Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
Del coloquio que tuvo Cristo con las mujeres devotas que lloraban cuando iba al Calvario
Punto I.- Considera que, como dice San Buenaventura, la Santísima Virgen, que acompañada de San Juan y de Santa María Magdalena y de otras santas mujeres, no pudo por la muchedumbre ver al Salvador cuando salía con la cruz a cuestas, atajó por otras calles y le esperó al salir de la puerta con su santa compañía en lugar a donde pudiesen verle y hablarle, y llegado ahí el Salvador enmudecieron las lenguas por la grandeza del dolor, y hablaron los ojos derramando ríos de lágrimas. Allí se miraron tiernísimamente los dos amantes y se hablaron los corazones, conformándose con la voluntad del Altísimo, a quien obedecían en todo. Contempla en este paso lo que sentiría la Reina de los Ángeles ver a su preciosísimo Hijo condenado y en poder de homicidas, y qué eco haría en su corazón el pregón que resonaba en sus oídos, y los clamores de la gente, y los dichos y palabras afrentosas del vulgo que le condenaría y blasfemaría como ignorante. ¡Oh Virgen Santísima! Retiraos que no es decente para vos la compañía de ladrones y homicidas; ¡pero cómo podréis retiraros y dejar en tales riesgos al amado de vuestro corazón y al autor de la vida!¡Oh qué doloroso paso ha sido este para ambos! ¡Oh, quién supiera y pudiera consolaros y serviros!
Punto II.- Considera las palabras que en esta ocasión dijo el Salvador a las devotas mujeres que le lloraban: Hijas de Jerusalén, no queráis llorar sobre mí, sino llorad sobre vosotras, porque vendrán días en que se tendrán por infelices las que tuvieren hijos, y pedirán a los montes que caigan y las sepulten vivas, porque si en el árbol verde se ejecuta este rigor, en el seco y árido ¿qué será? Estas palabras les dijo Cristo con vivo sentimiento, todas dignas de mucha ponderación. ¿En qué se pudieron emplear las lágrimas mejor ni más dignamente que en llorar la Pasión del Salvador? Y con todo eso dice que no lloren, sino que lloren la ruina espiritual y temporal de su ciudad, en que hace alarde de la grandeza de su caridad, pues antepone los trabajos ajenos a los propios, y les enseña a llorarse primero a sí mismos y después a los otros, y juntamente les profetiza el castigo que les amenaza por el pecado tan atroz que cometían. Aprende a llorar y compadecerte de las calamidades ajenas y a llorar tus faltas y pecados, y mira el castigo que te amenaza por ellos cuando ves las penas que el Redentor padece por los ajenos y conforme a esta lección endereza tus pasos para el cielo.
Punto III.- Considera cómo una de aquellas devotas mujeres, dándole Dios ánimo y esfuerzo, rompió por medio de la gente y se acercó al Salvador con un lienzo y le limpió el sudor del rostro, y como premiando este piadoso oficio dejó el Redentor impresa la imagen de Su rostro en aquel paño, pagándole con aquella preciosa reliquia el obsequio que había tenido con Él. ¡Oh buen Jesús! Qué liberal sois con vuestros siervos, y cuán de contado pagáis los servicios que recibís, y por tan leve consuelo dáis un don de tan subido precio. Considera qué rica y consolada quedaría aquella santa mujer con la imagen del Redentor y llégate tú a ofrecerle las telas de tu corazón para que imprima en ellas su santísima estampa y quede siempre impresa en tu alma sin que la borres ni la olvides jamás.
Punto IV.- Considera el camino que llevó el Redentor por tu causa y la gente que le acompaña, y levanta los ojos al cielo, y mira otra diferente procesión de ángeles que le acompañan y cantan varios loores por las virtudes que ejercita y por lo que padece por los hombres, diciendo con celestial armonía, digno es el Cordero de la divinidad de la salud, del reino, de la gloria y de reinar para siempre, porque da su vida por la salud del mundo. La cruz se trueca en trono de Majestad y la muerte en vida. Esto cantaban los ángeles, mientras en la tierra le pregonaban como malhechor y digno de muerte. Consuélate con el premio que le espera, y anímate con su ejemplo a padecer afrentas, cruz y muerte por alcanzar la vida eterna.