sabios, de manera que se admiraban y decían: El hijo de José enseña a los maestros; algún espíritu superior habla por sus labios. Como en cierto tiempo estuviese yo pensando acerca de su Pasión y me viese muy triste, me dijo: ¿No crees, Madre, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? ¿Padeciste acaso lesión cuando entré en tus entrañas o sufriste dolores cuando salí? ¿Por qué te afliges? La voluntad de mi Padre es que yo padezca la muerte, y mi voluntad es la misma de mi Padre. No puede padecer lo que del Padre tengo, pero padecerá la carne que tomé de ti, para que sea redimida la carne de los demás y se salven las almas.


Era tan obediente que, cuando por casualidad le decía José: Haz esto o aquello, lo hacía al punto, porque ocultaba de tal manera el poder de su divinidad, que solamente podíamos saberlo yo y a veces José, porque con mucha frecuencia veíamos una admirable luz que lo rodeaba, oíamos las voces de los ángeles que cantaban junto a él, y vimos también que espíritus inmundos que no pudieron ser echados por exorcistas aprobados en nuestra ley, salieron con sólo ver a mi Hijo.

Cuida, hija, de tener todo esto siempre en tu memoria, y da muchas gracias a Dios porque por tu medio ha querido dar a conocer su infancia a otros.