Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la preparación que hizo el Salvador para la primera cena
legal.
Punto I.- Considera cómo Cristo vino de Betania, adonde estaban sus
parientes y amigos, a Jerusalén a celebrar la Pascua, a donde sabía que le
preparaban la cruz y la muerte; porque Betania significa la casa de aflicción,
y Jerusalén visión de paz; en que nos da a entender que entre los deudos y
amigos no hay sino aflicción y trabajos para el alma; pero en Jerusalén por la
cruz y persecuciones se halla la paz y la vista clara de Dios. Acompaña a
Cristo en su Pasión dejando a los parientes y amigos y los deleites terrenos, y
alcanzarás la verdadera paz.
Punto II.- Considera cómo no admitió el Salvador la oferta que le hizo
Santa María Magdalena de su casa para celebrar la Pascua, como dice San
Buenaventura, por no agraviar su pobreza, y la firme confianza que tenía en
Dios de que no le faltaría, como no le faltó; y aprende a confiar en la bondad
divina en tus necesidades, y estar cierto que si no faltares a Dios no te
faltará a ti, y que te hará merced a medida de tu confianza.
Punto III.- Envía Cristo a Pedro y a Juan a que le preparen el Cenáculo,
para ir con sus discípulos a celebrar la Pascua: Pedro significa buena acción y
Juan devota contemplación; estas dos virtudes, acción y contemplación de las
cosas celestiales, le han de preparar el alma para venir a ella y celebrar la
Pascua de júbilos espirituales; si deseas que entre Cristo en tu casa y que te
haga muchas mercedes, conviene que la adornes con estas dos virtudes
principalmente, contemplando los misterios divinos y obrando lo que Dios te dé
a entender en la oración. Si has faltado en estas virtudes, pídelas al Señor, y
que te dé su gracia para disponerte como debes para recibirle en tu casa.
Punto IV.- Considera las señas que le dio Cristo para conocer el
Cenáculo. La casa a donde vieren que entraba un hombre con un cántaro de agua,
porque esta va delante de Cristo al lugar a donde ha de venir, para lavarle y
purificarle de toda mancha, y ha de ir delante de tu alma el agua de las
lágrimas y de la confesión, para lavarla de las manchas del pecado, para que
sea digna posada suya. ¡Oh, Señor, lavadme más y más de las manchas de mis
pecados, y limpiadme y purificadme de mis maldades, para que sea digno de
recibiros en mi pobre casa! Si Vos, Señor, no me laváis, ¿cómo podré lavarme yo
indignísimo pecador, que no tengo de mi cosecha sino abominaciones y pecados?
Quisiera tener lágrimas de verdadera contrición para lavarme, dádmelas Vos y
acrisoladme de manera que nunca más vuelva a ofenderos, y sea mi pobre morada
siempre vuestra por siempre jamás. Amén.