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martes, 17 de junio de 2014

VIDA Y OBRAS DE MONSEÑOR LEFEBVRE (Continuación de su biografía)


Un temperamento equilibrado

Chrietiane es una excelente testigo para conocer y definir el carácter del adolescente: “El buen Dios-decía ella- había dotado a Marcel de un temperamento equilibrado y apacible dentro de una fortaleza de alma poco común. Con su hermano René era el animador de la “banda de los cinco” Mamá solía decir que poco y nada debía ocuparse de los juegos de los cinco mayores: ellos mismos sabían organizarlos juntos. Había mucho entusiasmo y alegría entre nosotros y, por supuesto, nuestros hermanos mayores- futuros misioneros- los que dirigían a la pequeña banda.”

René tomaba la iniciativa, mientras que Marcel era sobre todo un organizador. En el verano de 1920 preparo la excursión de los hermanos y hermanas desde bagnoles-de-ÍOrne hasta el monte Saint Michel. El joven tenía también el don de captar los acentos provinciales, como el conserje de la fábrica, quien apreciaba las breves visitas de Marcel y después cuando regresaba a casa, se ponía a hablar en un dialecto muy típico del conserje. Marcel contrastaba con la hermana mayor, Jeanne que era cuidadosa de la perfección, pero fácilmente moralizadora. “Marcel también era perfecto- comentaba Christinane- pero muy distendido, trasmitía paz, bastaba verlo para sentirse feliz, con una facilidad que tenia para esas replicas bromistas que te alegraban.”

Sentido práctico y juicio destacado.

El carácter servicial de Marcel era unánimemente elogiado por su familia. En casa se las ingeniaba para hacer más fácil el trabajo de las sirvientas. Aceptaba de buena gana leer un fragmento de la vida de los santos, mientras que su hermano mayor lo hacía bastante mal. Además le gustaba acompañar a su abuelo Eugene Lefebvre quien tenía una especial debilidad por él: “Mi nieto tenía el don de adivinar el origen del vino tan solo por el aroma, decía el abuelo”. Sin embargo lo que le seducía de él era sobre todo la caridad sencilla pero efectiva del adolescente.

A estas cualidades del corazón, se le unía una inteligencia abierta a todos los conocimientos: alimentada por una perseverante dedicación que lo orientaba preferentemente Asia las cosas prácticas.

Después de la guerra de 1919, Marcel decidió que ya no era necesario iluminar las habitaciones con las grandes lámparas de aceite. Y así, durante las vacaciones, leía con avidez  un libro de electricidad y luego, con sus amigo y vecino Robert Leputre, se puso a conectar todos los cables en el primer y segundo piso de la casa, previendo todas las necesidades. No bien termino el trabajo, hicieron lo mismo en casa de su amigo.

También adquirió la habilidad para tallar la madera, esto a los 18 años, y con esta habilidad hizo varios objetos, uno de ellos un enorme pedestal esculpido para una imagen de la Virgen. Tampoco le faltaba el sentido comercial, se encargaba de las gallinas y de los conejos y le cobraba a su madre los huevos que recolectaba en el gallinero y con ese dinero pudo comprarse una bicicleta que le permitían hacer todos los encargos que le pidiesen, sobre todo visitar a sus pobres. “de dos de los hermanos, René se mantenía fácilmente a la cabeza de su clase y brillaba mas por la vivacidad de su inteligencia. Marcel, que se encontraba más bien entre los segundones, destacaba más por la claridad de su juicio. Así, cuando se fue al seminario, mamá me hizo esta reflexión: “Me pregunto como la casa podrá seguir su vida sin Marcel” su partida fue una de las más duras, decía Christiane”

LA GRAN DECISION.

Una decisión madura.

La señora Lefebvre tuvo una premonición sobre el futuro de Marcel, pero se abstuvo muy bien de compartirla con su hijo y de influir en la decisión de su hijo. Probablemente Asia el verano de 1919, cuando la sotana del hermano mayor impresiono a la familia y todos se pusieron a hablar de este tema, Marcel se sintió movido a declarar su vocación a sus padres: _ ¡Me gustaría ser sacerdote!
Apenas tres semanas de su entrada en el Seminario de Roma, René, entusiasmado, le escribió a Marcel: “Solo te pido una cosa, y es que te puedas reunir aquí conmigo dentro de tres años. Disfrutaras de la alegría que no pueden darse en otras partes, ni en el mundo ni en ningún otro seminario de Francia, creo yo. Roma y el Seminario Francés son dos gracias que debemos pedir a Dios”

Así sintió Marcel crecer su deseo del sacerdocio. Pero cuando en la clase de último curso, al acercarse las vacaciones de semana Santa, oyó que el Padre Deconinck les advertía a sus alumnos: “¡Ojo!, durante estas vacaciones deben tomar una decisión sobre su futuro”, se quedo perplejo. ¿Cómo decidir por sí mismo algo tan serio? Su director espiritual, el Padre Desmarchelir, quería que la vocación se dejara oír directamente en el alma, sin que el director ayudase con algún consejo. Marcel, en cambio, esperaba la inspiración de su director como viniendo del Espíritu Santo, y por ese lado no llegaba nada. Durante esas vacaciones le confió a su hermana menor Christiane sus dudas y reflexiones:

_Creo que no seré sacerdote. Me parece una locura pensar en hacerme sacerdote. Así que hare como San Francisco: quiero ser santo, me haré religioso, pero no puedo pensar en ser sacerdote.

_ no puedes quedarte con esa indecisión, le respondió su hermana, ¿Por qué no haces unos días de retiro? A ciertas horas se sentía atraído por la vida austera de los trapenses, cerca de Sant Omer estaba la abadía benedictina de Wisquez, seguramente frecuentada por su padre en otro tiempo, cuando era alumno interno en Boulogne.

_ ¡Vete a Wisquez, le aconsejaron sus padres, el Padre hospedero se encarga de esclarecer a los ejercitantes.

Marcel opto por ir a Wisquez y, a su regreso, toda la familia tenía la misma pregunta en los labios:

_Bueno ¿Qué dice el Padre hospedero?

_pensó que no tengo vocación para ser benedictino porque me atrae el apostolado.

Pero esto no le bastaba al joven; le hacía falta una indicación positiva. En Poperinghe, Bélgica, se hallaba la Trapa de San Sixto de Westvleteren, donde se encontraba como familiar de un tío de su padre, Alban Théry. “Iba a verlo, contaba, y esa vida me atraía mucho, incluso me habría quedado allí como hermano. Me parecían tan admirables esos hermanos, tan cerca de Dios… en su sencillez y candor reflejan una felicidad celestial.”

Seguramente no habría que pensar más…Pero, en dicha abadía, se encontraba un monje conocido por su santidad y don de profecía, el Padre Alphonse. “Me gustaría ir a Poperinghe, dijo Marcel,  y hablar con el Padre Alphonse.”

Tomo su bicicleta, llego a la trapa, saludo al tío Alban y solicito hablar con el Padre Alphonse y aconteció que antes de entrar al locutorio, incluso antes de preguntar, el Padre le dijo: “Usted será sacerdote…Ud. Debe ser sacerdote.” Esta vez ya no había dudas.


¡TU IRAS A ROMA!

Yo no veía clara mi ida a Roma, diría más tarde Monseñor Lefebvre, no era un gran intelectual y  debía estudiar los cursos en latín… Ir hasta allá, y luego la Universidad Gregoriana y pasar exámenes difíciles. Hubiera preferido quedarme, como los seminaristas de mi diócesis, en el Seminario de Lille y convertirme en un simple párroco rural. Así me veía, siendo como un padre, el padre espiritual de una población a la cual uno se consagra para inculcarles la fe y las costumbres cristianas. Ese era mi ideal.

_Me gustaría quedarme en la diócesis, le dijo Marcel a su padre, y puesto que quiero trabajar en la diócesis, no vale la pena que me vaya a Roma.

_ ¡No, no no, no! Tú iras con tu hermano. Tú hermano esta en Roma, así que tu iras con tu hermano; de ninguna manera te vas a quedar aquí, en la diócesis; además la diócesis…

Don René ya desconfiaba un poco, y por eso resolvió una vez más; “No no, Roma, será mejor.

“Así es como la providencia ha guiado mi vida, a cusa de la guerra. De no haber estallado la guerra, es evidente que mi hermano no hubiera hecho sus estudios en Versalles; habría entrado directamente con los misioneros, ya que sentía una vocación misionera. Pero en Versalles estaba el Padre Collin, que lo oriento Asia Roma..Si no, yo mismo hubiera ingresado en el Seminario de Lille, nunca habría ido a Roma; y eso habría cambiado completamente mi existencia, decía Monseñor.”
“¡Tú iras a Roma!” fue la decisión tajante del Sr. Lefebvre había sido tomada. Marcel no intento discutirla, por respeto a su padre; en su casa, el Sr. Lefebvre era la cabeza pensante.