“Vosotros
seréis mis amigos si hiciereis lo que os mando.” Con estas sentidas palabras el Sagrado Corazón de Nuestro Señor nos
invita a conocer “las riquezas insondables” anunciadas por el apóstol de las gentes
en sus epístolas, para nuestras pobres almas mucho es que un rey amante y
temeroso de Dios nos diga que quiere ser nuestro amigo. ¿Qué diremos pues
cuando la segunda persona de la trinidad hecha hombre nos invita a ser ya no
sus siervos sino sus amigos?
La amistad es una forma especial de afecto; no es suficiente amar para
ser amigo. No se dice, por ejemplo, que los súbditos de un gran rey, lleno de
amor para con su pueblo, que sean todos amigos del monarca.
LA AMISTAD IMPLICA:
1)
COMERCIO HABITUAL, FUNDADO EN EL AFECTO RECIPROCO, EN EL APRECIO MUTUO, EN LA COMUNIDAD DE IDEAS
Siendo
esto así, ¿es posible que podamos soñar en ser amigos del corazón de Jesús?
¿Cómo será posible? Cuando entre los semejantes hay desigualdad de condición;
el simple sacerdote.
Pretendiendo llegar a ser amigo del Papa o
el simple soldado aspirando a la amistad de un príncipe y nosotros ¿nos
atreveremos a pensar en ser amigos de Dios? y ¿por qué no cuando Él mismo nos
hace la propuesta?
El Cantar de los Cantares es el diálogo misterioso de un Dios y de un
alma que mutuamente se denominan con el nombre de amigo: “He resuelto tomar a la Sabiduría por compañera
de mi vida, sabiendo que comunicara conmigo sus bienes y será el consuelo mío en mis cuidados y penas... Entrando en
casa hallaré en ella mi reposo, porque ni su conversación tiene rostro de
amargura ni causa tedio su trato, sino antes bien consuelo y alegría.
Considerando yo esto para conmigo y revolviendo en mi corazón cómo en la unión
de la sabiduría se haya la inmortalidad y un santo placer en sus amistad,
andaba buscando como apropiármela.”
2) Y EN CIERTA IGUALDAD DE
VIDA
Pero si mal no recuerdo la amistad supone “la igualdad de
condición” y
hay una enorme distancia entre nosotros y este sacratísimo corazón de Jesús
pues no somos más que unos gusanillos y Jesús un Dios. Más Jesucristo no conoce
semejante obstáculo y nada le impidió bajar hasta el último de los hombres para
tenderle la mano. Primero, porque siendo infinitamente grande no temió
rebajarse y cuanto más desciende más se eleva pues no la necesidad sino la
condescendencia la que le inclina hacia nosotros.
Además la inmensidad de su amor lo hace tomarnos por amigos suyos. Su
corazón tiene este privilegio del amor; es inmensurable lo que encierra de
afecto; tiene suficiente ternura e infinita para poder amar a cada hombre como
si fuere la única criatura del mundo. La Escritura Sagrada
lo compara con el sol, cuyo calor y cuya luz son suficientemente abundantes
para inundar la tierra, pero está comparación queda muy lejos de la realidad,
porque la llama de amor que arde en el Corazón del Hombre-Dios le permite amar
a millares de criaturas, sin que sufra mengua alguna.
Pero aun se nos presenta una última dificultad. Para ser amigo del
Corazón de Nuestro Señor, es preciso no desagradarle, es necesario no
ofenderle, no contrariarle, ni traicionarle; en fin y sobre todo es necesario
amarse mutuamente, y ¡hay de nosotros! Que ninguna de estas condiciones
cumplimos cuanto quisiéramos y aun ¡oh Maestro mío! Hago todo lo contrario
según aquello del apóstol San Pablo: “lo
que quiero no lo hago y lo que no quiero hago.” Es tan perversa nuestra alma, tan débil,
tan ligera y tan inconstante; nuestros pensamientos a cada paso dejan de ser
los vuestros, y por una nonada contradigo el Evangelio; nuestro corrompido
corazón te apena a cada instante. Si le amamos es muy poco, y muy presto
cesamos de amarle; nuestros afectos se encaminan a otra parte. Sin embargo Él
se ha declarado amigo de la pobre criatura humana, aunque sea pecadora. “No he venido a buscar a los justos sino a
los pecadores;”
por ellos bajó del cielo, por ellos murió y fue traspasado su sacratísimo
corazón en el Calvario.
No nos resta más que decir continuamente: oh alma mía, tú puedes, si
quieres ser amiga de Dios, pues no es un Dios altivo que rehúse rebajarse, no
es un Dios limitado en sus afectos, no es un Dios ausente y lejano, no es un
Dios que desprecie el arrepentimiento: al contrario busca a los pequeñuelos,
tiene corazón para todos, se adelanta a los culpables, y a cada paso tropezamos
con Él en nuestro camino: “SE anticipa a aquellos que la codician, poniéndoseles
delante: quien madrugare en busca de ella no tendrá que fatigarse, pues la
hallará sentada a la misma puerta...ella misma va por todas partes, buscando a
los que son dignos de poseerla, y por los caminos se les presenta con agrado, y
en todas ocasiones y sentada la tienen al lado.”(Sab, VI, 13., 15)
San Juan Crisóstomo dice que si
alguien dice no entender las palabras de Dios no es que le falte inteligencia,
sino amor. Amar la Sabiduría es tenerla ya. Esta maravillosa revelación que
Dios nos hace por medio del sabio, se confirma y demuestra intensamente a través
de la divina Escritura. El que desea la sabiduría ya la tiene, pues si la
desea es porque el Espíritu Santo ha
obrado en él para quitarle el miedo a la sabiduría, ese sentimiento monstruoso
de desconfianza que nos hace temer la santidad y aun huir de ella como si la
sabiduría no fuese nuestra felicidad sino nuestra desdicha. Veamos, pues,
claramente: si yo no creo que esto es un bien ¿Cómo voy a desearlo? Por
consiguiente, si lo deseo, ya he descubierto que ello es un bien deseable y ya
me ha librado de aquel miedo que es la obra maestra del diablo y del cual nadie
puede librarme sino el Espíritu Santo, que es el Espíritu de nuestro Salvador,
y entonces ya soy sabio, puesto que deseo lo que hay que desear. Y ahora viene
la segunda confirmación de esta maravilla: desear la sabiduría es tenerla
porque ella está deseando darse, es decir, que se da a todos los que la desean.
El que sale a buscarla cuando ella ya estaba a la puerta de su alma
esperándola. Y Santiago nos enseña que todo el que necesita sabiduría no tiene más
que pedirla a Dios que la da (Sant. 1.5). la sabiduría personificada es Nuestro
Señor Jesucristo que se nos muestra con especial atracción en su Sacratísimo Corazón
que, al abrirlo, dejo escapar su infinita bondad la cual se derramo, se difunde y penetra hasta lo más
profundo de nuestras almas solo quiere que queramos nos inunde y nos envuelva
en su infinita caridad y se nos acerca con aquellas palabras que le dijo a la
samaritana: “Si conocieras el don, y quien es el que te dice” apliquemos hoy
más que nunca nuestro espíritu a conocer este don divino encerrado en el
Corazón de Nuestro divino Salvador para gozar de esa fuente inagotable de agua
salvífica.