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martes, 10 de junio de 2025

GENTE DOBLE CARA, PELIGROSA QUE PACTA CON LOS ENEMIGOS DE LA IGLESIA

 


NDB: Presentamos extracto del opúsculo Las pequeñas historias de mi larga historia de Mons. Lefebvre. Descrito por el mismo cuando tenía 82 años de edad. Queda demostrado con las propias palabras del Arzobispo Lefebvre que condenaba el acuerdismo con los liberales, catalogando a esas personas como dobles caras, que hacen amistad con los enemigos de la Iglesia; gente peligrosa que se llama católica que no soporta la Verdad. 
Esas palabras fuertes deberían resonar en las conciencias de todos aquellos que apoyan directa o indirectamente (acción u omisión) el acuerdismo y liberalismo de la Nueva FSSPX. 
La nueva FSSPX usa de bandera el prestigio y santidad de su fundador pero no sigue su ejemplo: LA CONSTANTE LUCHA CONTRA EL LIBERALISMO. VIVIR EN CONSTANTE CRUZADA.

Entre estos grupos que hacen o hicieron componendas con los enemigos de la Iglesia están la Fraternidad San Pedro que acepta el Vaticano II, Instituto del Buen Pastor de Aulagnier, los adeptos de mons Rifan en Brasil y los adeptos de mons Fellay y sus superiores mayores.

Pero mucho cuidado con aquellos que son la falsa resistencia de Mons Williamson (RIP), que bajo la apariencia de ultra-derecha, propagan errores liberales de forma solapada. Sobre la FALSA RESISTENCIA SE PUEDE LEER AQUI

Las pequeñas historias de mi larga historias (Pag 7). Mons Lefebvre.
...Así pues a pesar de mis aprensiones fui conducido al Seminario Francés junto a mi hermano. Este seminario confiado a la Congregación de los Padres del Espíritu Santo, se encontraba bajo la dirección del Reverendo Padre Le Floch. Como ya les he dicho, para mí el seminario Francés fue una verdadera revelación y una luz para toda mi vida sacerdotal y episcopal: ver los acontecimientos en el espíritu de los Sumos Pontífices que se sucedieron durante casi un siglo y medio, más particularmente los acontecimientos desde la Revolución Francesa y todos los errores que nacieron con esas corrientes de ideas contrarias a la doctrina de la Iglesia. Los papas los denunciaron, los papas los condenaron y por consiguiente también nosotros debíamos condenarlos.
Pero como suele suceder en esos, los defensores de la Iglesia, los defensores de la Verdad, los defensores de la Tradición de la Iglesia, atraen la ira contra sí. Atraen la ira de todos los que estiman que hay que hacer componendas con el mundo, que hay que adaptarse a su tiempo, que no hay que condenar los errores: pero no condenemos los errores> un tipo de gente de doble cara. Es gente peligrosa, que se llama católica, pero que al mismo tiempo pacta con los enemigos de la Iglesia. Esa gente no puede soportar la Verdad, la Verdad íntegra y firme. 
No puede soportar que se combatan los errores, que se combata el mundo y a Satán, y a los enemigos de la Iglesia, y que siempre se esté en estado de cruzada. Estamos en una cruzada en un combate contínuo. También Nuestro Señor proclamó laVerdad. ¡Pues bien! Le dieron muerte. Le dieron muerte porque proclamaba la Verdad, porque decía que El era Dios. !Sí lo era¡ No podía decir que no lo era. Y todos los mártires prefirieron dar su sangre y su vida antes que entrar en compromisos con los paganos.

lunes, 26 de mayo de 2025

EL SANTO ABANDONO (CONCLUSION)

 


Vamos a resumir con brevedad este trabajo, a fin de poner

de relieve conclusiones prácticas.


La voluntad divina es la regla suprema de nuestra vida, la

norma del bien, de lo mejor, de lo perfecto; cuanto más se

conforma con ella, más se santifica el alma.


Existe la voluntad de Dios significada a la que corresponde

la obediencia. Para nosotros religiosos, su principal

manifestación es la Santa Regla con las órdenes de los

Superiores. De parte de Dios es la dirección estable y

permanente, y en cuanto a nosotros, el trabajo normal y de

todos los días. La obediencia será, pues, el gran medio de

santificación.


Existe también el beneplácito divino, al cual corresponde la

conformidad de nuestra voluntad. Este se manifiesta por los

acontecimientos; preséntasenos como ellos, variable,

imprevisto, a veces desconcertante; en el fondo, es un querer

de Dios, siempre paternal y sabio. La Regla está hecha para la

Comunidad; el beneplácito divino corresponde más a nuestras

necesidades personales, y lejos de suplantar a la Regla,

añade a la acción de ésta la suya propia, siempre beneficiosa

y con frecuencia eficaz, y a veces hasta llega a ser decisiva. El

verdadero espiritual se adhiere con amor a toda voluntad de

Dios, sea significada o de beneplácito, de suerte que pueda

recoger todos los frutos de santidad que aquélla le

proporciona.


La conformidad nacida del temor, o la simple resignación, produce

desde luego efectos saludables; nadie hay que no

pueda y deba practicarla. La conformidad, fruto de la

esperanza, es más elevada en su causa y más fecunda en sus

resultados y es accesible a todas las almas piadosas. La

conformidad que produce el amor divino es sin comparación la

más noble, la más meritoria, la más dichosa; transformada en

hábito forma el camino de las almas adelantadas. Es esta

conformidad perfecta, amorosa y filial la que hemos estudiado

bajo el nombre de abandono.


El Santo Abandono eleva en nosotros a su más alto grado,

y con tanta fuerza como suavidad, el desasimiento universal,

el amor divino, todas las virtudes. En la cadena más poderosa

y más dulce para hacer nuestra voluntad cautiva de la de Dios

en una unión del todo cordial, de una humilde confianza y de

una afectuosa intimidad. El abandono es por excelencia el

secreto para asegurar la libertad del alma, la igualdad del

espíritu, la paz y la alegría del corazón. Nos procura un

agradable reposo en Dios, y lo que aún vale más, es que El es

el artista de nuestras más encumbradas virtudes, el mejor

maestro de la santidad. Llevándonos de la mano de concierto

con la obediencia, nos guía con seguridad por los caminos de

la perfección, nos prepara una muerte feliz y nos eleva a

pasos agigantados a las cumbres del Paraíso. Es el verdadero

ideal de la vida interior. ¿Qué alma, por poco clarividente que

sea, no aspirará a tal estado con todas sus fuerzas? Si se

conociera mejor su valor, ¿podría uno ser indiferente en tender

a él, acercarse, establecerse firmemente y hacer en él, de

continuo, nuevos progresos? Seguramente que sin pagar el

precio debido no podremos obtenerlo, mas una vez

posesionados de este tesoro, ¿no recompensa con usura

nuestro trabajo? ¿Qué hemos de hacer, pues, para

conseguirlo?


Ante todo el abandono, según lo hemos visto, exige tres

condiciones y trataremos, de hacernos indiferentes por virtud a

los bienes y a los males, a la salud y a la enfermedad, a las

consolaciones y a las sequedades, a todo lo que no es Dios y

su santa voluntad, a fin de que El pueda disponer de nosotros

a su agrado sin resistencia de nuestra parte. Y puesto que la

naturaleza tiene sus raíces más profundas en el orgullo y la

independencia, consagraremos nuestros más exquisitos

cuidados a la obediencia y a la humildad.


Empeño nuestro ha de ser crecer cada día en la fe y

confianza en la Providencia. El acaso no es más que una

palabra. Dios es quien dirige los grandes acontecimientos del

mundo y los menores incidentes de nuestra vida. Se sirve de

las causas segundas, pero éstas no obran sino bajo su

impulso. Quieran o no, los malos como los buenos no son en

sus manos sino simples instrumentos; reservándose El

recompensar a los unos y castigar a los otros; quiere, sin

embargo, hacer servir sus virtudes y sus defectos para nuestro

adelantamiento espiritual, y ni los mismos pecados podrán

estorbarle en sus designios; están ya previstos por El y los ha

hecho entrar en sus planes. Ahora bien, Aquel que todo lo ha

combinado y que es el Soberano Dueño de los hombres y de

los acontecimientos, es también nuestro Padre infinitamente

sabio y bueno, es nuestro Salvador que ha dado su vida por

nosotros, es el Espíritu de amor ocupado por completo en

nuestra santificación. Sin duda, se propone su gloria, mas no

la cifra sino en hacernos buenos y felices. Buscará, pues, en

todo el bien de su Iglesia y de nuestras almas. Piensa sobre

todo en nuestra eternidad. Nos ama como Dios, y de la

manera que El sabe hacerlo, pura y sinceramente; y si

crucifica en nosotros al hombre viejo, es para dar la vida al hijo

de Dios; aun cuando castiga con alguna dureza, su amor es

quien dirige su mano, su sabiduría regula los golpes. ¡Pero no

siempre lo entendemos así y a veces la conducta de la

Providencia nos irrita y desconcierta! Pudiera entonces

decirnos el buen Maestro como a Santa Gertrudis: «Sería muy

de mi agrado que mis amigos me juzgasen menos cruel.

Deberían tener la delicadeza de pensar que no uso de

severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágolo por

amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para

acrecentar su gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento

más leve los contrariara.» Jesús, instruyendo a su fiel esposa,

«hízola comprender poco a poco que todo cuanto sucede a los

justos viene de mano de Dios; que los sufrimientos, las

humillaciones son de un precio incomparable y constituyen los

más preciados dones de su Providencia; que las enfermedades

espirituales, las tentaciones, las faltas mismas

vienen a ser, por medio de su gracia, poderosos instrumentos

de santificación. 


Mostróle Jesús cómo escucha las oraciones

de sus amigos, aun en aquellas ocasiones en que se creen

olvidados o rechazados; cómo a sus ojos la intención avalora

sus actos; cómo -en los fracasos- los buenos deseos pasan y

son considerados como obras. Le reveló también la elevada

perfección de un abandono completo al divino beneplácito, y la

alegría que halla su corazón al ver un alma entregarse

ciegamente a los cuidados de su Providencia y de su amor.»


Santa Gertrudis comprendió estas divinas enseñanzas, y

tan profundamente las grabó en su corazón, que supo repetir

en cualquiera ocasión con nuestro Maestro: «Sí, Padre mío,

puesto que tal es vuestro beneplácito.» Si queremos también

nosotros entonar continuamente este himno del abandono,

debemos penetrarnos de estas verdades saludables, nutrirnos

de ellas a satisfacción en la oración y piadosas lecturas, de

suerte que poco a poco nos formemos un estado de espíritu

conforme al Evangelio. Hasta será conveniente, dado el caso,

no cerrar los ojos a esta luz de la fe para no mirar sino el lado

desagradable de los acontecimientos. Este aviso es de la más

alta importancia, porque la naturaleza orgullosa y sensual no

gusta de ser contrariada, humillada, molestada en sus

comodidades, privada de gozos y saturada de sufrimientos.

Rebélase entonces, entregada por completo al sentimiento de

su dolor, murmura contra la prueba y contra los causantes de

ella, olvida a Dios que nos la envía, sin pensar en los frutos de

santidad que de ahí espera El sacar. De aquí proviene tanta

turbación, inquietud y amargura, cuando por el contrario, esta

dañosa agitación debiera hacer comprender que nuestra vista

se extravía y la voluntad se doblega. ¡ Dichosos aquellos que

poseen la sabiduría de ver la mano de nuestro Padre celestial

en todos los acontecimientos, agradables o penosos, y no

mirarlos sino a la luz de la eternidad!


Si el desprendimiento universal, la fe viva y la confianza en

la Providencia nos disponen admirablemente al Santo

Abandono, es el amor de Dios quien lo realiza en nosotros. A

El solo pertenece fundir nuestra voluntad en la de Dios, y dar a

esta unión tan íntima el carácter de amorosa intimidad y de filial

confianza, que señala el Santo Abandono. Mas esta

metamorfosis de nuestra voluntad, esta donación total de

nosotros mismos, la lleva a cabo como naturalmente el amor

divino; es su tendencia y de ello experimenta necesidad, y

sólo con esta condición se satisface; con el corazón da

también la voluntad, se entrega por completo y sin reservarse

nada. Así, al menos, sucede cuando el amor ha tomado

incremento. Por consiguiente, la ciencia del abandono no es

otra cosa que la ciencia del amor, y para progresar en esta

perfecta conformidad, es necesario aplicarse a crecer en el

amor, no en este amor en el cual secretamente se mezcla

cierto escondido interés con que nos buscamos a nosotros

mismos, sino en el amor enteramente puro, que sabiamente

se olvida de sí para darse del todo a Dios.


Ricos de fe, de confianza y de amor, nos hallamos en

excelentes disposiciones para recibir con respeto y sumisión

los acontecimientos todos del divino beneplácito, a medida

que se produzcan, o para esperarlos con una dulce

tranquilidad de espíritu y en una paz llena de confianza.

Haciendo la voluntad de Dios significada, y sin omitir la

previsión y los esfuerzos que requiere la prudencia, se

desecha fácilmente la turbación y la inquietud, se reposa en

los brazos de la Providencia, al modo de un niño en el seno de

su madre.


El desprendimiento universal, la fe, la confianza y el amor,

no son posibles sino con la gracia, y ésta se precisa muy

abundante para obtenerlos en el grado que los exige el Santo

Abandono. La oración, pues, se impone. Nos recomienda San

Alfonso: «no olvidemos que es necesario orar, sea cualquiera

el estado en que nos hallemos», aun en las consolaciones, la

calma y prosperidad: mayormente bajo los golpes de la

adversidad, en las tentaciones, las tinieblas y las pruebas de

todo género. Nos enseña a «clamar a Dios: Señor,

conducidme por el camino que os plazca, haced que cumpla

vuestra voluntad, no deseo otra cosa». Sin duda, tenemos

derecho a pedir que el Señor nos alivie la carga, mas San

Alfonso nos indica un camino más generoso: «Esposa bendita

de Jesús -dice a su Monja santa- acostumbraos en la oración

a ofreceros siempre a Dios; protestad que por su amor estáis

dispuesta a padecer cualquier pena de espíritu o de cuerpo,

cualquier desolación, cualquier dolor, enfermedad, deshonra o

persecución, pidiéndole siempre os dé fuerzas para hacer en

todo su santa voluntad.» Sin embargo, por nuestra parte no

aconsejaríamos de ordinario pedir a Dios pruebas; creemos

también que en lugar de considerar las cruces de un modo

particular, será más prudente aceptar en general las que Dios

nos destine, confiándonos a su bondad y discreción. «No

olvidéis -continúa San Alfonso este excelente consejo que dan

los maestros de espíritu, a saber: cuando sucede alguna grave

adversidad, entonces no hay materia más propia para la

oración, y por consiguiente para hacer repetidos actos de

resignación, como tomar objeto de ella la misma tribulación

que ha sobrevenido. Este ha sido el continuo ejercicio de los

santos, conformar su voluntad con la de Dios. San Pedro de

Alcántara lo practicaba aun durante el sueño. Santa Gertrudis

repetía trescientas veces al día: Jesús mío, no se haga mi

voluntad sino la vuestra.» San Francisco de Sales

recomendaba a Santa Juana de Chantal «que hiciera un

ejercicio particular de querer y de amar la voluntad de Dios

más enérgicamente, con más ternura y con más amor que a

ninguna cosa del mundo; y esto no tan sólo en las

circunstancias soportables, sino en las más insoportables.


Poned vuestros ojos en la voluntad general de Dios con la que

quiere todas las obras de su misericordia y de su justicia en el

cielo, en la tierra, bajo la tierra; y con profunda humildad

aprobad, alabad y después amad esta santa voluntad

enteramente equitativa y bella en extremo. Poned vuestros

ojos en la voluntad especial de Dios, con la cual ama a los

suyos; considerad la variedad de consolaciones, pero sobre

todo de tribulaciones que los buenos sufren, y después con

grande humildad aprobad, alabad y amad esta voluntad.


Considerad esta voluntad en vuestra persona, en todo cuanto

os acontezca y puede aconteceros de bueno y malo,

exceptuando el pecado; después aprobad, alabad y amad

todo esto, protestando que queréis eternamente honrar, amar,

adorar esta soberana voluntad, entregando a merced suya

vuestra persona, a todos los vuestros, y a mí entre ellos.

Terminad por último con una ilimitada confianza de que esta

voluntad hará todo bien para nosotros y para nuestra felicidad.


Después de haber hecho dos o tres veces en la forma

indicada este ejercicio, podréis acortarlo, variarlo y

acomodarlo como mejor os parezca, ya que es necesario

fijarlo con frecuencia en el corazón a modo de jaculatoria».


La princesa Isabel en su prisión, de la que no había de salir

sino para subir al cadalso, repetía con frecuencia y todas las

mañanas esta oración: «¿Qué me sucederá hoy, Dios mío? Lo

ignoro por completo, pero sé que nada me acontecerá que

Vos no lo hayáis previsto, regulado y ordenado desde toda la

eternidad. Esto me basta, Dios mío, esto me basta: adoro

vuestros inescrutables designios y a ellos me someto con todo

mi corazón por amor vuestro. Todo lo quiero, todo lo acepto,

de todo os hago un sacrificio, y uno este sacrificio al de

Jesucristo mi divino Salvador. En su nombre y por los méritos

infinitos de su Pasión os pido la paciencia en mis trabajos, y la

perfecta sumisión que os es debida por todo lo que queréis y

permitís. Así sea.»


Podemos decir de cuando en cuando con el P. Saint-Jure:

«Señor mío y Dios mío, quiero y recibo con agrado todo lo que

Vos queréis, y cuando lo quisiereis, como lo quisiereis y para

los fines que os propusiereis, en cuanto al frío, al calor, a la

lluvia, a la nieve, a las tempestades y a todos los desórdenes

de los elementos, lo mismo en cuanto al hambre, a la sed, a la

pobreza, a la infamia, a los ultrajes, a los disgustos, a las

repugnancias y a todas las demás miserias. Me abandono a

Vos con un corazón sumiso, para que dispongáis de mi en

esto como en todo lo demás, según vuestro beneplácito.


Referente a las enfermedades, Vos sabéis las que habéis

resuelto enviarme. Yo las quiero y desde este momento las

acepto y las abrazo en espíritu, inmolándome a vuestra divina

y adorable voluntad. Esas quiero y no otras, porque son las

que Vos queréis, las recibo con una perfecta conformidad en

vuestra voluntad como las habéis Vos ordenado, ya en cuanto

al tiempo de su venida, ya al de su duración o al de su

cualidad. No las quiero ni más crueles ni más suaves, ni más

cortas ni más largas, ni más benignas ni más agudas, sino tan

sólo como ellas deben serlo según vuestra voluntad.» En

todas las cosas, «Señor mío y Dios mío, me abandono y me entrego

por completo a Vos; os entrego mi cuerpo, mi alma,

mis bienes, mi honra, mi vida y mi muerte. Adoro todos

vuestros designios sobre mí, y con todo mi corazón os suplico

que cuanto hayáis resuelto acerca de mi, sea en el tiempo,

sea en la eternidad, se cumpla en el más alto grado posible de

perfección.»


Es fácil reproducir estos actos en tanto no se deje sentir la

prueba, mas lo importante es repetirlos sobre todo cuando la

cruz pesa sobre nuestros hombros. «En vez de perder el

tiempo -dice el P. de la Colombière- en quejaros de los

hombres o de la fortuna, arrojaos sin demora a los pies del

Divino Maestro, pidiéndole la gracia de llevarlo todo con

paciencia y constancia. Un hombre que ha recibido una herida

mortal, si es prudente, no corre tras el que le ha herido, sino

que se va derecho al médico que puede curarle. Además, si

buscáis al autor de vuestros males, aun en este caso os es

preciso ir a Dios, puesto que no hay fuera de El quien pueda

realmente causarlos. Id, pues, a Dios; id empero prontamente,

id al momento; que sea éste vuestro primer cuidado. Id, por

decirlo así, a devolverle el azote con que os ha azotado y de

que se ha servido para heriros. Besad mil veces las manos de

vuestro Crucifijo, esas manos que os han golpeado, que han

llevado a cabo todo el mal que os aflige. Decidle muchas

veces estas hermosas palabras que El mismo decía a su

Padre en su cruel agonía. Señor, no se haga mi voluntad, sino

la vuestra. Os bendigo con todo mi corazón, os doy gracias de

que vuestras órdenes se ejecuten en mi, y aunque pudiera

resistir a ellas, no dejaría de someterme. De grado recibo esta

calamidad tal cual es y en todas sus circunstancias. No me

quejo ni del mal que sufro, ni de las personas que me lo

causan, ni de la forma en que me viene, ni del tiempo ni del

lugar en que me ha sorprendido. Seguro estoy de que Vos

habéis querido todas esas cosas, y preferiría morir antes que

oponerme en nada a vuestra santísima voluntad. Si, Dios mío,

todo lo que quisiereis en mí y en todos los hombres, ahora y

en todo tiempo, en el cielo y en la tierra; hágase vuestra

voluntad, pero que se haga en la tierra tal como se cumple en

el cielo.»


Si supiéramos ver siempre esta santísima y adorable voluntad,

significada o de beneplácito, aprobaría, adherirnos

siempre a ella, cumplirla con generosidad, con amor y

fidelidad como los santos y los ángeles lo hacen en el cielo,

esta voluntad divina transformaría muy pronto la faz de la

tierra; la santidad florecería por todas partes, reinarían la

alegría en los corazones, la caridad entre los hombres, la paz

en las familias y en las naciones. A pesar de las pruebas, la

vida deslizaríase dulce y placentera, embalsamada de

confianza y de amor, cargada de virtudes y de méritos.

Llegado el momento, abandonaríamos con gusto el destierro

por la patria y, lejos de temer a Dios como juez, nos

apresuraríamos a ir a nuestro Padre. Vendría, pues, a ser la

tierra la antesala del cielo, y el Paraíso sería para nosotros

admirablemente rico de gloria y felicidad. ¡Cuánto han de

bendecir al Señor los que han aprendido a amarle y a seguirle

con amor y confianza por cualquiera parte que los conduzca!


¡Cuán miserablemente se engañan los esclavos de su propia

voluntad, que no tienen suficiente confianza en Dios, su

Padre, su Salvador, el Amigo verdadero, para permitirle

santificarlos y hacerlos felices! Nosotros, al menos, amemos a

nuestro dulce Maestro, tan sabio y tan bueno; hagamos con

ánimo esforzado todo lo que El quiere; aceptemos con

confianza todo cuanto El dispone: éste es el camino de

elevadas virtudes, el secreto de la dicha para el tiempo y para

la eternidad.



martes, 20 de mayo de 2025

LOS TRES DIAS DE OBSCURIDAD (Marie-Julie Jahenny)

 


Marie Julie Jahenny: "Todo debe perderse sin remedio humano posible, para que se vea bien que la salvación viene de Él solo".

La religión permanecerá solo en «las almas solitarias de unos pocos que serán acosados y perseguidos». Habrá un «nuevo clero» y «nueva misa… nuevos predicadores y nuevos sacramentos, nuevos bautismos, nuevas cofradías… No quedará ningún vestigio del Santo Sacrificio». San Miguel le dijo que Satanás tendría posesión de todo y "toda bondad, fe y religión serán enterradas en la tumba".

En 1873 recibió del Cielo el más importante regalo místico: Los Estigmas de Cristo, desde los 23 años de edad hasta su muerte, 60 años más tarde, llevó en su cuerpo las Llagas de Nuestro Señor en el grado más visible que ninguna otra persona los ha llevado en la historia de la Iglesia.

A más de las Cinco Llagas en sus manos, pies y costado, Marie-Julie sufrió también, las heridas infringidas por la Corona de Espinas, y las marcas de los hombros que Jesucristo Nuestro Señor padeció por cargar la Santa Cruz. A todo esto, ella también padeció las heridas causadas por los azotes en la espalda de Cristo.

Con exactitud predijo las dos Guerras mundiales, la elección del Papa San Pío X, varias persecuciones de la Iglesia, los castigos designados a Francia por su apostasía. Muchas de sus profecías han quedado sin publicarse. Sin embargo, sus advertencias para los Últimos Tiempos deben ser leídas por aquellos que “tengan oídos”. Marie-Julie tuvo el maravilloso don de poder distinguir el pan eucarístico del pan ordinario, los objetos benditos de los que no lo eran; sabía decir el lugar de donde venían las reliquias y finalmente, podía entender los cantos y oraciones sagradas de cualquier idioma.

Desde el 28 de diciembre de 1875 sobrevivió por cinco años con solo comer la Hostia Consagrada cada día. El Dr. Imbert-Gourbeyre comprobó que durante ese período de tiempo no tuvo ninguna excreción líquida o sólida. También, cuando estaba en éxtasis, no sentía ningún dolor ni era molestada por la intensidad de la luz. Algunos de estos éxtasis estaban acompañados de levitación y en ese momento su cuerpo no pesaba nada.

La vidente, hacia el fin de sus días quedó ciega, sorda, muda y tullida; subsistió milagrosamente con el Santísimo Sacramento en los últimos años de su vida.

 Marie-Julie subió al Cielo el 4 de marzo de 1941 con la admiración de numerosos científicos que la examinaban continuamente, también con el desprecio de los descreídos y de los orgullosos; con la devoción de sus amigos de toda la vida como Mon. Fourier, obispo de Nantes y del grupo de quienes difundían sus mensajes y sus penas a un mundo ingrato e indiferente.

PROFECÍAS

Una de las profecías más interesantes de Marie-Julie es la visión que tuvo del diálogo entre Nuestro Señor Jesucristo y Lucifer-Satanás, en el que éste amenazó de la siguiente manera: “Atacaré a la Iglesia. Derribaré la Cruz, diezmaré la población y depositaré una gran debilidad en los corazones. Propiciaré la negación de la Religión Católica. Por un tiempo seré el amo de todas las cosas en la tierra, todo estará bajo mi control, aún Tu Templo y Tus fieles”

INVENTO DEL NUEVO RITUAL

El 27 de noviembre de 1902 y el 10 de mayo de 1904, Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María le anunciaron la conspiración del Nuevo Ritual de la Misa. “Te anunciamos la siguiente advertencia: Los discípulos que no son de Mi Evangelio están trabajando intensamente en estructurar, de acuerdo a sus propias ideas y bajo la influencia del enemigo de las almas, una nueva Misa que contenga conceptos odiosos a Mis designios.” “Cuando esta fatal hora llegue, la fe de mis sacerdotes se pondrá a prueba".

Marie- Julie Jahenny reveló que los que gobiernan el rebaño, serán los responsables de la crisis venidera. Aparentemente, el comunismo no podría triunfar si la Iglesia permaneciera en la Fe. También ella mencionó que la creciente libertad adquirida por los sacerdotes y Obispos la usarán malamente. Mencionó a un Papa venidero, que en el último momento, revertirá su política para hacer un llamado al clero. Pero, no será obedecido, al contrario, una Asamblea de Obispos le demandará aún mayor libertad, declarando que pronto no le obedecerían más. Marie Julie declaró que esa “revolución roja” lo derribará. Entonces una horrorosa religión remplazará a la religión Católica y vio a muchísimos obispos abrazando esa “sacrílega e infame religión.”

Los tres días de oscuridad han sido profetizados por muchos santos incluyendo a Anna María Taigi, al Padre Pío de Pietrelcina y a Marie-Julie Jahenny. Marie-Julie anunció tres días de oscuridad durante los cuales los poderes infernales serán soltados y ejecutarán a todos los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo. “La crisis vendrá de repente, los castigos serán repartidos en todos y se sucederán uno tras otro sin interrupción……” 4 de enero de 1884. “Los tres días de oscuridad serán en JUEVES, VIERNES Y SÁBADO. Días del Sagrado Sacramento, de la Santa Cruz y de la Santísima Virgen...