CAPITULO PRIMERO.
La poca confianza en Dios causa grandísimos
males a las almas que quieren hacer progresos
en las virtudes
cristianas.
I. Cuales son estos males en general.
Una viva confianza en Dios es un manantial
de toda suerte de vienes. Ella arraiga, mantiene y fortifica todas las
virtudes, endulza las penas, debilita todas las tentaciones: es un fecundo
origen de toda especie de obras buenas, es como un paraíso de bendición y un
modelo de la bienaventuranza anticipada. “Bendito el hombre, dice el profeta
Jeremías[i],
que pone su confianza en el Señor, y de quien el Señor es la esperanza. El será
semejante a un árbol trasplantado a la orilla de las aguas, el cual extiende
sus raíces hacia el agua que la humedece, y no temerá el calor que venga el
estío. Su hoja se mantendrá siempre verde; no tendrá pena en el tiempo de
sequedad, y no dejará jamás de dar fruto”
La falta de esta confianza es por el
contrario un manantial de un sin numero de males: enflaquecen las virtudes,
llena al alma de penas y amarguras, excita y fortifica todas las tentaciones,
impide el hacer buenas obras, y muchas veces viene a ser como una especie de
infierno anticipado. Por esto San Bernardo no teme decir que la desconfianza es
el mayor estorbo que podemos poner a nuestra salvación.
2. Es fácil que la poca confianza en la
bondad de Dios sea un estorbo para la virtud, para el espíritu de la oración,
para el espíritu de reconocimiento, y para el amor de Dios; que a más de esto,
es origen de las más molestas tentaciones, robando al alma la paz que le es tan
recomendada y es tan necesaria para cumplir todas sus obligaciones. Se verá en
seguida de este capitulo la verdad de todo lo que se acaba de decir.
II. La poca confianza en Dios es un
gran estorbo para la verdadera virtud
Una confianza siempre débil y tímida hace la
virtud tremola e inconstante. Y semejante virtud a cada paso se detiene con los
cortos embarazos, se entibia con los menores contratiempos y se desanima con
las más ligeras contradicciones. Es preciso a cada paso darle la mano para
sustentarla; y luego que le falta un guía exterior y apoyo visible, se
intimida, se cansa y esta siempre pronta a caer. Ella se mantiene siempre en
una especie de infancia, en que no puede tomar más alimento que leche: otro más
fuerte y más sólido que fortalezca a los demás, la ahogaría. Con esta inercia y
flaqueza, que debería ser más vergonzosa en la vida espiritual que en la
corporal, se queda incapaz para siempre de aquellas acciones de virtud que
necesitan de poca fortaleza y de valor.
2.
Un alma en este estado no puede aprovecharse de los motivos de temor, porque se
encuentra oprimida de ellos. También saca poco provecho de los motivos de
confianza, porque no hacen de ella sino impresiones muy ligeras. De todo lo que
se dice, perteneciente al respeto debido a los sacramentos, hace asunto de
turbación y escrúpulo. Las exhortaciones a penitencia y compunción más le
perjudican que le aprovechan porque todo le es pesado y penoso; y en vez de
encontrar en esto, como en lo demás, motivos de fervor, solo ve razones para
reprenderse con una severidad que la oprime. Si cae, como no es difícil que
suceda, en algunas faltas un poco mas considerables que las de inadvertencia,
la represión que le da su conciencia, la pone en tal consternación, y después
en una especie de desaliento, que en vez de procurar humillarse delante de Dios
con un dolor tranquilo que le haga sacar provecho de sus mismas faltas, la
turba y le quita el gusto de los ejercicios devotos; lo cual puede tener
funestísimas consecuencias.
III. Es un estorbo para la oración.
1. La esperanza es el manantial del que nace
toda oración cristiana; pero el riachuelo no puede correr a proporción de la
abundancia y plenitud del manantial. Una esperanza tímida y trémula, hacen las
oraciones que de ella nacen tímidas y trémulas, y por consiguiente incapaces de
alcanzar mucho.
El
apóstol Santiago nos manda, que pidamos a Dios las virtudes que necesitamos,
sin dudar nada ni titubear: “El que duda y titubea ,añade, es semejante a la
ola del mar, que es agitada y llevada de
aquí para allá por los vientos. Luego ,concluye este santo apóstol, no tiene
que imaginarse que conseguirá alguna cosa del Señor.” Al parecer todo se espera
de Dios, pues se le pide y se le ruega; y parece que nada se espera o casi
nada, pues se titubea con la desconfianza.
2. También se ve gran numero de cristianos
que establecen como una obligación capital orar, y aún orar mucho. ¡Pero cuán
pocos se hallan que oren y supliquen con aquella fe y confianza a la cual
Jesucristo lo ha prometido todo, y que recomienda a todos! “Cualquier cosa que
pidáis en la oración, creed que la conseguisteis y se os dará.” Nosotros oramos
muchas veces, hacemos oraciones largas; pero mil pensamientos nos vienen a
intimidar. Hacemos débiles esfuerzos para salir de nosotros mismos, en donde no
encontramos sino toda especie de miserias, y elevarnos hasta el origen de todo
bien ; pero inmediatamente volvemos a caer dentro de nosotros mismos por el
peso de nuestra flaqueza, y mucho mas por el de nuestra desconfianza. Y aunque
la mayor bondad de la criatura comparada con la de Dios solo sea malicia puede
ser que nos dirijamos en las necesidades temporales a un amigo rico, poderoso y
experimentado, con mas confianza que aquella que acostumbramos dirigirnos a
Dios, aún en las necesidades espirituales, no obstante que nos manda y nos
convida Él mismo a que vayamos a Él como a nuestro Padre. Tanto como esto son
indignas de Dios nuestras oraciones, y nuestra confianza injuriosa a la ternura
del Padre.
IV. Es un estorbo para el espíritu de
recogimiento.
1. El recogimiento a las gracias que se han
recibido, es obligación esencial de la devoción. Pero este reconocimiento
supone necesariamente el conocimiento de las gracias y misericordias de Dios; y
no puede ser vivo y activo, sino a proporción de lo que lo es el sentimiento
que tiene de las gracias y misericordias recibidas: y este sentimiento nunca es
vivo en un alma que tiene poca confianza en Dios. No se atreve a prometerse que
recibirá mucho en adelante: y aún no se atreve a creer que ha recibido mucho en
el pasado. Y con semejante disposición, ¿cómo los afectos de reconocimiento
podrán ser vivos y capaces de hacer sobre su corazón profundas impresiones.?
2. Si se le presenta algunas veces lo grande
de las misericordias que Dios le ha hecho, y se le obliga a que las confiese,
no por eso su reconocimiento se hace mas vivo y mas activo. Su esperanza,
siempre débil y trémula, apenas le permite creer que es mas dichosa, o esta mas
favorecida de Dios. SE siente como movida a creer, que todas estas grandes
gracias no servirán sino para hacerla mas desgraciada, y para traer sobre sí
mas rigurosa condenación: y estas reflexiones casi destruyen en ella la
experiencia de las misericordias de Dios y el espíritu de reconocimiento; lo
cual es un nuevo estorbo para el espíritu de oración, y para otras nuevas
gracias que Dios le hubiera comunicado; “porque la ingratitud, dice san
Bernardo, es un viento abrazador, que seca el manantial de las gracias, e
impide que corran asía nosotros”
V. Es un estorbo para el amor de Dios.
1. Lo que disminuye tan fuertemente el
sentimiento de las gracias y misericordias de Dios, enflaquece necesariamente
el amor a este Señor. No se puede amar a Dios sino mientras nos parece amable;
y no nos parece amable, sino a proporción de los que loa bienes que hemos
recibido y esperamos recibir, nos parecen grandes, y hacen mayor impresión en
nuestro corazón. No hay ningún cristiano tan desesperado que rehúse el amar a
Dios; si pudiere persuadirse de que Dios lo ama y que le ama tanto, que quiere
llegar a hacerlo eternamente participante del trono y reino de su Unigénito
Hijo. Pero nadie puede amar sino se cree amado, si se cree desechado, sino
tiene consuelo de agradar con su amor. Todo el fundamento de la virtud depende
del amor; pero el mismo amor depende absolutamente de una viva persuasión de
que Dios nos ama. Con que es menester ante todas estas cosas establecer en
nuestro corazón esta viva persuasión, como el fundamento inmutable de toda
devoción. Así el apóstol san Juan nos representa a todos los cristianos como
unas personas convencidas de que Dios nos ama. “Nosotros hemos reconocido, dice
en nombre de todos, y creemos el amor que Dios nos tiene.”
2.
Pero no puede fijar en el entendimiento una verdad de tanto consuelo como esta,
tan esencial para la devosión. Nos entretenemos en discurrir en lugar de creer.
Todos, cuando les preguntan, dicen con la boca que creen; y hay mucho menos de
lo que se piensa que estén íntimamente persuadidos de esto. Traemos en el fondo
de nuestro corazón un principio íntimo de incredulidad, de perplejidad, de
timidez, de desconfianza; y aún no hay persona alguna que se purifique
enteramente de esta levadura.
3. Nos dejamos seducir con este discurso tan
ordinario: ¿Cómo hemos de creer ser tan participantes de la caridad y
misericordia de Dios, cuando no vemos en nosotros mismos sino tinieblas,
insensibilidad y una miseria tan universal y profunda que no podemos sufrir
nosotros mismos? Pero los que así hablan, ¿reflexionan que contradicen
públicamente a la Escritura, la cual nos enseña, que Dios nos amó primero antes
que encontrase en nosotros nada que fuese digno de su amor? “El amor de Dios
asía nosotros, dice san Juan, consiste en que no somos nosotros los que hemos
amado a Dios, sino que Él mismo nos amo primero” San Pablo tiene gran cuidado
de hacernos reparar, que Dios hizo brillar su misericordia con nosotros en el
tiempo mismo en que éramos pecadores e impíos. El amor de Dios no supone nada
amable en lo que ama; porque su amor es del todo gratuito y no tiene otro
origen ni otro fundamento que una purísima misericordia.
4. El amor de las criaturas es débil e
indigente: siempre supone bondad en el objeto que ama y no lo produce; busca en
las criaturas algún bien y con esto procura suplir alguna cortísima parte de su
indigencia y de sus urgencias. Mas como este amor es impotente, no puede mudar
la naturaleza y calidades de los objetos: pero el amor de Dios es infinitamente
rico e independiente de sus criaturas. Voz sois mi Dios, dice el profeta,
porque no necesitas de mis bienes. Nuestro amor no puede hacerle mas dichoso.
Encuentra en la infinita plenitud de su ser y sus perfecciones una soberana
felicidad, que no puede tener aumento alguno, así como no puede padecer ninguna
disminución. Dios nos ama porque quiere amarnos, porque es caridad, porque es
la bondad y la misericordia misma; y no es necesario buscar otra razón de su
amor. Como este amor omnipotente, no supone bondad en el objeto que ama sino
que la produce en nosotros y con nosotros en el grado que quiere.
5. Creemos , pues, que Dios es todo amor;
que nos amo no obstante nuestra corrupción y nuestra indignidad. Reconozcamos y
creamos, como san Juan nos lo ordena, la caridad que Dios nos tiene y
empezaremos a estar penetrados de reconocimiento, de confianza y amor. No
opongamos nuestra insensibilidad a nuestra confianza; contrapongamos, si, nuestra
confianza a nuestra insensibilidad. Nuestra dureza nos hace dudar que somos
amados. Creámoslo y no seremos ya duros e incrédulos. Trabajemos sin cesar en
destruir en nosotros estas raíces secretas que han infectado a los hombres; las
que jamás enteramente se arrancan del corazón de los fieles; que hacen la fe
mas lenta y menos viva; que suspenden las actividades de la esperanza y que son
un preparado venenoso contra la caridad, la cual saca toda su fortaleza y su
vida de aquella persuasión en que estamos de que Dios nos ama y quiere ser
amado de nosotros. Conozcamos bien cuanto perjudica a nuestro amor para con
Dios una esperanza débil y tímida; que no adelantaremos en este amor sino
cuanto aumentemos la confianza de ser amados del Señor. No opongamos nuestras
indisposiciones a nuestra esperanza, como si fuera preciso tener disposiciones
perfectas para esperar, y como si estuviera en poder del hombre darle primero
una cosa a Dios, y ofrecerle lo que no se haya recibido de su bondad
enteramente gratuita. Siempre se ha empezar afirmándose en esta esperanza; y
con ella empiezan las disposiciones necesarias, mas grandes en unos, mas
imperfectas en otros. Y muy distante de oponerse la necesidad de estas
disposiciones a la esperanza; por el contrario, con la esperanza se ha de
procurar alcanzarlas.
IV. La poca confianza en Dios es un
manantial peligrosísimo de tentaciones, porque roba al alma la paz, la llena de
turbaciones y fortifica la oposición natural a las virtudes cristianas.
1. El reino de los cielos está desde ahora
dentro de vosotros, dice Jesucristo, y este reinado o reino de Dios consiste,
dice san Pablo, en la justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo. Esta
paz y gozo interior son fruto de la justicia y de la devoción cristiana, y no deben
estar separadas, según aquellas palabras de Isaías: “La paz será la obra de la
justicia y mi pueblo se sentará en la hermosura de la paz.” Y esta es aquella
paz que sobrepuja a todo gusto y afecto, que conserva nuestros corazones y
nuestro pensamiento en Jesucristo, que enflaquece y vence todas las
tentaciones. Pax Dei, quae expurat omnem sensum, custodiat corda vestra in
Christo.
VII. Esta tentación, aunque peligrosa,
es común.
1. Por lo peligrosa que sea esta tentación,
no obstante es muy común; y trastorna a las almas temerosas de Dios. “¿ Cuántos
se encuentran que, considerando sin cesar su propia flaqueza, están, dice san
Bernardo, abrumados y abismados en la pusilanimidad y el desaliento? Estas
personas habitan, no en el socorro del altísimo ni en la protección del Dios de
los cielos, sino en sí mismas, en sus desconfianzas y penas. Están enteramente
ocupadas en sus achaques, en sus enfermedades y siempre prontas a hacer grandes
relaciones de lo que les pasa y de lo que padecen. Están inquietas día y noche,
se atormenta con los males que sienten, y aún más con los que todavía no
tienen. No quieren , según la regla del Evangelio, que a cada día le baste su
mal; sino que también se molestan y agobian con cosas que puede ser que nunca
sucedan. ¿Hay tormento mayor que este? ¿Hay infierno mas insoportable?
VIII. Esta tentación es mas engañosa
que las demás.
1. Aquellas tentaciones que mueven
directamente a acciones manifiestamente malas, no son las mas peligrosas;
porque la visible malignidad de ellas horroriza. Las que se presentan al
entendimiento con cara de virtud, son mucho mas peligrosas para aquellos que
viven devotamente; pues son mas seductoras y no dejan percibir el lazo oculto
que el enemigo pone en ellas y de esta especie son las que atacan la esperanza.
“Esta tentación, dice san Bernardo, es la menos fácil de descubrir, y su causa
está mas oculta; pero esta misma es mas larga y violenta que las otras porque
el enemigo emplea todo cuanto tiene de maligno contra nuestra esperanza.”
2. Preciso es obrar nuestra salvación con
temor y temblor. Es necesario llorar toda la vida los pecados pasados, trabajar
para corregirse de las faltas veniales, siempre desconfiar de su propia
flaqueza, temer los juicios de Dios, la profanación de los sacramentos y el
abuso de la gracia, abstenerse de todo lo que tiene apariencia de mal. El
numero de los escogidos es cortísimo: ninguno sabe si es digno de amor o de
odio, etc. Estas todas son verdades capitales. Pero Satanás, que se transforma
en ángel de luz, se sirve de ellas mismas para seducir a las almas piadosas. Se
las presenta separadas de otras verdades que suavizan el rigor de estas;
proponiéndoselas así, las llena de desconfianzas, de espanto y de turbaciones.
Les hace todas las obligaciones de la piedad cristiana insípidas, amargas e
insoportables; y finalmente las lleva a que las abandonen en todo o en parte.
3.
Habiendo tenido el demonio la osadía de tentar a Jesucristo, lo tentó
sirviéndose de las palabras de la Escritura, haciendo una mala aplicación: y
este es el lazo mas ordinario y artificioso del cual se vale para tentar a las
almas mas piadosas, empleando para seducirlas las verdades mas santas, por
supuesto mal aplicadas, pero según sus designio. Estas son aquellas
tentaciones, de las que habla san Bernardo explicando el versículo sexto del
salmo noventa; tentaciones que son las mas temibles para las personas devotas,
porque el veneno está en ellas mas oculto.
IX. Continúa explicando porque esta
tentación es mas engañosa que las demás.
1. “Las aflicciones y angustias del corazón
son propias de todo hombre que obra el mal, pero la gloria, el honor y la paz
son fruto de todo hombre que obra el bien” No es de admirar que los impíos
estén como en un mar siempre agitado, que no se puede calmar porque: no hay paz
para los impíos, dice el Señor. Así lo tiene ordenado su justicia y así sera
siempre. Pero es una gran desgracia que los justos, a quienes pertenece la paz
y el gozo del Espíritu Santo, tengan las mismas agitaciones que los malos.
2. Esto nace por no poner la atención
suficiente para discernir la inspiración del Espíritu Santo, cuya propiedad es
consolar del silbido de la serpiente de quien es propio espantar. Espíritu
habla de verdad; lo mismo hace el espíritu de seducción también habla. Sus
voces, infinitamente diversas, algunas veces pareciera que dicen una misma
cosa. El Espíritu de verdad a nadie lisonjea: nos presenta la grandeza de
nuestros pecados, de nuestra flaqueza, de nuestros riesgos. El espíritu de
seducción nos presenta estas mismas cosas. Pero la voz del Espíritu de verdad
humillándonos nos sostiene, nos llena de nueva fuerza y nos hace recurrir a
Dios con confianza; el espíritu de seducción al contrario humillándonos nos
abate, nos desanima: y si no nos lleva a huir de la presencia de Dios, como lo
hizo con Adán, hace, por lo menos, que nos dirijamos a Dios con temblor como
delante de un juez infinitamente justo y terrible, y sin aquella humilde
confianza que debe animar nuestras oraciones tantas veces recomendadas en las Sagradas
Escrituras.
3. No se temen lo suficiente los funestos
efectos de esta desconfianza, de estas turbaciones, de esta tristeza y de estas
agitaciones, que pueden con rapidísimos progreso causar grandes destrozos. En
pocos días se adelanta mucho y, desgraciadamente, varios años son necesarios
para remediarlo lo que puede desencadenar en una verdadera desesperación y
persuadirnos de que estamos abandonados y desechados por Dios para siempre y
los consejos de los mas hábiles directores no pueden remediarlo.
X. Esta tentación es más peligrosa al
fin de nuestras vidas.
1. Esta tentación de un temor y desconfianza
excesiva se hace mas fuerte y violenta al fin de la vida: porque, en ese
momento, todas las circunstancias la fortifican y el demonio sabiendo que le
quedan pocos instantes y el tiempo urge, no deja de aprovecharlos y redoblar
sus esfuerzos. Se aprovecha ventajosamente del desaliento ordinario en que esta
el alma y el cuerpo en aquella hora, para atiborrar la imaginación de tristes
ideas, y cubrir el entendimiento de espesas nubes. Representa con viveza, que
es cosa horrible caer en las manos de un Dios vivo, presentarse dentro de unos
instantes en el tribunal de un supremo juez de vivos y muertos. Les pone
delante de sus ojos la espantosa imagen de una eternidad abrasadora, el abuso
de las gracias de Dios, la memoria de tantos pecados, por los cuales se ha
merecido el ser precipitado a aquellos estanques de fuego y de azufre, para ser
atormentado en ellos por los siglos de los siglos.
2. Es fácil comprender cuan terrible y
peligroso es semejante tentación en aquellos últimos instantes, para las
personas que toda la vida han estado gobernadas por un temor y desconfianza
excesiva. ¿Y como pueden despojarse de esta tentación temible estas almas, cuando
tantas veces se experimenta que aquellas mismas que no estuvieron sujetas
durante sus vidas a esta timidez, se ven algunas veces trastornadas al
acercarse la muerte no obstante de ver en ellos, hasta entonces, tanta virtud,
confianza y amor?
3. El mismo demonio hace que sea motivo de
escándalo ordinariamente contra la virtud esto mismo, persuadiendo a los malos
cristianos, que para morir bien no es tan importante, como se dice, vivir
practicando fiel y constantemente todas las virtudes; pues los mismos que
vivieron practicándolas con fidelidad no adquieren con su devoción y todas sus
virtudes mas fortaleza para alejar de ellos los espantos de una muerte próxima,
en la que también se les ve tan turbados como los demás. El demonio también les
hace mirar, como puras ideas faltas de solidez, aquellas grandes máximas de la
religión cristiana: que la muerte es para los justos el fin de la miseria, de
su destierro y el principio de su bienaventuranza; que ellos han recibido ya
las primicias del Espíritu Santo, para suspirar por el cumplimiento de la
adopción de los hijos de Dios y verse libres de su cuerpo: deseando y como
adelantando el advenimiento glorioso del gran Dios nuestro Salvador Jesucristo:
deseando y como adelantando con su anhelo el advenimiento del día del Señor;
estando siempre prontos para salirle al encuentro cuando Él venga a las bodas y
abrirle luego que llame a la puerta ; mirando con gozo la cercanía del último
día, persuadidos que su perfecta redención se aproxima. Así es como los miedos
que manifiestan algunas personas devotas en sus enfermedades son perjudiciales
a la misma devoción y dan al demonio ocasión para desacreditarla, y disminuir
su estimación y aprecio en el concepto de muchos cristianos.
XI. El espíritu de pusilanimidad y desconfianza
es injurioso a Dios, que nos lo ha prohibido expresamente.
1. Nunca se podrá advertir lo suficiente a
las almas devotas sobre el peligro y la importancia para estar alerta contra el
espíritu de pusilanimidad, no abandonándose a la desconfianza y a la tristeza,
sino conservando en todo tiempo y todas las circunstancias una viva confianza
en la bondad de Dios, una paz y un gozo santo. No sin razón el Espíritu Santo
sobre esto nos ha advertido como cien veces en las Sagradas Escrituras, para
obligarlas a que en esto pongan una atención muy particular. A Dios no se le
honra con la desconfianza, la turbación y el decaimiento del espíritu: todo
esto ofende e injuria su bondad, nos aleja de Él y aleja de nosotros sus
auxilios. Por estos temores y desconfianzas Dios permite que caigamos en
aquellos males que tememos y no sería así teniendo una entera confianza en su
misericordia.
2.
San Pedro caminó con seguridad sobre las olas del mar agitado por una gran
tempestad, mientras considero la bondad y el poder de Jesucristo a quien quería
llegar; y comenzó a hundirse en el agua, sino cuando, aterrado por la violencia
de los vientos, empezó a temblar y a faltarle la confianza. Oh hombre de poca
fe y confianza, ¿por qué has dudado:? Desgraciados a aquellos a quienes les
falta el ánimo, que no se fían de Dios y por tanto no les protege. Luego
nuestra principal obligación es desterrar esta pusilanimidad y esta
desconfianza, pues son la causa de nuestras caídas y nuestras desgracias:
porque también son la causa que Dios nos deje de proteger, y afirmarnos cada
vez mas en la esperanza, manantial de la paz y el gozo del corazón y de todo
genero de bienes. Vosotros los que teméis al Señor, esperad en Él, y os hará
misericordia y su misericordia será vuestro gozo.
El que adora y sirve a Dios con gozo, será bien recibido de Él y su oración subirá hasta las nubes. Regocijaos en el Señor, y Él os dará todo lo que vuestro corazón pidiere. La paz y el gozo del corazón es la vida del hombre y un tesoro inagotable de santidad. Al contrario, la tristeza del corazón es una llaga universal: porque derrama el tedio y la amargura sobre todas las acciones, cubre el entendimiento de pensamientos e imágenes oscuras, se opone a la confianza y amor de Dios, a la ternura, a la compasión y al sufrimiento del prójimo: ella excita la cólera, la impaciencia, el odio, la envidia destruye hasta la misma salud del cuerpo y , finalmente es una llaga universal, como se dijo mas arriba. No abandones, pues, tu alma a la tristeza, y no te aflijas a ti mismo con la agitación de tus pensamientos. Ten compasión de tu alma haciéndote agradable a Dios, reúne tu corazón en la santidad de Dios arroja lejos de ti la tristeza, porque ella ha causado la muerte de muchas personas, y para nada es útil.
XII Jesucristo y sus apóstoles han
tenido un cuidado muy particular para advertirnos sobre la desconfianza, la
turbación y del temor excesivo y nos recomiendan la confianza, la paz y el gozo
en los mayores males.
1.
Debemos tener muy en cuenta que Jesucristo empleo sus últimos momentos en
enseñar a sus discípulos, y el ellos a todos nosotros, estas importantes
verdades; en el sermón de la última cena les dejo como herencia su gozo y su
paz como por testamento; les mando expresamente que desterraran de su corazón
la turbación y el espanto y se las remarco para que pusieran en ello mas
atención. Vuestro corazón no se turbe; vosotros creeis en Dios, creed también
en mí. Realmente nos es suficiente para
calmar todas las turbaciones, creer que tenemos a Dios por Padre y a su Unigénito
hijo por mediador. Yo os dejo la paz, yo os doy mi paz: yo no os la doy como el
mundo la da. Vuestro corazón no se turbe y no se deje abatir del temor. Os he
dicho todas estas cosas para que mi gozo permanezca en vosotros. Pedid y
recibiréis, para que vuestro gozo sea lleno. Os he dicho estas cosas para que
tengáis la paz en mí. Estaréis oprimidos en el mundo; pero tened confianza, yo
he vencido al mundo. Hablando después con su Padre le dijo: Padre mío ahora
vengo a ti: y digo esto estando aun en el mundo, para que tengan en si mismos
la plenitud de mi gozo. Los apóstoles, que recibieron tales instrucciones de
Jesucristo, no se han cansado de inculcarlas a los fieles y todas sus epístolas
están llenas de todas estas instrucciones.
2. No obstante esto, los primeros cristianos
a quienes los apóstoles recomendaron incesantemente la paz y el gozo, estaban
expuestos a trabajos y tentaciones mucho mas grandes que las nuestras (1856);
porque las persecuciones eran mucho mas horribles (hoy 2003 las persecuciones
morales también son terribles y mas angustiantes causando una muerte lenta y
dolorosísima); las amenazas de la muerte y de una muerte cruel y sangrienta
casi continuas. Mas no por esto se debe creer que aquellos fieles todos eran
perfectos y poseían fortaleza heroica ; pues vemos por las mismas epístolas de
los apóstoles, que también había muchos débiles e imperfectos que veían, con
frecuencia, en peligro de perder la fe y la salvación eterna, a no ser que Dios
les concediera la gracia del martirio, gracia que se concede aún a los más
fuertes y perfectos. Además de lo dicho estaban expuestos a terribles
tentaciones y los apóstoles les prohibían la turbación y la agitación
mandándoles arrojar en el seno de Dios todas sus inquietudes, que creyesen con
firmeza sobre el cuidado de Dios sobre nuestras almas, que jamás permitiría
fuésemos tentados mas allá de nuestras fuerzas, que se fortalecieran en su
virtud omnipotente; que afianzarán su corazón en la gracia, que puede hacer en
nosotros más de lo que pedimos, y todo lo que no pensamos; y que se regocijasen
en todo tiempo en el Señor. Con aquella confianza que los había llamado a la
compañía de su Hijo y a su eterna gloria, los afirmaría y fortificaría y que
habiendo comenzado por sí mismo la obra de la salvación, la perfeccionaría
hasta la venida del Señor.
XIII Las almas piadosas no se deben
dejar llevar por la turbación y desconfianza, aunque no experimenten en sí esta
paz y este gozo.
1. Aunque este gozo y esta paz en el
Espíritu Santo estén tan unidas tan unidas con la justicia cristiana, es
preciso, para los que viven piadosamente no dejarse abatir y desanimar con el
pretexto que no sienten en sí esta paz y este gozo, sino al contrario se ven
muchas veces turbados y agitados; ni se dejen persuadir, por el demonio, que no
participan de la justicia cristiana. En aquel pasmoso sermón de la última cena
en cual Jesucristo recomendó repetidas veces el gozo y la paz, como legados
preciosos que quería dejar a todos sus verdaderos discípulos. Conforme a esto Jesucristo
expreso contundentemente: Vuestro corazón no se turbe, y no de deje abatir por
el temor. Solo prohibe aquella turbación que proviene de la poca confianza en
su poder y en su bondad: pero no aquella turbación que procede de los sentidos
y la imaginación de los cuales el alma no es siempre dueña; porque mientras la
parte inferior del alma está agitada, la superior puede y debe conservarse en
paz.
2. Jesucristo mismo que
experimento por voluntad propia el tedio, la tristeza y el temor hasta caer en
una terrible agonía debido a la cual, por prodigio inaudito, salió de todas las
partes de su purísimo cuerpo un sudor de sangre que corrió hasta el suelo;
también en la cruz mientras sacrifica su vida por la gloria de su Padre, se
queja del abandono de su Padre quien deja caer sobre su alma todo el peso de su
divina justicia y santidad, sepultándola en un mar de dolores, amargura y
desolación; privándole de todo gusto, de todo gozo, de todo consuelo. Hasta
esto lo llevo su caridad infinita, para consolar a los mas débiles de su cuerpo
místico en los disgustos, temores, tristezas, privación de todo gozo y consuelo
sensible que se experimentan en el transcurso de la vida cristiana; enseñando
con esto, a los perfectos como a los flacos, que todo lo deben sacrificar por
Dios y sufrir por su amor la privación de todo consuelo y de todo gozo sabiendo
que con eso cumplen su santísima voluntad costare lo que costare.
3. Mientras la parte inferior
de nuestra alma está atediada, tímida y triste, puede haber en la parte
superior de ella cierto gozo y cierta paz; y ser muy verdadero este gozo y paz,
aunque no se sientan a causa del temor y tristeza que ocupan la imaginación y
lo sentidos; porque escrito está: "Que el justo vive por la fe", pero
no por lo que siente. Cuando los ministros de la Iglesia bautizan, absuelven o
consagran el cuerpo de Jesucristo, sacan (por decirlo así) las almas del
infierno y les abren las puertas del cielo con la remisión de los pecados que
comunican los sacramentos del Bautismo y la Penitencia: ni tampoco los que
reciben estos sacramentos sienten en sí mismos estos admirables efectos ; y no
obstante ni los unos ni los otros lo dudan. ¿Por qué ? porque unos y otros
juzgan por la fe, no por lo que sienten. Pues del mismo modo se ha de juzgar de
aquella paz y de aquel gozo que Dios recomienda tan fuertemente en las
Escrituras del Nuevo y Antiguo Testamento, no gobernados por lo que sentimos
sino por los principios de la fe que profesamos. Es verdad que esta paz y este
gozo es algunas veces sensibles, es decir, se experimenta una cierta dulzura,
una suave afección, cierto gusto, que Dios da muchas veces al principio de la
conversión mas que en lo sucesivo. Entonces debe recibirse esta gracia con
humildad; pero sin apegarse demasiado a ella: porque acostumbra el Señor
retirarla cuando las almas se hallan fortificadas y arraigadas en las virtudes
cristianas. Les conviene mucho que este gozo no dure siempre; y que en su lugar
lo sustituya, como lo hace, un gozo puramente espiritual: un gozo que, a pesar
de la turbación misma de los sentidos y de la parte inferior del alma, se
mantenga oculto en lo íntimo del corazón y de la voluntad. Y este gozo no es
otra cosa sino un cierto vigor, una cierta fortaleza toda interior y
espiritual, que sostiene al alma contra las tentaciones; que la hace cumplir
todas sus obligaciones, por lo menos en las cosas esenciales; que la tiene
sumisa a Dios y a su santa voluntad, aún en medio de las mayores agitaciones;
que la hace superior a todos los falsos gozos y mortales dulzuras del pecado; y
la hace preferir el placer y la felicidad de vivir en castidad, en humildad, en
caridad, en templanza y en las virtudes cristianas, a aquel gusto que podría
buscar (como lo hacen otros) en los deleites opuestos a estas virtudes.
4. Esta paz y este gozo es
inseparable de la justicia cristiana, y siempre permanece en lo íntimo del
corazón de todos los justos, aunque muchas veces la turbación y el temor que se
elevan en la parte inferior, les incline a creer que no lo tienen. Así lo asegura
S. Bernardo: " Hay muchos que se quejan de que raras veces experimentan
asta afección sensible y mas dulce que la mas excelente miel, como dice la
Escritura. Estos no consideran, que proviene que Dios los ejercita en la
tentación y en los combates, mientras dura esto; y que manifiesta mucha mas
firmeza y valor cuando así se abrazan con las virtudes, no por el gusto que en
ellas se encuentra, sino por ellas mismas, con solo el deseo de agradar a Dios,
practicándolas con una entera satisfacción. Y es indubitable que el que obra de
este modo obedece perfectamente a aquel consejo saludable del profeta:
regocijaos en el Señor; porque no habla el profeta tanto del gozo sensible que
nace de la afección, cuanto del gozo efectivo que produce la acción : porque
aquella afección propiamente pertenece a la bienaventuranza que esperamos en el
cielo; y la acción es propia de la virtud que debemos practicar en esta
vida."
5. En sentido se cumplen en todos los
verdaderos cristianos aquellas palabras tan notables de San Pablo: "Haced
reinar y triunfar en vuestros corazones la paz de Jesucristo, a la cual habéis
sido llamados" Estos encuentran la paz de Jesucristo en las turbaciones,
en las contradicciones, en los males, en las adversidades, en la vida y en la
muerte: porque en todo esto encuentran la voluntad de Dios y ponen su descanso
en la sumisión a esta divina voluntad. Aún encuentran esta paz de Jesucristo en
sus miserias y enfermedades espirituales, en la guerra y contradicción de sus
pasiones, en la agitación de sus pensamientos, en la turbación y espanto de su
entendimiento, de su imaginación y de sus sentidos y hasta en sus mismos
defectos y faltas, como se explicara mas extensamente en su momento. Ellos (los
cristianos) remedian cuanto pueden todos sus deslices voluntarios; se humillan
por sus defectos y flaquezas, aunque involuntarias, por la agitación de sus
pasiones, y por los pensamientos que no pueden impedir. Porque la voluntad de
Dios es que se humillen y giman por estas cosas; pero las sufren con una humilde
paciencia, y sin perder la paz del corazon: y pues Dios quiere que vivan en
este mundo con estas contradicciones, se someten humildemente a sus ordenes,
esperando en su bondad una perfecta curación, cuando quiera hacerlo. Si la paz
de Jesucristo reina siempre con superioridad en el corazon y se hace vencedora
de la turbación. Hablaremos pues otras veces mas de una materia que es tan
importante en la vida espiritual.
CAPITULO II
De las diferentes relaciones de la fe y la esperanza.
Necesidad de la fe, de la esperanza y
de la caridad.
1. "Por ahora permanecen estas tres virtudes, la fe la esperanza y la caridad" S. Pablo en este pasaje nos enseña, que hay una gran diferencia entre estas virtudes y entre los dones de profecía, el don de lenguas o de milagros, el don de gobernar a otros, el don de discernimiento de espíritus, el don de asistir a sus hermanos, el don de hablar con alta sabiduría, de hablar con ciencia y los otros dones espirituales, de que había hablado a los corintios en el capítulo precedente. Estos dones mas miran a la utilidad de los otros, que a la ventaja particular de aquellos a quienes Dios los distribuye. Pero no sucede así en la fe, en la esperanza y en la caridad, "estas tres virtudes, la fe, la esperanza y la caridad, permanecen y subsistirán hasta el fin de los siglos." Estas virtudes son esenciales a toda la Iglesia en general y de una indispensable necesidad para cada uno de los miembros de la Iglesia en particular. Sin ellas ninguno ha podido jamás ni podrá conseguir la salvación
2. Así como está escrito que "es imposible agradar a Dios sin la fe"; del mismo modo está escrito: "Desgraciados de los que les falta corazón, que no confían en Dios; que han perdido la firmeza de su esperanza; y que Dios por esta razón no los protege.[1]" Y también está escrito, que "el que no ama está muerto[2] Si alguno no ama a Jesucristo sea excomulgado." Toda ley y los profetas, todo el culto de la verdadera Religión y creencia consiste en el ejercicio de estas tres virtudes: porque, como dice S. Agustín " con la fe, con la esperanza y con la caridad se ha de honrar a Dios."
3. Estableciendo Dios su religión, ha
querido formar en la tierra un pueblo que le fuese enteramente consagrado, una
raza escogida, una nación santa, una sociedad de hombres separados de todos los
demás; de hombres que, viviendo en el mundo, tuviesen su entendimiento y su
voluntad levantados sobre todo lo visible; hombres que reputasen por nada las
cosas visibles, porque pasan con el tiempo y que no pusiesen su corazón sino en
las invisibles, porque son eternas; unos hombres que, mirando todos los vienes
y males de esta vida como indignos de ocuparlos y detenerlos, hiciesen
profesión de creer otros bienes infinitos que no se ven con los ojos
corporales, y de esperar y amar una felicidad que ni los ojos han visto, ni
oídos han oído y que el corazón del hombre jamás lo ha comprendido; finalmente,
unos hombres que fuesen de este mundo, sino que habitasen en la eternidad, y
que fuesen ya por su fe, por su esperanza y por su amor, "los ciudadanos
de la misma ciudad que los santos y domésticos de Dios.[3]"
4. Es, pues, de suma
importancia el hacer comprender bien a todos, que la esperanza es tan necesaria
e indispensable como la fe y que sin esperanza no hay salvación; pues habiendo
poquísimos cristianos que no tengan horror a todo lo que ofende en lo mas
mínimo a la fe y aún a las virtudes morales o cardinales, hay no obstante
muchísimos que no tienen el mismo horror a cuanto puede disminuir la esperanza
cristiana. Algunos conciben un gran escrúpulo de formar la menor duda contra la
fe, de detenerse en pensamientos contrarios a la castidad; y por un extraño
abuso no temen, no digo debilitar sino casi destruir en sí mismos la esperanza,
entregándose a inquietudes y desconfianzas continuas en la bondad de Dios; no
reflexionando que la fe sin la esperanza les será inútil; y que les esta
mandado no solamente el conservarla, sino también el fortificarla y hacerla
crecer mas y mas. No es un simple consejo, sino un mandamiento impuesto a
todos, en aumentar siempre la fe, la esperanza y la caridad. Si nos está
mandado "amar a Dios con todo nuestro corazón", [4]
Sin ceñirnos voluntariamente a cierto grado de amor; del mismo modo nos está
mandado "tener confianza en Dios con todo nuestro corazón [5]"sin
unirnos voluntariamente a grado alguno de desconfianza. Y la Iglesia tiene gran
cuidado de pedir para cada uno de sus hijos este acrecentamiento de la
esperanza como puede notarse especialmente en la oración del oficio de la Misa
del Domingo trece después de Pentecostés.
II Unión y dependencia de la fe, de la
esperanza y de la caridad.
1. Hay una trabazon y dependencia esencial entre estas tres virtudes teologales o divinas. La fe sirve de fundamento a la esperanza y las dos a la caridad. como no hay esperanza sin fe, tampoco hay amor de Dios sin esperanza, como ya lo hemos dicho. La fe, que es la raíz de las virtudes y la justicia cristiana, se nos ha dado para "ser el fundamento de las cosas que se deben esperar [6]" y hacérnoslas como presentes y visibles. Para acercarse a Dios, es preciso creer no solamente que hay Dios, esto es un ser soberanamente perfecto, y por consiguiente soberanamente amable; sino que también es preciso creer, que recompensará a los que le buscan [7]", le desean y le aman; y que después de haber ejercitado y probado su fe, su esperanza y su amor con los males y tentaciones de esta vida, que dura solo unos instantes, recibirán de su bondad y de su justicia la corona de vida que les ha prometido. Esto es por lo que Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, porque les ha preparado una ciudad[8]."
2. Estas últimas palabras merecen particular atención. Dios, según dice el Apóstol, se avergonzaría de llamarse su Dios, sino les recompensara como Dios, si no les hubiera preparado una ciudad celestial, una felicidad verdadera digna de su bondad y magnificencia, un reino eterno, en cuya comparación todos los imperios de este mundo no son mas que granos de arena. "Por esto Dios, llamándoos al cristianismo, os ha dado el espíritu de sabiduría y de revelación y ojos iluminados de vuestro corazón, para que conozcáis y comprendáis cual es la esperanza que os ha llamado, y cuales las riquezas y la gloria de la herencia que os destina[9]"
3. Se ha de poner cuidado en no separar lo
que Dios ha unido, esto es, la fe, la esperanza y la caridad. es preciso creer
no solo los misterios de la Religión, y todo lo que Dios ha hecho por la
salvación de los hombres, porque esta fe podría estar destituida de confianza y
de amor. Debemos además de esto, como dice el apóstol S. Juan: "conocer y
creer el amor que Dios nos tiene.[10]"
Debemos creer con una fe viva y fuerte confianza, que, nos ha amado con un amor
eterno; nos ha atraído a sí por un afecto de su bondad y misericordia [11]"
; y por la gracia de nuestra vocación (gracia que nos ha hecho a tantos
millares de pueblos enteros), "nos ha arrancado del poder de las
tinieblas, y nos ha hecho pasar al reino de su Hijo muy amado [12]";
que nos ha hecho sus hijos, miembros de este Hijo amado y de la Iglesia su
esposa: se ha hecho nuestro Padre y somos hijos suyos; nos ama con aquel mismo
amor con el que ama a su Hijo Unigénito, como que somos parte de este Hijo y de
su cuerpo místico y como que debemos ser por toda la eternidad los coherederos
de su gloria: que para merecernos esta gloria ha enviado a su Hijo Unigénito al
mundo, revestido de todas nuestras miserias, excepto del pecado; y que por un
exceso de amor, que será siempre la admiración de los espíritus celestiales,
sacrifico en medio de los mayores tormentos y de las mas grandes ignominias la
vida de este Hijo, de la cual un solo instante era mas precioso que la vida
natural de todos los hombres; que ha hecho llevar en lugar de nosotros todo el
peso de su justicia; que en el cielo mismo, en donde lo ha hecho sentar a su
derecha, le ha establecido Mediador nuestro, nuestro Pontífice, nuestra Víctima
y nuestro Abogado, para que en todo tiempo y en todas nuestras necesidades
tuviésemos franca entrada cerca del trono de su gracia. ¿Puede un cristiano
estar persuadido de estas verdades, sin sentirse todo penetrado de afectos de
confianza y amor? ¿Y no debería mirarse como un monstruo de ingratitud y
malicia, si no tuviese confianza y amor para con Dios que le ha dado testimonio
de bondad, que sobrepuja infinitamente a toda la inteligencia humana y
angélica?
4. Tanta como esta es la unión y
concatenación de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nacen la una de la
otra. Así es como en la vida civil y natural, que es una imágen de la vida
espiritual. Un hombre empieza creyendo con fe humana, dice S. Agustín, que tal
persona es su Padre. Después aquel que sabe ser su Padre, es un hombre muy rico
y de grande calidad, espera y aguarda de él todo género de ventajas según el
mundo: y después de esto sería tenido por un ingrato y un malvado sino amase a
un padre de quien tanto ha recibido, y de quien todo lo espera. Si este hijo no
descansase en la atención y bondad de tal Padre para todas sus necesidades
temporales; si al contrario viviese con perpetuas inquietudes de todo lo que
necesitase y aún de su mismo acomodo: ¿quién diría que este hijo obraba como
hijo de tal padre? ¿Quién podría juzgar que semejante hijo estaba muy
persuadido que tenía la felicidad de disfrutar de tal padre, pues se portaba
con él como si fuera algún extraño, o a lo menos como haría un esclavo con su
amo? ¿Pues, como un cristiano puede lisonjearse que obra como hijo de Dios,
sino descansa enteramente en la atención y ternura de un tal padre? ¿Si no se
alivia del cuidado de si mismo, fiándose de su bondad, esperando que le
conservará, y hará que crezca en él su gracia, por aquella misma misericordia
por la cual le plugo dársela, poniéndole por el sacramento de la regeneración y
de la adopción divina en cualidad de hijo suyo? Es propiedad de la confianza
cristiana hacer que el hombre obre como verdadero hijo de Dios ; y es difícil
comprender, que un cristiano que no obra con este espíritu, y que al contrario
vive agitado, espantado, inquieto y continuamente desconfiando de la bondad de
Dios, esté sinceramente persuadido que tiene la dicha de reconocer a Dios como
Padre, que está en su casa, que es su Iglesia, no como un extraño o como un
esclavo, sino como uno de sus hijos.
III Creer sin esperar no es propiamente creer como cristiano, sino creer
como demonio.
1. La fe y la esperanza son dos virtudes tan
estrechamente unidas entre si, que en la Santa Escritura la fe muchas veces se
toma por esperanza y la esperanza por la fe; y el defecto o falta de esperanza
se llama incredulidad. De aquel numero infinito de miserables que recurrirán a
la bondad de Jesucristo para pedirle el remedio de sus males, no leemos en la
historia del Evangelio, que ni a uno solo haya negado lo que deseaba. Mas antes
de conceder estas gracias, vemos que acostumbraba a exigir de ellos la fe como
disposición necesaria; o después de haberles concedido lo que deseaban,
declaraba que su fe los había salvado. Pero Jesucristo no quería dar a
entender, que aquella fe que les pedía y escuchaba, solo era una simple
persuasión de su poder infinito, sino que también entendía o comprendía la
confianza en su bondad omnipotente.
2. Entonces no se debe separar le esperanza
de la fe cristiana: porque Dios no se da a conocer por la fe, sino con el fin
de que esperemos en su Majestad. "Señor
todos aquellos que conocen vuestro nombre, esperan en vos[13]"
¿Qué de cosas admirables no ha hecho el Señor conocer a nuestros padres,
mandándoles la noticia de ellas a sus hijos, para que pongan en Dios su
confianza[14]"?
3. En el símbolo, que tantas veces rezamos
los cristianos y la mayor parte tan mal, con precipitación, sin devoción
afectuosa y aún muchas veces sin atención, aunque todas las palabras sean otros
tantos actos de fe sobre los principales misterios de la religión; en el
Símbolo, repito, no decimos: Yo creo en
un Dios, tampoco decimos: Yo creo a
Dios; sino: Creo en Dios. Y esta
expresión significa, según la explicación que dan los teólogos después de los
SS. Padres, el movimiento de un alma que camina y se eleva a Dios, como al
soberano bien al que desean unirse, en el cual esperan encontrar su descanso
perpetuo; y que dice por las disposiciones secretas e íntimas de su corazón,
como el profeta: Mi felicidad es estar
unida con Dios, poner mi esperanza en él, que es el Señor[15],
el Dios de mi corazón y mi herencia por toda la eternidad[16]"
Esta es propiamente la fe de los cristianos. Esto es creer como tales;
creer esperando. Esto es por lo que el Símbolo es llamado por los Padres el
Símbolo de nuestra esperanza. No podemos pronunciar las primeras palabras del
credo, sin hacer una profesión solemne de que confiamos en Dios, como que es
nuestra primera y mas esencial obligación.
4. Mas creer sin esperar, es fe de demonios.
Creer que hay un solo Dios, un solo Jesucristo y todos los demás misterios,
también los demonios lo creen; y no
creen sino que se estremecen. Pero lo
que distingue la fe de los verdaderos cristianos de la fe de estos espíritus
malignos es la esperanza; pues creyendo los demonios que Dios ha enviado a
Jesucristo al mundo para atormentarlos y perderlos, los cristianos creemos que
ha venido para salvarnos.IV. Faltar a la confianza en Dios, según los Padres, es una especie de
idolatría.
1. Mucho tiempo ha que los ídolos de madera,
de piedra o metal se destruyeron en el mundo y se demolieron los templos de los
falsos dioses de paganismo; pero en lugar de estos ídolos materiales, el diablo
ha sustituido otros mas espirituales. Según S. Agustín y S. Bernardo, los
cristianos que se representan a Dios de otro modo que es y forman de Él una falsa
idea, se forman un ídolo en el corazón y se hacen un dios falso en vez del Dios
verdadero: formant sibi idolum pro Deo.
Aquellos que en medio de sus pecados se figuran a Dios como si no tuviese mas
que bondad sin justicia y esperan que continuando en vivir violando sus
mandamientos y los de la Iglesia, Dios no los dejará de salvar y no castigará
sus excesos, se forjan un ídolo y hacen en su corazón un Dios falso en lugar
del verdadero, pues es muy diferente de lo que se figuran. Si es infinitamente
bueno, es infinitamente justo. Si nos hace experimentar cuan rico es en
misericordia con aquellos que sinceramente se convierten dejando sus delitos,
también deja sentir su rigor de su justicia a los que no los dejan.
2. Mas los que están siempre agitados por la
desconfianza y las inquietudes, mirando a Dios como un juez severo que solo
tiene rigor y justicia y es inexorable en las menores faltas (como que si no
buscase nadamás que ocasiones para perder a los hombres), se forjan también otro
ídolo en si mismos por la falsa idea que se forman del Dios verdadero, porque
Él es muy diferente a como ellos se lo imaginan. Si es infinitamente justo, es
también infinitamente bueno. Castiga, si, a los que perseveran en sus pecados,
porque es justo; pero perdona a todos aquellos que se convierten, porque es
bueno. Castiga y tiene misericordia; pero con esta diferencia, que castiga con
repugnancia y porque le obligan a ello, y perdona, a nuestro modo de hablar,
por su propio genio: De nostro justus, dice
un Padre de la Iglesia, de suo
misericors. No encuentra en sí, sino en nosotros, el porque de su justicia;
pero encuentra sino en sí y en fondo infinito de su bondad los motivos que le
hacen ejercitar su misericordia: porque perdonando y teniendo misericordia es
como luce de manera particular su omnipotencia. "Deus, qui omniptenctiam tuam parcendo maxime, et miserando
manifestas[17]"
¡"Oh, cuan grande es la misericordia del Señor! Y su bondad en perdonar a
los que se convierten a él, porque no todo se puede encontrar en los hombres[18]":
Porque los hombres no son perfectos y, por lo tanto están llenos de defectos y
pecados. "Tanto como el cielo se
eleva sobre la tierra, otro tanto afirma su misericordia sobre los que le
temen. Tanto como el oriente está separado del occidente, tanto ha alejado de
nuestras iniquidades. Así como un padre tiene una tierna compasión de sus
hijos, así el Señor se compadece de los que le temen; porque él mismo conoce la
fragilidad de nuestro origen, y se ha acordado que nosotros somos polvo, pero
la misericordia del Señor es ab aeterno, y se mantendrá eternamente sobre los
que le temen[19]"
3. Luego los que le temen y se esfuerzan en
testificar su fidelidad, huyendo de todos aquellos pecados que matan al alma de
un golpe, y que no obstante por los pecados, que los mas justos no pueden
enteramente evitar entre las tentaciones de esta vida, están con turbación, con
espanto, con desconfianzas perpetuas; ¿no deben temer el forjarse un ídolo por
la falsa idea que se forman del Dios verdadero? San Juan dice[20]:
"que el que no ama, no conoce a
Dios: es igualmente cierto decir, que el que no espera, no conoce a Dios.
"Todos aquellos que no quieren convertirse a Dios, o que no estando ya
convertidos no esperan en su misericordia, no le conocen: porque sin duda no
permanecen en esta desconfianza, sino porque se representan a Dios como duro y
severo, siendo a mi misma piedad, como duro e inexorable, el que está lleno de
misericordia; como cruel y terrible, el que es infinitamente amable: y en esto
la iniquidad, según la expresión del profeta, se miente a sí misma y se forma
en lugar de Dios un ídolo que no es el mismo Dios[21]"
[1]
Joann-XVII-16
[2]
Ephef.,II-19
[3] Ephef
II,19
[4] Deut
VI, 5
[5] S.
Lucas, X, 27
[6] Heb.,
xi,1
[7]
Ibid., 6
[8]
Ibid., 16
[9]
Ephefs., I, 17, 18
[10]
Joann., IV, 16
[11]
Jerem., XXXI,3
[12]
Coloss., 1,13
[13]
Psalm.,9
[14]
Ibid., 77
[15]
Ibidem., 72
[16]
Ibid., 72
[17] In
offic. Dom. 10 post Pentec.
[18]
Eccles.,XVII, 28-29
[19]
Psalm. 102
[20]
Joann., IV, 8
[21] S.
Bern., Serm. 58 in Cant.