TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPÍRITU DE PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO
XI. El espíritu de pusilanimidad y desconfianza es injurioso a Dios, que nos lo ha prohibido expresamente.
1. Nunca se podrá advertir lo suficiente a
las almas devotas sobre el peligro y la importancia para estar alerta contra el
espíritu de pusilanimidad, no abandonándose a la desconfianza y a la tristeza,
sino conservando en todo tiempo y todas las circunstancias una viva confianza
en la bondad de Dios, una paz y un gozo santo. No sin razón el Espíritu Santo
sobre esto nos ha advertido como cien veces en las Sagradas Escrituras, para
obligarlas a que en esto pongan una atención muy particular. A Dios no se le
honra con la desconfianza, la turbación y el decaimiento del espíritu: todo
esto ofende e injuria su bondad, nos aleja de Él y aleja de nosotros sus
auxilios. Por estos temores y desconfianzas Dios permite que caigamos en
aquellos males que tememos y no sería así teniendo una entera confianza en su
misericordia.
2.
San Pedro caminó con seguridad sobre las olas del mar agitado por una gran
tempestad, mientras consideró la bondad y el poder de Jesucristo a quien quería
llegar; y comenzó a hundirse en el agua, sino cuando, aterrado por la violencia
de los vientos, empezó a temblar y a faltarle la confianza. Oh hombre de poca
fe y confianza, ¿por qué has dudado? Desgraciados a aquellos a quienes les
falta el ánimo, que no se fían de Dios y por tanto no les protege. Luego
nuestra principal obligación es desterrar esta pusilanimidad y esta
desconfianza, pues son la causa de nuestras caídas y nuestras desgracias:
porque también son la causa que Dios nos deje de proteger, y afirmarnos cada
vez más en la esperanza, manantial de la paz y el gozo del corazón y de todo
genero de bienes. Vosotros los que teméis al Señor, esperad en Él, y os hará
misericordia y su misericordia será vuestro gozo. El que adora y sirve a Dios
con gozo, será bien recibido de Él y su oración subirá hasta las nubes. Regocijaos
en el Señor, y Él os dará todo lo que vuestro corazón pidiere. La paz y el gozo
del corazón es la vida del hombre y un tesoro inagotable de santidad. Al contrario,
la tristeza del corazón es una llaga universal: porque derrama el tedio y la
amargura sobre todas las acciones, cubre el entendimiento de pensamientos e
imágenes oscuras, se opone a la confianza y amor de Dios, a la ternura, a la
compasión y al sufrimiento del prójimo: ella excita la cólera, la impaciencia,
el odio, la envidia destruye hasta la misma salud del cuerpo y, finalmente es
una llaga universal, como se dijo más arriba. No abandones, pues, tu alma a la
tristeza, y no te aflijas a ti mismo con la agitación de tus pensamientos. Ten
compasión de tu alma haciéndote agradable a Dios, reúne tu corazón en la
santidad de Dios arroja lejos de ti la tristeza, porque ella ha causado la
muerte de muchas personas, y para nada es útil.
XII Jesucristo y sus apóstoles han
tenido un cuidado muy particular para advertirnos sobre la desconfianza, la
turbación y del temor excesivo y nos recomiendan la confianza, la paz y el gozo
en los mayores males.
1.
Debemos tener muy en cuenta que Jesucristo empleó sus últimos momentos en
enseñar a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros, estas importantes
verdades; en el sermón de la última cena les dejó como herencia su gozo y su paz
como por testamento; les mandó expresamente que desterraran de su corazón la
turbación y el espanto y se las remarcó para que pusieran en ello más atención.
Vuestro corazón no se turbe; vosotros creeís en Dios, creed también en mí. Realmente nos es suficiente para calmar todas
las turbaciones, creer que tenemos a Dios por Padre y a su Unigénito Hijo por
mediador. Yo os dejo la paz, yo os doy mi paz: yo no os la doy como el mundo la
da. Vuestro corazón no se turbe y no se deje abatir del temor. Os he dicho
todas estas cosas para que mi gozo permanezca en vosotros. Pedid y recibiréis,
para que vuestro gozo sea lleno. Os he dicho estas cosas para que tengáis la
paz en mí. Estaréis oprimidos en el mundo; pero tened confianza, yo he vencido
al mundo. Hablando después con su Padre le dijo: Padre mío ahora vengo a ti: y
digo esto estando aun en el mundo, para que tengan en sí mismos la plenitud de
mi gozo. Los apóstoles, que recibieron tales instrucciones de Jesucristo, no se
han cansado de inculcarlas a los fieles y todas sus epístolas están llenas de
todas estas instrucciones.
2. No obstante esto, los primeros cristianos
a quienes los apóstoles recomendaron incesantemente la paz y el gozo, estaban
expuestos a trabajos y tentaciones mucho más grandes que las nuestras (1856);
porque las persecuciones eran mucho mas horribles (hoy 2003 las persecuciones
morales también son terribles y más angustiantes causando una muerte lenta y
dolorosísima); las amenazas de la muerte y de una muerte cruel y sangrienta
casi continuas. Más no por esto se debe creer que aquellos fieles todos eran
perfectos y poseían fortaleza heroica; pues vemos por las mismas epístolas de
los apóstoles, que también había muchos débiles e imperfectos que se veían, con
frecuencia, en peligro de perder la fe y la salvación eterna, a no ser que Dios
les concediera la gracia del martirio, gracia que se concede aún a los más
fuertes y perfectos. Además de lo dicho estaban expuestos a terribles
tentaciones y los apóstoles les prohibían la turbación y la agitación
mandándoles arrojar en el seno de Dios todas sus inquietudes, que creyesen con
firmeza sobre el cuidado de Dios sobre nuestras almas, que jamás permitiría
fuésemos tentados más allá de nuestras fuerzas, que se fortalecieran en su virtud
omnipotente; que afianzaran su corazón en la gracia, que puede hacer en
nosotros más de lo que pedimos, y todo lo que no pensamos; y que se regocijasen
en todo tiempo en el Señor. Con aquella confianza que los había llamado a la
compañía de su Hijo y a su eterna gloria, los afirmaría y fortificaría y que
habiendo comenzado por sí mismo la obra de la salvación, la perfeccionaría
hasta la venida del Señor.
XIII Las almas piadosas no se deben
dejar llevar por la turbación y desconfianza, aunque no experimenten en sí esta
paz y este gozo.
1. Aunque este gozo y esta paz en el Espíritu
Santo estén tan unidas con la justicia cristiana, es preciso, para los que
viven piadosamente no dejarse abatir y desanimar con el pretexto que no sienten
en sí esta paz y este gozo, sino al contrario se ven muchas veces turbados y
agitados; ni se dejen persuadir, por el demonio, que no participan de la
justicia cristiana. En aquel pasmoso sermón de la última cena en cual
Jesucristo recomendó repetidas veces el gozo y la paz, como legados preciosos
que quería dejar a todos sus verdaderos discípulos. Conforme a esto Jesucristo
expresó contundentemente: Vuestro corazón no se turbe, y no de deje abatir por
el temor. Sólo prohibe aquella turbación que proviene de la poca confianza en
su poder y en su bondad: pero no aquella turbación que procede de los sentidos
y la imaginación de los cuales el alma no es siempre dueña; porque mientras la
parte inferior del alma está agitada, la superior puede y debe conservarse en
paz.
2. Jesucristo mismo que
experimentó por voluntad propia el tedio, la tristeza y el temor hasta caer en
una terrible agonía debido a la cual, por prodigio inaudito, salió de todas las
partes de su purísimo cuerpo un sudor de sangre que corrió hasta el suelo;
también en la Cruz mientras sacrifica su vida por la gloria de su Padre, se
queja del abandono de su Padre quien deja caer sobre su alma todo el peso de su
divina justicia y santidad, sepultándola en un mar de dolores, amargura y
desolación; privándole de todo gusto, de todo gozo, de todo consuelo. Hasta
esto lo llevó su caridad infinita, para consolar a los más débiles de su cuerpo
místico en los disgustos, temores, tristezas, privación de todo gozo y consuelo
sensible que se experimentan en el transcurso de la vida cristiana; enseñando
con esto, a los perfectos como a los flacos, que todo lo deben sacrificar por
Dios y sufrir por su amor la privación de todo consuelo y de todo gozo sabiendo
que con eso cumplen su santísima voluntad costare lo que costare.
4. Esta paz y este gozo es
inseparable de la justicia cristiana, y siempre permanece en lo íntimo del
corazón de todos los justos, aunque muchas veces la turbación y el temor que se
elevan en la parte inferior, les incline a creer que no lo tienen. Así lo
asegura San Bernardo: "Hay muchos que se quejan de que raras veces
experimentan esta afección sensible y más dulce que la más excelente miel, como
dice la Escritura. Estos no consideran, que proviene que Dios los ejercita en
la tentación y en los combates, mientras dura esto; y que manifiesta mucha más
firmeza y valor cuando así se abrazan con las virtudes, no por el gusto que en
ellas se encuentra, sino por ellas mismas, con solo el deseo de agradar a Dios,
practicándolas con una entera satisfacción. Y es indubitable que el que obra de
este modo obedece perfectamente a aquel consejo saludable del profeta: regocijaos
en el Señor; porque no habla el profeta tanto del gozo sensible que nace de la
afección, cuanto del gozo efectivo que produce la acción : porque aquella afección
propiamente pertenece a la bienaventuranza que esperamos en el cielo; y la
acción es propia de la virtud que debemos practicar en esta vida."
5. En sentido se cumplen en todos los
verdaderos cristianos aquellas palabras tan notables de S. Pablo: "Haced
reinar y triunfar en vuestros corazones la paz de Jesucristo, a la cual habéis
sido llamados" Estos encuentran la paz de Jesucristo en las turbaciones,
en las contradicciones, en los males, en las adversidades, en la vida y en la
muerte: porque en todo esto encuentran la voluntad de Dios y ponen su descanso
en la sumisión a esta divina voluntad. Aún encuentran esta paz de Jesucristo en
sus miserias y enfermedades espirituales, en la guerra y contradicción de sus
pasiones, en la agitación de sus pensamientos, en la turbación y espanto de su
entendimiento, de su imaginación y de sus sentidos y hasta en sus mismos
defectos y faltas, como se explicara más extensamente en su momento. Ellos (los
cristianos) remedian cuanto pueden todos sus deslices voluntarios; se humillan
por sus defectos y flaquezas, aunque involuntarias, por la agitación de sus
pasiones, y por los pensamientos que no pueden impedir. Porque la voluntad de
Dios es que se humillen y giman por estas cosas; pero las sufren con una
humilde paciencia, y sin perder la paz del corazon: y pues Dios quiere que
vivan en este mundo con estas contradicciones, se someten humildemente a sus órdenes,
esperando en su bondad una perfecta curación, cuando quiera hacerlo. Si la paz
de Jesucristo reina siempre con superioridad en el corazón y se hace vencedora
de la turbación. Hablaremos pues otras veces más de una materia que es tan
importante en la vida espiritual.