La guerra Cristera
LOS ARREGLOS a) Modus vivendi
Este episodio de la guerra cristera es sin duda uno de los más difíciles de comprender, si humanamente se le considera o se le juzga, pues el entendimiento no alcanza a comprender cómo los que estaban a punto de vencer en el campo de batalla fueron vencidos en el terreno "diplomático o político".
Los
famosos arreglos entre la Iglesia y el Estado se presentaron, ante los
entendimientos de los soldados de Cristo Rey, como una terrible pero verídica
pesadilla. No hay palabras para definir el terrible desconcierto que esta
noticia causó en los ánimos sufridos, sencillos y simples de estos hombres
valientes.
Aun para los que no estuvimos en ese
tiempo, se nos presenta este episodio como un período muy enmarañado o
complicado porque escasea la información sobre este tan complicado tema. Con todo,
como nosotros no
somos autoridad para afirmar si Roma se equivocó o no y si fue imprudente o no,
tan sólo expondremos lo que, sobre este asunto tan espinoso, hemos encontrado.
Los
Estados Unidos de América seguían minuciosamente los entredichos de Roma y los
Cristeros y se valían de eso para unir dos extremos irreconciliables que se
suscitaron desde el principio de la guerra. ¿Cuáles eran estos extremos?
Bravo
Ugarte en su obra nos dice: "... Desde el comienzo de la lucha hubo dos
posiciones irreductibles: La del Gobierno de la Casa Blanca que en absoluto no
quería un cambio de régimen en México; y la del Gobierno Mexicano que en
absoluto no quería la derogación de las leyes persecutorias. Si se quería
arreglar la cuestión religiosa era del todo necesario buscar un camino
intermedio que salvara los dos extremos y este camino intermedio era Roma”[1].
El P.
Rafael Martínez del Campo afirmó que: "Después de haber juntado
cuidadosamente información de ambas partes, acabó por exclamar delante de sus consejeros
’¡Tengo aquí este bloque de informes del lado de los combatientes y acá tengo otro
de los que anhelan un arreglo y como se pueda! ¿A quiénes voy a dar la razón?’
Pero cuando en 1929 fue derrotado Escobar y dispersadas sus tropas, gracias a
la ayuda militar de los Estados Unidos, a la Santa Sede le pareció ver con
claridad la posibilidad de que, aun cuando triunfaran los católicos por las
armas, la vecina nación del norte les anularía el triunfo de alguna manera.
Este mismo pensamiento se sentía entre los combatientes que, debido al
creciente desarrollo de sus actividades, tarde o temprano el Gobierno y los
Estados Unidos acabarían por entrar en arreglos o transacciones. Así lo
manifestó en una carta el General Gorostieta y también de la misma manera
pensaba el General Degollado Guízar. Pero lo que más tarde sucederá hace ver
que la Santa Sede no estuvo ni engañada ni ignorante. Además, en Roma
impresionaba grandemente la división entre los prelados mexicanos; de manera
que fue este el factor decisivo de la determinación de la Santa Sede"[2].
Por
otro lado, M. Elizabeth Ann Rice aporta datos muy interesantes sobre la
participación de los Estados Unidos en el conflicto religioso en México, para
un arreglo, ya desde 1927. He aquí las palabras de M. Elizabeth: "Mr.
Dwight W. Morrow, embajador de los Estados Unidos, que presentó sus
credenciales ante el Presidente Plutarco Elías Calles el 29 de octubre de 1927,
llevaba como instrucción esencial para su actuación extraoficial, el arreglo de
la situación religiosa; de la que él mismo afirmaba, ya en diciembre de 1927,
la necesidad de un pronto arreglo, por considerarlo no sólo como parte de la
política oficial norteamericana; sino que mientras México no hiciera ningún
arreglo o modus vivendi del problema religioso, había poca esperanza de llegar
a soluciones permanentes en cualquier otro asunto, ya fuera doméstico o
extranjero".
Con
este fin bien determinado, Morrow se entrevistó con el P. Burke, Secretario
Ejecutivo de la N. C. W. C., sugiriéndole al Subsecretario Olds que el P. Burke
fuera a hablar con Calles. De esta forma, Morrow concertó una primera
entrevista entre el P. Burke y Calles, el 1º de febrero de 1928. En esta
entrevista, el P. Burke le dijo a Calles que la Iglesia no aceptaba
"condiciones que destruyeran su identidad" insistiéndole, además, en
la ley del registro de los sacerdotes y el poder de los Estados para fijar el
número de los que podían oficiar.
Dos hechos muy importantes suceden en abril de 1928: una segunda entrevista del P. Burke y Montavon, del departamento legal de la N. C. W. C., en San Juan de Ulúa y la muerte de Monseñor de la Mora y del Arzobispo de México y Presidente del Comité Episcopal, siendo nombrado, en su lugar, monseñor Ruiz y Flores. Dado que monseñor Díaz y Barreto ocupaba la secretaría de dicho Comité Episcopal, los arreglos ante el gobierno quedaron en manos de ellos.
El 17
de mayo de 1928, monseñor Ruiz y Flores junto con el P. Burke y Montavon
llegaron a Tacuba a la casa de Lewis B. McBride, agregado militar naval de los
E. U. A., donde permanecieron como secuestrados sin hablar con nadie, hasta el
19 del mismo mes, poco antes de la entrevista con Calles. Tiempo que aprovechó
muy bien Morrow para instruirlos en lo que debían de decir ante Calles. El
resultado, según los representantes de Roma, fue "satisfactorio”.
Como
se dará cuenta quien esto lea, ya son varios los nombres que se ven desfilar en
estos dichosos arreglos. No se extrañe que, hasta la última entrevista, se
sigan sumando nombres como el del señor Miguel Cruchaga, antiguo embajador
chileno en Washington y entonces miembro de las comisiones de reclamación
México-Alemania y México-España, el del P. Walsh de la Universidad de
Georgetown, Agustín Legarreta y el ministro británico en el Vaticano, Henry Gotty
Chilton y Sir Esmond Ovey, Ministro británico en México. Uno
se pregunta: ¿Hay algún representante de los soldados cristeros entre estos
nombres?La
respuesta es obvia: NO. El 1º
de diciembre de 1928, Emilio Portes Gil es nombrado Presidente interino de
México y, hasta ese momento, nada habían adelantado los “arreglos”. Pero el mes
de mayo, Portes Gil dijo: "Si el Arzobispo Ruiz deseara discutir conmigo
el modo de asegurar la cooperación en un esfuerzo moral para el mejoramiento
del pueblo mexicano, yo no tendré objeción para conferenciar con él acerca de
la materia".
La
primera entrevista de los Prelados y Portes Gil se tuvo el 12 de junio de 1929,
después de los tejes y manejes de Morrow. En ella no se llegó a ningún acuerdo
porque Portes Gil defendió a capa y espada la posición de Calles ante el P.
Búnker, pero se dejó una puerta abierta para seguir negociando.
Como era de esperarse, la reacción de los soldados cristeros fue oponerse a todo arreglo sin la participación de alguna comitiva que los representara, según se desprende de la carta que el general Enrique Gorostieta enviara para esas fechas a los señores obispos: "No en verdad los obispos los que puedan con justicia ostentar esa representación. Si ellos hubieran vivido entre los fieles, si hubieran sentido en unión de sus compatriotas la constante amenaza de su muerte por sólo confesar su fe, si hubieran corrido, como buenos pastores, la suerte de sus ovejas, si siquiera hubieran adoptado una actitud firme, decidida y franca en cada caso, para estas fechas fueran en verdad dignísimos representantes de nuestro pueblo. Pero no fue así o porque no debió ser o porque no quisieron que así fuera. Ahora nos sera difícil, más bien imposible, que el Episcopado tome sin faltar a su deber una representación que no le corresponde, que nadie le confiere".
Esta
carta jamás llegó a las manos de los señores obispos Ruiz y Flores y Pascual
Díaz y Barreto, quienes tuvieron su última entrevista con Portes Gil el 21 de
Junio de 1929.
Roma
acudió, representada por estos señores obispos, con los siguientes puntos a
tratar en esa reunión:
"1.
El Santo Padre está muy dispuesto a una solución pacífica y laica. 2. Amnistía
completa para Obispos, sacerdotes y fieles. 3. Devolución de propiedades de la
Iglesia, de Obispos y casas de sacerdotes y seminarios. 4. Relaciones sin
restriccciones entre el Vaticano y la Iglesia mexicana. Unicamente con estas
condiciones podrá usted ultimar, si lo piensa decoroso ante Dios".
Se
firmaron los acuerdos, acuerdos que nunca vio el pueblo católico, terminándose
esta fase de la controversia religiosa. Portes Gil, vagamente anunció que:
"Se ofrecería amnistía a los rebeldes católicos armados que se rendirán y
entregaran las armas...; lo mismo que los individuos encarcelados por faltas
contra las leyes religiosas", dando instrucciones al Subsecretario de
Gobernación para facilitar el regreso del clero a las iglesias, lo más pronto
posible. Volvemos a insistir: todo lo ordenado por Portes Gil sólo fue de
palabra y las palabras se las lleva el viento, como se demostró después. b) Modus moriendi Éste es uno de los capítulos más
tristes de la guerra cristera que, si se mira desde el punto de vista humano,
no tiene explicación. Si Dios permitió esto, Él sabe por qué.
Portes Gil no cumplió con lo pactado
en los arreglos, pues no bien los cristeros entregaron las armas y recibieron
el famoso "salvoconducto",
empezó la más horrible persecución. En la misma, murieron los jefes cristeros
durante los primeros meses. La persecución duró cerca de diez años. El número
de muertos fue mayor que durante los tres años de batalla.
La situación entre la Iglesia y los
cristeros se complicó demasiado. Esto lo habían previsto algunos obispos como Monseñor
de la Mora y Monseñor Orozco y Jiménez, quienes dijeron:
"Un desengaño sería de terribles consecuencias para la Iglesia: a) porque el pueblo perdería la confianza en sus pastores que lo guían a los cuales hasta ahora se ha mostrado siempre sumiso y obediente; b) porque perdería el animo para seguir luchando, al ver que, al obtener el triunfo, éste se le escapaba, haciendo vanos todos sus sacrificios. Tal es el sentir de la parte más sana de nuestro pueblo; c) porque difícilmente podrá contarse más adelante con la cooperación de ese mismo pueblo, para las obras sociales y de todo orden que en adelante se emprendieren".
Cuanta razón tuvieron estos prelados pues se ve confirmada
y más ampliada por Monseñor González Valencia, cuando Roma le pidió que
describiera a situación religiosa en el año de 1932. Éstas son sus palabras y
con ellas damos por terminado este modesto trabajo sobre "Roma y los
Cristeros":
"Juzgo que se ha perdido por
completo entre los católicos mexicanos la tradicional estima de los obispos,
más aun el simple respeto. Y esto no es de maravillar, si se atiende al cambio
absoluto del dignísimo modo de obrar que tuvo el Episcopado al principio del
conflicto para venir al actual modo de comportarse, que según todos parece
totalmente opuesto al primero, no obstante las explicaciones dadas. Hace poco
corrió impreso en la ciudad de México un opúsculo titulado se nos dijo, en el
cual, con documentos de los obispos y de la Santa Sede, aparece lógicamente
condenada la actual conducta. Peligra además la fama del Episcopado, por la
penosa comparación que frecuentemente hacen los perseguidores y la no menos
inexplicable severidad, para no decir más, hacia los sinceros defensores de la
Iglesia católica; 2) Observo y aviso con gran dolor que las murmuraciones y
quejas se extienden ya a la misma Santa Sede, fenómeno gravísimo y hasta ahora
nuevo y desacostumbrado entre nosotros; 3) Confieso que no veo cómo no
procedamos ilícitamente los obispos, cómo no sometemos totalmente la Iglesia al
Estado... Por la inmensa bondad de Dios, todavía no me encuentro personalmente
en estas angustias, porque las autoridades locales hasta ahora no han querido
perseguir... Con gran reverencia y dolor, pero con gran persuasión, afirmo que
no entiendo lo que está pasando en la Arquidiócesis de Michoacán, lo cual puede
servir de ejemplo... no veo cómo puede hablarse de tolerancia y cómo no se
trata de complicidad en cosas intrínsecamente malas... 4) Pero aunque no se
tratara de cosas intrínsecamente malas, no veo, sin embargo, la utilidad del
modo actual de proceder. El gobierno tiene pésima voluntad y quiere la ruina de
la Iglesia; 5) Al menos, el escándalo entre el clero y el pueblo es grave y
puede temerse con seriedad que sobrevenga un cisma o que muchos pierdan la
fe".
[1] BRAVO UGARTE: México Independiente. México 1959, pág. 430.
[2] Declaración hecha al
autor del libro México Independiente.