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viernes, 11 de octubre de 2024

SOBRE LA SOBERBIA (Revelaciones a Santa Brígida)

 


Jesucristo precave a santa Brígida del vicio de la soberbia. 

REVELACIÓN 81 

No te turbes con la soberbia de los mundanos, dice Jesucristo, pues pasará muy pronto. Hay un insecto llamado mariposa, que tiene grandes alas y poco cuerpo; es de varios colores y vuela alto a causa de su poco peso, pero así que se remonta por el aire, como tiene poca fuerza en el cuerpo, cae muy pronto en lo más inmediato, sean piedras o leños. Estas mariposas significan los soberbios, los cuales tienen grandes alas y poco cuerpo porque su ánimo se hincha con la soberbia, como un pejello lleno de viento; creen que todo lo tienen por sus méritos, prefiérense a los demás, júzganse más dignos que los otros, y si pudieran extenderían su nombre por todo el mundo. Pero como su vida es breve y como un momento, cuando menos lo piensan, se hallan en poder de la muerte. Los soberbios tienen también varios colores como la mariposa, porque se ensoberbecen, ora de la hermosura corporal, ora de sus riquezas, ya de su talento, ya de su linaje, y después cada cosa de estas varían su posición; pero cuando mueren, no son más que tierra, y cuanto a más alto grado hayan subido, más peligrosa es su caida y muerte. Guárdate, pues, de la soberbia, esposa mía, porque Dios aparta de los soberbios su cara, y mi gracia no entra en el alma donde ella habita.  

miércoles, 9 de octubre de 2024

REVELACIONES DE SANTA BRIGIDA: Paciencia admirable de Dios, pero cómo amenaza también a los que desprecian su ley y los anatemas de la Iglesia.

 



REVELACIÓN 75 LIBRO 4

Cuando el traidor de Judas se llegó a mi Hijo, le dice la Virgen a santa Brígida, inclinóse mi Hijo y lo besó, pues Judas era pequeño de cuerpo, y le dijo: Amigo, ¿a qué has venido? y al punto se arrojaron sobre mi Hijo sus enemigos, y unos le tiraban de los cabellos y otros le escupían. Luego le dijo Jesucristo a la Santa: Yo soy considerado como un gusano que está muerto por el invierno, y todos los que pasan le escupen y lo pisotean. Así lo hicieron conmigo tal día como hoy los judíos, porque me tuvieron por el más vil y más indigno de todos; así también obran los cristianos, cuando me desprecian, y tienen por vanidad todo cuanto hice y sufrí por amor de ellos. Me pisotean, cuando temen y veneran más a un hombre que a mí, que soy su Dios; cuando no temen mi justicia, y disponen a su arbitrio el tiempo y manera de mi misericordia. Me dan golpes en los dientes, cuando conociendo mis mandamientos y mi Pasión, dicen: Hagamos ahora nuestro gusto, y no por eso dejaremos de ir al cielo; porque si Dios quisiera perdernos y castigarnos eternamente, no nos habría creado ni redimido con tan amarga muerte. Por tanto, sentirán el rigor de mi justicia, porque así como no dejo de remunerar ninguna obra buena, por pequeña que sea, tampoco dejaré sin castigo cualquier pecado, por mínimo que sea. Me menosprecian también y me pisotean, cuando no respetan las sentencias de la Iglesia o excomuniones; y así como los excomulgados públicamente son separados del trato con los demás, del mismo modo serán estos separados de mí, porque una excomunión que se sabe y no se teme, sino que se menosprecia, hace más daño que la espada corporal. Por consiguiente, yo , que soy tenido por un gusano, quiero revivir ahora con mi rigurosa justicia, y vendré tan terrible, que al verme dirán a los montes: Caed sobre nosotros y libradnos de la ira de Dios.

lunes, 7 de octubre de 2024

EL SANTO ABANDONO (CAP. 15 DOS EJEMPLOS MEMORABLES)

 


Antes de cerrar este estudio sobre el abandono en las penas interiores, citaremos dos ejemplos memorables, propios especialmente para instruirnos y animarnos. Por ellos veremos cómo trata Dios a las almas grandes y el modo como ellas santifican sus pruebas.

 «Hacia el fin de 1604 viose Santa Juana de Chantal asediada de horribles tentaciones contra la fe, de dudas acerca de los misterios más adorables, y en particular sobre la divinidad de la Iglesia. Si por un momento disminuían esas tentaciones, era para dar lugar a oscuridades, a impotencias, a grandes sequedades, a una ausencia absoluta de gusto y de sentimiento en la práctica de la virtud. En vano se entregaba a la oración; su espíritu tan vivo en todas las cosas, quedaba en las tinieblas. Se aplicaba a amar a Dios, y le parecía que su corazón era de mármol. El solo nombre de Dios la volvía tibia e indiferente; de todo lo cual resultaban desolaciones imposibles de describir. » Duró tan penoso estado más de cuarenta años, pero en los nueve últimos se redobló su intensidad y se transformó en una «terrible agonía que no cesó sino un mes antes de su muerte. Entonces fue su alma abandonada a tantas y tan crueles penas interiores, que ella misma no se conocía. No osaba ni bajar los ojos a su interior, ni elevarlos a Dios. Su alma se le representaba manchada de pecados, colmada de negra ingratitud, desfigurada y horrible a la vista. Cuando mayores cosas hacía por Dios, cuanto su perfección brillaba más a los ojos del mundo, más desnuda se veía también de todas las virtudes y despojada de todo mérito. A excepción de los pensamientos de impureza, de que nunca fue asaltada, no hubo idea perversa de que su espíritu no estuviera invadido, ni acciones detestables que no se presentasen a su mente.

Las dudas acerca de los más adorables misterios, las blasfemias contra los atributos más misericordiosos de Dios, los juicios más abominables sobre el prójimo se disputaban su imaginación; por lo que al hablar de sus penas gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Durante la noche oíasela suspirar como a un enfermo en agonía, y durante el día se olvidaba de tomar el sustento necesario. Y lo más horrible era que, en medio de estas tentaciones, le parecía que Dios la había abandonado, que no la miraba, que no se cuidaba de ella.

Tendíale ella los brazos, mas como se hace en la oscuridad a un amigo desaparecido para siempre. O más bien, Dios estaba para ella más que ausente, era su enemigo, la rechazaba. En vano para calmar su espanto trataba de representársele bajo las imágenes de pastor, de esposo o de amigo; en seguida vedle aparecer como juez irritado, como señor despreciado y que pide venganza. Poco a poco se le convirtieron en una carga todos los ejercicios referentes a Dios. Poníase del todo temblorosa cuando era preciso acudir a la oración, sobre todo a la Comunión, en donde la idea de sus crímenes y la de la santidad de Dios atravesaban su alma cual dos agudas espadas». Era una altísima contemplación, terriblemente purificadora. «Hasta entonces había conservado todas sus luces, siquiera para la dirección de los demás. Mas no fue así en lo sucesivo, pues este ministerio se convirtió para ella en una fuente de espantosas tentaciones. No podía oír hablar de una pena sin que fuese para ella un sufrimiento, ni oír nombrar un pecado sin imaginarse que lo cometía. 

«¡Espectáculo digno de eterna meditación! continúa su historiador. -¡Ved a esta mujer fuerte, a esta robusta y poderosa inteligencia, vedla anonadada, abatida, incapaz de dirigirse, obligada a andar a tientas en este camino de la vida espiritual que tan conocido le era para los otros, en el que no veía claro para sí misma! Así es como la reduce Dios a la gran humildad, así es como conserva en ella a esos grandes santos que admiramos en la historia, que resucitan los muertos, que anuncian el porvenir, y acerca de los cuales nos preguntamos a veces temblando, qué hacen para ser humildes. En tanto que se los lleva en triunfo y se les besa los pies, Dios los humilla en el secreto de su alma; les inflige afrentosas bofetadas, y les hace sufrir en el fondo del corazón una agonía que los vuelve insensibles a todos los honores del mundo.» 

Estaba, pues, Santa Juana de Cantal reducida a tal extremo que nada en el mundo era capaz de darle un pequeño alivio, sino el pensamiento de la muerte. «Hace ya cuarenta y un años que las tentaciones me aplastan, decía un día. ¿He de perder por eso el ánimo? No, yo quiero esperar en Dios, aunque El me matara y aniquilara para siempre.» Y añadía estas humildes y magníficas palabras: «Mi alma era un hierro tan enmohecido por los pecados, que ha sido necesario este fuego de la divina justicia para sacarle un poco de brillo.»

 «En este estado de desamparo -dice San Alfonso- su regla única de conducta era mirar a su Dios y dejarle obrar. Conservaba siempre sereno el semblante, aparecía dulce en su conversación, y tenía de continuo fija su mirada en Dios, reposando en el seno de su adorable voluntad. San Francisco de Sales, su director, que conocía cuán agradable era esta alma a los ojos de Dios, comparábala a un músico sordo que, cantando primorosamente, no pudiera recibir de ello placer alguno, y a ella misma la escribía de la siguiente manera: "Es necesario manifestar una invencible fidelidad hacia el Señor, sirviéndole puramente por amor a su voluntad, no solamente sin gusto, sino en medio de tristezas y de temores." Más tarde la Madre Chantal dábale este consejo tan prudente y varonil: "No habléis jamás de vuestras penas ni con Dios ni con vos mismo. No hagáis examen alguno de ellas; mirad a Dios, y si podéis hablarle, sea de El mismo." Otras almas necesitarán hablar de esas penas a Dios en la oración, a su ministro en la dirección; pero qué hermoso es "desapropiar las almas de sí mismas, enseñarlas a no mirarse tanto a si mismas y a ver más a Dios; a ocuparse mucho de El, y muy poco de sí mismas; a ahogar así las penas interiores, como se ahoga un incendio cercenando su alimento"». 

Y San Alfonso añade: «De esta manera se llega a la santidad. En el edificio espiritual, los santos son las piedras escogidas, que labradas a cincel, es decir, por medio de las tentaciones, temores, tinieblas y otras penas interiores y exteriores, llegan a ser aptos para coronar los muros de la celestial Jerusalén, o para ocupar los más elevados tronos en el reino del paraíso.» 

San Alfonso se expresaba así por experiencia. « Por Dios lo había dejado todo, había crucificado su carne, había afrontado las fatigas de un duro apostolado, había sufrido con paciencia crueles persecuciones, hasta la afrenta de ser arrojado de su Congregación. Mil veces había desgarrado todo esto su corazón; restábale, sin embargo, el tesoro que nadie le podía robar; restábale su Dios, el amigo que había consolado sus dolores, y que con frecuencia habíale atraído a sí con dulces arrobamientos. Con Jesús ya no se encontraba aislado, y la celda se le convertía en paraíso. »

Pero de pronto, este paraíso desapareció, y Dios, el sol de su alma, cesó de derramar en ella su luz. Una noche más espantosa que la de la tumba envolvió al pobre solitario. Velase abandonado de todos, abandonado de Dios y al borde del infierno; y si volvía los ojos a su vida pasada, no encontraba sino pecados. Todos sus trabajos, todas sus buenas obras no eran sino frutos maleados que inspiraban horror a Dios. Su conciencia atormentada desde la mañana a la noche por los escrúpulos, era juguete de todas las ilusiones, como que convertía en pecados graves sus acciones más sencillas y aun las más santas. El, el gran moralista que había dado su dictamen y con tan perfecto discernimiento sobre todos los casos de conciencia, que había dirigido miles de cristianos en los caminos de la perfección, que había confortado a los pecadores hablándoles de las infinitas misericordias de Dios, y que había consolado tantas veces a las almas presas de la inquietud, caminaba ahora a tientas, y como ciego temblaba bordeando abismos, incapaz de dar un paso sin la ayuda de brazo ajeno. »

En este estado de inquietud y desolación, no se atrevía a comulgar. Su amor a Jesucristo arrastrábale hacia el altar, y el temor le impedía abrir su boca para recibir la sagrada hostia», hasta que la palabra de su director o de su superior le hubo tranquilizado. «En lo más recio de estas angustias recurría al consuelo que procura la oración, mas le parecía que entre él y Dios se levantaba un muro infranqueable. Creciendo entonces de continuo la oscuridad, apoderábase de él el sentimiento de que el Corazón de Dios, le estaba cerrado, y el Paraíso perdido para él. En estos momentos de indecible angustia miraba al Crucifijo arrasados en lágrimas los ojos, dirigíase a la Santísima Virgen y pedía misericordia: "¡No, Jesús mío, no permitáis que yo sea condenado! Señor, no me arrojéis al infierno, porque en el infierno no se os puede amar. Castigadme como lo merezco mas no me arrojéis de vuestra presencia.» 

«A los escrúpulos que le hacían la vida insoportable vinieron pronto a unirse, para abrumarle, las más espantosas tentaciones contra todas las verdades. En su espíritu surgían dudas contra todas las verdades del Credo, y como su conciencia oscurecida no distinguía entre el sentimiento y el consentimiento, parecíale que la fe se extinguía en su alma.» Entonces asíase, por decirlo así, a la verdad, y multiplicaba los actos de fe, exclamando con ardor: «Creo, Señor, si, yo creo; quiero vivir y morir hijo de la Iglesia.» 

Había el demonio recibido el poder de molestarle, y de él usaba para suscitar tempestades de tentaciones y desolaciones, para darle asaltos furiosos, para inventar pérfidos artificios. Púsolo todo en juego a fin de inspirar al santo un sentimiento de orgullo a causa de sus escritos. «Impotente para excitar el orgullo, emprendió la tarea de despertar en su víctima la concupiscencia de la carne, y perder por la impureza a este ángel de inocencia, que desde la infancia hasta la extrema vejez había conservado sin mancha la vestidura bautismal.» Alfonso experimentó por espacio de más de un año los terribles efectos del poder de Satanás sobre la imaginación y los sentidos. «Tengo ochenta y ocho años, decía un día, y siento en mí el ardor de la juventud.» Tan violentos llegaban a veces a ser los asaltos, que prorrumpía en gemidos, y golpeaba con el pie la tierra exclamando: « ¡Jesús mío, haced que muera antes que ofenderos! ¡Oh María, si no venís en mi ayuda, me volveré más criminal que Judas!» Llamaba entonces en su socorro a sus directores y a su superior, pues en este terrible huracán que duró dieciocho meses, «su único aliento era la obediencia». Incapaz de juzgar por sí mismo, aceptaba ciegamente las decisiones de su director o de cualquier otro sacerdote, a pesar de los sentimientos que experimentaba, y las contrarias razones que le sugería el demonio. «Mi cabeza -decía- no quiere obedecer.» Muchas veces se le oía exclamar: «Señor, haced que sepa vencerme y someterme; no, no quiero contradecir, no quiero seguir mi parecer.» De este modo la obediencia triunfaba de todas las tentaciones. 

«Si se pregunta por qué permite el Señor que sus mejores amigos sean sometidos a pruebas tan dolorosas, la cruz nos explica este misterio. Es preciso que los santos, miembros vivos de Jesucristo, terminen en ellos su dolorosa Pasión. Cuando las humillaciones y los sufrimientos los han depurado y transfigurado, Dios los saca del purgatorio en que los tenía encerrados, las tinieblas ceden su puesto a la luz, sobreabunda la alegría allí donde abundaba la aflicción, y pronto vemos con admiración un extático o un taumaturgo en el hombre que parecía abandonado de Dios. Tal sucedió por lo menos a San Alfonso después de esta cruel persecución y prueba, y aun en medio de sus más amargas tribulaciones. Sus éxtasis y sus raptos fueron más frecuentes que nunca.» Dios no conduce a todas las almas por estos mismos caminos; al menos estas penas interiores, generosamente soportadas, traerán siempre un inmenso acrecentamiento de la vida espiritual.

viernes, 4 de octubre de 2024

SAN FRANCISCO DE ASIS

 


San Francisco de Asís.

Nació en esa ciudad en 1181.

Joven alegre y fastuoso, pronto abandonó todas las cosas para desposarse con la dama Pobreza.

Junto con Santo Domingo de Guzmán renovó el cristianismo de su tiempo, tan decaído, con sus predicaciones, con sus heroicos ejemplos y con sus tres ramas de la Orden Franciscana: los Frailes Menores, las Clarisas y los Terciarios, los cuales casi convirtieron los países latinos en un inmenso convento.

A San Francisco se le ha llamado el retrato mas vivo de Jesucristo.

Murió en 1228 y fue canonizado, dos años después por Gregorio IX.

Sus hijos llenan el mundo con el perfume de sus virtudes y la luz de su saber, y de ellos es en gran parte la evangelización de América, donde su hábito es tan popular.

MEDITACIÓN

SOBRE SAN FRANCISCO

I. El amor divino consumió todos los lazos que ataban a San Francisco en la tierra y le hizo abandonar la casa paterna, las riquezas y los placeres. Toda su vida vivió él en este desasimiento; por esto debes tú comenzar a darte a Dios. Es imposible que ames a Dios y al mundo. ¡Ah! los placeres y los honores de la tierra no merecen ocupar tu corazón; déjalos antes que ellos te dejen a ti.


II. Ese mismo amor que separó a San Francisco de los bienes de la tierra, lo unió estrechamente a su Dios y le hizo encontrar en esta unión una inalterable felicidad. De este modo solía decir: “¡Dios mío y mi todo! en Ti es donde encuentro todo lo que necesito”. ¡Alma mía, tratemos de gustar el placer que existe en estar unido a Él; en vano hemos buscado descansar en las creaturas; vayamos a Dios, pero hagámoslo dándonos a Él sin reserva, sin demora y para siempre!

III. El amor, por último, transformó a San Francisco en Jesucristo mismo, por decirlo así, cuando un serafín imprimió en su cuerpo las sagradas llagas del Salvador. No recibió esta gracia sino después de haberse hecho, por una mortificación continua, viva imagen de Jesús crucificado. Como este gran santo, lleva tú constantemente en tus miembros la mortificación de Jesucristo. Mira al Salvador clavado en la cruz: he ahí el verdadero modelo de predestinados. Para llegar a ser semejante a Él, es preciso que la mortificación imprima en tu cuerpo sus adorables estigmas. Llevan en sí las llagas de Cristo quienes mortifican y afligen el cuerpo (San Jerónimo).

ORACIÓN

Oh Dios, que, por los méritos de San Francisco dais sin cesar nuevos hijos a vuestra Iglesia, concedednos la gracia de despreciar, siguiendo su ejemplo, los bienes terrenales y poner nuestra dicha en la posesión de los dones celestiales.

Por J. C. N. S.

jueves, 3 de octubre de 2024

PROFECÍAS DE LA BEATA ANA C. EMMERICK

 



"Vi una gran procesión de obispos. Sus pensamientos y su estado me fueron revelados a través de imágenes que brotaban de sus bocas. Sus errores hacia la religión me eran mostrados… Eran casi todos los obispos del mundo, pero sólo un pequeño número estaban perfectamente atinados."


"Luego vi que todo lo concerniente al protestantismo se elevaba, y que la religión católica caía en completa decadencia. La mayoría de los sacerdotes eran seducidos por el falso conocimiento de jóvenes maestros y todos ellos contribuían al trabajo de destrucción de la iglesia."


UNA NUEVA, EXTRAÑA Y EXTRAVAGANTE IGLESIA. 


"Vi que cierta cantidad de pastores aceptaban ideas que eran peligrosas para la iglesia. Construían una gran, extraña y extravagante iglesia. Cualquiera era aceptado a fin de unirse y tener iguales derechos: evangelistas, católicos, sectas de cualquier descripción. Tal iba a ser la nueva iglesia. Pero allí, en la extraña gran iglesia, todo el trabajo estaba hecho mecánicamente, acorde a reglas establecidas y formuladas. Todo estaba hecho acorde a la razón humana… vi toda clase de gente, cosas, doctrinas y opiniones. Había cierto orgullo, presunción y violencia, y parecían tener éxito. No vi ni un solo Ángel, ni un solo Santo ayudando en esa labor… pero Dios tenía otros designios. Vi de nuevo la nueva y despareja iglesia que ellos trataban de construir… no había nada Santo en ella. Había gente amasando pan en una cripta, bajo esa iglesia; pero no se recibiría el Cuerpo de Nuestro Señor, solamente sería pan. Aquellos que estaban en el error, involuntariamente, y los que piadosamente y ardientemente esperaban por el Cuerpo de Jesús, serían consolados, pero no por su comunión. Entonces Jesús me dijo: “Esto es una Babel”."

LA VERDADERA IGLESIA ES PERSEGUIDA.  

"En el mundo entero la gente buena y devota, especialmente los sacerdotes, eran perseguidos, oprimidos… Todas las comunidades católicas eran oprimidas, perseguidas, confinadas y quitadas de su libertad. Vi muchas Iglesias cerradas, gran miseria y guerra y derramamiento de sangre. Un salvaje populacho se manifestaba violentamente. Pero no duraría mucho. … Sólo el Santuario y el Altar quedarán en pie, los demoledores entrarán en la iglesia con la bestia [falso profeta] del Apocalipsis."  

EL TRIUNFO DE LA VERDADERA IGLESIA DE JESÚS. 

"Vi otro movimiento guiado por Dios: eran cristianos humildes, llenos de Amor a Dios, sumisos y enteramente a la voluntad de Dios. Los Ángeles y Santos les ayudaban, les llevaban de la mano y les custodiaban. Todas sus acciones eran encaminadas a la Gloria de Dios y la santidad de sus vidas. Dios era querido y adorado. Sus rostros eran alegres, felices y confiados, porque Dios estaba con ellos… Jesús y su Santísima Madre habitan entre su pueblo… Vi una mujer de noble porte que caminaba despacio, lo cual me hizo pensar que estaba encinta. Al verla, los enemigos se aterrorizaron, y la bestia no pudo dar un solo paso adelante. Alargó su cuello como si fuera a devorarla, pero la Mujer se postró ante el Altar, con su cabeza tocando el piso. La bestia huyó volando hacia el mar y los enemigos fueron abandonados en una gran confusión. A gran distancia, una gran legión se aproximaba, a cuyo frente venía un hombre montado sobre un caballo blanco… Todos los enemigos se dispersaron…Inmediatamente la iglesia fue reconstruida y fue más magnífica que nunca antes. Cuando hubo terminado el combate, sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente. María, que extendía sobre ella su manto. En la Iglesia hubo actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una Santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del señor."

miércoles, 2 de octubre de 2024

DESCRIPCION DE LOS SUFRIMIENTOS DE SU DIVINO HIJO (Revelaciones a Santa Brigida)

 


Refiere la Virgen María a santa Brígida de un modo muy patético la Pasión de su divino Hijo, y descríbele también la hermosura de su sagrada Humanidad.


REVELACIÓN 52


Al acercarse la Pasión de mi Hijo, brotáronle las lágrimas y comenzó a sudar con el temor de ella; luego se apartó de mi vista, y no volví a verlo, hasta que lo sacaron para azotarlo. Entonces lo llevaron con tales empellones y lo derribaban por el suelo con tanta crueldad, que al herirle en la cabeza de un modo horroroso, los dientes chocaban unos con otros; y en el cuello y en las mejillas le daban tan fuertes golpes que el sonido llegaba hasta mí. Por mandato del lictor se despojó él mismo de sus vestidos, y abrazó con gusto la columna. Atáronle a ella fuertemente, y con instrumentos sembrados de púas y aguijones, principiaron a darle azotes, no arrancándole la carne, sino surcándole todo el cuerpo.

Así, pues, yo al primer golpe, como si me lo hubieran dado en el corazón, quedé privada de sentido; y volviendo en mí después, vi su cuerpo, que estuvo del todo desnudo mientras lo azotaban, todo hecho una pura llaga. Entonces, uno de los que allí estaban, dijo a los verdugos:

¿Queréis matar a este hombre sin que lo juzguen, y hacer vuestra la causa de su muerte? Y al decir esto cortó la soga con que lo tenían atado. Luego que mi Hijo se separó de la columna, fué a buscar sus vestidos, mas apenas si le dieron lugar para ello, y mientras lo llevaban a empellones, iba poniéndose la túnica. Sus pisadas al separarse de la columna, quedaban marcadas con sangre, de modo que por ella podía yo conocer todos sus pasos; limpióse con la túnica el rostro, que le estaba manando sangre.

Sentenciado a muerte, le pusieron la cruz a cuestas, pero en el camino tomaron otro que le ayudase. Al llegar al paraje de la crucificción, tenían a punto el martillo y cuatro clavos agudos. Mandáronle que se desnudase, y se despojó de sus vestidos, poniéndose antes un pedazo de lienzo con que cubrirse parte del cuerpo, el cual lo recibió con mucho consuelo para atárselo por encima de los muslos.

La cruz estaba preparada, y sus brazos estaban colocados muy en alto, de suerte que el nudo o junta de ella venía a dar en las espaldas, sin dejar sitio alguno en donde poder apoyar la cabeza.

La tabla del título estaba clavada en ambos brazos, y sobresalía por encima de la cabeza.

Mandáronle poner de espaldas sobre la cruz, y después de tendido en ella pidiéronle la mano, alargando primero la derecha, y después no llegando la otra al sitio que en el otro extremo ya estaba señalado, se la estiraron con gran fuerza, y lo mismo hicieron con los pies, que por haberse recogido no llegaban a los agujeros. Pusieron el uno sobre el otro, como si estuvieran sueltos de sus ligaduras, y los atravesaron con dos clavos, fijándolos al tronco de la cruz por en medio de un hueso, como habían hecho con las manos.

Al primer martillazo, quedé por el dolor enajenada de mí y sin sentido; y al volver en sí, vi crucificado a mi Hijo, y oí a los que estaban allí cerca, que decían: ¿Qué ha hecho éste? ¿Ha sido ladrón, salteador o mentiroso? Y otros respondieron que era mentiroso. Entonces le pusieron otra vez en la cabeza la corona de espinas, apretándosela tanto, que bajó hasta la mitad de la frente, y por su cara, cabellos, ojos y barba, comenzaron a correr arroyos de sangre con las heridas de las espinas, de suerte que todo lo veía yo cubierto de sangre, y no pudo verme aunque estaba yo cerca de la cruz, hasta que apretó los párpados para separar de ellos un poco la sangre.

Así que me hubo encomendado a su discípulo, alzó la cabeza y dió una voz salida de lo íntimo de su pecho, y con los ojos llorosos, fijos en el cielo, dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis desamparado? La cual voz jamás pude olvidar hasta que subí al cielo, porque la dijo, más compadeciéndose de mí que por lo que él padecía. Luego en todos los puntos de su cuerpo que se podían divisar sin sangre, se esparció un color mortal. Los dientes se le apretaron fuertemente, las costillas podían contársele; el vientre, completamente escuálido, estaba pegado al espinazo, y las narices afiladas, y estando su corazón para romperse, se estremeció todo su cuerpo y su barba se inclinó sobre el pecho.

Viéndole ya muerto, caí sin sentido. Quedó con la boca abierta, de modo que podían verse los dientes, la lengua y la sangre que dentro tenía; los ojos le quedaron medio cerrados, vueltos al suelo; el cuerpo, ya cadáver, estaba colgado y como desprendiéndose de la cruz; inclinadas hacia un lado las rodillas, apartábanse hacia otro lado los pies girando sobre los clavos. En este espacio de tiempo varios de los circunstantes insultándome decían: María, ya murió tu Hijo. Otros que sentían mejor, me consolaban diciendo: Señora, la pena de vuestro Hijo ya se terminó para su eterna gloria.

Poco después le abrieron el costado, y el hierro de la lanza salió teñido en sangre roja y encendida, echándose de ver que había sido traspasado su corazón; pero ¡ay! que aquella lanzada penetró también el mío, y fué maravilla que no se me rompiese. Cuando todos se fueron del lado de la cruz, yo no pude apartarme, y me consolé porque pude tocar su cuerpo cuando le bajaron de la cruz, y pude también recibirlo en mi regazo, mirar sus llagas y limpiarle su sangre. Con mis dedos le cerré la boca y le arreglé los ojos. Pero sus yertos brazos no pude doblarlos para que descansaran sobre el pecho, sino sobre el vientre. Las rodillas tampoco pudieron extenderse, sino que quedaron dobladas como habían estado en la cruz.

Mi Hijo, continuó la Virgen santísima, no puedes verlo como está en el cielo, pero te voy a decir cómo era su cuerpo cuando estaba en el mundo. Era tan hermoso, que nadie le miraba a la cara sin quedarse consolado, aunque estuviese muy afligido por el dolor; pues los justos, con sólo verlo, recibían consuelo espiritual, y aun los malos mientras lo miraban se olvidaban de todas las tristezas del mundo. Era esto en tal grado, que los que se veían acongojados por alguna aflicción, solían decir: Vamos a ver el Hijo de María, para que al menos durante ese tiempo estemos consolados.

A los veinte años de edad ya tenía todo el cuerpo y fortaleza de un varón perfecto. Era de buena y proporcionada estatura, no de muchas carnes, aunque bastante desarrollado en sus músculos.

Sus cabellos, cejas y barba eran de un castaño dorado; era su venerable barba como de un palmo de larga, su frente no la tenía salida ni hundida, sino recta; las narices proporcionadas, ni pequeñas ni demasiado grandes; los ojos tan puros y cristalinos, que hasta sus enemigos se deleitaban en mirarlos; los labios no gruesos y de un sonrosado claro; el mento o barba no salía hacía fuera, ni era prolongado en demasía, sino agraciado y de hermosa proporción; las mejillas estaban moderadamente llenas; su color era blanco con mezcla de sonrosado claro; su estatura era derecha, y en todo su cuerpo no había mancha ni fealdad alguna, como pudieron atestiguarlo los que lo vieron del todo desnudo, y lo azotaron atado a la columna. Jamás tuvo en su cuerpo ni en su cabeza insecto alguno, ni otra alguna suciedad, porque era la limpieza misma.