Al hablar sobre la apertura a la vida y destacar el concepto de "paternidad responsable", Francisco sorprendió ayer al decir que algunos creen que para ser buenos católicos deben tener hijos "como conejos".
Por otro lado, consideró que para mantener la población lo ideal es tener tres hijos por familia. "Creo que el número de tres por familia es lo que dicen los técnicos que es lo importante para mantener la población. Tres por pareja", indicó. (La Nación.com.ar)
EL MATRIMONIO
Teología de la Perfección Cristiana
Antonio Royo Marín, O.P.
El último de los sacramentos instituidos por Nuestro Señor Jesucristo es
el matrimonio. Constituye, junto con el del orden, uno de los dos sacramentos
necesarios desde el punto de vista social, aunque no del personal o individual.
El sacramento del orden es absolutamente necesario para perpetuar en la Iglesia
la jerarquía sagrada, formada por los ministros del Señor. El del matrimonio lo
es para la digna y conveniente propagación de la especie humana y la formación
de nuevos miembros de la Iglesia y futuros ciudadanos del cielo.
En el matrimonio se distingue un doble fin: primario y secundario. El
fin primario del matrimonio es la generación y educación de los hijos.
“Procread y multiplicaos y henchid la tierra” (Gen I, 28). Luego esa es
su finalidad primaria y principal.
El Código canónico declara expresamente que “la procreación y la
educación de la prole es el fin primario del matrimonio”. Este fin es tan necesario y tan esencial, que,
si se le excluye positivamente, no puede haber matrimonio válido, pues a él se
ordena el matrimonio por su misma naturaleza.
La razón teológica la da Santo Tomás: “El matrimonio fue instituido
principalmente para el bien de la prole, no sólo para engendrarla, ya que eso
puede verificarse también fuera del matrimonio, sino, además, para conducirla a
un estado perfecto, pues todas las cosas tienden a que sus efectos logren la
debida perfección. Dos perfecciones podemos considerar en la prole, a saber: la
perfección de la naturaleza no sólo en cuanto al cuerpo (educación física),
sino también respecto del alma mediante aquellas cosas que pertenecen a la ley
natural (educación moral) y la perfección de la gracia (educación religiosa).
El fin secundario del matrimonio es la ayuda mutua de los cónyuges y el
remedio de la concupiscencia.
Dice Pío XI en su encíclica sobre el matrimonio: “Hay, pues, tanto en
el mismo matrimonio como en el uso del
derecho matrimonial fines secundarios, como son la ayuda mutua, el fomento del
amor recíproco y la sedación de la concupiscencia, cuya consecución de ninguna
manera está prohibida a los esposos, siempre que quede a salvo la naturaleza
intrínseca del acto conyugal y, por ende, su debida ordenación al fin
primario”.
En cuanto contrato natural, el matrimonio legítimamente celebrado
establece entre los contrayentes un vínculo de suyo exclusivo e indisoluble y
le da pleno derecho a los actos necesarios para la generación de los hijos.
Como sacramento, el matrimonio, el matrimonio confiere la gracia
sacramental a los que lo reciben sin ponerle
óbice, y el derecho a las gracias
actuales para cumplir convenientemente los fines del matrimonio.
Dice Pío XI en la encíclica Casti
connubii: “… porque este sacramento,
a los que no ponen lo que se suele llamar óbice (obstáculo), no sólo aumenta el
principio permanente de la vida sobrenatural, que es la gracia santificante,
sino que añade también dones peculiares, disposiciones y gérmenes de gracia,
aumentando y perfeccionando las fuerzas a fin de que los cónyuges puedan no
solamente entender, sino íntimamente saborear, retener con firmeza, querer con
eficacia y llevar a la práctica cuanto atañe al estado conyugal, a sus fines y
deberes; y, en fin, concédeles derecho al actual auxilio de la gracia cuantas
veces lo necesiten para cumplir las obligaciones de su estado”.
Recordemos la historia de Zaqueo. Deseaba ver a Jesús. Subióse a un
árbol que había en el camino por donde Jesús había de pasar. Zaqueo se
contentaba con verle, aunque fuera un poco de lejos. Mas Jesús al verle,
envolviéndole en una mirada de infinito amor, le dijo: “Baja del árbol, Zaqueo,
que hoy quiero hospedarme en tu casa”. Y bajó Zaqueo corriendo. Y acercándose a
Jesús y sintiéndose por dentro transformado y lleno de gozo, exclamó: “La mitad
de mis bienes, Señor, estoy dispuesto a dar a los pobres; y si a alguno he
podido defraudar, le devolveré el cuádruplo”.
Con sólo ponerse en la presencia
del Señor y oír sus palabras, se sintió Zaqueo inundado por un torrente de luz.
Y súbitamente cambió la escala de valores que en su alma tenía establecida. Y
comenzó a amar lo que no amaba –a Jesús y a cuanto a Jesús representa… -y a despreciar lo que
amaba –las riquezas, a las que dedicaba todos sus cuidados.
Zaqueo al conocer a Jesús y al contacto de Jesús, se transforma para su
bien, para su felicidad, para su gloria.
Que todos los matrimonios sean otros Zaqueos
que por amor a Jesús cumplan sus
mandatos. Quedarán transformados para su bien, para el bien de sus almas
y de las almas de los hijos que Dios tenga a bien enviarles. Sin poner obstáculos para ello. Estarán contentos como Zaqueo de cumplir sus
mandamientos, de tener contento a Dios mismo, al precio que sea, pues su gracia
nunca les faltará. Y también, se sentirán envueltos en esa mirada de infinito
amor y en esa paz del alma que sólo Dios sabe dar y que nadie les podrá robar. Que
el mundo diga lo que diga.
Quienes quieran agradar a Nuestro Señor
Jesucristo todavía están a tiempo de cambiar, como Zaqueo, su escala de valores
y comenzarán a amar lo que no amaban y a despreciar lo que amaban, el mundo y
sus máximas. El Evangelio es eterno. No
cambia.