MEDITACION MIERCOLES DE CENIZA Y LECTURAS DE LA MISA DE HOY
No nos engañemos, hermanos. «Los que corrompen las casas (familias) no van a heredar el reino de Dios». Así pues, si a los que hacen estas cosas según la carne se les da muerte, cuánto más si un hombre, con mala doctrina, corrompe la fe de Dios por la cual Jesucristo fue crucificado. Este hombre, habiéndose corrompido a sí mismo, irá al fuego que nunca se apaga; y lo mismo irán los que le escuchan y hacen caso de él.
~ San Ignacio de Antioquía, Epístola a los Efesios, Sección XVI
En 1968, la revista masónica L’Humanisme publicó las directivas para destruir a la Iglesia Católica. En un párrafo se lee: “La primera conquista que debe hacerse es la conquista de la mujer. La mujer debe ser liberada de las cadenas de la Iglesia y de la ley […]. Para abatir el catolicismo, es necesario comenzar suprimiendo la dignidad de la mujer, la debemos corromper junto a la Iglesia. Difundamos la práctica del desnudo: primero los brazos, después las piernas, después todo lo demás. Al final, la gente irá por ahí desnuda, o casi, sin pestañear. Y, eliminado el pudor, se apagará el sentido de lo sagrado, se debilitará la moral y morirá por asfixia la fe”.
Todos los católicos tienen el deber sagrado e inviolable, tanto en la vida privada como en la pública, de obedecer, adherirse firmemente y profesar sin miedo los principios de la verdad cristiana enunciados por el magisterio de la Iglesia Católica.
No es lícito al cristiano descuidar los bienes sobrenaturales aun en el orden de las cosas terrenas. Al contrario, le incumbe la obligación de encaminarlo todo según las prescripciones de la sabiduría cristiana al Sumo Bien como a fin último; y sujetar todas sus acciones en cuanto buenas o malas moralmente, o sea, en cuanto conformes o disconformes con el derecho natural y divino, a la potestad y al juicio de la Iglesia.
1912
San Tito, discípulo de San Pablo y el
Santo Evangelio nos está diciendo algo muy importante. Nuestro Señor
mandó a los discípulos ir a misiones y difundir el Evangelio y predicar la
palabra de Dios, y en el Evangelio dijo lo siguiente: Cuando lleguen a una casa
den la paz y si hay hijos de la paz, la paz estará con ellos, y si rechazan la
paz, la paz regresará a ustedes.
Esto es muy significativo, “la paz sea con vosotros”, Nuestro Señor
quiere que aceptemos Su paz, que es uno de los frutos del Espíritu Santo. La
paz, según San Agustín es la tranquilidad que da el orden. La paz de Dios es
tener a Dios como una prioridad, y, conforme a este principio, todo lo demás ocupará
un lugar que será según la Voluntad de Dios. La paz será el orden de tener a
Dios, como el Primer Mandamiento y después el prójimo, después las cosas
humanas, después las cosas materiales, es un orden dado por Dios.
Si nosotros aceptamos ese orden, por la humildad, por la obediencia,
por el sometimiento a las leyes de Dios,
significará que estamos aceptando la paz, y por consiguiente, la paz vendrá a
nosotros, que es el fruto de la sabiduría, según Santo Tomás de Aquino, la paz
es uno de los frutos del Espíritu Santo que viene directamente del don de la
sabiduría.
Para alcanzar la felicidad eterna, para descansar en Su Sagrado Corazón,
nos enseñó el orden, las leyes, los preceptos, los deberes que tenemos que
realizar. Dios es la Sabiduría Eterna y ese es el plan perfecto para nosotros. La
paz viene de esa realidad, es por esto que la condición para adquirir esa paz y
crecer en la vida espiritual es LA FIDELIDAD. La fidelidad, es lo primero para
nuestra Santa Fe, la Fe es lo que nos conecta con Dios, con Sus promesas, con
Su amor, con esperanza a sus promesas.
Por eso, el nivel de la lucha en esta crisis de la Iglesia para todo Católico es defender, profesar y
enseñar la Fe, siempre va a ser la prioridad, porque la Fe es el divino fundamento
de nuestra vida espiritual, de nuestra caridad sobrenatural, es la base
necesaria donde va a crecer la caridad, y es la única condición con la cual
podemos agradar a Dios. Sin fe, es imposible agradar a Dios. Por lo tanto,
debemos tener fe para que la caridad crezca, con las promesas de Cristo que
se nos dan si aceptamos esa realidad,
cada hora recibiremos las gracias que necesitamos para perseverar y hacer
nuestros deberes, Dios cumple Sus promesas, pero la condición es ser fiel. Nos
dice: El que me ame, cumplirá mis mandamientos. Y, puesto que la primera
prioridad es la fidelidad a la Santa fe para tener amor y ser fiel a la ley moral, es
por esto que el aspecto más importante de
nuestra pelea es mantenerse fieles a la Santa fe.
Esto suena muy sencillo, pero las personas no lo entienden, tienen otras
prioridades más allá de la fe. La gente lo ve como algo abstracto, como algo
que no se ve desde afuera, pero esa fidelidad a la fe es la condición para
agradar a Dios y para adquirir las gracias que necesitemos.
Es por esto que cuando miramos
las personas, o las organizaciones vemos los frutos del Espíritu Santo para ver
si están recibiendo la gracia, la ayuda, la aprobación de Dios. No nos fijamos en los números, los
números son algo humano, nos fijamos en los frutos del Espíritu Santo para ver
si Dios está trabajando ahí. Cuando
hablamos de la Santa Fe, los frutos del Espíritu Santo, hablamos de paz,
alegría, castidad, modestia, (un
paréntesis: ¿por qué es la modestia uno de los frutos del Espíritu Santo?
Porque quien tiene a Dios como su prioridad pone orden en su vida, y permite
que el Espíritu Santo rija su vida y por consiguiente tomará
gran cuidado de vestir con modestia todo el tiempo. Otro de los frutos del
Espíritu Santo es la mansedumbre, por ejemplo, la manera como tratamos a los
demás; paciencia, benignidad, estar listos para perdonar y ayudar a cualquiera;
continencia, caridad fraterna, son frutos del Espíritu Santo. Si vemos esos
frutos, sabremos que Dios está trabajando, y la paz, es el más alto de los
frutos. Es por esto, que si somos
fieles, aunque no tengamos amigos, sacerdotes, sacramentos, apoyo de la gente o
de los poderosos de este mundo, no importa. Tenemos paz, tenemos orden, tenemos
a Dios, no necesitamos nada más.
Si
consideramos la paz como el más grande don, pues es el orden que Dios desea,
será la alegría más grande tener paz, será la felicidad más grande, signo de
que Dios está en nuestra alma, señal que
estamos haciendo bien las cosas, es lo más grande que hay en el mundo: estar en
paz con Dios haciendo Su Voluntad. Esto es más grande que cualquier otro
beneficio que podamos adquirir en la tierra.
Esto es un recordatorio, pues la gente le da la prioridad a otras cosas,
por ejemplo, los sacramentos, la gente compromete la fe, compromete la doctrina
de muchas maneras para obtener sacramentos. Esto es precisamente poner
prioridades por encima de la fe, por encima de la fidelidad, solo porque yo
creo que necesito, son sentimientos básicamente. Es poner el orden a la manera
humana, este es el problema. Las cosas humanas ponen el orden en nuestra vida,
porque me gusta, porque lo siento, porque opino, porque lo pienso. Básicamente,
queremos ser Dios, queremos poner orden según nuestras propias luces, y olvidar
nuestro primer deber que es la fidelidad. Nuestro Señor los dijo muy
claramente, si me amas seguirás mis
mandamientos.
Fidelidad significa enfocarnos a la perfección, hacer los mejor, es el
primer mandamiento, amar a Dios y seguir su Santísima Voluntad con toda mi
mente, con toda mi fuerza, con todos mis recursos, con todo mi tiempo, al menos en el deseo, tratar de
hacer siempre lo mejor siempre. Usar de la libertad para elegir lo mejor para
Dios, no para mí, eso es fidelidad. La tristeza es que la gente no la tiene
como prioridad. Esto es muy peligroso, especialmente en los sacerdotes que no
tienen esto muy claro, por lo que están llevando a la gente hacia otras
direcciones. Es difícil salvarse si no se tiene la Santa Fe como una prioridad,
y buscar un orden fuera de Dios. El Espíritu Santo no trabaja con fuerza como
Él desea.
El Evangelio de hoy dice que cuando entren a una casa, ofrezcan la paz,
y si hay hijos de la paz que la desean, que buscan el orden de Dios, la paz irá con ellos, si buscamos el honor de Cristo,
Su gloria y Su voluntad tendremos la paz y por lo tanto el Espíritu Santo y Sus dones.
La fidelidad implica humildad, es por eso que la gente no la tiene, porque para
ser fiel hay que sacrificar muchas cosas, que parecen importantes pero no lo
son para Dios. El orgullo nos ciega y no buscamos lo mejor para la gloria de
Dios, nos gusta mucho ser el centro.
Lo que necesitamos ahora son pocos santos para arreglar esta crisis, no
necesitamos cantidades, no necesitamos más sacerdotes, necesitamos santos,
sacerdotes o no, necesitamos santos, que causarán que baje el Espíritu Santo a
poner el fuego de Dios en todos lados y en todos, eso es lo que necesitamos!
Los Santos fueron hijos de la paz, el moto benedictino PAX, y el moto de los
Franciscanos Paz y Bien.
Busquemos realmente la paz, los mandamientos de Dios, la Voluntad de
Dios colocando la Fe sobre todas las cosas para dar frutos para Dios y para los
demás.
Pidamos estas gracias en la Santa Misa de hoy. En el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
"Yo los he guardado. Y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición. También él estaba entre los que Tu me diste. El me recibió, y también al él como a todos los que me reciben, le he dado el poder de llegar a ser hijo de Dios. Cuando la avaricia le enloqueció pasó a Satanás, y abandonándome y traicionándome con perfidia, rechazando la salvación y esforzándose en mi destrucción, se convirtió en hijo de la perdición y pereció como un miserable en su propia miseria."
Santo Tomas Moro. La Agonía de Cristo
El buen pastor da su vida por sus ovejas dice Cristo. Quien salve su vida con daño de las ovejas, no es buen pastor. El que pierde su vida por Cristo (y asi hace quien la pierde por el bien del rebaño que Cristo le confió) la salva para la vida eterna. De la misma manera, el que niega a Cristo (como hace el que no confiesa la verdad cuando el silencio a su rebaño) al querer salvar su vida empieza de hecho a perderla.
"Nuestro Señor Jesucristo quiere que los cristianos sean soldados fuertes y prudentes. El hombre fuerte aguanta y resiste los golpes; el prudente no permite que el miedo al sufrimiento le separe jamás de una conducta noble y santa. Sería escapar de unos dolores de poca monta para ir a caer en otros mucho más dolorosos y amargos".
Santo Tomas Moro. La Agonía de Cristo
P. ¿Qué reyes hubo en España en el siglo XVII?
R. Tres: Felipe III, Felipe IV y Carlos I
P. ¿Quién heredó la corona de Felipe II?
R. Su hijo Felipe III, quien, falto de condiciones para gobernar, entregó la dirección de los negocios del Estado al duque de Lerma, hábil cortesano, pero con poca suficiencia para los asuntos públicos; cuidó más de su provecho que de la nación. En este reinado de inacción fueron expulsados de España los moriscos, porque servían de encubridores a los piratas berberiscos. En sus últimos momentos se arrepintió el rey de su apatía y debilidad. Murió el año 1621.
P. ¿Quién fué el sucesor de Felipe III?
R. Su hijo Felipe IV, cuyo reinado fué desastroso para España; pues, aunque D. Felipe era hombre animoso y valiente, le seducía demasiado el regalo, y sin darse cuenta dejó el gobierno de la nación en manos del conde-duque de Olivares, hombre vengativo, intrigante y de poco asiento para los negocios públicos. Sostuvo muchas guerras, y en ellas alcanzó algunos triunfos, pero siempre a costa de la nación, que se desquiciaba por todas partes.
P . ¿Cuáles fueron los sucesos más notables de su reinado?
R. Irritados los catalanes de la poca consideración que les guardaba el duque de Olivares, se sublevaron, y con ayuda de Francia se hicieron independientes, si bien luego volvió Cataluña a la corona de Castilla. Iguales desórdenes hubo en Sicilia, Nápoles y Cerdeña, donde nuestros soldados pelearon sin que el gobierno atendiese a sus necesidades. Por fin, cuando todo estaba en tan mal estado, oyó el rey los ruegos de la reina, y fué separado el conde duque, preparándose para ir a Italia en persona; pero los negocios interiores se lo impidieron, porque, cansados los portugueses del gobierno de Madrid, vencieron al ejército del rey en la batalla de Villaviciosa y aseguraron su independencia.
Cuando Felipe IV se preparaba para regir personalmente y con actividad sus desmembrados Estados, le alcanzó la muerte el año 1665.
P. ¿Qué me dice V. del reinado de Carlos II?
R. Sólo desventuras para España pueden contarse de él. Carlos II tenía cuatro años cuando murió su padre Felipe IV , y durante su minoría regentó el reino su madre doña María de Austria, auxiliada de un consejo que dejó nombrado Felipe IV; pero las rivalidades nacieron en seguida, y en medio del desorden se puso D. Juan de Austria, hermano bastardo del rey, que llegó á las puertas de Madrid con un pequeño ejército. Temieron los del consejo la actitud de D. Juan, que era hombre de carácter firme, y contaba con grandes simpatías, por cuya razón vino a tomar parte en el gobierno, nombrándole además virrey de Aragón y Cataluña.
P. ¿Qué hizo D. Carlos II cuando llegó a la mayor edad?
R. Nombró su ministro a D. Juan, quien procedió con lealtad y buen tino; pero murió de repente, y España cayó en el estado más deplorable: hubo guerras y todo género de calamidades; se atrasaron la agricultura y la industria y abundaron el hambre y las enfermedades, que dejaron muy reducida la población: sostuvo tres guerras con Francia, y en las tres fueron derrotados los españoles.
Como Carlos II no tenía sucesión, Europa entera se fijó en la corona de España; todos los monarcas se creían con derecho, y llegaron a repartírsela por provincias; pero el rey hizo testamento, legando sus Estados a D. Felipe de Borbón, hijo de su hermana D.a María Teresa de Austria y nieto de Luis XIV de Francia. Con la muerte de Carlos II, ocurrida el año 1700, concluyó en España la dinastía austriaca y empezó la de Borbón.
P. ¿Qué reyes hubo en España en el siglo XVIII?
R. Cinco: Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.
P. ¿Quién fué el primer rey de la dinastía de Borbón en España?
R. Felipe V. Su reinado puede citarse como notable en la historia de nuestra patria. Apenas contaba dieciséis años D. Felipe, cuando fué elegido rey de España; los españoles le recibieron muy bien, y supo con su talento, valor y buenas disposiciones reanimar el abatido sentimiento nacional, sin embargo de haber estado continuamente en guerra con diferentes naciones. El emperador de Alemania fué el primero que le disputó la corona para su hijo el archiduque Carlos. Esta guerra, llamada de Sucesión, duró quince años, y en ella demostró D. Felipe su valor y pericia militar. Empezó la guerra en Italia, y allá fué el rey, inaugurando sus empresas de armas con la rendición de varias plazas, algunas de las cuales fueron tomadas por la fuerza.
P. ¿Qué hizo D. Felipe así que aseguró la paz de sus Estados de Italia
R. Se volvió á España a toda prisa, yendo contra Portugal, donde había desembarcado el pretendiente D. Carlos con un ejército inglés y holandés; D. Felipe estuvo en Portugal tan afortunado como en Italia; pero mientras hacía esta guerra, los ingleses sorprendieron a Gibraltar, cuya plaza es muy importante por su situación topográfica, y mientras el rey fue a recuperarla se sublevaron Aragón y Cataluña, proclamando al archiduque D. Carlos: Portugal recuperó las plazas que D. Felipe le ganó, internándose además por Castilla mientras D. Felipe fue a poner sitio a Barcelona; pero tuvo que abandonar este plan, retirándose a reforzar su ejército, yendo luego a buscar a los portugueses que se hallaban en Castilla, y de triunfo en triunfo, llegó a Portugal. En tanto su general Berwick se fue en busca de los ingleses y alemanes, que andaban cometiendo excesos por Valencia, y alcanzándolos en Almansa, riñeron una sangrienta batalla, que ganaron las tropas de D. Felipe, quien a su vez aniquiló las fuerzas portuguesas y catalanas.
P. ¿Cómo terminó la guerra de Sucesión?
R. El archiduque recibió considerables refuerzos, obtuvo sobre D. Felipe una terrible victoria, y sin esperar a más se vino a Madrid. Pero tuvo que salir de él muy pronto, y caminando hacia Zaragoza, le salió al encuentro Felipe V, dando la batalla más memorable de su reinado, cerca de Villaviciosa, con éxito favorable para él: sitió luego a Barcelona, y después de año y medio de cerco fue tomada por asalto, perdiendo sus fueros por este hecho; en seguida se entregaron todos los pueblos, y así terminó la guerra de Sucesión.
P. ¿Cómo acabó Felipe V su reinado?
R. Cansado de tanta fatiga, abdicó la corona en su hijo D. Luis; pero este príncipe murió á los pocos meses, y D. Felipe tuvo que encargarse otra vez de la corona; procuró recuperar a Gibraltar, para lo que hizo muchos esfuerzos sin poderlo conseguir; fundó las Academias de la Historia, de la Lengua, de Medicina, y abrió al público la Biblioteca Nacional; y así las ciencias, como la literatura y la riqueza general adquirieron nuevo desarrollo. Murió el año 1746.
P. ¿Quién heredó la corona de Felipe V?
R. Su hijo Fernando VI, quien conservó la paz en sus Estados, dedicándose exclusivamente a favorecer la cultura y prosperidad de España por cuantos medios pudo: rodeóse de personas honradas y de talento, siendo su administración envidiada de las demás naciones; construyó muchos edificios, canales y carreteras; fundó academias y otros establecimientos de enseñanza, y mandó jóvenes de talento a viajar por Europa para traer a España los conocimientos que eran propiedad de otras naciones. Siendo aún joven murió el año 1759.
P . ¿Quién fué el sucesor de Fernando VI?
R. Carlos III, rey de Nápoles y hermano de Fernando VI; a la muerte de D. Fernando abdicó la corona de Nápoles en su hijo D. Fernando, y vino a ocupar el trono de España. El odio que tenía a los ingleses le hizo ajustar con Luis XV de Francia el llamado Pacto de familia, y España entró en guerra con Inglaterra, quien se apoderó de Manila y la Habana. D . Carlos entró en Portugal, que estaba aliado a los ingleses, y se apoderó de algunas plazas; pero, cansados unos y otros de la guerra, ajustaron la paz, devolviéndose mutuamente las plazas.
P. ¿Qué sucesos notables ocurrieron en el reinado de Carlos III?
R. El marqués de Esquiladle había venido de Nápoles con el rey, y fue nombrado ministro de Hacienda, el cual cargo desempeñó bastante bien. Cometíanse por aquel tiempo en Madrid muchos crímenes impunemente, pues favorecían a los criminales la poca policía de la villa y los trajes, que consistían en capas largas y sombreros muy anchos: el marqués mandó aumentar el alumbrado y recortar las capas y sombreros; con este motivo se amotinó el pueblo y cayó el ministro. La francmasonería, que se había establecido en toda Europa, incluso España, se propuso desterrar a los jesuítas acusando a la Compañía de Jesús de los más atroces delitos, y el conde de Aranda llegó a influir en el ánimo de Carlos III hasta hacerle firmar el decreto de expulsión, llevado a cabo con el mayor sigilo y con circunstancias verdaderamente salvajes, contra lo ordenado por el rey, y no permitiéndoles siquiera la vindicación de su inocencia.
P. ¿Qué más puede V. decirme del reinado de Carlos III?
R. Procuró restituir a España la plaza de Gibraltar, y no siéndole posible, tomó la isla de Mahón, que era de los ingleses: tuvo guerra con Marruecos, y después de algunas batallas, firmaron la paz. Persiguió el bandolerismo, y en Sierra-Morena, albergue de foragidos, fundó varias colonias; persiguió a los piratas del mar, construyó canales, carreteras y muchos edificios y monumentos notables, como el Museo de Pinturas, la Puerta de Alcalá y otros mil que se hallan repartidos en toda España; reorganizó el ejército y la marina; fortificó varias plazas, y fundó el Colegio de Artillería de Segovia y el Banco Nacional de San Carlos, hoy Banco de España. Murió el año 1788.
P. ¿Qué rey ocupó el trono después de Carlos III?
R. Su hijo Carlos IV; era muy amante de la justicia, pero de carácter débil, y subyugado a su mujer D.a María Luisa, quien a su vez atendía demasiado los consejos de D. Manuel Godoy, el cual, por el favor de la reina, fue elevado de simple guardia de Corps a los títulos de grande de España, capitán general, almirante de la armada y Príncipe de la Paz. Por este tiempo estalló en Francia una revolución que llevó al patíbulo al rey Luis XVI, sin que pudiera evitarlo D. Carlos, aunque trabajó lo que pudo con tal objeto.
P. ¿Cómo obró Godoy en vista del desaire que Francia hizo a España?
R. Deseando hacer algo notable que le diera renombre, aconsejó al rey que le declarase la guerra, a lo que accedió D. Carlos. Con las revueltas que había en Francia consiguieron los españoles algunas victorias al otro lado de los Pirineos; pero, rechazados luego, entraron los franceses en España, y se apoderaron de una parte de las Provincias Vascongadas y del castillo de Figueras, en Cataluña; después de tres años y medio de guerra se firmaron las paces por medio de un tratado, bien poco favorable para España, el cual valió al favorito Godoy el pomposo título de Principe de la Paz. Esta guerra, ó, mejor dicho, este tratado de paz y alianza entre España y Francia, dio por resultado otra guerra con Inglaterra, la cual destrozó una escuadra española junto al cabo de San Vicente, bombardeó a Cádiz, de donde fué rechazada, y atacó además a Canarias, Puerto-Rico y otras posesiones españolas; desembarcó 15.000 hombres en Galicia, los cuales fueron derrotados, y se firmó la paz.
P . ¿Cómo ocurrió la batalla de Trafalgar?
R. Puestas en guerra Francia e Inglaterra, España debía ayudar a Francia en virtud del tratado del Príncipe de la Paz, pero compró su neutralidad a costa de mucho dinero; sin embargo, el emperador Napoleón ejerció tal presión sobre Carlos IV , que obligó a éste a que la escuadra española, combinada con la francesa a las órdenes del almirante francés, riñera con la escuadra inglesa, y encontrándose en aguas de Trafalgar, se dió la batalla, en la que los nuestros fueron derrotados completamente, pereciendo los héroes Gravina, Churruca y Alcalá Galiano, yéndose a pique nuestros mejores barcos, el cual desastre se debe a la mala dirección del almirante francés, de quien se apodero un terror pánico.
P. ¿Cómo invadieron a España los franceses?
R. Godoy, el hombre funesto del reinado de Carlos IV , fue seducido por Napoleón, quien ofreció hacerle rey de los Algarbes si le ayudaba a conquistar a Portugal, de cuyo reino ofrecía también una buena parte a don Carlos. Este negocio le fué propuesto a Carlos IV, quien le aceptó, aunque con disgusto, por conservar la amistad con el emperador Napoleón. Este mandó a España 65.000 hombres, los cuales se repartieron entre varias plazas, menos 25.000, que fueron a Portugal en compañía de otro ejército español, con cuyas fuerzas fue conquistado aquel reino, del que se hizo proclamar rey Napoleón.
P. ¿Cómo terminó el reinado de Carlos IV?
R. El favorito Godoy, que no tenía buena amistad con el príncipe de Asturias D. Fernando, acusó a éste de conspirador, con cuyo motivo se formó un ruidoso proceso, del que D. Fernando salió absuelto. Cansado el pueblo de tantos desaciertos, y viendo en grave peligro a la patria por la ocupación francesa, se amotinó en Aranjuez contra Godoy. Éste, gracias al prestigio del príncipe D. Fernando, pudo librarse del furor popular; sin embargo, fué destituido y preso por Carlos IV , quien además renunció la corona en su hijo D. Fernando el año 1808.
Es la Reliquia del anillo que San José dio a Nuestra Señora en el día de su matrimonio. Se guarda en un Relicario de oro en la Catedral de San Lorenzo de Perugia, Italia.
Hasta el siglo XIX sólo el pueblo de Perugia conocía su historia. Todo cambió cuando la Mistica Alemana, la Beata Anna Catalina Emmerich, tuvo una visión que reveló detalles sobre el anillo de matrimonio de la Santísima Virgen con San José:
"He visto el anillo de bodas de la Virgen María, no es de plata ni oro, de ningún metal precioso; es de color oscuro y brillante; no es un anillo delgado y estrecho, sino más bien grueso y tiene al menos un dedo de ancho. Lo vi claro y todavía como si estuviera cubierto por pequeños triángulos regulares que tenían letras. Dentro había una superficie plana. El Anillo estaba grabado con algo. Lo vi mantenido detrás de muchas cerraduras en una hermosa Iglesia. Fieles devotos a punto de casarse sacan sus anillos para tocarlo".
P. ¿Qué me dice V. de los Reyes Católicos Isabel I y Fernando V?
R. Isabel 1 era hija de D. Juan II, y fué proclamada reina de Castilla a la muerte de su hermano Enrique IV . Como estaba casada con D. Fernando de Aragón, se unieron los dos reinos, y no quedaron otros reyes en la península que los de Granada y Portugal.
Alfonso V de Portugal vino a defender los derechos de D.a Juana la Beltraneja, hija de Doña Juana de Portugal, ayudado de algunos poderosos señores de Castilla; pero fueron derrotados en Toro, y ajustaron la paz. La Beltraneja tomó el hábito en un convento de Coimbra.
P. ¿Quién fué el legítimo rey en tiempo de estos reyes?
R. Hubo diferencias sobre quién había de llamarse rey, primero, y ni castellanos ni aragoneses querían sujetarse más que a su rey legítimo, hasta que terció en la contienda el cardenal Mendoza, arzobispo de Toledo, opinando que los dos a la vez gobernasen: algo disgustó esta opinión a D. Fernando; pero la reina ofreció obedecerle siempre como marido, aunque en las cosas que hacía como reina era independiente; y tal fué la prudencia de D.a Isabel, que no volvió á suscitarse tal duda.
P. ¿Qué empresas acometieron los Reyes Católicos después de sosegados los ánimos en el interior de sus reinos?
R. Reclamaron al rey de Granada los tributos que éste debía a Castilla: la respuesta del moro fue insolente, y los reyes, que no buscaban otra cosa, se decidieron a conquistar aquel reino, tomando infinidad de poblaciones, aunque con sensibles pérdidas. En el sitio de Lucena hizo prisionero al rey Boabdil el joven Gonzalo de Córdova, conocido luego por el sobrenombre de el Gran Capitán, y fue puesto en libertad mediante ciertas condiciones. D. Fernando sitió a Granada con 50.000 hombres, siendo este número inferior al ejército árabe: Doña Isabel llegó al sitio después de haber preparado lo necesario para la guerra.
P. ¿Qué episodio notable ocurrió en el sitio de Granada?
R. Una noche se incendiaron las tiendas del campamento cristiano, y D.a Isabel mandó construir una ciudad para alojar a sus soldados, a la cual llamó Santa Fe. Desconcertados los moros ante semejante resolución, y no encontrando medio de resistir, puesto que andaban muy divididos entre sí, el rey Boabdil el Chico determinó entregar la ciudad, y mandó embajadores al campo cristiano, los cuales se entendieron con el Oran Capitán y otros caballeros principales. Por fin, después de diez años de guerra, entraron en Granada los Reyes Católicos el 1482, terminando así la reconquista que ocho siglos antes empezaron unos pocos cristianos en las montañas de Asturias.
P. ¿Qué otros sucesos notables ocurrieron en este reinado?
R. El establecimiento del tribunal de la Inquisición con aprobación del Papa Sixto IV, el destierro de los judíos que no quisieron bautizarse y el descubrimiento del nuevo mundo por Cristóbal Colón. Conociendo los reyes el inconveniente de gobernar bien con el ilimitado poder que tenían los nobles en sus señoríos, les quitaron muchas prerrogativas para vigorizar el poder real, y el mismo rey se nombró gran maestre de las órdenes militares autorizado por el Papa. Protegieron las ciencias y las artes, debiéndose a su apoyo el vuelo que tomaron algunos años después. D.a Isabel murió el año 1504, dejando heredera universal a su hija D.a Juana, casada con el archiduque de Austria, mandando que, si el archiduque no quería venir á España, gobernase D. Fernando hasta que D . Carlos, su nieto, hijo de D.a Juana, cumpliera veinte años.
P. ¿Cuántos reyes hubo en España en el siglo XVI?
R. Tres: D.a Juana la Loca, Carlos I y Felipe II.
P. ¿Qué sabe V. del reinado de D.a Juana la Loca?
R. Fue proclamada reina de Castilla el mismo día que murió su madre D.a Isabel I, y D. Fernando renunció el título de rey de Castilla, tomando el de regente. D. Fernando se casó luego con Germana de Foix, sobrina del rey de Francia; y como ya los castellanos no le miraban bien, esta boda le enajenó por completo las voluntades, y se retiró a Aragón, dejando el gobierno de Castilla a su yerno D. Felipe, marido de D.a Juana, pues ésta se hallaba incapacitada para gobernar por su demencia.
P. ¿Cómo gobernó a Castilla D. Felipe el Hermoso?
R. Trabajó mucho porque las Cortes declararan demente a D.a Juana y le autorizaran para ponerla en reclusión, aunque no lo consiguió. Gobernó poco tiempo, mal y muy a disgusto de los castellanos; murió en Burgos el año 1506, por beber agua fría estando acalorado de haber jugado a la pelota. El mismo día de su muerte escribió a don Fernando el cardenal Cisneros; pero D. Fernando estaba en camino para Nápoles y no quiso venir a Castilla por entonces, y fue nombrado regente el mismo Cisneros, que tuvo este cargo nueve meses, pasados los cuales regresó D. Fernando y se encargó del gobierno hasta su muerte, ocurrida el año 1516, dejando heredera universal a su hija D.a Juana y de gobernador a su nieto D. Carlos.
P. ¿Qué me dice V. del reinado de Carlos I de España y V de Alemania?
R. Cuando murió su abuelo Fernando V el Católico se hallaba en Alemania, y tardó en venir á España año y medio: todo este tiempo gobernó el ilustre cardenal Cisneros, que murió en Roa al ir a recibir a D. Carlos, que había desembarcado en Villaviciosa, el año 1517. D. Carlos, de quien ya hemos dicho que era hijo de D.a Juana la Loca y D. Felipe el Hermoso, fue jurado rey en Valladolid, pues su madre se retiró a un convento de Tordesillas; los castellanos le recibieron muy bien pero les disgustaba que el rey diese los mejores destinos a los flamencos; y haciéndose intérprete del disgusto general, lo manifestó así al rey el noble burgalés Zumel. D. Carlos prometió atender a usos y costumbres, y juró respetar los fueron y libertades de Castilla: lo mismo le sucedió en Aragón y Cataluña; mas al fin, unas de grado y otras por fuerza, fueron arregladas las principales dificultades.
P. ¿Qué me dice V. de las Comunidades de Castilla?
R. Muerto el emperador de Alemania, abuelo de D. Carlos, fue éste elegido, con disgusto de Francisco I de Francia, que pretendía reinar en aquella nación: D. Carlos impuso al pueblo español un tributo para ir a coronarse a Alemana, y dejó de regente al cardenal Adriano, que, con ser muy sabio y muy bueno, no fué bien acogido por ser extranjero. Apenas había salido el rey de España, cuando se sublevaron contra la regencia varias ciudades Toledo fue la primera que hizo armas, y á la cabeza de los amotinados se puso el noble caballero D, Juan de Padilla; siguieron luego Segovia, Ávila, Salamanca, Zamora y otras; llamáronse Comunidades, porque defendían los derechos comunes de todos los españoles.
P. ¿Cómo obró el regente en vista de estos levantamientos?
R. Creyó que usando del terror dominaría en seguida a los amotinados, y mandó contra Segovia mil jinetes a las órdenes del alcalde Ronquillo, célebre por su crueldad; pero le salió al encuentro D. Juan Bravo y le destrozó, lo cual dió mucha fuerza moral y material a las Comunidades. Reunidos en Ávila los representantes de todas las ciudades sublevadas, acordaron destituir al regente, yendo luego a Tordesillas, donde estaba la reina D.a Juana alejada completamente del mundo; la reina recibió muy bien á los comuneros y nombró capitán general á Padilla, y así las Comunidades tomaron grande autoridad, yendo Padilla a Valladolid, donde fué recibido en triunfo.
P. ¿Qué supo el emperador así que supo estos desórdenes?
R. Asoció al regente a D. Iñigo de Velasco, condestable de Castilla, y al almirante D. Fadrique Enríquez, la cual medida quitó destruídos por el conde de Haro, en la famosa batalla de Villalar, donde lucharon con mucha desventaja; y aunque Padilla hizo prodigios de valor, no pudo evitar aquella derrota ni el caer prisionero, como sus compañeros Bravo y Maldonado, que fueron decapitados al día siguiente. La viuda de Padilla se defendió en Toledo por espacio de diez meses, y así acabaron las Comunidades.
P. ¿Qué otros sucesos ocurrieron en España mientras D. Carlos fue a coronarse emperador de Alemania?
R. A la sombra de los comuneros se sublevaron los valencianos, y D. Enrique Labrit, sucesor de los que fueron reyes de Navarra, entró en España con un ejército francés, y conquistó fácilmente los dominios que habían pertenecido a sus padres, puesto que no estaban guarnecidos; sin embargo, halló seria resistencia en el capitán D. Ignacio de Loyola, que defendía a Pamplona (este D. Ignacio es ahora San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús); pero el valeroso soldado fue herido y tomada la plaza. No contento D. Enrique con haber conquistado a Navarra, entró en Castilla y puso sitio a Logroño, donde fue derrotado por los castellanos, que le persiguieron hasta hacerle pasar los Pirineos con sus soldados.
P. ¿Cómo gobernó Carlos I cuando volvió a España?
R. Perdonó a los que tomaron parte en los alborotos; y aunque no le gustaba derramar sangre, hubo de sostener muchas guerras con diferentes naciones, especialmente con Francia, pues Francisco I era su natural enemigo, y no podía ver que en Europa hubiera otro monarca más poderoso que él. El emperador tuvo la suerte de vencer a todos sus adversarios, ya juntos, ya separados, y nunca abusó de la victoria.
P. ¿Cuál fué la batalla más memorable de su reinado?
R. La de Pavía, de cuya plaza era gobernador D. Antonio de Leiva. Sitiada por Francisco I, fue en ayuda de los sitiados el marqués de Pescara; ambos ejércitos eran insuficientes para batir al francés, pero las circunstancias eran apremiantes: el marqués molestaba cuanto podía a los franceses con pequeñas escaramuzas, y así los tenía en continua alarma, basta que el rey de Francia acordó dar una batalla decisiva. El día que destinaban para reñir con los españoles amaneció con una niebla tan densa, que aplazaron el ataque para mejor ocasión; al de Pescara, que estaba bien preparado, le pareció más oportuno no esperar, y ordenando a sus soldados que se sacaran los faldones de las camisas para distinguirse, empezó la batalla; avisados los de la plaza de esta novedad, hicieron una salida, sembrando la muerte y la confusión entre los franceses, que, no sabiendo cómo ni a quién habían de atacar, huyeron, dejando en poder de los españoles a su rey, que fue hecho prisionero por un soldado. Francisco I fue conducido a Madrid y puesto en libertad mediante ciertas condiciones, que luego no cumplió.
P. ¿Qué más puede V. referir del reinado de Carlos I?
R. En su tiempo se celebró el concilio de Trento. Los príncipes de Sajonia y otros personajes, ayudados por el rey de Francia, empezaron a molestar al emperador en Alemania; D. Carlos fue contra ellos, y como no aceptaron medios pacíficos, los derrotó con las armas, si bien no pudo quitar las raíces del mal por los muchos negocios a que tenía que atender. Durante este reinado Hernán-Cortés conquistó a Méjico, y Francisco Pizarro el Perú, Chile y Paraguay.
P. ¿Cómo terminó su vida Carlos I?
R. Deseando tranquilidad en sus últimos años, cansado del mundo y enfermo, abdicó la corona en su hijo D. Felipe, y se retiró al monasterio de Yuste, en Extremadura, donde fue tan humilde como prudente y valeroso en su reinado. Murió muy cristianamente el año 1558.
P. ¿Cómo administró sus estados Felipe II?
R. Mientras su padre Carlos I se hallaba entretenido en las guerras, gobernó D. Felipe sus Estados manifestando condiciones especiales para los negocios públicos, y por esta causa fue recibido como rey con señaladas muestras de amor y respeto. Desmembrado el imperio de Alemania, aún heredo D. Felipe a Castilla, Aragón, Navarra, NápOles, Sicilia, Milán, Cerdeña, las Balsares, los Países Bajos, Canarias, Filipinas, Perú, Chile, Cuba y otras diferentes islas y posesiones, siendo, por lo tanto, el soberano más poderoso del mundo; pero si heredó grandes reinos, también heredó la enemistad de los rivales de su padre, los cuales, por ir contra él, no dudaron aliarse con los príncipes protestantes, fomentando de este modo la herejía por humillar á España.
Los monarcas que gobernaron nuestra nación desde los Reyes Católicos tuvieron especial cuidado en fomentar la unidad religiosa, consiguiendo establecer en sus dominios la unidad y paz de que carecían los demás reinos del centro de Europa, en los que se derramó mucha sangre por las discordias religiosas. Felipe II no tuvo en su vida otra mira que la defensa de la religión y de la patria; hizo guerra en Flandes para combatir una rebelión y hacer respetar su autoridad, pero no sembraba discordia ni se acordaba de nuevas conquistas.
P. ¿Cómo ocurrió la batalla de San Quintín?
R. Los franceses, con quienes tenía ajustada una tregua de cinco años, rompieron las hostilidades por la frontera de los Países Bajos, y este proceder hizo preparar al rey para la guerra, y puso sitio a la plaza de San Quintín. Era ésta de mucha importancia, y Francia mandó tropas auxiliares para defender a los sitiados; pero éstas fueron derrotadas y San Quintín tomada por asalto: esta memorable jornada se llevó a cabo el año 1557, el día de San Lorenzo y en memoria suya fundó D. Felipe el grandioso monasterio de San Lorenzo del Escorial.
El rey de Francia extremó sus recursos para juntar un nuevo ejército y hacer guerra a España; pero D . Felipe se fue en persona a buscarle con fuerzas no menores que las del francés, y cuando se esperaba una nueva y terrible batalla, se firmaron las paces, casándose el rey de España con D.a Isabel, hija del rey de Francia.
P. ¿Qué sabe V. de la batalla de Lepanto?
R. Selim II, emperador de Turquía, había iuntado una escuadra formidable, la mayor que había en el mundo; y abusando de su fuerza, hostigaba continuamente a las demás naciones, y los mismos españoles sufrieron algunos descalabros. Por iniciativa de San Pío V se juntaron las escuadras de España, Venecia, Génova y de los Estados Pontificios, de cuyo mando se encargó el ilustre capitán D. Juan de Austria, hermano natural de Felipe II; y encontrando a los turcos en el golfo de Lepanto, les presentó batalla. Las fuerzas eran aproximadamente iguales, ambos reñían con igual valor, pero la victoria de los cristianos fué completa. Echaron a pique dos terceras partes de las embarcaciones enemigas, haciéndoles considerable número de bajas, entre ellas al general turco. Miguel de Cervantes se encontró en esta batalla, y fué herido en el pecho y en la mano izquierda.
P. ¿Qué me dice V. de la guerra de los protestantes?
R. Cuando Felipe II vino de Flandes a España, dejó encargado el gobierno de los Países Bajos a su hermana natural D.a Margarita de Austria: el príncipe de Orange Guillermo Nassau y el conde de Horn, que aspiraban a aquel mando, y que D. Felipe no les dió porque no le inspiraban suficiente confianza, hicieron causa común con los protestantes. Don Felipe mandó a Flandes al duque de Alba, y a su llegada se retiraron los rebeldes, quedando al parecer apaciguados; pero no fue sino estratagema, pues considerándose poco fuertes para resistir al duque, fueron en busca de más fuerzas: algunos jefes que fueron habidos pagaron con la vida. Al poco tiempo llegaron dos ejércitos, cada uno superior al del duque de Alba; pero éste tuvo la suerte de destruirlos y hacer huir los pocos que quedaron con vida.
P . ¿Qué hizo el duque de Alba después de vencer a sus enemigos?
R. Entró en Bruselas cargado de laureles, y allí continuó haciendo uso de tal severidad, que España se malquistó las voluntades: fué relevado por D. Luis de Zúniga, que contrastaba con el carácter del duque por su afabilidad; y entendiendo que era debilidad, abusaron de su buen carácter, siendo tarde cuando quiso acudir al daño, porque tenía pocos soldados; y así se fueron perdiendo provincias, quedando reducidas a dos las diecisiete que poseía allí D. Felipe.
P. ¿Cómo tomó posesión de Portugal Felipe II?
R. Por muerte de su madre D.a Isabel heredó aquel reino; pero también tuvo que hacer uso de las armas, y mandó al duque de Alba, que con solas dos batallas consiguió que aceptaran a D. Felipe los que se oponían.
P . ¿Qué sabe V. de l a escuadra Invencible?
R. D.a Isabel, reina de Inglaterra, favoreció abiertamente a los enemigos de España; y envidiosa del poder de Felipe II, le molestaba cuanto podía: esta reina mandó matar á su prima María Estuardo, reina de Escocia, sin hacer caso de las instancias que el rey de España hizo para que la dejara con vida, y por último, mandó contra España a uno de sus mejores marinos, llamado Francisco Drake, con una escuadra para que hiciera en nuestros puertos cuanto daño pudiera. Esta medida obedecía a una orden poco política que dió D. Felipe prohibiendo en sus Estados el comercio con los ingleses. Drake hizo mucho daño en nuestras costas, especialmente en Cádiz, donde pegó fuego a veintiséis buques. Cansado el de España de sufrir tales desafueros, mandó preparar una escuadra, que por ser la mayor del mundo la llamaron la Invencible: llevaba tropas suficientes para conquistar á Inglaterra; pero antes de hacer cosa de provecho separó los buques una tempestad, sufriendo graves averías que les obligaron a volver a las costas de España.
P. ¿Qué ocurrió en Aragón en el reinado de Felipe II?
R. Antonio Pérez, secretario de D. Felipe, de quien era muy querido, mató a Escobedo, secretario muy querido también de D. Juan de Austria, y por esta causa fué preso; pero huyó de la prisión y se fue a Zaragoza, de donde era natural: reclamado por los tribunales, fue hecho preso de nuevo; pero el pueblo se amotinó y le puso en libertad, causando no pocas víctimas.
Las tropas reales fueron a reprimir aquellos alborotos, y el justicia mayor D. Juan de Lanuza, obligado por el pueblo, salió a oponerse a las fuerzas del rey, que entraron en Zaragoza, condenando a muerte a Lanuza.
P. ¿Cómo terminó el reinado de Felipe II?
R. Ya anciano y achacoso, cansado de guerras y disgustos, cedió el gobierno de los Países Bajos a su hija D.a Isabel: su hijo D. Carlos había muerto víctima de su poca robustez y de sus muchos excesos, y se retiró al Escorial, donde vivía con notable moderación y sencillez en el trato de su persona, dando ejemplo de cristiandad. Dos días antes de morir llamó a sus hijos y se despidió de ellos, recomendándoles mucho que fueran buenos cristianos y se condujeran con prudencia en el gobierno de sus Estados. El año 1598 murió aquel eminente defensor de la religión, cuya vida entera consagró en provecho de su patria, siendo en todo justo y prudente.
Artículo 2º.- Sencillez y libertad
Jesús al entrar en el mundo habla así a su Padre: «Heme
aquí que vengo para hacer vuestra voluntad.» «¿Pues qué,
observa Monseñor Gay, no viene a predicar, a trabajar, a sufrir
y a morir y a vencer al infierno, a fundar la Iglesia y salvar al
mundo por la cruz? Es verdad que tal es su misión. Mas, si
quiere todo esto, es porque tal es la eterna voluntad de su
Padre. Sólo esta voluntad le conmueve y le decide. Sin dejar
de ver todo lo demás, sin embargo, es a ella sólo a la que
mira; de ella habla, de ella sólo quiere depender. Y cuando
después hace tantas cosas, cosas tan elevadas, tan inauditas,
tan sobrehumanas, no hace jamás, sino esta cosa
sencillísima, es decir, la voluntad de su Padre Celestial.» Tal
sucede al alma que practica el Santo Abandono. Tiene
múltiples deberes que cumplir; mas sea que esté en el coro,
en el trabajo, en las lecturas piadosas, que se ocupe de sí
misma o de los demás, que disponga a sus anchas del tiempo,
o se halle excesivamente ocupada, jamás tiene sino una sola
cosa que hacer: su deber, la santa voluntad de Dios. Pasará
por la salud y la enfermedad, la sequedad y las consolaciones,
la calma y la tentación; en la diversidad de acontecimientos
sólo ve una cosa: al Dios de su corazón que los dirige y por
ellos le manifiesta su voluntad. Los hombres van, vienen y se
agitan; que la aprueben, la critiquen o la olviden, que la
alegren o que la hagan sufrir, levanta más alto sus miradas y
ve a Dios que los dirige, a Dios que se sirve de ellos para
manifestarle lo que de ella espera. No ve, pues, en todo sino a
Dios y su adorable voluntad. He aquí lo que da a su vida una
maravillosa sencillez, una simplicísima unidad. ¿Hay
necesidad de añadir que esta vista constante de Dios produce, como
naturalmente, otro fruto de un precio inestimable; una
altísima pureza de intención? Ella procura también la libertad
de los hijos de Dios. «Si alguna cosa -dice Bossuet- es capaz
de hacer a un corazón libre y dilatado, es el perfecto
abandono en Dios y en su santa voluntad.»
Y sólo él es capaz de esto. Pues qué, ¿son libres los
pecadores que viven a medida de sus deseos? Son unos
desdichados esclavos, y el mundo y sus pasiones son sus
tiranos. ¿Son libres los cristianos débiles aún en la práctica de
su deber? Las ocasiones los arrastran, el respeto humano los
subyuga; desean el bien y mil obstáculos les apartan de él, y
detestan el mal y no tienen valor para alejarse. ¿Son libres, al
menos, los hombres más adelantados, pero que se forman
una devoción a su manera, y buscan las consolaciones
sensibles? En el fondo los domina el amor propio; no están
menos esclavizados por él que los mundanos lo están por sus
pasiones, de donde resulta que son inconstantes y
caprichosos, y que la prueba los desconcierta. Un alma es
libre y desprendida en la proporción en que las pasiones están
amortiguadas, domado el amor propio, pisoteado el orgullo. La
mortificación interior comienza y prosigue esta liberación; mas,
ya lo hemos visto, sólo el abandono la termina, porque sólo él
nos establece plenamente en la indiferencia, sólo él nos
enseña a no ver los bienes y los males sino en la voluntad de
Dios, sólo él nos une a esta santa voluntad con todo el amor,
con toda la confianza de que somos capaces.
Nos hace libres respecto a los bienes y a los males
temporales, a la adversidad o a la prosperidad; ya no nos
esclaviza ni la avaricia, ni la ambición, ni la voluptuosidad; las
humillaciones, los sufrimientos y las privaciones, las cruces de
todo género han cesado de espantarnos; sólo a Dios hemos
entregado nuestro corazón, y estamos dispuestos a todo por
cumplir su adorable voluntad.
Nos hace libres con respecto a los hombres. Deseando tan
sólo complacer a Dios por una amorosa y filial sumisión,
«ningún respeto humano -dice el P. Grou- nos detiene; los
juicios de los hombres, sus críticas, sus burlas, sus
desprecios, nada significan para nosotros, o por lo menos no
tienen la fuerza de desviarnos del camino recto.
En una palabra, nos vemos elevados por encima del mundo, de sus
errores, de sus atractivos y de sus temores. ¿En qué
consistirá, pues, la libertad, si esto no es ser libre?»
Hácenos también libres con respecto a Dios mismo.
«Quiero decir -añade el mismo autor- que sea cual fuere la
conducta que Dios observe para con estas almas, sea que las
pruebe o que las consuele, que se acerque a ellas o que
parezca alejarse», puede El permitirse todo, nada las turba,
nada las desanima. «Su libertad para con Dios consiste en
que, queriendo todo lo que Dios quiere, sin inclinarse
-voluntariamente- ni de uno ni de otro lado, sin detenerse a
considerar sus propios intereses, han consentido de antemano
en todo cuanto les acontezca, han confundido su elección con
la de Dios, han aceptado libremente todo lo que les viene de
su parte.»
Hácenos, en fin, libres con respecto a nosotros mismos,
hasta en las cosas de piedad. El Santo Abandono, en efecto,
nos establece en una total indiferencia para todo lo que no es
el divino beneplácito. Desde este momento, dice San
Francisco de Sales, «con tal que se haga la voluntad de Dios,
de nada más se cuida el espíritu», y el corazón llega a ser
libre. «No se aficiona a las consolaciones, mas recibe las
aflicciones con toda la dulzura que la carne puede permitirle.
No digo que no ame y desee las consolaciones, sino que no
aficiona su corazón a ellas. En manera alguna pone su afecto
en los ejercicios espirituales, de suerte que, si por enfermedad
u otro accidente se le impiden, no se disgusta por ello.
Tampoco digo que no los ame, sino que no se apega a ellos.»
Jamás los omite, a menos de no convencerse de que es tal la
voluntad de Dios; mas los deja con entera libertad tan pronto
como el querer divino se manifiesta por la necesidad, la
caridad o la obediencia. De idéntica manera no se irrita contra
el importuno que le incomoda, interrumpiéndole, por ejemplo,
su meditación, pues no desea sino servir a Dios, y «lo mismo
le da hacerlo meditando que soportando al prójimo, y soportar
a éste es lo que Dios exige de él en el momento presente». No
le impacientan las cosas que van contra sus inclinaciones,
pues en manera alguna se deja arrastrar de ellas, sólo desea
cumplir la voluntad divina.
La práctica del Santo Abandono le ha procurado, pues, la dichosa
«libertad de los hijos amados, es decir, un total desasimiento de su
corazón para seguir la voluntad de Dios conocida».
Artículo 1º.- Intimidad con Dios
El primer fruto del Santo Abandono, fruto tan nutritivo como
sabroso, es una deliciosa intimidad con Dios, fundada en una
confianza llena de humildad.
¿Qué hay de extraño en esto? ¿No es Dios nuestro Padre
celestial y la misma Bondad? Nadie puede comparársele en la
tierra ni por la generosidad, ni por la ternura; El es la fuente en
que reside infinitamente el amor y donde se deriva en nosotros
por participación. Preciso es que Dios Padre ame
amorosamente a los hombres, puesto que para salvarnos no
ha titubeado en entregar a su Hijo Amado, eterno objeto de
sus infinitas complacencias. El Verbo encarnado se ha
dignado amarnos más que a su vida; ¿no es El el Salvador, el
Amigo, el Esposo de las almas? ¿Hubo jamás un corazón
comparable al suyo, un corazón tan abnegado, dulce,
misericordioso, paciente, tardo en castigar y pronto en
perdonar? Es maravillosamente humilde nuestro gran
Hermano mayor, y no quiere estar distanciado de sus pobres
hermanos menores de la tierra. En fin, el Espíritu Santificador,
¿no se ocupa de las almas día y noche, viniendo en su ayuda mil
veces por día, con más ardor y solicitud que una madre
inclinada sobre la cuna de su hijo? Sí, verdaderamente, «Dios
es amor». Cuando está con sus hijos, olvida de intento su
grandeza y nuestra pequeñez; no es sino un padre,
haciéndose del todo pequeño con los pequeñitos porque los
ama.
Nuestro Padre San Bernardo es inagotable cuando
describe la dulce intimidad de algunas almas con Dios. «El
amado -dice- está presente, apártase el maestro, desaparece
el rey, ocúltase la majestad, cede el temor a la fuerza del
amor. Así como en otro tiempo Moisés hablaba a Dios como
un amigo con su amigo y Dios le respondía, así ahora,
fórmase entre el Verbo y el alma una comunicación familiar
como la de dos personas que viven bajo el mismo techo.
¿Qué tiene de extraño? Como su amor no tiene sino un mismo
origen, es recíproco y mutuas las caricias. Palabras más
dulces que la miel escápanse de ambos corazones, uno y otro
dirígense miradas de una infinita dulzura, señales de mutua
ternura.» Esta condescendencia divina es harto maravillosa;
mas, «Dios también ama, y su amor no le viene de otra parte,
porque El mismo es la fuente; ama con tanta más fuerza
cuanto que no sólo tiene amor, sino que es el amor mismo, y a
los que ama, trátalos como amigos, no como a servidores. Ved
cómo la majestad misma cede su puesto al amor. Porque es
propio del amor no considerar a nadie bajo de si, a nadie
sobre sí; grandes y pequeños, pónelos todos al mismo nivel y
no hace de ellos sino una misma cosa». «¿Y de dónde le
viene al alma este atrevimiento? Siente que ama a Dios y que
ella le ama con ardor; desde este momento no puede dudar
que sea también intensamente amada. ¿No consiste su única
aplicación en buscar de continuo y con todo su corazón los
medios de agradar a Dios? Conforme a su celo y a sus
esfuerzos juzga, sin duda, que Dios ha de pagarla en la misma
moneda, no olvidando la promesa del Señor: Con la medida
que midiereis, seréis medidos. Lo diré mejor: sabe que su
Amado la aventaja; por lo que en si propia experimenta
reconoce lo que pasa en Dios; no duda que sea amada,
puesto que ella ama; y la verdad que así es. El amor de Dios
al alma es el que produce el amor del alma a Dios.»
«Ved, concluye el santo doctor, ved cómo El os da pruebas
inequívocas de su amor si vos le amáis, y de su solicitud si os
ve ocupados por completo en El. Seríais temerarios si os
atribuyerais cosa alguna en esta materia, anteponiéndoos a
El; El os ama más y es el primero en amaros. Conociendo
esto el alma, ¿qué extraño es que se gloríe de ver al Dios de
la Majestad atento a ella sola como si olvidara el resto de las
criaturas, cuando ella misma, olvidando todo otro interés, se
conserva única e inviolablemente para El?»
Mas, ¿para quién es esta deliciosa intimidad? Para el alma
amante y sumisa. «Yo amo a los que me aman», nos dice la
divina Sabiduría. Amemos a Dios y estaremos seguros de ser
amados; amemos mucho y tendremos seguridad de ser
amados sin medida. ¿No es por ventura verdadero amor el
que se da, aquel sobre todo que se manifiesta por una
perfecta obediencia y un filial abandono? Nuestro Señor es
quien nos lo asegura: «Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
nuestra morada en él.» «Cualquiera que haga la voluntad de
mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi
hermana y mi madre». La obediencia y el abandono nos
asemejan, en efecto, a Aquel que se hizo obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Su Santísima Madre se le parece y
le es querida ante todo, no solamente por haberle llevado en
sus entrañas, sino más aún porque escuchó mejor que nadie
la divina palabra y la puso en práctica. Todos podemos
adquirir este parentesco espiritual, este parecido con nuestro
divino Hermano; y la semejanza irá acentuándose a medida
que se avanza en el amor, la obediencia y el abandono.
Llegará por fin el día en que el alma, a costa de múltiples
sacrificios - y qué sacrificios! -, no tendrá más que un mismo
querer y no querer con Dios. Bajo el peso de la cruz como en
las alegrías del Tabor, el alma no ve más que a Dios y su
adorable voluntad; reverencia siempre este divino querer, lo
aprueba, lo acepta amorosamente; siempre está contenta de
Dios, le besa la mano aun cuando la crucifique; y en la misma
agonía, le sonríe a través de sus lágrimas. Y entonces, sin
duda, Jesús nuestro modelo y nuestro amor, le vuelve sus ojos
y su corazón reposa en ella, algo así como los reposaba en su tierna
Madre, porque echaba de ver en Ella las disposiciones
perfectamente conformes con las suyas. Dios Padre
experimenta un verdadero gozo mirando la imagen viviente de
su Hijo; el Espíritu Santo, que es su primer autor, contempla
su obra con una dulce satisfacción. Toda la Santísima Trinidad
se inclina hacia ella repitiendo, salva la debida proporción:
Este es mi hijo amado, el objeto de mis complacencias.
De aquí proceden esas privanzas divinas de que están
llenas las vidas de los santos y las biografías piadosas. Si
hemos de prestar crédito a los escritos de cierta religiosa, se
verán a cada página las más conmovedoras pruebas de
bondad divina. Dios Padre no la llama sino «su hijita de la
tierra», y le habla con la misma ternura que una madre a su
hijo. Nuestro Señor le da el nombre de su «hermanita, su hija,
su esposa». «Dios mío, os amo con todo mi corazón», decía la
humilde religiosa, y el divino Maestro respondía
bondadosamente y hasta con cariño: «También yo te amo».
¿Quién no se sentiría conmovido al leer esas deliciosas visitas
que el Niño Jesús le había hecho con todos los encantos del
abandono?
A este paternal afecto de parte de Dios corresponde por
parte del alma una confianza llena de humildad. «Dios mío,
decía esta religiosa, creo en vuestro amor, creo en vuestra
ternura, creo en vuestro corazón.» Estas almas conocen, en
efecto, a Dios por una fe viva y penetrante; le conocen
también por una dulce experiencia. Acostumbradas a verse
amadas tan íntimamente y conducidas con tanta solicitud,
llega a tanto su atrevimiento, que se entregan de lleno a las
efusiones de su ternura, y tienen la osadía de decir a Dios tres
veces Santo con entera franqueza cosas tan afectuosas y
llenas de confianza que nadie diría tantas a su propia madre.
Ciertamente, Dios no se da por ofendido con ello, al contrario,
se goza en eso mismo, puesto que su gracia nos excita y nos
ayuda a continuar en estos pensamientos; no obstante, para
preservar al alma del orgullo y mantenerla en un completo
desasimiento la priva de sus caricias, parece olvidarla y no
tener para con ella sino la indiferencia. Entonces ella, sin
disminuir en nada su confianza, dice con esta religiosa: «El
Padre quiere que sea su hijita. En el sufrimiento, en las penas
interiores debo portarme como un niño a quien su madre hiere
para curarle. Grita cuando ésta le causa mucho dolor, pero
esto no impide que se recline sobre el seno materno, y recibe
con sumo placer las caricias de la que momentos antes le
hacía llorar. Luego, con un tierno y afectuoso beso de una
parte y otra, se secan estas lágrimas. Tal debo hacer yo con el
Padre que está en los cielos.»
Pero, ¿qué es de la humildad en este trato tan íntimo y
confiado? Tan pronto da el alma libre curso a su ternura como,
confusa de su atrevimiento, adora profundamente al Dios de
su amor, hácele mil protestas de humildad y amorosa sumisión
y se abisma en el sentimiento de su miseria y ruindad. El
bondadoso Maestro, por su parte, la invita a ello por su gracia,
y si es necesario le coloca en este estado mediante las
humillaciones; siempre, aun cuando la levanta, vela por la
humildad. «Señor, ¿Qué es lo que tanto os atrae hacia mí?,
decía esta misma alma.» «Es tu inmensa miseria», le
respondió Jesús; «y mi amor para ti es tal que tus infidelidades
no pueden impedirme el que te colme de mis caricias». Dios
sabe elevar y abatir alternativamente, de manera que la
confianza y la humildad crezcan juntas y se presten mutuo
apoyo. Así es como para Santa Teresa del Niño Jesús fue la
humildad una de las fuentes, y no la menor, de la confianza en
Dios. Lo hemos hecho ya notar; buscaba su camino para
llegar a la santidad y lo encontró en estas palabras de la divina
Sabiduría: «Si alguno es pequeñito, venga a Mí». Esto fue un
rayo de luz; se hace pequeñita en el sentimiento de su
debilidad y de su nada; permanece pequeñita, y su ambición
consistirá en ser olvidada y pasar inadvertida. Y pequeñita
como un niño, amará como niño, obedecerá como niño,
esparcirá flores como un niño, es decir, hará todos los
sacrificios pequeños que puede hacer un niño. Mas, en
retorno, será amada como un niño, y los brazos de Jesús
serán el ascensor que la elevará hacia la perfección.
Desgraciadamente tendrá sus faltas, pues los niños caen
algunas veces, pero llorando vienen a echarse en brazos de
su madre, y son perdonados y consolados. Así lo hará ella. Ha
sido pura entre los santos más puros; pero aun cuando
hubiera cometido todos los pecados del mundo, imitaría a Magdalena
arrepentida y nada perdería de su confianza. «Sabía a qué atenerse
acerca del amor y de la misericordia»
de su buen Maestro; y, por otra parte, con una humildad de
niño nadie se condena; siempre hallará buena acogida cerca
de Aquel que fue «dulce y humilde de corazón», y que decía:
«Dejad que los niños se acerquen a Mí, que de ellos y de los
que se les asemejan es el reino de los cielos».