Traducir
lunes, 27 de enero de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
Los Católicos Cristeros
Continuación...
A partir del 1° de agosto de 1926, dieciséis millones de católicos mexicanos se quedaron sin misa ni sacramentos. Sintieron que el mundo se les caía encima. Roma callaba en lugar de seguir denunciando la barbarie comunista; las tropas federales asaltaban y fusilaban sin freno alguno; los gobernadores de los estados mandaban ahorcar a los líderes católicos. Al pueblo no le quedaba otra salida que la guerra, por lo que empezaron a sucederse alzamientos populares, poco después de la suspensión del culto.
El propio tirano marxista Elías Calles, el 21 de agosto de 1926, cuando recibió en audiencia a los representantes del episcopado, les dijo: “ a los católicos no les queda más remedio que (hacer gestiones ante) las Cámaras o (empuñar) las armas!”
Casi de inmediato se recabaron muchas firmas de ciudadanos católicos; se realizaron manifestaciones multitudinarias; boicot contra los artículos de lujo; se interpusieron recursos legales ante los diputados el 6 de septiembre de 1926. Dichas peticiones ni siquiera fueron admitidas a trámite.
Por todo ello, era más evidente que el acorralamiento feroz que sufría el pueblo, era lo que le llevaba a la guerra. Este pueblo que hasta entonces lo había soportado todo, no pudo sufrir que se le privara de los sacramentos de su religión, no pudo aguantar que se le privara de Cristo Sacramentado, por lo que poniendo en práctica las enseñanzas de la Religión Católica, de que “no sólo de pan vive el hombre”, y de que “la única muerte que ha de temerse no es la del cuerpo, sino la muerte eterna (del alma)”, se lanzó a combatir en nombre de Cristo Rey y de la Virgen de Guadalupe. La suspensión del culto público fue, pues, la gota que derramó el vaso (…) Su grito de batalla era “¡Viva Cristo Rey!”; de ahí la denominación que encontraron los federales para referirse a los “Cristeros”.
La mayoría de los obispos de México, impidieron que los sacerdotes bajo su jurisdicción los auxiliaran espiritualmente. De un total de 3,500 sacerdotes que había en el país, sólo un centenar entraron a la clandestinidad para asistir sacramentalmente a los cristeros.
Algunos obispos, llegaron al grado de prohibir la insurrección en sus diócesis, amenazando incluso a los sublevados con la excomunión. De 38 obispos, los únicos que apoyaron a los cristeros fueron:
José de Jesús Manríquez y Zárate, Obispo de Huejutla, José María González y Valencia, Arzobispo de Durango, Francisco Orozco y Jiménez, Arzobispo de Guadalajara, Leopoldo Lara y Torres, Obispo de Tacámbaro y Emeterio Valverde y Téllez, Obispo de León.
Por su parte, los obispos norteamericanos tampoco apoyaron a los cristeros; sino que, por el contrario, se sumaron a la infamia y sólo les dieron migajas, limosnas insultantes. Ellos conocían bastante bien lo que estaba sucediendo en México; no ignoraban que el gobierno estadounidense patrocinaba al gobierno comunista de Calles, que sus huestes incendiaban millares de aldeas; arrojaban a la gente desplazada de sus tierras a los caminos y a veces las ametrallaba; robaban sus cosechas y el ganado, para matar luego a tiros a los animales que no habían podido llevarse. Poblaciones enteras fueron deportadas en vagones del ferrocarril, como represalia contra los combatientes cristeros, a quienes temían enfrentar. Los postes telegráficos contiguos a las vías del tren, les sirvieron como cadalso para ahorcar católicos, a lo largo de kilómetros y kilómetros. Las tropas gubernamentales, en sus asaltos, gritaban: ¡viva nuestro padre satanás!; a la vez que profanaban las iglesias entrando a caballo, derribando y fusilando imágenes de la Santísima Virgen y de los Santos.
Las Sagradas Hostias eran pisoteadas bajo los cascos de sus cabalgaduras. Solamente los arzobispos de Baltimore y de San Antonio Texas, movidos por la vergüenza, confesaron lo que sabían: “… Washington… es el aplastante poder que sostiene a los bolcheviques mexicanos”.
No obstante la falta de apoyos, los católicos mexicanos con sus solas fuerzas, y gracias a la sangre de muchos mártires, en tres años de guerra, habían logrado el control de gran parte de los territorios rurales de quince estados de la República, y contaban con un valeroso ejército llamado la Guardia Nacional, de hasta cincuenta mil combatientes, distribuidos en el territorio mexicano.
martes, 21 de enero de 2014
Los Católicos Cristeros (primera parte)
LOS CATÓLICOS CRISTEROS
A mediados del
siglo XIX, en la época del siempre
publicitado Benito Juárez, con
motivo de las llamadas “leyes de
Reforma” se despojó a la Iglesia de todos sus bienes rústicos, se declaró
la separación del Estado, se introdujo en nuestras leyes, tanto el matrimonio
civil como el divorcio, se prohibió la enseñanza religiosa en las escuelas y se
expulsó a todos los religiosos de sus
monasterios.
Durante el
prolongado régimen porfirista, el
gobierno soslayó la aplicación de las leyes anticatólicas; pero mantuvo
oficialmente su obligatoriedad y vigencia.
Bajo la jefatura de Venustiano Carranza (1915-1920), el
país volvió a sufrir una furiosa persecución en contra de la Iglesia Católica.
El grupo en el poder, continuó imponiendo una política jacobina y marcadamente
comunista. En la constitución de 1917 se estableció normativamente, que se
prohibía el apostolado de los sacerdotes no mexicanos; adueñándose, además, el
Estado, de todos los edificios religiosos.
Carranza, se propuso subyugar a la Iglesia y, de ser posible,
aniquilarla.
En los años veinte,
fueron cerradas muchas iglesias, por simple decisión gubernamental.
Ante la crítica
situación, el Arzobispo Mora y del Río, el 4 de febrero de 1926, declaró públicamente
que no se podía reconocer lo decretado en los artículos 3, 5, 27 y 130 de la
constitución política.
Los católicos organizados,
crearon la Liga Defensora de la Libertad
Religiosa, y publicaron un folleto en el que se condenaba el Texto
Constitucional.
El Papa reinante Pío XI, escribió, al
efecto, una carta pastoral en la que expresó que el gobierno mexicano había
emitido tan injustas medidas gubernamentales, que “no merecen el nombre de leyes”.
En cuanto sube al
poder Plutarco Elías Calles
(1924-1928), socialista, radical y masón, determinó hacer aplicación rigurosa de las leyes anticlericales.
El Episcopado Mexicano estaba dividido.
La gran mayoría de
los obispos eran “conciliadores”, dispuestos a pactar con el régimen con tal de llegar
a un acuerdo que devolviese la libertad a la Iglesia.
Había un grupo de
prelados que constituían una facción diplomática-legalista, dirigida por el
obispo de Tabasco, Pascual Díaz, así como por los ordinarios Ruiz y Flores, y
Banegas y Galván, Vicepresidente del Comité Episcopal Mexicano y Obispo de
Querétaro, respectivamente. Estos estaban alineados a la “estricta legalidad
jurídica” y eran también muy del agrado del Cardenal Pietro Gasparri,
secretario de Estado de Pío XI.
Desde luego, también
existía la facción conservadora, llamada
“radical”, integrada por un grupo reducido de obispos que enseguida se
mencionan.
Sin embargo, ante
los acontecimientos, el poder civil tuvo una reacción tan drástica que “hizo
vacilar la línea” conciliadora, y empujó a los prelados a adoptar contramedidas
enérgicas.
Llegado el verano de
1926, la situación se hizo insostenible y el Episcopado tomó la decisión extrema de suspender el culto, como una
medida de presión a las autoridades políticas con el fin de exhibirlos como
perseguidores de los católicos ante el pueblo y ante la opinión pública
internacional.
Se había llegado al
límite de lo soportable. El pueblo se levantó en armas contra el ateísmo, el
sectarismo y los atropellos; pero conviene puntualizar que lo que provocó la
insurrección armada de los católicos, no
fue la persecución religiosa promovida por los revolucionarios, mismos que
venían azotando a la nación desde hacía
ya mucho tiempo, sino la
suspensión del culto público que el
episcopado ordenó el 24 de julio de 1926, junto con el cierre de las iglesias y
la privación de los sacramentos.
Los obispos declararon:
“En la imposibilidad en que estamos de
mantener el ejercicio del ministerio sacramental…, (y) habiendo consultado al
Santo Padre, Su Santidad Pío XI, y obtenido su aprobación ordenamos que a partir del 31 de julio… se suspenda en todas las
Iglesias de la República el culto público que requiera intervención del
ministerio sacerdotal”.
¡Medida inaudita
hasta entonces en la historia de la Iglesia!
Continuará en entradas subsecuentes...
lunes, 20 de enero de 2014
Receta para los tiempos de crisis actuales
Estimados hermanos en Jesucristo Nuestro Señor:
La Divina Providencia nos ha elegido para vivir en estos tiempos difíciles. Debemos preparar nuestras
almas para fuertes acontecimientos que se avecinan (persecución religiosa, catástrofes naturales, enfermedades, muerte de seres queridos, falta de Sacramentos verdaderos, falta de sana doctrina... etc.
¿Qué tenemos que hacer?
Nada nuevo. Hagamos lo que han hecho todos los santos a lo largo de la historia de la Cristiandad. Seamos hombres y mujeres
de oración. ¡A mayores pruebas, mayores gracias! Nuestro Señor Jesucristo nunca abandona a los
hijos que le imploran su ayuda.
Recordemos lo que nos dice San
Buenaventura: “Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de
esta vida, sé hombre de oración. –Si quieres obtener el valor y las fuerzas
necesarias para vencer las tentaciones del demonio, sé hombre de oración. –Si
quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus inclinaciones y apetitos,
sé hombre de oración. –Si quieres conocer las astucias de Satán y descubrir sus
engaños, sé hombre de oración. –Si quieres vivir alegre y andar con facilidad
por las sendas de la penitencia, sé hombre de oración. –Si quieres arrojar de
tu alma las moscas importunas de los pensamientos y cuidados vanos, sé hombre
de oración. –Si quieres llenar tu alma de la mejor devoción y tenerla siempre
ocupada de buenos pensamientos y buenos deseos, sé hombre de oración. –Si
quieres afirmarte y fortificarte en los caminos de Dios, sé hombre de oración.
–Por último, si quieres arrancar de tu alma todos los vicios y plantar en ella
todas las virtudes, sé hombre de oración. En la oración es donde se recibe la
unión y la gracia del Espíritu Santo que nos lo enseña todo; digo más, si
quieres elevarte a las alturas de la contemplación y gozar los dulces abrazos
del Esposo, ejercítate en la oración. Ella es la senda por la cual llega el
alma a contemplar y gustar las cosas celestiales.”
San Pedro de Alcántara nos dice:
“En la oración, el alma se purifica de sus pecados, se alimenta de la caridad,
se afirma en la fe, se fortifica en la esperanza; el espíritu se ensancha, el
corazón se purifica, la verdad aparece, la tentación se vence, la tristeza se
disipa, los sentidos se renuevan, las fuerzas perdidas se recobran, la tibieza
cesa, el orín de los vicios desaparece. De la oración salen como vivas
centellas los deseos del cielo. En ella se descubren los secretos y Dios
siempre está atento para escucharla…”.
(Tomado del libro Los Caminos de la Oración Mental por Don Vital Lehodey)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)