Hay bienes y males temporales: bienes,
como la ciencia, la salud, las riquezas, la prosperidad, los honores; males como la enfermedad, la pobreza,
los infortunios. He aquí las cosas que el mundo juzga importantes y de las que
ante todo se preocupa, por cierto equivocadamente.
Las cosas de aquí abajo se deben apreciar a la luz de la eternidad. El
soberano Bien el único necesario es Dios, y por consiguiente, según enseña
Santo Tomás, los bienes principales para nosotros son la bienaventuranza y lo
que nos la ha hecho merecer.
En cuanto a los bienes temporales sucede con demasiada frecuencia que se
emplean mal y pueden tener mal resultado. Con tal que los estimemos como objeto
secundario y no como objeto principal, es perfectamente legítimo desearlos,
pedirlos en la oración, pensar en el porvenir. Mas nuestra solicitud es
excesiva y culpable si cuidamos de lo temporal hasta el punto de descuidar lo
espiritual, si tememos carecer de lo necesario es preciso contar con la
Providencia. Nuestro Señor añade
expresamente: “Buscad primero el reino de Dios”. Quiere enseñarnos a hacer
distinción entre los bienes que es necesario pedir de un modo absoluto, como
los son “el reino de Dios y su Justicia”, y los que se han de pedir tan sólo
bajo condición y si Dios los quiere.
Dice San Alfonso que la promesa divina (de escuchar nuestras oraciones)
no se refiere a los favores temporales, tales como la salud, las riquezas, las
dignidades y otras prosperidades de este género. Muchas veces Dios las niega
con razón, porque ve que comprometerían a la salvación de nuestra alma. En
cuanto a los bienes espirituales, es preciso pedirlos sin condición, de un modo
absoluto y con certeza de obtenerlos.
También los males temporales es preciso considerarlos con los ojos de la
fe y a la luz de la eternidad. El pecado, y sobre todo la muerte en el pecado,
con su eterna sanción es el mal de los males. Debemos pedir a Dios con
insistencia y de una manera absoluta que nos preserve de él a todo trance. Mas
la pobreza, los achaques, las enfermedades, las demás aflicciones de este género,
la muerte misma no son sino males relativos. En los designios de la
Providencia, así hemos de considerarlos, o por mejor decir, como gracias
precisas y a veces harto necesarias, como el pago de nuestras faltas, remedio
de nuestras enfermedades espirituales, origen de grandes virtudes y de méritos
sin cuento, siempre que nosotros
cooperemos a la acción de Dios con
humilde sumisión. Por el contrario, la impaciencia y la falta de fe en la
prueba convertirían el remedio en ponzoña, nos harían contraer la enfermedad,
la muerte quizá allí donde la Providencia nos había preparado la vida.
Aun cuando temiéramos perder la paciencia, nos bastaría manifestar a
Dios esta alternativa, o que disminuya la carga o que aumente las fuerzas.
Lo que sí convendrá pedir siempre es el
espíritu de fe, la paciencia y las demás disposiciones que convienen al tiempo
de la prueba, y en tanto que ésta dure, indudablemente Dios quiere que
practiquemos estas virtudes, ya que este es el fin que se propone al
enviárnosla.
Los bienes y los males temporales no son, pues, sino bienes o males
relativos. ¿No llegaremos a ser del número de los insensatos que se olvidan de
Dios en la fortuna próspera y murmuran de El en la adversidad? ¿Pasaremos por
los bienes temporales de suerte que no perdamos los eternos? Nada podemos
asegurar, pues sólo Dios lo sabe. A propósito de los bienes y males temporales,
tendremos diversos deberes que cumplir, y el primero será siempre la
conformidad con la voluntad divina. Quiera Dios que la nuestra sea, no la
simple resignación, sino el Santo Abandono, es decir, una
total indiferencia por virtud, la espera general y pacífica antes de los
acontecimientos, y en cuanto el beneplácito divino se haya declarado, una
sumisión amorosa, confiada y filial.