DE LA MANIFESTACIÓN DE CRISTO
A LOS PASTORES.
El tema que a
continuación tratamos nos habla del nacimiento de Cristo y de sus manifestaciones
al mundo, a quién venía a salvar. Los principios que nos mueven a esta
exposición. El primero es que siendo tan necesaria la fe en la humanidad de
Cristo como la fe en su divinidad para alcanzar la salud, Dios Padre de tal
manera revela al mundo la venida de su Hijo, que una y otra quedan confirmadas.
La edad moderna siente dificultad en creer en la divinidad de Jesucristo, pero
la antigua la tenía también para creer en su humanidad; y Dios de tal manera
ordenó las manifestaciones del Salvador, que sirvieran de argumento para la fe
en ambos misterios.
Las señales
ofrecidas a los mortales serán suficientes para hacer razonable la fe en los
hombres de buena voluntad; pero no tan deslumbrantes que hagan psicológicamente
imposible la incredulidad de aquellos que carecen de esa buena voluntad.
Finalmente, las señales son acomodadas a la mentalidad de las personas a las
que se dirigen, como obra que son de la divina sabiduría.
LOS PASTORES
Así pues su primera
manifestación es ante los pastores que cuidaban sus rebaños en aquella hermosa noche
de su natividad.
La vida pastoral
suele presentársenos en la Sagrada Escritura como la vida más apta para vivir
una vida inocente. En el génesis se nos ofrecen los dos primeros hijos de Eva
como representantes de las dos profesiones conocidas por los hebreos, y Abel
era pastor, mientras que su hermano trabajaba la tierra. Los patriarcas de Israel
eran también pastores, cuando Israel se instaló en Cannan y se dedicó al
cultivo de aquella tierra, que manaba leche y miel, no faltaron familias que,
para conservar la sencillez de sus costumbres, perseveraron en su vida
pastoral. Al este y sudeste de Belén se extiende una región desértica, apta
para servir de pasto a los ganados. Allí fue donde David pasó sus primeros
años, guardando los rebaños de su padre Jesé y defendiéndolos de las fieras que
lo acometían. Allí fue donde vivió el profeta Amós, uno de los pastores de Tecua.
De estos pastores estaban unos avecinados en los pequeños
poblados de la región, como Belén y Tecua y éstos, en los meses invernales se
acogían con los ganados a sus casas; otros, nómadas pasaban el año bajo sus
tiendas, como lo hacen hoy muchas tribus beduinas; pero acudían a Belén para proveerse
de lo necesario a sus vidas y para vender el producto de sus rebaños.
Como ignoramos la época del año en que nació
el Señor, no podemos precisar cuál de estos dos grupos de pastores serían los
de la historia de san Lucas, el cual nos dice que “había en aquella región unos pastores que moraban en el campo. Y
estaban velando las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Y un Ángel del
Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió con su luz y quedaron
sobrecogidos de temor. Dios es Dios de luz, que, como dice san Pedro, habita en
una luz inaccesible y así es la gloria o claridad que envuelve a los pastores-
podemos suponer irradiada por el mensajero celeste- es una señal de ser la
aparición aquella una aparición divina-. El mensaje del Ángel no puede ser más
alegre y consolador: “No temáis, os
anunciamos una grande alegría, que es para todo el pueblo: que os ha nacido un
Salvador, que es Cristo Señor, en la ciudad de David”: ¡Cuantos siglos ha
que Israel esperaba con ansia este Salvador, en quien se resumían todas las
esperanzas del pueblo! Por fin ha llegado. Este Salvador no tiene nada que ver
con el título de soter, salvador, que los reyes de Egipto y de Siria se daban,
ni el que de algunas ciudades o provincias habían dado a Julio Cesar o a
Augusto.
El Salvador anunciado por el Ángel es el que
trae la salud de Yavé, tantas veces prometida en el Antiguo Testamento. Y para
confirmación de esto añade que el Salvador es el Mesías, el Cristo, que tiene
el título de Señor Soberano. El que haya nacido en la ciudad de David
significa, sin duda, que es el vástago prometido tantas veces a la casa de
David, el restaurador de su reino, según otro mensajero celestial lo había
anunciado a su Madre.
Y les da por
señales: “Encontrareis al niño envuelto
en pañales y acostado en un pesebre”. Las señales son bien extrañas para el
Mesías Señor; pero estas no podrían extrañar tanto a los pastores, que
desconocían la suntuosidad de los palacios reales y no ignoraban que muchos
hombres grandes habían tenido un inicio muy humilde. Sin salir de Israel,
tenían ellos a José, que nació en la tienda, había llegado a ser Señor de
Egipto; a Moisés que, salvado del Nilo, fue caudillo de su pueblo y más cerca,
a David que, de pastor como ellos había sido exaltado al trono de Israel.
“Al instante se juntó con el Ángel una multitud del
ejercito celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y
paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
El cielo confirma el
mensaje del Ángel anunciando gloria a Dios en los cielos y paz a los hombres de
buena voluntad. Según los oráculos de los profetas, la obra del Mesías seria
una manifestación de bondad de Dios para su pueblo y para el mundo entero. La
gloria que tiene por imagen la claridad, la define Santo Tomas, clara noticia cum laude.
Y aquí es la
noticia del gran misterio por el que los cielos alaban a Dios. Pero en la
tierra es paz, la paz sin fin que prometió Isaías, mas no para quienquiera sino
para los hombres bien dispuestos a recibirla, que para los impíos ya había
dicho el mismo profeta que no había paz. Esta paz es un don de Dios, y no se da
sino a los que están dispuestos a recibirla. Esta es la gran alegría que el Ángel
anunciaba.
Los pastores
convencidos de que habían sido agraciados con una visión divina, se encaminan a
Belén, hallando ser verdad lo que el Ángel les había dicho. Y, llenos de alborozo,
contaron a los padres del Niño y a los que encontraban la visión que habían
tenido. “Y cuantos lo oían se
maravillaban de lo que les decían los pastores”.
Santo Tomás con su
clásico estilo, nos muestra la importancia que tiene el que el Señor se
manifestara a los pastorcillos y no a la multitud, como solían hacerlo los
reyes cuando nacía un miembro de la familia real, esto dice el angélico: “El
nacimiento de Cristo no debió ser manifiesto a todos en común.
Primero, porque
esto impediría la redención humana, que se debía consumar en la cruz, pues,
como dice San Pablo si lo hubieran
conocido nunca lo habrían crucificado”.
Segundo, porque esto hubiera
disminuído el mérito de la fe, por la que venía a justificar a los hombres
según la sentencia del Apóstol: “La
justicia de Dios por la fe en Jesucristo”. (rom. 3, 22) Si al nacer Cristo,
su nacimiento hubiera sido conocido con manifiestos indicios, se quitaba la razón
de la fe, que es la convicción sobre cosas que no se ven.
Tercero, porque con
esto se hubiera inducido a dudar de la realidad de la humanidad, por donde
escribe San Agustín: “Si los años no
hubieran convertido al niño en adolescente, si no tomase alimento alguno, si no
tomase descanso, se hubiera creído que tampoco hubiera tomado la naturaleza
humana, y obrando en todo maravillosamente, ¿no hubiera destruído la obra de la
misericordia?” Por otro lado, el Angélico nos dice: Por el contrario si el
nacimiento no hubiese sido manifestado a nadie, a nadie le hubiese aprovechado.
Pero convenía que fuese provechoso, pues de otro modo en vano hubiera nacido;
luego parece que el nacimiento de Cristo debió ser manifestado a algunos. Y esto
es lógico porque pertenecen al orden de la Sabiduría que los dones no lleguen
por igual modo a todos, sino lleguen inmediatamente a algunos y de estos se
extiendan a otros. Y así se dice del misterio de la resurrección que “Dios
resucitó a Cristo al tercer día y le manifestó, no a todo el pueblo, sino a los
testigos escogidos por Dios de antemano” Esto mismo debió observarse en el
nacimiento: que Cristo no se manifestara a todos, sino a algunos, y por estos
llegase a otros”
Y, por este medio,
quien escribe, les desea una feliz navidad y un prospero año nuevo en
Jesucristo y su santísima Madre la virgen María.