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sábado, 3 de enero de 2015

TERCER DISCURSO DE NAVIDAD: San Buenaventura



DE LA MANIFESTACIÓN DE CRISTO A LOS PASTORES.

El tema que a continuación tratamos nos habla del nacimiento de Cristo y de sus manifestaciones al mundo, a quién venía a salvar. Los principios que nos mueven a esta exposición. El primero es que siendo tan necesaria la fe en la humanidad de Cristo como la fe en su divinidad para alcanzar la salud, Dios Padre de tal manera revela al mundo la venida de su Hijo, que una y otra quedan confirmadas. La edad moderna siente dificultad en creer en la divinidad de Jesucristo, pero la antigua la tenía también para creer en su humanidad; y Dios de tal manera ordenó las manifestaciones del Salvador, que sirvieran de argumento para la fe en ambos misterios.
Las señales ofrecidas a los mortales serán suficientes para hacer razonable la fe en los hombres de buena voluntad; pero no tan deslumbrantes que hagan psicológicamente imposible la incredulidad de aquellos que carecen de esa buena voluntad. Finalmente, las señales son acomodadas a la mentalidad de las personas a las que se dirigen, como obra que son de la divina sabiduría.

LOS PASTORES

Así pues su primera manifestación es ante los pastores que cuidaban sus rebaños en aquella hermosa noche de su natividad.
La vida pastoral suele presentársenos en la Sagrada Escritura como la vida más apta para vivir una vida inocente. En el génesis se nos ofrecen los dos primeros hijos de Eva como representantes de las dos profesiones conocidas por los hebreos, y Abel era pastor, mientras que su hermano trabajaba la tierra. Los patriarcas de Israel eran también pastores, cuando Israel se instaló en Cannan y se dedicó al cultivo de aquella tierra, que manaba leche y miel, no faltaron familias que, para conservar la sencillez de sus costumbres, perseveraron en su vida pastoral. Al este y sudeste de Belén se extiende una región desértica, apta para servir de pasto a los ganados. Allí fue donde David pasó sus primeros años, guardando los rebaños de su padre Jesé y defendiéndolos de las fieras que lo acometían. Allí fue donde vivió el profeta Amós, uno de los pastores de Tecua. De estos pastores   estaban unos avecinados en los pequeños poblados de la región, como Belén y Tecua y éstos, en los meses invernales se acogían con los ganados a sus casas; otros, nómadas pasaban el año bajo sus tiendas, como lo hacen hoy muchas tribus beduinas; pero acudían a Belén para proveerse de lo necesario a sus vidas y para vender el producto de sus rebaños.

 Como ignoramos la época del año en que nació el Señor, no podemos precisar cuál de estos dos grupos de pastores serían los de la historia de san Lucas, el cual nos dice que “había en aquella región unos pastores que moraban en el campo. Y estaban velando las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Y un Ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió con su luz y quedaron sobrecogidos de temor. Dios es Dios de luz, que, como dice san Pedro, habita en una luz inaccesible y así es la gloria o claridad que envuelve a los pastores- podemos suponer irradiada por el mensajero celeste- es una señal de ser la aparición aquella una aparición divina-. El mensaje del Ángel no puede ser más alegre y consolador: “No temáis, os anunciamos una grande alegría, que es para todo el pueblo: que os ha nacido un Salvador, que es Cristo Señor, en la ciudad de David”: ¡Cuantos siglos ha que Israel esperaba con ansia este Salvador, en quien se resumían todas las esperanzas del pueblo! Por fin ha llegado. Este Salvador no tiene nada que ver con el título de soter, salvador, que los reyes de Egipto y de Siria se daban, ni el que de algunas ciudades o provincias habían dado a Julio Cesar o a Augusto.

 El Salvador anunciado por el Ángel es el que trae la salud de Yavé, tantas veces prometida en el Antiguo Testamento. Y para confirmación de esto añade que el Salvador es el Mesías, el Cristo, que tiene el título de Señor Soberano. El que haya nacido en la ciudad de David significa, sin duda, que es el vástago prometido tantas veces a la casa de David, el restaurador de su reino, según otro mensajero celestial lo había anunciado a su Madre.

Y les da por señales: “Encontrareis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Las señales son bien extrañas para el Mesías Señor; pero estas no podrían extrañar tanto a los pastores, que desconocían la suntuosidad de los palacios reales y no ignoraban que muchos hombres grandes habían tenido un inicio muy humilde. Sin salir de Israel, tenían ellos a José, que nació en la tienda, había llegado a ser Señor de Egipto; a Moisés que, salvado del Nilo, fue caudillo de su pueblo y más cerca, a David que, de pastor como ellos había sido exaltado al trono de Israel.

“Al instante se juntó con el Ángel una multitud del ejercito celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

El cielo confirma el mensaje del Ángel anunciando gloria a Dios en los cielos y paz a los hombres de buena voluntad. Según los oráculos de los profetas, la obra del Mesías seria una manifestación de bondad de Dios para su pueblo y para el mundo entero. La gloria que tiene por imagen la claridad, la define Santo Tomas, clara noticia cum laude

Y aquí es la noticia del gran misterio por el que los cielos alaban a Dios. Pero en la tierra es paz, la paz sin fin que prometió Isaías, mas no para quienquiera sino para los hombres bien dispuestos a recibirla, que para los impíos ya había dicho el mismo profeta que no había paz. Esta paz es un don de Dios, y no se da sino a los que están dispuestos a recibirla. Esta es la gran alegría que el Ángel anunciaba.
Los pastores convencidos de que habían sido agraciados con una visión divina, se encaminan a Belén, hallando ser verdad lo que el Ángel les había dicho. Y, llenos de alborozo, contaron a los padres del Niño y a los que encontraban la visión que habían tenido. “Y cuantos lo oían se maravillaban de lo que les decían los pastores”.

Santo Tomás con su clásico estilo, nos muestra la importancia que tiene el que el Señor se manifestara a los pastorcillos y no a la multitud, como solían hacerlo los reyes cuando nacía un miembro de la familia real, esto dice el angélico: “El nacimiento de Cristo no debió ser manifiesto a todos en común. 

Primero, porque esto impediría la redención humana, que se debía consumar en la cruz, pues, como dice San Pablo si lo hubieran conocido nunca lo habrían crucificado”. 

Segundo, porque esto hubiera disminuído el mérito de la fe, por la que venía a justificar a los hombres según la sentencia del Apóstol: “La justicia de Dios por la fe en Jesucristo”. (rom. 3, 22) Si al nacer Cristo, su nacimiento hubiera sido conocido con manifiestos indicios, se quitaba la razón de la fe, que es la convicción sobre cosas que no se ven. 

Tercero, porque con esto se hubiera inducido a dudar de la realidad de la humanidad, por donde escribe San Agustín: “Si los años no hubieran convertido al niño en adolescente, si no tomase alimento alguno, si no tomase descanso, se hubiera creído que tampoco hubiera tomado la naturaleza humana, y obrando en todo maravillosamente, ¿no hubiera destruído la obra de la misericordia?” Por otro lado, el Angélico nos dice: Por el contrario si el nacimiento no hubiese sido manifestado a nadie, a nadie le hubiese aprovechado. Pero convenía que fuese provechoso, pues de otro modo en vano hubiera nacido; luego parece que el nacimiento de Cristo debió ser manifestado a algunos. Y esto es lógico porque pertenecen al orden de la Sabiduría que los dones no lleguen por igual modo a todos, sino lleguen inmediatamente a algunos y de estos se extiendan a otros. Y así se dice del misterio de la resurrección  que “Dios resucitó a Cristo al tercer día y le manifestó, no a todo el pueblo, sino a los testigos escogidos por Dios de antemano” Esto mismo debió observarse en el nacimiento: que Cristo no se manifestara a todos, sino a algunos, y por estos llegase a otros”


Y, por este medio, quien escribe, les desea una feliz navidad y un prospero año nuevo en Jesucristo y su santísima Madre la virgen María.