“¿Donde está el
Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a
adorarle”. (Mat. 2)
La Sabiduría divina se ofrece a todos, pero pocos son
la que la buscan, así como la noticia del nacimiento fue dada a unos pocos y
estos eran pastores, sobre esto dice el el santo Job: “No conoce el hombre su precio, ni se halla en la tierra de los que
viven deliciosamente. El abismo dice: no está en mi; y el mar habla: no está conmigo”.
Este texto de la Sagrada Escritura nos quiere mostrar que hay clases de hombres
incapaces de alcanzar la Sabiduría como
lo son; el hombre vano, el injusto, el
hombre lujurioso, el hombre impío esto es vano en el alma, lujurioso en el
cuerpo, el impío para con Dios y el injusto contra el prójimo. Así pues estas
cuatro clases de hombres son enteramente contrarios a las enseñanzas de la Sabiduría
y están en condiciones opuestas a la misma.
Ahora bien para que el hombre sea discípulo de Ella es
menester que revista su espíritu de piedad, santidad, castidad y justicia, para
que desaparezcan de el los cuatro impedimentos. Nos es necesario en todo que
nos revistamos de la virtud de lo alto, puesto que no hay nadie que no tenga algo
de voluptuosidad, o de vanidad, o de impiedad, o de maldad. Por lo tanto,
imploremos al Espíritu Santo, que disponga y enseñe a los discípulos, que es el
preparador y el maestro para que nos consiga su gracia y por medio de ella
alcancemos las gracias que en esta solemnidad se nos otorgan o se nos dan a los
que piadosamente la celebran.
¿”Donde está el
Rey de los judíos que ha nacido?”. En este texto de San Mateo se nos explica el asunto de
la presente solemnidad, que es la venida de los Reyes Magos de oriente. Estos
Reyes fueron no solo las primicias de los cristianos, sino también como el
fundamento de la fe cristiana y los iniciadores de la fe cristiana entre los
gentiles. La Iglesia tanto latina como la griega solemniza actualmente la
venida de los Reyes orientales con solemnidad espiritual.
Por eso la Iglesia universal la celebra con tal devoción
para alcanzar de ellos la fe de los mismos y nos explica la fe de los Magos
para que los imitemos. Ahora bien, los hábitos se conocen por los actos, la fe
de los Magos se explica aquí con relación a un triple acto, a saber el acto
intrínseco, el acto precedente y el acto subsiguiente, en otras palabras, el
acto intrínseco es creer en Dios simple y llanamente; el acto precedente es
cuando se cree por la vista como los milagros y el caso subsiguiente es cuando
uno se determina a creer en Dios, o sea a rendirle culto. San Mateo nos insinúa
el acto intrínseco de los Reyes Magos, al decirnos: “Donde está el Rey de los judíos que ha nacido?”. Insinúa el acto
precedente cuando dicen: “Vimos su
estrella en el oriente” y toca el acto subsiguiente cuando dice: “Venimos a adorarle”. Como si dijera: le
buscamos porque vimos su señal, que nos lleva por la mano y venimos a ofrecerle
el debido culto.
En primer término nos explica la fe de los Magos en
cuanto al acto intrínseco que es creer en Dios, diciendo: “Donde está el Rey de los judíos que ha nacido”. El buscar a Dios nos hace notar la fe de los
Magos. Dice el Apóstol: “Es necesario que
el que se llega a Dios, crea que hay Dios y que es remunerador de los que le
buscan”.
Los Magos creyeron en esto por eso dijeron claramente: ¿Donde está
el que ha nacido? Pero considerando superficialmente la venida de los Reyes
podría alguno reprocharlos y tenerlos por locos. La razón es evidente, ¿Por qué
motivos unos hombres hechos y sabios vinieron a buscar al niño? ¿Qué harán con
este Niño, que no puede hablar ni contestarles? ¿Por qué causa unos Reyes
poderosos y ricos vinieron a un Niño pobrecito? ¿Qué razón hay para que unos
Reyes grandes vinieran a buscar al Rey de los judíos?
La nación estaba sometida
a Roma; por eso los romanos dominaban en el reino de los judíos. Además, este
niño era tenido en nada; ninguno de los judíos se preocupaba de él. Aun más:
parecía cosa monstruosa que unos Reyes libres y gloriosos, dejando sus tronos,
vinieran a buscar a un niño. Más si lo consideramos exteriormente, no daría
respuesta a la pregunta de los Magos. Objetaremos o los trataremos como necios,
porque siendo ellos sabios, vinieron a buscar a un niño: siendo ricos a un
pobre; siendo gloriosos y sublimes, a un rey tenido por nada. Estos son los
secretos de la fe que, considerados superficialmente no son de ningún valor,
pero meditados diligentemente, contienen grande y noble razón de ser. Por lo
tanto consta, que estos Magos buscan al nacido Rey de los judíos, niño
pobrecito y tenido en nada y por ello los Magos fueron grandes, ricos y
gloriosos. Y esto, ¿Por qué?
Considéralo y lo veras. Buscaban a un rey pequeño por
su concepción materna, pero sempiterno por la generación paterna y, por
consiguiente admirable y digno y muy digno de ser buscado. Esto es lo que
precisamente el Ángel le dijo a la Virgen:
“He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Este será grande y
será llamado el Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su
padre, y reinará en la casa de Jacob por siempre y no tendrá fin su reino”. Darás
a luz un niño y, sin embargo, es Dios eterno; por eso dice este será grande y,
en consecuencia, le dará el Señor Dios el trono de David, su padre.
Todo este misterio es profundo y desconcertante para
aquellos que, en su momento, lo vieron y escucharon al grado de conturbarse
toda Jerusalén incluyendo a sus sacerdotes y es el Espíritu Santo quien, por
boca de Miqueas, les da la respuesta a los Magos: “Y tú, Belén de Efrata,
pequeña eres entre todos los millares de los pueblos de Judá; pero de ti me
saldrá el que será dominador de Israel y su salida desde el principio, desde
los días de la eternidad”.
Pero si bien lees verás que hay un error en las
palabras antes mencionadas, porque en la Vulgata se lee: Et tu Bethlelehem terra Juda,
neququqm minima es in principibus Juda: Ex te enim exiet dux, qui regat populum
meum Israel por favor no las atribuyas al Espíritu Santo sino a la
malicia de los informantes que las mutilaron. El Espíritu Santo explica a los
Magos y a los cristianos que Cristo no nació en Jerusalén, sino en Belén. Es
verdad que es el Rey eterno, pero nacido en el tiempo y hecho niño; por eso quiso
recostarse en un pequeño lugar.
Pero ¿Por qué el Dios eterno nació en el tiempo y se
hizo niño? Carísimo esto es lo que movió a los magos. El Dios eterno en el
tiempo y se hizo niño para este fin: para que el hombre se hiciera hijo de
Dios; y nació con segundo nacimiento en el tiempo para que tú, hijo del hombre,
con segundo nacimiento, volvieras a nacer en el bautismo, te hicieras hijo de
Dios y de esclavo que eras te volvieras libre y siendo pequeño te hicieras
digno del reino de los cielos. La Sagrada Escritura atestigua la verdad de
esto; por eso dice el Apóstol a los Gálatas: “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, envió Dios a su Hijo, hecho de
mujer, hecho sujeto a la ley, para redimir a los que estaban debajo de la ley,
para que recibiésemos todos la adopción de hijos”. ¿De qué hijos? Ciertamente
de los hijos de Dios: “Por cuanto
vosotros sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu del Hijo,
que clama. Abba, Padre”.
El Hijo del Rey eterno se hizo el Hijo de la
Virgen, y el nacido en la eternidad, nació en el tiempo, para que el hombre,
nacido en la carne, renaciera en el bautismo. Por eso dijo el Señor a Nicodemo
en San Mateo: “No puede entrar en el
reino de Dios sino el que renaciere de nuevo. Contéstale Nicodemo: ¿Cómo puede
un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede volver al vientre de su madre y
nacer otra vez? Jesús le respondió: en verdad en verdad te digo que no puede
entrar en el reino de Dios sino el que fuere nacido del agua y del Espíritu
Santo”.
En virtud de estas palabras de Nuestro Señor tenemos dos
nacimientos; el uno es el carnal de Adán, con el cual todos nacemos hijos de la
ira divina; el otro espiritual de Cristo, nacido de la Virgen, con el cual
nacemos hijos de la gracia. “Reconoced
vuestra dignidad y no queráis volver a la primera vileza con vida degenerada”
(Jo. 3, 6) Lo que nació de la carne,
carne es; lo que nació del espíritu, espíritu es” (cf Rom 8,5, Gal 4, 31) Reconozcamos
nuestra dignidad nobilísima, que nos viene de nuestro nacimiento espiritual. Los
Reyes Magos preferían el nacimiento espiritual al carnal; por eso vinieron a la
tierra en que debió nacer Cristo.