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viernes, 26 de febrero de 2016

MARTILLAR SOBRE HIERRO CANDENTE ES UN BUEN MARTILLAR



El Liberalismo es Pecado
Félix Sardá Salvany

   Cristo Dios, con sin igual entereza, anatematizó la corrupción judaica, y frente a frente de las más delicadas preocupaciones nacionales y religiosas de su  época, alzó la bandera de su predicación y lo pagó con la vida. Los Apóstoles, al salir del Cenáculo el día de Pentecostés, no se pararon en pelillos para echar en rostro a los príncipes y magistrados de Jerusalén el asesinato jurídico del Salvador. Y les costó azotes por de pronto, y luego la muerte, el haber tocado esa por aquellos días tan candente cuestión.

   A Atanasio le valió persecuciones, destierros, fugas, amenazas de muerte, excomuniones de falsos concilios, la cuestión candentísima del Arrianismo que en sus días tuvo en conflagración a todo el orbe. Y Agustín, el gran adalid de todas las cuestiones candentes de su siglo, ¿acaso les tuvo miedo por su incandescencia a los grandes problemas planteados por el Pelagianismo? Así de siglo en siglo y de época en época, a cada cuestión candente, que saca enrojecida de las fraguas infernales el enemigo de Dios y del género humano, destinó la Providencia un hombre o muchos hombres, que como martillos de gran potencia sacudieren de firme sobre tales errores candentes. Que martillar sobre hierro candente, ese es buen martillar: no martillar sobre el hierro frío, que es martillar de pura broma. Martillo de los simoníacos y concubinarios de Alemania fue Gregorio VII; martillo de Averroes y falsos aristotélicos fue Tomás de Aquino; martillo de Abelardo fue Bernardo de Claraval; martillo de Albigenses fue Domingo de Guzmán: y así hasta nuestros días.

   … tuvo sus cuestiones candentes cada siglo pasado, cuestiones candentes y candentísimas debe de tener sin duda el siglo actual. Y una de ellas, la cuestión de las cuestiones, es la cuestión del Liberalismo. Llámese Racionalismo, Socialismo, Revolución, o Liberalismo, será siempre, por su condición y esencia misma, la negación franca o hartera, pero radical, de la fe cristiana, y en consecuencia importa evitarlo con diligencia, como importa salvar las almas.


   ¿Y por qué sobre todas las demás herejías que le precedieron había de tener cierto especial privilegio de respeto y casi de inviolabilidad el Liberalismo? ¿Acaso porque en la unidad de su absoluta y radical negación  de la soberanía divina las resume y comprende a todas? ¿Acaso porque más que otra alguna ha extendido por todo el cuerpo social su infección y gangrena? ¿Acaso porque en justo castigo de nuestros pecados, ha logrado lo que algunas otras herejías no lograron, ser error oficial, legalizado, entronizado en los consejos de los príncipes y prepotente en la gobernación de los pueblos? No; que estas razones son precisamente las que han de mover y forzar a todo buen católico a predicar y sostener contra él, cueste lo que cueste, abierta y generosa cruzada. A ese, a ese, que es el enemigo, a ese que es el lobo, hemos de estar gritando a todas horas, siguiendo  la consigna del universal Pastor, los que más o menos hemos recibido del cielo la misión de cooperar a la salud espiritual del pueblo cristiano.