“Si quieres hacer algo excelente
no te ensoberbezcas, y con esto ya lo has hecho todo. No eches pues a perder
tus trabajos; no pierdas el mérito de tus sudores, no recorras infinitos
estadios corriendo inútilmente y perdiendo tu trabajo. El Señor conoce
muchísimo mejor que tú tus obras. Si das un vaso de agua fresca, ni aún eso
desprecia.
No hay más seguro depósito de las buenas obras que el olvido de las
buenas obras. ¿Ignoras que si tú te alabas Dios no te alabará?
Confesémonos inútiles para que seamos útiles. El olvido de nuestras
buenas obras nos es indispensable.
Cada día caemos en pecado y ni siquiera nos acordamos de eso. En cambio,
si damos a un pobre una pequeña limosnita, lo publicamos por todos lados. Pero
si sólo las conoce Aquél que debe conocerlas estarán en plena seguridad.
En consecuencia no revuelvas en tu memoria con frecuencia tus buenas
obras, no sea que alguien te las arrebate.
Si quieres pues, que tus buenas obras sean grandes, no las juzgues
grandes. Porque nada hay más grato a Dios que el contarse uno como el último de
los pecadores. Porque quien es humilde y contrito, no se dejará llevar de la
vanagloria, no se irritará contra su prójimo, ni lo envidiará.
Es un hecho que, por más esfuerzo que pongamos, nunca levantaremos en
alto una mano que está quebrada”.
San Juan Crisóstomo