Traducir

viernes, 16 de junio de 2023

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS

 


Como Nuestro Señor Jesucristo reveló milagrosamente el misterio de su sagrado Corazón por medio de la beata Margarita María Alacoque.

Esta santa Religiosa, que vivió en el siglo XVII, fué objeto de frecuentes y extraordinarias manifestaciones del adorabilísimo Corazón de Jesús. Pertenecía á una honrada familia de la magistratura, de Borgoñá. 

Después de una juventud inocentísima y probada por todo género de trabajos, entró en 1671 en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial á la edad de veintitrés años, y en él murió santamente en 1690. Cuatro siglos antes Santa Gertrudis, abadesa benedictina de Heldelfs en Alemania, nos anunciaba la devoción al sagrado Corazón de Jesús como el gran remedio opuesto por Nuestro Señor á la decrepitud del mundo; pero Dios al parecer tenía predestinada á la beata Margarita María para ser el apóstol del culto al sagrado Corazón, y a ella efectivamente se debió, de un modo especial, con la aprobación de la Santa Sede, su propagación en la Iglesia. «A Margarita María (dice en efecto Pió IX en el decreto de beatificación) se dignó elegir el Señor para establecer y difundir entre los hombres un culto tan piadoso, saludable y legítimo.» 

Y la eligió por medio de admirables y milagrosas revelaciones que la Iglesia ha aprobado y que respiran el más puro amor de Dios. Corría el año 1673. Hacía solamente dos que Margarita había abrazado el estado religioso, y era ya de una santidad consumada, brillando por su humildad, su caridad y toda suerte de virtudes. Un día, orando delante del Santísimo Sacramento, gozosa porque sus muchos quehaceres le permitían dedicar más tiempo que de costumbre a tan santa ocupación, se sintió tan poderosamente poseida de la presencia de Dios, que perdió el sentimiento de sí misma y de todo lo que la rodeaba. «Me abandoné, dice, á ese divino Espíritu, entregando mi corazón á la fuerza de su amor. «Mi soberano dueño me hizo repozar largo tiempo sobre, su divino pecho, donde me descubrió las maravillas de su amor y los secretos inefables de su sagrado Corazón. Me abrió por primera vez aquel divino Corazón de una manera tan real y sensible, que no me dejó lugar a ninguna duda tocante a la  verdad de esta gracia. . 

Jesús me dijo: —«Mi divino Corazón esta tan yeno de amor a los hombres, y a tí en particular, hija  mía, que no pudiendo ya contener las llamas de su « ardiente caridad, es preciso que las derrame por tu medio y que se manifieste á ellos para enriquecerlos con los tesoros que encierra. 

Te descubro el  precio de estos tesoros, que contienen las gracias  de santificación y salvación necesarias para sacar al  mundo del abismo de, la perdición. A pesar de tu  indignidad é ignorancia, te he escogido para el cumplimiento de este gran designio, para que sea más « manifiesto que soy yo quien lo hago todo.» «Dicho esto, el Señor me pidió mi corazón. Yo le supliqué que lo tomara, y así lo hizo; y, poniéndolo junto á su Corazón adorable, me lo mostró como un átomo que se consumía en aquel horno encendido. 

Luego retirándolo de allí, como una ardiente llama en forma de corazón, volvió á ponerlo en su primer sitio, diciéndome: —«Hé aquí, amada mía, una preciosa prenda de mi amor; he encerrado en tu costado  una centellica de las más vivas llamas de este amor, «para que te sirva de corazón y te consuma hasta «el último momento de tu vida. Sus ardores no se extinguirían jamás. Y para dejarte una señal de «que la gracia que acabo de hacerte no es una ilusión, y que debe ser el fundamento de las demás que seguirán, aunque haya cerrado la llaga de tu «costado, sin embargo siempre sentirás allí dolor « Hasta hoy sólo te has llamado sierva mía; desde ahora te doy el nombre de Discípula muy amada de mi  sagrado Corazón! 

«Tan señalado favor, añade, la beata Margarita, duró muchísimo tiempo. Yo no sabía si estaba en el cielo ó en la tierra. Durante muchos días permanecí como embriagada, y de tal manera encendida y tan fuera de mí, que no podía pronunciar una sola palabra. No podía dormir, porque esta llaga, cuyo dolor me es precioso, me causaba tan vivos ardores qué me consumía y me hacía arder viva.

Sentíame tan llena de Dios, que no podía expresarlo á mi Superior como hubiera querido, a pesar de la pena y confusión que siento en decir semejantes favores. «Desde aquel día, cada primer viernes de mes, el sagrado Corazón de mi Jesús se me representaba como un sol brillante cuyos ardorosos rayos caían a plomo sobre mi corazón; y entonces me sentía abrasada de un fuego tan vivo que me parecía iba a reducirme a cenizas. «En aquellos momentos particularmente era cuando mi divino Maestro me instruía y descubría los secretos de su adorable Corazón.» 

¡También nosotros, Jesús, Señor y Salvador nuestro, a pesar de nuestra indignidad y de nuestras miserias, ó más bien a causa de las mismas, queremos estar expuestos á los benéficos rayos de vuestro Santísimo Corazón; queremos que esas llamas divinas consuman nuestra tibieza, y que nos purifiquen de todos nuestros pecados! ¡Oh Jesús, rocío del cielo, llama de amor y manantial de la gracia! abrasad, purificad y poseed todo mi corazón! ¡Oh divino Amor! creced y reinad en mí; multiplicaos y reinad en toda la tierra como en el Paraíso dé los Bienaventurados!