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miércoles, 16 de octubre de 2024

Espantoso juicio y eterna condenación del alma de un noble, que murió de repente sentado a la mesa.

 


Espantoso juicio y eterna condenación del alma de un noble, que murió de repente sentado a la

mesa.

Libro 6 Revelación 19

Vió santa Brígida gran muchedumbre de la corte celestial, a la que habló Dios y dijo: Esa alma que ahí veis no es mía, porque de la llaga de mi costado y de mi corazón no se compadeció más, que si hubiera visto traspasado el escudo de su enemigo; de las llagas de mis manos hizo tanto caso, como si se rompiera un lienzo endeble; y las llagas de mis pies las miró con tanta indiferencia, como si viera partir una manzana madura.

Enseguida dijo el Señor al alma de aquel condenado. Durante tu vida preguntabas muchas veces por qué siendo yo Dios, morí corporalmente. Mas ahora te pregunto, ¿por qué has muerto tú, miserable alma? Porque no te amé, respondió. Y el Señor le dijo: Tú fuiste para mí como el hijo abortivo, cuya madre padece por él tanto dolor como por el que salió vivo de su vientre.

Igualmente, yo te redimí a tanta costa y con tanta amargura como a cualquiera de mis santos, aunque no te cuidaste de ello. Pero así como el hijo abortivo no participa de la dulzura de los pechos de la madre, ni del consuelo de sus palabras, ni del calor de su regazo, de la misma manera, no tendrás tú jamás la inefable dulzura de mis escogidos, porque te agradó más tu propia dulzura. Jamás oirás en provecho tuyo mis palabras, porque te agradaban las palabras del mundo y las tuyas, y te eran amargas las palabras de mis labios. Jamás sentirás mi bondad ni mi amor, porque eras fría como el hielo para todo bien. Ve, pues, al lugar en que suelen arrojarse los abortivos donde vivirás en tu muerte eternamente; porque no quisiste vivir en mi luz y en mi vida.

Después dijo Dios a sus cortesanos: Amigos míos, si todas las estrellas y planetas se volviesen lenguas y todos los santos me lo rogasen, no tendría misericordia de ese hombre, que por justicia debe ser condenado.

Esta miserable alma fué semejante a tres clases de hombres. En primer lugar, a los que en mi predicación me seguían por malicia, a fin de hallar ocasión de acusarme y de venderme por mis palabras y hechos. Vieron estos hombres mis buenas obras y los milagros que nadie podía hacer sino Dios; oyeron mi sabiduría, y reconocieron como loable mi vida, y sin embargo, por esto mismo tenían envidia de mí, y me detestaban; ¿y por qué? Porque mis obras eran buenas y las suyas malas, y porque no toleré sus pecados, sino que los reprendía con severidad.

Igualmente, esta alma me seguía con su cuerpo, pero no por amor de Dios, sino sólo por bien parecer de los hombres; oía mis obras y las veía con sus propios ojos, y con esto mismo se irritaba; oía mis mandamientos, y burlábase de ellos; sentía la eficacia de mi bondad, y no la creía; veía a mis amigos adelantando en el bien y teníales envidia. ¿Y por qué? Porque eran contra su malicia mis palabras y las de mis escogidos, contra sus deleites mis mandamientos y consejos, y contra su voluntad mi amor y mi obediencia. Con todo, decíale su conciencia, que yo debía ser honrado sobre todas las cosas; y por la hermosura de los astros conocía que yo era el Creador de todas las cosas; por los frutos de la tierra y por el orden de las demás cosas sabía que yo era su Dios; y a pesar de saberlo, irritábase con mis palabras, porque reprendía yo sus malas obras.

Fué semejante, en segundo lugar, a los que me dieron la muerte, los cuales se dijeron unos a otros: Matémosle decididamente, que de positivo no resucitará. Yo anuncié a mis discípulos que resucitaría al tercero día; pero mis enemigos, los amadores del mundo, no creían que yo resucitaría como justicia, porque me veían como un mero hombre, y no vieron mi divinidad oculta. Por consiguiente, pecaban con confianza, y casi tuvieron alguna excusa, porque si hubiesen sabido quién era yo, nunca me habrían muerto. Así, también, lo pensó esta alma y dijo:

Hago lo que quiero, le daré la muerte decididamente con mi voluntad y con mis obras que me deleitan: ¿qué perjuicio se me sigue de esto, ni por qué he de abstenerme? No resucitará para juzgar, ni juzgará según las obras de los hombres; pues si juzgara tan rigurosamente, no habría redimido al hombre; y si tuviera tanto odio al pecado, no sufriría con tanta paciencia a los pecadores.

Fue semejante, por último, a los que custodiaban mi sepulcro, quienes se armaron y pusieron centinelas, para que no resucitase yo, y decían: Custodiemos con cuidado a fin de que no resucite, no sea que tengamos que servirle. Lo mismo hacía esta alma: armóse con la dureza del pecado, custodiaba cuidadosamente el sepulcro, esto es, se guardaba con empeño de la conversación de mis escogidos, en quienes descansó, y esforzábase porque ni mis palabras ni sus consejos llegasen a él, y decía para sí: Me guardaré de ellos para no oír sus palabras, no sea que estimulado por algunos pensamientos de Dios, principie a dejar el deleite que he comenzado, y no sea que oiga lo que desagrada a mi voluntad. Y de este modo, por malicia se apartó de aquellos a quienes debiera haberse unido por amor.

Declaración

Fue este un hombre noble, enemigo de todo lo bueno, el cual blasfemando de los santos y de Dios mientras comía, al estornudar, se quedó muerto sin sacramentos, y vieron presentarse en juicio su alma, a la que dijo ej Juez: Has hablado como has querido y has hecho en todo tu voluntad; por consiguiente, ahora debes callar y oír. Aunque todo lo sé, respóndeme para que esta lo oiga. ¿No oíste, por ventura, lo que yo dije: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta? ¿Por qué, pues, no te volviste a mí, cuando pudiste? Lo oí, respondió el alma, pero no hice caso. Y le volvió a decir el Juez: ¿No dije, por ventura: Id, malditos, al fuego eterno, y venid a mí, benditos?

¿Por qué no te dabas prisa para recibir la bendición? Y respondió el alma: Lo oí, pero no lo creía. Y dijo otra vez el Juez: ¿No oíste que yo, Dios, soy justo, eterno y terrible Juez? ¿por qué no temiste mi juicio futuro? Y contestó el alma: Lo oí, pero me amé a mí mismo, y cerré los oídos para no oír nada de ese juicio, y tapé mi corazón para no pensar en tales cosas. Por consiguiente, dijo el Juez, es justo que la aflicción y la angustia te abran el entendimiento, porque no quisiste entender mientras pudiste. 

Entonces el alma, arrojada del tribunal, dando espantosos aullidos, exclamó: ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡qué pago! ¿Pero cuándo será el fin? Y al punto se oyó una voz que dijo: Como el mismo principio de todas las cosas no tiene fin, así tampoco tendrá tu penar fin alguno.

viernes, 11 de octubre de 2024

SOBRE LA SOBERBIA (Revelaciones a Santa Brígida)

 


Jesucristo precave a santa Brígida del vicio de la soberbia. 

REVELACIÓN 81 

No te turbes con la soberbia de los mundanos, dice Jesucristo, pues pasará muy pronto. Hay un insecto llamado mariposa, que tiene grandes alas y poco cuerpo; es de varios colores y vuela alto a causa de su poco peso, pero así que se remonta por el aire, como tiene poca fuerza en el cuerpo, cae muy pronto en lo más inmediato, sean piedras o leños. Estas mariposas significan los soberbios, los cuales tienen grandes alas y poco cuerpo porque su ánimo se hincha con la soberbia, como un pejello lleno de viento; creen que todo lo tienen por sus méritos, prefiérense a los demás, júzganse más dignos que los otros, y si pudieran extenderían su nombre por todo el mundo. Pero como su vida es breve y como un momento, cuando menos lo piensan, se hallan en poder de la muerte. Los soberbios tienen también varios colores como la mariposa, porque se ensoberbecen, ora de la hermosura corporal, ora de sus riquezas, ya de su talento, ya de su linaje, y después cada cosa de estas varían su posición; pero cuando mueren, no son más que tierra, y cuanto a más alto grado hayan subido, más peligrosa es su caida y muerte. Guárdate, pues, de la soberbia, esposa mía, porque Dios aparta de los soberbios su cara, y mi gracia no entra en el alma donde ella habita.  

miércoles, 9 de octubre de 2024

REVELACIONES DE SANTA BRIGIDA: Paciencia admirable de Dios, pero cómo amenaza también a los que desprecian su ley y los anatemas de la Iglesia.

 



REVELACIÓN 75 LIBRO 4

Cuando el traidor de Judas se llegó a mi Hijo, le dice la Virgen a santa Brígida, inclinóse mi Hijo y lo besó, pues Judas era pequeño de cuerpo, y le dijo: Amigo, ¿a qué has venido? y al punto se arrojaron sobre mi Hijo sus enemigos, y unos le tiraban de los cabellos y otros le escupían. Luego le dijo Jesucristo a la Santa: Yo soy considerado como un gusano que está muerto por el invierno, y todos los que pasan le escupen y lo pisotean. Así lo hicieron conmigo tal día como hoy los judíos, porque me tuvieron por el más vil y más indigno de todos; así también obran los cristianos, cuando me desprecian, y tienen por vanidad todo cuanto hice y sufrí por amor de ellos. Me pisotean, cuando temen y veneran más a un hombre que a mí, que soy su Dios; cuando no temen mi justicia, y disponen a su arbitrio el tiempo y manera de mi misericordia. Me dan golpes en los dientes, cuando conociendo mis mandamientos y mi Pasión, dicen: Hagamos ahora nuestro gusto, y no por eso dejaremos de ir al cielo; porque si Dios quisiera perdernos y castigarnos eternamente, no nos habría creado ni redimido con tan amarga muerte. Por tanto, sentirán el rigor de mi justicia, porque así como no dejo de remunerar ninguna obra buena, por pequeña que sea, tampoco dejaré sin castigo cualquier pecado, por mínimo que sea. Me menosprecian también y me pisotean, cuando no respetan las sentencias de la Iglesia o excomuniones; y así como los excomulgados públicamente son separados del trato con los demás, del mismo modo serán estos separados de mí, porque una excomunión que se sabe y no se teme, sino que se menosprecia, hace más daño que la espada corporal. Por consiguiente, yo , que soy tenido por un gusano, quiero revivir ahora con mi rigurosa justicia, y vendré tan terrible, que al verme dirán a los montes: Caed sobre nosotros y libradnos de la ira de Dios.

lunes, 7 de octubre de 2024

EL SANTO ABANDONO (CAP. 15 DOS EJEMPLOS MEMORABLES)

 


Antes de cerrar este estudio sobre el abandono en las penas interiores, citaremos dos ejemplos memorables, propios especialmente para instruirnos y animarnos. Por ellos veremos cómo trata Dios a las almas grandes y el modo como ellas santifican sus pruebas.

 «Hacia el fin de 1604 viose Santa Juana de Chantal asediada de horribles tentaciones contra la fe, de dudas acerca de los misterios más adorables, y en particular sobre la divinidad de la Iglesia. Si por un momento disminuían esas tentaciones, era para dar lugar a oscuridades, a impotencias, a grandes sequedades, a una ausencia absoluta de gusto y de sentimiento en la práctica de la virtud. En vano se entregaba a la oración; su espíritu tan vivo en todas las cosas, quedaba en las tinieblas. Se aplicaba a amar a Dios, y le parecía que su corazón era de mármol. El solo nombre de Dios la volvía tibia e indiferente; de todo lo cual resultaban desolaciones imposibles de describir. » Duró tan penoso estado más de cuarenta años, pero en los nueve últimos se redobló su intensidad y se transformó en una «terrible agonía que no cesó sino un mes antes de su muerte. Entonces fue su alma abandonada a tantas y tan crueles penas interiores, que ella misma no se conocía. No osaba ni bajar los ojos a su interior, ni elevarlos a Dios. Su alma se le representaba manchada de pecados, colmada de negra ingratitud, desfigurada y horrible a la vista. Cuando mayores cosas hacía por Dios, cuanto su perfección brillaba más a los ojos del mundo, más desnuda se veía también de todas las virtudes y despojada de todo mérito. A excepción de los pensamientos de impureza, de que nunca fue asaltada, no hubo idea perversa de que su espíritu no estuviera invadido, ni acciones detestables que no se presentasen a su mente.

Las dudas acerca de los más adorables misterios, las blasfemias contra los atributos más misericordiosos de Dios, los juicios más abominables sobre el prójimo se disputaban su imaginación; por lo que al hablar de sus penas gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Durante la noche oíasela suspirar como a un enfermo en agonía, y durante el día se olvidaba de tomar el sustento necesario. Y lo más horrible era que, en medio de estas tentaciones, le parecía que Dios la había abandonado, que no la miraba, que no se cuidaba de ella.

Tendíale ella los brazos, mas como se hace en la oscuridad a un amigo desaparecido para siempre. O más bien, Dios estaba para ella más que ausente, era su enemigo, la rechazaba. En vano para calmar su espanto trataba de representársele bajo las imágenes de pastor, de esposo o de amigo; en seguida vedle aparecer como juez irritado, como señor despreciado y que pide venganza. Poco a poco se le convirtieron en una carga todos los ejercicios referentes a Dios. Poníase del todo temblorosa cuando era preciso acudir a la oración, sobre todo a la Comunión, en donde la idea de sus crímenes y la de la santidad de Dios atravesaban su alma cual dos agudas espadas». Era una altísima contemplación, terriblemente purificadora. «Hasta entonces había conservado todas sus luces, siquiera para la dirección de los demás. Mas no fue así en lo sucesivo, pues este ministerio se convirtió para ella en una fuente de espantosas tentaciones. No podía oír hablar de una pena sin que fuese para ella un sufrimiento, ni oír nombrar un pecado sin imaginarse que lo cometía. 

«¡Espectáculo digno de eterna meditación! continúa su historiador. -¡Ved a esta mujer fuerte, a esta robusta y poderosa inteligencia, vedla anonadada, abatida, incapaz de dirigirse, obligada a andar a tientas en este camino de la vida espiritual que tan conocido le era para los otros, en el que no veía claro para sí misma! Así es como la reduce Dios a la gran humildad, así es como conserva en ella a esos grandes santos que admiramos en la historia, que resucitan los muertos, que anuncian el porvenir, y acerca de los cuales nos preguntamos a veces temblando, qué hacen para ser humildes. En tanto que se los lleva en triunfo y se les besa los pies, Dios los humilla en el secreto de su alma; les inflige afrentosas bofetadas, y les hace sufrir en el fondo del corazón una agonía que los vuelve insensibles a todos los honores del mundo.» 

Estaba, pues, Santa Juana de Cantal reducida a tal extremo que nada en el mundo era capaz de darle un pequeño alivio, sino el pensamiento de la muerte. «Hace ya cuarenta y un años que las tentaciones me aplastan, decía un día. ¿He de perder por eso el ánimo? No, yo quiero esperar en Dios, aunque El me matara y aniquilara para siempre.» Y añadía estas humildes y magníficas palabras: «Mi alma era un hierro tan enmohecido por los pecados, que ha sido necesario este fuego de la divina justicia para sacarle un poco de brillo.»

 «En este estado de desamparo -dice San Alfonso- su regla única de conducta era mirar a su Dios y dejarle obrar. Conservaba siempre sereno el semblante, aparecía dulce en su conversación, y tenía de continuo fija su mirada en Dios, reposando en el seno de su adorable voluntad. San Francisco de Sales, su director, que conocía cuán agradable era esta alma a los ojos de Dios, comparábala a un músico sordo que, cantando primorosamente, no pudiera recibir de ello placer alguno, y a ella misma la escribía de la siguiente manera: "Es necesario manifestar una invencible fidelidad hacia el Señor, sirviéndole puramente por amor a su voluntad, no solamente sin gusto, sino en medio de tristezas y de temores." Más tarde la Madre Chantal dábale este consejo tan prudente y varonil: "No habléis jamás de vuestras penas ni con Dios ni con vos mismo. No hagáis examen alguno de ellas; mirad a Dios, y si podéis hablarle, sea de El mismo." Otras almas necesitarán hablar de esas penas a Dios en la oración, a su ministro en la dirección; pero qué hermoso es "desapropiar las almas de sí mismas, enseñarlas a no mirarse tanto a si mismas y a ver más a Dios; a ocuparse mucho de El, y muy poco de sí mismas; a ahogar así las penas interiores, como se ahoga un incendio cercenando su alimento"». 

Y San Alfonso añade: «De esta manera se llega a la santidad. En el edificio espiritual, los santos son las piedras escogidas, que labradas a cincel, es decir, por medio de las tentaciones, temores, tinieblas y otras penas interiores y exteriores, llegan a ser aptos para coronar los muros de la celestial Jerusalén, o para ocupar los más elevados tronos en el reino del paraíso.» 

San Alfonso se expresaba así por experiencia. « Por Dios lo había dejado todo, había crucificado su carne, había afrontado las fatigas de un duro apostolado, había sufrido con paciencia crueles persecuciones, hasta la afrenta de ser arrojado de su Congregación. Mil veces había desgarrado todo esto su corazón; restábale, sin embargo, el tesoro que nadie le podía robar; restábale su Dios, el amigo que había consolado sus dolores, y que con frecuencia habíale atraído a sí con dulces arrobamientos. Con Jesús ya no se encontraba aislado, y la celda se le convertía en paraíso. »

Pero de pronto, este paraíso desapareció, y Dios, el sol de su alma, cesó de derramar en ella su luz. Una noche más espantosa que la de la tumba envolvió al pobre solitario. Velase abandonado de todos, abandonado de Dios y al borde del infierno; y si volvía los ojos a su vida pasada, no encontraba sino pecados. Todos sus trabajos, todas sus buenas obras no eran sino frutos maleados que inspiraban horror a Dios. Su conciencia atormentada desde la mañana a la noche por los escrúpulos, era juguete de todas las ilusiones, como que convertía en pecados graves sus acciones más sencillas y aun las más santas. El, el gran moralista que había dado su dictamen y con tan perfecto discernimiento sobre todos los casos de conciencia, que había dirigido miles de cristianos en los caminos de la perfección, que había confortado a los pecadores hablándoles de las infinitas misericordias de Dios, y que había consolado tantas veces a las almas presas de la inquietud, caminaba ahora a tientas, y como ciego temblaba bordeando abismos, incapaz de dar un paso sin la ayuda de brazo ajeno. »

En este estado de inquietud y desolación, no se atrevía a comulgar. Su amor a Jesucristo arrastrábale hacia el altar, y el temor le impedía abrir su boca para recibir la sagrada hostia», hasta que la palabra de su director o de su superior le hubo tranquilizado. «En lo más recio de estas angustias recurría al consuelo que procura la oración, mas le parecía que entre él y Dios se levantaba un muro infranqueable. Creciendo entonces de continuo la oscuridad, apoderábase de él el sentimiento de que el Corazón de Dios, le estaba cerrado, y el Paraíso perdido para él. En estos momentos de indecible angustia miraba al Crucifijo arrasados en lágrimas los ojos, dirigíase a la Santísima Virgen y pedía misericordia: "¡No, Jesús mío, no permitáis que yo sea condenado! Señor, no me arrojéis al infierno, porque en el infierno no se os puede amar. Castigadme como lo merezco mas no me arrojéis de vuestra presencia.» 

«A los escrúpulos que le hacían la vida insoportable vinieron pronto a unirse, para abrumarle, las más espantosas tentaciones contra todas las verdades. En su espíritu surgían dudas contra todas las verdades del Credo, y como su conciencia oscurecida no distinguía entre el sentimiento y el consentimiento, parecíale que la fe se extinguía en su alma.» Entonces asíase, por decirlo así, a la verdad, y multiplicaba los actos de fe, exclamando con ardor: «Creo, Señor, si, yo creo; quiero vivir y morir hijo de la Iglesia.» 

Había el demonio recibido el poder de molestarle, y de él usaba para suscitar tempestades de tentaciones y desolaciones, para darle asaltos furiosos, para inventar pérfidos artificios. Púsolo todo en juego a fin de inspirar al santo un sentimiento de orgullo a causa de sus escritos. «Impotente para excitar el orgullo, emprendió la tarea de despertar en su víctima la concupiscencia de la carne, y perder por la impureza a este ángel de inocencia, que desde la infancia hasta la extrema vejez había conservado sin mancha la vestidura bautismal.» Alfonso experimentó por espacio de más de un año los terribles efectos del poder de Satanás sobre la imaginación y los sentidos. «Tengo ochenta y ocho años, decía un día, y siento en mí el ardor de la juventud.» Tan violentos llegaban a veces a ser los asaltos, que prorrumpía en gemidos, y golpeaba con el pie la tierra exclamando: « ¡Jesús mío, haced que muera antes que ofenderos! ¡Oh María, si no venís en mi ayuda, me volveré más criminal que Judas!» Llamaba entonces en su socorro a sus directores y a su superior, pues en este terrible huracán que duró dieciocho meses, «su único aliento era la obediencia». Incapaz de juzgar por sí mismo, aceptaba ciegamente las decisiones de su director o de cualquier otro sacerdote, a pesar de los sentimientos que experimentaba, y las contrarias razones que le sugería el demonio. «Mi cabeza -decía- no quiere obedecer.» Muchas veces se le oía exclamar: «Señor, haced que sepa vencerme y someterme; no, no quiero contradecir, no quiero seguir mi parecer.» De este modo la obediencia triunfaba de todas las tentaciones. 

«Si se pregunta por qué permite el Señor que sus mejores amigos sean sometidos a pruebas tan dolorosas, la cruz nos explica este misterio. Es preciso que los santos, miembros vivos de Jesucristo, terminen en ellos su dolorosa Pasión. Cuando las humillaciones y los sufrimientos los han depurado y transfigurado, Dios los saca del purgatorio en que los tenía encerrados, las tinieblas ceden su puesto a la luz, sobreabunda la alegría allí donde abundaba la aflicción, y pronto vemos con admiración un extático o un taumaturgo en el hombre que parecía abandonado de Dios. Tal sucedió por lo menos a San Alfonso después de esta cruel persecución y prueba, y aun en medio de sus más amargas tribulaciones. Sus éxtasis y sus raptos fueron más frecuentes que nunca.» Dios no conduce a todas las almas por estos mismos caminos; al menos estas penas interiores, generosamente soportadas, traerán siempre un inmenso acrecentamiento de la vida espiritual.

viernes, 4 de octubre de 2024

SAN FRANCISCO DE ASIS

 


San Francisco de Asís.

Nació en esa ciudad en 1181.

Joven alegre y fastuoso, pronto abandonó todas las cosas para desposarse con la dama Pobreza.

Junto con Santo Domingo de Guzmán renovó el cristianismo de su tiempo, tan decaído, con sus predicaciones, con sus heroicos ejemplos y con sus tres ramas de la Orden Franciscana: los Frailes Menores, las Clarisas y los Terciarios, los cuales casi convirtieron los países latinos en un inmenso convento.

A San Francisco se le ha llamado el retrato mas vivo de Jesucristo.

Murió en 1228 y fue canonizado, dos años después por Gregorio IX.

Sus hijos llenan el mundo con el perfume de sus virtudes y la luz de su saber, y de ellos es en gran parte la evangelización de América, donde su hábito es tan popular.

MEDITACIÓN

SOBRE SAN FRANCISCO

I. El amor divino consumió todos los lazos que ataban a San Francisco en la tierra y le hizo abandonar la casa paterna, las riquezas y los placeres. Toda su vida vivió él en este desasimiento; por esto debes tú comenzar a darte a Dios. Es imposible que ames a Dios y al mundo. ¡Ah! los placeres y los honores de la tierra no merecen ocupar tu corazón; déjalos antes que ellos te dejen a ti.


II. Ese mismo amor que separó a San Francisco de los bienes de la tierra, lo unió estrechamente a su Dios y le hizo encontrar en esta unión una inalterable felicidad. De este modo solía decir: “¡Dios mío y mi todo! en Ti es donde encuentro todo lo que necesito”. ¡Alma mía, tratemos de gustar el placer que existe en estar unido a Él; en vano hemos buscado descansar en las creaturas; vayamos a Dios, pero hagámoslo dándonos a Él sin reserva, sin demora y para siempre!

III. El amor, por último, transformó a San Francisco en Jesucristo mismo, por decirlo así, cuando un serafín imprimió en su cuerpo las sagradas llagas del Salvador. No recibió esta gracia sino después de haberse hecho, por una mortificación continua, viva imagen de Jesús crucificado. Como este gran santo, lleva tú constantemente en tus miembros la mortificación de Jesucristo. Mira al Salvador clavado en la cruz: he ahí el verdadero modelo de predestinados. Para llegar a ser semejante a Él, es preciso que la mortificación imprima en tu cuerpo sus adorables estigmas. Llevan en sí las llagas de Cristo quienes mortifican y afligen el cuerpo (San Jerónimo).

ORACIÓN

Oh Dios, que, por los méritos de San Francisco dais sin cesar nuevos hijos a vuestra Iglesia, concedednos la gracia de despreciar, siguiendo su ejemplo, los bienes terrenales y poner nuestra dicha en la posesión de los dones celestiales.

Por J. C. N. S.

jueves, 3 de octubre de 2024

PROFECÍAS DE LA BEATA ANA C. EMMERICK

 



"Vi una gran procesión de obispos. Sus pensamientos y su estado me fueron revelados a través de imágenes que brotaban de sus bocas. Sus errores hacia la religión me eran mostrados… Eran casi todos los obispos del mundo, pero sólo un pequeño número estaban perfectamente atinados."


"Luego vi que todo lo concerniente al protestantismo se elevaba, y que la religión católica caía en completa decadencia. La mayoría de los sacerdotes eran seducidos por el falso conocimiento de jóvenes maestros y todos ellos contribuían al trabajo de destrucción de la iglesia."


UNA NUEVA, EXTRAÑA Y EXTRAVAGANTE IGLESIA. 


"Vi que cierta cantidad de pastores aceptaban ideas que eran peligrosas para la iglesia. Construían una gran, extraña y extravagante iglesia. Cualquiera era aceptado a fin de unirse y tener iguales derechos: evangelistas, católicos, sectas de cualquier descripción. Tal iba a ser la nueva iglesia. Pero allí, en la extraña gran iglesia, todo el trabajo estaba hecho mecánicamente, acorde a reglas establecidas y formuladas. Todo estaba hecho acorde a la razón humana… vi toda clase de gente, cosas, doctrinas y opiniones. Había cierto orgullo, presunción y violencia, y parecían tener éxito. No vi ni un solo Ángel, ni un solo Santo ayudando en esa labor… pero Dios tenía otros designios. Vi de nuevo la nueva y despareja iglesia que ellos trataban de construir… no había nada Santo en ella. Había gente amasando pan en una cripta, bajo esa iglesia; pero no se recibiría el Cuerpo de Nuestro Señor, solamente sería pan. Aquellos que estaban en el error, involuntariamente, y los que piadosamente y ardientemente esperaban por el Cuerpo de Jesús, serían consolados, pero no por su comunión. Entonces Jesús me dijo: “Esto es una Babel”."

LA VERDADERA IGLESIA ES PERSEGUIDA.  

"En el mundo entero la gente buena y devota, especialmente los sacerdotes, eran perseguidos, oprimidos… Todas las comunidades católicas eran oprimidas, perseguidas, confinadas y quitadas de su libertad. Vi muchas Iglesias cerradas, gran miseria y guerra y derramamiento de sangre. Un salvaje populacho se manifestaba violentamente. Pero no duraría mucho. … Sólo el Santuario y el Altar quedarán en pie, los demoledores entrarán en la iglesia con la bestia [falso profeta] del Apocalipsis."  

EL TRIUNFO DE LA VERDADERA IGLESIA DE JESÚS. 

"Vi otro movimiento guiado por Dios: eran cristianos humildes, llenos de Amor a Dios, sumisos y enteramente a la voluntad de Dios. Los Ángeles y Santos les ayudaban, les llevaban de la mano y les custodiaban. Todas sus acciones eran encaminadas a la Gloria de Dios y la santidad de sus vidas. Dios era querido y adorado. Sus rostros eran alegres, felices y confiados, porque Dios estaba con ellos… Jesús y su Santísima Madre habitan entre su pueblo… Vi una mujer de noble porte que caminaba despacio, lo cual me hizo pensar que estaba encinta. Al verla, los enemigos se aterrorizaron, y la bestia no pudo dar un solo paso adelante. Alargó su cuello como si fuera a devorarla, pero la Mujer se postró ante el Altar, con su cabeza tocando el piso. La bestia huyó volando hacia el mar y los enemigos fueron abandonados en una gran confusión. A gran distancia, una gran legión se aproximaba, a cuyo frente venía un hombre montado sobre un caballo blanco… Todos los enemigos se dispersaron…Inmediatamente la iglesia fue reconstruida y fue más magnífica que nunca antes. Cuando hubo terminado el combate, sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente. María, que extendía sobre ella su manto. En la Iglesia hubo actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una Santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del señor."