La segunda hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini nacía el 16 de
octubre de 1890 en la aldea de Corinaldo, Italia, cerca del mar Adriático, y
fue bautizada al día siguiente con el nombre de María Teresa. Su familia era
pobre, aunque profundamente católica. Sus padres, siguiendo la costumbre vigente
en aquel tiempo, hicieron que Marietta —como la llamaban cariñosamente—
recibiera el Sacramento de la Confirmación con tan sólo seis años de edad.
Dos años después, fue necesaria una nueva mudanza, esta vez a Ferrieri
di Conca, triste y pantanosa localidad agrícola, donde Luigi vendría a fallecer
al año siguiente de haber llegado, con 41 años de edad, víctima de la malaria
que se propagaba en aquellos húmedos campos.
En más de una ocasión vio a su madre sin un céntimo en el bolsillo y sin
un pedazo de pan en la alacena, llorando y lamentándose por la ausencia de su
esposo. Con el corazón compungido la niña la abrazaba y la besaba, esforzándose
por no llorar también, y le decía: “¡Ánimo mamá! ¡Ánimo! Pronto
saldremos adelante, enseguida todos seremos mayores… ¿De qué tienes miedo?
Nosotros te sustentaremos… Te mantendremos… Dios proveerá…”.
Éstos son algunos destellos de su alma angelical. Tras su fallecimiento,
su madre no dejó de dar testimonio de su virtud: “Siempre, siempre,
siempre obediente mi hijita. Nunca me dio el más mínimo disgusto. Incluso
cuando recibía alguna reprimenda inmerecida, por pequeñas faltas involuntarias,
nunca se mostró rebelde, nunca se disculpó, sino que se mantenía en calma,
respetuosa, sin quedarse malhumorada”.
Una vez muerto Luigi, a su esposa Asunta le correspondió tomar el lugar
de su esposo en las labores del campo. Trabajaba en las faenas agrícolas en una
propiedad del conde Lorenzo Mazzoleni junto con Giovanni Serenelli y su hijo
Alessandro. Giovanni era viudo, muy dado al vino y sin discreción en sus
palabras, no se preocupaba de la educación de su hijo. Éste, con 19 años de edad,
era un muchacho de carácter introvertido, sin ningún tipo de formación
religiosa. Nunca iba a Misa y de vez en cuando acompañaba a los Goretti en el
rezo del Santo Rosario, en un rincón de la sala. Era el único de aquella casa
que sabía leer y su padre le traía periódicos con artículos de cuño
anticlerical, además de novelas inconvenientes, con ilustraciones que
despertaban su imaginación y le exacerbaban malos deseos; las usaba como
decoración para las paredes de su habitación.
A medida que Marietta iba creciendo, Alessandro, como confesaría más
tarde, incluso reconociendo la candidez de aquella niña que lo trataba como a
un hermano mayor, empezó a verla con miradas malintencionadas, alimentando una
pasión que poco tiempo después culminaría en la conocida tragedia.
Antes de morir, Luigi —movido quizá por un mal presentimiento— le había
aconsejado a su esposa que regresara a Corinaldo. No obstante, amarrada por el
contrato y por las deudas, no tenía condiciones para salir de la casa
compartida con lo Serenelli. A pesar de que las habitaciones estaban separadas,
la cocina era común y la pequeña Marietta, aún teniendo poca edad, atendía a
las dos familias en los quehaceres domésticos.
Primera
Comunión
En aquella época era necesario haber cumplido los doce años para poder
recibir la Sagrada Eucaristía, y Marietta sufría por no poder alimentarse del
“Pan de los ángeles” y de la “Sangre que engendra vírgenes”. Su deseo aumentaba
todos los domingos cuando iba a Misa con su madre y su madrina, soportando
cuatro horas andando por un camino polvoriento hasta la iglesia más cercana.
A las insistentes súplicas para poder prepararse para hacer la Primera
Comunión, su pobre madre le respondía que como no sabía leer no era posible que
aprendiera la doctrina. Además, en la situación de penuria económica en la que
se encontraban, ¿dónde conseguirían el dinero para el vestido y las demás
prendas? Decidida, la niña no se dejaba abatir.
Finalmente, consiguió permiso para ir determinados días a la residencia
de los Mazzoleni, para recibir las enseñanzas de su piadosa gobernanta y
participar en la catequesis de los domingos, impartida por el P. Alfredo
Paliani a un grupo de jovencitos.
Sin perjuicio de sus quehaceres domésticos, estudió y rezó durante once
meses, dando hermosos ejemplos de virtud. Para asegurarse de la buena
preparación de su hija, Assunta quiso someterla a un examen con el arcipreste
de Nettuno, quien garantizó que era apta para recibir a Jesús en su corazón.
Tras hacer los ejercicios espirituales preparatorios, predicados por un
sacerdote pasionista, Marietta regresó a casa muy compenetrada y, con un tono de
voz serio, dijo: “Sabes mamá, el sacerdote nos ha contado la Pasión de Jesús. Y
nos ha dicho que cuando cometemos un pecado renovamos la Pasión del Señor”. Con
esta grave afirmación manifestaba su propósito de evitar el pecado a toda
costa.
El día de la Primera Comunión, antes de ir a la iglesia, estando ya
lista, con el vestidito blanco que su madre le había conseguido con mucho
esfuerzo y con un sencillo velo que había recibido de regalo, pidió perdón de
sus faltas a su madre, a sus hermanos, a los Serenelli y a los vecinos.
En la solemnidad de Corpus Christi de 1902 recibía al Señor en su
corazón, aunque aún no había cumplido los doce años. ¿Cuáles habrán sido las
impresiones y coloquios divinos, en este primer encuentro entre Jesús
Eucarístico y esa alma inocente, dispuesta a no ofenderle nunca con el pecado,
incluso a riesgo de perder la vida? Sólo lo sabremos en la eternidad…
La alegría y la buena disposición de alma consecuentes con el gran paso
que había dado en la vida espiritual se manifestaron tan pronto como Marietta
llegó a casa. Abrazando a su madre, le prometió: “¡Mamá, oh madre querida, seré
siempre y cada vez mejor!”
Morir antes
que pecar
Los frutos de la Primera Comunión no se hicieron esperar. Un día, volvió
a su casa contando que había visto a una compañera de la catequesis conversando
maliciosamente con un joven libertino. Inmediatamente salió de aquel sitio y
aún horrorizada afirmó: “Es mejor morir, mamá, que decir palabras feas”.
Habían pasado pocas semanas y la pequeña no había comulgado nada más que
dos o tres veces, siempre en domingo. El sábado 5 de julio manifestó su deseo
de ir, al día siguiente, acompañada por una amiga, a recibir nuevamente la
Sagrada Comunión. Estaba dispuesta a andar diez kilómetros hasta Nettuno o
Campomorto, bajo un sol inclemente y en ayunas, para recibir a su amado Jesús.
Sin embargo, sus planes fueron truncados por la saña de Alessandro. Éste
ya la había acosado en dos ocasiones y fue enérgicamente rechazado. Entonces la
amenazó con matarla, y no sólo a ella, sino a Assunta también, si se lo contaba
a alguien. Marietta no dijo nada a su madre, para no afligirla aún más, pero le
pedía que no la dejara sola en casa, y procuraba estar siempre en compañía de
algunos de sus hermanos.
Aunque aquella tarde la joven se había quedado cosiendo en el balcón a
solas con su hermana más pequeña, que dormía plácidamente. Alessandro se las
arregló para escaparse del trabajo, regresó a la residencia y arrastró a la
fuerza a Marieta hacia dentro. Cuando se dio cuenta de sus infames intenciones,
ella le reprobaba la acción pecaminosa: “¡No, no! ¡Dios no quiere eso! ¡Si lo
haces irás al infierno!…”.
Entonces, tomado por la furia, el criminal le asestó 14 crueles
puñaladas. Seguidamente tiró el arma y se encerró en su cuarto. La niña, no obstante,
tras un corto desmayo, consiguió andar hasta la terraza y pedir socorro. La
noticia de lo ocurrido se difundió inmediatamente por la vecindad y el asesino
fue preso.
Últimas horas
en el hospital
Marietta fue llevada en ambulancia al hospital de Nettuno, donde la
sometieron a una dolorosa laparotomía. Fueron dos horas de operación, ¡sin
anestesia! Por cierto, la intención de salvarla era vana, pues tenía perforados
el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino.
Los médicos no entendían cómo aún estaba viva.
Volviendo del quirófano junto a su madre, se mostraba preocupada con
tranquilizarla; le decía que estaba bien y le preguntaba por sus hermanos. La
deshidratación causada por la pérdida de sangre la hacía sufrir terriblemente,
pero la gravedad de las heridas le impedía sorber ni siquiera una gota de agua.
En esta situación, recordar la sed que padeció Jesús en lo alto de la Cruz la
tranquilizaba y le traía consuelo.
Al día siguiente tuvo la gracia de recibir la deseada Comunión, pero en
circunstancias tan diferentes de las que imaginaba. El arcipreste de Nettuno,
Mons. Signori, le llevó el Santo Viático al hospital, y cuando le preguntó si
sabía a quién iba a recibir, ella respondió: “Sí, es el mismo Jesús que dentro
de poco veré cara a cara”.
El sacerdote le recordó que el Señor perdonó a todos desde lo alto de la
Cruz y le había prometido al buen ladrón que aún en ese día estaría con Él en
el Paraíso. Entonces, le preguntó si perdonaba a su asesino: “Sí, por amor a
Jesús, le perdono. Y también quiero que esté conmigo en el Paraíso. Desde el
Cielo rogaré por su arrepentimiento”.
Con esta disposición de alma recibió los Sacramentos. Unas horas después
entraría en agonía. Instintivamente besaba el crucifijo y una medalla de la
Virgen, insignia de la asociación de las Hijas de María, en la que fue admitida
en el lecho de su muerte. Invocó muchas veces a Nuestra Señora y sobre las tres
de la tarde expiró.
Catorce lirios
resplandecientes
La muerte de María Goretti fue llorada por todos los que la conocieron.
Pronto se extendió la fama de su santidad y, tan sólo dos años después, sus
restos mortales fueron depositados en un grandioso monumento erigido en su
honor, en el santuario pontificio de Nuestra Señora de las Gracias, en Nettuno.
Uno de los hechos prodigiosos que contribuyeron a su canonización fue la
conversión de Alessandro. En 1910, tras haber pasado por un período de frialdad
y rebeldía, habiendo pensado incluso suicidarse, el infeliz asesino fue
visitado por su víctima en la cárcel de Noto. Marietta se le apareció vestida
de blanco, ofreciéndole unos lirios que cuando fueron tocados por él se
transformaron en llamas resplandecientes. En total eran 14… ¡el mismo número de
las puñaladas que había recibido!
Asistido por los padres pasionistas, Alessandro se convirtió. Al cumplir
27 años de prisión fue liberado y se dirigió a Corinaldo, donde entonces vivía
la madre de Marietta, para pedirle perdón públicamente y de rodillas. Imitando
la actitud de su hija, la madre lo perdonó, y comulgaron juntos en la Santa
Misa de Navidad. Después, el arrepentido asesino se hizo terciario franciscano
y terminó sus días, ya anciano, como sirviente y jardinero en un convento
capuchino.
Testamento
Espiritual de Alessandro Serenelli
“Tengo casi 80 años de edad y estoy al final de mi vida. Echando un
vistazo al pasado, reconozco que en mi primera juventud me fui por el peor
camino: el camino del mal, lo que me llevó a la ruina. Miré a través de la prensa
los espectáculos con malos ejemplos que la mayoría de los jóvenes sigue sin
pensar. Tuve a mi lado personas piadosas que practicaban la fe, pero no me
importó ya que estaba cegado por una fuerza brutal que me empujó a la
perdición. Me consume el remordimiento de haber cometido un crimen pasional que
recuerdo con horror. María Goretti, ahora santa, era el ángel bueno que la
Providencia había puesto ante mi vida para salvarme. Conservo impreso en mi
corazón las palabras de reproche y perdón que me dirigió antes de morir. Ella
oró por mí, intercedió por su asesino.
Estuve treinta años en prisión. Si yo hubiese sido un menor de edad, me
habrían condenado a cadena perpetua. Acepté resignado el juicio, consciente de
mi culpabilidad. Durante mi prisión María era realmente mi luz, mi protectora;
con su ayuda me comporté bien en los veintisiete años que duró mi condena y
traté de vivir honestamente en la cárcel.
Una vez en libertad, los hijos de San Francisco, los Menores Capuchinos
de Marche, me dieron la bienvenida en su convento con amor seráfico, me
trataron no como a un esclavo, sino como a un hermano. He vivido con ellos
durante 24 años, y ahora espero con serenidad ser admitido a la visión de Dios,
abrazar a mis seres queridos, estar cerca de mi ángel de la guarda, María, y su
querida madre, Assunta.
Espero que a quienes lean mi carta les quede la enseñanza de que la
felicidad está en hacer el bien y evitar el mal, desde la infancia. Que piensen
que la religión con sus preceptos no es algo de lo que se puede prescindir, y
que en cambio nos da la seguridad de estar en lo correcto, en todas las
circunstancias, incluso en las más dolorosas de la vida.
“Paz y bien”
Macerata, 05 de mayo 1961
Alessandro Serenelli