FUENTE
El Invitatorio de la Fiesta dice: Venid, adoremos al Dios verdadero, Uno en la Trinidad, y Trino en la Unidad.
La fe católica exige que adoremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la Unidad; sin confundir las personas ni separar la substancia.
En efecto, no hay que confundir las Personas. Porque, si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo fueran una sola y misma persona, como son una sola y misma substancia, ya no habría lugar a profesar una Trinidad verdadera.
Tampoco hay que separar la substancia. Porque, si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estuvieran separados entre sí por la diversidad de sus substancias, como son distintos por sus propiedades personales, habría Trinidad, pero esta Trinidad no sería un solo Dios.
Confesamos, pues, no sólo la verdadera distinción de las Personas, sino también la unidad de la Substancia divina.
Por medio de su inteligencia, el hombre, a partir de las creaturas, puede conocer a Dios uno; puede balbucir algo acerca de sus perfecciones y hallar su felicidad en la adoración y el amor del Dios así conocido.
Pero, el Dios verdadero, que es Trino, sigue siendo un extraño para el hombre, ya que no conoce en qué consiste la vida divina, que es misterio insondable que nadie puede alcanzar si Dios no se lo revela. Sólo la divina Revelación nos descubre la vida íntima de Dios y nos a conocer el misterio de la Santísima Trinidad
Ahora bien, este misterio pertenece esencialmente a la fe verdadera; de modo tal que, no sólo los hombres que pertenecen a la era cristiana deben creerlo y profesarlo para salvarse, sino que también los antiguos han debido hacerlo. Una sola y misma fe es la que Dios exige a los hombres de todos los tiempos.
Por lo tanto, hay que sostener que este misterio fue conocido por todos los Patriarcas y mayores de Israel.
En las lecturas del Santo Breviario de esta Fiesta, la Santa Liturgia presenta la enseñanza de San Fulgencio, que dice así:
La fe que los santos Patriarcas y los Profetas recibieron de Dios antes de la encarnación de su Hijo; la fe que los santos Apóstoles recibieron de la boca del Dios encarnado, que el Espíritu Santo les enseñó, y que no solamente predicaron de palabra, sino que consignaron en sus escritos para instrucción saludable de la posteridad; esta fe proclama, con la unidad de Dios, la Trinidad que está en Él, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Por su parte, Santo Tomás, en su Suma Teológica (IIa IIæ, q. 2, a. 8), enseña:
No se puede creer explícitamente en el misterio de Cristo sin la fe en la Trinidad. El misterio de Cristo, efectivamente, incluye que el Hijo de Dios asumió nuestra carne, que renovó al mundo por la gracia del Espíritu Santo, y también fue concebido del Espíritu Santo. Por eso, del mismo modo que, antes de Cristo, el misterio de Él fue creído explícitamente por los mayores, y de manera implícita y como entre sombras por los menores, así también el misterio de la Trinidad.
Esto nos lleva a preguntarnos qué nos dice la Sagrada Escritura sobre la Santísima Trinidad.
Pues bien, en el Antiguo Testamento, además de la revelación explícita de palabra a los mayores, Dios quiso dejarnos también indicios escritos de esta verdad.
– El plural utilizado por Dios al crear al hombre: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.
La solemnidad de la fórmula indica claramente que se trata de la obra más importante. Dios entra en consejo consigo mismo, e invoca la plenitud de su ser, del cual es revelación la Trinidad.
– La aparición de Dios a Abrahán en el encinar de Mamré: Alzando los ojos miró, y he aquí que estaban parados delante de él tres varones. Tan pronto como los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de su tienda, y postrándose en tierra dijo: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego no pases de largo junto a tu siervo”.
Que esta aparición bajo la figura de tres personas sea una manifestación de la Santísima Trinidad, lo afirman los Santos Padres: “Abrahán vio a tres, y adoró a uno solo”, dice San Agustín.
Y partiendo de este pasaje, la Iglesia Oriental representa a la Santísima Trinidad como tres jóvenes de igual figura y aspecto.
– El Trisagio de los Ángeles, a quienes Isaías ve adorar a la Santísima Trinidad diciendo: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los Ejércitos.
[3/6 5:41 p. m.] padrerafaelosb: Esto nos lleva a preguntarnos qué nos dice la Sagrada Escritura sobre la Santísima Trinidad.
Pues bien, en el Antiguo Testamento, además de la revelación explícita de palabra a los mayores, Dios quiso dejarnos también indicios escritos de esta verdad.
– El plural utilizado por Dios al crear al hombre: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.
La solemnidad de la fórmula indica claramente que se trata de la obra más importante. Dios entra en consejo consigo mismo, e invoca la plenitud de su ser, del cual es revelación la Trinidad.
– La aparición de Dios a Abrahán en el encinar de Mamré: Alzando los ojos miró, y he aquí que estaban parados delante de él tres varones. Tan pronto como los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de su tienda, y postrándose en tierra dijo: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego no pases de largo junto a tu siervo”.
Que esta aparición bajo la figura de tres personas sea una manifestación de la Santísima Trinidad, lo afirman los Santos Padres: “Abrahán vio a tres, y adoró a uno solo”, dice San Agustín.
Y partiendo de este pasaje, la Iglesia Oriental representa a la Santísima Trinidad como tres jóvenes de igual figura y aspecto.
– El Trisagio de los Ángeles, a quienes Isaías ve adorar a la Santísima Trinidad diciendo: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los Ejércitos.
En el Nuevo Testamento el misterio de la Santísima Trinidad fue revelado clara y expresamente por Nuestro Señor Jesucristo:
– En el bautismo de Nuestro Señor: Bautizado Jesús y orando, se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se dejó oír del cielo una voz: “Tú eres mi Hijo amado, en quien pongo mis complacencias”.
– En el sermón de la Última Cena: El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre os enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
– En la fórmula del Sacramento del Bautismo: Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Entonces, si bien es cierto que la revelación clara y explícita de este misterio a todos los hombres era incumbencia del Verbo de Dios encarnado, y por eso los Patriarcas velaron este misterio al pueblo llano (que creía y adhería a la fe de los mayores); sin embargo, este misterio fue conocido y custodiado en el Antiguo Testamento por aquellos que debían ser los guardianes y transmisores de la verdad revelada.
Lo cual prueba que es totalmente falso que los judíos siguen siendo fieles a la fe de sus mayores, pues la fe de los judíos del Antiguo Testamento incluía el dogma de la Santísima Trinidad; de modo tal que, aunque no todos la conocieran explícitamente, no sólo no lo negaban, sino que lo profesaban, al menos implícitamente. Por el contrario, los judíos actuales (y los judaizantes… modernistas) rechazan expresamente este dogma; y así se separan de la fe de Abraham, y son hijos suyos según la carne, como lo enseña apodícticamente el Apóstol San Pablo en su Carta a los Gálatas.
Y qué nos enseña el Magisterio de la Iglesia sobre este misterio?
Ante todo, los Apóstoles, por inspiración divina, establecieron el Credo o Profesión de fe, llamado Símbolo de los Apóstoles. El mismo se estructura en base al dogma trinitario. En efecto, después de enunciar la unidad de la divina esencia (Creo en Dios), se divide en tres partes: una dedicada al Padre, otra al Hijo, y la tercera al Espíritu Santo.
El Símbolo Atanasiano o Quicumque es un resumen didáctico de la doctrina cristiana, y se centra especialmente en el dogma de la Santísima Trinidad:
Todo el que quiera salvarse, es preciso ante todo que profese la fe católica. Pues quien no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna perecerá eternamente. Y ésta es la fe católica: que veneremos a un solo Dios en la Trinidad Santísima y a la Trinidad en la unidad. Sin confundir las personas, ni separar la substancia (…) Porque, así como la verdad cristiana nos obliga a creer que cada persona es Dios y Señor, la religión católica nos prohíbe que hablemos de tres Dioses.
El Concilio de Florencia, en la Profesión de Fe propuesta a los Jacobitas, en 1441, puntualizó una vez más este misterio de la siguiente forma (Denzinger 703-704):
La sacrosanta Iglesia Romana, fundada por la palabra del Señor y Salvador nuestro, firmemente cree, profesa y predica a un solo verdadero Dios, omnipotente, inmutable y eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno en esencia y trino en personas: el Padre ingénito, el Hijo engendrado del Padre, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.
Que el Padre no es el Hijo o el Espíritu Santo; el Hijo no es el Padre o el Espíritu Santo; el Espíritu Santo no es el Padre o el Hijo; sino que el Padre es solamente Padre, y el Hijo solamente Hijo, y el Espíritu Santo solamente Espíritu Santo.
Solo el Padre engendró de su sustancia al Hijo, el Hijo solo del Padre solo fue engendrado, el Espíritu Santo solo procede juntamente del Padre y del Hijo.
Estas tres personas son un solo Dios, y no tres dioses; porque las tres tienen una sola sustancia, una sola esencia, una sola naturaleza, una sola divinidad, una sola inmensidad, una eternidad, y todo es uno, donde no obsta la oposición de relación.
Por razón de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo.
Ninguno precede a otro en eternidad, o le excede en grandeza, o le sobrepuja en potestad.
Eterno, en efecto, y sin comienzo es que el Hijo exista del Padre; y eterno y sin comienzo es que el Espíritu Santo proceda del Padre y del Hijo.
El Padre, cuanto es o tiene, no lo tiene de otro, sino de sí mismo; y es principio sin principio. El Hijo, cuanto es o tiene, lo tiene del Padre, y es principio de principio. El Espíritu Santo, cuanto es o tiene, lo tiene juntamente del Padre y del Hijo.
Mas el Padre y el Hijo no son dos principios del Espíritu Santo, sino un solo principio. Como el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de la creación, sino un solo principio.
Después de la Divina Revelación y el Magisterio de la Iglesia, la Teología Católica también tiene su palabra en torno a este Sacrosanto Misterio. Ella, a partir de los datos revelados, enuncia precisiones y expone lo que puede vislumbrar de la vida intratrinitaria, la vida misma del Dios Uno y Trino.
La Teología nos enseña que la distinción de Personas resulta de dos actos que se dan en la vida íntima de Dios, y de las relaciones mutuas que se siguen de estos actos, que son conocer y amar.
En efecto, la única naturaleza divina, en virtud de su eterna actividad, se afirma en tres Personas.
Desde toda la eternidad, el Padre se conoce a sí mismo, y expresa ese conocimiento en una sola Palabra, el Verbo.
Se comprehende perfectísimamente y le basta una sola Palabra para enunciar dicho conocimiento.
Al pronunciar esta Palabra, Dios Padre entrega al Verbo su propia naturaleza divina, con todas sus propias perfecciones, sin reservarse absolutamente nada, salvo la condición misma de ser Padre.
El Verbo procede, pues, por vía de conocimiento. Y se llama Hijo porque esta procesión tiene razón de verdadera generación.
Ahora bien, el Padre y el Hijo se dan el uno al otro con un amor perfecto; y de esta donación de amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre procede el Espíritu Santo.
Esta distinción de Personas hace que cada una de ellas, sin deterioro de la unidad substancial, posea propiedades personales.
De este modo, el Padre no procede de nadie: es el Principio sin principio.
Es Principio, por engendrar a la segunda Persona. Es sin principio, por ser el origen primero de todas las inefables comunicaciones en la Trinidad.
Por eso, ser ingénito, ser Padre y engendrar, es su propiedad personal.
El Verbo procede sólo del Padre, por vía de conocimiento. El Hijo es igual en todo al Padre, es la imagen perfecta del Padre; posee con Él la misma naturaleza divina.
Ser engendrado, ser Hijo, es la propiedad exclusiva de la segunda Persona.
El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un común principio, y ello no por generación, sino por procesión de amor, a la que llamamos “espiración”.
Proceder del Padre y del Hijo, ser espirado, tal es la propiedad exclusiva de la tercera Persona.
Aparte de estas propiedades y relaciones, todo es común a las tres personas, de modo que no puede darse entre ellas superioridad ni inferioridad ninguna: las tres son iguales en poder, sabiduría y bondad, porque las tres poseen igualmente, de manera indivisible, la misma y única naturaleza divina con todas sus infinitas perfecciones.
En esto consiste la admirable vida intratrinitaria del único Dios verdadero.
Todas las demás operaciones que se dan fuera de la vida trinitaria, como la creación, la gobernación, la producción de la gracia en las almas, son absolutamente comunes a las tres divinas personas, de manera que ninguna de ellas hace nada sin las otras dos.
Sin embargo, la misma Revelación atribuye a cada Persona divina una determinada obra, que, aunque sea común a las tres Personas, tiene una relación especial con el lugar que tal persona ocupa en la Santísima Trinidad, y con las propiedades que le son particulares y exclusivas. Esto es lo que llama apropiación.
Al Padre, que es el origen y el principio de las otras dos personas, se le atribuyen las obras en que se manifiesta sobre todo el carácter de origen, como la Creación.
Puesto que el Hijo es engendrado por el Padre por vía de entendimiento, se le atribuyen aquellas obras en que brilla particularmente la sabiduría de Dios, como la Redención.
Al Espíritu Santo se le atribuyen aquellas obras en que se manifiesta especialmente el amor, o que suponen un acabamiento o perfeccionamiento último, sobre todo la obra de la Santificación de las almas.
En esto consiste la admirable vida intratrinitaria del único Dios verdadero.
Todas las demás operaciones que se dan fuera de la vida trinitaria, como la creación, la gobernación, la producción de la gracia en las almas, son absolutamente comunes a las tres divinas personas, de manera que ninguna de ellas hace nada sin las otras dos.
Sin embargo, la misma Revelación atribuye a cada Persona divina una determinada obra, que, aunque sea común a las tres Personas, tiene una relación especial con el lugar que tal persona ocupa en la Santísima Trinidad, y con las propiedades que le son particulares y exclusivas. Esto es lo que llama apropiación.
Al Padre, que es el origen y el principio de las otras dos personas, se le atribuyen las obras en que se manifiesta sobre todo el carácter de origen, como la Creación.
Puesto que el Hijo es engendrado por el Padre por vía de entendimiento, se le atribuyen aquellas obras en que brilla particularmente la sabiduría de Dios, como la Redención.
Al Espíritu Santo se le atribuyen aquellas obras en que se manifiesta especialmente el amor, o que suponen un acabamiento o perfeccionamiento último, sobre todo la obra de la Santificación de las almas.
Pidamos, por intercesión de la Santísima Virgen, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, la gracia de perseverar en el conocimiento, amor y confesión de la Santísima Trinidad para que, habiéndola conocido por la fe y amado y servido por nuestras obras en esta vida, podamos un día gozar de su visión en la gloria.
Venid, adoremos al Dios verdadero, Uno en la Trinidad, y Trino en la Unidad…
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.