Tengo la gracia de haber nacido dentro del
seno de una familia católica, defensora de la verdadera Fe que nos enseñó
Nuestro Señor Jesucristo.
Conscientes mis padres del grave daño que
significaba para nuestra Fe el seguir asistiendo a la Iglesia Oficial tras los
cambios derivados del Concilio Vaticano II, nos retiraron de la asistencia
dominical y trataron de fortalecer nuestro espíritu con el rezo diario del
Santo Rosario, lecturas piadosas y el
estudio de nuestro querido catecismo del R. P. Ripalda, mismo que recitábamos
de memoria mis hermanos y yo en casa, a falta de un lugar donde pudiéramos
tomar clases de doctrina o tener una vida parroquial. Esta forma de vivir,
apartada de la Iglesia Oficial, logró despertar en nuestras almas infantiles un estado de conciencia
sobre la gravedad de la situación: el Concilio Vaticano II había acabado con
todo lo hermoso y sublime de la liturgia tradicional, envolviéndola con engañosos velos de un
protestantismo puro. La Fe se perdía…
Pero Dios no abandona. Durante mi
adolescencia escuchaba a mis padres
hablar de un obispo que levantó su voz contra toda oposición y siendo fiel a
Cristo y no al hombre, fundó una fraternidad con la única finalidad de
preservar la tradición católica, combatiendo a los enemigos de la Iglesia y
servir a Cristo Rey; su nombre Mons. Marcel Lefebvre.
Así fue como después de tantos años de
sacrificios y limitaciones en cuanto a sacramentos, pero con mucha esperanza en
Dios llegamos a conocer a la FSSPX. Fue
un gran consuelo para mi alma el poder encontrar el auxilio de sacerdotes
tradicionales, escuchar las misas en latín, los cantos gregorianos, conocer a
personas que perseguían los mismos ideales; y más tarde el poderme casar y
bautizar a mis hijos en una capilla tradicional, lo cual podría decirse que fue
una de mis mayores bendiciones.
Mi esposo y yo teníamos la gran
responsabilidad de educar a nuestros hijos en el santo temor de Dios y por eso,
cumpliendo con nuestros deberes de padres católicos, los inscribimos
puntualmente en sus clases de catecismo en la FSSPX. Estaba feliz de que mis hijos tuvieran lo que
yo no tuve, estaba confiada en que crecerían con una formación religiosa
íntegra, firme, fiel a Cristo Rey, a la tradición… y así pasó el tiempo.
Pero el demonio no descansa. Algo estaba
cambiando. De una manera muy sutil, casi imperceptible, los sermones
dominicales dejaron de ser los mismos. Pasaron de ser un llamado a la lucha y
defensa de la Verdad, señalando todos los errores del modernismo (en los cuales
se nos inflamaba el alma), a un
adormecedor estado de tranquilidad en el cual se nos decía “aquí no pasa nada”,
“no se preocupen”, “no se metan al internet”, “no hagan caso de habladurías”…¿Qué nos trataban de ocultar? Por supuesto que
no me iba a quedar con los brazos cruzados, no podía conformarme con sus
explicaciones superficiales y ambiguas, estaba en juego mi Fe y la de mis hijos,
así que me documenté y me llevé una gran sorpresa y una terrible decepción: ¡La
FSSPX tiene toda la intención de ser
reconocida por Roma y regularizarse con la Iglesia Conciliar! ¿Qué necesidad
tiene de eso si nunca estuvimos fuera de la Verdadera Iglesia? ¡La FSSPX está aceptando la mayor parte de los errores
del Concilio Vaticano II! ¡La Declaración Doctrinal de Mons. Fellay del 2012
dice que aceptan el 95% de ellos!
¿Qué no el objetivo de la FSSPX es preservar la
Tradición Católica? ¡La FSSPX (ahora Neo-FSSPX)
está engañando a sus fieles diciendo que dentro de la Iglesia Visible podrán
convertir a la Iglesia Conciliar a la tradición!
¿Qué no basta una sola manzana
podrida para contaminar a las demás? Siempre predicaban que nos apartáramos de
las malas compañías. ¿Acaso ellos están exentos del contagio?
No necesito de mayores razonamientos para concluir que están traicionando a su
fundador, Mons. Lefebvre, que se están acercando a los enemigos de la Iglesia y
se están alejando del servicio a Cristo Rey.
Ahora soy yo la que, consciente del grave
daño que significa para nuestra Fe seguir asistiendo a las misas de la FSSPX,
retiro a mis hijos de la asistencia dominical y del catecismo; sin ningún
escrúpulo de conciencia. Así como hicieron mis padres hace 40 años, hoy lo hago yo. Ahora quiero que tengan lo que yo
sí tuve: celo por buscar siempre la Verdad, amor a la lucha, firmeza en sus
convicciones; no le daremos la espalda a Nuestro Señor Jesucristo. No permitiré
que se contaminen del liberalismo, que los llenen de ilusiones falsas. Volvemos,
pues, al estudio de su catecismo, al
rezo diario del Santo Rosario, lo mismo que a las lecturas piadosas en casa.
Esperando que Dios tenga misericordia de todos nosotros y acorte estos tiempos.
Así, para concluir el por qué es
necesario continuar la lucha fuera del peligroso ambiente liberal que ya se
comenzó a vivir dentro de la FSSPX, es porque me gustaría que mis hijos,
habiendo escogido sus vocaciones puedan igualmente decir:
“Tengo la gracia de haber nacido
dentro del seno de una familia católica, defensora de la verdadera Fe que nos
enseñó Nuestro Señor Jesucristo”.