“Prepárate, pues, a sufrir por
nuestro Señor muchas y grandes aflicciones, y aun también el martirio;
resuélvete a sacrificarle lo que más estimas, si quieres recibirlo, sea el
padre, la madre, el hermano, el marido, la mujer, los hijos, tus mismos ojos y
tu propia vida, porque a todos esto ha de estar preparado tu corazón; pero en
tanto que la divina Providencia no te envía tan sensibles y grandes
aflicciones, en tanto que no se exige de ti el sacrificio de tus ojos,
sacrifícale al menos tus cabellos; quiero
decir que sufras con paciencia aquellas ligeras injurias, leves incomodidades y
pérdidas de poca consideración que ocurren cada día, pues aprovechando con amor
y dilección estas ocasioncillas, conquistarás enteramente tu corazón y le harás
del todo suyo.
Los cotidianos, aunque ligeros, actos de caridad, el dolor de cabeza o
de muelas, las extravagancias del marido o de la mujer, el quebrarse un brazo,
aquel desprecio o gesto, el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo,
aquella incomodidad y recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a
comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de
devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con
amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por sólo un vaso de agua ha
prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida. Y
como estas ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son
excelente medio de atesorar muchas espirituales riquezas.
Raras veces se ofrecen grandes ocasiones de servir a Dios; pero pequeñas
continuamente; pues ten entendido que el que sea fiel en lo poco será
constituido en lo mucho, como dice el Salvador. Por tanto, haz todas las cosas
en el nombre de Dios, y todas las harás bien: ora comas, ora bebas, ora
duermas, ora te diviertas, ora des vuelta al asador; como sepas aprovechar
esto, adelantarás mucho a los ojos de Dios haciendo todo esto, porque así
quiere Dios que lo hagas.
No desees cruces, sino a proporción que hayas llevado bien las que se te
han ofrecido, pues es abuso desear el martirio y no tener ánimo para sufrir una
injuria. El enemigo procura, ordinariamente, que tengamos grandes deseos de
objetos que están ausentes, y jamás se nos ofrecerán, para apartar con esto el
espíritu de los objetos presentes, en los cuales, aunque pequeños, pudiéramos
aprovechar mucho”.
San Francisco de Sales
Vida
devota